CAPÍTULO 14

   

 

Se habló mucho de la fiesta en honor a la señorita Elizabeth, y mi madre no dejaba de decir lo bella y encantadora que era la señorita Wellington. No mencionó a Edmund y agradecí que no lo hiciera. Evité pensar en él durante días, luego de que me viera llorar en la fiesta me sentía avergonzada de lo ocurrido y un encuentro habría sido embarazoso.

  —¡Qué muebles tan espléndidos, deben valer una fortuna! Y sus jardines… Oh, Evelyn, si ese joven se fijara en ti harías una boda tan espléndida como la de Harriet.

  Miré a mi madre y le dije que dudaba que ocurriera tal cosa.

—Pero bailasteis con él más de dos piezas querida, y con ninguna bailó más de una pieza.

Lady Ophelia al parecer no se había perdido detalle de la fiesta.

  —Pues yo creo que ese caballero está interesado en ti, pero es muy tímido y reservado—insistió.

  —Madre, no me dijo nada significativo, solo bailamos. Por favor, no se hagas ilusiones, recuerde lo que ocurrió con Anthony.

  Ella enrojeció lentamente.

—Pues déjame decirte señorita, que eso fue culpa tuya. Le ignorabas, todo el tiempo, diste de calabazas al pobre joven y al final se hartó. Una joven debe ser más amable, sin ser coqueta ni caer en la vulgaridad por supuesto. Un interés excesivo espanta al enamorado más audaz, pero la ausencia de este también enfría el entusiasmo de cualquier hombre.

   Una pequeña disertación sobre cómo coquetear con discreción, como demostrar interés sin que el caballero nos crea “presa fácil”.

   Beth entró en el comedor con serio semblante poniendo fin a la conversación. De pronto me extendió un sobre.

   —Para usted señorita.

  Tomé el sobre pensando que era de Malcolm, fue el primer pensamiento que tuve. ¡Oh, qué tonta! No debía pensar en él.

  No era Malcolm por supuesto, era una invitación muy formal de Forest Garden, la mansión de la familia Wellington. Pero no la había escrito Edmund sino su hermana Elizabeth y simplemente me invitaba a una reunión el martes por la tarde.  Al parecer quería hacer nuevas amistades.

Ella me miraba, esperando ansiosa una explicación. Cuando le dije, su rostro se animó al instante.

  —Madre por favor, no te agites, la invitación es de la señorita Wellington–dije.

—¡Oh, pamplinas! Volverás a ver al joven Edmund. Y Evelyn, por favor, no le dejes ir… Es un magnífico candidato. No encontrarás uno más regio.

  —¡Es que no depende de mí, lady Ophelia! Es un partido muy codiciado, ¿sabe? Y hay demasiadas beldades esperando atraparles—bramé enojada.  Estaba harta de sus presiones, de que intentara casarme a toda costa. Me habría casado con Osvald que era tímido y poco agraciado, solo porque era el heredero de una gran fortuna y ahora planeaba atrapar al pez más gordo del condado. Lamento usar términos tan vulgares, pero no encuentro otro más apropiado.

    Pero lo que más me entristecía era la posibilidad de ser desdeñada nuevamente y pasar mi vida en soledad, como una perfecta solterona rumiando sobre el recuerdo de un amor perdido: Malcolm.

—Por supuesto que irás querida mía, y llevarás el vestido más bonito que tengas guardado. Tu cabello debe estar perfectamente peinado. Y no dejes al azahar ningún detalle. Debes estar preciosa y arreglada. Podrá haber muchas beldades audaces ansiando atraparle como dices, pero solo una podrá pillarle, y esa debes ser tú.

  Iría por complacerla por supuesto. Y porque me agradaba esa joven. No me hacía ilusiones con respecto al heredero.

 

                            *********

 

 

Estaba contenta, me agradaba salir y hacer nuevas amistades, en realidad mi única amiga se había mudado hacía años y rara vez recibía carta suya.

    Mi madre no había querido que hiciera amistad con los hijos de los parroquianos, decía que debía tener amistades selectas. Porque temía que me casara con algún joven pobre seguramente. Ella siempre lo planeaba todo, decía que de nuestras amistades dependía nuestro futuro marido.

  Ahora por primera vez empezaba a hacer una amistad, con alguien a mi altura, que era lo permitido entonces. Imagino que me criticarán por ello, pero debo decir a favor de mi madre que todo fue enteramente mi culpa, no sabía hacer amigos, era tímida y rara vez iba a fiestas hasta que tuve la edad apropiada.

   Siempre era grato visitar la mansión de la familia Wellington, tenía un paisaje hermoso, sus jardines, el bosque circundante…

  Un criado con librea tomó mi capa y sombrero y otro me guió hasta una sala, donde fui anunciada con mucha ceremonia.

Ver a Edmund junto a su hermana, que tocaba el piano y cantaba con una voz melodiosa y bonita, me provocó un sobresalto. Estaba muy guapo con su traje oscuro y aire taciturno. Aunque debo decir que casi sonreía en compañía de su hermana.

  Había otras jóvenes invitadas, imaginé que de las mejores familias del condado, tenían unos vestidos que solo podían ser confeccionados en Londres o en Paris. Una de ellas hasta hablaba con acento francés. Eran bonitas, y supuse que además eran las “ricas herederas” del condado. Y sus ojos rapaces, no se apartaban de Edmund ni un instante.

  Mi presencia despertó varios gestos interrogantes, altivos.

Procuré dominar mi timidez natural, no quería que me creyeran inferior a ellas, yo también había sido invitada y Elizabeth me rogó que la acompañara a tocar el piano. Fue un desafío hacerlo. No tocaba muy bien y me sonrojé…

   Pero debí complacerla, no podía negarme, era una regla de cortesía.

Me explicó cómo hacerlo y escogió una pieza fácil, afortunadamente. Pues hacer el ridículo frente a esas damas y frente a Edmund habría sido más que penoso.

  El se mantuvo impasible, me había saludado por supuesto, pero no exteriorizó entusiasmo alguno y poco después se retiró con los caballeros presentes a cabalgar por los campos para cazar alguna zorra en la pradera. Les observé desde la ventana.

  Una de las jóvenes, acaparaba la conversación relatando cómo había sido su último viaje a Paris. Todas la escuchaban con interés. Se llamaba Georgette Richmond, y supuse, era la hija de la condesa Helen Richmond. Gente muy rica y acomodada, pertenecientes a la nobleza.  Recordé que Edmund había conversado con esa joven durante la fiesta, pero todavía no había ningún compromiso. Mi madre lo sabría por supuesto y yo sería la primera en enterarme.

  —Señorita Evelyn, ¿fue usted a un internado en el extranjero?—preguntó una de las jóvenes.

      Le dije que no, que había tenido una institutriz. Mis padres no habrían podido costear semejante excentricidad. Apenas pudieron hacerme una fiesta de presentación en Londres, con la ayuda de mi madrina…

     Entonces, alguien recordó  mi anterior compromiso, una de las jóvenes pelirrojas, hermanas las tres, poco agraciadas y el rostro cubierto de pecas. Era desafortunado mencionar tal cosa, una falta de cortesía. Y además coincidió con el regreso del heredero.

    Procuré serenarme y mientras bebía té dije que mi prometido había muerto en un viaje por mar. A lo que todas dijeron “¡oh, disculpe señorita Hererston, no sabíamos, qué desafortunado para usted!”

  Sentí su mirada inquisitiva, la del joven Edmund. Elizabeth acudió a mi auxilio, cambiando rápidamente de tema, era una joven bondadosa.

 

   Luego del té dimos un paseo por los jardines, pues Elizabeth quería mostrarnos su pequeño jardín privado, donde pasaba horas leyendo o bordando. Era una joven muy agradable y parecía ansiosa de agradar y hacer nuevas amigas. Pero la elección de sus invitadas no había sido del todo afortunada. O debo decir que aunque fueron muy amables conmigo, no les agradaba que integrara un grupo tan selecto de ricas herederas.

    Elizabeth sin embargo me despidió rogándome que fuera a verla cuando lo deseara. Que habría un baile la semana próxima y ansiaba contar con mi presencia. Le dije que sí, pero luego pensé que no se estilaba ir a una fiesta sin la correspondiente invitación formal.

    Cuando subí al carruaje Edmund me ayudó extendiendo su mano cálida, observándome con expresión pensativa. No habíamos conversado más que un momento durante el té, y nuestra charla había sido cortés, no personal.

    Me pregunté si acaso todo no había sido un invento de la amiga de mi madre al decir que ese caballero había estado mirándome toda la noche durante la fiesta de sir Anthony.

  Confieso que empezaba a preocuparme el asunto. No quería involucrarme ni hacerme ilusiones, pero cada vez que le veía sentía algo…   Y no sabía bien qué era, pero era cierta incomodidad, cierto rubor, cierto temblor…

    Y no quería enamorarme. Todavía amaba a Malcolm y no quería aferrarme a un joven que luego perdería interés y se esfumaría como un sueño. Además estaban esas señoritas, las ricas herederas, rubias, morenas, bellas con sus trajes carísimos. Seguramente escogería a alguna de ellas… Aunque no todos los jóvenes estaban tan ansiosos por casarse, como esas jovencitas amigas de Elizabeth por ejemplo.

 

   Al margen de mis fantasías y temores, mi amistad con la señorita Wellington floreció y de pronto nos encontramos compartiendo libros de poesía y algunas novelas románticas. Iba a visitarla a menudo, y encontraba a su hermano por supuesto y también a sus amistades.  Pero ellos solían alejarse a recorrer el bosque y en muy raras ocasiones mantuvimos una conversación. Edmund era amable, cortés, pero no percibí que estuviera interesado en mí. Era un joven frío y callado. Y lo poco que supe de él, que había estudiado leyes en Oxford tres años, que había viajado por el mundo hacía tiempo y que nunca antes había estado comprometido, lo supe por su hermana Elizabeth. Ella estaba muy unida a su hermano, tal vez porque eran solo dos hermanos. El parecía cuidarla y en una ocasión le vi conversar en privado con sir Anthony. Oh, sí, mi antiguo pretendiente. Era un visitante asido de la mansión Wellington, y Elizabeth parecía tenerle cierto afecto. Me pregunté si estaría enamorada de él y si su hermano aprobaría dicha “amistad”. Tenía otros pretendientes, un enjambre de ellos, pero a ninguno prestaba atención, excepto al joven Anthony. Era muy guapo, con cierto encanto viril muy atrayente. Su interés por mí había pasado, aunque cada vez que le veía sus ojos me admiraban y brillaban con interés. Supuse que debían gustarle todas las jóvenes bonitas pero no deseaba comprometerse todavía. Y que no sería un marido apropiado. Se le iban los ojos tras las beldades rubias, morenas y nadie podía adivinar si estaba seriamente interesado en alguna de ellas. Yo creo que le interesaba Elizabeth, pero que era un interés producto de la codicia. No porque estuviera enamorado.

    Claire había dicho que buscaba esposa, y durante algún tiempo había flirteado conmigo pero ahora conversaba en privado con el joven Wellington. ¿Pediría su mano? Pobre Elizabeth, merecía algo mejor que ese bandido. Pero no podía interferir.

  Di un paseo en su compañía y entonces, se acercó un joven para saludarla. Otro enamorado. Sin embargo al ser presentados sus ojos se clavaron en los míos, grises, profundos. Era muy atractivo, alto, atlético y rubio, su rostro ancho irradiaba vitalidad, y de pronto me recordó a un retrato de san Jorge matando al dragón, pues había algo marcial y gallardo en su estampa.  

  El joven, Justin Hillton de Tower Trent, era un viejo amigo de Edmund, y al parecer acababa de regresar de un viaje de Italia. Vaya, ahora todos los jóvenes se dedicaban a recorrer el mundo. Supuse que era rico, por su elegante vestir y el lujo de su carruaje, pero pensé que nunca se fijaría en mí, y que su mirada de admiración era como la de sir Anthony.

   Su visita alegró mucho al heredero, y juntos se alejaron a caballo por el bosque. Anthony les siguió pero su caballo no pudo alcanzar a los amigos.

—Un caballero muy guapo. Os miró—dijo de pronto Elizabeth mientras paseábamos.

  —También a ti os miró—fue mi respuesta.

—Oh, no, para él soy una chiquilla. Es el mejor amigo de mi hermano, ¿sabe? Sus propiedades lindan con Forest Garden. Y creo que le gustaste. El no suele mirar así a las jóvenes. Y eso que han intentado pescarle más de una vez. Ya sabes. Las niñas casaderas del condado. Mary, Georgette y Anne. Por nombrarte algunas. Aunque Georgette quiere pescar a mi hermano. Es tan evidente la pobre, no se da cuenta de que él no quiere saber nada del asunto.

  —¿De veras?—no pude evitar preguntar pues había notado que la joven parecía compartir cierta amistad con Edmund y descubrir este hecho, debo admitir, había despertado mis celos.

   Elizabeth miró hacia el bosque.

  —Oh, sí, hace tiempo que la señorita Georgette está enamorada de mi hermano. A veces me da pena, porque él jamás se fijará en ella. La conoce desde que es una niña. No tiene magia el conocerse desde tan pequeños ¿no cree señorita Evelyn?

—No sabría decirle, no tengo amigos en el condado, mi mejor amiga se mudó y solo me escribe de vez en cuando—le respondí con inesperada franqueza.

  Ella sonrió.

—Mi hermano es muy exigente ¿sabe? Y a pesar de su encanto y belleza, de su herencia, él no se fija en cualquier joven. Es muy caballero, ¿comprende? Mis amigas son mis amigas, y solo si realmente se interesara seriamente en una le hablaría…   Señorita Evelyn, escuche, lamento mucho la indiscreción de Georgette al preguntarle por su prometido.

—OH, descuide… No importa, ya pasó.

—¿Le quería mucho usted?—quiso saber.

  Había en sus ojos tal inocencia que no pude menos que sonreír.

—Era un viejo amigo de infancia. Sentí su pérdida, pero siento que ha pasado tanto tiempo desde eso—le respondí.

  No quise decirle que me casaba con él obligada por mi madre, era necesario mantener las apariencias. No deseaba que pensara que era como esas jovencitas, desesperada por pescar un marido apropiado. Tenía mi orgullo, y mi familia era noble, aunque no tan floreciente como otras.

—Qué tragedia. Morir en el mar. Imagino su pena. Perdone a Georgette, ella está celosa de usted.

—¿Celosa? ¿Y por qué habría sentir celos de mí?

Ella sonrió con picardía pero no me respondió.

  Llegamos a un lago y de pronto habló sobre la leyenda de ese lugar. Y yo pensé en Malcolm sin darme cuenta. Recordé un paseo por Waddeson Manor. Tuve la sensación de que habían pasado siglos desde entonces.

   De pronto oímos unos caballos y les vi juntos y por un instante creí que era Malcolm que se acercaba. Me incorporé asustada. No podía ser. Una visión. No era la primera que tenía. Con frecuencia había creído verle llegar a Fendon, pero no era él, nunca era él sino alguien que a la distancia se le parecía. El joven que acaban de presentarme, sus ojos me miraron con cierta admiración al tiempo que se tocaba el sombrero a modo de saludo. Pero Edmund no parecía tan contento con el encuentro, sus ojos me observaron con fijeza, parecía enojado y ansioso por alejarse. Fue el primero en hacerlo con su semental negro, el blanco del caballero rubio le siguió a escasa distancia.

  —Es muy guapo, ¿verdad? Quisiera saber qué dirá Anne Lyton cuando se entere. Toda su vida ha estado enamorada de Justin, pero por supuesto él la ignora por completo. Qué triste debe ser amar y no ser correspondida, ¿no lo cree así señorita Evelyn?

  Asentí y de pronto sentí frío.

  —Disculpe, temo que debo regresar—le dije entonces.

   Ella me miró sorprendida. Yo me alejé corriendo, de nuevo tenía ganas de llorar  y no soportaría que me vieran con los ojos hinchados. El hermoso paisaje y la tarde se habían arruinado por el fantasma de Malcolm. ¿Es que nunca me dejaría en paz?