6
Beth intentó desahogar los nervios previos a la cita concentrándose en las tareas domésticas. Quitó el polvo, pasó la aspiradora, cambió de sitio el sofá, cortó flores frescas para todas las habitaciones, limpió los cristales y bañó a los perros.
Le había pedido consejo a Sara, que le había aconsejado que se mostrara cariñosa, pero no excesivamente entusiasta y, sobre todo, que las cosas parecieran sencillas. Las complicaciones asustaban a los hombres, había dicho.
Por la tarde, Beth fue a comprarse una blusa blanca para ponérsela con la falda de gasa que Sara le había prestado y decidió derrochar un poco en un pasador para poder devolverle el de Hello Kitty a su vecina.
Después, se dirigió a comprar un vino que combinara con los entremeses que había preparado y, para las siete y cuarto, estaba completamente preparada. El ambiente estaba cargado de la romántica fragancia de las velas mezclado con el olor a limón, ajo y hierbas de los aperitivos griegos que había preparado.Y bajo aquellos olores, podría distinguirse también el de las flores que había repartido por toda la casa. La música que había elegido era un disco de jazz recomendado en una reseña de Phoenix Rising.
Se superó a sí misma en el dormitorio, donde colocó su correspondiente ración de velas, además de unas sábanas de satén de color rosa, y dejó preparada una cubeta para el vino y los preservativos sobre un cuenco.
En lo relativo al sexo, Sara le había aconsejado mostrarse tentadora y excitante. «Que haya ocurrido una vez no quiere decir que vaya a ocurrir dos. Los hombres son románticos cuando tienen que trabajárselo. Si cuentan de antemano con ello, la cosa puede ser muy aburrida».
Sobre eso, Beth iría viendo lo que quería hacer sobre la marcha. Mientras esperaba a AJ, estaba tan ansiosa que se imaginaba arrojándose a sus brazos, tirándolo sobre la alfombra y desgarrándole la ropa.Y ella misma estaba sorprendida. Quería sexo. Se había olvidado de eufemismos como «relaciones íntimas». Era un sentimiento nuevo en ella, un sentimiento crudo y salvaje. Por fin comprendía por qué se le daba tanta importancia al sexo.
Cuando sonó el timbre de la puerta, los perros comenzaron a ladrar y se agolparon en la entrada.
—Tranquilos —intentó sosegarlos Beth y abrió la puerta a AJ, que apareció devastadoramente atractivo con una camisa de seda estilo años cuarenta y unos pantalones que se abrazaban a sus caderas, recordándole a Beth la forma perfecta de su cuerpo desnudo.
—Estás preciosa —dijo AJ, recorriendo su cuerpo con la mirada.
Dos perros enormes lo rodearon y Ditzy se deslizó entre sus piernas, pero AJ sólo parecía tener ojos para ella.
Sostenía en la mano una bolsa que contenía, entre otras cosas, una botella de vino. ¿Debería abrazarlo?, se preguntó Beth. Afortunadamente, AJ decidió por ella, abrazándola con un brazo y dándole un beso de una forma tan natural que Beth se olvidó de que no siempre tenía que haber sexo en la segunda cita. Estaba convencida de que aquella noche iban a terminar en la cama. De hecho, como el beso se prolongara, iban a acostarse inmediatamente.
AJ apartó el brazo y le ofreció la botella.
—No tenías por qué haber traído nada —le dijo, mirando el interior de la bolsa.
AJ sacó la botella y ella un CD y un paquete de galletas para perros.
—¿Cómo sabías que tenía perros? —le preguntó desconcertada.
AJ palideció un instante. ¿Se avergonzaría de ser tan considerado?, se preguntó Beth.
—Yo... los oí ladrar cuando hablamos por teléfono —y añadió precipitadamente—: El disco es de Dan Hicks y los Hot Licks, un clásico del swing. He pensado que podríamos practicar antes de salir.
—Me encantaría. Y muchas gracias por los regalos. No tenías que haber traído nada. Bastaba con que vinieras tú.
—Ha sido un placer —contestó AJ, dejando la botella de vino en la mesa.
Tomó las galletas para perro y se inclinó hacia los animales.
—¿Cómo se llaman?
—Éste es Boomer —le explicó Beth, agarrándolo por el collar.
AJ palmeó al animal y le dio una galleta, después dejó que Spud le olfateara la mano.
—Es un perro muy raro —comentó AJ, tendiéndole otra galleta.
—¿No querrás decir que es el perro más feo que has visto en tu vida? Eso es lo que piensa casi todo el mundo. Es un Chinese Crested —era un perro calvo, excepto por el mechón de pelo que tenía en la cabeza y sobre los ojos saltones.
—Pero tiene una gran personalidad, ¿verdad? —dijo AJ, acariciándole la cabeza.
Spud cerró los ojos extasiado.
—Lo abandonaron en mi veterinario y nadie quería un perro tan... especial.
—¿Así que te lo quedaste tú?
—¿Cómo no iba a quedármelo? Tenía la autoestima por los suelos —advirtió que Ditzy estaba comenzando a dar vueltas sobre sus dos patas traseras—. ¿Te importaría aplaudir a Ditzy? Es capaz de seguir dando vueltas hasta vomitar.
AJ arqueó las cejas y aplaudió. Ditzy volvió a ponerse a cuatro patas y AJ le tendió una galleta. —Ditzy trabajaba en un circo.
—Así que tu casa es una especie de refugio para animales.
—Más o menos —asintió y señaló hacia los gatos, que los miraban desde el arco que daba a la cocina—. Un amigo mío se fue a Europa y me pidió que me quedara con Frick y con Frack.
—No sabía que existían. Lo siento. No... los oí por teléfono —era evidente que había algo que lo inquietaba—. Como ya te he dicho, estás preciosa.
—La falda me la ha prestado una amiga. Es ideal para bailar.
—Y también para acariciar —deslizó la mano por su cadera con un gesto de posesión que hizo arder a Beth desde la cabeza hasta las puntas de los pies: Después, la estrechó contra él para para poder enredar los dedos en su pelo—. ¿Y dónde está el pasador del gatito?
—He pensado que éste era más espectacular.
—El gatito te pega más. Sin embargo, me gusta poder verte el cuello.
Le besó la curva del cuello, enviando una corriente de fuego por todo su cuerpo. Después buscó su boca. En aquella ocasión, el beso fue tan largo y maravilloso que, si no hubiera tenido que escribir una columna, Beth habría renunciado a todo y se lo hubiera llevado directamente a la cama.
—He preparado algo de comer —dijo, separándose de AJ con desgana—. ¿Por qué no pasas a probarlo?
—Ya he probado todo lo que me apetecía. Vuelve aquí.
Beth soltó una carcajada, pero continuó dirigiéndose hacia el cuarto de estar. AJ la siguió, se colocó tras ella y le besó el cuello mientras Beth tomaba con mano temblorosa las fuentes. Se había esforzado en preparar todo aquello, maldita fuera, e iban a disfrutarlo.
—Toma —colocó una fuente entre ellos.
—De acuerdo —AJ sacudió la cabeza, se sentó en —una silla y miró a su alrededor—. Tienes un casa muy bonita, Beth.
—Gracias —contestó Beth. Siguió el curso de su mirada, complacida por la acogedora habitación que tenían ante ellos.
—Es como tú —dijo AJ, y le sonrió.
—¿Cómo es tu casa?
—Tengo una casa en el puerto, muy sencilla, con grandes ventanales y unas vistas magníficas.
—San Francisco es una ciudad maravillosa.
—Sí, aunque últimamente no he podido disfrutarla. He tenido que viajar mucho.
—Es una pena. ¿Y cómo va tu trabajo, por cierto?
—Todo lo bien que cabría esperar —volvió a mostrarse receloso y tomó un aperitivo envuelto en hoja de parra—. ¿Esto lo has hecho tú? Está delicioso — era evidente que estaba cambiando de tema.
—No, lo he comprado. Prueba también esto —le tendió un triángulo de pasta relleno y lo sostuvo contra su boca.
AJ le tomó la mano y mordisqueó con cuidado, rozando con la lengua sus dedos y sosteniéndole en todo momento la mirada.
Beth cerró los ojos, deleitándose en el calor y la humedad de su lengua. No podía evitar pensar en los rincones que recorrería esa lengua esa misma noche.
AJ le soltó la mano y Beth abrió los ojos. Lo descubrió sonriendo perezosamente.
—Cerca de mi casa hay una tienda de comida oriental en la que suelo comprar comida preparada para llevarme a casa. A partir de ahora, cada vez que vaya, pensaré en ti —dijo AJ.
—¿No cocinas?
—De vez en cuando. Cuando tengo compañía.
Compañía femenina, sin duda alguna. Pero Beth no quería pensar en las mujeres que podía haber en su vida.
El ruido de los collares les hizo girar la cabeza. Se volvieron y vieron a los tres perros alineados, pendientes de cada movimiento de AJ.
—¿Puedo darles algo? —preguntó AJ.
Beth asintió y AJ partió un pastel de espinacas en tres partes y les dio un pedazo a cada uno.
—¿Tienes alguna mascota? —le preguntó Beth, encantada con la atención que les estaba prestando a los animales.
—Tenía un perro labrador cuando era pequeño. Pero ahora me parecería injusto tener un perro. Paso mucho tiempo fuera de casa.
—Una mascota siempre hace compañía. Podría cuidártela algún amigo o algún vecino cuando estás fuera.
—Apenas conozco a mis vecinos.
—Pues es una pena.
AJ se encogió de hombros.
—Me gusta mi vida tal como es.
—Pero tendrás amigos con los que salir, ¿no?
—Claro. Jugamos al squash y salimos a tomar cerveza después del trabajo. No estarás preocupándote por mí, ¿verdad? Porque si es así, por favor, no lo hagas. Vivo estupendamente —su rostro se tensó ligeramente.
«No te acerques demasiado», era la misma advertencia que había leído en sus ojos la noche que se habían conocido. AJ era un hombre amable, pero mantenía a los demás a cierta distancia.
—Eh, nos estamos poniendo demasiado serios — dijo AJ—. ¿Por qué no ponemos ese CD? Veamos si soy lo suficientemente bueno como para que me lleves a bailar —se levantó, la hizo levantarse y la besó suavemente.
AJ sabía a menta, a limón y a especias, y el beso fue maravilloso, pero no consiguió borrarle a Beth la certeza de que era un hombre solitario.
Al sentirla vacilar, AJ interrumpió el beso, se reclinó en la silla y la miró.
—Estoy bien, Beth, no necesito un perro, ni un buen amigo, ni vecinos a los que pedir una taza de azúcar cuando me falta. Ésa eres tú, yo no soy así. Y esta noche tenemos que disfrutar juntos, ¿te acuerdas?
—Claro, por supuesto.
Sus preguntas lo habían hecho sentirse incómodo. Había hecho justo aquello contra lo que Sara le había advertido, «los hombres odian las complicaciones», le había dicho. Debería intentar cambiar de conducta.
—¿Por qué no pones un poco de música mientras retiro la comida? —dijo, y se levantó rápidamente.
Rafe desenvolvió el CD mientras observaba a Beth llevar aquel elaborado despliegue desde el comedor a la cocina, deleitándose en las curvas de su espalda y en la rapidez de sus movimientos, en su energía.
Parecía estar intentando arreglarle la vida, le había preguntado por su casa, por la comida, incluso había querido saber si se encontraba solo. Rafe lo encontraba encantador, pero también inquietante. Beth estaba intentando conocerlo, algo que no tenía ningún sentido teniendo en cuenta los límites de su relación.
Él había contribuido a crear la ilusión de que podía prolongarse en el tiempo al comportarse como si aquello fuera una verdadera cita, la cita de alguien que podía ofrecer a Beth mucho más de lo que él nunca podría llegar a ofrecerle. Deberían haber quedado en el hotel. Era mucho más fácil, un terreno mucho más neutral.
Aun así, no se arrepentía de haberla visto en su propio ambiente. Allí Beth estaba mucho más relajada. Y le gustaba verla deslizarse de habitación en habitación, meciendo las caderas de esa forma tan seductora de la que parecía completamente inconsciente. Beth era toda inocencia y absoluta eficiencia.
AJ puso el disco de Dan Hicks y observó a Beth caminando hacia él con una sonrisa en el rostro.
Al infierno. Se alegraba tanto de verla que aquél no era momento para preocuparse por el futuro. Entrelazó los dedos con los de Beth y comenzó a moverse a ritmo del swing. Beth respondía perfectamente, era tan buena pareja de baile como de cama. Algo que no lo sorprendió.
Y tampoco su forma de concentrarse, como si estuviera intentando no cometer ningún error.
—Lo estás haciendo muy bien, lo único que tienes que hacer es relajarte.
La acercó a su pecho y le hizo alzar las manos para que giraran con las manos unidas, después la acercó a él y se alejó de nuevo.
Beth rió y eso lo hizo feliz. AJ le enseñó unos cuantos pasos más y al final de la canción, disfrutó viendo la expresión de sorpresa de Beth.
La siguiente canción era lenta, así que la estrechó contra su pecho y la besó en el cuello, deleitándose en el sabor salado de su piel y en la fragancia de su perfume, dulce y sabroso, como la mujer que lo llevaba.
—Tengo que reconocer que tu madre no perdió el tiempo en las clases de baile. Dale las gracias de mi parte.
—Lo haré —contestó AJ, sintiendo una punzada al pensar en ello.
—¿He dicho algo malo? —preguntó Beth, advirtiendo su tensión.
—No, es sólo que mi madre y yo no hablamos mucho últimamente —la meció, disfrutando al sentir el peso de su mano sobre la suya y el roce de su cuerpo.
—¿De verdad? ¿Y tu padre? ¿Hablas más con él?
—Menos todavía, mis padres están divorciados.
—Lo siento, ¿y la ruptura ha sido reciente?
—Dios mío, no. Se divorciaron cuando yo estaba en la universidad. Hace ya quince años.
—Aun así, debe de ser muy duro —continuaron bailando en silencio durante varios segundos.
—Era algo que se veía venir —intentó cambiar de tema. La preocupación que reflejaban los ojos de Beth lo hacía sentirse incómodo—. ¿Y tus padres? ¿Están felizmente casados?
—No. Mi padre nos dejó hace veinte años, cuando yo sólo tenía siete.
—Eso sí que es duro —contestó AJ, deteniéndose para darle un beso en la frente.
—Terminamos acostumbrándonos —sonrió—. Al principio esperábamos que apareciera algún día, cargado de regalos y contándonos que lo habían secuestrado, o que había estado navegando en un barco mercante, pero no. Mi madre cree que se sentía demasiado culpable.
—Mi padre nunca debería haberse casado. No estaba preparado para el matrimonio. Mi madre solía decir que era un castillo al que le faltaba el puente sobre el foso para acceder a él. Por supuesto, el problema fue que mi madre esperaba demasiado de él.
—A mí me gustaría haber conocido a mi padre. Por suerte, mi hermano sólo tenía dos años cuando se fue, así que en realidad no lo ha echado mucho de menos. ¿Ves a tus padres a menudo?
—A veces, cuando estoy de vacaciones. Mi madre vive en Chicago y mi padre en Nueva York.
—Lo siento. Mi madre, mi hermano y yo estamos muy unidos —su mirada estaba cargada de compasión.
Aquella mujer había crecido sin padres y, sin embargo, parecía más preocupada por su distanciamiento de la familia que por su propia pérdida. Era muy dulce por su parte, aunque le estaba haciendo sentir un extraño nudo en la garganta.
—¿Tu hermano vive con tu madre? —preguntó, intentando reorientar la conversación.
—Sólo tiene veintidós años y le hace compañía a mi madre.
—¿A qué se dedica?
—Ésa sí que es una pregunta interesante. En realidad es inventor, pero se dedica a hacer trabajos mal remunerados, esperando que llegue el día en el que pueda vender algo. Es un hombre de grandes ideas —sonrió.
—No pareces estar muy segura.
—Es muy buena persona, y generoso con sus amigos, pero descuida un poco los detalles. ¿Pero qué puedo decir yo de él? Al fin y al cabo, es mi hermano.
—Claro. Es una suerte que estés tan unida a tu familia.
Tanto Beth como él habían compartido un dificil pasado familiar, pero habían reaccionado de formas completamente opuestas. Ella se había aferrado a su familia y él había aprendido a distanciarse de ella.
Imaginó a Beth de niña, esperando cada día la llegada de su padre y la emoción le hizo abrazarla con fuerza, como si quisiera consolarla de alguna manera, aunque Beth no se lo había pedido y, probablemente, ni siquiera lo necesitara. Aquel sentimiento era tan peculiar que se obligó a concentrarse en el cuerpo de Beth, en la tensión sexual que había entre ellos.
—¿Estás segura de que no quieres prescindir del baile? —le preguntó.
Beth necesitaba ir a bailar para poder escribir su columna, AJ era consciente de ello, pero en aquel momento, sólo la deseaba a ella. Desnuda.
—Es muy tentador —susurró Beth, mirándolo con los ojos empañados por el deseo—, pero sería una pena desperdiciar tantas lecciones de baile.
—De acuerdo, pero el camino hasta el coche va a ser muy doloroso —dijo AJ, inclinándose hacia delante, como si le doliera su erección.
—Cuánto lo siento —contestó Beth en un tono con el que daba a entender que no lo sentía en absoluto—. Voy a buscar el bolso. ¿Quieres que te traiga un poco de hielo?
—No, no, ya me las arreglaré como pueda —la observó marcharse, pensando que probablemente aquella cita había sido un terrible error.
Pero cuando Beth regresó con el bolso en el brazo, los labios pintados y los ojos brillantes de emoción, todas sus dudas desaparecieron.
Beth les advirtió a sus perros que se portaran bien, le pidió disculpas a AJ por hablar con ellos como si fueran humanos y después se dirigió con él hasta la acera en la que había aparcado el coche alquilado.
—¡Un descapotable! —exclamó con los ojos abiertos como platos—. No había montado en un descapotable desde que estaba en el colegio.
Antes de que AJ pudiera abrirle la puerta, la abrió ella y se sentó contoneándose de una forma absolutamente sensual y tentadora.
—Y hace un tiempo ideal para un descapotable.
AJ puso el coche en marcha y, una vez en la carretera, la miró. El viento azotaba su pelo, pero parecía feliz.
—¿Te da demasiado el viento?
—¿Y a quién le importa? —contestó ella, reclinándose en el asiento con los ojos cerrados— Me gusta respirar la primavera.
AJ olfateó.
—No está mal, excepto por los humos.
—No les hagas caso. Concéntrate en el olor a mescalina y a ajo que sale de los restaurantes, el olor a creosota del desierto, el de las flores de los naranjos y el del pan horneándose. Sí, creo que hay una panadería cerca de aquí.
AJ sonrió y volvió a olfatear. No era capaz de distinguir mucho más allá del olor a gasolina y a humo. Pero al parecer, Beth tenía un olfato increíble.
Comprendió entonces, que hacía mucho tiempo que vivía ignorando el mundo. Se había olvidado de todo lo que lo rodeaba. Había alquilado aquel coche para impresionar a Beth, no por el placer de conducir con la cabeza al aire, como le gustaba hacer cuando era más joven. Cuando llegaron a un semáforo, se volvió hacia ella.
—Gracias —le dijo.
—¿Por qué?
—Por ser tú. Por estar tan interesada en todo.
Le acarició la rodilla a través de la falda con lo que pretendía ser un gesto amistoso, pero en cuanto sintió la firmeza de su pierna, acudió a su mente la imagen de Beth rodeándolo con las piernas mientras él se movía dentro de ella.
Excitado por aquel recuerdo, deslizó la mano por debajo de la falda.
Beth emitió un pequeño sonido, su pierna tembló. AJ la miró a la cara; sólo le estaba acariciando la rodilla, pero parecía a punto de llegar al clímax. Si no hubieran ido en un coche descapotable, Rafe habría continuado acariciándola hasta provocarle un orgasmo. Experimentó una oleada de impaciencia. Tenía la sensación de que iba a pasar una eternidad hasta que pudiera estar desnudo dentro de ella.
¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que había sentido algo parecido a aquel deseo más desesperado que el hambre o la sed? Cuando era mucho, mucho más joven, de eso estaba seguro. Había algo en Beth que lo hacía regresar al pasado.
Estar con ella se parecía tanto a la primera vez...
El semáforo cambió y Rafe aceleró, rompiendo la intensidad del momento. Estuvieron charlando durante el resto del camino. Hablaron sobre música, cine y política... Cuando los temas de conversación se adentraron en un terreno más personal, Rafe condujo la conversación hacia la vida de Beth, evitando hablar de la suya. Hablaron de su madre y de la generosidad de su hermano hacia sus amigos. Beth hablaba muy bien de aquel joven, pero Rafe percibía su frustración. Después, Beth le echó un sermón sobre la conveniencia de que hablara más con sus padres y olvidara los malos recuerdos. La familia era importante, le dijo.Aquello lo hizo sonreír. Beth parecía estar intentando solucionarle la vida.
Por mutuo y silencioso acuerdo, evitaron el tema de las relaciones sentimentales y Rafe se alegró. No quería saber nada sobre los hombres que había habido en su vida, y menos todavía sobre aquél que la había hecho sentirse tan mal como amante. Y, desde luego, tampoco quería hablar de su récord en relaciones rápidas.
Estaban tan entretenidos hablando que, cuando quisieron darse cuenta, habían dejado el local quinientos metros atrás.
Rafe retrocedió hacia el aparcamiento. El letrero de neón iluminaba el rostro de Beth y sus ojos resplandecientes. Estaba emocionada, feliz, ilusionada.Y cada palabra que salía de sus dulces labios, cada una de sus miradas, intensificaba su deseo de ella.
¿Pero qué ocurriría si Beth esperaba algo más de lo que él nunca podría darle? Le había dicho que no le debía ninguna disculpa por haber cambiado de planes en el último momento, parecía conformarse con estar con él. Pero Rafe debería asegurarse de que comprendiera sus límites, de que no se hiciera una idea equivocada de su relación.
Podría decirle quién era realmente él y eso les daría mucho más tiempo.
Pero también podría arruinarlo todo, hacerle cuestionarse a Beth lo que hasta entonces habían compartido.
Además, él era el hombre perfecto para su columna.A muchos los molestaría ver aparecer su vida sexual en una revista y, seguramente, otros tantos intentarían sacar provecho de ello.
De modo que también la estaba ayudando desde una perspectiva profesional y, además, lo estaban pasando muy bien. Cuando lo creyera oportuno, le diría que le había surgido trabajo en el este y la prepararía para la despedida final.Y también tendría que prepararse él. Y era desagradablemente consciente de que dejar a Beth no iba a resultarle fácil.