CAPÍTULO 12

 

  Regresé a casa de tía Lidia más animada y esta me recibió con gran entusiasmo.

—Oh, querida, ese joven vino a verte el otro día. Quería hablar contigo. Allan.

   No pudo ser más inoportuna su noticia. Allan. Me estremecí, ¿por qué diablos no me dejaba en paz?

  Beth me miró.

—Pero cuéntame querida, ¿cómo está Deirdre y su esposo? Son gente tan amable…

  Le hablé de Deirdre y de su mansión, tía Lidia me escuchó con atención y de pronto se quejó de que estaba más delgada y dio órdenes a Ruth de que sirviera el almuerzo enseguida.

   Tal vez era tiempo de volver a mi casa. Pero si me iba no volvería a ver a Malcolm y si lo hacía… Debería soportar las atenciones de Allan. Estaba en una encrucijada y de pronto pensé que Bath tenía razón, que esa amistad era muy inapropiada.

     Alguien debió avisarle de mi regreso porque Malcolm fue a visitarme al día siguiente. Salimos a cabalgar y siempre recordaré esos momentos con cariño y nostalgia. Fue mi primer amor, ese primer amor que nunca se olvida. Era la primera vez que amaba y era amada, aunque ese amor fuera como un sueño de juventud. ¡Pero era tan bello ser amada!… Me hacía feliz, me hacía más fuerte, me hacía crecer.

     Nos vimos varias veces esa semana, como si presintiéramos que algo ocurriría. Deseando vivir esos días como si fueran los últimos.

    Tía Lidia no dijo nada al respecto, sabía que tenía sur reparos, pero pensó que no tendría importancia.

     Y Beth por primera vez me vio salir a cabalgar sin decir una palabra. Ignoraba a qué se debía el milagro, quizás ella misma se había hartado de sermonearme.

     Era tan feliz que escribí a mi madre y pensé que después de todo no era tan desafortunado como decían las comadres de Devon.

 

  Hasta que ocurrió el incidente en el bosque y comprendí que un sueño puede convertirse en pesadilla.

    Una mañana daba un paseo recordando esos momentos que habíamos compartido juntos y su promesa de que algún día íbamos a casarnos. Lo había dicho, era todo cuanto deseaba. Sentí que flotaba en una nube.

  Me gustaba mucho caminar y acercarme al lago, tirar piedras y ver como se hundían. Eran momentos de paz en esa incipiente primavera, luego de un invierno tan húmedo y gris. El cielo tenía un color celeste ese día, y unos rayos de sol se filtraban entre los árboles. Los pájaros cantaban y nada podía romper la paz de ese momento.

  Hasta que le vi parado frente a mí, como un malévolo fantasma. No podía ser. Allan estaba frente a mí y ni siquiera había oído sus pasos. El muy maldito debió avanzar como un gato sin hacer ruido.

  —Usted, ¿qué hace aquí? ¿Acaso se volvió loco? —dije.

  Comencé a temblar y retrocedí, lista para echarme a correr.

  Él me miraba pero no podía descifrar la expresión de sus ojos.

—Espere, no huya, no he venido a hacerle daño. Por favor. Solo he venido a hablar con usted. A disculparme personalmente por lo ocurrido y a decirle que no he dejado de pensar en usted… Todo este tiempo.  La amo señorita Hererston.

    Me quedé inmóvil, perpleja. Una manera extraña de amar, pensé. Si los enamorados eran tan salvajes en esos tiempos, Dios mío, que sería de todas nosotras en el futuro.

  —Pero yo no le amo, y no veo razón alguna para que se atormente. Acepto sus disculpas, pero le ruego que se marche y me deje en paz.

  —Sin embargo yo podría convertirla en la reina de Waddeson. A su tía le complace mucho la idea, cree que es lo más apropiado. Luego de lo ocurrido… Temo que sea lo más conveniente. Mi primo ha estado visitándola, ¿no es así? Pero tengo un recuerdo suyo conmigo, un pendiente que perdió ese día. Tal vez deba contarle lo ocurrido entre nosotros para que comprenda que jamás podrá casarse con usted.

  —Y yo le denunciaré a los tribunales si lo hace.

  —¿Lo haría? ¿Se atrevería a enfrentar la vergüenza pública de haber estado en mi cuarto señorita Hererston? ¿Y quién le creería? ¿Quién podría creer en su inocencia? Diré a todos que fue mi amante, y Malcolm será el primero en saberlo.

  Sentí deseos de abofetearle.  Oh, le habría matado con mis manos, le odiaba, era un perverso. Quería perjudicarme, furioso porque lo había rechazado. Nunca imaginé que llegaría tan lejos, pero de pronto comprendí que estaba en sus manos. Tenía razón, nadie me creería.  Y no solo mi reputación quedaría arruinada, mi vida entera.

 

Esa fue la razón por la que me alejé, con mis sueños de amor destrozados, sabiendo que jamás podría casarme con Malcolm. Que si acaso aceptaba su proposición en el futuro, Allan contaría mi secreto.

  Derramé muchas lágrimas mientras viajábamos en tren, y tuve la sensación de que el mundo terminaba para mí.

  Tía Lidia había intentado persuadirme pero sabía que debía irme, cuanto antes, sin despedirme de Malcolm, sin decirle nada.

  Debí hacerlo, ese hecho me atormentó largo tiempo. Todo aquello que pudimos hacer y no hicimos por salvar un amor, se vuelve una carga terriblemente pesada.

  —Fue lo mejor señorita Hererston. Es usted joven, encontrará alguien más adecuado—opinó Beth.

  Al llegar a Fendon Manor supe que algo malo ocurría pues había muchos carruajes y las cortinas estaban echadas.

   Beth se acercó a ver qué ocurría y regresó poco después con la triste noticia. Mi padre había muerto el día anterior y lo estaban velando en la mansión.

   Tenía los ojos rojos, y estaba muy nerviosa. No imaginé que Beth quisiera a mi padre, él parecía ignorarla por completo.

  Mis piernas se aflojaron y me ocurrió lo mismo que a mi madre cuando se enteró que Osvald había muerto, me desmayé.

  Fueron días muy penosos, mi madre permaneció semanas encerrada en su habitación sin desear ver a nadie. Beth fue quien se encargó de todo, quien organizó el funeral, y recibió a las visitas. Mi hermana Helen escribió diciendo que no podía ir porque estaba por tener a su hijo y su doctor dijo que el viaje podía ser riesgoso en su estado.

  Llegaron parientes de todo el condado y muchos amigos y vecinos del condado a presentar sus respetos.

En ese entonces creo que me olvidé de Malcolm por completo y de Allan. Estaba de nuevo en mi casa, todo había cambiado y debía hacer frente a una mansión inmensa sin tener ninguna idea de cómo lo conseguiría.

  Afortunadamente tenía a la señorita Stuart, ignoro qué habría hecho sin ella en los peores momentos de mi vida. Ella fue quien organizó a la servidumbre, administró el dinero, y logró que mi madre abandonara la habitación y fuera capaz de enfrentar al mundo, sin mi padre.

   Y al principio fue una compañía triste.

  Cuando supimos que Helen había dado a luz una hermosa niña que llevaría su nombre respondió con un gesto de indiferencia.

  —Qué pena, su esposo deseaba tanto un hijo varón—dijo luego.

Y después comenzó a pensar en nuestro futuro, en el sobrino de su marido que se quedaría con Fendon algún día.

  El sobrino en cuestión, Richard, había ido al entierro pero no había regresado a la mansión.

  Los abogados, que fueron días después de la tragedia, me dijeron que mi dote estaba asegurada y también que ese sería nuestro hogar mientras viviéramos. Pero mi madre no era tan optimista. No dejaba de echarme en cara que aún no me había casado y ya tenía veinte años. Que no podía esperar mucho tiempo.

  Una de sus amigas, Claire, fue quien la ayudó en ese asunto.

  Y cuando pudimos dejar el luto, un año después me invitó a una fiesta en su casa para que hiciera nuevas amistades, pues ella creía que con las amistades aparecía el marido adecuado.

    Así fue que conocí a Sir Anthony Radestone. Un soltero de treinta años y aspecto guapo y gallardo, que al comienzo pareció muy interesado en mí.

  Yo debía alentar su entusiasmo con discreción y sutileza, por supuesto.

—Debes ser sensata Evelyn. No tienes alternativa. Sir Radestone, parece un caballero agradable.—dijo Claire.

   Mi madre estaba encantada. Ilusionada, imaginó que en un par de meses sonarían campanas de bodas en Fendon.

   Y era un hombre guapo, viril. Sus ojos cafés siempre brillaban al verme, pero yo no me sentía atraída por el flirt. Aún pensaba en Malcolm. A pesar del tiempo y la distancia… Conservaba esas cartas que me había escrito, a las que jamás pude responder y me preguntaba si podría volver a enamorarme otra vez.

   Su amiga Claire observaba el asunto, muy entusiasmada.

   —Está interesado en ti querida, se lo  ha dicho a mi hijo. Dijo que tenías unos ojos hermosos—aseguró en una oportunidad.

Era un hombre atractivo, debía sentirme halagada, pero no quise alentarle. No deseaba casarme en esos momentos, aunque mi madre me lo recordara constantemente.

 

   Los días pasaron y mi madre pareció recuperarse. Aunque nunca dejó de llevar luto, mi madre se veía más animada, tal vez por la visita de sus amigas Meg y Elizabeth y Claire.

  Y mientras evitaba al pretendiente y  mi madre esperaba que me hablara, me encerré en el cuarto de Harriet para leer su diario y sentirme en paz. 

  Fue entonces que recibí una carta de Malcolm diciéndome que su tío había muerto y que por favor le respondiera. Que él no me había olvidado y que ahora tenía algo que ofrecerme.

  Esa carta me dejó muy afectada. Era un llamado del pasado, y de pronto me encontré llorando sobre ella, sin poder evitarlo.

  Todavía le amaba, oh, no le había olvidado. Y él tampoco, aún esperaba que le escribiera, no entendía qué había pasado.

  Mi carta no debió llegarle, qué extraño. En ella le decía adiós, le contaba que mi padre había muerto y que no podía volver a verle.

  A veces las cartas se perdían. Sin embargo a Fendon siempre llegaban.

   Quise escribirle pero mientras lo hacía sentí que me abandonaban las fuerzas. ¿Qué podía decirle?

  La siguiente carta llegó días después, era tía Lidia, me escribía a menudo y estaba preguntaba por mi madre, estaba muy preocupada por ella. Sabía que estaba triste por la muerte de mi padre y que todavía le extrañaba.

  Mencionaba la muerte del tío de Malcolm, pero daba más detalles al respecto diciendo que finalmente este había sido su heredero y no Allan como todos esperaban. La razón, pues que al parecer no quiso casarse con Ernestine Gurston como le había ordenado, y como cambiaba su testamento constantemente en el último y como venganza por su desobediencia redujo su legado, y dejó a Malcolm, Waddeson Manor.

  Me alegré por él pero luego me entristecí al pensar que ese malvado había estropeado mi felicidad.

   Un golpe a la puerta me volvió al presente, guardé las cartas cuidadosamente y fui a ver quién era. Era Beth, quien  me dijo que había visitas y mi madre requería mi presencia en la sala.

   El tono de la señorita Beth era imperioso y sus ojos me observaron con atención. Vio el libro, las cartas y más allá el cuarto de mi hermana convertido en un pequeño desorden.

   Y como si mi obsesión por investigar la muerte de mi hermana fuera algo usual para ella, hizo un gesto casi de comprensión y dijo que no hiciera esperar a sir Anthony.

  Otra vez ese caballero, qué insistente.  Pensé y guardé todo cuidadosamente y bajé a saludar al joven caballero.

  Este parecía muy galante, con su traje oscuro. Sin embargo en esa ocasión sentí que me observaba con cierto cálculo y frialdad, miraba mis brazos, y la esbeltez de mi talle. Creo que yo le gustaba, le atraía, de lo contrario no me habría prestado atención. Y no era que me fuera indiferente, era un caballero apuesto, agradable, de modales mesurados. Controlado y algo frío, como lo eran todos los caballeros solteros en busca de esposa. Tal vez tuviera de donde escoger, y yo no fuera la única afortunada.

  Esa tarde le llevé a recorrer los jardines de Fendon, como me sugirió mi madre y él habló de su propiedad, con cierto orgullo.

  No quise adentrarme en la espesura, tenía mala experiencia y procuré guiarle por los lugares más concurridos.

  Todos esperaban que me hiciera una proposición, que me hablara pero él no hacía ninguna insinuación al respecto. Parecía vacilar.

  Creo que entonces me convertí en una joven tímida, apocada. Y no había que desalentara más a un caballero que encontrar a una joven fría y poco interesada.

  —Señorita Evelyn, ¿piensa usted en el matrimonio con frecuencia?—preguntó de pronto.

  No lo hacía y fui sincera.

  Mi respuesta le sorprendió.

  —OH, debería, una joven tan hermosa como usted… Es extraño que aún permanezca soltera.

  Sus palabras hirieron mi orgullo.

—Mi prometido murió en el mar—dije rápidamente.

—¿De veras? ¿Entonces usted ha estado comprometida antes? Nadie lo había mencionado—respondió incrédulo deteniendo sus pasos.

  Al parecer estar comprometida antes era casi un delito a sus ojos y palideció al enterarse de que el joven en cuestión había sido Osvald Winston.

   –¿Le quería mucho usted? ¿Aún lamenta su pérdida?

  Vaya ironía, a veces pensaba en Osvald, en ese joven pecoso que había sido mi amigo de infancia. Y tal vez sí lamenté su muerte, pero no con la pena de una enamorada. Mi pena tenía otro nombre.

  —A veces… Fue una tragedia, tan inesperado.

  —Oh, sí, un joven tan bondadoso.

  Cambió de tema y de repente supe que había perdido todo interés en mí. Que saber que había estado prometida le había desilusionado y que no regresaría a mi casa.

  Y cuando eso ocurrió mi madre me echó la culpa.

   —Debiste ser más amable con sir Anthony, Evelyn—me reprochó mi madre días después. —Un pretendiente como ese, y dejáis que se aleje mostrándote fría y soberbia.

   ¿Cómo explicarle a mi madre que no había atracción entre nosotros? Que él podía estar muy interesado en mí, pero que al no haber un interés recíproco la llama del romance se apagaba.  Mi madre tenía la idea infantil de que solo las damas astutas enamoraban a los caballeros de buena fortuna y les llevaban al altar sin siquiera sentir una emoción especial, excepto la del triunfo de haber cumplido con el deber familiar. Como Harriet. ¿Se habría sentido así, triunfal pero vacía por haber dejado atrás su amor por el  joven Delaine?

     Helen tampoco se había casado por voluntad propia. Su madrina fue quien le presentó al rico heredero del condado y luego, una amistad, un noviazgo breve.     Y ahora su esposo se había convertido en su amo y señor. La pobre había dado a luz una niña y ahora debía darle un varón, porque su esposo quería el ansiado heredero.

     Y yo no quería casarme de esa forma, sintiendo que mi marido era un completo extraño, que ni siquiera me agradaba.

  Mi madre jamás podría entenderlo.

  Sin embargo me equivocaba, pues sir Anthony regresó la semana entrante.    

—Evelyn, querida, ven aquí.—mi madre se veía exultante.—Sir Anthony ha regresado y quiere verte.

   Bueno, al parecer no sería tan sencillo librarme de ese caballero. Era insistente. O tal vez sus sentimientos eran más profundos de lo que parecía a simple vista.

  Pero no fue a visitarme simplemente, fue a invitarme a una fiesta en su mansión el próximo sábado. Mi madre respondió por mí. Oh, claro que irá señor Radestone, es usted tan amable…

  Beth suspiró.

   —¿Es que nunca será sensata señorita Evelyn?—me dijo a solas.—El joven Radestone es un buen partido, no deje que se marche. Porque si usted le rechaza tal vez aparezca otro Osvald.

—Tal vez le aceptaría señorita Beth, pero él jamás me ha hablado de sus intenciones. Solo ustedes suponen que lo hará—me quejé.

  —Lo hará cuando usted le demuestre un poco de interés. Pero antes debe olvidar a ese joven, señorita Hererston. Y comprender de una vez que es un imposible.

   Hablaba de Malcolm por supuesto. Sentí un nudo en la garganta.

Debía olvidarle, ¿por qué el tiempo no había borrado su doloroso recuerdo?

 

  Llegó el sábado y acudí a la fiesta. Habría fingido que me dolía la cabeza pero no creí que fuera oportuno, mi madre se habría disgustado.

  Su mansión era mucho más grande que Fendon, columnas de mármol, jardines espléndidos…

   Sir Anthony estaba muy guapo con su traje oscuro de levita y camisa blanca. Sus ojos cafés sonrieron al verme. Me sonrojé como una tonta.

Bailamos. Conversamos y bebimos una copa de vino.

   La mansión era un sitio alegre y concurrido, y las familias más importantes estaban presentes. Las jóvenes más bellas y los caballeros más encantadores. Conocía a algunos, pero a otros no.

   Por primera vez estos notaron mi presencia y me solicitaron la siguiente pieza del baile. Aunque sir Radestone fue quien más bailó conmigo, no me faltó jamás compañero de baile. Íbamos y veníamos, danzábamos, girábamos… Nos acercábamos, nos alejábamos, reíamos…

  Mi madre no perdió oportunidad de presentarme a los invitados más distinguidos de la fiesta. Ella misma conversó animadamente con una docena de señoras, y también con caballeros.

  No me interesaba ser presentada a posibles candidatos (si Anthony finalmente desistía), pero  al verme admirada, hizo que perdiera la timidez. Nunca había despertado tantas miradas de admiración en una fiesta. Aunque debía compartir popularidad con un par de beldades del condado, esto no me importó. Esa noche me sentí bella y buscada y tal vez eso despertó los celos de sir Anthony, quien me observó desde un rincón en un momento con un gesto serio, pensativo. ¿Pensaría que era una coqueta y por lo tanto no era apropiada para él?

  Fue una noche muy divertida, pero noté un cambio en mi “festejante”, cierta frialdad al despedirnos. ¿Estaría enojado o celoso? Estos caballeros terratenientes siempre tan difíciles de conocer. Tan reservados y tan poco demostrativos…

 

  Mi madre estaba muy contenta por el éxito de la fiesta, y empezaba a hacer nuevamente castillos en el aire soñando con una boda tan importante como la de Helen. Beth asintió sonriendo levemente.

    —Hubo un caballero que no dejó de mirar a Evelyn en toda la noche—dijo de pronto su amiga Claire.

   Una de sus amigas, interesadas tomó una carta mientras en su rostro se dibujaba un gesto interrogante. Las otras dos me miraron con interés.

   —¿Cuál caballero?— quiso saber Meg.

  Claire demoró en responder para crear suspenso. Finalmente dijo: —El joven Edward Wellington.

  Las tres se quedaron de una pieza. ¿De veras? Dijeron a coro lanzando exclamaciones de sorpresa.

Debía tratarse de otro heredero soltero y codiciado. Porque la amiga de mi madre se aclaró la garganta para decir:

  —El mismo, queridas amigas. Y sé que le hubiera pedido una pieza pero sir Anthony no le permitió que se acercara. Acaparó la atención de Evelyn toda la noche.

  —Oh, qué honrada debió sentirse.

  —Edward es un joven muy guapo.

  —Todo un caballero. Y su fortuna asciende…

   —Miles de hectáreas, campos y una preciosa casa llamado Forest Garden Manor.

   —¿De veras?

   —Y se dice que busca esposa.

Ellas hablaban sin parar, con mucho entusiasmo y yo me sentí muy tonta al no poder recordar nada del gran heredero que había estado mirándome toda la noche.

—¡Qué pena que no se acercara a hablarle! Bueno, su hija ya está casi comprometida con sir Anthony Radestone.

  Mi madre asintió. Era una dama de recursos. Su mente incansable hacía planes para mi futuro. Si Anthony fallaba, bueno, había descubierto a otro candidato. Un soltero rico, dueño de unas grandes propiedades en el condado.

    Me pregunté si mi vida sería siempre un plan de mi madre. ¿Y qué ocurriría si ninguno hacía una propuesta? ¿Me convertiría en una triste solterona como Beth?

  No di importancia a ese joven heredero, pensé que Claire exageraba. Había dicho que sir Anthony pediría mi mano y eso no había ocurrido. ¿Por qué debía creerle que el soltero codiciado más guapo del condado había pasado la noche mirándome?