CAPÍTULO VII

—Buenas tardes a todos... Quisiera decirles que los extrañé, pero la verdad es que no tuve tiempo porque estuve muy ocupado...

—¡Lo imagino! —dijo Guido con picardía— De seguro allí en Washington te reencontraste con algunas viejas amigas..., y dudo que te hayas levantado de la cama ni para comer.

—Algo así —respondió su jefe.

Y a pesar del delay en la comunicación pudo notarse como, desde el otro lado del mundo, Ezequiel Cárdenas recorría con la mirada la sala de la redacción.

Olivia se apuró a acaparar la cámara, mientras Paula, en cambio, se escondía detrás de Guido.

—Bueno —dijo Ezequiel al fin—, ante todo quisiera felicitarlos. Vi los dos programas y la revista... Tal parece que no me necesitan. Todo resultó impecable.

—Fue el trabajo de equipo —se apuró a decir Guido, para ocultar que desde que Paula estaba al mando, él la dejaba hacer también su parte.

—Lo que fuera, sigan así... Lo único que me preocupa, aparte de la cara de Olivia, es...

—¿Lo notaste, Ezequiel? —preguntó la muchacha, esperanzada.

Pero la respuesta, como todas las otras, tardó un tiempo eterno en llegar.

—Estuve viendo las últimas encuestas acerca de los lectores de la revista.

—¿No se me ve mejor? —insistió Olivia.

—Aumentamos la tirada... —se ufanó Bruno—. Somos la publicación política más comprada del mercado.

—Eso es por las elecciones que se aproximan... Mi programa también subió el encendido.

—¿“Tu” programa, Guido? —se enojó Olivia.

—Lo que me preocupa —continuó Ezequiel—, es que nuestro público lector se ubica en la franja del varón, mayor de cuarenta años... No entiendo por qué, si nosotros somos más jóvenes que eso, atraemos sólo a ese segmento de la población, y cómo, si tenemos tanta presencia femenina en nuestro equipo, no podemos interesar también a las mujeres con nuestras notas.

—Mi público es esencialmente femenino —se vanaglorió Guido.

—Necesito ideas para acercar a las mujeres jóvenes a nuestra revista.

—Podemos hacer una nota sobre celulitis... Está comprobado que toda las publicaciones que tienen la palabra celulitis en la portada venden un...

—Un montón más, todos lo sabemos, Olivia. Pero intentamos acercar a las mujeres, no alejar a los varones. Como editor me niego a una locura semejante.

—¿Y qué sugieres tú, Bruno?... —le respondió Olivia con enojo— No te escucho aportando ideas.

Los dos se miraron enfrentados, pero Ezequiel continuó como si no los escuchara.

—De seguro las damas de la reunión podrán hacer algún artículo para el próximo número. ¿Alguna idea?... ¿Es la demora, o no están hablando?... No las escucho.

—Yo podría hacer un especial sobre cirugías estéticas... Los pro, los contras...

—Y usamos fotos de tu rostro para ilustrar los desastres, ¿qué te parece, Olivia? —se ensañó Guido.

—A mí me parece bien... —se escuchó decir desde la pantalla—. Lo del artículo, no lo de las fotos por supuesto

—¿Y tú que harás, Paula? —preguntó Olivia, con insidia.

—Yo... —comenzó a decir la muchacha.

Pero la voz de Cárdenas la interrumpió.

—Ah... Estás allí... Hola, Paula.

Ese saludo reverberó hasta en el último rincón de su intimidad. Por un segundo la joven pudo sentir otra vez el sexo caliente de él penetrando en su carne.

¿Cómo hacían los demás?... ¿Por qué los otros podían compartir su vida diaria con antiguos maridos o viejos amantes, sin que esto los influyera? Ella, en cambio...

Ella tendría que sobreponerse.

—Yo... pensé... Hay un programa en MTV...

—¿Vas a hacer la crítica de un programa? —se burló Olivia.

—Es sobre una muchacha que sale con dos chicos a un tiempo, y que al final tiene que elegir a uno.

—¡Qué original!... —murmuró su contrincante— Hay miles de esos programas en televisión.

—Pero en este los chicos responden preguntas, sin saber que están siendo monitoreados por un detector de mentiras.

—¿Y cómo los conectan sin que se den cuenta? ¿Son tarados? —se interesó Bruno.

—¡Yo lo vi!... —la apoyó Guido—. No hay cables. Es por un detector de voz.

—En una camioneta cercana hay una amiga de la muchacha que va chequeando cada una de las respuestas de los chicos, y que cuando mienten lo comunica de inmediato a su amiga por un micrófono que la otra lleva oculta en el oído.

—¡Si hubiera tenido eso cuando lo conocí a Enrique hoy no me estaría divorciando!

—No creas, Olivia —explicó Paula—. ¡Eso es lo extraño del programa!... A pesar de que la muchacha sabe lo que está ocurriendo, invariablemente al final se queda con el mentiroso.

—¿Siempre? —se extrañó Bruno.

—Sólo vi tres episodios... Pero en esos tres fue así.

—Creí que habías dicho que no veías “RLP” porque no tenías televisor, Paula —acotó Ezequiel sin molestarse en ocultar su enojo.

—Es de Greta —se excusó la joven. Y mirando a sus compañeros, explicó —Greta es la muchacha que vive conmigo.

Sus colegas se miraron unos a otros y sonrieron con suspicacia, pero Paula sólo se limitó a continuar.

—Creo que sería interesante hacer una nota acerca de esa extraña compulsión que tienen las mujeres por elegir a un mentiroso, aunque sepan que lo es. Mujeres que son apaleadas una y otra vez por su pareja, pero que siempre lo perdonan cuando les promete cambiar. Mujeres que le roban el marido a la amiga, sólo para descubrir que tiene todos esos defectos que ya conocían de sobra. Mujeres que escuchan arrobadas las palabras de amor que un seductor les dice al oído, sin que el tipo se moleste en disimular que simplemente las repite de memoria, como si fueran los versos del himno nacional.

Del otro lado de la pantalla Ezequiel escuchaba en silencio.

—¡Tampoco es justo condenar a nadie por eso! —se quejó Guido—. Decir una que otra mentira en una cita es socialmente aceptable... Me parece mal que ahora se critique al hombre por ser hombre...

—Sobre todo porque si alguien se tomara el trabajo de conectarte a ti a un detector de mentiras, el maldito aparato no dejaría de sonar en toda la noche —se burló Bruno.

—¡Miren quién habla!... —se defendió el otro— ¿O vas a negar que mientes cuando te conviene? Incluso recién, sólo le dijiste a Olivia que estaba bella porque te mueres por llevártela a la cama.

Los ojos de la muchacha se iluminaron.

—¡Los hombres somos así! —concluyó Guido.

—Eso lo entiendo —dijo Paula—. Quieren algo, y no tienen escrúpulos para obtenerlo. Lo que no entiendo es por qué las mujeres nos dejamos engañar, y, a pesar de lo que dicta nuestra razón, caemos invariablemente en sus redes.

—¡Ay, queridita! —se burló Olivia— Porque ellos tienen lo que a nosotras nos falta. Y bien usada, esa pequeña parte de su anatomía puede mover montañas.

Paula enrojeció, pero no dejó de contestar.

—Me resisto a pensar que todo se reduce a obtener los mismos beneficios que se podrían tener con un pequeño aparato y algunas baterías... No... A mí más bien me parece que es porque nosotras tenemos algo que a ellos les falta.

—¿Qué ?

—Sentimientos.

Desde la pantalla, y aún a pesar de la demora, pudo escucharse de inmediato la voz enojada de Ezequiel.

—El problema, en tal caso, no es del hombre sino de la mujer, que percibe la realidad que quiere y no la que es. Ustedes son muy complicadas, y a pesar de lo que dicen, no son capaces de asomarse a la esencia del otro... Nosotros, en cambio, somos simples. Nos guiamos por instinto, y ni bien sentimos que la persona que tenemos enfrente quiere lo mismo que nosotros, intentamos obtenerlo por la vía más fácil y rápida...

—Aunque haya que mentir —le replicó Paula, mirando por primera vez hacia la pantalla.

—Aunque haya que engañarla, para hacerla superar sus propias trampas.

—Aunque quizás sean esas “trampas” lo que separa a un ser racional y espiritual de un simple animal.

—¿De qué estamos hablando? —preguntó Guido, confundido —Me perdí en la parte en que decían que nosotros tenemos esos veinte centímetros que a ustedes les faltan.

—¡¿Veinte centímetros?! —replicó de inmediato Olivia— ¡Vamos, estúpido! ¡¿A quién quiere engañar?! ¡Yo te conozco!... ¡No!... Lo que a ustedes les sobra es vanidad.

—Pues bien que te gustó la mía, cuando estuvimos juntos —se defendió el imputado.

Paula, en cambio, continuó sin escucharlos.

—Recolectaría algunas historias reales...

—Si eso es lo que buscas, yo te puedo aportar las mías —la enfrentó Bruno para sorpresa de todos. No se estaba burlando. Antes bien, sus palabras parecían surgir del fondo de un desengaño—. Las mujeres también tienen lo suyo. A mentirosas nadie les gana. Nosotros, aun cuando mentimos, somos más idiotas, más transparentes... Sí, es cierto, yo también juré amor una y mil veces sin sentirlo... Pero nunca engañé a la chica. Son palabras dichas en el fragor de la batalla, que nadie se cree del todo. En cambio ustedes... Ustedes engañan con los sentimientos. Ustedes atrapan, y arrasan de una forma cruel. Destruyen, sin importarles lo que queda del otro.

Los presentes se miraron sorprendidos. Nunca antes habían escuchado a ese varón generalmente esquivo, hablar de una forma tan sincera y dolida.

Y fue cuestión de hacerlo, para que Paula entendiera que quizás lo de la mentira no se trataba tanto de una cuestión de sexo, sino más bien de víctima y victimario.

Como si pudiera leer su mente, Ezequiel acotó.

—Me parece mal que lo limites a “hombres contra mujeres”. Los argentinos como nación, por ejemplo, tenemos un largo historial de políticos mentirosos que una y otra vez nos seducen, para dejarnos luego abandonados. Desde la resignación del “Con todo y ladrón lo queremos a Perón”, de mediados del siglo pasado, hasta el “Síganme, no los voy a defraudar”, pasando por tantos otros... ¡Y los que nos faltan!... Sí... Así reformulado me parece que el tuyo puede ser un artículo interesante.

—¿Y el mío, de cirugía estética? —se apuró a protestar Olivia.

—Haz el tuyo también... Y que Bruno te ayude.

—¿Yo?

—¿Bruno?

Se quejaron ambos al unísono.

—Creo que los dos pueden colaborar muy bien juntos, y quizás obtener una nueva visión —insistió Cárdenas.

—Pero no entiendo, Ezequiel. Ella está en el programa, y yo en la revista. ¿Qué es lo que quieres?

—Una nota que sirva para todo —explicó su jefe, mientras sonreía de esa forma encantadora que hacía sospechar que algo se traía entre manos—Bueno... Y ahora me despido. Tengo muchas cosas que hacer... Nos vemos mañana.

—¡¿Cómo “mañana”?! —saltó Paula.

—Sí, a las tres de la tarde, hora local. ¿Te molesta?

—No... Pero pensé que...

—Entonces buenas noches a todos... Buenas noches, Paula.

¿Fue idea de ella, o Cárdenas había pronunciado aquel saludo final de una forma distinta, más íntima?

Paula observó a todos los presentes, que ya estaban ocupados en otra cosa.

No. Sólo había sido idea suya.

* * * *

Paula se miró en el espejo del baño de la redacción y suspiró. Debía haber por lo menos otras diez mujeres allí, y todas se veían espléndidas. Arregladas a la moda, con el cabello bien peinado y uñas impecables. Con faldas, camisas sugerentes y tacones altísimos.

Ella, en cambio...

—¿Tú eres la nueva editora, no?

Paula miró a la joven que le hablaba. Esa muchacha era, sin lugar a dudas, la más bella de todas las presentes.

—En realidad... soy una asistente del señor Cárdenas, y ocupo su lugar mientras él no está.

—¿Ese artículo que estaba el otro día sobre la mesa es tuyo?

—¿Cuál?

—El de “Elegir al mentiroso”.

—Es sólo un borrador... Falta todavía.

—¿Tú escribiste ese artículo? —se interesó otra.

—¿También tú lo leíste? —se extrañó Paula.

—¡Todas!... Nos reímos un montón... Eres una niña “muy” mala, ¿lo sabías?

—Son algunas cosas que me ocurrieron a mí. Pero quisiera ilustrarlo un poco más...

—Pues no tienes que ir demasiado lejos. En “RLP” lo que sobran son mentirosos.

—¡Ya lo creo! —se entusiasmó una tercera.

—¿Por quién lo dicen? —preguntó Paula, temiendo la respuesta.

—¡Por Ezequiel!

—¡Por Guido!

—¡Por Bruno!

Todas se dieron vuelta para mirar a la última que había hablado.

—¡¿Por Bruno?! —corearon, sorprendidas.

—Me prometió que me iba a dar un aumento y no cumplió —se disculpó la muchacha.

—¡No seas tonta, Luli!... No hablamos de ese tipo de mentiroso, sino del que te destruye el corazón.

—Ah... Entonces es Guido.

—Sí... Guido —consensuaron las presentes.

Paula las miró extrañada.

—¿Todas se acostaron con Guido? —preguntó.

—¡No!... No soy tan idiota —dijo la más hermosa.

—¡Ni yo!

—¡Ni yo!

Las demás callaron.

—Guido es el tipo más mentiroso que conozco. Realmente te usa y te tira —comentó la que parecía más vieja.

Y un coro de ángeles la apoyó.

Paula se mordió el labio, pero no pudo evitar preguntar.

—¿Y Cárdenas?... Alguien lo mencionó... ¿No creen que él es mentiroso?

—¡No!... ¿Por qué? —se sorprendió una.

—Al contrario. Siempre sabes a qué atenerte con él... Y si tienes dudas, miras su página de Internet, y ¡listo!

Las damas rieron encantadas. Paula, en cambio, estaba confundida.

—¿Su página de Internet?... ¿A qué se refieren?

—www.todas_amamos_aezequielcardenas.com.ar. Te puedo asegurar que la que la hizo lo conocía muy bien.

—¡Como todas!

—¿Todas? —preguntó Paula, sin ocultar su desilusión—. ¿Todas se acostaron con él?

—¿Tú no? —se sorprendió la más bella— ¡No sabes lo que te pierdes!

Lo peor era que ya lo sabía. Y a Paula le dolió demasiado darse cuenta de que formaba parte de un club tan poco exclusivo.

—Ezequiel, a diferencia de Guido, es una amante increíble.

—Rápido, pero increíble.

—¿Rápido? —se extrañó Paula.

—Quince minutos a lo sumo, nunca más... Pero lo mejores quince minutos que hayas pasado en tu vida.

—¿Con todas es igual?

—¡¿Bromeas?!... Busca en la página. Allí se cuenta con lujo de detalles lo que puedes esperar de un encuentro amoroso con nuestro jefecito.

—Yo creo que se acostumbró a ser tan rápido por eso de que en Washington se dedicaba a las mujeres casadas. Es como si temiera la llegada de algún marido celoso y tuviera que apurarse.

—Rápido o no, he tenido más orgasmos con él que en los tres años que estoy con mi chico.

—Yo no sé qué hace cuando está allí abajo, o quién se lo enseñó, pero...

—¿Allí abajo? —se sobresaltó Paula—. ¿Te refieres a sexo oral?

—No, querida... ¡Me refiero al paraíso!... Lo que hace mi marido es sólo sexo oral. Él, en cambio, es un maestro... Cinco minutos, y ya te deja muerta...

Paula enrojeció. Por fortuna ni siquiera lo había intentado con ella.

—Y esa cosa que usa... —aportó la más callada.

—¡Sí!... ¿Qué es eso?

—Un protector bucal... Para evitar el SIDA. —les informó Fátima, otra de las redactoras.

—¡Ah!... Porque tiene una obsesión con eso de contagiarse de algo... Jamás acepta tener relaciones sin preservativos... Yo soy alérgica al látex y se lo imploré... Pero hasta que no consiguió el condón adecuado me dejó esperando en el auto.

—Dicen por ahí que es porque el tío se murió de SIDA. Que ese es el motivo de su obsesión...

—¿Siempre usa preservativo? —se preocupó Paula.

—Las dos veces que se viene. Porque siempre son dos veces...

—Primero se asoma para ver la luna, y después te hace ver las estrellas... ¡Dos veces! Y en quince minutos, si te he visto no me acuerdo.

—¡Pero qué fabulosos quince minutos!

—¿Qué?.. ¿Y después de quince minutos, se acabó todo? —preguntó Paula inquieta.

—Todo, todo, no... Después dice que te ama...

—... y que fuiste su mejor amante...

—Pero que no puede comprometerse a esa altura de su vida. Y que por eso se hizo...

—¡Una vasectomía! —corearon todas las presentes.

Y comenzaron a reír.

—¿Y todo eso figura en la página de Internet?

—¡Claro!... Con Ezequiel siempre es igual...

—¿Y a todas les dice que las ama y que han sido sus mejores amantes?

—Siempre dice lo mismo.

Paula estaba cada vez más confundida.

—Pero no entiendo... Si ustedes saben de qué se trata..., saben que les va a mentir miserablemente, ¿por qué aceptan irse a la cama con él?

—¡Ya te dijimos! Porque esos quince minutos son la gloria. Porque a diferencia de lo que hacen los otros, él siempre se preocupa de que primero la cosa valga la pena para ti... Y eso es algo muy raro hoy en día.

—¡Y si hablamos de Guido Méndez, es directamente imposible!... ¡Creo que el muy estúpido está convencido de que el orgasmo femenino es sólo un mito!

Y mientras que para Ezequiel todos habían sido halagos, (halagos inexplicables, según la visión de su asistente), para Guido, en cambio, todas fueron críticas amargas.

Pero Paula apenas las escuchó. Sentía que su cabeza estaba a punto de estallar.

Y su corazón. Y su alma...

Esas mujeres parecían haber amado a un hombre muy distinto al suyo, y sin embargo...

Ellas eran mayoría.

Y Ezequiel Cárdenas era un mentiroso.

Una a una, las otras fueron saliendo del baño rumbo a sus tareas. Riendo y hablando con liviandad de sexo y sentimientos, como si las dos cosas fueran iguales, y no una, un dulce complemento de la otra.

En cuestión de minutos Paula estaba otra vez sola, mirándose todavía al espejo como si pudiera encontrar en él su alma, o lo que quedaba de ella.

La voz de Fátima la sorprendió.

—Eso del protector bucal se lo enseñé yo... Él no sabía que el SIDA se podía contagiar también por el sexo oral. Es más difícil, pero no por eso resulta imposible.

Paula la miró a través del espejo, y la otra hizo lo mismo antes de continuar hablando.

—Ezequiel no es un mentiroso... Hay que saber distinguirlos, y él no lo es... El verdadero mentiroso, mientras habla, cree decir la verdad. Por eso todas caemos. Es el tipo que te promete matrimonio sin ruborizarse, aunque tenga mujer y ocho hijos. Y es que en ese momento está enamorado y cree que de alguna forma va a lograrlo... Se engaña, y te engaña. Pero Ezequiel no es así... Él sabe cuándo está mintiendo, y por qué lo hace... ¿Sabes? Una vez tuve un novio. Yo tenía veinte, y él un poco más de treinta... Era el hombre más lindo que había visto en mi vida, y el segundo tipo con el que iba a acostarme. Con tanta experiencia, te imaginarás, me creía una mujer superada y de mundo... Por eso la primera noche, a pesar de la vergüenza que me daba hacerlo, le dije, “¿No vas a usar condón?” Todavía me acuerdo la cara que puso cuando me respondió... Me miró con ternura y me susurró, “¡Por favor! Confío en ti. Sé que no necesito usarlo contigo”. A mí me pareció tan dulce... Y a los tres meses me enteré de que yo era HIV positivo. Después me confesó que hacía más de un año que sabía que era portador, pero que no lo decía porque no le gustaba sentirse discriminado.

—¡Qué horror!

—Sí... No siempre ser sincero es fácil. Yo le digo mi condición a todas mis parejas, y muchos huyen despavoridos... Ezequiel, no. Él no tuvo miedo de amarme. Y fui yo la que le enseñé lo del protector bucal... Él siempre aprende algo de las mujeres con las que está... Y creo que, de alguna manera, a todas las ama, aunque sea un poco... Sé que cuando llegó a Miami, (creo que tenía diez años, o algo así), su tío lo paseaba por todos los burdeles habidos y por haber. El tipo era un solterón que no estaba dispuesto a cambiar de vida por tener a un niño a su lado. Así que el pobre Ezequiel se crio entre putas... Quizás por eso sabe mirar a una mujer más allá de su apariencia... Y creo que fue una de sus “amiguitas” la que le enseñó a hacer esa magia con su lengua y con sus dedos que cautiva a todas.

Paula volvió a fijar la vista en su propio reflejo.

Sí... Quizás todo era cuestión de apariencias.

* * * *

Durante todo ese día Paula tuvo la extraña sensación de que todos callaban al verla, sólo para estallar en miles de susurros ni bien ella se iba. Era obvio que estaban cuchicheando a sus espaldas. Y lo peor era que no ignoraba el motivo de tanta atención.

¿Se habría extralimitado?

Después de todo en su artículo sobre los mentirosos ella no había mentido ni un poco. Y si alguno se sentía retratado en él...

—¡¿Un conocido editor en jefe?! —bramó Olivia ni bien la vio, agitando el último número de la revista como si fuera una espada— ¡¿Te volviste loca, Paula?!... ¡Todos saben que estás hablando de Ezequiel! La radio no paró de hacer comentarios sobre el artículo en toda la mañana, y ahora de seguro van a sumarse los programas de la televisión.

—No menciono ningún nombre, ni digo ninguna mentira... —se defendió la muchacha.

—¿Qué es esto, Paula?... ¿Una venganza personal?

—¡Pues si es así, puedes seguir vengándote de quien quieras! —se emocionó Bruno, que acababa de llegar— ¡RLP está en boca de todos!

Tras él apareció Guido, que no se veía tan exultante como preocupado.

—¿El “patético conductor” soy yo?

—Dime... ¿Ezequiel autorizó esta nota?

—Yo la autoricé —respondió Paula— Es sólo una nota más.

—¿Él la leyó? —insistió Olivia.

—Ahora nos vamos a enterar... —dijo Bruno mientras se acercaba a la pantalla para conectarla.

La voz grave de Ezequiel resonó en la sala, y los demás se quedaron callados.

—Estoy conectado a Internet desde hace unas horas... Me alegra que mis palabras sean órdenes para ustedes. Veo que les llevó muy poco mejorar nuestro posicionamiento en el mercado... Como ven, todo es cuestión de buena voluntad.

—¡Todos hablan de nosotros! —se entusiasmó Bruno.

—Todos hablan de mí —concluyó Cárdenas.

—El artículo me pareció malintencionado —salió en su defensa Olivia.

La mirada azul de Ezequiel se fijó en un punto indefinido de la pantalla, pero Paula sintió como si fuera en ella.

—A mí me pareció muy bien —aprobó el jefe—, excepto por el uso del potencial. Como sea, hemos logrado lo que queríamos, así que ahora hay que mantenerlo.

—¿Y el artículo sobre cirugía estética que te envié ayer? ¿Lo leíste?

—Lo que le falta a tu artículo, Olivia, es humor... Eso es lo que hizo tan atrapante la nota de Paula. Era divertida, y la gente la leyó hasta el final. Además, específicamente te pedí que la hicieras junto a Bruno y...

—Eso es culpa mía. Bruno tiene horarios muy difíciles y...

—En realidad fui yo el que...

—Bueno... No hay problema. Hoy se juntan, y...

—Hoy no puedo.

—Yo tampoco.

Los demás los miraron con suspicacia. ¿Qué había ocurrido entre esos dos?

Del otro lado de la mesa, Guido, indiferente, pegó un grito mientras levantaba la revista.

—¡Lo encontré!... ¡Aquí está el verbo en potencial!... —Y leyendo, agregó— “¿Podrían sus dotes como amante compensar tanta mentira? ¿Qué tan maravillosas tendrían que ser sus caricias como para producir el olvido del daño?”

Entusiasmado, se dirigió a la cámara.

—Está hablando de ti, Ezequiel... ¡Ah!... ¡Ahora entiendo!... ¡Claro!... Objetas el uso del potencial...

—Muy listo, Guido.

—Pero tienes que perdonar a nuestra Paulita... La pobre niña no puede saber cómo eres, porque nunca...

—Aclarado el punto —lo interrumpió de inmediato Paula— ¿por qué no nos ocupamos ahora de la próxima edición?

Del otro lado de la pantalla Cárdenas sonrió.

—Antes de que dejemos a un lado el artículo —se apuró a decir Bruno—. Desde la mañana que suenan los teléfonos para entrevistar a Paula. La nota le gustó a todos, y...

—Yo no quiero entrevistas —lo interrumpió la muchacha.

—Lo que esos cuervos quieren es tirarle de la lengua en tu contra, Ezequiel —se preocupó Olivia—. No le permitas que...

Cárdenas la interrumpió.

—Nada más inútil. Ya aprendí que a Paula no se le impone nada. Diga lo que yo diga, siempre terminará haciendo sólo lo que ella quiera —respondió con amargura.

Demasiada amargura como para pasar desapercibida a los demás.

Demasiada amargura como para no lastimarla.

* * * *

Nada le estaba saliendo bien.

Ni siquiera esa tarde.

Durante semanas había pensado en alguna actividad que pudiera acercarlo a Paula. Se moría por tocarla, por acariciar su intimidad... Por atraer ese cuerpo que el hijo de mil putas de Cárdenas había dejado en llamas.

Juan Pablo perdió la mirada en el culo perfecto de ella que, mojado, se mostraba invitante. En el contorno de esos pechos firmes que se dibujaban con cada salto. En sus piernas largas, abiertas, como él las quería, en mil posiciones, pero para su desgracia, siempre a la distancia.

Sí... Nada estaba resultando como él lo había planeado.

Ese sábado había sugerido ir a patinar sobre hielo, (algo que él y Paula solían hacer en su infancia), para poder gozar de esa intimidad que tenía grabada a fuego en su memoria. Como cuando tenían trece años, y ella se tomaba de su cintura, buscando el equilibrio perdido. O usaba su cuerpo para detenerse, pegando tanto sus tetas deliciosas, que a pesar del hielo, él comenzaba a transpirar. O ensayaba algún paso, rozándolo con dulzura, hasta hundirlo en el delirio. Pero ese sábado, con trece años ya transcurridos, Paula conservaba intactas su gracia y su belleza, mientras que él, confinado atrás de un escritorio, se había vuelto duro y anquilosado. Ponerse los patines no fue la mejor idea, y por supuesto no iba a empeorarla separándose demasiado de la valla. Su compañera, en cambio, disfrutaba de la pista helada y de la música, sonriéndole a la distancia.

¿Por qué Paula le quedaba siempre tan lejos?

Por lo menos ahora lo dejaba besarla. Eran besos apasionados de su lado, y caricias indiferentes del de ella, pero algo era algo.

—¡Te estás aburriendo!

—No importa, Paula... Vale la pena, si al menos te veo sonreír...

—¡Sí!... De verdad lo disfruto... ¡Hagamos una cosa! Déjame un rato más, y luego vamos a tomar algo... ¿Por qué, mientras, no te sacas los patines y te sientas a leer mi artículo?

—Sí... Ya lo voy a leer.

—¡No!... Es obvio que no quieres hacerlo... Y no entiendo por qué. Es la primera vez que sale publicado algo mío, y...

—Han salido miles de notas tuyas.

—¡No!... Notas de otros, que yo corregía... Esto es lo primero mío. Y de verdad me gustaría tener tu opinión.

—Voy a leerlo... Pero sabes que estuve muy ocupado...

—Salió el jueves y hoy es sábado... ¿Tanto te cuesta leer seis hojas?

Otra vez la muchacha se alejó para disfrutar de un goce que él no sabía darle.

No... Claro que no quería leer ese maldito artículo. Todos hablaban de él, y el tema de lo inevitable de terminar eligiendo a un mentiroso se había instalado ya en la sociedad. Los programas televisivos, ávidos de material, se hicieron eco de él de inmediato, rellenando sus horas con disquisiciones sobre el asunto: “Cómo distinguir a un mentiroso”, “Cómo protegerse de uno”, y cosas por el estilo... Su amiga estaba a un paso de ser famosa. Y Juan Pablo no ignoraba que de los antiguos tres, (Bru, él y ella), Paula era, lejos, la única que lo merecía.

¡Claro que Cárdenas no la quería dejar ir! De seguro también era mejor que él.

Pero no. En su fuero íntimo Juan Pablo estaba convencido de que lo que ese hijo de puta no quería perder, no era a la periodista, sino a la amante. Porque también en eso Paula se destacaba. Ella sabía amar como ninguna... ¿Cuántas veces Bru se había jactado de su felicidad? ¡El muy desgraciado!... Porque Bru sabía muy bien lo que le pasaba con su esposa, y por eso le encantaba pavonearse frente a él. Para ese imbécil Paula no era más que otro partido ganado. Otro partido que, como tantos otros en su vida, Juan Pablo perdía miserablemente.

Pero ahora, con Bru bajo tierra, y Cárdenas en Estados Unidos, había llegado el momento de la revancha.

—¡Paula!... ¿También te sacaste los patines?

—Me dio lástima dejarte allí, tan aburrido.

—¿Vamos?

—No puedo... Ese nenito me tiró y creo que todavía estoy empapada...

Y entonces, con esa sensualidad natural que a su amigo lo volvía loco, simplemente se dio vuelta para que él chequeara con sus propios ojos toda la grandeza de ese culo mojado y perfecto.

—Sí... —dijo, intentando tocarla.

Pero la muchacha se corrió en el momento justo.

—Mejor nos quedamos aquí... Mira este rinconcito... El sol entra por la ventana.

—Sí, mejor nos quedamos aquí —dijo él, presionándola contra los vidrios con su cuerpo ardiente—. Te deseo tanto, Paula...

La joven volvió a esquivarlo.

—Cuidado Juan Pablo... Está lleno de niños. ¡Y aunque estuviéramos solos!

—¿Qué ocurre? ¿No soy Cárdenas?

—No, no lo eres.

—¿Por qué no me das la oportunidad que le diste a él?

—Porque no pienso cometer dos veces el mismo error... No, Juan Pablo..., el próximo hombre que se acueste conmigo va a ser mi esposo.

—¡Entonces casémonos!... Los hombres pasan por tu vida, y sólo yo permanezco a tu lado. Sabes que estamos predestinados para terminar juntos...

Mal que le pesara a Paula, su amigo tenía razón. Juan Pablo siempre estaba allí cuando más lo necesitaba. Y era bueno, y a pesar de mentir como todos, era mucho más confiable que el resto. ¿Qué se iba a quedar esperando?... ¿A Cárdenas?... Sí, era cierto que cada vez que se comunicaba con el grupo, su jefe siempre se las ingeniaba para decirle algo que la hiciera estremecer. Era obvio que él sabía cómo excitarla, y que todavía no había perdido el interés por hacerlo. Le gustaba sentirla bajo su dominio, aún a la distancia. Quizás porque sabía que ni bien volviera todo contacto iba a llegar a su fin. O porque, sin buscarlo, Paula lo había herido en su orgullo de conquistador, y ahora sólo intentaba obtener una revancha.

La joven suspiró.

—¿Qué contestas? —insistió Juan Pablo.

—¿Me ofreces volver a Mendoza?

—¡No!... Te ofrezco matrimonio. Podemos quedarnos aquí si quieres. Ahora que ese artículo levantó tanta polvareda te va a ser fácil conseguir incluso un trabajo mejor que el que tienes con Cárdenas. Está visto que lo tuyo no es el periodismo político o de investigación, sino más bien los temas humanos. Yo mismo podría hablar de nuevo con el dueño de...

—¿Crees que con el artículo publicado sea más fácil conseguir algo?

—El muy idiota de Cárdenas sabía a la perfección que la única forma de retenerte era mantenerte oculta. Al menos ahora tiene la decencia de permitir que te luzcas... Quizás es su forma de compensarte por lo que te hizo.

“O de sacarme de encima sin sentir culpa”, pensó Paula.

Juampi tenía razón. Ezequiel nunca antes le había dado la oportunidad que ahora, en cambio, le servía en bandeja.

Sí... Las demás tenían razón... Ese amante eficiente no era, ni por mucho, el peor de los hombres.

—Además, sabes que todavía está en pie la promesa que le hiciste a tu suegra. Y el tiempo corre... Piénsalo, ¿qué tan mal puede irnos si estamos juntos?

Paula observó a aquel hombre enamorado.

—¿Y?... ¿Qué me respondes?

—Como tú dices, Juan Pablo... Tengo que pensarlo.

* * * *

Desde la noche en que había jurado vengarse, las cosas nunca volvieron a ser las mismas con Greta. Era como si siempre tramara algo a espaldas suyas. Y desde entonces las complicaciones no hacían más que sumarse. Era frecuente que no encontrara su prenda favorita cuando la buscaba, y que luego de unos días apareciera por arte de magia en el canasto de la ropa sucia. O que se perdiera algún mensaje. O que Greta olvidara guardar por la noche la leche que su compañera tenía que tomar en la mañana. Por eso aquel jueves, al ver esa nota casi ilegible sobre su almohada, Paula dudó de su veracidad.

Llamó al canal y nadie pudo confirmarle nada. Guido, como todos los días en que había programa, estaba desaparecido en algún salón de belleza, sumergido en un baño de espuma, o achicharrado en una cama solar... Olivia y Bruno no contestaban a sus móviles, (cosa extraña, porque habitualmente los dos se tomaban muy en serio sus horarios de trabajo)

Paula esperó pegada al teléfono a que se hicieran las tres de la tarde. Esas horas previas a la emisión solían ser febriles, por lo que no era raro que todo el grupo se reuniera desde la mañana. Pero ese jueves a nadie parecía importarle nada. ¿Qué estaría pasando?

Luego de un tiempo de agonía, recién a las cuatro y media de la tarde sonó su móvil. Era Guido.

—Paula, ¿no recibiste mi mensaje?

—Mi compañera garrapateó algo en un papel, pero...

—Te estamos esperando en el canal. Tómate un taxi cuanto antes.

Guido cortó sin que Paula pudiera preguntar nada. ¿Quiénes la estaban esperando? ¿Para qué? ¿Por qué en el canal?

Pero todavía no había puesto un pie en la emisora, cuando tuvo un inesperado recibimiento.

—¿Usted es la señorita Paula Ventura?

—Sí...

—La están esperando en “Maquillaje”. ¡Apúrese!

Paula, sin ninguna razón más que la orden de aquel extraño, corrió por los pasillos en la dirección indicada.

Allí, con un enorme babero que cubría su ropa, estaba Guido, que la saludó sin dejar de mirarse al espejo, mientras era acicalado por dos mujeres jóvenes y hermosas.

—¡Paula!... Pensamos que no ibas a venir.

—¿Quiénes pensaron?

—¿Tú eres Paula Ventura? —preguntó una de las muchachas.

—Sí... —respondió su víctima con inocencia.

Y bastó tan pequeño monosílabo para que todo fuera locura a su alrededor.

—¡Cristina! Tú ocúpate de lavarle el cabello. ¡Ana! Ven a hacerle las manos y los pies, porque va a usar sandalias... ¿Qué talle de calzado usas, querida? Trae un seis y un siete... ¡Marcos! El solero azul, por favor...

—¿El que iba a usar Dolores?

—¡No!... Es demasiado grande... Llama a Laura y pide otra más entallado. Por lo menos un talle menos que el anterior.

—¡¿Qué es todo esto?! —preguntó la pobre niña temiendo lo inevitable, mientras era asaltada por un batallón de estilistas.

—¿No te dijo Bruno?

—¡No!

—Dolores no va a venir. Debes reemplazarla.

—¡¿Te has vuelto loco?!

—¡Lo harás perfecto!

—¿Y Olivia? —preguntó la muchacha, tratando de no morir ahogada por el chorro de agua que llegaba directo a su boca, y con el cual ahora estaban lavando su largo cabello.

—Se nota que no te tiñes —fue el comentario de la asistente— Tu cabello está sano y sedoso.

—E intento que siga así —le respondió Paula, doblegada por los tirones que le estaban dando. Pero de inmediato insistió con Guido—. Olivia es la reemplazante de Dolores. Esa es una de sus tareas.

—¡Era!... Con la cara que tiene ahora está impresentable.

Las “damas” que los rodeaban rieron con malicia.

—¿Ella dijo que no quería...?

—Ezequiel ordenó que fueras tú.

—¿Ezequiel?... —repitió la muchacha, pensativa.

Sí, era evidente que su jefe intentaba darle las mejores cartas de recomendación para cuando tuviera que irse...

Pero Paula no tenía ninguna gana de agradecerle un favor semejante.

—¡Es una locura!... ¡Nunca antes estuve frente a las cámaras!

—Eso no es cierto. Ezequiel dice que una vez participaste en un video de turismo para la provincia, y en otro de la Universidad de Cuyo.

—¡Eso era una conferen... ¡ay!... cia! De cuando era ayudante de cátedra. Pero no quiere decir que...

No pudo quejarse más. Fuera como fuera, su suerte ya había sido echada. Por varias horas fue ultrajada de todas las formas posibles para servir a la más cruel belleza. Y entre secado del esmalte, o cepilladas, o pruebas de ropa en busca de algo a su medida, tuvo que realizar además el trabajo que siempre hacía, (y que por cierto le correspondía a Guido. Pero claro, el pobrecito estaba muy ocupado en descansar)

A las nueve de la noche, cambiada como si fuera a una fiesta, y pintada más que una puerta, Paula por fin se miró al espejo. Lucía rara. Mucho más linda, pero rara... Parecida a... A todas las demás mujeres que pululaban por allí.

—Ven, Paula...

—Finalmente apareciste, Guido. Creí que te habías ahogado con el spray.

—El relax es fundamental, lo sabes.

—¡Sí!... ¡Y yo estoy “tan” relajada!

Pero su galán ya no le prestaba atención, obnubilado por su propia imagen en un pequeño espejo que alguien le había acercado.

Lentamente los distintos entrevistados se habían ido posicionando detrás de las cámaras. La mayoría eran desconocidos para Paula, (gente del espectáculo o políticos menores), pero al vejete de cabeza rala que la miraba con impudicia lo había visto muchas veces en el tiempo que llevaba trabajando junto a Cárdenas.

—Ven, Paula... Te presento al diputado Alberto Requejo...

—Sí... Lo conozco —dijo la joven mientras le tendía la mano.

A través de sus gruesos lentes ese hombretón la recorrió con descaro.

—No lo creo... Nunca olvido a las muchachas hermosas.

—Lo conozco, pero por fotos.

—Entonces comprobarás por ti misma que la cámara engorda al menos diez kilos... Todos dicen que en televisión me veo muy inflado y con la cabeza desnuda.

—Por favor, diputado... —se apuró a consolarlo Guido—, en un hombre como usted no importan las apariencias, sino las ideas.

Paula sonrió con encanto. Sí, Guido tenía razón... Y por eso, el diputado también. Decididamente esta inflado y tenía la cabeza vacía.

—Diputado... Hoy es un día especial. Nuestra querida Dolores no está.

—Pero por lo que veo conseguiste una bella reemplazante. No creo que la extrañemos...

—Nuestra Paula es encantadora, pero esta es su primera experiencia ante las cámaras. Sé que su equipo había pactado hacer la entrevista con mi compañera, pero...

—Hacerla con esta niña me da igual... No hay cosa que me guste más que darle una buena acogida a una principiante...

“¿Cogida, o acogida?”, pensaron Paula y Guido al unísono, pero sólo se sonrieron con suspicacia, mientras el desagradable fulano continuaba con su discurso.

—Incluso podríamos arreglar para salir a festejar tu debut una vez que se acabe el programa.

Paula volvió a sonreír con malicia.

—¿Yo estoy confundida, o usted está casado, diputado?

—Dos veces... Pero ya sabes, no hay dos sin tres... Quien te dice, tienes suerte...

Y todavía no había concluido de hablar, cuando ya estaba abrazando a Paula con confianza.

La joven se soltó con gracia, justo en el momento en que el asistente de dirección hacía la segunda llamada para que todos ocuparan su lugar.

En efecto, no era la primera vez para Paula en un estudio de grabación, pero sí la primera en televisión nacional. Y estaba temblando... No quería fallar... No podía darse el lujo de hacerlo. Y sin embargo mil cosas podían salir mal. Podía tropezarse con esos tacones, bastante más altos que los que solía usar. O mostrar más de lo debido con la falda tan corta. Las mesas eran transparentes y tenía que tener mucho cuidado al cruzar las piernas... ¿O mejor no las cruzaba?... ¿Lo tuteaba a Guido, o le decía de usted?... ¿Lo dejaba hablar, o...?

—¿Nerviosa?

Olivia la estaba contemplando con una sonrisa cruel en los labios y un gesto altivo.

—Mucho.

—Todos apuestan a ti... Hasta Bruno... Está bien. Sé perder... Pero estar allí adelante no es nada fácil. Los reflectores te iluminan, mostrando cada imperfección. El calor empieza a hacerte transpirar... Un consejo de amiga: ¡no transpires! ¡Queda horrible!... ¿Te pusieron protector debajo de las axilas? ¡No importa!... Y los cables... Ten cuidado de tropezarte. O de caerte de la silla. A veces una se levanta por cualquier estupidez, y... No, pero no vas a caerte. Tú tienes experiencia... Pero tampoco vaciles. Por los micrófonos se escucha todo. ¿Te pusieron bien el micrófono?... Te ves un poco deforme con él, pero estás linda igual... ¡Ya van a empezar!... ¡Suerte!

Y bastaron esas palabras para que todo el miedo de Paula desapareciera de inmediato. Como buena deportista, no había nada que la incentivara más que el deseo de los otros porque fracasara.

Y sólo por no darle el gusto a Olivia, enfrentó las cámaras como toda una profesional. La inseguridad había dado paso al orgullo. Y en cuestión de segundos ya se sentía tan cómoda, como si estuviera en otra reunión de trabajo. Habiendo dado clases en la facultad, sabía cómo atrapar la atención de una audiencia que estaba aburrida, incluso cuando el tema a tratar era más aburrido aún. Y fue tal su pericia, que en dos oportunidades no dudó en auxiliar a Guido, que ese día estaba con la cabeza en otra parte.

—¿De dónde sacó Cárdenas a este bombón? —le preguntó el director a Olivia, ni bien se fueron al corte— Dolores va a tener que cuidarse, porque la niña arrasa.

—¡Guido va a tener que cuidarse! —apuntó su asistente, divertido.

—No crean... Este será su debut y despedida —informó la dama.

—Dudo que Cárdenas sea tan idiota como para dejarla escapar —insistió el director.

Y entonces Olivia le devolvió una mirada ácida y triunfante.

—¿No crees?... Pues te equivocas... Esta maravilla es gay... Y Ezequiel no es tan idiota como para poner a una lesbiana como conductora. No en este país... Como notera, o periodista de las minorías oprimidas, puede ser, ¡pero conductora!

—¡¿Gay?!... ¡Qué desperdicio!... ¡Con ese culo y esa boquita!...

—A mí no me molesta —afirmó el director, observándola con deseo—. Y si no la vamos a volver a ver, no olvides pasarme su número, Olivia.

La charla se interrumpió de inmediato. Ya era hora de continuar con el último segmento del programa: la entrevista del diputado.

Ni bien se sentó en su sitio, aquel hombretón casi calvo comenzó a tratar a la muchacha con condescendencia. Por dos minutos Paula lo escuchó arengar, en silencio, mirándolo todo el tiempo con una sonrisa. Más allá de las luces, sólo los cinco tipos vestidos de traje que conformaban su comitiva permanecían atentos a sus palabras. Los demás bostezaban, aburridos.

—Disculpe que lo interrumpa, diputado... Podría escucharlo todo el día, porque usted es un orador fascinante, pero... ¿Puedo preguntarle algo?

—Por supuesto, querida... Sé que esta es tu primera entrevista, y quiero dejar que te luzcas... A mí ya todos me conocen. Por eso tengo tantos votantes...

—Respecto de la causa por cohecho que se le sigue en...

—He sido absuelto —dijo con orgullo.

—Por falta de pruebas... ¿Me equivoco, o la falta de pruebas no significa que sea inocente, sino que no se pudo probar su culpabilidad?

—Todos somos inocentes hasta que se pruebe lo contrario... Y un hombre como yo siempre está expuesto a la malicia de...

—Eso es cierto... Porque en lo que va de su período ya fue acusado otras tres veces por lo mismo.

—Y en todas ellas fui absuelto —repitió, preocupado. Y olvidando que eso era un programa en vivo, se dirigió a sus acólitos, que se movían atrás de cámara con impaciencia— ¿Esto estaba en el temario que nosotros aceptamos?

Paula, sin atender a sus quejas, insistió.

—En efecto, en todas esas causas fue absuelto. Y curiosamente, en todas ellas el fiscal era el doctor Alberto Pino, ¿qué raro, no?...

—Eso no tiene nada que ver... Y la verdad es que prefiero...

—Digo... Porque, si bien poca gente lo recuerda, antes de asumir, usted ya había sido condenado por cohecho. Y en esa causa les fue muy fácil encontrar las pruebas necesarias. Claro que allí el fiscal era otro.

—¡Eso no es cierto!

—Es cosa juzgada, diputado. ¿O no recuerda que no se pudo presentar a las elecciones anteriores porque pesaba sobre usted una inhabilitación para ejercer cargos públi...?

Paula no pudo terminar. El tipo, olvidando toda conveniencia o decoro, se puso de pie, bramando como una fiera.

—¡La puta que te parió, pendeja!... Yo no voy a hacer esta entrevista... ¡Esto no es lo que estaba pactado!

—Diputado...

El tipo la miró de una forma tal, que todos creyeron que iba a pegarle. Pero en vez de eso, sólo gritó:

—¡Qué diputado, ni diputado!... ¡¿Por qué no te vas un poco a la mierda?!

Sin recordar que el programa era en directo, el viejo político intentó huir de allí, pero quedó atrapado por los cables del micrófono que llevaba en la espalda. Seguido de cerca por las cámaras, los arrancó con furia, arrojándolos al suelo con violencia, no sin antes trastabillar.

Paula, ahora sentada sola, esquivó un trozo de esa bomba de plástico y cables, y sonrió.

—Este, evidentemente, no era el final que yo esperaba para mi primera entrevista. Quisiera pedirle disculpas al señor diputado, pero creo que la verdad nunca ofende, así que no me considero culpable de nada. Y puedo asegurarle que me encantaría darle el gusto de irme a la mierda, pero eso es imposible, porque ya estoy allí —y mirando hacia la cámara, agregó—. Gracias a gente como él, que hace que usted, yo, y todos, nos hundamos un poco más en ella cada día...

La muchacha se puso de pie, y continuó desplazándose con gracia y soltura por el estudio.

—¿Vienes en mi auxilio, Guido?... La comitiva de nuestro diputado, gente a la que, por otra parte, nosotros le pagamos el sueldo, está retirándose del estudio, así que van a tener que disculpar el barullo...

Guido, de mala gana, se unió a su compañera.

—Esto es difícil de manejar... —dijo confundido.

—Entonces te invito a que pasemos a algo más interesante...

Aquel galán devenido a periodista se cobijó en la inteligencia de la muchacha para salir del paso. Ella hizo varias bromas encantadoras, y él, llevado ya a un terreno que le era familiar, se las devolvió con gracia. Porque finalmente ser lindo, gracioso y encantador era lo que mejor hacía.

Para algo era un hombre.

* * * *

—¡Qué diputado, ni diputado!... ¡¿Por qué no te vas un poco a la mierda?!

Durante una semana entera esas imágenes fueron repetidas cientos de veces, en todos los canales. Una y otra vez podía verse al digno diputado trastabillando, insultando, arrojando el micrófono. Y a su lado, durante una fracción de segundo, a la bella Paula esquivando los pedazos.

Todavía no se dejaba de hablar del artículo en la revista, cuando ya todos se ocupaban de la nota en el programa. Y mientras que Paula permanecía siendo una desconocida para la mayoría de los porteños, (empeñada como estaba en no prestarse a dar notas a sus colegas), en cambio ya tenía nombre propio en las redacciones que no eran la suya. Porque en “RLP”, simplemente ya se había convertido en una leyenda: era la niña gay que no le tenía miedo a nada, y que ponía a los malos en su sitio.

Todos tenían algo que decir sobre ella. Muchos la admiraban. Otros temían ser desbancados por su inusual talento... Pero el único que permanecía en silencio era Ezequiel.

Desde hacía una semana que no se comunicaba con nadie.

Lástima. Porque era el único que a Paula le hubiera gustado escuchar.

* * * *

La ciudad la estaba volviendo paranoica. Cada vez que caminaba por la calle tenía la impresión de que alguien la seguía. Claro que al principio era Juan Pablo, siempre con su tos y su llavero a cuestas, pero desde que estaban... ¿de novios?, que ya no lo hacía más. Y era cierto también que luego de la nota con el diputado, una noche la había seguido uno de sus acólitos para enfrentarla, pero Paula logró conquistarlo con su encanto, haciéndolo desistir.

Apuró el paso y aguzó el oído...

No... Se lo estaba imaginando.

Y es que últimamente andaba preocupada. Las cosas en su vida cambiaban con rapidez, y no era nada fácil adaptarse. Nunca antes se había sentido del todo valorada en el plano profesional. Y ahora, gracias a Cárdenas, en cuestión de días era ya respetada por todos.

Claro que también gracias a Cárdenas estaba considerando seriamente la propuesta de Juampi. Sí, era obvio que no estaba enamorada de él. Pero sabía que en un matrimonio lo fundamental era la confianza. Ella había confiado siempre en Bru. Se había sentido cómoda con él. Lo había amado... Pero ahora, en cambio, amaba a Ezequiel, se sentía cómoda con Juan Pablo, y no confiaba en nadie.

Sí, podía ser feliz junto a Juan Pablo... Cárdenas, en cambio, sólo la hacía sufrir. Como ese silencio que la estaba volviendo loca, por ejemplo. A ninguno de los otros le inquietaba que el gran jefe no se hubiera comunicado en diez días. Pero a ella sí. Ezequiel vivía siempre al borde del peligro. Le gustaba juguetear con los poderosos, y se exponía, para su gusto, demasiado. ¿Cómo estar segura de que no le había ocurrido nada?

Se detuvo abruptamente y prestó atención.

Sí... Alguien la seguía. No era su imaginación ni su miedo.

Se apuró a doblar la esquina, y, (¡gracias a Dios!), se topó con un custodio en una garita, de esos que, debido a la inseguridad creciente, había muchos.

—¡Señor!... Disculpe, ¡señor!

El tipo estaba dormitando frente a un pequeño televisor blanco y negro.

Paula tuvo la sensación de que su sombra se aproximaba a ella cada vez más, amenazante, y se desesperó.

—¡Señor! —gritó asustada, mientras golpeaba el vidrio.

Aquel energúmeno se despertó sobresaltado.

—¿Qué ocurre?

—Alguien me sigue... ¿Podría fijarse?

—No, no puedo señorita... Soy un guardia privado. Me pagan para que me quede aquí.

—Pero podría al menos...

—No rompa, señorita... ¿No ve que estoy trabajando?

—Entonces me voy a quedar a su lado hasta mañana. Estoy segura de que alguien me sigue, y no me pienso mover de aquí.

De mala gana el tipo se puso de pie y salió de su refugio.

—Pero la acompaño sólo hasta el final de la calle.

—Con eso me alcanza, gracias.

En silencio caminaron hasta la esquina, y bastó llegar allí para que rápidamente el hombre volviera a su juego de fútbol y a su sueño.

Con temor la joven se adentró en la oscuridad, y entonces esa sombra tan temida la enfrentó.

—Hola, Paula.

La pobre muchacha empalideció.

—¿Tú?.... ¿Volviste?

—Nunca me fui... Siempre estuve a tu lado, y de haberlo querido, hubieras podido contactarme.

—No lo quería... En realidad, no quiero verte más, Agustín... Te portaste muy mal conmigo.

—Y te vengaste, incluyéndome en tu artículo. Claro que allí te burlabas, haciéndome ver...

—Patético. Como eres en la realidad.

—¿Así que me crees patético?... ¿Y Ezequiel, qué?... ¿Un héroe?

—Él demostró ser mejor persona que tú. Al menos en esa oportunidad nos salvó la vida a ambos...

—Pobrecita... ¡Eres una tonta! ¡Qué fácil es engañar a las mujeres!

—¿Qué quieres decir?

—¿No te das cuenta?... Yo apenas fui un timador, timado. Ezequiel se aprovechó de mi trampa para tendernos otra mejor.

Paula se estremeció.

—¿Cómo?

—El investigador privado al que acudí para que me diera la dirección del depósito, me confesó que luego de hablar conmigo le avisó a Ezequiel de mis planes. Él sabía lo que yo tramaba, y se me adelantó. Urdió esa trampa en combinación con su amigo Cantagalli para desacreditarme, y así poder conquistarte... Y no lo hizo como yo, sólo movido por la belleza de tu culo. No, Ezequiel quería más... Él siempre quiere más...

—¡Eso es ridículo!... ¿Te olvidas que te pegaron un tiro?... ¿Y que llegó la policía?... ¡Eso no es una farsa!... Y nadie se toma tanto trabajo para acostarse con una mujer.

—¿Se acostó contigo?

Paula no le respondió.

—Como sea, querida amiga... Las drogas estaban allí. Al menos esa parte de la historia era cierta. Cantagalli lo sabía, la policía lo sabía... Así que cuando Ezequiel llegó al depósito, entrando como héroe, lejos de estar solo, tenía todo un ejército atrás que lo amparaba, esperando para actuar recién cuando las cosas se pusieran peligrosas. Fue un cambio de favores entre amigos. Cantagalli se liberaba de sus empleados infieles, la policía quedaba bien con Cantagalli, desvinculándolo del caso, y nuestro querido jefe te sacaba del medio para siempre, sólo por complacer a su socio.

—¿Sacarme del medio?... ¿A qué te refieres?

—Unos meses atrás Ezequiel compró un video que incrimina a Cantagalli en la muerte de tu marido. Concretamente se ve cuando encarga el trabajo al matón de turno.

—¡¿De dónde sacaste semejante estupidez?!

—El problema es que, así como él lo consiguió, podría haber otras copias en venta... Tú, querida amiga, eres la carnada para conseguirlas. Quien sea que tenga el original, primero va a tratar de vendértelo a ti. Por eso es que Ezequiel quiere tenerte de su lado. Va a intentar por todos los medios lograr tu confianza, e incluso estaría dispuesto a facilitarte el dinero para realizar la transacción... Cualquier cosa, con tal de proteger a su amigo Eusebio Cantagalli.

—¿Y qué crees que pasaría si yo obtuviera ese video?... Ezequiel no es tonto. Sabe que tarde o temprano lo daría a conocer al mundo.

—Sí, Paula... Tanto él como su socio saben que eres una mujer íntegra..., como tu marido. ¡Lástima!... La integridad no es una virtud demasiado apreciada en estos días...

—¡Estás loco si piensas que voy a creerte!

La muchacha continuó su camino a paso redoblado. Pero ese hombre turbio la siguió para detenerla.

—¡Espera, Paula!... ¿Quieres pruebas?...

—Ni con pruebas le creería a un mentiroso como tú —dijo con desprecio.

Y volvió a alejarse. Pero enseguida se detuvo.

—¿Qué pruebas tienes?

—Todavía ninguna, pero...

—Entonces no me interesa.

Paula se perdió en la sombra, pero cuando estaba por llegar a la esquina pudo escuchar la voz de ese hombre torvo.

—¡Yo te voy a demostrar quién es el verdadero mentiroso en esta historia!... ¡Pase lo que pase, te lo voy a demostrar!

* * * *

¿Cuándo era hora de intervenir en una disputa doméstica?

Los gritos e insultos se cruzaban sin cesar. E incluso Paula hubiera jurado que había habido algunos golpes... Pero como el lastimado parecía ser López, a quien ella misma tenía ganas de asesinar, no había creído conveniente meterse en el medio...

Hasta entonces.

Una silla voló por el aire y se produjo un repentino silencio. ¿Habría algún muerto?

Paula se asomó por la puerta, pero sólo para encontrarse con esos dos retorciéndose en el piso.

O se estaban asesinando, o hacían el amor.

Un gemido, seguido de una risa histérica de su amiga, la convenció de que se trataba de lo segundo, así que se tranquilizó.

Volvió a su dormitorio y por un rato intentó dormir. Pero de inmediato continuaron los gritos, las corridas, y los golpes.

Por lo visto le esperaba otra noche en vela.

Se tapó los oídos y cerró los ojos, pero una ligera vibración la obligó a volver a abrirlos... ¿Estaban tirando la casa abajo?

Más o menos... Pero la vibración provenía de su móvil, olvidado entre las sábanas.

—Hola, Juampi... —respondió sin pensar.

—Hola, Paula... —le contestaron del otro lado.

Y entonces la pasión que intentaba olvidar volvió a recorrerla, haciéndola estremecer.

No... No era Juampi...

Era él.

* * * *

—¡Cárdenas!... Pensamos que podía haberle ocurrido algo.

Y entonces le pareció escuchar que él le preguntaba: —¿Pensaron..., o pensaste?

Pero no estaba segura.

—¡¿Cómo?!

—¿Qué es ese ruido?... ¿Tienes encendido el televisor?

—¡No!... Es mi amiga Greta con el novio... ¡Es insoportable! No sé cómo voy a hacer para dormir.

—Escucha, Paula...

—¡¿Cómo?!

—Necesito que vayas a mi casa a hacer algo —gritó desde el otro lado del mundo.

—¿A su casa? ¿A esta hora?

—Ya te estoy mandando a Raúl para que vaya a buscarte... ¿Todavía tienes mis llaves?

—Sí... ¿Pero es tan urgente? Aquí es muy tarde.

—¡¿Cómo?!

—¡Ya me preparo!... Dígale que me pase a buscar en quince minutos.

Cárdenas cortó la comunicación, y Paula suspiró.

Sí...

Cuando de Ezequiel se trataba, cada vez era más y más tarde para ella.

Y ya no había vuelta atrás.

* * * *

Los guardias de la noche la observaron con desconfianza. A diferencia de lo que ocurría con los del turno diurno, Paula apenas los conocía. Había tenido que repetir su nombre dos veces, y aun así, sólo le habían permitido acceder por la entrada principal.

Una vez en el piso veintidós la joven digitó la clave en el tablero, rogando porque Cárdenas no la hubiera cambiado en su ausencia. Pero cuando las puertas del elevador finalmente se abrieron, dejando a la vista la sala inmensa, Paula tuvo la clara sensación de que se iba a desmayar.

Otra vez estaba allí... En ese departamento tan ajeno como lo era su dueño para ella, y que a la vez sentía tan propio.

El elevador se cerró a su espalda con impertinencia, obligándola a ingresar en el recibidor de puro vidrio templado, especialmente construido para soportarlo todo. Era curioso permanecer en su interior. Era como estar en medio del corazón de la casa, y a la vez estar ausente. Verlo todo, sin poder tocar nada... Era como la felicidad que Cárdenas le había enseñado esa tarde de locura: real, pero a la vez inalcanzable.

Digitó los números en el panel de control y las puertas transparentes se abrieron para darle paso a la sala inmensa, que sin él, sin su andar arrogante, sin su perfume, se veía vacía.

Con reverencia Paula caminó por el pavimento que tantas veces había lavado, para alcanzar el teléfono. Pero en un impulso incontrolable primero se desvió hacia el balcón.

Y entonces pudo percibir claramente cómo se hacía pedazos su corazón.

Buscó su móvil y marcó el número desde el cual Cárdenas la había llamado una hora antes. Y, a pesar de ser ella la que había discado, otra vez esa voz la conmovió.

—Hola, Paula.

—¿Qué hizo con la planta de jazmines?

—El día que te fuiste la tiré.

La muchacha sintió unas inexplicables ganas de llorar, pero se contuvo.

—Ya estoy aquí... ¿Qué necesita?

—Hay una película...

—¿Una película?

—Una película italiana de Nino Manfredi. Actúa, y tengo entendido que hizo también parte del libro... Se llama “Cuidado con el payaso”, y es de la década del setenta... ¿La conoces?

—No... ¡Qué raro!... Pensé que había visto todas las de él...

—Busca en el micro cine... Creo que está en el último estante. Necesito que la veas.

—¿Ahora?

—Allí todavía no son las once de la noche, ¿no?

—¿Es para citarla en algún artículo?... ¿Qué debo buscar?

—Si te lo digo, no tiene gracia. Mírala, y después me llamas.

—Pero Raúl me está esperando para llevarme de nuevo a casa.

—Dile que regrese a la editorial. Lo tuyo va a demorar. Y ahora te dejo. Tengo cosas que hacer... ¡Y no olvides llamarme ni bien termines!

¡Qué extraño!...

Pero aun cuando no podía entender semejante orden, Paula obedeció a su jefe sin chistar.

Sentada en esas butacas, sola, el tiempo pasó con rapidez. Fueron dos horas intensas, sorprendentes.

La proyección la había conmovido hasta las lágrimas. Y era curioso que esa película difícil, demasiado mundana y a la vez casi mística, hubiera atraído la atención de Cárdenas.

—¿Te gustó? —preguntó él, luego del primer repique del teléfono, como si la hubiera estado esperando.

—Es... muy dura. Pero fascinante.

—Sí... También lo es para mí... Ahora necesito que vayas a mi cuarto.

—¿A su cuarto?

Paula se estremeció... Demasiados recuerdos.

—Por favor.

—¿Quiere que busque algo allí?... ¿Lo vuelvo a llamar cuando lo encuentre?

—No... No cortes... ¿Es el móvil de la editorial, no?

—Sí.

—Entonces no cortes.

Mientras se desplazaba por el apartamento, la joven podía sentir la voz de él acariciándola. Hablándole como si otra vez estuviera a su lado.

—Ya llegué.

—Ve hasta la mesilla de noche que está a la derecha de la cabecera.

—Estoy allí.

—Entonces será mejor que te acuestes y duermas hasta mañana.

—¡¿Qué?!

—Llamé a tu casa para darte algunas indicaciones para el trabajo y me espanté... Mañana te necesito bien descansada y despierta, porque vas a tener que entrevistarte con Colombo, así que pensé que lo mejor sería que durmieras en mi cama.

—No, pero... No pienso quedarme...

—La casa está sola y necesito alguien que la vigile en mi ausencia... ¿Quién mejor que tú?... Podrías reencontrarte con el cine italiano... Para mañana te recomiendo “La Strada”. De seguro ya la viste mil veces, pero... La escena del mago y Gelsomina es mi favorita.

Sí, también lo era para Paula. Y esa coincidencia, tontamente, la emocionó.

—Quédate, Paula... Sé que te lo pedí antes, y siempre te negaste a complacerme. Pero esta vez yo no estoy allí, así que...

Por unos segundos permanecieron callados.

—Pero cuando usted vuelva... —accedió ella al fin.

—Cuando yo vuelva te irás de mi casa y de mi vida según lo pactado.

Paula agachó la cabeza.

¡Qué difícil...!

¡Qué difícil era decirle que no a ese hombre!

—Adiós, señor Cárdenas. Ya es muy tarde.

—¡Espera!

—¿Sí?

—La planta de jazmines... La tiene el portero. Se la di para que la cuidara mientras no estoy.

Y como si se tratara del aroma de las flores, un silencio dulce los envolvió, impregnando sus espíritus.

—Hasta mañana, Paula.

Todavía con el corazón palpitante la joven cerró su móvil, observó la cama inmensa, y suspiró. Era increíble haber vuelto al lugar adonde un día había sido tan feliz y tan miserablemente desdichada.

¿De qué clase de embrujo era capaz ese hombre, que podía hacerla enloquecer de pasión con sólo susurrarle trivialidades al oído?

Agotada por el impulso irrefrenable que una vez más trepaba por sus piernas dejándola exhausta, la muchacha se sentó en la cama. Y la suave caricia del algodón hilado hasta el infinito le hizo rememorar otras caricias más íntimas, más inolvidables... Y otra vez se sentía excitada, perdida entre los brazos de él, sometida a su hombría.

Y feliz.

Se soltó el cabello, desabrochó su camisa, deslizó su falda, se sacó los zapatos, y se aprestó a dormir, (o a recordar), sumida en el dulce arrebato que la tenía atrapada allí, en esa casa ajena que por algún motivo inexplicable sentía como su propia casa.

* * * *

Paula, todavía dormida, acariciaba su almohada, gemía, daba vueltas, se estremecía de placer.

Durante unos minutos estuvo sonando la musiquita estúpida de su móvil, pero ella no podía escucharla, atrapada como estaba por ese sueño profundo que la tenía cautiva. Pero cuando, de tanto vibrar, el pequeño aparato terminó cayendo sobre su cara, por fin abrió los ojos y despertó a una realidad menos dulce y más esquiva, pero igual de atrapante.

Medio dormida, ni siquiera se tomó el trabajo de revisar el visor para saber quién era, (¿o fue porque no se atrevía a averiguarlo?)

—Hola... ¡Juan Pablo!.... ¿A mi casa?... ¡No! No vayas a mi casa. No estoy allí…Vas a hacer un escándalo de esto, pero... Estoy en lo de Cárdenas.

Paula separó el pequeño aparato de su oreja para aminorar el impacto de los gritos de su novio.

—Te recuerdo que él sigue en Estados Unidos... No. No me lo pidió. Yo se lo pedí a él. Greta estaba con López, y...

Otra vez la muchacha se vio forzada a alejar el telefonito.

—¿Qué? ¿Ahora también te vas a enfurecer por lo que hace Greta? ¿Qué te importa a ti si se acuesta o no con López?... ¡Basta de decirle puta!... Greta ya es una niña grande, y no tiene por qué pedirte permiso. ¡Y yo tampoco!... Sí, pienso quedarme aquí hasta que Ezequiel vuelva… ¡Lo llamo como se me dé la gana!… Sí... Por supuesto que estuve pensando en lo de nuestro casamiento... Pero es que..., no sé... Necesito más tiempo.

La muchacha perdió su mirada en esa cama inmensa y se estremeció. ¿Estaba bien casarse con alguien por lástima, cuando se suspiraba por otro?

—¿Cuándo?... ¡¿Hoy?! Pero no puedo hoy. Tengo que encontrarme con alguien, y... ¡Claro que me interesa un puesto en la editorial Perfiles! Lo sabes mejor que nadie. Y por supuesto que quiero entrevistarme con tu jefe, pero... ¿A qué hora es?... Estaré allí.

Y sin tomarse el trabajo de decir adiós, la joven cerró su pequeño móvil con enojo.

Lo arrojó a un costado y volvió a acostarse, dejando que las sábanas la acariciaran otra vez.

¿Para qué negarlo? Mal que le pesara esa mañana había amanecido húmeda de placer y deseo...

Y por más que lo intentara, podía cerrar sus piernas, podía poner en blanco su mente, pero no podía acallar su corazón.

¿O sí?

* * * *

—Tus trabajos son impresionantes... Me gustó cómo manejaste lo del diputado, porque es muy difícil poder remontar una transmisión en vivo luego de algo así... Lo hiciste muy bien. Pero por desgracia en este momento mi equipo está completo...

—¡¿Cómo?! —se sobresaltó Juan Pablo al escucharlo—. Ayer usted dijo que...

—¡Ayer!... Pensé que iba a tener una baja y... Pero lamentablemente no ocurrió, así que no necesito a nadie.

—¿Y el puesto de Martita López?... Usted dijo.

—No... No va a poder ser... Pero estoy seguro de que en cualquier otra oportunidad, quizás más adelante, cuando te desvincules totalmente de Cárdenas...

—Ya estoy desvinculada... Sólo lo cubro hasta que él regrese, pero después quedo libre.

Aquel hombretón rubicundo sonrió de una forma extraña.

—Claro, lo imagino —se limitó a decir—. Pero por ahora...

Las despedidas fueron rápidas, y en cuestión de segundos otra vez Paula y Juan Pablo estaban en la calle.

—Te lo dije, Juampi.

—¡Me lo dijo ayer!... ¡Y fue él quien lo ofreció!... No... Aquí está pasando algo muy raro... Espera, Paula. Ya vuelvo.

—¡No!.... No puedo esperarte. Tengo que...

Pero fue inútil. Estaba gritando al vacío.

Por diez minutos permaneció parada allí, en el patio interno de la redacción. Todavía no se sentía el calor sofocante del verano, pero el sol ya calentaba sin piedad. La muchacha aprovechó la espera para cerrar los ojos y dejarse acariciar por sus rayos.

Su mente comenzó a vagar, presa de esa sensación. Sí, así eran las cosas con Ezequiel. Igual que con el sol, sus caricias la quemaban, haciéndola sentir más viva. Pero no ignoraba que si no se protegía, o si permanecía demasiado bajo su influjo, tarde o temprano iba a terminar pagando las consecuencias.

—¡Fue él!

El grito de Juan Pablo la obligó a abrir los ojos y volver a la realidad.

—¡Yo sabía!... ¡Fue él! —insistió.

—¿A qué te refieres?

—A que esta mañana Cárdenas llamó a mi jefe para pedirle que no te contratara. Y en este negocio las palabras de ese hijo de puta son ley. ¡Nadie quiere quedar mal con él!

—¿Qué estás inventando? ¿Cómo podía saber Ezequiel que íbamos a venir aquí?

—¡No tengo ni idea cómo se enteró!... ¡El muy hijo de puta parece siempre saberlo todo!

—¡Es imposible!... En tal caso tu jefe se habrá escudado en esa mentira para justificar el hecho de que simplemente cambió de opinión.

—¡Él lo obligó!... ¡Ese hijo de mil putas, que lo único que quiere es atraparte!

La muchacha le dio la espalda y comenzó a caminar.

—¡Espera, Paula!... —le suplicó él, mientras intentaba retenerla—. ¡Es la verdad!

—¿Quieres hacerme creer que un tipo tan ocupado como Cárdenas montó una gran conjura en mi contra?... Me encantaría pensar que es así, porque eso significaría que, aunque fuera un poco, le importo. Pero no, Juan Pablo. Yo no soy para él muy distinta que las otras con las que se acostó. Y no es un hombre de agitarse tanto por una mujer. ¡Lo lamento!

—¿Y si nunca consigues otro trabajo?... Él es el único que podría interponerse en tu sueño de ser periodista... Sí... Quizás, como tú dices, no es hombre capaz de tomarse tanto trabajo por una mujer. Pero todos saben que es muy vengativo. ¡Y tú lo humillaste!

—¡Es una locura!

—¿Y si para cuando él regresa no hay otro empleo para ti?

—Entonces, querido Juan Pablo, me volveré a Mendoza y le pediré a tus tíos el puesto que ocupaba Bru.

—¿Y te vas a casar conmigo?

Paula lo enfrentó. El sol le daba de lleno, reflejándose en el vidrio de sus lentes. Su mirada era desesperada, pero todo su gesto parecía sincero. Le gustara o no, ese hombre que quería tanto estaba sufriendo por su culpa.

—Sí... Si eso ocurre me casaré contigo.

¿Por qué no?

Al fin y al cabo Juan Pablo se lo merecía.

* * * *

Durante una hora completa las bellas imágenes en blanco y negro se sucedieron en la pantalla, tan inevitables como el transcurrir de la vida. Pero cuando la bella Gelsomina concentró su mirada inocente y maravillada en la pequeña piedra que el mago le había entregado, Paula simplemente apagó el reproductor y se quedó sentada allí en silencio, en medio de la oscuridad.

Era demasiado para ella.

Como ocurría con esa actriz, también su Bru estaba ahora muerto en la vida real. Sepultado en el pasado, mientras que su juventud y su belleza quedaba capturada en la memoria, como si fuera una película. Su marido nunca iba a envejecer. No se convertiría en aburrido, o molesto. Como Gelsomina, iba a permanecer para siempre siendo lo mejor de sí mismo... ¿Cómo podía competir Juan Pablo con eso? Era cierto que a Ezequiel le había sido fácil desdibujar su recuerdo, pero él era como un ilusionista, capaz de construir con sus mentiras la más bella simulación. Su amigo, en cambio... Juampi no era Bru.

Y definitivamente no era Cárdenas.

La musiquita de su móvil la volvió a la realidad.

Contestó sin mirar el visor. No quería saber con antelación quién la llamaba, (¿o no se atrevía a hacerlo?)

—¿Te gustó “La Strada”?

Paula se estremeció.

—No pude terminar de verla. Comencé a recordar a Bru y me hizo mal.

Del otro lado se produjo un silencio solemne.

—¿Está ahí?

—¿Vas a casarte con Juan Pablo?

La muchacha tambaleó. ¿Cómo podía saber que...? Se puso de pie y encendió la luz.

—¿Usted habló hoy con el director de Perfiles para que no me contratara?

—¿Estás buscando trabajo con él?

—Pronto voy a necesitarlo, y usted lo sabe.

—¿Y justo tiene que ser con ese idiota?... Ah, me olvidaba: Clark Kent trabaja allí. Dios los cría...

—Que a usted no le guste, no justifica que...

—Piensa, Paula... ¿Cómo podía saber yo lo que ibas a hacer?... No, nuestro querido amigo me inculpó para poder negociar mejor contigo. Quería conocerte primero, para luego tomarse su tiempo.

—¿Pero por qué mencionarlo a usted?

—¿Por qué no? Soy el culpable ideal para los peores pecados. Haga lo que yo haga, igual todos piensan mal de mí. ¿No es cierto, Paula?

—¿Cómo supo que Juan Pablo y yo...?

—Desde un principio me quedó claro lo que él quería. Y como el otro día lo nombraste, pensé que...

—¿Fue por eso?

—¿Por qué otra cosa?... ¿Crees que te hago seguir?

Paula se quedó pensativa.

Y desde el otro lado del mundo Ezequiel Cárdenas contempló la bella imagen de su asistente, su cuerpo casi desnudo, cubierto apenas por un camisón de tela liviana, enfocado por una de las numerosas cámaras que le permitían controlar lo que ocurría en su piso a través de la Internet, incluso con todas las luces apagadas. A todo color y en high definition pudo verla dirigirse hacia la sala, deleitándose en cada uno de sus pasos con el contorno de sus pezones, la longitud de sus piernas, y su cabello castaño alborotado.

—¿Paula? ¿Me escuchas?

—Sí.

—¿Vas a acostarte?

—Sí.

—¿Vas a hacerlo ahora?

—Sí.

—¿Llevas puesto tu camisón?

La muchacha se estremeció.

—Todavía estoy vestida... ¿Por qué? ¿Necesita que vaya a algún sitio?

—Tú sabes que no lo quieres.

—¿Cómo?

—Sabes que no lo quieres.

Durante un tiempo los dos permanecieron callados.

—Voy a acostarme.

—No cortes, Paula...

Otra vez ese silencio.

Y luego, sin ningún preaviso, la voz grave de Ezequiel comenzó a acariciarla con dulzura.

A envolverla. A tranquilizarla.

—Como te conté esa noche... ¿Recuerdas esa noche, Paula? Como te conté entonces, guardo en mi memoria muy pocas cosas de mi infancia o la vida con mis padres... Hoy lo pienso, y me doy cuenta de que debía ser bastante mal criado, como todo buen hijo único. Sé que era frecuente que pasara el día enojado por algo que no había salido del todo a mi gusto... Y cuando era así, cuando al final del día me sentía solo, triste, o asustado, recuerdo que mi madre solía acostarse junto a mí... Era hermosa. Tenía el cabello negro y lacio, muy, muy largo, y a mí me encantaba que se olvidara por un rato de mi padre y se quedara a mi lado. Entonces me acariciaba con dulzura, porque era muy dulce, también lo recuerdo, y me decía: “Bueno, Eze... Ahora hablemos para dormir...” Y durante un rato charlábamos de tonterías, “cosas lindas”, como decía ella, hasta que el sueño llegaba sin que yo me diera cuenta...

Un silencio cómplice los unió por unos segundos.

—Hablemos para dormir, Paula... Yo también estoy muy cansado de todo... Aquí hizo un frío horrible y necesito refugiarme entre las sábanas... ¿Por qué no vas a acostarte tú también mientras charlamos?... ¿Quieres?

A pesar de que hablaban por teléfono, por toda respuesta la joven se limitó a mover afirmativamente la cabeza. Y a él le bastó.

—¿En qué crees que andan Olivia y Bruno? —comentó divertido— El otro día les tendí una trampa. Me imaginaba que estaban juntos, así que mientras hablaba por móvil con uno, telefoneé al otro. Fue gracioso escuchar a la distancia el repique de la llamada.

Paula sonrió.

—Claro que luego, cuando se lo pregunté directamente, Oliva lo negó... Creo que todos estos años Bruno estuvo interesado en ella...

—Harían una linda pareja.

—El domingo pasé por una pista de patinaje y no pude evitar la tentación de volverlo a intentar, como cuando era niño...

—¿Sobre hielo? —se maravilló Paula, mientras se dirigía hacia el dormitorio.

—Soy un desastre, pero fue divertido... De chico solía jugar al hockey sobre patines, pero tal parece que el hielo no es lo mismo.

—¡No! No lo es... El sábado fui con Juampi. Y estaba allí, muy orgullosa, intentando hacer una pirueta de mis épocas de gimnasia artística, cuando un niñito se enredó entre mis piernas. Me caí, y después no había forma de secarme.

—¿Patinaste sobre hielo en primavera?

—Aquí en Buenos Aires la pista siempre es artificial. Estaba atestada de nenitos, pero igual fue divertido.

—¿Ya te acostaste? —susurró él, al auricular.

En efecto, la muchacha estaba en la cama, pendiente del pequeño receptor.

—Yo ya lo hice, Paula... Ahora es tu turno... Cierra los ojos y déjate llevar por el impulso del patín...

La joven lo obedeció.

—Hasta mañana, Paula.

—Hasta mañana —respondió ella. Y sólo cuando cortó la comunicación, agregó—, Ezequiel.

* * * *

Esa era una horrible mancha de humedad. Y quizás porque la pared estaba recién pintada, esa excrecencia sepia era mucho más evidente.

Lo más curioso era que en ese contorno pretencioso se distinguía con claridad, dibujada en el techo, (dependiendo de cómo le diera la luz de la ventana), una figura conocida. Sí... Parecía el perfil de un hombre... Allí estaba el pelo, la frente, la nariz... Una gran nariz... Y visto así, desde ese otro ángulo, incluso Paula podía asegurar que se trataba del retrato de alguien conocido.

¡Agustín Lavalle!... ¡Sí!... Esa era su nariz.

¿Qué sería de la vida de ese personaje?... ¿Y las pruebas que había ofrecido?... ¡Por supuesto!... No había ninguna. ¡Patético!

Tampoco de Lita tenía noticias. ¿Se habría ofendido porque...?

—¡Paula!

—¿Sabías que tienes una horrible mancha de humedad en el techo?

—¿Yo te estoy besando, muerto de pasión, y tú lo único que miras es el techo?

—Disculpa... Es que es horrible, y te va a terminar arruinando la pintura.

—¡Me importa una mierda la pared y la pintura!

Últimamente, cosa muy extraña, era común que Juan Pablo estallara frente a ella. En Mendoza, si alguno de los tres gritaba, era Bru. Los demás lo escuchaban sin tomarlo muy en serio. Pero aquí en Buenos Aires era su amigo el que estaba siempre al borde del colapso.

—¿Te sientes bien, Juampi?

—Tu teléfono dio ocupado durante toda la noche y dormí horrible.

—Yo dormí muy bien... Por suerte hoy era sábado, porque no escuché el despertador y seguí en la cama hasta las nueve.

—¿Con quién mierda estuviste hablando tanto tiempo? ¿Con Lita?

—¿Será posible que uses alguna oración que no contenga la palabra “mierda” en ella?... En Mendoza nunca...

—Mendoza queda muy lejos —refunfuñó el otro.

—Ya lo veo.

Paula suspiró.

—¿Vamos a comer?... Quiero terminar pronto para, luego de un par de horas, ir a correr.

—¿Te vas a ir?

—Los sábados corro... ¿Quieres venir conmigo?

—¡No voy a andar por allí como un idiota, enfundado en unos pantaloncitos de mier...!

Juan Pablo inició la frase con violencia, pero de inmediato se detuvo.

—Disculpa, Paula... Es que...

Pero bastó una fracción de segundo para que se enojara otra vez.

—¡Una mierda de disculpa!... Ya estoy grandecito y digo lo que quiero. Tú haces lo que se te da la gana, y yo hablo como se me canta en el quinto forro de las pelotas.

—No tienes que enojarte.

—¿Saldremos esta noche?

—¿Esta noche?... Prefiero que no... Voy a volver cansada de correr, y...

¿La llamaría Cárdenas también esa noche?... Claro que como era sábado no existía la excusa de asignar tareas para el día siguiente.

¿La llamaría?

—¿Qué mierda haces en la casa de tu jefe?

—Nada... Miro cine italiano... Posiblemente hoy vea alguna película.

—Entonces voy hasta allí y la miramos juntos.

—¡No!... —se espantó Paula de una forma tan cruel, que de inmediato tuvo que agregar— No es mi casa. No estoy allí como invitada, sino cumpliendo una tarea.

—Por la que nadie te paga.

—Sabes que gracias a eso no tengo que soportar a López.

—¡Ese hijo de mil putas!

Y tanta vehemencia sorprendió otra vez a la muchacha.

—¿Qué te está ocurriendo con Greta, Juampi?... ¿Acaso te gusta?

—¡No digas tonterías! ¡Es una puta!...

Pero, por raro que pareciera, la mala palabra no fue dicha con tanto desprecio como dolor. Un dolor que no pasó desapercibido para Paula.

—¿Para qué quieres casarte conmigo, Juan Pablo?... ¿De verdad me amas como dices, o no soy más que una asignatura pendiente en tu vida?

—Jamás te mentí, Paula. Oculté mis sentimientos porque tenía que hacerlo, pero jamás te mentí. Soy un hombre sincero, que te ama de verdad. Y no merezco lo que me estás haciendo... Juegas conmigo de una forma que...

—Yo no juego contigo.

—Anoche estabas hablando con Cárdenas, ¿no?

Paula agachó la cabeza, avergonzada.

—Y hoy también esperas su llamado.

—Es inofensivo...

—Con él nunca nada es inofensivo, y lo sabes.

Hecho una furia se acercó hasta ella, sólo para tomarla con vehemencia

—¿Vamos a casarnos, sí o no? —preguntó embravecido—. ¿Te importan esos principios cristianos que tanto pregonas, sí o no?... Porque puede ser que yo ya no vaya a Misa, pero todavía sé distinguir muy bien lo que es bueno y lo que es malo... Puede ser que sea sólo un pobre periodista de provincia, pero no soy ningún idiota. Tú sigues caliente con él. Y no vas a parar hasta...

La joven se soltó antes de que él acabara con una frase tan dolorosa.

—¡Déjame, Juan Pablo!

—Puedes engañarme a mí, Paula... Puedes engañar a los demás... Puedes engañarte a ti misma... Pero nunca vas a poder engañar a Dios... ¡Piénsalo, Paula!

La joven lo observó desolada.

Sí... No había forma de engañar a Dios.

* * * *

Durante calles y calles, Paula corrió con desesperación. Corrió como si en ello le fuera la vida. Corrió a pesar del calor o del cansancio. Corrió para escapar...

Pero para su desgracia, por mucho que se esforzara, su conciencia permanecía firme detrás de ella, azuzándola

¿Qué derecho tenía a lastimar a un hombre bueno y sincero como Juampi, (quizás el mejor que había conocido, después de Bru), sólo para aterrizar una y otra vez en los brazos de un mentiroso, mientras rogaba en su interior porque no la dejara caer? ¿Qué estaba esperando de la vida? ¿Que Cárdenas arrojara treinta años de su pasado al vacío y se convirtiera mágicamente en un príncipe azul?... ¿Acaso se podía esperar de un mentiroso que dejara de mentir?

La joven se detuvo exhausta junto a un árbol, intentando recuperar el aliento perdido.

Era hora de razonar. De escuchar con atención, y razonar.

¿Qué era lo que quería Cárdenas para su futuro?

Prestigio profesional, mujeres, más dinero, y nada que lo atara.

¿Qué era lo que quería Juampi?

Lo mismo que ella. Lo mismo que Bru. Servir al plan de Dios, y encontrar la felicidad en ese servicio. Vivir cada día como si fuera el último, disfrutando de las pequeñas cosas en una dulce intimidad, sin competencias o fechas límites. Sentirse acompañado, e intentar ser feliz.

Sí... Por muy intenso que fuera el arrebato embriagador que sentía cuando estaba a su lado, tendría que olvidar a Cárdenas. Ese hombre no era más que una imagen “photoshopeada” de un príncipe azul. Una foto retocada de un ser perfecto, pero que no existía en la realidad... Como siempre lo había hecho, una vez más tendría que refugiarse en su Fe y en su razón para entender un mundo de ficciones, que quería atraparla en su mentira.

Paula suspiró. Y antes de que pudiera arrepentirse tomó su móvil.

—¿Juan Pablo?... ¿Quieres salir conmigo esta noche?... Sí... Hay algo que te quiero decir.

* * * *

Ese sábado de primavera no había resultado demasiado clemente para los ya maltratados porteños. A un frío inusual para la estación, había seguido una llovizna persistente.

Ahora las finas gotas caían sobre el cuerpo de Paula, empapándola. Todavía llevaba la camiseta liviana con la que solía salir a correr, y estaba comenzando a tener frío. Sin embargo se podía decir que se sentía feliz. O aliviada, que parecía ser una forma distinta de lo mismo. Sí, por fin estaba decidida. Ese iba a ser el principio de la vida largamente soñada junto a Bru, pero que ahora tendría como contrapartida a Juan Pablo. Ella podía hacerlo. Era muy capaz de ser feliz a su lado. Todo era cuestión de buena voluntad. Y como cuando estaba en la facultad, una vez ya decidida la fecha del examen lo único que faltaba era tirar para adelante.

No quería que ese fuera un día más. Necesitaba algo para recordar junto a sus nietos, cuando fueran viejos. Por eso iba a colarse al departamento de su futuro esposo, aprovechando que él estaba en una nota, (¿tenía la llave, no?), para colgar una inmensa pancarta. Un cartelón que simplemente dijera “¿Te quieres casar conmigo?”...

¿Cuánto faltaba para que volviera Ezequiel?... Él había dicho que regresaría hasta pasadas las elecciones, y eso era recién en diciembre, unos pocos días después del último programa del año de “RLP”. Hasta allí iba a cumplir con el estúpido preaviso, y luego... Luego podrían volver a Mendoza, (a Bru), y retomar la vida allí adonde se había interrumpido... Iba a tener ese hijo. Iba a cerrar los ojos y cumplir la promesa.

E iba a ser feliz aunque tuviera que morir en el intento.

—Disculpe, señor... ¿Sabe de alguna librería por aquí?

—¿Qué venda libros?

—No... Lápices y esas cosas.

—Está la de los mendocinos, aquí nomás... ¿Conoce la calle Arce?

—No...

—Sigue derecho por esta, y está justo allí.

—Gracias.

“Los mendocinos”... Buena señal.

—Buenas tardes... Necesito un papel especial, como para hacer un cartel, y que sea brillante.

—¿Paulita?... ¿Eres tú?

La joven miró a la mujer entrada en carnes y en años que la saludaba.

—¿Doña Carla?

—¡La misma!... ¡Muchacha, qué crecida estás! Si no hubiera sido por ese cabello hermoso que tienes...

—Creo que la última vez que usted estuvo en casa, yo debía tener... diez años más o menos.

—¡Imagínate!... ¡Hace más de quince que tengo la librería!... Sé que tu madre murió, porque me lo contó mi sobrina, que ahora está viviendo con nosotros... ¿Te acuerdas de mi sobrina?...

Y sin esperar respuesta la dama se asomó por una puerta y comenzó a llamar.

—¡Georgina!... ¡Georgina!... Ven a ver quién está aquí... —y luego, dirigiéndose de nuevo a Paula, agregó— ¡Es cosa de Dios!... Nunca abro los sábados, pero hoy, como tenía que hacer el escaparate...

Por la puerta asomó la figura imponente de una mujer a punto de parir.

—¿Georgina?... ¡Georgina González! —se alegró Paula al verla.

Y corrió de inmediato a su encuentro para abrazarla.

La muchacha, en cambio, parecía en presencia de un fantasma.

—Paula... —apenas llegó a musitar.

—¡Qué maravilla!... Debe faltarte poco, ¿no?

—Es en estos días —se apuró a intervenir la tía— Va a quedarse en Buenos Aires para criar al niño, porque el padre... Bueno, has visto como son los hombres.

Georgina estaba ahora tan pálida, que Paula se asustó.

—¿Te sientes bien?

—Sí... Muy bien... ¿Y tú?

—Yo estoy hecha un desastre porque vengo de correr... No suelo andar por este barrio, pero..., como tu tía dice, parece cosa de Dios.

—Sí..., de Dios —repitió la muchacha— ¿Estás viviendo aquí, Paula?

—Sí... Desde hace unos meses. Por ahora trabajo en “RLP”, pero pronto...

—¿El programa de televisión con ese muchacho tan lindo? —se entusiasmo doña Carla.

—Sí... Pero pronto... Pienso casarme y volver a Mendoza.

—¿Vas a casarte con Juan Pablo? —preguntó la muchacha, que debía sentirse muy mal, porque Paula pudo percibir en ella una gran angustia mientras hablaba.

—Sí... Él todavía no lo sabe, porque pensaba aceptar su propuesta esta noche... ¿De verdad estás bien?... ¿Por qué mejor no te sientas?... Mira que no sé asistir un parto.

—No temas... Estoy bien. Pero sí, prefiero sentarme.

—¿Juan Pablo Pavón? —se interesó la tía— ¿El hijo de Leda?... ¿El dueño del diario?

—Bueno, el diario ahora es de los tíos... La familia de él se quedó con la bodega.

—¡Que suerte tienes, muchacha!... Es un hombre muy rico. No vas a tener necesidad de salir a trabajar... No como mi pobre Georgina. Di que mi marido y yo... ¡Mándale saludos a tu novio!

—¡No! —se espantó Georgina—. Por favor no le digas nada... Te suplico que no le digas que me viste, y mucho menos que estoy embarazada... ¡Te lo ruego!

—Se hará como tú dices —la conformó su tía. Y llevándose a Paula a un rincón, agregó— La pobrecita está muy avergonzada. ¡Fíjate en la situación en que está! Y como el señor Pavón fue su jefe en el diario...

—Quédate tranquila, Georgina... No le diré a nadie de este encuentro. Ni siquiera a él.

—¿Este es el papel que querías, Paulita?

—Sí... Pero el azul, por favor... No, mejor el celeste... Y un marcador de fibra plata... ¿Cuánto le debo?

—¿Cómo quieres que te cobre, con todo lo que la buena de tu madre hizo por nosotros cuando nos perseguían?... Nada, hija... Vete en paz.

—Bueno... Muchas gracias... Y espero que todo sea para bien, y que tu bebé, Georgina, sea el más hermoso del mundo.

—Lo será, hija... ¡Lo será! —respondió la tía, mientras la futura madre observaba al vacío.

Paula tomó las cosas y echó de nuevo a correr.

Necesitaba llegar a casa de Juampi antes de que él regresara de la revista. Podía preparar un bife de lomo al champignon, y... No... Esa era la comida favorita de Bru. A Juampi no le gustaba la carne. Él prefería...

Y entonces se detuvo abruptamente.

La última vez que había visto a Georgina...

Febrero, marzo, abril, mayo, junio, julio, agosto, septiembre... ¡Octubre!

Dio media vuelta, enfurecida, sólo para correr de nuevo hasta el negocio y arrastrar aquel vientre inmenso hasta la calle.

—¿Él lo sabe? —le preguntó una vez afuera, cuidando de no ser escuchada por la tía, aun a pesar de los esfuerzos de la buena mujer por lo contrario.

—Piensa que lo aborté.

—¡Eso es una crueldad!... Tienes que decírselo... Juampi tiene derecho a saber que va a ser padre. Y estoy segura que...

—Fue él quien me exigió que lo abortara.

Y esas breves palabras, apenas susurradas a su oído, hicieron colapsar lo poco estable que todavía había en el mundo de Paula.

—¡Eso es una infamia, Georgina!... Conozco a Juampi desde que...

—¿Conoces su letra?... Tengo la dirección que él me escribió, junto con los dólares que puso en un sobre y que nunca toqué... Me dijo que no iba a arriesgarte por un hijo que no quería, y que no estaba preparado para tener.

Paula sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas.

—No puede ser... ¡Lo conozco!... Él sería incapaz de... Hay límites...

—Yo también creía conocerlo... Y me entregué a él porque lo amaba... Pero no era más que un estafador... Un mentiroso que me mostraba un amor que sólo sentía por ti... Pero ahora lo odio y lo desprecio... ¡No se merece a mi hijo, y no se lo voy a dar!

Paula la observó alejarse, en silencio.

Ahora también su propio cuerpo tambaleaba.

¿Acaso nunca se terminaba de conocer al otro?

“Persona es todo ser incomunicado e incomunicable”

La voz de un viejo profesor de la universidad resonó de nuevo en su memoria.

Pero esta vez, además, se le hizo carne.

* * * *

Para cuando Paula quiso acordarse ya era de noche cerrada. ¿Cuánto tiempo había caminado?... No llevaba la cuenta. Sólo ese cansancio que la atenazaba. Y recién en la Avenida del Libertador notó que todavía arrastraba la bolsa de la librería. Sin pensar la arrojó en un cesto, y con ella el futuro perfecto e inalcanzable que había planeado tan cuidadosamente.

No. Bru estaba muerto, y ningún otro hombre la iba a acercar ni un centímetro a la vida que habían soñado juntos.

Y bastó pensarlo para que, como si tuviera una conexión con su corazón, su móvil comenzara a vibrar con frenesí. Era Cárdenas. Lo sabía. No tenía que mirar el visor para tener la certeza. Era él...

Otro mentiroso.

Tomó el móvil y, sin dudar, lo arrojó al cesto junto con la bolsa.

Con satisfacción se agachó para verlo retorcerse entre la basura.

Sí... quizás esa era su única decisión sensata en meses.

No quería acabar llorando por el resto de su vida como Georgina González. No quería creer en lo que quería creer, sino en la verdad. No quería dejarse engañar por...

—¿Paula?

La muchacha se estremeció.

Era él. Y su presencia allí sólo podía significar una cosa.

¡Estaba perdida!

* * * *

—Siempre lo supiste... Conoces a la perfección mis sentimientos hacia ti... Y creo, con sinceridad, que más allá de mis fallas, (¿qué hombre no las tiene?), he demostrado que soy capaz de cuidarte y amarte... ¿O acaso no intenté defenderte en el galpón? ¿No arriesgué mi vida por ti?... ¿Por qué otra cosa crees que me pegaron el tiro? Me dirigía a arrebatarle el arma a ese imbécil, porque yo soy capaz de cualquier cosa por ti...

La muchacha observó a aquel espantajo con disgusto.

Alejado de la pequeña fortuna que ganaba en “RLP”, Agustín Lavalle no era ahora más que como el común de los hombres que podían verse en el metro o caminando por la calle. Poco quedaba de su prestancia o su encanto adquirido a fuerza del despilfarro.

—Claro que harías cualquier cosa por mí... Ya me di cuenta: engañarme, violarme... ¡Cualquier cosa!

—No seas injusta... Estaba desesperado... Otro hombre hubiera reaccionado igual que yo. A menos que, como Ezequiel, sólo hubiera estado allí para llevar adelante una sucia representación.

—Me prometiste pruebas, Agustín, y no las veo.

El tipejo sonrió.

—¿Te dice algo el nombre “Quintino Ramos”?

—No.

—Quintino es uno de los esbirros menores de Cantagalli. Un hombre que un par de años atrás estuvo junto a él en la provincia de Mendoza, para llevar a cabo sus trabajos sucios.

—¿Crees que fue él quien asesinó a Bru?

—¡No!... Tienes que entender que no importa quién puso el dedo en el gatillo, el único que masacró a tu esposo fue Eusebio Cantagalli. Eso ya es sabido... Quintino, en cambio, le vendió a tu Ezequiel la copia del video que todos buscan.

—¿Tienes pruebas?

—El diecinueve de marzo Quintino estuvo de visita en casa del jefe. ¿Qué fue a hacer?

—Es tu palabra contra la de...

—Busca en los videos de seguridad de esa fecha. Pregunta al personal de vigilancia...

—Quizás lo citó allí para entrevistarlo... Quizás lo único que quería era...

—¿Qué?... ¿Mandarle a decir algo a Cantagalli?... No sé para qué tomarse la molestia, cuando él tiene todo el tiempo del mundo para charlar con su socio. Como ahora, por ejemplo.

—¿A qué te refieres?

—Esta es la lista de pasajes vendidos para el vuelo a Washington, en primera clase, en el que viajó Ezequiel... No mucha gente puede darse el lujo de comprar boletos en primera. Sólo nuestro jefe, y...

Paula le arrebató el papel que estaba agitando. Sí... El listado parecía real. Y su autenticidad era algo muy fácil de corroborar.

Y allí, escrito en letra de molde, junto al nombre del hombre que amaba, estaba la prueba de su más oscura traición:

Vuelo 846 de United Airlines, con destino a Washington.

Asiento número 4 A, Ezequiel Cárdenas;

Asiento número 4 B...

Eusebio Cantagalli.

* * * *

Ni bien puso un pie en la redacción, Guido Méndez salió de inmediato a su encuentro.

—¡Paula!... ¡¿Dónde estabas?!

—Por allí.

No pudo decir más. El hermoso galán ya la estaba arrastrando hacia la sala de reuniones.

—Ezequiel está como loco... Desde el sábado que te está buscando...

—Ah.

—¡Y tu novio!... Creo que incluso llamó a la morgue judicial...

—¿Sí?... Quién te dice, y por ahí me encontraba.

Guido la observó sin entender.

—¡Yo que creía que eras lesbiana, y después resultó que tenías novio! —comentó por decir algo.

—¿Lesbiana? ¿Quién te dijo eso?

—Olivia.

—Ah...

—Ya llegamos... Pasa, por favor.

Como si fuera la novia en una boda, todos los presentes se pusieron de pie para seguir su entrada lenta y solemne. Al final del camino estaba la inmensa pantalla de cristal líquido con la imagen de Ezequiel Cárdenas aguardándola.

—¿Te robaron el móvil, Paula? —preguntó a modo de saludo

—No.

—Apareció en un basurero.

—Yo lo tiré... Me molestaban todo el tiempo con llamados inoportunos, y ni siquiera me dejaban dormir —acusó mirando hacia el monitor.

—¿Dónde pasaste la noche? —preguntó Olivia—. Tu compañera pensaba que...

—A mi compañera la vi el domingo...

—¡¿La viste?! ¡Qué raro!... No contó nada... Y eso que ese pobre muchacho..., tu novio, estaba desesperado —acotó Bruno.

—¡Lo tenías bien guardadito a tu novio! —le reprochó Olivia—. ¡Lindo muchacho!

—Lo uso como pantalla, porque en realidad soy lesbiana —le replicó Paula.

Cruzaron miradas de odio, de esa forma cruel en que sólo dos mujeres pueden hacerlo.

—Ya que Paula está sana y salva, y no parece muy dispuesta a hablar acerca de su aventura, ¿qué tal si olvidamos todo el asunto y volvemos al trabajo? —propuso Bruno, tratando de distender los ánimos.

Pero la voz de la muchacha lo convenció de que no iba a ser nada fácil lograrlo.

—Sólo vine para decirles que me voy. Mi tarea ya está cumplida... Claro que van a tener que resignarse a volver a trabajar, ahora que no pueden tirarme todo a mí, pero... Creo que sobrevivirán, como hacían antes de que yo llegara.

Y entonces fue Ezequiel el que los sorprendió.

—Justamente de eso quería hablar contigo, Paula... Pienso regresar. De hecho en media hora parto hacia el aeropuerto.

La muchacha entrecerró sus bellos ojos castaños, pero no le respondió.

Para los otros, en cambio, la noticia causó una verdadera conmoción.

Por un segundo, y gracias a los avances de la tecnología, Paula y Ezequiel coincidieron en una mirada intensa, a pesar de hallarse a miles de kilómetros de distancia. Y no se trataba sólo de los que separaban Washington de Buenos Aires.

—Tendrás que ir a buscarme al aeropuerto de Ezeiza a las siete en punto de la mañana, Paula.

—¡¿Yo?! Lo lamento... De acuerdo a lo pactado no tengo por qué volver a verlo nunca más.

—No te preocupes, Ezequiel. Voy yo —se ofreció la otra dama del grupo, en el preciso momento en que Guido se excusaba.

—Yo a esa hora necesito dormir.

Bruno, en cambio, tampoco dudó.

—Y yo voy a acompañarte, Olivia.

Pero ella saltó de inmediato al escucharlo, como si sus palabras la hirieran.

—¡Ni en tus sueños, Ríos!... No necesito de nadie más cuando se trata de Ezequiel.

El joven editor no se molestó en ocultar su enojo, pero calló.

Cárdenas, en cambio, no lo hizo.

—Irá Paula —ordenó con determinación. Y mirando a la muchacha, agregó— Justamente porque a mi regreso no volveremos a vernos, es que quiero liquidar mis asuntos contigo cuanto antes. Lleva mis llaves, y todo lo mío que aún tengas en tu poder. Luego me acompañarás a mi departamento, y allí tendrás tiempo suficiente como para preguntarme todas esas cosas que, estoy seguro, te mueres por saber... No quiero que entre nosotros existan cuentas pendientes.

La joven lo enfrentó sin hablar.

Y los demás contemplaron azorados esa forma extraña en que esos dos habían aprendido a compartir el silencio.

* * * *

Por tercera vez Paula se soltó el cabello, dejando que sus bucles recorrieran en libertad toda la longitud de su espalda.

A su lado, Raúl, el chofer de la editorial, la miraba subyugado.

Y bastó encontrarse con su deseo, para que la muchacha lo atara otra vez, entrelazándolo malamente en una especie de rodete.

—¿A qué hora se suponía que tenía que venir? —preguntó su acompañante.

—A las siete... Pero hay huelga por..., bueno, por uno de los tantos motivos que encuentran todos los días para hacer huelga. Piensan que el avión estará aterrizando recién a las ocho.

—¿Quiere ir a tomar un cafecito? Hace frío aquí.

—No, gracias, Raúl... Si tomara algo terminaría vomitando... No me siento nada bien.

—¿Estará embarazada, señorita? —replicó el moreno con malicia.

Pero la cara de Paula lo hizo desistir de su broma.

Y debió haber sido en verdad una cara terrible, porque el pobre se disculpó de inmediato.

—No quise ofenderla... En la redacción todos sabemos que usted...

—¿Que yo, qué?

—Que usted patea para el otro lado... ¡Pero fue un chiste solamente!

No... Por lo visto, ahora que Bru ya no estaba, no valía la pena volver a patear hacia ningún sitio.

Para cuando comenzaron a salir los pasajeros del vuelo de American Airlines procedente de Washington, el cabello de Paula estaba suelto otra vez. Y como su corazón, totalmente descontrolado.

—¡Allí está! —gritó Raúl a su espalda.

Y Paula giró la cabeza en el momento justo como para chocarse con esa mirada azul capaz de hacerla temblar. Toda la noche la había pasado en vela, obligándose a odiarlo. Prometiendo a su espíritu que iba a acallar el cuerpo, que hacía reclamar a su sexo con sólo pensar en él.

Cárdenas vino directamente a su encuentro. Y entonces, para sorpresa de la muchacha, intentó besarla en la boca. Y a pesar de sentirse rodeada por esa hombría que lograba hacerla estremecerse a su antojo, Paula fue capaz de esquivar el beso, para transformarlo en un saludo inocente.

Ezequiel se quedó confundido, pero ella, en cambio, lo enfrentó. Y por un instante se miraron en silencio.

—¿Tuvo buen viaje, señor? —preguntó Raúl solícito, mientras se hacía cargo de las maletas.

—Horrible. Más de quince horas de infierno.

Comenzaron a caminar hacia el auto. A los pocos pasos Ezequiel intentó asir a la muchacha por la cintura, pero una vez más ella se alejó.

El viaje hasta el piso de la Avenida del Libertador, que duró casi tres horas debido a una manifestación que cortaba el camino y a una marcha que impedía el paso, fue largo e incómodo. Durante todo el trayecto Cárdenas, sentado atrás junto a Paula, no había dejado de observarla ni un momento, mientras que ella perdía su mirada en el paisaje huidizo que se veía por la ventanilla.

Cuando llegaron al edificio Paula se resistió a entrar.

—Me quedo aquí... Lo espero en el bar de la esquina para arreglar lo que falta.

—Sube, Paula —le ordenó él, en cambio.

Pero no lo hizo como solía, con ese tono terminante y antipático. Por el contrario, fue casi una súplica amarga.

—No voy a hacerlo...

—Hay cosas que tú quieres saber, y que no puedo decir donde otros escuchan.

De mala gana la joven compartió el elevador y su destino con los dos hombres.

—¿Le dejo las maletas en el dormitorio? —preguntó Raúl, maravillado por el suntuoso apartamento, cuyo interior veía por primera vez.

—Déjalas allí, y apúrate a salir antes de que vuelva a cerrarse el elevador —le ordenó Cárdenas sin dejar de mirar a Paula— Gracias por todo, y nos vemos mañana.

El hombre se retiró, no sin antes dar una última mirada curiosa al lugar.

Y entonces, luego de tanto tiempo, Paula y Ezequiel volvieron a quedarse solos.

* * * *

Paula permanecía parada en medio de la sala.

Por un tiempo infinito Ezequiel se dedicó a girar alrededor de ella mientras se quitaba la chaqueta, el sweater, la camisa, los zapatos, y los arrojaba con furia hacia algún sitio. Y en todo aquel recorrido la observaba con deseo, fijo el destello azul en sus curvas, en la suavidad de su rostro, en su cabello.

Paula, aprisionada otra vez por esa presencia que la ponía a temblar, subyugada por tanta fuerza viril que sólo le recordaba su propia debilidad, intentaba por todos los medios resistir, manteniéndose allí, altiva y orgullosa, sin mirar hacia ninguna parte.

“Di algo horrible, Cárdenas”, suplicaba en su interior. “Muéstrame ese veinte por ciento nefasto que tienes”.

Y su galán no se hizo esperar.

—¿Por qué mejor no te sientas? —le sugirió en uno de sus tantos giros—. Tal parece que esto va a ser como la última vez que estuvimos juntos: lento, y no demasiado placentero.

La joven lo observó con desprecio, pero permaneció callada y firme.

Finalmente él se detuvo y la enfrentó, mientras la cubría con su sombra.

—Supe que estuviste averiguando por Quintino Ramos en la vigilancia del edificio... Lástima que te tomaras tanto trabajo. Hubiera bastado con preguntarme.

—Entonces le pregunto.

—Quintino me vendió un video.

Paula levantó su cabeza para mirarlo directamente a los ojos.

Fue un error.

Volvió a clavar la vista en el suelo y habló.

—Un video de Eusebio Cantagalli, me supongo.

—Por supuesto.

De nuevo sus miradas coincidieron, y esta vez el contacto pareció lastimarlos a ambos, así que Ezequiel tomó distancia, echándose en el sillón, casi acostándose, sin dejar de observarla con descaro en ningún momento.

—Siempre supiste que lo estaba investigando, Paula. Incluso antes de que tú llegaras a mi casa... No sé qué es lo que te extraña...

La muchacha perdió la paciencia, y de nuevo intentó mirarlo al comenzar a hablar. Pero otra vez tuvo que bajar la vista. Demasiados recuerdos, demasiados sentimientos... Y ese perfume que ya la estaba haciendo enloquecer.

—¡Usted sabía que yo estaba buscando cualquier material que sirviera para incriminarlo, y así hacer justicia a mi marido!

—También sé que eres una mujer necia, que no sabe medir la fuerza de su oponente. Y que si no se cuida, no va a tardar mucho en ocupar la tumba contigua a la de ese esposo que tanto idolatra.

Esas palabras la hirieron de muerte.

—¿Me está amenazando, Cárdenas?...

Y como si el gesto de auténtico dolor en el bello rostro de la muchacha pudiera lastimarlo también a él, Ezequiel se puso de pie de un salto para acercarse a ella. Para intentar consolarla, tomándola entre sus brazos.

—¿Cómo crees que podría amenazarte, si lo único que quiero es...? —comenzó a decirle, conmovido.

Pero al chocar con esa inocente mirada castaña se detuvo.

Y por un instante volvieron a encontrarse así, de esa forma que subyugaba a Paula. Que la hacía sentir adentro de él...

Pero..., ¡¿quién podía saber si no se trataba sólo de un espejismo?!... Su jefe era un mentiroso. Vivía de crear apariencias...

¿Dónde estaba parada Paula en ese momento? ¿En medio de su alma? ¿O en un simple recibidor a prueba de todo, que dejaba ver el panorama sin permitir el verdadero acceso?

—¿Por qué viajó a Estados Unidos, Cárdenas?

Ezequiel le dio la espalda.

—Motivos personales...

—¿O fueron negocios?

Aquel hombre inmenso volvió a girar para observarla con suspicacia.

—¿De qué estás hablando?...

—¿Quizás lo acompañó algún socio?

—¡Qué necia eres, Paula! —le dijo casi al oído.

Pero más que un insulto, parecía una queja dolorosa.

La joven lo enfrentó, y de nuevo él tomó distancia, alejándose hacia el bar mientras comenzaba a dar explicaciones.

—La presencia de Cantagalli en ese avión es mi mejor prueba de inocencia... Mal que le pese a muchos, soy un hombre famoso. Mi rostro es conocido por todos los argentinos y por muchos norteamericanos. Durante dos años fui corresponsal en Washington, y además, para mi desgracia, cubrí una guerra... ¿Sabes?, es un asunto curioso ese de la guerra. Uno va allí emocionado, creyendo que está en la parte más alta de la escala humana, defendiendo derechos y virtudes... Y cuando llegas al lugar te das cuenta de que todo es una mierda, y que por lo único que se lucha es por la vida... Y también te das cuenta de que los humanos no tenemos escala. Somos todos iguales, y nuestra dignidad sólo depende de la cama en la que nos hayamos levantado ese día... Cuando uno va a una guerra se conoce a sí mismo... Como si estuvieras escalando el Aconcagua, las mentiras de la vida quedan muy lejos. Y sólo tienes a Dios para maldecir, y a tu pobre humanidad para defender... Desde esa guerra que aprendí a vivir la vida de una forma menos poética, y más existencial... Y al participar de una cacería, ya no me dejo embaucar por la sensación embriagante de enfrentar el peligro y dominar a un digno oponente. ¡No!... No hay nada digno en destruir a un ser vivo. Y mucho menos aun, en dejarte asesinar... Te lo dije una vez, y te lo repito: le tengo miedo a Cantagalli... Pero eso no quiere decir que no intente liberarme de él, y del miedo que me provoca... El viaje a Estados Unidos... Cada vez que subo a un avión de línea, en promedio, al menos cuatro personas me reconocen. Los flashes, las fotos, las sonrisas forzadas son comunes, tanto en Buenos Aires como en Miami, o en Wahington... Si yo quisiera tener negocios con un mafioso jamás viajaría a su lado en un avión de línea. Eso podría incriminarme en un futuro cercano. Siempre existiría la posibilidad de que alguien tuviera aquel retrato comprometedor...

—¿Y entonces qué fue? ¿Casualidad?... ¿Tan poca gente viaja en primera clase?

—No... Por supuesto que no fue casualidad... Yo compré mi ticket, el último en un avión repleto, y Cantagalli no figuraba entre el pasaje. Conseguir ese asiento debe haberle costado una fortuna...

—¿Y para qué querría Cantagalli sentarse junto a usted?

—A mí no me conviene su cercanía. A él, en cambio... Su presencia en ese avión, a mi lado, me quita credibilidad, y eso sin duda alguna le fascina. Pero no fue por esa razón que compró el viaje.

—¿Y entonces?

Otra vez Ezequiel comenzaba a aproximarse, y otra vez una horrible locura estallaba entre las piernas de la muchacha.

—Intentó negociar conmigo, por un material que yo tengo... Pero no lo hacía a nombre propio, sino en defensa de un amigo. En realidad, más que negociar, quería averiguar el tipo de información que yo manejaba.

Ahora estaba tan cerca, que podía sentir su calor y su aliento sofocándola.

—Muéstreme el video.

—¡¿Cómo?!

—Muéstreme el video que le compró a Quintino Ramos.

—Eso es algo secreto, y verlo sólo te pondría en peligro.

Y entonces ella levantó la cabeza y lo enfrentó con orgullo.

—Estoy dispuesta a asumir el riesgo —le dijo.

No tendría que haberlo hecho.

—Es increíble cómo te extrañé... —le susurró Ezequiel al oído.

Y era tan buen mentiroso, que la muchacha se estremeció.

—Mejor me voy... Está visto que usted no va a aclararme nada. Yo exijo pruebas, y...

La joven intentó soltarse, pero él la retuvo con fuerza, atrapándola entre sus brazos.

—¿Estás escapando de mí, Paula? ¿O de ti?

Y entonces comenzó a besarla con pasión, con locura.

E, inexplicablemente, y a pesar del esfuerzo sostenido que había hecho por odiarlo, Paula no sólo se dejó besar, sino que participó de aquel frenesí, recorriéndolo, incitándolo... Y por un tiempo infinito sus cuerpos se buscaron con ansias, sintiendo la caricia de la piel del otro, de su calor, de su perfume. Emborrachándose en esa necesidad que los descontrolaba.

Ese fue un encuentro muy distinto al primero. Mucho más salvaje y desesperado. Como si los dos intentaran desquitarse de la vida que los alejaba, y de esa pasión irrefrenable que los obligaba a arder juntos, en contra de sus voluntades.

En cuestión de minutos él ya le había arrancado la camisa y estaba besando sus pezones, sin encontrar el tiempo suficiente para terminar de desvestirla. Ella se apretaba a su virilidad, buscando el dominio que sabía que tenía sobre la única parte de él que era capaz de gobernar a su antojo. Y sólo cuando Cárdenas comenzó a desabrochar su pantalón, Paula tuvo un segundo de cordura.

—No deberíamos usar...

—No, por favor... No me pidas que use un condón contigo... No quiero. Contigo no... Tengo un examen en mi maleta que dice que estoy sano... Y desde esa vez no he vuelto a estar con otra...

Y entonces el pálido segundo de buen criterio se escurrió en medio de tanto frenesí, y Paula se entregó a él sin ninguna otra condición.

Luego de haberla inundado con su hombría, Ezequiel permaneció sobre ella por un tiempo eterno. Juntos sintieron como su sexo saciado se achicaba, hasta desaparecer de entre las piernas de la muchacha. Pero era como si ninguno de los dos se resignara.

Todavía estaban en el sillón, él desnudo, ella a medio vestir, tratando de entender y procesar tanta locura. Paula se sentó, mientras él jugueteaba con su cabello. Y entonces Cárdenas también se incorporó para susurrarle al oído.

—Te amo, Paula.

Por un segundo eterno se quedaron así, los dos inmóviles, expectantes.

Y entonces Ezequiel pudo sentir como el cuerpo de ella, (ese cuerpo que se había subordinado dócilmente a sus ansias), se tensaba, poniendo entre los dos una distancia infinita.

Paula se puso de pie y comenzó a vestirse en silencio.

—¿Me escuchaste, Paula?... Te amo...

Ella lo miró sin ocultar su furia.

—Está bien, ya lo escuché.

—¡No!... No lo hiciste... Te dije que...

—¡Está bien, Cárdenas!... No tiene que tratarme como a sus otras putas... Yo ya sé. Esto fue sólo sexo para usted y para mí...

—¿Sólo sexo?

—No busquemos excusas a lo que no lo tiene.

Y diciendo esto la joven tomó sus cosas y se dirigió hacia el elevador.

Todavía estaba accionando el tablero para tener acceso al recibidor, cuando él la detuvo.

—Paula... Tenemos que hablar...

—¿Qué otra mentira va a inventar, señor Cárdenas?

Y esta vez fue la mirada de ella la que lastimaba. Demasiado.

—¿Qué?... ¿Ahora soy otra vez el “señor Cárdenas”?... Entras y sales del tuteo, tan fácil como entras y sales de mi cama... Aunque esta vez ni siquiera llegamos a ella —dijo de esa forma despreciable en que sólo un mentiroso como él podía decir las cosas.

La joven no lo escuchó, atenta al elevador que ya estaba llegando.

—Si te vas, Paula, de verdad será la última vez que me haces esto... ¡No pienso ir a buscarte nunca más! ¡Te lo juro!

Llegó el elevador, y las puertas se abrieron frente a ellos, aguardando, como si también estuvieran pendientes de una respuesta.

Entonces Paula miró a los ojos a ese hombre que amaba con locura, y simplemente le dijo:

—No se preocupe. Tampoco yo pienso volver nunca más.

* * * *

—Ave María purísima...

—Sin pecado concebida...

—¡Ni te gastes, Paula!... Ya imagino por qué estás aquí.

—Pero esta vez fue la última.

—Lo mismo dijiste en la confesión anterior... ¿Qué te crees que es esto? ¿Mato a un tipo, me confieso, y vuelvo a matar a otro como si tal cosa?

—Yo no maté a nadie.

—Excepto a ti misma... Este ir y venir de la cama de tu jefe está asesinando tu confianza. ¿Hablaste con él de lo que te ocurre?

—No pienso verlo nunca más... Está visto que no puedo decirle que no, así que simplemente voy a evitarlo.

—¡Qué bonito!... También estoy seguro de que si te encerraras en una caja de cristal y durmieras todo el día, no volverías a pecar nunca más... ¡Pero no se trata de eso! Huir de un problema no significa resolverlo... Lo que tienes que averiguar es si, atrás de tanta atracción física, no se esconde el simple hecho de que estás...

—Estoy enamorada. De la persona incorrecta. De una de las tantas caras que tiene un mentiroso como él.

—¿El tipo es un mentiroso?

—Incorregible. Mezcla tanto su conveniencia con sus sentimientos, que ya ni él mismo debe estar seguro de la verdad de sus palabras.

—Entonces no escuches sus palabras.

—¡Por eso!... No voy a volver a verlo nunca más.

—No escuches sus palabras, pero observa sus obras. Alguna vez también dudaron de Jesús. Decían que su poder provenía del demonio. Y entonces Él los instó a que analizaran sus actos... Nadie actúa en contra de sus propios intereses, o de los de quien lo ha enviado. Observa hacia donde están puestos los esfuerzos de tu jefe y sabrás en donde está su corazón. Esa, querida amiga, es la única defensa que tienes en contra de un mentiroso.

Paula suspiró.

Para ella ya era demasiado tarde.

* * * *

—¿Así que te vas? ¡Qué lástima!...

—Este es mi último cheque.

—¡Qué raro!... No está aquí, junto a los demás... ¡Lo debe tener Patricia! Espera que la llame.

Paula se sentía incómoda. Sabía que difícilmente Cárdenas andaba por allí a esa hora, y que menos aún descendía los pisos que lo separaban de la plebe, pero igual no quería arriesgarse.

—¡Paula!

—Patricia... Parece que no está mi cheque.

—Aquí lo tienes...

—¿Está adentro del sobre?

—Sí... Me lo dio Cárdenas... Por lo que pude mirar al trasluz, me parece que está el cheque y una nota escrita por él.

Paula abrió el sobre. En efecto, además había un papel doblado al medio. La muchacha tomó el cheque, lo guardó en su bolso, sacó luego la esquela, y sin leerla la rompió en mil pedazos, sólo para guardar de nuevo los restos. Luego cerró el sobre y se lo entregó a la tal Patricia.

—Toma... Dáselo a Cárdenas, por favor.

—¿Ya tienes otro trabajo?

—No.

—En la revista “Hoy y Mañana” están buscando gente. Conozco al editor, y creo que le encantarías. Si estás interesada debes presentarte por la tarde y decir que te envían de “RLP”.

—De parte de Patricia, de RLP. De lo contrario van a pensar que me manda Cárdenas.

—¡No!... No me menciones... El editor no conoce mi nombre. Sólo sabe que trabajo aquí, así que con decir “RLP” las puertas del lugar se te abrirán como por arte de magia.

—Gracias, Patricia... Es un buen consejo... Y espero que resulte, porque si en un mes no consigo nada me voy a ir a vivir al Paraguay...

—¿Al Paraguay?

—Me dijeron que allí siempre buscan gente, y a mí ya me da lo mismo estar en cualquier parte.

—Ojalá que no tengas que irte.

Ambas mujeres se despidieron con calidez, y Paula se apuró a salir, cuidando de no encontrarse con nadie más.

Una vez en la calle observó el edificio inmenso de la editorial.

Sí... Mendoza era parte de un pasado que tenía que olvidar. Buenos Aires, en cambio, un presente que ya la había olvidado. Era hora entonces de soltarse de ambas ciudades y comenzar a caminar hacia su propio futuro.

Si es que todavía había alguno para ella.

* * * *

—Claro que nos interesas, Paula... Nuestra revista, que conserva la misma línea editorial que la “Today and Tomorrow” americana, está ávida de gente como tú, con ganas de cambiar las cosas. Eso sí, si decides unirte a nosotros es probable que debas viajar con frecuencia.

—Eso sería una ventaja para mí.

—Eres una mujer joven... ¿No hay marido o novio que...?

—Estoy sola, y pienso permanecer así al menos por un par de años.

—Yo decía lo mismo, y ¡mírame!... En menos de seis meses lo conocí, me enamoré, y ya estoy esperando mellizos...

—Te felicito... Pero lo mío nunca es así de fácil...

—Ya mismo te alcanzo el formulario de ingreso. Claro que deberás hacer primero el pre ocupacional, el examen físico y psicológico... ¿Fumas?

—No.

—Mejor..., por lo del seguro...

La muchacha se puso de pie con dificultad, y recién entonces Paula pudo notar la inmensidad de su abdomen.

Y bastó ver aquel monumento a la maternidad, para que de inmediato recordara que todavía tenía algo pendiente...

* * * *

—¡Paulita! ¡Qué gusto verte!...

—¿Y Georgina?

—La pobrecita está adentro, acostada. Hoy no se siente nada bien... Tuvo contracciones desde la mañana. ¿Quieres verla?

Paula ingresó a la vivienda contigua al negocio. El lugar era modesto, y por estar en un interior, sumamente oscuro y deprimente.

—¿Qué haces aquí, Paula?...

—¿Cómo estás?

—¿No lo ves?... Ahora que está por nacer estoy muerta de miedo... ¿Le dijiste?

—Te prometí que no lo haría y cumplí... Pero me arrepiento de haberlo hecho. Fue una promesa torpe. Juan Pablo tiene que hacerse responsable de esto. Tiene la obligación de estar aquí, a tu lado.

—¡No! Él no tiene ninguna obligación... Y no quiero su lástima.

—¡¿Cómo que no tiene obligación? ¿Es el padre, o no?

—Él no quería tenerlo.

—¿Acaso tú lo buscaste?... No. Este bebé llegó sin consultar, y tú estás aquí lista para asumir tu responsabilidad, mientras que él está por allí, como si nada.

—Él no quería...

—Así como nadie quiere atropellar a nadie. Las cosas suceden. Aun cuando uno sea cuidadoso y responsable, aun cuando no sea su intención, las cosas suceden. Y una vez que alguien queda atrapado bajo las ruedas de tu auto, no basta con mirar hacia otro lado y decir: “yo no quería”. Hay que hacerse cargo.

—Por eso me dio el dinero para el aborto y buscó la clínica.

—Con “hacerse cargo” no me refiero a sacar un revolver y rematar a tu víctima... Me refiero a actuar como un adulto, y asumir “todas” las consecuencias de tus actos. Aún las no deseadas.

—Él quería que yo abortara...

—Y lo desprecio horriblemente por eso. El día que nos encontramos tú y yo iba directo a su casa, a aceptar la propuesta de matrimonio que me había hecho. Nunca lo amé, pero tenía muchas cosas por las cuales lo quería y lo admiraba, así que creí que no se merecía que lo castigara con mi indiferencia... ¿Sabes?, si al enterarse de que estabas embarazada me lo hubiera contado, si me hubiera pedido que lo ayudara a ser un buen padre, yo habría accedido encantada, y quizás hoy estaríamos casados. Pero no.

—Tuvo miedo.

—¿Lo defiendes?... ¿Por qué las mujeres siempre justificamos a los hombres? ¿Será por eso que nunca se deciden a crecer, o madurar?...

La muchacha observó a la futura madre una vez más.

—Escucha, Georgina... Volviste a hacer otra de esas caras... ¿Cada cuánto tienes los dolores?

—No sé... Pero son insoportables.

—Me doy cuenta de que estás asustada, pero... A mí me parece que...

—¡No!... Todavía faltan tres... ¡ay!... días.

—Las primerizas pueden adelantarse o atrasarse, y tres días no son nada... ¿Por qué no vas a consultar?

—Cuando la tía cierre... ¡Ay!... el negocio. ¡Ay!

Y bastó eso para que Paula actuara empujada por el mismo miedo que a la otra la paralizaba. En cuestión de minutos ya estaban subidas a un taxi. Pero no habían recorrido demasiado, cuando Georgina empezó a gritar, desesperada.

—¡Ya viene!... ¡Ya viene!

—¿Cuánto falta, señor?

—Hay una manifestación... Creo que el hospital está en huelga...

Georgina pegaba gritos y se contorsionaba. Y Paula se desesperó.

Salió del auto y se dirigió directamente a un tipo que sostenía una pancarta, mientras un bombo azotaba los oídos de todos.

—¿Dónde consigo un médico?... Allí adentro hay una mujer a punto de parir.

El tipo dejó de saltar y se dirigió a un hombre que pasaba, de elegante traje.

—Doctor Fuentes... ¡Ahora es una parturienta!

—Un infarto, una parturienta... ¡¿Me viste la cara, López?!

Pero a pesar de las protestas el joven doctor acompañó a Paula hasta el auto.

—Uh... Esto no va a esperar a una desconcentración...

—¡No me manchen el auto!... ¡Después soy yo el que tiene que limpiar!

El médico observó a Paula, sin descuidar a su paciente.

—¿Atendiste alguna vez un parto?

—¡Nunca!

—¡Felicitaciones!... Estás bien jodida entonces.... Abre la otra puerta y asómate por allí. Tú, chofer, desplaza esta porquería de asiento para adelante.

—¿Quién va a pagar por...?

—¡Yo, idiota!... Deja de chillar —le respondió ese hombre práctico.

Afuera era el caos. Los gritos, los estribillos, los bocinazos. Pero en ese pequeño recinto se hizo la luz.

Paula nunca hubiera imaginado que un parto era algo semejante. Claro que sabía... Todos saben... Pero estar allí era otra cosa. Jamás había presenciado un acto tan humano, y a la vez tan divino. Tan doloroso, y tan festivo... Nunca pensó en la sangre, la excrecencia, la piel desgarrándose... Y luego el bebé escurriéndose en medio de la miasma como una rata gigante... Aborrecible... Y a la vez emocionante.

Y bastó escuchar su llanto fuerte y potente, para que Paula amara al niño, que ahora le parecía hermoso. Sí, una nueva esperanza bien ameritaba todo el dolor, el miedo, el valor que Georgina había demostrado.

—Allí viene la ambulancia... Tarde, como siempre. Cuando ya me manché el traje... Es la tercera vez que va a la tintorería desde que empezó la huelga —se quejó el médico.

Los enfermeros se acercaron, y el hombre intentó terminar con su labor antes de que trasladaran a su paciente.

—Toma a tu ahijado —le dijo a Paula, mientras le entregaba el bebé, todavía con un grueso cordón umbilical colgando.

Y ella se emocionó hasta las lágrimas. Ese era el hijo de Juan Pablo. Un hijo que bien hubiera podido ser suyo. Un varón como su padre, y que si el destino le jugaba a favor, nunca iba a tener necesidad de mentir para encontrar algo de felicidad.

Tras la ambulancia llegaron los reporteros en busca de la nota emotiva.

Y entonces, como ocurría siempre en la vida, el milagro se tiñó de negocio. Y ya nadie lo volvió a recordar.

* * * *

Paula miró la hora en su reloj. El apartamento debía estar vacío... Pero ella tenía la llave, y mucho tiempo.

Abrió la puerta, y ya se estaba dirigiendo hacia la mesa, cuando un rumor la distrajo. Era como un suspiro fuerte, o un quejido... Y entonces, contrariando toda lógica, en vez de salir de allí, o gritar llamando al dueño de casa, simplemente se dirigió hacia la fuente del sonido: el dormitorio.

Abrió la puerta, y por supuesto lo vio... Era de esperar. Un hombre capaz de engañar y mentir no iba a refrenar otros instintos más fáciles de satisfacer. No iba a...

—¡Greta!

—Hola, Paulita... —dijo su amiga, incorporándose desnuda en la cama.

—¡Paula! —gritó en cambio Juampi, con horror.

De inmediato comenzó a vestirse, mientras intentaba encontrar vanamente una justificación.

—No es lo que parece... Yo... Yo te puedo explicar, Paula...

—Es una santurrona, pero no es tan idiota —terció Greta, mientras encendía un cigarrillo—. La buena de Paulita no necesita explicaciones.

—No... No las necesito... Sólo por curiosidad, ¿desde cuándo?

—¡Nunca antes habíamos...! —comenzó a decir él.

Pero la voz de su amante lo interrumpió, sin misericordia.

—A las dos semanas de que viniera por primera vez a casa... Cayó un día preguntando por ti, y una cosa lleva a la otra...

—¡Pero no era todo el tiempo! —intentó justificarse ese galán, ahora parado a medio vestir muy cerca de Paula.

Pero ella sólo se limitó a mirarlo con indiferencia.

—¡Qué pretendías! —le replicó su antiguo vecino, enardecido al darse cuenta de que ya todo era inútil— ¡Soy un hombre!... ¡Tengo necesidades!

—No... Si las necesidades las puedo entender muy bien —respondió al fin la muchacha—. Eres un hombre, y tienes las mismas necesidades que tenemos todos... Pero lo que no puedo entender es la mentira... —Y desnudándolo con su mirada, agregó— O el asesinato.

—¿A qué te refieres? —preguntó él escondiendo la cara—. Lo que te hayan dicho es una calumnia.

—Pues esta tarde sostuve a tu calumnia entre mis brazos... Ah, por cierto, ¡felicidades!, es un varón... Rubio, y con tus mismos ojos celestes...

—¡¿Qué ocurre?! —se conmocionó Greta.

—¡Eso es imposible!... ¡No puede ser!... Yo mismo...

Paula lo interrumpió, adolorida.

—¿Qué?... ¿Pagaste por el aborto?... Pero, ¿sabes lo que ocurre, Juan Pablo? Dios es más grande... No es que si no vas a Misa no te ve... Él, a diferencia de lo que ocurre contigo, sabe bien lo que hace. Y por qué.

La muchacha aprovechó el desconcierto que había provocado para dirigirse a la sala. Pero cuando ya estaba por salir del cuarto todavía agregó.

—Por cierto... A Georgina no le interesa que la hagas de padre... Tuviste tu oportunidad y la desperdiciaste... Pero yo me voy a encargar de convencerla para que te formule una demanda civil por alimentos... Eres un hombre rico, Juan Pablo. Y no por tu propio mérito, sino por tu herencia. Yo voy a cuidar de que tu bebé comparta también esa herencia. ¡Te lo juro!... —Y luego de reflexionar, agregó—. Es curioso... Cuando te peleaste con tus padres y viniste a dormir a nuestra casa, Leda me llamó para advertirme sobre ti... Me dijo, “Nunca confíes en Juan Pablo, porque no es de confiar”... Y a mí me pareció tan terrible que una madre hablara así de su propio hijo, que le perdí de inmediato todo el cariño que le tenía... ¡Pobre! Lo único que había pretendido era advertirme... Y yo no supe escucharla...

Paula se dio media vuelta y salió del cuarto como había entrado.

¿Cuántas otras veces se habría negado a escuchar la verdad?

* * * *

—Aquí tienes tu cheque, Paula... Todo el mundo se quedó encantado con tu artículo acerca de la maternidad... Yo misma te confieso que me puse a llorar en la parte en que hablas sobre el miedo. ¡También me siento aterrada!... Pero justo cuando estaba a moco tendido, llega mi jefe y... ¡te imaginarás!... En la oficina las mujeres no nos podemos dar el lujo de ser sentimentales.

—Ni en la oficina, ni en la vida... Los sentimientos son una mochila que tenemos que cargar, junto con nuestros pechos, y nuestros ovarios.

—¡Pero qué placer da a veces el tenerlos!

Las dos mujeres se miraron con complicidad.

—“Today and Tomorrow” quiere levantar tu nota. ¿Podrías traducirla? Pagan bien.

—¿Tanto les interesó?

—La parte en que entrevistas prostitutas es fabulosa. Uno no está acostumbrado a pensar que también ellas son madres.

—¡Casi me llevan presa por hacer esa nota! Te puedo asegurar que “hacer la calle” no es nada fácil...

—¿Qué tal el apartamento nuevo?

—Mejor que el anterior... De todas formas, pronto espero salir de algunas deudas que tengo y rentar algo más luminoso.

—Si te apuras con la traducción del artículo tu próximo cheque será en dólares... Y luego de eso, ¿quién te dice?... Nora Agüero ya está trabajando en Miami. Primero le publicaron dos artículos, y al tercero la vinieron a buscar.

—Me encantaría irme... Aquí estoy demasiado sola.

—¿Te sigues viendo con la gente de “RLP”?

—¡No!... Ni quiero...

—¿Es por Ezequiel, no?... Sí... A todas nos cuesta olvidarlo.

—¡¿Tú también?!

—¡Los mejores quince minutos de mi vida! —respondió la muchacha, para luego suspirar ruidosamente desde atrás de su vientre inmenso.

Sí... A Paula le fascinaba cada vez más la idea de irse muy lejos.

Y cuanto antes.

* * * *

Sonó el timbre de la puerta de calle y Paula, acarreando una pesada maleta, se apuró a responder.

—Suba, por favor... Ya estoy lista.

Miró su reloj. El taxista se había adelantado. Todavía faltaba media hora para las seis de la tarde. ¡Mejor! Nunca era demasiado temprano para llegar al aeropuerto.

Acomodó las dos maletas cerca de la entrada. ¿Estaría llevando suficiente abrigo? Buenos Aires ardía bajo el sol inclemente de noviembre, pero en el hemisferio norte era invierno.

Volvió a sonar el timbre, pero esta vez el de la puerta del apartamento.

—Adelante, por favor... Sólo son dos... —Y recién entonces Paula levantó su mirada—.¡Tú!... ¡¿Qué haces tú aquí?!

Sí, a pesar de todos sus esfuerzos, su pasado estaba otra vez allí, frente a ella, para hacerla tambalear.

—¿Te vas de viaje, Paula?

—Me invitaron a una fiesta de la editorial en Miami.

—¿La editorial?

—La de la revista “Today and Tomorrow”... Estoy trabajando para la versión latinoamericana, y con un poco de suerte podrían contratarme para la de allá.

—Todos sabíamos que te iba a ser muy fácil posicionarte... Lo increíble es que lo hayas logrado en menos de un mes.

—¿Cómo me encontraste, Bruno?

—No fue nada barato... Pero eras mi último recurso. Estoy desesperado.

—No entiendo.

—Ezequiel...

La muchacha lo interrumpió con decisión.

—¡Espera!... Si vas a hablarme de él, mejor olvídalo. Cárdenas es un vicio en el que no pienso volver a recaer.

—Pero tienes que ayudarnos. Él no se da cuenta del peligro que corre, y...

—No me interesa, Bruno. Gracias.

—Lo entiendo... Disculpa...

Aquel hombre hermoso la miró apesadumbrado, y se dio media vuelta, dispuesto a salir. Pero la voz de su anfitriona lo obligó a detenerse.

—¿Qué clase de peligro?

—Anteayer entraron a la redacción en un golpe comando. Eran diez tipos encapuchados, que en cuestión de segundos mataron a un guardia y destrozaron el último piso.

—La oficina de Ezequiel...

—Sí... Le prendieron fuego a eso y al archivo.

—Pero los diarios no hablaron del asunto...

—Ni tampoco del allanamiento judicial al canal. Entraron con una orden falsa y lo revisaron todo... ¡No vale la pena, Paula!... Nada de esto vale la pena... Desde que trabajo con Ezequiel, él siempre supo esperar el momento correcto para una noticia. ¡Y conocía sus límites!... Nunca publicaba nada que pudiera ponerlo a él o al negocio en verdadero peligro... Jamás se enfrentó a todo un gobierno, y de una forma tan sistemática, como lo ha hecho con este... ¡Y ya hay demasiada gente nerviosa!... Ezequiel está loco... Desde que te fuiste parece otra persona. Es como si, de repente, necesitara demostrarle algo a alguien... El otro día lo enfrenté. Le pregunté si creía que valía la pena arriesgar la vida por tan poco, y él, mirándome a los ojos de esa forma que mete miedo, me respondió: “¿Qué sentido tiene vivir cuando se calla por miedo?”... Todavía se me pone la piel de gallina al recordarlo.

Paula se estremeció... ¿No eran esas sus propias palabras, en esa discusión que habían tenido acerca de Cantagalli, muchos meses atrás?

—El otro día me agarraron a mí —continuó Bruno—. ¡Mira!

Y diciendo esto se arremangó. Su brazo tenía decenas de quemaduras de cigarrillo.

Paula sintió que las piernas no la sostenían.

—¡Dios mío!

—Y en el pecho es peor... Me atraparon entre dos autos a la salida del barrio privado en el que vivo, y me llevaron a un descampado... Por fortuna me vio uno de la vigilancia que iba a iniciar su turno, de lo contrario... No sé... Todo es una locura.

—Pero, ¿qué es lo que quieren?

—Un video... Un puto video que incrimina al presidente... ¿Para qué mierda queremos implicarlo en algo?... Aun cuando hubiera violado a su mamá y a todos sus hijos, en dos años, pasado el escándalo, de nuevo se postularía como si nada. En este país no hay memoria, y hasta los más muertos resucitan... ¿Para qué tener este ataque de dignidad entonces?

—¿Dónde está lo que buscan?

—En casa de Ezequiel supongo... Lo debe tener en la bóveda.

—¿Hay una bóveda?

—Yo la vi una sola vez, y es impresionante. Sólo tiene videos allí, y sin embargo uno podría hacerse inmensamente rico con ella... Lo cierto es que ahora Ezequiel, luego de la emboscada que le tendieron el lunes...

—¿Te refieres al asalto comando?

—No... Antes que eso... Lo emboscaron como a mí, pero él logró escapar... Lo cierto es que está atrincherado en la Avenida Libertador... El presidente se niega a concurrir al último programa, pero en un “gesto de buena voluntad”, le mandó un pequeño ejército para custodiarlo, y de paso seguir sus movimientos...

—¿Por qué viniste, Bruno?

—Sólo tú podrías hablar con él y convencerlo... Eres la única persona a quien escucha. Sólo en ti confía.

—No... Ezequiel sólo confía en sí mismo, y únicamente escucha su voz... No puedo ayudarte, Bruno. No puedo luchar contra su orgullo... Y además..., como ves, ya me voy.

—Lástima... Pero, bueno... Al menos lo intenté.

Decepcionado se dio media vuelta, dispuesto a salir de allí.

—Espera, Bruno... Quiero que entiendas... Ezequiel es como una adicción para mí. Me hace muy mal... No puedo dormir en las noches pensando en... No puedo dormir... Soy muy infeliz, Bruno. Y lo único que puedo hacer para borrarlo de mi corazón es alejarme... Cuando volvió de Washington fui a su casa para exigirle explicaciones, y acabé teniendo sexo con él, sin haber logrado ninguna respuesta... Estoy tan enamorada, que me maneja a su antojo... Aunque lo intentara, no podría serte útil... Mal que me pese, en la vida de Ezequiel decide sólo su vanidad...

La muchacha rompió en llanto, y el pobre Bruno, a quien le era muy difícil manejar incluso sus propios sentimientos, la observó incómodo.

Sí... Mal que les pesara a todos ya nadie podía defender a Ezequiel de su peor enemigo...

Él mismo.

* * * *

—Yo siempre prefiero llegar temprano, porque, ¿vio?, en la calle están todos locos... El otro día perdí un avión... Bueno, yo no lo perdí. Lo perdió el pasajero... ¡Pero no fue mi culpa! Fue un choque, ahí a la entrada de la Riccieri... ¿vio donde está el cartel? ¡Como dos horas estuvimos parados!... Y después el tipo no me quería pagar. Decía que había perdido el vuelo por mi culpa... ¡Cómo si yo los hubiera hecho chocar!... Hoy en día, y con tanto quilombo por ahí, no se puede salir con dos horas, como anteriormente... Hay que llegar ahí, a Ezeiza, al estacionamiento del aeropuerto, “al menos” con dos horas. ¡Yo no soy Meteoro, ni esto es el “Mac 5”!, ¿no le parece?

El tipo miró por el espejo retrovisor, y luego continuó.

—¡No!... ¡Qué va a saber!... Usted es muy pichona... Usted debe haber mirado los “Transformer” esos, como mi pibe... Ahora está por salir la película... ¿Vio? De todo hacen películas... Por eso yo siempre digo: “al aeropuerto, al menos cuatro horas”, porque uno nunca sabe, ¿vio?

—¿Y si fueran tres?...

El hombre volvió a echar una mirada a su pasajera, que hablaba por primera vez desde que comenzara el viaje.

—¿Cómo?

—Olvidé saludar a alguien que vive aquí a tres calles, y pensé que... quizás si subo a su piso y vuelvo en menos de una hora... Yo le pagaría la espera.

—¿Y por qué mejor no se ahorra todo el viaje y se queda en su casa? ¿No escuchó lo que le dije del quilombo? La calle es un puterío... La autopista es un puterío... ¡El aeropuerto es un puterío!... Si quiere asegurarse de tomar ese avión...

—Asumo el riesgo... Sería sólo una hora...

—¿Y cómo estaciono en la Avenida del Libertador, en medio del quilombo?... ¿Se piensa que soy uno de los “Transformers” esos, que doblo el auto y me lo meto en el culo?

—Es ese edificio de la esquina... Doble en la primera cochera que vea, ni bien cruza. Hay un estacionamiento de cortesía, y allí podrá aguardarme.

—¿Allí dónde está el patrullero de la policía justo quiere que me meta?

—¡Por favor!

—Mire... Lo hago sólo porque tiene una cara que da lástima... ¡Pero no me deje colgado, porque vendo sus maletas!

—No se preocupe.

Mal consejo.

Bastó que el buen taxista intentara ingresar, para que un policía lo detuviera de mal modo.

—¿Adónde van?

—Al estacionamiento de cortesía que está en el primer subsuelo.

—No se puede... Sigan la marcha...

El chofer miró a su pasajera con un gesto triunfante.

—¿Vio, señorita?... No es de Dios...

—Sí que lo es... ¡Deténgase!... Métase en el estacionamiento del centro comercial, y venga a buscarme exactamente a las ocho. Yo lo voy a estar aguardando en la esquina. Voy al piso veintidós de este edificio... Pero, igual, yo lo voy a estar esperando afuera...

—Más le vale, señorita. Mire que si no, de verdad vendo sus maletas...

Sí... Una hora. En sólo una hora no iba a poder equivocarse demasiado... Cárdenas no la iba a poder envolver con ese cuerpo que la hacía temblar... No iba a poder encender de nuevo sus ansias, (¿cuándo se habían apagado?), porque sólo era una hora...

—Identifíquese...

—La señorita viene a verme a mí...

Más allá del policía, Pedro, el portero de la tarde, miraba a Paula sonriente.

De inmediato la arrastró hacia la oficina de vigilancia.

—Gracias, Pedro. ¿Qué es toda esta locura?

—¡Y ahora está tranquilo!... Aquí todos estamos aterrados... ¿Se enteró lo que pasó en la editorial?... ¡Mire si ponen una bomba también en el edificio!... No..., si el juez del cuarto piso hizo lo posible porque el señor Cárdenas no se quedara. ¡Quería echarlo de su propio apartamento, y citaba un montón de leyes y decretos!... Pero entonces Cárdenas le mostró algo..., uno de esos videos que él tiene, de seguro, y el tipo metió violín en bolsa y se fue al “country”... No... Si ahí, en su casa, él debe tener algo sucio de todos... Y aunque yo jamás hice nada, con él me cuido, porque uno nunca sabe...

—Avísele que estoy aquí, por favor... Tengo muy poco tiempo.

—Imposible, señorita... Me prohibió terminantemente que lo moleste, y para asegurarse desconectó el timbre... Hace dos días que está encerrado... Podría haberse muerto, y nosotros acá, esperando...

Paula agachó la cabeza. Sí, quizás el chofer del taxi tenía razón... Quizás era de Dios...

—Claro que usted podría subir por la entrada principal, porque es la única, que yo sepa, que sabe el código para que se abra la puerta del elevador desde adentro.

—Quizás ya lo cambió.

—¡Con probar...!

Sí, con probar no perdía nada...

O quizás, todo.

* * * *

Lo curioso era que, si siempre el elevador había sido tan rápido, ahora subiera piso a piso, con tanta lentitud.

Piso octavo...

Paula miró su reloj... Tendría que apurarse. Ya eran las siete y diez.

Noveno.

Sí... Porque, fuera como fuera, de ninguna forma iba a perder la oportunidad que tenía en la editorial. Cárdenas no valía la pena.

Décimo.

...porque era tan estúpido y orgulloso, que... ¡Quería matarlo! Aunque por lo que decían todos, iba a tener que ponerse en fila para hacerlo.

Undécimo.

¿Dónde había quedado aquello de que todavía había mucho para contar, y que no se podía hacerlo desde la tumba?

Decimosegundo.

¿Justo ahora le tenía que agarrar el ataque de profesionalismo?... ¿Justo cuando todo apuntaba a que el presidente se perpetuaría en el poder al menos por otros cuatro años?

Piso Trece.

¿Y si le ocurría algo?... ¿Si esta vez se exponía demasiado?... Porque Ezequiel era así... ¿O acaso no había arriesgado su propia vida para salvarla?

Catorce.

¿Por qué siempre que comenzaba a odiarlo, algo la obligaba a volver a sus brazos?

Quince.

¡No!... Esta vez no iba a ceder. No pensaba desperdiciar esa oportunidad caída del cielo. Era su sueño...

Dieciséis.

No. Ese no era su sueño. Su sueño nunca había sido ser periodista, ni aquí, ni en Miami... Su sueño fue siempre el mismo: ser feliz al lado de...

¿Por qué, si se suponía que tenía que pensar en Bru, sólo podía imaginarse a Cárdenas?

Diecisiete.

“Te mentiría si te dijera que no estuve pensando cómo meterme en tu braga, Berta”

Dieciocho, (¿cuántos malditos pisos faltaban todavía?

“Después de todo tenías razón. No vales ese dinero... ¡No eres más que una amante mediocre!”

Diecinueve.

“Hablemos para dormir, Paula... Yo también estoy muy cansado de todo... Aquí ha hecho un frío horrible y quiero refugiarme entre las sábanas... ¿Por qué no vas a acostarte tú también, mientras charlamos?... ¿Quieres?”

Veinte.

“¿Estás escapando de mí, o de ti, Paula?”

Veintiuno.

“Te amo, Paula... ¿Me escuchaste? Te amo.”

Piso veintidós.

Ya había llegado.

Paula digitó el último número y las puertas del elevador se abrieron como por arte de magia.

Y entonces lo vio.

De rodillas en el piso, atado, sangrando..., mientras un hombre con un pasamontañas lo sostenía del cabello, hundiéndole el caño de su arma en la sien.

Fue un instante.

Paula, todavía en el elevador, observó a aquel verdugo a los ojos. Y bastó eso para que el miserable desviara el rumbo de la muerte, y le disparara a ella en el corazón.

Pudo oír el grito desesperado de Ezequiel al darse cuenta. Y luego no pudo escuchar más.

Sí... Paula ya había llegado a su destino.