Capítulo 9
Callum, de pie en el despacho de su oficina,
estaba mirando el paisaje de edificios de acero y cristal bajo el
cielo plomizo de Londres. Se inclinó sobre la mesa y pulsó el botón
de su intercomunicador para hablar con su secretaria. Ordenó a
Rosemary que cancelara todas sus citas para los próximos días.
Después se llevó la mano al bolsillo de la chaqueta, sacó la
cartera y extrajo un trozo de papel. Era una nota manuscrita y
conocía su contenido de memoria. Pero aun así desdobló el papel y
leyó compulsivamente lo que decía. Unas pocas líneas que lo habían
recibido a su regreso de Nueva York, dos meses atrás. La nota decía
que lamentaba rechazar su amable oferta, aunque la apreciaba en
todo su valor. En tales circunstancias, consideraba que nada la
retenía en Londres y había decidido dejar en manos de Derek la
venta de los Laboratorios Felt y volver a Panamá. Callum repasó la
nota otra vez, el gesto crispado, y su desesperación creció cuando,
en la despedida, Destiny le deseaba lo mejor para el futuro. Callum
arrugó la nota entre los dedos, pero inmediatamente la alisó de
nuevo y la guardó en la cartera. Fue hasta la puerta y salió al
despacho exterior dónde estaba Rosemary.
—¿Sabe cuándo volverá de su viaje, señor
Ross? —preguntó Rosemary.
—No estoy seguro, pero intentaré ponerme en
contacto contigo. Allí dónde voy puede que las líneas telefónicas
no sean de fiar.
Sintió una emoción nueva al tomar la
decisión. Dejaría de torturarse con las imágenes de Destiny
acudiendo a su cabeza a cada instante. Tenía que tomar de nuevo las
riendas de su vida y dejar de engañarse con la falsa asunción de
que estaba mejor sin ella. Iría a Panamá, la encontraría y, al
menos, le pediría una explicación. Ella se había marchado y ni
siquiera había tenido la oportunidad de declararle su amor. El
orgullo y el miedo al rechazo se lo habían impedido. Pero estaba
dispuesto a prescindir de ambos aunque eso le costara regresar a
Londres solo para lamerse las heridas en silencio.
Llamó al aeropuerto y, gracias a sus
influencias, consiguió plaza en un vuelo directo a Panamá para el
día siguiente.
Destiny acudió a su clase con cierta
resignación. Ese día solo habían aparecido cinco alumnos. Era época
de lluvias. Sabía que tres de sus niños estaban enfermos con fiebre
y esa misma tarde tendría que adentrarse en la jungla con su padre
para asegurarse que no iba a más. La perspectiva resultaba
desalentadora.
Desde su vuelta a Panamá, nada había sido
igual. Había perdido el entusiasmo por las tareas físicas, las
excursiones y las internadas en el bosque. Pero sabía que no podía
delegar en nadie para ese trabajo. Henri había ampliado sus
vacaciones y estaba visitando a su madre en París. Y sabía que si
le confesaba a su padre que echaba de menos Inglaterra lo partiría
el corazón. Él la necesitaba y ella se sentía en la obligación de
apoyarlo en todo momento. Trabajaba bien, pero parecía una
autómata. Se pasaba las horas en la soledad de su habitación,
pensando en el pasado. Su prematura huida no había logrado asentar
su inestable corazón. El tormento por haber escapado no parecía que
fuera a abandonarla nunca. Y el clima no ayudaba.
Parecía un sueño que tres meses antes
hubiera estado en Londres vistiendo a la moda de occidente. Miró
por la ventana en dirección al patio y reconoció la figura de su
padre a través de la cortina de agua. Estaba llamándola.
—¡Una emergencia! —gritó el padre de
Destiny, pero la tormenta barría cualquier voz.
Destiny comprendió el mensaje, cruzó a la
carrera los pasillos de madera y llegó un minuto más tarde al
despacho de su padre.
—Lamento haber interrumpido la clase, cariño
—se disculpó—. He recibido un mensaje radiado. Al parecer, hay una
emergencia en El Real.
—¿Qué clase de emergencia?
—Parece que un turista solitario se ha
encontrado con uno de nuestros mosquitos tropicales y ha contraído
una infección parasitaria. Al menos, eso es lo que me ha sugerido
Henrique. Pero él no es médico.
—¿No hay un retén de servicio?
—Sí, pero ha tenido que atender otra
urgencia a pocos kilómetros y está atrapado a causa de la lluvia.
Ya sé que no te apetece ir, pero tienes que acompañarme.
—Está bien —aceptó Destiny—. Iré a por la
mochila.
El trayecto requería hacer una parte en
coche y otra a través del río. Prometía ser un viaje infernal.
Aparte de la manta de agua que estaba cayendo, el ambiente estaba
muy cargado y había mucha humedad. Sabía que los caminos estarían
embarrados y que perderían un tiempo precioso atravesando esos
cenagales. Siempre ocurría lo mismo en temporada de lluvias. Y esta
vez se presentaba mucho peor a causa del diluvio que estaban
soportando.
—Es ridículo —dijo Destiny a su padre—. ¿En
qué demonios estarán pensando esos turistas para adentrarse en esta
parte del mundo? ¿Por qué esperan que los ayudemos cuando se meten
en un lío?
—Esto parece un poco más serio —señaló su
padre mientras se abrían paso poco a poco— a tenor de lo que dice
Henrique.
—¡Trabaja en la tienda de comestibles, papá!
—recalcó Destiny—. No creo que su juicio valga mucho para hacer
diagnósticos. ¿Cuáles son los síntomas?
—Parece que tiene fiebre alta y está
empezando a alucinar.
—Pues no es el único.
El calor era asfixiante. Destiny bajó unos
centímetros la ventanilla y una ráfaga de lluvia la empapó la cara.
Eso era mejor que la humedad. Sentía todo su cuerpo bañado en
sudor.
—Nunca te lo he preguntado, hija, pero ¿qué
pasó exactamente en Londres?
—No ocurrió nada.
—La última vez que hablamos por teléfono
parecías instalada y a gusto —recordó su padre—. Creí que te
estabas divirtiendo.
—Nunca dije que me estuviera divirtiendo
—puntualizó Destiny.
—Pero, ¿por qué decidiste regresar tan
súbitamente? —preguntó su padre.
—No fue algo súbito —dijo sin mucho
convencimiento—. Sencillamente, decidí que mi misión allí había
terminado y me volví.
—¡Henri comentó algo acerca de un
hombre!
—¿Henri? ¿Qué te ha dicho? —chilló—. ¡No es
verdad!
—Dijo algo acerca de ese tal Callum…
—Henri no sabe nada acerca de Callum
—explotó Destiny.
Empezó a maldecir a su amigo por haberse ido
de la lengua.
No había querido mencionar a Callum Ross en
presencia de su padre porque no había sido necesario. Solo habría
conseguido herirlo y decepcionarlo. Se habría sentido muy miserable
si hubiera sabido que su hija había tenido una aventura con alguien
como Callum. Un hombre de negocios cuyo único interés era ganar
dinero, incluso si eso implicaba casarse con una mujer para cerrar
un trato.
—¿Cómo era ese individuo?
—¿Quién?
—Estás evitando la pregunta y solo vas a
conseguir enfurruñarte.
—Papá, ya no soy una niña —replicó—. No me
voy a enfurruñar. ¿Alguna vez me has visto enfurruñada?
—No —admitió su padre—. Y por eso tu
comportamiento ha sido tan extraño desde tu vuelta. Has estado
ausente, encerrada en ti misma. Y no puedo dejar de pensar que te
pasó algo en Londres, aunque tú no me lo quieras contar. Si no
temiera equivocarme, diría que sufres mal de amores.
—Papá, por favor —zanjó Destiny con un
bufido.
Estaba oscureciendo cuando finalmente
llegaron al puesto médico y, tal y como se habían temido, tendrían
que hacer noche allí. No había electricidad y pensar en darse un
baño en el arroyo no tenía sentido con ese tiempo. Después de una
comida frugal, Destiny se retiró a su catre. Estaba sucia, pegajosa
y despeinada. Tenía los pies ardiendo después de llevar puestas las
botas todo el día. Pero estaban en territorio salvaje y la idea de
caminar descalza era demasiado arriesgada si tema en cuenta la
cantidad de serpientes que vivían en esos páramos. Uno de los mozos
del puesto le trajo unos cubos con agua limpia y Destiny pudo al
menos acostarse con los pies limpios. Por la noche, las lluvias
remitieron un poco. Se despertó con el repiqueteo de las gotas en
la madera.
A primera hora de la mañana iniciaron la
segunda jornada del viaje en canoa, Cargaron las provisiones, los
alimentos y todo lo necesario para la travesía antes de salir. Tan
pronto cómo llegaron a casa de Henrique, su padre ordenó a Destiny
que esperase fuera mientras hacía una primera evaluación.
Desapareció en el interior de la casa y Destiny esperó
pacientemente bajo la persistente lluvia hasta que su padre
reapareció.
—Es algo serio, hija. Parece dengue. Tiene
mucha fiebre y ha pasado toda la noche medio inconsciente. Lo he
cambiado de ropa y lo he lavado, pero tenemos que empezar a
administrar antibióticos antes de que empeore.
Destiny asintió. Conocía el procedimiento.
Tendrían que hacer tumos para levantarse cada pocas horas y
administrar los antibióticos al paciente. En la clínica del Centro
habrían podido utilizar un gotero, pero allí los medios eran mucho
más rudimentarios.
—¿Se pondrá bien? —preguntó Destiny mientras
seguía a su padre, pero este se limitó a mover la mano con cierto
escepticismo.
—Échale un vistazo y dame tu opinión. Hace
tiempo que no veo un caso tan crítico.
Destiny se acercó a la cama, enternecida
ante la grave situación del enfermo. Pero también estaba furiosa
con él por su falta de juicio al aventurarse en una tierra
inhóspita con semejantes condiciones atmosféricas. Al mirarlo a la
cara, palideció. Apenas podía respirar. Callum Ross, pálido y sin
afeitar, estaba tendido en la cama. Y estaba muriéndose. Destiny
casi podía ver cómo la vida se le escapaba en cada suspiro. Notó
cómo la tierra se movía bajo sus pies y tuvo que agarrarse al
cabecero de la cama para no desmayarse.
—Haremos todo lo posible —dijo su padre—,
pero no tiene buena pinta.
—Es Callum Ross —murmuró Destiny con la
mirada vidriosa—. Este hombre es Callum Ross.
—Pero qué diablos…
—Por favor, papá. Déjame administrarle los
antibióticos —pero estaba temblando y no tenía pulso. Su padre lo
hizo en su lugar.
—¡Maldito loco! —susurró Destiny y tomó su
mano—. ¿En qué estabas pensando? Si te mueres en mis brazos, no te
lo perdonaré nunca.
Una lágrima rodó por su mejilla y pronto
siguieron otras. Cuando su padre regresó para administrar una nueva
dosis, Destiny había recuperado la calma y pudo hacerlo ella.
Acompañó a su padre hasta la puerta y asintió ante todas las
explicaciones que le dio sobre lo que sería más conveniente.
—No parece que vaya a más —señaló su padre
al tercer día—. De hecho, creo que la fiebre está remitiendo.
En vez de abandonar la habitación, su padre
se acercó hasta la ventana y permaneció en silencio, de espaldas a
ella.
—Ahora quiero respuestas, jovencita —dijo
con voz firme.
—¿Qué respuestas? No puedo predecir cómo va
a evolucionar en las próximas horas. Y tú tampoco —dijo Destiny,
malinterpretando la pregunta adrede.
—¿Qué relación mantienes con este
hombre?
—¿Relación?
—Eso he dicho —dijo con aspereza.
—Me limito a cuidarlo igual que habría hecho
con cualquier otro idiota que hubiera sido lo bastante estúpido
para meterse en este lío solo porque se creía capacitado para hacer
en una sola jornada un trayecto cuya dificultad ignoraba por
completo.
Su padre no contestó. Se quedó mirándola
fijamente, mientras Callum seguía tendido en el catre que los
separaba.
—¡Está bien! —confesó en voz alta, incapaz
de resistir la persistente mirada de su padre clavada sobre ella—.
Puede que nos viéramos una vez o dos en Londres. Pero no es culpa
mía que sea tan exigente.
—¿Y? —preguntó su padre sin rebajar la
intensidad de su mirada.
—¡Bueno! Es posible que me gustara un poco
—sonrió Destiny—. ¡Y no es que ahora tenga muy buen aspecto! Pero
eso es culpa suya.
—Así que mi pequeña fue a Londres y ha
vuelto hecha toda una mujer —dijo para sí su padre en voz
baja.
—Si con eso te refieres a que me enamoré del
hombre más inadecuado del mundo, entonces supongo que tienes razón
—admitió y tomó la temperatura a Callum.
—Eso sospechaba.
—Pero no tienes que preocuparte por nada
—aseguró Destiny—. No me quiere.
—¡Pero tú si lo quieres a él!
—Papá, la vida no es justa. Tú tuviste
suerte al encontrar a mamá, pero yo… He tenido que cruzar medio
mundo para caer en los brazos de un implacable hombre de negocios
que no conoce el significado del amor.
—¿Y cómo estás tan segura?
—Me pidió que me casara con él —suspiró
Destiny—, pero no porque me amara. Pensó que aliarse con el enemigo
sería la solución perfecta. Quería adquirir los Laboratorios Felt a
cualquier precio y nos llevábamos bien, así que pensó matar dos
pájaros de un tiro.
Empezaba a sentirse cómo una adolescente de
dieciséis años. No quería que su padre la compadeciera. Eso la
hundiría por completo.
—Así que eso es todo —concluyó—. Esa era
nuestra relación. Estoy enamorada de él. Y ahora te rogaría que no
sacaras a relucir el tema nunca más.
Se miraron el uno al otro cuando de pronto
se escuchó la voz de Callum.
—Esto empezaba a ponerse interesante —dijo
con buen humor—. Por favor, continuad. No os preocupéis por
mí.