CAPÍTULO 3

 

     La visita de mi hermana Helen una semana después fue inesperada. La vi llegar con su carruaje y su fiel criada Mary, tan menuda y tan poco agraciada, siguiéndola como sombra por todos lados.

   Mi madre corrió a su encuentro entusiasmada, como si su visita fuera el acontecimiento más esperado, mientras que mi hermana mayor no hacía más que quejarse todo el tiempo del calor, el viento salvaje y de todo lo que se cruzara por su camino. Siempre había sido quejosa, pero esta vez estaba insoportable.

  Creí que también se quejaría de mi presencia pero no fue así.

     —Evelyn, querida niña, ¡te has convertido en toda una señorita! Y vais a casaros muy pronto. ¡Felicitaciones!

    Le dije que así era, y entonces noté que ahora que iba a casarme yo parecía ser digna de su atención.

  Como antaño había reñido y envidado a Harriet, siempre llena de admiradores. Ella era una niña larga y flaca, con un cabello color trigo penosamente lacio, los ojos claros desvaídos como los de mi padre. En cambio Harriet era castaña, de grandes ojos castaños de espesas pestañas, con esa vivacidad, esa belleza diferente que llamaba tanto la atención, como la de aquella bisabuela que estaba en el retrato del salón principal de la mansión. Era extraño pero no nos parecíamos a nuestros padres sino a esa dama llamada Adèle, mitad francesa, mitad inglesa pero típicamente francesa según los cuentos…

    Helen se alejó con su doncella reuniéndose con mi madre y luego ambas salieron a dar un paseo.

  Durante el almuerzo mi padre le preguntó por su esposo, como si extrañara su presencia en la mansión. Robert no había podido ir por obligaciones de su señorío.  Helen no parecía sentir afecto por este, sus ojos no brillaban sino que parecía molesta de tener que hablar de su marido.  Sabía que no le quería para nada, y que le había aceptado porque era muy rico.

  A media tarde supe que no bajaría a cenar porque estaba cansada, sin embargo como debía estar aburrida, su doncella fue a buscarme para que le hiciera compañía. La perspectiva de quedarme con Helen el resto de la tarde no me seducía y tuve la esperanza, la remota esperanza de que me considerara adulta y  me dijera algo de lo ocurrido con Harriet…

Al entrar en su habitación la encontré pálida, su doncella la abanicaba mientras ella sorbía agua con gesto de pereza. El vestido color malva, precioso, lleno de volados parecía incongruente para una joven tendida en la cama con gesto de hastío. Pero Helen siempre había querido competir con Harriet en cuanto a coquetería y rara vez se la veía en camisón.

    —¡Oh Evelyn, qué suerte, has venido! Siéntate por favor, necesito charlar con alguien…

    Miró de reojo a su doncella, y esta se marchó luego de hacer una reverencia.

     Obedecí mientras observaba que había estado mordisqueando un bollo cubierto de azúcar.

    —Evelyn, querida, te ves delgada… Has crecido tanto desde la última vez que te vi. Háblame de tu boda y de Osvald. Dicen que es un joven muy agradable.

   No sentía deseos de hacerlo, pero le hablé de la boda, de los preparativos. Ella sonrió.

—Es un joven muy rico Evelyn, y vivirás en Winston.  Pero no te veo muy feliz.

  No lo estaba y era evidente.

  De repente la vi palidecer y tenderse, tocando su estómago como si le doliera.

    —¿Qué ocurre? Avisaré a mamá, o al doctor—le dije preocupada.

    —No, nada de doctor ni le digas a mamá, ella sabe… Estoy encinta, Evelyn.

  Helen había enrojecido al pronunciar esas últimas palabras como si estar embarazada fuera una vergüenza. Sabía que las damas no solían hablar del asunto no en forma pública, sino en privado. Y luego, cuando el estado era evidente se recluían en sus mansiones y jamás iban a fiestas.  Tal vez eso fuera lo que tenía a mi hermana de mal talante casi desde su llegada. Pues le encantaba ir a fiesta y dar bailes en su mansión.

  —Mamá lo sabe, y me ha dicho que he sido una tonta, que debí evitarlo Evelyn. ¿Creéis que se puede evitar estar así?

    La miré sin comprender, si no sabía demasiado de la concepción, menos podía saber de  cómo evitarla. Mi hermana estaba ruborizada y furiosa a la vez.

    —Es muy pronto, no he podido dar más que unas fiestas y luego, cuando mi estado sea evidente no podré hacer nada. Dijo que debí negarme, que debí buscar excusas… Como si eso fuera posible.

     No supe qué decirle, parecía molesta. Así que esperé paciente a que cambiara de tema y terminara de desahogarse.

     —Sois afortunada Evelyn, querida, sois muy afortunada en no tener que soportar lo que soportamos las damas casadas…—comenzó.

   Sus palabras me provocaron un agudo sobresalto y recuerdo que la miré y ella sostuvo la mirada desafiante, demasiado molesta con su destino como para preocuparse por primera vez en el qué dirán. Lo que me extrañó. Porque Helen siempre había sido reservada y muy medida en sus palabras. ¿Qué habría dicho mi madre de haberla escuchado hablar así?

  —No comprendo Helen, por qué os veis tan abatida.

    —¿Abatida? No estoy abatida boba, ¡estoy furiosa! —bramó alzando la voz sin dejar de mirarme como si fuera la culpable de mi propia ignorancia.

  —Creí que erais feliz…

  —Pamplinas, ser feliz, ¡claro que no lo soy! Al principio sí, porque creí que todo sería maravilloso. Así es como te pintan el matrimonio hermana y no es más que una trampa de la cual ninguna puede escapar.

  —¿Una trampa?—repetí tragando saliva, porque yo también iba a casarme pronto. Y me intrigaba saber qué era eso que tanto ponía a mi hermana de un humor de perros.

  —A lo que me refiero pequeña ignorante…—empezó haciendo ese gesto soberbio que tanto le conocía.

  Odiaba cuando me llamaba así, pero con los años casi me había acostumbrado. Porque cuando no estaba Harriet para defenderme Helen se burlaba de mí, me llamaba pequeña boba, pequeña ignorante, palurda y también pequeña imbécil. Ahora la pequeña tonta la escuchaba y ella se quejaba de su infelicidad. Debía estar muy fastidiada, pero…

   —Bueno, ya lo sabrás cuando llegue el momento, no es de damas contar lo que ocurre en la intimidad entre un hombre y una mujer.  Solo espero que ese joven sea delicado y no te lastime. Y no te deje encinta enseguida como me ha ocurrido a mí. Porque imagino que entiendes de lo que te hablo tontita ¿no es así?                                                                                                                                                                 

    Algo sabía pero de pronto tuve deseos que Helen me sacara de dudas y me dijera toda la verdad.

—No, realmente no lo sé hermana. Si me dijeras, tal vez podría entenderte—le dije.

  Su mirada se volvió fría, especuladora, dio vueltas al volado de su falda y de pronto habló.

—El matrimonio no es un cuento de rosas Evelyn, mejor que lo sepas cuanto antes.

    —Eso ya lo dijiste, quiero saber lo demás.

   —Una verdadera dama jamás menciona esos asuntos.

    —Si nadie me dice no sabré de qué se trata ni podré…

    —Mamá cree que es lo mejor, pero sabes, yo sí sabía, lo que me ahorró el susto que tienen muchas esa noche por su completa ignorancia.

    Así era Helen, incisiva, y malvada. Disfrutaba creando misterio e intriga para luego dejarte en ascuas.

   La conversación se había vuelto incómoda y aunque me había vencido la curiosidad, pensé que no quería oír de sus labios un asunto tan delicado como ese.

   —Bueno, ahora vete por favor, han comenzado las nauseas otra vez y creo que devolveré todo… Oh, llama a mi doncella, llámala por favor…

  Obedecí al instante.

Los días siguientes mi hermana sufrió vómitos y hasta mi madre se impacientó y llamó al doctor Edwards.

  Pero todo era según lo esperado para su estado, del que mi madre no habló, solo asintió hablando en privado con el médico para que nadie pudiera oír nada. Al parecer estar encinta era todo un secreto, un secreto  vergonzoso. En ningún momento mi madre mencionó que iba a ser abuela por primera vez y de pronto comprendí que mi familia era extraña. Demasiado celosa de las convenciones, de lo que era correcto, y también muy amante de los silencios y de los secretos… Y eso era al final lo que tanto lamentaría.

   Cuando Helen estuvo mejor, una semana después, dimos un paseo por el parque. Ese día estaba radiante, rozagante, los malestares habían desaparecido dándole una tregua.

   Ella se acercó a la fuente con la ninfa en medio del jardín y recordó cuando era niña y jugaban con Harriet al escondite. Era la primera vez que la mencionaba en tiempo y lo hacía con alegría, evocando una infancia de juegos y travesuras pues de niñas al parecer eran muy unidas, a pesar de tener cinco años de diferencia.

—Pobre Harriet —dijo de pronto con expresión sombría.

    Se había detenido frente a un nogal. Viajaba en el tiempo y tal vez recordaba su muerte con pena y compasión.

    —Eso nunca debió pasar. Era tan hermosa, tan llena de vida… Morir así… A veces temo que me ocurra lo mismo, que cuando tenga a mi bebé…

Sus palabras me animaron a preguntar.

   —¿Ella iba a tener un hijo?

    Helen me miró sin verme, ensimismada en sus pensamientos. Frotó sus brazos como si un frío intenso recorriera su cuerpo.

     —Siempre es así, cada vez que recuerdo a Harriet me estremezco, tiemblo, siento miedo… Dijeron que murió de parto, pero ella jamás dijo estar encinta.

  —Bueno, tú tampoco lo dices, ni nuestra madre lo hace…

  —Es distinto. Me refiero a que no es de buen gusto hablar del embarazo, solo han de saberlo nuestros maridos y nuestra madre. Por si luego se malogra, ¿comprendes?  Y Dios sabe cuánto evité que ocurriera… ¡Ay Evelyn, tengo miedo!

    Helen me abrazó y vi terror en sus ojos, tenía las pupilas dilatadas, temía al parto, porque Harriet había muerto al dar a luz. Y sin embargo nadie de su familia, ni su mejor amiga sabía que estaba encinta.

    —No ocurrirá Helen, todas las mujeres dan a luz y tienen muchos hijos. Si todas sufrieran esa tragedia la humanidad se extinguiría…

    —Pero ha pasado Evelyn, ya ha pasado en nuestra familia algunas veces, no somos buenas para parir hijos y eso se hereda… Lo oí decir a mi suegra una vez.

    Comprendí, ya no era una niña, y al parecer la suegra de mi hermana no era muy bondadosa que digamos al hacer ese comentario. Pero en esos momentos pensé que los miedos de Helen eran provocados por su estado, tal vez todas las mujeres tuvieran miedo al saber que tendrían un hijo.

Lo que me interesaba era saber qué había ocurrido con Harriet y tal vez no tuviera otra oportunidad de hablar con sinceridad con esa hermana de carácter tan antipático y cambiante.

  —¿Por qué nadie sabía que Harriet estaba encinta? Ella era tan alegre, ¿por qué ocultarlo?

    —Solo tenía unos meses… Tal vez iba a contarnos después. Pero perdió al bebé y también murió. Eso fue lo que nos contaron en Whitehall  Manor los familiares de su esposo. Fue tan extraño, la habíamos visto la semana anterior, estaba radiante y era tan feliz. Su esposo… Creo que realmente la amaba, no soportó vivir sin ella y se suicidó poco después.

    —¿De veras?

     —¿Nadie os contó Evelyn?—parecía sorprendida—Bueno, fue un triste asunto.

      —¿Y Harriet amaba a su esposo?—quise saber.

    —Enamorada no lo sé, Harriet no era apasionada ni demostrativa. Y además os repito que era muy reservada en sus asuntos.

    —Pero aceptó casarse con Thomas Willmond.

    —Mamá la obligó, ella no quería. En realidad lo hizo porque era lo más acertado y solo una tonta se hubiera negado. Y Harriet no lo era por supuesto.

  Helen miró a la distancia mientras emprendíamos lentamente el camino de regreso.

    —Evelyn, ya no eres una niña, pronto serás la esposa de un caballero y vivirás en un gran señorío. Harás un buen matrimonio y eso es lo importante. Nuestros sentimientos han de ser razonables, no románticos. Harriet hizo lo que se esperaba de ella, y encontrarle ese esposo no fue tan sencillo. Aunque tenía muchos pretendientes guapos… No tenían fortuna, o era escasa. Thomas Willmond era el mejor partido, por eso la casaron con él.

    —Pero el día de su boda estaba tan feliz, parecían tan enamorados.

    —Lo estaban… Ella estaba enamorada de su buena fortuna y él de su hermosura. Porque su novia era la joven más hermosa del condado y eso es en definitiva lo que todos los hombres sueñan. No seas ingenua, si fuerais fea, o no tuvierais la edad apropiada sería muy difícil conseguirte un esposo.

    —Entonces Harriet nunca amó a Thomas Willmond.

    —No. Pero creo que le simpatizaba y luego… Bueno, después de casada, es verdad que los vi muy felices. El la seguía como un perrito faldero y ella se escabullí a escribir sus cartas, y daba paseos por el pueblo o largas caminatas. Harriet nunca pudo estarse quieta y no me explico cómo pudo quedar encinta y soportar estos malestares sin que nadie lo supiera. Imagino que debió sentirse muy mal… Palidecer, engordar, o estar de un humor pésimo. Pero eso nunca le ocurrió a Harriet, ella siempre estaba radiante, alegre, inquieta…

    —¿Nunca os comentó nada íntimo?

   Helen me miró molesta.

     —Por cierto que no, no éramos muy unidas entonces. Reñíamos como suelen hacerlos las hermanas y de haber tenido problemas maritales…Ni su mejor amiga debía estar enterada, os lo aseguro. Porque Harriet era muy reservada, tenía muchas amigas y se divertía mucho flirteando con muchachos antes de su boda pero en el momento de contar sus cuitas… Ella las guardaba celosamente. Solía decir algo... “Cuando quiero que algo no se sepa no se lo cuento a nadie, ni a mi mejor amiga.” Y tal vez eso hizo, callarse sus penas, su descontento… O simplemente era feliz junto a su marido y no había nada que contar.

   —¿Y no tuvo enamorados secretos? ¿Pretendientes que la buscaran luego del matrimonio?

  Aquellas palabras enfurecieron a mi hermana que enrojeció lentamente hasta que su rostro se convirtió en una manzana madura. ¿Qué había dicho para enojarla tanto?

  —Mamá os habría abofeteado si os escuchara hablar así, Evelyn. Harriet era un poco frívola, pero jamás fue alocada ni tuvo amoríos clandestinos.

  —Perdona, no quise decir eso solo que…

  —¿Qué alguien la asesinó? Eso sí que es una fantasía, una completa fantasía. Harriet era una niña mimada en esa mansión, todos la adoraban, su esposo también. Ya ves que él se suicidó luego de su muerte, porque no soportó vivir sin ella. Eso pocos hombres lo hacen, la mayoría busca otra esposa rápidamente. Y si no hablamos del asunto en vuestra presencia fue porque todos estábamos muy afectados, su muerte me afectó mucho. Nosotras siempre reñíamos, sabes, desde pequeñas pero era mi hermana y jamás imaginé que la tragedia se abatiría sobre nuestra familia de esa forma. Vos erais una niñita, ¿por qué íbamos a deciros la verdad? Era muy penoso mencionar a Harriet y mi madre se desmayó al enterarse, sufría mareos y hasta ahora, creo que no se ha repuesto de su pérdida. Os ruego que no le hables a mamá de este asunto porque la afectará.

  —No lo haré, pero necesitaba saber la verdad.

  Helen movió la cabeza nada convencida.

  —La verdad, la verdad nunca la sabremos. La verdad es lo que otros esperan que creamos. Harriet era la niña mimada, la esposa perfecta. ¿Quién querría hacerle daño? ¿Y creéis que si su muerte fuera dudosa su esposo no habría investigado? Bueno, tal vez no por el escándalo. Pero Evelyn, no os hagáis misterios donde no los hay.  Además, han pasado diez años.

  Tal vez debí mencionarle la carta que había encontrado, pero algo me impulsó a guardar silencio.

    Mientras regresábamos a la casa, contemplé las nubes blancas surcando el cielo sin prisa, coronado ese espeso bosque de abetos y cipreses. Ese paisaje que me era tan familiar, el de mi hogar, Fendon Manor, una pequeña mansión campestre de Devon.

  Era la primera vez que hablaba con mi hermana como dos amigas.

   Sin embargo el momento de intimidad no volvió a repetirse, Helen se marchó la semana entrante y no volvimos a hablar de Harriet.