10

Al día siguiente, bien entrada la noche, Beth contestaba el teléfono al primer timbrazo.

—¿Diga? —parecía sobresaltada y su voz sonaba ronca.

—Soy AJ, ¿te he despertado?

—No, no, estaba despierta, en mi estudio.

—Ya sé que es tarde, pero estaba pensando en ti.

—¿Estás en la ciudad? —le preguntó Beth esperanzada.

—Lo siento, me encantaría —se estiró sobre la cama, apoyando la cabeza en la almohada—. ¿Cómo estás, Beth?

—Muy bien, ¿y tú?

—Bien también. Te acuestas tarde —dijo, por decir algo.

—Últimamente me cuesta dormir.

—¿Y eso por qué?

—He estado nerviosa, preocupada, supongo.

—Yo también.

—No dejo de recordar las noches que hemos pasado juntos —confesó Beth con la voz ronca.

—¿Y de qué te acuerdas?

—¿De verdad quieres saberlo?

—Oh, claro que sí —en ese momento estaba duro como una piedra—. Quiero saber cada detalle. A lo mejor, hablar sobre ello nos ayuda.

Oyó que Beth contenía la respiración.

—De acuerdo, lo haré encantada.

—¿Por qué no te llevas el teléfono a tu dormitorio y te pones cómoda?

—Buena idea.

Cuando volvió a hablarle, por su tono de voz, Rafe dedujo que ya estaba tumbada.

—Ya está, estoy cómoda. ¿Y tú? ¿Estás cómodo?

—Claro que sí, estoy tumbado.

—¿Y qué llevas puesto?

—Una camiseta y un pantalón de chándal —pero aquél no era material para una conversación erótica—. Espera un momento —dejó el teléfono en la mesilla y se quitó la ropa—.Ahora estoy desnudo.

—Mucho mejor. Me gusta imaginarte desnudo.

—¿Y tú? ¿Qué llevas encima? ¿El mismo conjunto de lencería rosa de la otra noche?

—Exactamente. Me recuerda a ti.

—Lo único que quiero es quitártelo para ver tu cuerpo desnudo.

—Me encantaría que pudieras hacerlo, de verdad — dijo, con la voz tan cargada de deseo que casi gemía.

El deseo rugía en el interior de Rafe. Beth lo deseaba tanto como él la deseaba a ella.

—Entonces, ¿por qué no te desnudas? —le dijo con voz ronca—. Podrías describirme lo que estás haciendo.

—De acuerdo —contestó Beth—. La blusa es fría y resbaladiza. Me estoy bajando los tirantes y dejando que acaricien mi piel, como hacías tú con tus dedos.

—Ya lo estoy viendo.

—Y ahora, después de quitarme la blusa, me quito los pantaloncitos.

—¿Estás desnuda? —tragó saliva imaginando su piel pálida y fresca y los pezones oscuros, el vello púbico y el pequeño montículo de su vientre.

—Sí —contestó Beth—, pero esto no es como cuando estabas tú conmigo.Tu boca era cálida y humedecía mis hombros. Y era tan delicada la caricia de tus dedos sobre mi piel...

—Me estoy imaginado tus senos.Y tus pezones... tan suaves que parecen a punto de derretirse, hasta que se yerguen orgullosos.

—Eso me ocurre cuando estoy excitada.

—¿Y ahora estás excitada, Beth?

—Sí. Y estoy acariciándome un pezón, imaginándome que mis dedos son los tuyos.

Rafe contuvo la respiración.

—Me gustaría poder tenerlo en mi boca, sentirlo contra mi lengua.

—Oh, y a mí también —contestó con un susurro casi doloroso—.Tu lengua es tan húmeda, tan fuerte.

—¿Estás húmeda, Beth? Me gusta sentirte húmeda.

Se produjo un silencio tras el que Beth contestó:

—Sí, mucho.

—¿Quieres tocarte para mí? Dobla una pierna, como si estuviera contigo. Así puedo verte, puedo ver tu sexo henchido, ver cuánto me deseas.

—De acuerdo.

—¿Lo estás haciendo?

—Sí, y me estoy tocando —sus palabras eran apenas un suspiro.

—Me encanta tu textura, suave, sedosa.

—Te deseo tanto... —su voz sonaba tan ansiosa que Rafe estaba desesperado por abrazarla, por besarla, por sustituir los dedos de Beth por los suyos. Pero lo único que podía hacer era cerrar los ojos e imaginarse sus dedos acariciando aquella piel tan de licada—. Estás tan excitada que tu clítoris se asoma pidiendo más caricias, ¿verdad?

—Sí, sí. Oh...

—Y te estás acariciando. Lo distingo por tu voz. Beth jadeaba en el teléfono. —Me gusta porque me estás hablando.

—Para eso estoy aquí. Para hacer que te sientas bien.Tan bien que llegues hasta el final.

—Ahora tú, AJ. ¿Estás excitado?

—¿Bromeas? Estoy tan excitado gracias a ti que podría martillear un clavo.

—Acaríciate por mí. Me encanta tu textura.

—Lo estoy haciendo —se agarró con firmeza. Las suyas eran un pobre sustituto de las manos de Beth, pero no le quedaba otra opción.

—Descríbeme lo que estás haciendo.

—Me agarro con fuerza para sentirme como si estuviera dentro de ti —cerró los ojos e imaginó el cuerpo de Beth, imaginó sus dedos sobre su sexo y después su boca, húmeda y caliente.

—Me estoy acercando —jadeó Beth.

—Estupendo. Métete un dedo, como si yo estuviera dentro de ti.

—Quiero que estés dentro de mí, ahora. Quiero que estés dentro de mí...

—Yo también pequeña, yo también. No sabes cuánto lo deseo.

Rafe cerró los ojos mientras escuchaba su respiración agitada. Sentía los dedos de Beth moviéndose sobre él, imaginaba sus pezones erguidos, su cabeza sobre la almohada, su boca entreabierta y su lengua inquieta humedeciendo sus labios.

—Me gustaría poder tenerte dentro de mi boca —susurró Beth.

—Oh, a mí también —se acariciaba imaginando los labios de Beth sobre él.

—Estás cerca del orgasmo, ¿verdad?

—Sí.

—Yo también. Nunca había disfrutado tanto sola.

—Eso es porque estoy contigo cada segundo.

Tengo un dedo dentro de ti y lamo tus pezones mientras me fundo contigo.

Pero Rafe quería más. Y lo quería ya. Podía estar en un avión en menos de una hora, pero no. No. Incrementó el ritmo de sus caricias concentrándose en la imagen de Beth rodeada de cojines y sábanas de seda, deslizando sus dedos en los rincones más jugosos de su cuerpo y jadeando mientras se acercaba al clímax.

Y podría tenerla entre sus brazos en tres horas.

Se obligó a sí mismo a continuar con su fantasía, a imaginar el rubor de su cuello y su rostro, el brillo de sus ojos y sus labios irritados por los besos.

—¿Estás... a punto? —dijo Beth.

Era obvio el esfuerzo que hacía para hablar. Sus suaves gemidos le indicaban a Rafe que estaba a punto de perderse.

—Oh, sí, estoy dentro de ti, Beth, presionando

con fuerza. Y puedo sentirte. Y me gustas tanto... tanto...

Beth gritó y se oyó un ruido en el teléfono. Rafe no tuvo tiempo de preguntar lo que era porque él mismo se derramó sobre los pantalones de chándal que tomó en el último momento.

Su cuerpo temblaba por la intensidad de aquella liberación. Le costaba creer que hablando por teléfono con alguien hubiera conseguido un orgasmo tan intenso. Y le hacía desear con locura tenerla entre sus brazos.

Algo estaba pasando dentro de él por culpa de aquella mujer.Algo que empezaba a escapar a su control. Había estado a punto de montarse en un avión e ir a buscarla.

—Se me ha caído el teléfono, lo siento —oyó al otro lado de la línea.

—Tenía la esperanza de que no te hubieras caído tú.

—He estado a punto —rió—. Ni en un millón de años me habría imaginado que podía hacer eso por teléfono. Mi amiga Sara no se lo va a creer.

—¿Se lo vas a contar?

—¿Te molestaría que lo hiciera,AJ? ¿Te molestaría saber que he compartido esta experiencia con alguien?

—En absoluto. Me siento honrado de que la consideres una experiencia digna de ser compartida.

—Bien, eso está bien.

Rafe sonrió, consciente de lo mucho que la había aliviado su respuesta.

—Sé que no debería preguntártelo —empezó a decir entonces Beth—, pero ¿hay alguna posibilidad de que regreses a Phoenix? Por asuntos de trabajo, por supuesto. Porque eso del cubito de hielo me gustaría probarlo.

—Es difícil decirlo —no tenía ningún derecho a verla otra vez—. Me gustaría hacerlo, Beth, pero hay muchas cosas que se interponen.

—Claro, lo comprendo.

—Me gustaría estar abrazándote en este momento —¿qué demonios estaba diciendo?

—A mí también —se hizo un silencio mientras la emoción cruzaba a través del cable telefónico.

Rafe la echaba de menos.Y la suave tristeza de su voz le decía que también ella lo echaba de menos.

El clímax la había ayudado a liberar la tensión, pero no se encontraba mejor.

—Por lo menos podemos hablar por teléfono —dijo Beth—.Y el sexo por teléfono es mejor que la falta de sexo, así que no vaciles a la hora de llamar — se interrumpió un instante, como si pensara que había hablado demasiado—. Hasta que vuelva a estar en circulación, por supuesto.

—Claro —pero la idea de que pudiera estar en brazos de otro hombre lo dejó helado—.Ahora intenta dormir —dijo, poniendo fin a la llamada.

Quería seguir hablando, llenar la sensación de vacío, pero temía que Beth terminara pidiéndole el número de teléfono.

Lo peor de todo era que había vuelto a mentirle. Iba a volver a Phoenix al cabo de sólo unos días. Con una punzada de culpa, recordó que Beth, bajo el seudónimo de Em, le había pedido que quedaran para tomar un café y él había cerrado aquella posibilidad. Era un auténtico canalla. Aquello tenía que parar. Tenía que hacer todo lo posible para evitarla en la revista, evitar cualquier llamada telefónica y no arriesgarse enviando más correos electrónicos. Eso sólo serviría para terminar hiriendo sus sentimientos y, estaba seguro, no la ayudaría en absoluto.

El viernes siguiente, Rafe empujaba la puerta de cristal de Phoenix Rising y era inmediatamente saludado por Heather.

—Vaya, señor Jarvis, ¿qué tal el viaje? ¿Y usted, cómo está?

—El viaje ha ido estupendamente y yo estoy muy bien, ¿y tú?

—Mortalmente aburrida.Aquí nunca ocurre nada.

—Siento oírtelo decir.

—Excepto cuando llega usted, por supuesto. Entonces todo se vuelve emocionante. Todo el mundo sale disparado e intenta parecer esencial para la empresa.

Todos excepto Beth, que no iba a estar por allí aquel día.

—¿Sabes si está Will esperándome?

—Todo el mundo lo está esperando. Los pone nerviosos.

Desgraciadamente, ése era el efecto de su trabajo.

—Pero a mí no me pone nerviosa. Sé que en el fondo es un blandengue.

—¿Ah, sí?

—Sí —le guiñó el ojo, coqueteando con él abiertamente.

Rafe sonrió en reconocimiento a sus esfuerzos, pero ignoró el intento.

—¿Te importaría llamar a Will?

—Eh, sé lo que podría ayudarlo. Muéstrese tal como es. Hoy se celebra el día de las secretarias, así que pásese a las once y media por la cocina, la comida será extraordinaria.

Sin perder la sonrisa, Rafe se dirigió hacia el despacho de Will. Estuvieron hablando durante un rato de la necesidad de sustituir a algunos redactores. Después, Will lo condujo al departamento de diseño gráfico para que viera los cambios que se estaban realizando en el diseño de la revista.

Las conversaciones fluían en los despachos por los que pasaban. Era un lugar agradable y los pasillos estaban decorados con docenas de portadas de la revista, lo que evidenciaba el orgullo de los empleados por la misma. Pasaron por la cocina y llegaron al departamento de diseño gráfico.

—Todo me parece magnífico, Will —dijo Rafe mientras Will le enseñaba la plantilla del siguiente número—, tú y tu equipo estáis haciendo un gran trabajo.

Will sonrió y Rafe sintió que el resto de los empleados suspiraban aliviados. Por alguna razón, los aspectos humanos de su trabajo le parecían cada vez más importantes.

Hojeó la revista y al ver la columna de Sexo en la ciudad, no pudo evitar una sonrisa.

—Te gusta la nueva columna de Em, ¿eh? —le preguntó Will.

—Mucho. Es fuerte y refrescante.

—Estoy muy orgulloso de ella. Vendrá para el almuerzo, ¿por qué no te quedas a conocerla?

—¿Va a venir hoy? Esto... me encantaría, pero tengo otros planes para el almuerzo.

—Por lo menos quédate a saludarla. Vendrá de un momento a otro.

—Claro, magnífico —dijo, sacó el teléfono de su bolsillo, como si acabara de vibrar—. Perdóname un momento. ¿Sí? —dijo, fingiendo que estaba hablando por teléfono—. Claro, claro, ahora mismo —miró a Will, señaló el teléfono y se dirigió hacia la puerta.

Consciente de que Will debía de pensar que era un histérico, corrió hacia el pasillo, desde donde vio a Beth hablando con Heather en el escritorio de recepción. ¡Dios santo!

Por lo menos Heather la entretendría durante unos minutos. Will cruzó el pasillo a grandes zancadas y se metió en la habitación que había al lado de la cocina, que resultó ser una despensa.

Una vez dentro, comprendió que había sido un error meterse en un lugar en el que necesariamente tendrían que entrar para preparar el almuerzo. No tenía escapatoria.Aquello era una locura. Era el vicepresidente de una importante revista. No debería estar escondido en una despensa evitando a una mujer.

Pero eso era precisamente lo que estaba haciendo. Porque era Beth.Y, vicepresidente o no, se había comportado como un estúpido con ella y, sobre todo, no podía permitir que su situación empeorara. De modo que, de momento, tendría que quedarse donde estaba.

—Estás muy sensual —le dijo Heather a Beth—. Te has recogido el pelo y te has maquillado —se inclinó sobre el escritorio para revisar su atuendo—. I Jnos pantalones magníficos, y tus zapatos me encantan.

—Gracias —contestó Beth mientras dejaba sobre el escritorio el plato que había elaborado para aportarlo al almuerzo.

—Deberías haberme dicho que ibas a venir, podría haberte traído en coche-comentó Heather—. Vuelvo a casa justo después del almuerzo.

—No se me había ocurrido.

—¿Sabes? Will me ha enseñado tu última columna. Es excelente. Y sé exactamente lo que quieres decir cuando hablas de... —vocalizó «practicar el sexo oral»—. Una cosa que odio es que te empujen la cabeza, como si no supieras lo que tienes que hacer.

—Es cierto —Beth se sonrojó violentamente.Tendría que acostumbrarse a hablar sobre ese tipo de historias si pretendía conservar su columna.

—Will dice que estás pasando una especie de prueba, para saber si mantienes o no la columna. Están locos. Eres demasiado buena para permitir que te vayas.

—Agradezco tu apoyo —quizá debiera tener en cuenta la opinión de Heather para su próxima columna—. ¿Qué piensas del sexo por teléfono, Heather?

—¿El sexo por teléfono? —fulminó a Beth con la mirada—. Soy recepcionista, cariño. Cuando no estoy trabajando, lo último que me apetece es ver un teléfono o tener un orgasmo con un teléfono en la oreja. Aunque a lo mejor, con un manos libres, no estaría mal.

—Buena idea.

—Sí, sexo con un manos libres, no está mal —Heather rió su propio chiste—. ¿Y sabes lo mejor del sexo por teléfono? Que no tienes que arreglarte. Pon eso en tu columna.

—Sí, podría ponerlo.

Heather sonrió de oreja a oreja y, de pronto, pareció recordar algo y se inclinó sobre el mostrador.

—El vice de Man's Man está aquí.

—¿Perdón?

—Rafe Jarvis está aquí, ¿todavía no lo conoces?

—No sabía que iba a venir hoy —en el correo electrónico que le había enviado le decía que se pasaría el lunes por la revista, no el viernes.

—Está con Will. Deberías ir a verlo, es magnífico.

El placer de poder conocerlo por fin entraba en conflicto con el dolor que le producía el que le hubiera mentido. Pero a lo mejor había cambiado de planes en el último momento.

Llevó su fuente de frijoles a la cocina y cuando salió, vio que Will le estaba haciendo gestos desde la puerta del departamento de diseño gráfico. Fue a reunirse con él.

—Quiero que conozcas a Rafe Jarvis —le dio Will.

—Claro —contestó ella, con el corazón latiéndole a toda velocidad.

—Ha salido a hacer una llamada. Supongo que volverá en cualquier momento.

Entablaron una pequeña conversación, hasta que el «momento» se convirtió en un cuarto de hora.

—¿Qué le pasa a ese tipo? —Will frunció el ceño—. Le he dicho que ibas a venir y ha salido disparado a hacer una llamada.

—Debía de ser algo importante —era obvio que la estaba evitando. ¿Qué pensaba que iba a hacer? ¿Arrojarse a sus brazos?

—Eh, ¿ésa no es la nueva estrella de Pboenix Rising?

Beth se volvió y vio a Garry Voss, el crítico musical de la revista, dirigiéndose hacia ellos. Era un hombre que estaba siempre a la caza de jovencitas, modelos y cantantes, de modo que Beth estuvo a punto de volverse para ver si le estaba hablando a alguien que estuviera tras ella.

Pero Garry le estrechó la mano, mirándola profundamente a los ojos.

—Gracias —contestó Beth—, me limito a hacer mi trabajo.

—Eres demasiado humilde.Todo el mundo con el que he hablado está fascinado con tu columna. Especialmente las mujeres. Eres genial.

—Vaya, gracias. Yo también disfruto haciendo mi trabajo.

—Has cambiado de peinado Éste te favorece mucho.

—Cuidado con este tipo, Em —le dijo Will, y le dirigió a Garry una mirada de advertencia—.Y tú, compórtate.

—Soy completamente inofensivo —dijo Garry, alzando las manos a modo de rendición—. Deberías pasarte por la revista más a menudo —le dijo a Beth—, tenemos ritmos parecidos. Podríamos comparar notas.

—Yo trabajo en mi casa.

—Estoy seguro de que podríamos conseguirte un ordenador —se interrumpió—. Por cierto, ¿qué vas a hacer esta noche? Hoy actúa un grupo de jazz en el Celebrity y me sobra una entrada. ¿Quieres venir conmigo?

—Gracias, Garry, pero creo que no.

—Vamos, anímate, podemos montar una cita después del trabajo —intentó convencerla—. ¿No te apetece conocer sitios nuevos? Además, el menú del Quiero es matador.

—Otro restaurante latino, ¿eh? Estoy deseando probar el ceviche.

—Perfecto, después podríamos acercarnos por el Axiom, para conocer al nuevo discjockey.

—La verdad es que... —¿por qué nos salir con un colega? Seis semanas atrás, se habría sentido intimidada por su reputación. Pero en ese momento, veía aquella invitación como una oportunidad para su próxima columna—. De acuerdo, ¿por qué no?

Quizá fuera la mejor manera de demostrarse que no estaba colgada de AJ.Y si llegaban a acostarse, eso podría demostrarle que era el sexo el que era excepcional, y no un hombre en particular.

Heather salió de la cocina con aspecto enfadado y se dirigió hacia ellos.

—Te necesito en la cocina —le dijo a Garry—. Se supone que hoy es mi día y lo que estoy haciendo es preparar un bufé.

Garry se apartó de la puerta y agarró a Beth del codo, ayudándola a apartarse de su camino.