EPÍLOGO
La puerta trasera del lujoso auto alemán se abrió, y una decena de periodistas se abalanzaron sobre sus ocupantes.
—¡Señor Cárdenas!... ¿Es cierto que estuvo asilado en Francia por temor a represalias?
—¿Puede confirmar las versiones sobre el cierre definitivo de “RLP”?
—¡Ezequiel!... ¡Aquí!... ¿Confirmas los rumores que dicen que te casaste?
Paula se escabulló entre el gentío. Esa parte de la vida de su marido era algo a lo que nunca se iba a habituar. Bastaba llegar a algún aeropuerto del mundo, o caminar por una calle argentina, para que alguien lo reconociera de inmediato.
—¡Paula!
Al escuchar esa voz familiar, un escalofrío recorrió el cuerpo de la muchacha.
Fijó la vista más allá del cerco establecido por los guardias de seguridad y se sorprendió.
Sí... Era Juan Pablo. Pero se veía muy distinto. Ya no llevaba sus gruesos lentes, tenía el cabello cortado formando una pequeña ¿cresta?, y su ropa era moderna y entallada.
¡Estaba irreconocible!
La joven se acercó.
—¡Juampi!... ¡Qué cambio!... Pasaste de Clark Kent, a periodista de la “Rolling Stones”.
—No te burles —respondió el otro con enojo.
Y fue en ese gesto amargo que por fin Paula pudo reconocerlo.
—¿Qué haces aquí? ¿Tú también quieres un autógrafo de mi marido?
El odio iluminó esa mirada celeste en la que su antigua vecina tantas veces había buscado refugio. Y quizás porque ya no estaban los lentes para ocultarla, la asustó.
—De verdad, ¿por qué viniste hasta aquí?
—Estoy desesperado. Y no pude contactarte de otra forma... Pronto va a ser el juicio por Nahuel.
—¿Nahuel?
—¡Ni me hables!... Sólo por llamar a mi hijo así tendrían que sacarle la tenencia.
—¡No puedo creer que estés luchando por la custodia del hijo de Georgina!
—Te recuerdo que también es mío.
—Aunque si fuera por ti ahora estaría en un basurero, junto con otros deshechos médicos.
—¡Pero no lo está!... Y es Georgina la que lo está criando en un basurero... ¿Fuiste alguna vez al negocio de su tía?
—¿Le estás pasando una cuota por alimentos?
—¡Por supuesto que no!
—Entonces, créeme, está mejor con ella. Si eres capaz de permitir que tu hijo pase necesidades sólo para preservar tu derecho de padre, no lo mereces.
Otra vez el odio largamente acumulado inundó su mirada clara.
—¿Entonces no vas a atestiguar?
—¡Por supuesto que lo haré!... Pero pienso contar toda la verdad...
—¿Tu verdad?
—La verdad.
Una voz aguda sobresalió en medio del batifondo que los rodeaba.
—¡Paula!
La joven se dio vuelta, aunque no tenía necesidad de hacerlo para saber de quién se trataba.
—¡Greta!... ¡Guau!... Te ves fantástica...
—¡Mira!
Imposible no hacerlo. La joven había estampado un anillo ante los ojos de su antigua compañera de cuarto.
—¿Te casaste? —preguntó esta, sorprendida.
—¡Te dije que lo haría antes de los treinta!
—¿Lo conozco?
—¡Claro, idiota!... Me casé con Juampi.
Como era habitual cuando algo lo avergonzaba, el nuevo esposo intentó ocultar su mirada detrás de los lentes. Pero para su desgracia ya no los llevaba.
—Te supliqué que te quedaras en el auto, Greta —susurró con furia contenida.
Su esposa lo enfrentó ácidamente, y por unos segundos Paula se vio envuelta en una batalla campal.
—Bueno... —se apuró a decir para evitar aquello— Supongo que... Felicitaciones.
—¿Estás contenta? —le reprochó Juan Pablo a su esposa— Ahora, mejor vamos. Paula no me piensa ayudar.
—Ve tú, cariñito... Quiero despedirme como se debe, y contigo aquí...
Y bastó que lo dijera, para que ese Clark Kent, a quien un turbio ventarrón había convertido en una especie de Superman amargado, la obedeciera de inmediato.
—¡Qué me cuentas, Paulita!... ¡Y tú que no confiabas en mí!
—¿Cómo hiciste para atraparlo, Greta?
—El sexo, amiga... ¡El pobrecito era tan inocente antes de encontrarme a mí! ¡Estaba tan necesitado...! Pero no hay hombre que se resista a disfrutar de una “buena cama” Y yo soy una experta para “tenderlas”.
Paula observó alejarse a su ex amiga.
Sí, el sexo era una estupenda carnada para atrapar a un hombre... ¿Pero alcanzaría también para retenerlo?
—¡Paula!... ¡¿Dónde te habías metido?! ¡Ya vamos a empezar!
Obediente, la muchacha siguió a su esposo por el laberinto que conducía al interior del estudio de grabación.
—¡A maquillaje, Ezequiel!
De inmediato tres hermosas jóvenes salieron al paso de aquel galán, mientras lo besaban en la mejilla con la excusa de obtener un autógrafo. Paula las observó arracimarse alrededor de la figura imponente de su marido, y con toda decisión... miró hacia otro lado. Tragó saliva. Sí... Podía acostumbrarse a las cenas interrumpidas, a los conciliábulos con desconocidos que duraban hasta bien entrada la noche, incluso a la persecución de los periodistas..., ¡pero a las mujeres!... Aunque, ¿quién podría culparlas? Su marido era en verdad espectacular.
¡Y era todo suyo!
—¿Paula?
—¡Olivia!
—Estás muy distinta, Paula... Me encanta tu ropa... ¡Y tu peinado!
—Sigo siendo la misma. En cambio tú... ¡Sí que estás distinta!... ¿Para cuándo?
—Todavía faltan tres meses... ¿Quién lo iba a decir, no? Tanto entrar y salir de la cama en busca del hombre perfecto, para terminar dándome cuenta de que era justo el único con el que no quería acostarme.
—¿Van a casarse?
—En cuanto salga mi divorcio.
Bruno se acercó hasta ellas.
—¡Felicidades al futuro papá! —se alegró Paula— ¿Estás contento?
Los ojos de él se nublaron por la emoción.
—Sí... No está mal —se limitó a decir en cambio.
Paula y Olivia sonrieron.
¡Hombres!
Los focos se iluminaron, y se hizo un repentino silencio.
Allí, sentado frente a las cámaras, y junto a Ezequiel y Dolores, estaba Guido. Él, a su manera, también estaba muy cambiado: ahora llevaba el cabello castaño.
—Bueno..., lo prometido es deuda —recitó mirando hacia las cámaras— Luego de un año completo de ausencia de nuestro programa, es un placer darte la bienvenida, Ezequiel. Tu casa te da la bienvenida.
Una cerrada ovación siguió a estas palabras.
—Ezequiel... Como sabrás, este ha sido un año muy difícil para el país. Luego de la última emisión del año pasado se produjo el caos institucional. A la renuncia del presidente siguió el aplazamiento de las elecciones.
—Pero por fortuna ya tenemos nuevo gobierno. Y espero que este sea más honesto que el anterior. Ya escribí un libro, y no estoy interesado en hacer otro.
—De lo contrario ya estaremos nosotros para denunciar a los chicos malos.
—Sólo tú, Guido. Pienso tomarme otro año libre.
El bello conductor empalideció.
—¿Lo dices en serio?
—Me dedicaré un poco a la revista... —y mirando más allá de las luces, añadió— Y a asuntos personales.
Dolores se les unió.
—Cuando el año pasado desapareciste sin dejar rastros, se comenzaron a tejer cientos de conjeturas. ¿Qué estuviste haciendo estos últimos meses?
—Algo que nunca había hecho antes.
—¿Qué puede ser? Sabemos que eres un aventurero.
—Pues esta vez sólo me dediqué a ser feliz.
—¡Guau!... Y esto me lleva a mi siguiente pregunta: ¿son ciertos los rumores que dicen que te casaste?
Ezequiel sonrió con encanto.
—Sí.
Un “¡Ay!” ahogado recorrió el estudio.
—Parece que acabas de destrozar varios corazones.
—¡Lo imagino! —se burló Ezequiel— Sobre todo los de los periodistas “de espectáculos”, que cada verano tenían una nota asegurada, luego de fotografiarme con alguna mujer.
Alguien de entre las sombras le respondió.
—No sólo una, Ezequiel... ¡Muchas!
Cárdenas sonrió primero, y luego le contestó.
—Ahora tendrás que trabajar, Ruiz... ¡O buscarte a otro!
Todos rieron.
—¿Dónde estuviste oculto todo el año?
—Con mi esposa nos dedicamos a recorrer el mundo. ¡Fue increíble!... Y los tres últimos meses estuvimos en su provincia, Mendoza... Y eso también fue increíble. En especial escalar al Aconcagua.
—¡¿Escalaste el Aconcagua?!... ¿Cúantos metros son?
—Casi siete mil... Pero la aventura es única. Confías tu vida a tu compañero en cada paso.
—Una buena experiencia para recién casados.
—Y aunque no la necesitábamos, nos ayudó mucho... ¿Sabes?, una vez me dijeron que nunca se regresaba igual cuando se había mirado el mundo desde allá arriba. Y es cierto... Desde tan alto se entienden muchas cosas, y se aprende a ser humilde.
—¡Qué luna de miel! —suspiró Dolores.
Y un eco femenino la acompañó.
—Afortunados los ricos —se burló, en cambio, Guido.
—No —lo corrigió Ezequiel—, afortunados los que están enamorados. No se necesita mucho para ser feliz, cuando amas con tanta intensidad.
De nuevo pudo escucharse un suspiro multitudinario. Cárdenas continuó.
—Con mi esposa comenzamos en hoteles de primera, y terminamos recorriendo pueblitos, en fondas de cuarta. Lo mejor no era la aventura, sino vivirla juntos.
—Sin embargo muchos creen que, además, lo mejor fue estar alejado de las amenazas.
—Es cierto, Guido. Hubo muchas amenazas. Pero por fortuna cesaron luego de la muerte de Eusebio Cantagalli, en marzo.
—De seguro conoces las versiones que aseguran que el cadáver encontrado no era el suyo. Hasta que tú lo pusiste en evidencia, el tipo era un desconocido.
—Se movía entre las sombras, que es distinto. Pero sí, el cadáver era de él. Yo mismo mandé una muestra a un laboratorio del FBI para su identificación...
—Entonces tu viaje sirvió para mantenerlos alejados del peligro.
—También... Pero, ¡vamos, Guido!... Conoces a mi esposa... ¿Crees que sólo me fui por eso? —añadió sonriente.
El bello locutor se dirigió otra vez hacia las cámaras para hablar a su público.
—Tengo que confesarles algo. Conocí a su esposa poco después que él... Y si este hombre no me hubiera ganado de mano, jamás la hubiese dejado escapar... —Y luego, mirando más allá de las luces, añadió— Sé que vas a odiarme por esto, Paula... Pero me debo a mi público... Ven aquí.
La joven intentó rehusarse, pero ya una andanada de flashes se disparaban sobre ella.
Por fin accedió.
—¡Bienvenida! —la saludó Guido con un beso más que cariñoso— Señores, esta es Paula Ventura...
—De Cárdenas —acotó Ezequiel.
—Pocos lo recuerdan, Paula, pero una vez tuve el placer de tenerte aquí, a mi lado.
La joven sonrió con encanto, (¿lo habría aprendido de su marido?)
—No fue un buen debut. Y es que no es muy agradable ser insultada en televisión nacional.
—¿Sabías que el diputado Requejo volvió a postularse?
—No lo dudo. Aquí mismo dejó en claro que un tropezón no es caída.
Detrás de cámara rompieron en carcajadas.
Pero de inmediato fue Dolores la que tomó la palabra.
—Durante meses el casamiento de ustedes fue el secreto mejor guardado. Luego comenzaron a circular múltiples versiones. Incluso una que decía que conociste a tu marido mientras trabajabas como criada en su casa.
—No era su criada. Aunque él creía que sí.
Los dos esposos cruzaron una mirada pícara. Luego, Paula continuó.
—En verdad era su asistente domiciliaria.
—¿Asistente domiciliaria?
—Lavaba los pisos, planchaba, y esas cosas, pero además tenía un título universitario. Como ves, no hay mucho de que espantarse. Al menos en la Argentina, nos hemos acostumbrado a hacer de todo para poder sobrevivir.
—¡Ni me lo digas! —se apuró a decir Dolores—. Ayer faltó mi empleada, y...
Por supuesto Guido no la dejó continuar.
—¡Vamos, Paula!... No seas modesta. Siempre fuiste una periodista excepcional.
—También limpiando pisos era buena.
—¡Pero como periodista…! —insistió Guido.
Pero esta vez fue Dolores la que lo interrumpió.
—Otras versiones aseguraban que eras viuda.
—Sí... Soy la viuda de Braulio Torres, un periodista a quién Eusebio Cantagalli mandó asesinar.
—Eres muy joven...
—Él también lo era. Tenía sólo veinticinco años cuando lo acribillaron en la puerta de nuestra casa...
Dolores se incomodó.
—Bueno, pero por fortuna después llegó tu gran amor...
—¡No!... Braulio también fue un gran amor.
El silencio se palpó en el estudio.
Paula suspiró antes de continuar.
—¿Sabes?, cuando él murió, yo me preguntaba cómo iba a poder seguir con mi vida si me faltaba la mitad de mí misma... Pero después me di cuenta: un gran amor nunca se entierra. Por el contrario, se lleva adentro para siempre. Y yo soy la que soy, esta de la cual Ezequiel se enamoró, sólo porque alguna vez fui la esposa de Braulio Torres. Por eso este amor que ahora siento por Ezequiel es igual de profundo que el anterior, pero más completo. Más perfecto.
Su marido la observaba arrobado.
—Te amo, Paula —le susurró.
Y como si sus palabras no bastaran, la acarició con dulzura y la besó en la boca.
Algunos aplaudieron, pero la mayoría se limitó a compartir la emoción del momento.
Guido intentó recuperar parte de su protagonismo.
—Muchos no sabrán esto —dijo mirando a cámaras—, pero Paula es la autora de aquel artículo que obsesionó a los argentinos un año atrás... ¿Cómo se llamaba?
—“Elegir al mentiroso” —lo ayudó Dolores, mientras buscaba opacarlo, apropiándose de la pregunta— En esa nota mencionabas a cierto locutor...
Guido empalideció, pero de inmediato se apuró a desviar el tema.
—Y a un editor en jefe mentiroso. Muchos creen que hablabas de tu marido.
Paula sonrió.
—Sí... Hablaba de él.
De nuevo Dolores trató de acaparar la imagen.
—Pero, entonces, tú... ¡terminaste eligiendo al mentiroso!
—¡No!... Jamás haría una cosa tan tonta... Desde que escribí ese artículo hasta ahora aprendí mucho. A la hora de saber quién miente, y quién busca la verdad, no es bueno dejarse llevar por la primera impresión. Vivimos en un mundo de apariencias, y debemos ver más allá de las palabras... La mentira a veces es traición, pero otras sólo sirve para ocultar una verdad que duele demasiado. De las dos formas termina lastimando. Hay que estar atentos y no dejarse engañar... La vida ya es demasiado complicada como para, además, correr detrás de una ilusión. No vale de nada que te juren amor si no te lo demuestran. No sirve conformarse con alguien, si no se lo ama. Confiar ciegamente en el otro no es una prueba de amor, sino de estupidez. Y desconfiar, a pesar de las evidencias, una necedad... Y yo, por fortuna, hace rato que dejé de ser una mujer necia.
Ezequiel volvió a tomarla entre sus brazos, y olvidándose de las cámaras la besó con pasión.
Un aplauso fuerte dominó el estudio, y luego todo se apagó.
El show había terminado.
Ahora era el turno de la verdad.
Buenos Aires, 15/08/2007