CAPÍTULO VIII

Las puertas del elevador permanecían abiertas.

Todavía en su interior, Paula observó absorta la escena.

La alarma, accionada por la reverberación que tuvo el vidrio blindado al detener el tiro que la tenía por destinataria, atronaba ahora, haciendo temblar las paredes.

En la sala, otro encapuchado estaba atareado sacando cosas de un panel que la joven nunca había visto antes. Una videoteca, oculta detrás de la otra videoteca.

Por un momento el tipo que sostenía a Ezequiel volvió a apuntarle a la cabeza, buscando acabar con lo que había empezado. Pero al darse cuenta de que, contrariando toda lógica, en vez de huir, esa desquiciada se dirigía hacia ellos, marcando con frenesí la clave para traspasar el recibidor que la protegía, se distrajo.

—¡Vamos! Debe estar armada.

Le escuchó decir al otro.

—Deja que primero mate a este hijo de puta.

—No vale la pena... ¡Ya lo tengo!

Los dos tipos corrieron hacia la cocina, a la par que Paula lo hacía hacia Cárdenas. Pero cuando estaban a punto de salir, el que empuñaba el arma se dio vuelta y disparó desde allí una vez más.

Y entonces la muchacha sintió el estruendo, y luego la salpicadura cálida de la sangre. Pero no el dolor. No... No era ella la herida.

Por un instante volvió a sentir el sol en la piel y el rumor del auto que se aproximaba, mientras Bru, con su camisa nueva, la saludaba a la distancia. Pero fue sólo un instante.

—No, Dios... ¡Esta vez, no!... No te lo voy a dar también a él —gritó Paula, mientras sostenía el cuerpo exánime del hombre que amaba.

Buscó la herida. Estaba en una pierna y no parecía demasiado profunda, pero a pesar de eso la hemorragia era importante. Sacó el cinturón de su vestido y lo apretó con fuerza alrededor de la piel de él, para interrumpir el flujo de sangre. Luego se dirigió hacia el elevador. Desde hacía un rato que sentía a la policía intentando abrirlo, sin suerte. A pesar del estruendo de la alarma se podía escuchar el rumor de una multitud rodeándolos. Digitó la clave, y al menos cinco hombres uniformados ingresaron al piso.

—¡Un médico!... ¡Urgente! —les ordenó, desesperada.

Mientras la policía intentaba seguir los pasos de los rufianes que habían desaparecido en medio de la nada, Paula volvió a su lugar, junto a Ezequiel, (¿qué otro lugar había tenido nunca?).

Por fortuna el doctor del piso quince ya había solicitado asistencia al centro médico que quedaba a pocas calles, así que en cuestión de minutos lo estaban subiendo a la ambulancia.

Paula, todavía temblando, observó la bóveda, y un policía parado frente a ella, mirándola con curiosidad. Así que mientras los enfermeros emprendían la marcha, la joven se apoyó discretamente en el panel hasta cerrarlo.

El camino a la clínica era supuestamente corto. Pero el tránsito intenso de esa hora lo hizo largo. En un punto Ezequiel se despertó, y sacándose la máscara de oxígeno que llevaba puesta comenzó a hablar con dificultad.

—¿Por qué no estás en Miami?

—¿Quién le dijo? —se sorprendió la joven al escucharlo.

—No tiene que hacer esfuerzos, señor... No puede hablar —lo reconvino el enfermero que los acompañaba, mientras volvía a colocarle la máscara.

—No se preocupe, para él, el peor esfuerzo es callar —comentó la muchacha con ironía.

Pero Ezequiel volvió a quitarse aquel artilugio.

—¡¿Te diste cuenta de que podrían haberte matado, Paula?!

—¿Te diste cuenta de que podrían haberte matado, Ezequiel?

Y sus miradas se encontraron de esa forma sincera y profunda en que habían aprendido a hacerlo.

—Qué bien hecho que está este torniquete —comentó el enfermero mientras le colocaba por tercera vez la máscara al paciente.

—Ah... Lo hice yo —dijo Paula—. Mi marido murió desangrado entre mis brazos, y me prometí que nunca más me iba a ocurrir... Aprendí primeros auxilios... y a disparar. No sé para qué, porque nunca me compré un arma... Hoy hubiera querido tenerla.

Paula se emocionó. Cárdenas le rozó la mano, y volvió a mirarla de esa manera.

Sí... Otra vez había quedado atrapada en la historia de aquel hombre mentiroso.

Pero por primera vez no tenía nada de qué arrepentirse.

* * * *

—¿Adónde lo llevan?

—Va a haber que operar... ¿Usted es la esposa?

—No, soy... su asistente, me imagino. ¿Es grave?

—No... Pero será mejor que pase por el quirófano... Primero le vamos a hacer una serie de placas, porque recibió una golpiza feroz...

La camilla que llevaba a Ezequiel pasó por delante de Paula, y este aprovechó para hablarle.

—La bóveda... Se cierra hermética sólo con un empujón... No dejes que...

—La cerré antes de irnos... Ahora no se preocupe.

—El último programa... Se llevaron la cinta...

—No importa... Hay muchas historias para contar, y no se puede hacerlo desde la tumba.

Uno de los médicos los interrumpió.

—¿Vamos señor Cárdenas?... No sé cómo hace para hablar con todos los golpes que recibió.

—¿Dónde lo espero? —preguntó la joven.

—No me esperes, Paula... Vete... Toma el avión y vete de aquí... No te quiero cerca... ¡Es peligroso!... Te lo ordeno... —llegó a gritar Ezequiel, ya entrando al quirófano.

Paula lo siguió con la mirada.

—Yo coincido con él.

—¡Bruno!

—¿Se llevaron el video?

—Sí.

—Todo esto por nada... Igual, creo que Ezequiel tiene razón... No te conviene estar cerca. Lo que sea que estuviera grabado en esa cinta, involucraba también a Eusebio Cantagalli, y no es bueno que él te vea rondando.

—No voy a engañarte, Bruno... Sé que me conviene irme de aquí... El problema es que no puedo hacerlo. No mientras Ezequiel me necesite.

—Entonces no te vas a poder ir nunca.

Paula lo miró, sorprendida.

—¿Fuiste tú el que le contó a Cárdenas que iba a viajar a Miami?

—Difícil... Hace dos días que no le hablo.

—Y entonces..., ¿cómo lo supo?

* * * *

Ese paraíso de la seguridad que había sido alguna vez la casa de Ezequiel Cárdenas, era ahora profanado por cientos de uniformados, más preocupados por revisar la intimidad de un hombre famoso que en resolver el caso.

Cuando todavía no hacían dos horas desde su llegada al lujoso sanatorio, distante apenas a unas calles, Paula fue llamada con urgencia para que regresara a la Avenida Libertador. La policía estaba frenética. El elevador principal se había cerrado, y nadie conocía el código para abrirlo. No podían encontrar la llave de los numerosos cerrojos de la puerta trasera, y no habían logrado forzarla, por estar más blindada que la caja fuerte de un banco. Lo cierto es que ahora había un grupo de veinte personas atrapadas en el interior del piso, mientras otras treinta luchaban por entrar.

—¡Qué significa esto! —gritó Paula horrorizada, al ver semejante locura.

Y antes de abrir, o destrabar, primero fue a entrevistarse con el juez del piso vecino que acababa de llegar de su exilio. Visto y considerando que al parecer también él estaba interesado en alejar las miradas indiscretas del lugar, el buen hombre tomó el asunto en sus propias manos, e invocando los privilegios de la libertad de prensa, y cualquier otra mentira como esa que pudiera ayudar, en cuestión de quince minutos logró desalojar semejante aquelarre.

El departamento había sido cuidadosamente asolado, no tanto por los ladrones, cómo por la fuerza pública que buscaba atraparlos.

La pobre muchacha recurrió entonces a Bruno, que la guio hasta el investigador privado a quien Ezequiel varias veces le había confiado su vida, y lo contactó para que reiniciara la pesquisa.

Durante unas horas todas esas actividades le brindaron a Paula una maravillosa excusa para no pensar ni sentir. Pero cuando por fin no pudo evitarlo más, de nuevo corrió hasta la clínica. Y como si fuera un signo de Dios, justo llegó allí en el momento en que Ezequiel volvía del quirófano.

Verlo así, dormido por la anestesia, tan pálido y entregado, con su bello rostro deformado por los golpes, sirvió para que la muchacha se diera cuenta de eso que, en el fondo de su corazón, siempre había sabido. Sí, Cárdenas era un galán mentiroso y calculador, capaz de seducir a hombres y mujeres por igual. Pero no era de ese reflejo del que ella se había enamorado, sino del hombre que era cuando solamente era un hombre.

Pasó toda la noche junto a él, acariciándolo con dulzura, enjuagando su boca, acomodando sus vendajes. En los breves momentos en que estaba despierto, casi inconsciente, al verla le suplicaba: “No te vayas, Paula... No me dejes”, para de inmediato volver a caer en un sopor pesado, mezcla de cansancio y fármacos.

Pero cuando el sol comenzó a calentar la faz de la tierra con inclemencia, todo volvió a ser como antes, y Ezequiel se transformó en Cárdenas.

—¿Qué haces aquí, Paula? —fue lo primero que le dijo al despertar definitivamente.

—¿Se siente bien?... ¿Necesita calmantes?

—Necesito que te vayas... Mi vida ya es muy complicada sin necesidad de que estés aquí.

—Lástima, porque no lo pienso hacer.

—¡No seas necia!... ¡Vete a Miami!... Te están esperando.

—Gracias, pero no necesito que usted arregle mis entrevistas de trabajo. Si llego a Miami será por mis méritos, y no porque usted lo haya pedido.

—¡¿Quién te dijo?!

—Usted... En este momento.

—Te aprovechas porque todavía estoy dormido.

—¿Y el trabajo en “Hoy y Mañana”?

—No hacen más que agradecerme.

—No necesito un ángel de la guarda.

Cárdenas calló por unos segundos.

—Todos necesitamos uno... Pero ahora vete. No te quiero por aquí.

—¿Está seguro de que se llevaron el video?

—No lo pienso discutir contigo... Tú y yo habíamos hecho un pacto. ¡No te confundas, Paula! Sólo te conseguí trabajo porque creo que eres una excelente periodista... Pero no te quiero cerca. No me gusta que estés rondando... Tú me salvaste, yo te salvé. Estamos a mano... Pero algo entre nosotros es imposible. Los sueños de uno siempre son las pesadillas del otro, así que no vale la pena volver a intentarlo... Mejor que cada uno siga su camino.

—Yo opino lo mismo. Y es lo que voy a hacer..., cuando ya no me necesite.

—¡Será ahora!... Me incomoda tu presencia. No te quiero aquí, ni en mi vida. Y no necesito ni enfermera, ni periodista, ni amante a mi lado. Puedo pagar las mejores si se me antojan. No te necesito.

En ese preciso momento entró una de las enfermeras al cuarto para chequear al paciente, obligando a Paula a salir.

Para cuando la muchacha, (una morena curvilínea), terminó con su tarea, su rostro se veía exultante.

—¡Qué lindo es!... —exclamó ni bien salió al pasillo adonde Paula esperaba— Incluso con la cara deformada por los golpes es re lindo. ¡Al fin me tocó uno bueno!... ¡Y que encantador!... ¡Qué dulce!... ¡Un bombón!

Paula agachó la cabeza para que la joven no notara su sonrisa sarcástica.

—¿Tú eres Paula, no?

—Sí...

—Bueno, queridita... Tu turno ya pasó... Estás “out”. Resígnate. Eze me dijo que está harto de que lo acoses, y que no quiere que te dejemos entrar más... Ahora voy a dar parte a vigilancia... ¡No vuelvas, cariño!

—¿Te dijo que soy una acosadora?

—Un hombre así debe tener miles... Pero no te quejes. Al menos de seguro tú ya lo tuviste... Dale espacio a las demás.

—Sí... Quizás deba hacerlo.

Al parecer Cárdenas no la necesitaba. Su ochenta por ciento encantador había vuelto a contaminarse con el veinte por ciento restante. ¡Estaba curado!

Paula comenzó a caminar por el pasillo rumbo hacia un futuro que por lo visto ya no podía eludir.

Pero cuando había dado unos pasos, la voz de la enfermera la hizo retroceder.

—Disculpa... ¿No tendrás su número de teléfono, no?... ¡Les dan de alta tan rápido!

* * * *

—¿Estás seguro de que no hiciste una copia?

—Uno no puede andar circulando por allí con un video como ese... No con tanta gente observando detrás de tus espaldas... Desde principio de año que tuve a la mafia del gobierno y a la de Cantagalli respirando en mi nuca.

—Siempre se hace al menos una copia.

—¡Hice tres!... Una se la di a mi abogado, y desapareció “misteriosamente”... Estoy seguro de que se la robó ese perro de Agustín Lavalle. Otra la tenía el escribano, pero hicieron un boquete desde el departamento vecino, entraron, y se la llevaron junto con unos pocos dólares. La tercera estaba en mi casa... Y por lo que me dijeron, la policía la decomisó junto a las demás cintas que estaban en el micro cine. ¡Todavía deben estar mirando películas!

—¡Qué hijos de puta!

—¡Ni que lo digas, Guido!... ¡Es la tercera vez que me la ponen!... Pero juro que va a ser la última... Ya voy a pensar cómo vengarme.

Bruno Ríos entró sin llamar a la habitación del lujoso sanatorio.

—El presidente acaba de confirmar su presencia en el piso, en el último programa del año. Quiere “solidarizarse” con tu desgracia.

—¡Y vaya que se “solidarizó!

—¿Y ahora qué vas a hacer, Ezequiel?

—Voy a reunirme con mis abogados... Quiero que traigan cámaras aquí. Quiero ser yo el que hable con el presidente... Y tengo que saber hasta dónde lo puedo acusar sin tener pruebas para hacerlo...

—Si cuentas lo que ocurrió, la gente del canal vecino va a empezar a hacer correr el rumor de que no tenías nada, y que te hiciste pegar por unos matones para desacreditar al gobierno, justo antes de la re elección.

—¿La gente del canal vecino? ¡Todos!... Esa es la versión del presidente, y nadie va a querer quedar mal con él. Es muy caro que excluyan a tu emisora de los fondos que aporta la propaganda oficial...

—¿Ya se sabe cómo entraron al edificio, o cómo salieron?

—¿Es cierto que, en ausencia de Paula, habías contratado a una empresa de limpieza?

—También venían cuando ella estaba. Hace más de cuatro años que trabajan para mí. Limpian los vidrios, los pavimentos, los techos, los cerámicos, una vez al mes.

—Pues en la visita del último sábado alguien desconectó la cámara que apunta a la ventana del lavadero, en el sector de servicios.

—¡Pero esa ventana da al vacío! ¡Hay más de cien metros hasta el piso!

—O sólo metro y medio hasta la ventana vecina.

—¿Cómo?

—Tu edificio es una torre. El de al lado también. Hace un mes dos tipos que dijeron ser turistas alquilaron el piso veintidós del otro edificio. El último sábado no sólo desconectaron la cámara, sino que también tendieron un cable de balcón a balcón.

—¿Tan fácil les fue hacerlo?

—Tenían silletas y balancines porque estaban lavando los vidrios.

—¿Nadie lo vio?

—La gente rica no suele revisar lo que ocurre en las dependencias de servicio... Así que los fulanos esperaron a que se hiciera de noche y se descolgaron con arneses a tu edificio. Mientras la policía vigilaba todas las entradas de tu casa, ellos escapaban tranquilamente por la de al lado.

—¿Pero cómo sabían de la bóveda?... Nadie aparte de mí...

—Tú, y el tipo que la construyó... El pobre fulano apareció muerto a fines del año pasado...

—¿Desde entonces que estaban planeando esto?

—Seguramente... Esta gente no es fácil de engañar... Lo habían calculado todo, pero para su desgracia el inquilino del piso veintidós del otro edificio no se iba... Así que para mediados de año comenzaron a amenazarlo con un secuestro...

—¿Y el tipo no hizo la denuncia?

—Sí, claro... Pero igual se fue en octubre sin dejar rastros...

—Y entró esta gente que, por supuesto, tenía documentos falsos...

—Por cierto, Ezequiel. Vi la cinta de vigilancia de tu casa. ¿Por qué te dejaste pegar de esa forma?... ¿No era más fácil darles la clave para acceder a la bóveda que te pedían?

—Igual no les llevó mucho tiempo decodificarla... Uno de ellos era un especialista.

—¡Pero casi te matan!... No sé qué había en ese video, pero estoy seguro de que no vale la pena morir por tan poco.

—Hubiera sido lo mismo que me dejara golpear o no. Es evidente que ni bien obtuvieran la cinta, y una vez que se cercioraran de que no había otra copia circulando por allí, tenían planeado matarme.

—Pues si no hubiera sido por la llegada de Paula...

—Guido..., necesito que me hagas un favor.

—Lo que quieras, Ezequiel.

—Es muy importante que te deshagas de ella cuanto antes... Quiero que se vaya a Miami y se quede allí.

—No puedo obligarla.

—Pero tú eres un tipo encantador... Podrás convencerla. Además, iba rumbo al aeropuerto cuando me salvó... En “Today and Tomorrow” la están esperando. El editor en jefe es un buen amigo mío, y está encantado con ella y sus artículos. Hasta ofreció alojarla en su casa, junto a su mujer y sus hijos...

—Paula no se va a querer ir... O al menos hasta que tú te restablezcas. Ya me lo dijo. Ahora está en tu piso, tratando de reconstruir todo para tu regreso.

Cárdenas permaneció en silencio por un rato, pero luego insistió.

—Estoy harto de ella... Resultó ser como las demás. Siempre es así. Primero todo marcha bien, y después se vuelven acosadoras profesionales... Piensan que pueden cambiarte para hacerte feliz. Pero lo último que quiero es una santurrona metiéndose en mi vida... Díselo de una forma elegante, Guido. Convéncela de que tome ese avión, y se vaya de aquí a más tardar mañana.

—¿Mañana?... ¿No puede ser pasado?

—¡Pasado no me sirve!

Los demás lo observaron extrañados, así que Cárdenas se explicó.

—Mañana es el último programa del año... Mi última humillación del año... En tres días más se supone que me van a dar el alta... No la quiero por allí, tratando de consolarme, para cuando regrese. No me gusta recibir el pésame de nadie... Luego de la emisión de mañana todos se van a estar burlando a mis espaldas... Juzgándome. Y, a diferencia de lo que ocurre con ustedes, a Paula no se la puede callar. Y soy demasiado orgulloso como para darle la razón.

—Si es tan importante para ti...

—Que entienda que no hay historia posible entre nosotros... Hice todo lo humanamente posible por sacarla de mi vida, pero es como un perrito faldero, ¡siempre regresa!

—A mí me parece que está enamorada de ti —se inmiscuyó Bruno.

Cárdenas clavó en él una mirada enfurecida.

—¡No digas idioteces!... Paula sigue enamorada de su marido perfecto. Los demás somos sólo hombres... ¡No!... Ella me está muy agradecida porque en una ocasión le salvé la vida, y ahora intenta redimirme de mí mismo. Soy su buena acción del año... Y lo último que necesito en este momento de mi vida, y luego de la humillación que voy a tener que sufrir mañana, es que me tengan lástima...

Y mirando a Guido, agregó.

—¡Llévatela, Guido!... Llévatela a cualquier parte... Acuéstate con ella si así logras convencerla... ¡Pero no quiero verla nunca más!

Nadie se atrevió a insistir.

Y es que cuando se trataba de Ezequiel, era muy fácil saber cuándo estaba hablando de verdad.

* * * *

Durante la primera media hora del último programa del año de “RLP.” se hizo un recuento detallado de todo lo ocurrido en la semana. Desde el allanamiento del canal con órdenes falsas, hasta el intento de captura de Cárdenas, el asalto tipo comando a la redacción seguido del incendio, las torturas sufridas por Bruno, y la entrada al piso de la Avenida del Libertador. Cada uno de estos relatos fue apoyado con material filmográfico, simulaciones de computadora, y testimonios, convirtiéndolos en una verdadera pieza de periodismo moderno.

La medición del minuto a minuto del encendido trepaba hasta niveles inusuales para un programa político. Y es que todos querían saber cómo había quedado el pobre Ezequiel, (aunque muchos sólo intentaban regodearse en la paliza que finalmente alguien le había dado a ese hijo de puta)

En la segunda medio hora hizo su entrada triunfal al estudio el Presidente de la Nación. Tanto Guido como Dolores lo recibieron con agradecimiento. Durante unos minutos aquel hombre arengó a los espectadores, comprometiéndose a defender la libertad de prensa en el país..., por supuesto, siempre y cuando fuera elegido para un segundo mandato. De tanta grandilocuencia quedó firme un propósito: durante los pocos meses que restaban de su gobierno iba a encargarse personalmente de que el horrible crimen cometido contra Ezequiel no quedara impune.

Cuando ya el programa llegaba a su fin, el camión de exteriores comenzó la transmisión desde la clínica. Ezequiel, que posiblemente había sido maquillado al efecto, lucía como un verdadero habitante de la ultratumba. Y su hablar distaba mucho de la fluidez que lo caracterizaba.

Y es que finalmente todo eso no era más que un show.

—Para este último programa me hubiera gustado ser yo el que lo recibiera en el estudio, señor presidente.

—No te preocupes, Ezequiel... Con un poco de ayuda del Señor, tú y yo nos re encontraremos aquí mismo, el año próximo.

—Veo que descuenta el resultado favorable de la elección.

—En estos momentos estamos liderando la intencionalidad de votos... Y eso, a pesar de las versiones insidiosas que ciertos periodistas se empeñan en echar a rodar por allí...

—Es curioso que lo diga, señor presidente... Justamente por intentar probar una de esas “versiones insidiosas” es que fui atacado...

Se produjo un rumor en el estudio, y en todos los demás lugares adonde se estaba viendo la emisión.

La cámara enfocó al presidente.

—Entonces lamento decirte, Ezequiel, que te has dejado golpear por nada, porque todas esas versiones son mentiras.

—Yo tenía un video que...

—¿“Tenías”, Ezequiel?... ¡Por favor!.... No existe tal video, más que en la mala conciencia de algunos, que en un intento desesperado tratan de ensuciar los que fueron cuatro años de...

—¡Pues ese video existía, y me lo han robado! —se enfureció Cárdenas.

El presidente sonrió.

—Tendré que creer en tu palabra, Ezequiel... Investigaré a fondo el asunto.

Y entonces, por entre medio de las magulladuras, el viejo zorro sonrió antes de responderle:

—O puede quedarse sentado allí mismo, y ver la copia que ya estamos poniendo al aire...

La cámara no perdió ni un gesto de la reacción presidencial. Del otro lado de la ciudad, Ezequiel continuó, impiadoso.

—Esta información ya está siendo enviada al juez de turno, así como a todos los demás canales... —Y sonriendo de esa forma que daba miedo, Cárdenas agregó—. Lo lamento, señor presidente..., pero no me gusta que jueguen conmigo.

Aquel reyezuelo se puso de pie ofuscado, mientras la gente de su equipo pedía que se cortara la transmisión.

Durante unos minutos reinó el caos en el estudio, y la pantalla en los hogares se puso negra. Pero de inmediato pudieron verse las imágenes increíbles del hombre que regía a los argentinos, en calzones y con un mate en la mano, hablando con desenfado de todo lo que debiera haber callado. Tras ese video, y en una transmisión que obviamente no provenía del lugar habitual, siguieron otros, involucrando a un diputado, dos senadores, y tres ministros. Y en tres de ellos la contraparte de la vergüenza era un hombre mayor y de apariencia humilde. Pocos conocían su nombre. Pero otros lo tenían grabado a fuego en su memoria.

Porque ese hombre era Eusebio Cantagalli.

* * * *

—¡Paula!... ¿Qué haces aquí, en el piso de Ezequiel?... Me prometiste que te ibas a ocultar por un tiempo...

—Mañana me voy a Miami... Pero antes quise cerciorarme de que todo estuviera bien para cuando él regrese.

—¡Este es el último sitio en el que deberías estar!... Si Cantagalli intentara...

—¿Te parece que con todo el lío que tiene en este momento, Eusebio Cantagalli se va a acordar de mí?

—Acaba de renunciar el presidente, ¿lo escuchaste?... Están hablando de adelantar las elecciones...

—¿Para qué? Faltan apenas unos días para la fecha original.

Por un segundo se quedaron en silencio, pero luego, al volver a hablar, Paula intentó sonar distendida.

—¿Cuándo le dan el alta a Ezequiel?

—Dentro de dos días... Pero sólo si empieza a hacerle caso a los médicos, porque de lo contrario el doctor ya amenazó con dejarlo allí una semana. Es el paciente menos paciente que hayan tenido... Y las mismas enfermeras que se sorteaban para atenderlo, ahora lo hacen para que no les toque. ¡Está insoportable!... ¡Peor que antes!

—¿Qué viniste a hacer al apartamento, Guido?... De seguro Ezequiel te dio la clave de acceso para algo.

—Necesita que haga un inventario de lo que se llevaron en el robo... Me dio también la clave de la bóveda, así que tengo que hacer un listado de lo faltante.

—¿Quieres que te ayude?

—Se supone que es algo híper secreto.

—Entonces me voy.

—¡No!... Mejor, quédate... Pero no le cuentes a nadie que me ayudaste. Será nuestro secreto especial... —Y diciendo esto, aquel galán comenzó a observarla con deseo—. ¿Sabes?, desde que te fuiste de “RLP” que estás más linda todavía... Tengo que confesarte, Paula, que siempre pienso en ti...

La muchacha lo observó por un segundo, para declarar de inmediato con vehemencia:

—Y yo tengo que confesarte, Guido, que jamás pienso en ti.

Ese varón sensible se enfurruñó, pero sólo hasta escuchar el final de la frase.

—...porque, como te dijo Olivia, en verdad soy lesbiana... Eres hermoso, pero por desgracia a mí me gustan las mujeres.

Guido la miró profundamente a los ojos.

No... La niña no mentía. Además, él siempre lo había sospechado.

¡Y es que no era fácil engañar a Guido Méndez!

* * * *

—Tarraubela, Emilio.

Paula buscó en su pila, que luego de más de diez horas de trabajo apenas se limitaba a unas pocas cintas.

—Aquí está... No, Guido. Ese es el estante de la “G”... El de al lado es el de la “T”

—Tienes razón... Ya casi no veo de tanto cansancio... ¡Menos mal que estabas aquí, porque de lo contrario…!

—¿Quién sigue?

—Tezanos Pintos, Gregorio Esteban... A este también lo conozco... ¡Buen pájaro de cuentas! Me pregunto que...

—No vamos a ver ningún video, Guido... No insistas.

—Pues este está de mi lado...

—¡Esa es la “G”!

—Tienes razón... ¡Qué lástima que seas lesbiana, Paula!... Hubiéramos podido pasar una tarde fantástica tú y yo, en este nidito... ¿Y si llamaras a tu compañera y fuéramos los tres?

—Tampoco... No me gusta la competencia. ¿Cuál es el próximo?

—Torres Agüero, Publio... A este también lo conozco.

—¡Está aquí!

—Faltan pocos, por fortuna... El próximo es Torres, Braulio... Ese nombre me suena.

Paula enrojeció. No lo podía creer. Su corazón latía con fuerza...

—¿Tienes a Braulio Torres? —insistió Guido.

—¿Sonó tu móvil, o fue impresión mía? —preguntó la muchacha.

—¿Mi móvil?...

Guido se puso de pie en busca de su saco. Y Paula aprovechó su distracción para ocultar el video debajo del sillón más próximo.

—No. No era mi móvil... ¿Chequeaste el tuyo?

—Creo que lo imaginé.

—¿Lo tienes tú a Braulio Torres?

—Ya lo pusimos, ¿lo olvidaste?

—No lo tildé... ¡Qué estúpido!... El que sigue el Wid... Wide..., algo.

Paula ya no podía concentrarse. Ya no podía pensar...

Sólo necesitaba saber.

* * * *

Esa mañana Guido recibió la más extraña de las llamadas.

Ahora que el programa había acabado por ese año, sólo le quedaba reponerse y descansar. Tenía planeado un viaje al Caribe, pero lo haría luego de sus tradicionales vacaciones en Punta del Este. Todo el que era alguien en este lado del mundo estaba allí. Y él definitivamente era alguien. Ir al exterior estaba bien, pero también le gustaba sentir el acoso de las fans, y disfrutar de un trato “V.I.P.”, más acorde con su condición. Y además estaba la parte emotiva. Nada mejor que pasar las fiestas de fin de año en familia... Bueno, no con su familia verdadera. Desde que se había vuelto famoso que casi no se hablaba con ellos. Pero sí, en cambio, le encantaba pasarlo con otras estrellas y personalidades como él, en algún hotel de lujo donde se festejara a lo grande.

Sí, el trabajo ya había quedado a miles de kilómetros de distancia para él... Entonces, ¿por qué lo había llamado Paula a las cinco de la mañana?

—¡Guido!... ¡Al fin!... ¡Desde ayer que trato de ubicarte!

—¿Paula?... Es que estuve muy ocupado con unas amigas... Tres amigas y yo, ¿lo imaginas? No tenía tiempo para, además, atender llamados. ¡Tampoco soy Superman!

—Ayer, luego de estar ahí, ¿cambiaste la clave de acceso a la casa de Cárdenas?

—Sí. Cuando te fuiste... Fueron sus órdenes.

Paula se estremeció.

—Pues yo necesito entrar.

—¿No te ibas a Miami?

—Esta tarde... Pero dejé algo ahí adentro que necesito sacar.

—Pues lo harás a mi regreso. Hoy tengo un día fatal.

—¡Imposible!... ¡Por favor, Guido!... ¡Lo necesito!

—Lo que sea que te hayas olvidado allí, seguro que en Miami lo consigues mejor y más barato.

—¡Por favor, Guido!

—¡No puedo ir!... En este momento estoy sumergido en una tina de aceites esenciales. Y luego me esperan unas piedras calientes que sirven para armonizar mis chacras.

—No es necesario que estés aquí. Bastará con que me digas la nueva clave.

—¡Ezequiel me mataría!

—Te prometo que, si lo haces, te presento a la muchacha que vivía antes conmigo. ¡Es espectacular! ¡Y muy complaciente!

Paula suspiró.

¿Qué sería de la vida de su buena amiga “Gretita”?

* * * *

—¡Don Cárdenas!... No lo esperábamos hasta mañana... ¿Cómo se siente?

—No le digas a nadie que me viste... Me escapé de la clínica. Pretendían que me quedara tres días más, pero ya estaba horriblemente aburrido.

—No hay nada mejor que la casa, ¿no?

—Algo así.

El portero lo observó subir al elevador, y luego comentó a su ayudante.

—¿Lo viste, Tito? ¡Qué cara traía!... Yo no sé si porque la piel se le puso violeta por los golpes, o qué, la cuestión es que da miedo... ¡Y qué triste está!... Y eso que un tipo como él debería estar feliz con todo el quilombo que armó... Pero a estos ricos, ¡quién los entiende!

* * * *

Ezequiel Cárdenas digitó la clave nueva, y luego la cambió por otra. Todo cuidado resultaba poco. Se había salido con la suya, eso era cierto, pero sólo sirvió para que su cabeza tuviera un precio más alto. Sus enemigos se multiplicaban por toda América, y de seguir las cosas así pronto iba a tener que mudarse a Europa para poder caminar por la calle sin temor.

Las puertas del elevador se abrieron y pudo contemplar su sala. Los muebles habían sido cuidadosamente reparados y puestos en orden. Pero había algo en medio de la oscuridad que lo molestó sobremanera.

En silencio traspuso la entrada vidriada y se dirigió hacia la inmensa pantalla de cristal líquido que estaba encendida. A un costado, sentada sobre la alfombra, pero apoyada en un sillón, Paula lloraba con desconsuelo.

—Está visto que no puedo confiar en Guido —se quejó él con amargura, mientras se apuraba a sacar la cinta del reproductor.

—¿Por qué? —sólo pudo preguntar ella, ahogada por las lágrimas.

—La pregunta no es “¿por qué?”, sino “¿para qué?”... No tenía ningún sentido que lo vieras.

—Cómo debía burlarse de mí en su interior, ¿no es cierto, Cárdenas?... ¡Cómo debía reírse cada vez que yo le hablaba de la honestidad de mi marido! ¡De su sinceridad!

Aquel hombre inmenso se paró frente a ella. La habitación estaba en penumbras a pesar de que era muy temprano en la mañana. Sólo los pocos rayos de luz que se filtraban a través de las persianas cerradas iluminaban la estancia.

Casi como si estuviera de rodillas frente a él, Paula lo contempló avergonzada.

—No, Paula, te equivocas... Tu marido fue exactamente la persona de la que sigues tan enamorada... No hay nada para reprocharle...

—Ya es tarde... Vi el video.

—El problema contigo, Paula, es que no conoces los puntos medios. Para ti las cosas son blanco o negro, buenas, o malas... Y la vida no es así... Los hombres nos movemos entre sombras, aun cuando intentemos alcanzar la luz... Tu marido no era un corrupto. De haberlo sido, hoy estaría vivo y todavía negociando... ¡No! Buscó hacer el menor daño posible, y pedir sólo lo que necesitaba. Esa fue su falla. Uno no puede revolcarse en la mierda e intentar salir limpio... ¡Error de principiante!

—¡Pero se vendió!

—Porque necesitaba ese dinero para complacerte... Porque era incapaz de darte lo único que le pedías: un hijo... Porque estaba enamorado de ti.

Cárdenas agachó la cabeza antes de agregar con voz ahogada.

—Y un hombre enamorado es capaz de muchas estupideces...

Paula lo observó, sorprendida.

Pero entonces él continuó.

—Y hablando de eso... La nota que rompiste... El único motivo por el que fui a Washington fue para revertir mi vasectomía... Te lo informo, porque la última vez que estuvimos juntos... Allí, en ese mismo sillón, si mal no recuerdo... Sé que me pediste usar preservativo, pero pensé que, ya que estabas dispuesta a servirte del esperma de un desconocido, poco te importaría que ese hijo que necesitabas fuera mío... De todas formas no tienes mucho de qué preocuparte. Como lo dijiste, revertir una vasectomía no es tan fácil como yo pensaba. Y aún a pesar de que todo salió de maravillas, y de que mi conteo espermático es perfecto, mis posibilidades de embarazar a una mujer se han reducido a la mitad, así que...

Ezequiel le dio la espalda, y continuó.

—Lo último que hubiera querido era que vieras este maldito video... El único motivo por el cual no lo destruí, fue porque si, como pasó, seguías molestando a Cantagalli, yo podría extorsionarlo con él para negociar por tu vida... Pero te advierto Paula... Con la denuncia del jueves, ni con esto podría salvarte. Ahora que es perseguido por la justicia, Cantagalli se va a mover entre las sombras. Y no hay nada más peligroso que lo que no se ve.

Otra vez la miró a los ojos.

—Vete, Paula... Buenos Aires no es un buen lugar para ti... Y ya no hay motivo para que te quedes.

Y dándole la espalda otra vez, concluyó con frialdad:

—Y ahora me voy a descansar. No quiero que nadie me moleste, y eso te incluye. La cinta la pagué yo, y es mía... Adiós. Y espero no tener que verte nunca más.

* * * *

Otra vez pudo sentir una lágrima corriendo por su mejilla. ¿Cuánto tiempo hacía que no lloraba?... La última vez había sido a los diez años. Recordaba ese día como si fuera hoy. Luego de más de veinte horas de viaje en avión, llegaba a la casa de su tío, solo y asustado.

—¡No seas pelotudo, muchacho! —le había dicho aquel hombre huraño para confortarlo—. Sólo los putos lloran.

Y luego le tocó la cabeza. ¡Raro!... Esa fue la primera y la última muestra de cariño y contacto personal que su tío tuvo para con él.

Sí... Desde los diez años que había aprendido a comportarse como un hombre... ¿Entonces por qué justo ahora lo hacía como un niño?

Ezequiel Cárdenas se dio vuelta en su cama inmensa y suspiró.

Todo le sonreía en la vida. El cuerpo ya casi no le dolía, y el médico le había prometido que en poco tiempo más podría retornar a su rutina de gimnasia...

Sintió otra lágrima.

Iba a remodelar el gimnasio... Ya había comenzado rompiendo el espejo, así que...

También estaba el proyecto de hacer un libro que relatara lo ocurrido. Se iba a llamar: “Último programa”, (“Last show”)... Y no se trataba de una propuesta local, sino que provenía de una de las editoriales americanas más importantes. Y su oferta en dólares lo había dejado sin palabras.

Sí, todo le sonreía... Pero, ¿por qué se sentía como al regresar de la guerra? Vivo por fuera, pero muerto por dentro.

¿Cómo mierda iba a hacer para seguir viviendo si le faltaba el aire?

Se levantó de la cama, se enjugó el rostro en el baño, y se dirigió a la cocina en busca de un vaso de agua.

Y entonces la vio.

Todavía estaba allí.

—¿Y tu avión?... ¿No parte a las once de la mañana?... No vas a alcanzarlo si no te apuras.

La joven se puso de pie y lo enfrentó, tratando de disimular su llanto.

—Cárdenas...

Y como si la mirada de ella pudiera lastimarlo, él, sin responderle, siguió su camino.

—Cárdenas... ¿Lo del medio millón de dólares sigue en pie?

Ezequiel se detuvo. Por unos segundos permaneció en silencio, todavía de espaldas. Pero luego la enfrentó.

—¿Cómo?

—Su propuesta, ¿sigue en pie?

Aquel hombre lastimado la contempló a pesar de la oscuridad.

—¿Por qué lo preguntas?

—Usted es un jugador, Cárdenas... No le tiene miedo a los riesgos con tal de lograr algo de diversión. Yo subo la apuesta: doble, o nada.

—¿Doble, o nada?... No entiendo... ¿Acaso quieres un millón?

—No... Estaría dispuesta a firmar ese papel que lo libera de toda responsabilidad en cuanto usted se canse de mí. Pero esta vez no hay medio millón de dólares. No hay nada... No podría exigirle nada, ni antes, ni después. Y si tuviéramos hijos, en caso de una separación, ellos quedarían bajo mi exclusiva custodia, y usted estaría liberado incluso de tener que pasarles alimentos.

—La ley dice...

—Estoy seguro de que sus abogados podrán encontrar la forma de burlar las leyes.

—No entiendo... Tú te quedarías aquí, viviendo conmigo hasta que yo me hartara de tenerte, y ¿luego te irías sin poder reclamar nada?... ¿Qué es lo que pierdo yo?

—Usted...

La joven agachó la cabeza. Le costaba soportar la mirada inquietante de él. Pero tomando fuerzas de su desesperación, logró volver a enfrentarlo, y terminar la frase.

—Usted tendría que casarse conmigo.

Paula observó su reacción antes de continuar.

—Por civil..., y por Iglesia...

—¿Por Iglesia?

—Es una condición ineludible. Sin ella no hay trato... Claro que yo, antes de la ceremonia, le dejaría firmado, sin fecha, mi consentimiento para un divorcio, y me daría por cumplida respecto al reparto de los bienes conyugales o la pensión... Usted no perdería nada, y ni bien cambiara de opinión respecto de mí, o se aburriera de mi presencia, volvería a quedar libre.

Los ojos de Ezequiel Cárdenas centellearon, y la joven insistió.

—Una vez me dijo que no le molestaba tanto la idea de casarse como la de llevar a cabo un divorcio contencioso... Así no tendría que...

—Acepto.

—¿Cómo?

—Que acepto... Igual, no pierdo nada, ¿no?

—Bueno, entonces...

—Pero lo haremos hoy mismo.

—¿Hoy?... ¡Imposible!... Dudo que...

—Soy un hombre ocupado, Paula... Y con todo y que no eres la mejor de las amantes, de verdad me quiero volver a acostar contigo.

La muchacha empalideció.

Y él, al revés de lo que se podía pensar, pareció disfrutarlo. Luego, sonriendo, agregó.

—Tengo una amiga que es jueza de paz y de seguro va a hacerme el favor.

—Pero hay estudios médicos que...

—No entiendes... Esta jueza “tiene” que hacerme el favor. No cuenta con otra opción, porque me debe demasiado.

—Pero está lo del contrato pre nupcial...

—Modificaremos el anterior... Déjame hablar con mis abogados... Sí... Creo que podré hacerlo en unas pocas horas...

—Pero..., la Iglesia...

—Ese es tu negocio... Y te advierto que no me gustan las ceremonias ridículas, ni emotivas. Quiero algo rápido y sencillo, y lo quiero hoy. De ser posible, ahora.

Ezequiel olvidó lo que había ido a hacer a la cocina, y en cambio se dirigió hacia el escritorio contiguo a la sala. Por primera vez desde que estaba allí, su jefe, (¿su futuro marido?), cerró la gran puerta corrediza que dividía ambos lugares, y se quedó tras ella.

Paula estaba ahora sola en medio de la oscuridad.

Sí... Su vida siempre cambiaba demasiado rápido.

* * * *

—¡Felicitaciones, señora Cárdenas!... Y ahora, si me permite, quisiera hablar con su esposo.

La bella jueza de paz se alejó, arrastrando a Ezequiel con ella.

—Te darás cuenta que esto es de lo más irregular... Necesito la firma de un médico municipal que diga que...

—¿No puedes pagarle a alguien?

—Podría, pero...

—¿El matrimonio es válido igual, no?

—Lo asenté en el gran libro... Ya no podrás arrepentirte, Ezequiel. Para el gobierno nacional eres oficialmente un hombre casado.

—Me parece bien... Hay que probar de todo, ¿no es cierto?

—La niña es muy bella, pero... ¿casarse vestida así?... ¿Dónde la encontraste? ¿Por la calle?

—Más o menos.

—Bueno... Cuando te canses de ella, o necesites el divorcio, vuelve a acordarte que existo... Sabes que siempre eres bienvenido.

La dama lo acarició con discreción, mientras que la novia permanecía distante, con la mirada fija en el vacío.

—Bueno, Paula... Ya estamos casados. Esta libreta roja lo prueba. ¿Quieres tenerla?

—Me da igual... Pero para estar casados falta la Iglesia.

—Insistes con eso...

—Por supuesto.

Ezequiel la enfrentó.

—¿No te habrás casado conmigo sólo por limpiar tu conciencia, no? Creo que eres más inteligente que eso.

—Lo soy —dijo la muchacha de esa forma altiva que servía para dejar en claro las cosas.

—Voy a buscar el auto...

—No es necesario. El Templo está aquí, a unas calles, y bien podemos ir caminando.

Bajaron todos los pisos hasta la calle en silencio. A su lado las parejas pasaban, vestidas con elegancia, tomándose de la mano, mirándose arrobadas. Ellos, en cambio, parecían dos extraños... O un jefe y una empleada haciendo algún trámite engorroso, que era necesario llevar a cabo con rapidez.

Con esa misma distancia caminaron por la calle entre el gentío indiferente. Esa zona céntrica estaba inundada de oficinistas que a esa hora ya comenzaban a prepararse para el regreso a casa.

A pesar de que faltaban apenas unos pocos días para el verano, la temperatura había bajado hasta los quince grados centígrados. El día anterior, más de treinta, por lo que el frío se hacía sentir, inclemente. El cielo anunciaba una lluvia de esas que últimamente había tantas, y la brisa ya calificaba de verdadero vendaval.

—¿Tienes frío, Paula? —fueron las primeras palabras del novio, en más de ocho calles de recorrido.

—No... De todas formas ya llegamos. Es aquí.

Ezequiel Cárdenas elevó la cabeza para encontrarse con el enorme y añoso edificio que ocupaba la manzana completa, sólo para rematar, casi llegando a la esquina, en un bello Templo.

—De todos las Iglesias del mundo, ¿justo tenía que ser aquí? —murmuró.

—Mi confesor es un jesuita.

Y como si los hubiera estado esperando, un hombre doblado por los años les salió al encuentro.

—Este es... —comenzó a presentarlo Paula.

Pero el sacerdote la interrumpió.

—Ya nos conocemos... El colegio nunca olvida a uno de sus hijos.

Paula se sorprendió.

—¿Estudiaste aquí?

—Mi padre era ex alumno. Aquí se casó, me hizo bautizar, y tomé la primera comunión... Claro que todo eso no sirvió para evitar que lo asesinaran horriblemente, dejando a su hijo de diez años huérfano y al cuidado de nadie, mientras Dios miraba para otro lado. Al parecer Él, a diferencia del colegio, “sí” se olvida de sus hijos.

El sacerdote resopló.

—Pasa, Ezequiel... Como te dije un día, tú y yo tenemos una confesión pendiente... Y hoy llegó la hora de pagar deudas.

Pero ni bien ingresaron al recinto adonde la lucha iba a llevarse a cabo, el aguerrido impenitente miró a su confesor a los ojos, y estallando en furia, le espetó.

—Maté a dos hombres, y desde mi punto de vista es Dios el que tiene que pedirme perdón.

Sí... Eso no iba a ser fácil...

Y no lo fue.

* * * *

Paula escuchó el ruido del elevador al detenerse y su corazón se paralizó. Habían llegado. Luego de tanto tiempo, de nuevo estaban allí, en ese piso en que se encontraran por primera vez.

—¿No vas a pasar? —le preguntó él, casi como si se tratara de un reto. —Me gustaría decirte que esta es tu nueva casa, pero firmaste un papel que dice exactamente lo contrario —agregó, señalando la pesada carpeta que llevaba a cuestas.

La joven se apuró a salir en el momento justo en que el elevador volvía a cerrarse.

—Tendría que haberme imaginado que, de todos los curas del mundo, justo ese iba a ser tu confesor... El tipo es un hijo de puta, y me hizo transpirar como... Fue intenso.

Paula permanecía a su lado, atenta a él, pero en silencio.

—¿Te vas a quedar aquí, en el recibidor?

Traspusieron la barrera vidriada y entraron a la sala.

—Me imagino que esto no se pareció en nada a tu otra boda —dijo él, con orgullo.

—Casi en nada.

—¿Cómo que “casi en nada”? ¡¿En qué puede haberse parecido?!... De seguro en la otra hubo flores, un vestido, invitados... Todas esas estupideces que les gustan a las mujeres.

—Sí... Todo eso.

—¿Y entonces?... ¿En qué pudo parecerse a esta?

—Casi en nada.

Ezequiel la miró con enojo, pero no insistió. Por el contrario, se quitó la camisa y los zapatos, como solía hacer al llegar a casa, y se dirigió hacia el hogar a leños que había a un costado de la estancia, frente a uno de los tres juegos de sillones que conformaba el living.

Paula lo observó manipular la leña, asombrada. Nunca había pensado que aquel artefacto sirviera para algo distinto que el adorno... Además, en una habitación adonde se ponía tanto esfuerzo en controlar la temperatura y la humedad, encenderla era una cosa de locos.

—¿Qué va a hacer? —preguntó al fin, cuando ya no pudo contenerse.

—¿Qué parece que voy a hacer?... Voy a hacerte mía allí, justo sobre ese sillón, y quiero ver el fuego arder mientras tanto.

Paula se estremeció.

Sí... Iban a hacer el amor...

O al menos ella lo iba a hacer.

—¿Y la temperatura de los videos? —insistió la muchacha.

—Por unas horas no se van a derretir... Con tanta caminata chupé un frío horrible, y no sé si es que todavía estoy muy débil, o que... Como sea. Es mi chimenea, es mi casa, y eres mi esposa, así que hago lo que quiero.

Encender el fuego no fue fácil, así que durante unos minutos Cárdenas permaneció de rodillas, mientras que Paula, de pie en medio de la sala, lo observaba hacer, a la distancia.

—¿Quiere tomar algo? —preguntó por preguntar.

Ezequiel por fin se puso de pie y la enfrentó.

—Quiero hacerte el amor. Con eso me basta...

Y lentamente comenzó a acercarse.

El corazón de Paula latía sin respiro. Se sentía de nuevo tan conmocionada como cuando él la había poseído por primera vez.

Estaba excitada, y a la vez el terror no la dejaba pensar.

Cárdenas llegó finalmente junto a ella. Estaban tan cerca, que cada uno podía percibir la respiración del otro.

—¿Por qué crees que me casé contigo, Paula?

La joven lo observó adolorida.

—Porque le salí barata... Y porque no debo ser una amante tan mediocre como usted dice.

Ezequiel sonrió brevemente. Pero en sus labios, pareció más una mueca.

—Lo que no termino de entender —comenzó a decir—, es qué obtienes tú de esta boda... ¿Por qué quisiste casarte conmigo, Paula?

—Por la misma razón por la cual me acosté con usted en primer término.

Y entonces Ezequiel se alejó, obviamente lastimado.

Caminó unos pasos, y todavía de espaldas a ella, comenzó a hablar.

—Eres una mujer necia, Paula... Me gustaría saber qué hay en tu cabeza, pero me es imposible... Eres una de las personas más inteligentes que conozco, y sin embargo, actúas con estupidez...

Se dio vuelta para enfrentarla y continuó.

—¿Acaso no te das cuenta que, firmando ese papel, me autorizas a hacer de ti lo que se me dé la gana? ¿A cogerte una y mil veces, hasta que me canse, para luego echarte a la calle sin más, simplemente porque me aburrí?... ¿No te das cuenta de que este estúpido papel anula íntegramente la libreta roja que tanto querías? —le gritó, señalando ambos documentos, ahora olvidados junto al piso de la chimenea.

Paula lo miró con desdén y lo enfrentó.

—¿Por qué cree usted que quise casarme, Cárdenas?

—Por lo que dijiste. Por la misma razón por la que te acostaste conmigo en primer término. ¡Por agradecimiento!... Por haber salvado tu vida la primera vez, y por haber protegido el honor de ese esposo que tanto amas, ahora.

Al escucharlo, la muchacha estalló.

—¡No sea idiota, Cárdenas!... Ya le dije una y mil veces que no soy una puta. No vendo mi cuerpo por nada. ¡Ni siquiera por agradecimiento!

—¡¿Y entonces?!... ¡¿Por qué quisiste casarte conmigo?!

—No quise hacerlo. Usted es la última persona que hubiera elegido para estar a mi lado... Pero tuve que hacerlo.

—¡¿Por qué?! —insistió él, embravecido.

Y ella, con lágrimas en los ojos, le respondió.

—Porque me di cuenta que una y otra vez iba a volver a su cama, cada vez que me lo pidiera. Porque entendí que, no importaba cuánto tuviera que perder, siempre iba a estar a su lado para cuidarlo, aunque en eso se me fuera la vida... Y porque cuando usted lo dijo, supe que, de todos los hombres del mundo, sólo con usted valía la pena tener un hijo... Poco me importa esa libreta roja, señor Cárdenas..., porque esa estúpida libreta se anula con un simple documento... Pero la blanca... No... Mal que le pese, ahora usted y yo estamos unidos para siempre... ¡Y eso nadie lo va a poder cambiar!

—¡¿Y para qué mierda quieres estar unida conmigo para siempre, mujer necia?! —le preguntó, mientras la asía con violencia.

—Porque... Y más vale que escuche esto, señor Cárdenas, porque no lo pienso volver a repetir jamás... Porque, estúpidamente, y en contra de toda lógica, me enamoré de usted... O de esa parte de usted que tanto se empeña en ocultar... Sólo por eso logró meterme en su cama. Sólo por eso no puedo resistirme a hacerle el amor cada vez que me toma entre sus brazos... Esa es mi cruz... Y deberé cargar con ella... ¿Quería saber en qué se parecía esta boda con la anterior? En que en las dos me casé locamente enamorada.

Los ojos de aquel hombre confundido centellearon. Y luego la soltó.

Lentamente se dirigió de nuevo hacia la chimenea.

Mientras observaba el fuego que ardía con tibieza, respondió.

—Pues para amarme como dices, me lastimaste de todas las formas en que se puede lastimar a un hombre.

Y luego, todavía con la vista fija en la chimenea, agregó —Esto no calienta... Y aquí hace frío.

Se agachó para echar otro leño, y luego otro.

Y después levantó la carpeta recién llegada de la escribanía, para tomar varias de sus hojas y arrojarlas a la llama.

—¡¿Qué está haciendo Cárdenas?!... ¡Ese es el acuerdo pre nupcial!... Si lo destruye, no hay más copias. ¡El escribano puso las tres allí!...

La muchacha corrió hasta él para detenerlo. Pero Ezequiel la contuvo, tomándola con violencia del brazo, hasta casi lastimarla.

—Eres tú la que no entiende, Paula... ¡No quiero que sea fácil!... Quiero que si algún día decides irte de mi lado, tengas que luchar. Quiero que contrates al abogado más sanguinario, al más estafador... Quiero que intentes sacármelo todo. Que cuentes mis secretos a mis enemigos... Quiero que quieras destruirme, Paula... Porque sólo así podré odiarte, y sacarte de mi corazón...

Por un segundo sus miradas coincidieron, y la muchacha pudo ver como esos ojos tan amados se nublaban.

—Y ahora siéntate allí como buena niña —continuó, tratando de recuperar su tono indiferente—, porque pienso hacerte el amor hasta la madrugada.

Emocionada, Paula lo obedeció.

Él arrojó la carpeta entera, y hasta verla arder por completo no quedó satisfecho.

—Necesito saber, Ezequiel... Necesito entender... ¿Qué es lo que te ocurre a ti conmigo? Necesito conocer la verdad. Necesito confiar en ti.

—¿La verdad?... ¿Para qué quieres que te la diga, si igual no vas a creerme?... Ese hijo de puta del cura me dijo que a un hombre se lo conoce por sus actos...

Ezequiel Cárdenas se inclinó sobre su nueva esposa, desafiante, antes de continuar.

—Yo por ti, Paula Ventura...

Sus ojos azules estallaron en miles de chispas.

—Yo por ti, Paula Ventura, me humillé, arriesgué la vida, revertí mi vasectomía, me casé, y, peor que todo eso, hasta llegué a confesarme... Y tú aún no confías en mí...

La joven lo arrastró hacia sí, convirtiendo aquel impulso de furia en pasión.

Por un tiempo se estuvieron besando con ansias, comunicándose de esa forma callada en que sabían hacerlo. Pero luego él volvió a hablar.

—¿Quieres que te diga la verdad, Paula?... Está bien... Pero lo haré sólo hoy... Ese será mi regalo de bodas. Después de eso, mal que te pese, vas a tener que confiar en este mentiroso que te ama hasta la locura.

La muchacha volvió a besarlo, mientras le susurraba al oído cuánto lo amaba.

Y aquel hombre inmenso se dejó acariciar por ese amor como si fuera un niño. Se recostó, apoyando su cabeza sobre el regazo de ella.

—La primera vez que te vi, Paula, te odié. Sí, te odié de inmediato... Eras demasiado altiva para mi gusto, demasiado orgullosa... E increíblemente bella. Nunca me gustó que una mujer me atrajera tanto. Es difícil controlar la situación si alguien te impacta así... Y a mí nunca me gustó perder el control. Y de verdad te odié... Por supuesto que tiraba el agua en el suelo a propósito. No era mi intención engañarte, sino que lo supieras. Que te quedara en claro quién estaba al mando... Y entonces ocurrió lo de la página ocho perdida... ¡Estaba seguro de que eras tú la que me la había robado! Y te mandé investigar... ¿Te dijo alguna vez Bruno que él te entrevistó para la televisión nacional luego de la muerte de tu esposo?

—¿Bruno?... Nunca me dijo nada... Había tanta gente, tantos periodistas... Apenas recuerdo esos días, y jamás vi los videos.

—Yo sí... Un millón de veces. Estabas irreconocible, y a pesar de eso, de alguna forma, también hermosa. Se te veía tan desesperada, dolida... Era muy difícil de entender para mí tu sentimiento, porque yo... Mi vida fue siempre muy distinta. El día que volví de la guerra sólo me esperaba un equipo de la CNN para que les relatara mis impresiones como corresponsal. La nota duró no más de cinco minutos. ¿Te imaginas? Todo ese horror condensado en sólo cinco minutos, y siempre cuidando de hacerlo lo suficientemente interesante como para no perder audiencia. Y cuando las cámaras se apagaron me quedé solo. Recuerdo que esa noche tuve que bajar a un Mc Donald para poder comer algo. Y sin embargo, así como me habían dado la comida, la tiré… Pasó mucho tiempo antes de que pudiera procesar aquello... Pero a pesar de que yo estaba vivo, y en cambio Bru estaba muerto, ese video me hizo sentir envidia de tu esposo.

—Ahora mi único esposo eres tú.

Ezequiel la observó con dulzura. Una luz distinta en sus ojos azules la conmovió.

—El día que nos encontramos en la fiesta de la editorial, yo no sabía que ibas a estar allí. Pero uno de esos estúpidos, ni recuerdo quién, me retó a encontrar una mujer sensual entre todas esas, y yo te elegí a ti, aun cuando no te había reconocido... Estabas de espaldas a mí, con tu largo cabello castaño suelto... ¿Por qué usabas siempre esos horribles rodetes en la casa?... Amo tu cabello...

—¿Y cuándo supiste que era yo?... ¿Qué pensaste al darte cuenta?

—Me prometí que esa misma noche iba a llevarte a la cama, aunque tuviera que arrastrarte. No tenía sentido esperar, así que comisioné a alguien para que se encargara del neumático de tu amigo, y...

—Pero esa noche ni siquiera lo intentaste...

—Porque bastó verte subir a mi auto y... No sé... Eras tan distinta a las demás. Tu olor, tu forma de actuar... Y después, (vas a sorprenderte por esto), cuando al bajar te tomé entre mis brazos, yo... Yo nunca había sentido eso antes por una mujer... Eran... ganas de acariciarte... Pero no para encontrar tu sexo, sino para..., no sé...., acariciarte.

Comenzó a tocarla con dulzura.

—¿Por eso me ofreciste el trabajo?

—No... Desde lo de la página ocho que estaba deslumbrado contigo como periodista. Te odiaba como persona, pero no iba a dejar que ese pequeño detalle interfiriera en mi negocio... No. El puesto era tuyo desde el principio.

—Y después compraste el video de Bru.

—No... Ya lo tenía... Me lo había vendido el idiota de Quintino Ramos por monedas.

—¿Cómo pudiste encontrarlo?... Alguien me había dicho que existía, y yo lo había buscado por cielo y tierra.

—Este asunto del presidente no es nuevo. Lo venía siguiendo desde hacía años. Pero en un principio llegué a él por pura casualidad... Recién comenzaba “RLP”, y estaba investigando a Eusebio Cantagalli por unos contratos... Unos negociados, del mismo tipo de los que había descubierto tu marido. Y cuando estaba a punto de cerrar la nota, vengo a toparme con la mina de oro. Fondos de campaña, estafas, compromisos políticos que podían hacer tambalear al gobierno... Y en todos ellos el negociador no era ni más ni menos que el antiguo amigo del presidente, un hasta allí insignificante Eusebio Cantagalli. Por supuesto archivé todo lo que podía inculparlo y me dediqué al premio mayor... Durante dos años estuve entrevistándome con su gente, y a la vez, alejando a mis periodistas de su trasero. No quería que el tipo se inquietara por mi presencia...

—Ni tampoco el presidente... Por eso realizabas las denuncias, pero siempre de forma de dejar su imagen a salvo.

—Necesitaba que confiara en mí... O al menos que me creyera manejable.

—Y entonces aparezco yo, y compras el video.

—Quería saber dónde estaba parado... Creí que la cinta sólo incriminaba a Cantagalli, pero me llevé la sorpresa...

—¿Por qué nunca me lo echó en cara?

—¿Vuelves a decirme de usted?

Él se incorporó para sentarse a su lado.

—Nunca quise lastimarte... Y sólo guardé ese video para poder chantajear a ese estúpido si algo te ocurría... ¿Crees en mí?

—¡Te creo, Ezequiel!

La observó complacido.

—Entonces vas a tener que disculpar si abro tu camisa para acariciarte... Esta conversación ya se hizo muy larga, y me muero por tocarte...

En efecto, Paula pudo sentir la suavidad de una mano recorriendo la curva de sus pechos. Y luego sintió como su marido deslizaba el bretel del sostén, dejando al descubierto la piel suave.

—¿Te dije alguna vez que tienes los pezones más hermosos que he visto?... Los de la mayoría de las mujeres suelen ser horribles. Demasiado oscuros, o demasiado claros. Metidos hacia adentro, o salidos artificialmente para afuera... Los tuyos son justos —dijo, mientras intentaba atraparlos entre sus dedos— Me encanta la forma en que florecen cuando estás excitada...

Y mientras aún sostenía esa parte de su intimidad, comenzó a besarla con lujuria.

—¿Has visto?... Son perfectos... Y me obedecen como no lo hace su propietaria...

—Quizás porque a ellos los tratas mejor que a mí...

—Siempre te traté con respeto y dulzura.

Paula sonrió con sarcasmo, obligándolo a justificarse.

—O al menos hice mi mejor intento.

Volvió a vestirla, como si disfrutara del dominio.

—Luego de esa fiesta todo fue para peor... No sabía qué me pasaba, pero únicamente quería estar contigo... Llegaba tarde a todos los sitios, sólo por compartir la mañana a tu lado sin que nadie nos interrumpiera... ¿Puedo confesarte algo, Paula?

—Es mi regalo de bodas.

—¿Recuerdas la muchacha que intentó lastimarte con el cuchillo?...

—Sí.

—Esa, Paula, fue la última extraña con la que me acosté.

Su esposa lo observó, sorprendida.

—Todas las noches me sentaba aquí para abrir los condones y arrojarlos al cesto.

—¿Para qué hacías eso?

—Para que no te dieras cuenta hasta que punto me había enamorado de ti.

Los dos se observaron, sin vergüenza de mostrarse.

El pecho de Paula subía y bajaba sin parar, movido por una mezcla de excitación, deseo, y profundo amor.

—Siente, Ezequiel... —le dijo, mientras conducía la mano de su esposo a través de la tela de su camisa—. Es mi corazón.

Y también él condujo la mano de ella hasta su pecho.

Luego volvieron a besarse.

—Fue un tiempo difícil, Paula... No sabía qué me ocurría. Y era demasiado orgulloso como para aceptar que simplemente estaba enamorado.

—A mí tampoco me fue fácil darme cuenta.

—Entonces se me ocurrió lo del medio millón de dólares... Era una forma de tenerte sin sentirme tan humillado...

—Era una forma de comprarme.

—Sí... Sin tener que involucrar los sentimientos... Estaba paralizado, Paula. Y estaba horriblemente celoso de todos esos idiotas que te rodeaban. Y más aún estaba celoso de Bru.

—Tú hablas de celos... ¡Y hasta tienes una página en Internet!... ¿Cuántas mujeres hubo en tu vida?

—Pero tú eres la única a la que amé... En cambio tú...

—Yo te amo a ti...

Otra vez volvieron a besarse con pasión y con furia. Pero él se separó.

—Y entonces me rechazaste... ¡Maldición! ¡Cómo me lastimaste rechazándome!...

Su dolor, aún por la simple evocación, era auténtico. Por un instante Ezequiel se quedó pensativo, pero luego sonrió con picardía.

—Y a la vez, ¡cómo me gustó que lo hicieras!... ¡Todavía guardo tu braga!... ¡Y verte ahí, parada frente a mi escritorio, quitándotela!... ¡Fue increíble!

—Pues a mí no me causó ninguna gracia.

—¿No me deseabas ni un poco?

—Sólo un poco...

—¿Mientes?

—Sí.

—Pues me encanta que lo hagas.

Y volvió a cubrirla con la sombra de la pasión que lo atenazaba, recorriendo su cuerpo con deseo.

—Espera, Ezequiel... ¿Qué hay de lo que ocurrió en el galpón?... Agustín dijo...

—De todos los hombres del mundo, ¿por qué elegiste a ese estúpido?

—Ya te dije. Estaba ahí.

—Yo también estaba ahí, pero al parecer mis mentiras no eran tantas como para conquistarte.

Paula le respondió, divertida.

—¡No creas! A mentiroso no te supera nadie. Y ya para ese momento yo estaba completamente enamorada.

—¿En serio?

—No te distraigas... ¿Cómo supiste...?

—Un día vino ese estúpido de Agustín a hablarme de ti. A preguntarme qué pensaba hacer ahora que me habías rechazado.

—¿Y qué pensabas hacer?

—¡Olvidarte! Me habías tratado muy mal, y siempre fui demasiado orgulloso como para volver atrás. Y de verdad, si la estúpida de Greta no me hubiera invitado ese domingo a tu casa...

—¿Insistes con la historia?

—Prácticamente fue cuestión de llegar para que se arrojara en mis brazos... Todavía recuerdo ese horrible vestido violeta con pintas rosas...

Paula se sorprendió.

—¡Es una traidora!... Ella sabía bien lo que yo sentía por ti... ¿Por qué aceptaste su invitación?

—Fui sólo para tirármela a mi antojo. Quería darte una lección. Quería demorarme lo suficiente con ella como para que nos encontraras juntos... Quería que escucharas toda la pasión que te estabas perdiendo.

—Pero yo llegué antes de tiempo...

—Y bastó verte para olvidar de inmediato mi venganza... Y me humillé, Paula. Me humillé ante ti... Prácticamente te supliqué para que volvieras...

—Me moría por volver a tu lado...

—Lo cierto es que cuando el idiota de Agustín te mencionó, me imaginé que algo se traía... Así que comisioné a su secretaria para que no le pasara tus mensajes y revisara su agenda.

—Y cruzabas nuestros trabajos para que no coincidieran los horarios libres.

—¿Astuto, no?

—Enfermo, diría más bien...

—Sí... Realmente lo estaba. De celos, de envidia... De amor. Por eso no le perdía pisada a ese hijo de puta. Pero cuando viniste con lo de tu cita de las ocho, me estremecí. Era obvio que Agustín intentaba ganarme de mano... Para colmo Olivia no se separaba de mí ni a sol ni a sombra, y el idiota de Guido estaba en casa, quejándose... ¡No pude evitar que te fueras!

—¿Cómo nos alcanzaste?

—Gracias a un buen amigo... Lavalle lo había ido a ver esa tarde para poder ubicar el galpón de Cantagalli. A él le pareció todo muy raro, y por supuesto me llamó... Pero yo debía estar muy enojado o algo así, porque entendí mal... Creí que el plan de Agustín era más simple. Llevarte al galpón, mostrarte su buena voluntad hacia ti, y recurrir al viejo truco de “Se me descompuso el auto, tendremos que pasar la noche juntos”... Así que pensé alcanzarlos en lo de Cantagalli, ya que ustedes tenían la delantera, seguirlos, y aparecerme por allí en cuanto el estúpido intentara montar su numerito...

—¿Y con qué excusa ibas a aparecer?

—Cualquiera, aunque fuera estúpida.

—Pero me daría cuenta de que nos habías seguido.

—¿Acaso ignorabas que mandé cortar los neumáticos de Clark Kent?... Pero igual te fuiste conmigo esa noche.

—Muy astuto...

—Te lo dije... Sabía que puesta en esa situación, ibas a aceptar ser salvada sin hacer demasiadas preguntas.

—¿Cómo te diste cuenta que necesitábamos ayuda?

—Tardaban demasiado... En realidad fui hasta allá esperando ver a ese idiota sobre ti...

—Y, entonces, ¿por qué llevabas el arma?

—Siempre la tengo en mi auto... Y ya me salvó la vida en varias oportunidades.

—Lo bueno sería, ahora que eres mi esposo, que no te volvieras a arriesgar como para necesitarla.

—Ahora que soy tu esposo..., (¡suena muy bien eso!). Ahora que soy tu esposo, intentaré no arriesgarme.

—Odio las armas.

—La primera vez que maté a un hombre fue en la guerra... Yo era un experto tirador. Desde pequeño había acompañado a mi tío en sus excursiones de caza, y la idea de matar a una presa me excitaba... Matar al enemigo... Pero cuando estaba allí, con las balas silbando en mis oídos, muerto de miedo, el enemigo resultó ser otro muchacho, tan asustado como yo, y que no debía tener muchos más de los veintidós años que yo tenía por entonces... Todavía me persigue su mirada... Y es que eso no es algo que uno pueda arrancar de la memoria con facilidad... Por eso me prometí que nunca más iba a volver a matar a alguien, a menos que fuera a cambio de mi vida... Y lo cumplí... Sólo maté a otro, y no me arrepiento... Pero esa noche en el galpón, cuando vi que ese tipo apretaba el caño de su arma contra tu cabeza, de verdad estaba dispuesto a disparar... Porque tú ya eras mi vida.

Volvió a besarla con dulzura.

—¡Qué difícil fue estar cerca de ti, Paula, sin tener derecho de tocarte!... Cómo me gustaba sentir esa intimidad, tu calor... Recuerdo que no podía dormir por la excitación, y cuando el sueño por fin me vencía, me levantaba más excitado aún... ¡Mierda que son sensuales las tareas de la casa!... Te agachabas, te estirabas... ¡Y cuando limpiabas ese balcón!... Cuantas veces fantaseé con hacerte el amor allí mismo, con el sol pegando de frente.

Ezequiel sonrió.

—Y lo mejor de todo es que ahora, cualquier día en que estés distraída, lo voy a hacer.

—Ni lo sueñes —replicó ella, tratando de ocultar la excitación que le producía la sola idea.

—Sí... Esa época fue una locura... Sentía... Sentía miles de cosas... Y estaba entregado. Ya ni me molestaba en mentirme a mí mismo. Sabía exactamente lo que me ocurría contigo... Y entonces, cuando más desprotegido estaba, me lastimaste de la forma más horrible.

—¿A qué te refieres?

—¿Recuerdas esa noche?... Tú lavabas, yo estaba sentado a tu lado... Y me llamaste Bru.

Paula agachó la cabeza, apesadumbrada.

—Eso sí que dolió... Soy un hombre demasiado orgulloso... De repente no era conmigo con quién coqueteabas, no era a mí a quien le sonreías, sino a él... Y a mí me gusta que me quieran a mí.

—El fantasma de Bru nunca se interpuso entre nosotros. Por el contrario, fuiste tú el que me robó su memoria.

—Pues a mí esa memoria me duele.

—¿Por eso me obligaste a abrir los ojos mientras hacíamos el amor?

—Necesito que me ames a mí, Paula... Tanto como lo amaste a él.

—¿Acaso no te demostré esa tarde de locura mis sentimientos?... Sabías a la perfección que entregándome a ti me ponía en guerra con mi propia alma.

Ezequiel volvió a abrazarla con lujuria.

—Lo sabía... Por eso nunca intenté forzarte... Y por eso me conmocionó el tenerte por fin entre mis brazos... Nunca antes había amado a una mujer. Solamente me metía en su sexo para satisfacerme. Pero contigo fue distinto. Al principio intenté tener el dominio de la situación. Todas las cosas que habías sentido con tu marido, yo quería que las vivieras también conmigo. Incluso quería demostrarte que podía ser mejor que él. Pero en vez de enloquecerte, me enloquecí. Y comencé a perderme en tu cuerpo, a aprender tu deseo...

Mientras hablaba, lentamente Ezequiel había comenzado a recorrer las piernas de ella, trepando por su falda, ganando su intimidad. Paula, abandonada a esa excitación que ya no le permitía escuchar, lo miraba a los ojos subyugada, sosteniéndose en los músculos de él, en su fuerza, para no deshacerse ante tan delicioso contacto.

Pero él continuó.

—Nunca antes había compartido ese ritmo con una mujer. No podía parar, no podía alejarme. Te mueves de una manera, Paula...

—Me tocas de una manera...

Por un tiempo perseveró en sus caricias, en la conquista de ese territorio ganado a la intimidad, y Paula se contorsionó entre sus brazos, enloquecida de placer.

Una vez más él disfrutó tener el dominio sobre el cuerpo de ella, y luego se separó.

—Dolió demasiado cuando te alejaste de mi lado de esa forma. Yo estaba en carne viva, siendo hombre por primera vez, amando con tanta intensidad, perdido en el paraíso que hasta entonces sólo había imaginado, ¡y tú!... ¡Cómo me lastimaste, Paula!... ¿Por qué te ensañaste así conmigo?

La muchacha tardó en recuperar el aliento. Por un instante volvió a esa cama inmensa, y pudo ver la figura de él iluminada por el atardecer.

—Quería acariciarte, quería decirte que te amaba...

—¡¿Por qué no lo hiciste?!

—Porque sólo era tu amante... Una más. Y quise irme antes de que me echaras...

—Nunca lo hubiera hecho.

—... o que me ofrecieras otra vez el medio millón. No hubiera podido soportarlo.

Ezequiel observó su dolor, tan auténtico, que no pudo menos que volver a tomarla entre sus brazos para consolarla.

—Soy un hombre torpe, Paula. Estoy acostumbrado a arrasar, a llevarme las cosas por delante... Y en ese momento todavía era demasiado orgulloso como para inclinarme hasta ti... Pero si me hubieras venido a buscar...

—Yo también soy estúpidamente orgullosa.

—¡Cuándo te fuiste estaba tan furioso!... Y si no hubiera sido por el video...

—¿Qué video?

Ezequiel intentó medir la repercusión que podía tener esa confesión. Y recién después continuó.

—Nunca desconectamos el circuito de vigilancia del dormitorio.

Paula lo miró desconsolada.

—¿Tienes la filmación de...?

—Todo... Cada detalle. Hay tres cámaras, no lo olvides.

—¡No lo puedo creer!

—Cuando me di cuenta de que tenía esa cinta, al principio pensé en usarla para vengarme de ti.

—¿Por qué?

—Quería lastimarte como lo habías hecho conmigo. Estaba seguro de que sólo te habías entregado a mí por demostrar tu agradecimiento, o por simple lujuria, y estaba muy herido... Pero entonces, al mirar la grabación, me di cuenta...

—¿De qué?

—De que no había estado solo en la cama. No entendía por qué me habías rechazado, pero sabía que no te fue fácil hacerlo... Y entonces mi deseo por lastimarte se convirtió en una necesidad terrible de retenerte a mi lado. De hacer algo que te atara a mi cama y a mi vida para siempre... Por eso me fui a Estados Unidos. Quería dejarte embarazada de mí. Quería triunfar en lo que Bru había fallado...

—Ese no es un buen motivo para querer tener un hijo.

—Dios debió haber pensado lo mismo, porque..., ¡ya ves! Cuando fui a buscar el resultado de mis análisis, y el médico me explicó que ahora era la mitad de un hombre, volví a enfurecerme... Así que me prometí dejar libre tu camino. Merecías ser feliz. Merecías ese hijo. Y yo...

—¿Por eso desapareciste diez días? Creí que iba a morir de la desesperación.

—Como te dije, Cantagalli se había presentado en el avión para presionarme. Quería averiguar lo que yo sabía sobre su amigo el presidente. Al principio, como no es más que un matón insignificante, cometió la estupidez de ofrecerme dinero. Pero luego te mencionó.

—¿A mí?

—Quería tantearme. Quería saber hasta qué punto me lastimaba haciéndote mal a ti. Pero por fortuna, como tú dices, soy un mentiroso. Le dije que sabía quién eras. Que me había acostado contigo, y que sólo por lástima te tenía contratada.

—¿Por eso me pediste que hiciera la nota para la revista, y luego que reemplazara a Dolores?

—Quería que todos supieran que no eras mucho más importante para mí que Guido. Por desgracia no conté con tu excelencia: lo del diputado no estaba en mis planes.

—Y entonces me llamaste a casa y me obligaste a ir a vivir en tu piso. Para protegerme.

—No... Esa noche te llamé porque... ¡Ay, Paula!... ¡Qué difícil que me era vivir sin ti! Necesitaba escuchar aunque fuera tu voz... No había planeado que acabaras en mi cama... Ni que pudiera verte dormir desde la mía.

—¡¿Cómo que podías verme?!... Lo primero que hice fue desactivar el circuito de vigilancia del interior de la casa.

—El circuito que tú conoces... Pero hay más cámaras. Incluso algunas infrarrojas. Podía verte todo el tiempo.

—Por eso sabías todo sobre mí.

—Y para mi desgracia me enteré de que habías vuelto con Juan Pablo. Si me amabas, ¿por qué lo hiciste?

—Si te amaba sin esperanza, ¿qué otra cosa podía esperar de la vida? Pensé que casándome con Juan Pablo al menos él sería feliz...

—¡Nunca me cayó bien!... Si un tipo no es capaz de pelear por una mujer es porque no la merece.

—¿Fuiste tú el que habló con el dueño de Perfiles?

—¡Por supuesto!... ¡Y bien que me costó convencerlo!... No es tan idiota. Sabía que tú eras oro en polvo.

—¿Lo hiciste para alejarme de Juan Pablo?

—¡Lo hice porque ese lugar es una mierda!.... No..., es mentira. Lo hice porque no quería perderte. Porque quería disfrutar de esa proximidad prestada la mayor cantidad de tiempo que fuera posible.

—¿Por eso volviste? ¿Para buscarme?

—No... Para alejarte de mi lado definitivamente.

—No entiendo...

—El día que desapareciste revolví cielo y tierra. Estaba aterrado. Pensaba que Cantagalli te había atrapado. Que mi engaño no había servido, y que él ya sabía lo que significabas para mí. Fue por eso que volví. Para alejarte... Tenía planeado ser desagradable contigo, maltratarte todo el camino a casa, y ofenderte lo suficiente como para que me odiaras... un poco más. Pero cuando te vi allí, parada en el aeropuerto, esperándome... ¡No lo pude evitar! Me moría por besarte, por tenerte a mi lado... De repente estabas tan cerca..., y tan lejos...

—No quería que me hicieras el amor... Me había jurado que nunca más iba a estar en tu cama.

—No quería hacerte el amor... Había jurado que nunca más ibas a estar en mi cama... —y luego, sonriendo, agregó— Claro que no contaba con el sillón.

—Ese día me di cuenta de que jamás iba a poder decirte que no.

—Y yo me di cuenta de que era pésimo en eso de alejarte de mí... ¿Por qué te enfureciste de esa manera cuando te dije que te amaba?

Los ojos de la muchacha relampaguearon.

—¿Qué seguía después?... Déjame ver..., según tu página de Internet faltaba lo de que había sido tu mejor amante.

—¡¿No me creíste?!... ¿Por eso te alejaste de mí ese día?

—¡Cómo no hacerlo!... ¡Sabía a la perfección que era lo mismo que le decías a todas!

—Y por eso me lastimaste de esa manera...

Aquel varón herido tomó distancia.

—¿Por qué causa pensaste que te había rechazado?

Ezequiel la miró con resentimiento.

—Ahora no importa.

—¡Sí que me importa!... Prometiste ser sincero conmigo.

—No importa... De verdad...

—Quiero saber...

—Paula... No soporto la idea de que alguna vez hayas sido feliz en los brazos de otro hombre. Siempre siento que..., no sé, que estoy a un paso de decepcionarte.

Su joven esposa ni se tomó el trabajo de contestar. Visto así, tan vulnerable y tan real, por primera vez Ezequiel sumaba ante sus ojos el ciento por ciento de su esencia. Ni bueno ni malo, ni encantador ni detestable... Simplemente un hombre.

Paula intentó acariciar su cabello, pero él la rechazó.

—¿Sabe, señor Cárdenas?... Siempre creí que tenía un ochenta por ciento adorable, y un veinte por ciento demoníaco. Ahora me doy cuenta de que cuando usted lastima sólo lo hace para ocultar su propia debilidad...

—No te engañes, Paula. No vas a cambiarme. Ese veinte por ciento que te asusta también es mío.

Paula se puso de pie, para inclinarse sobre él de forma provocadora.

—¿Alguna vez intenté cambiarlo, señor Cárdenas?... Por el contrario, creo que usted es incorregible...

Él la empujó hacia sí, y comenzó a besarla con pasión. A recorrerla con rabia, arrancando los botones de su camisa, jalando su falda. Ella le respondía con la misma furia, buscando en su cuerpo la respuesta a tantos sentimientos que aquel hombre necio había ocultado durante demasiado tiempo.

Luego de besarse hasta el delirio, Ezequiel se montó sobre ella, y en un gesto orgulloso la inmovilizó.

—Voy a ver si tu cuerpo es más obediente que tú...

De un tirón desnudó sus pechos, buscando descubrir la urgencia de sus pezones.

—Sí... Parece que estás lista...

Y luego, acariciando la intimidad de su braga, se escurrió hasta su sexo, para disfrutar de la humedad que antecedía al placer, y que ahora la empapaba.

—Sí... Estás lista... Y esta vez no voy a dejarte escapar.

Volvió a besarla, pero una vez más se detuvo.

—Ah... Por cierto. Hay algo más en lo que te mentí.

Paula, muerta de deseo, apenas lo podía escuchar. Pero él, sonriendo, confesó.

—Nunca pensé que tenías celulitis... Sólo lo dije porque te estaba mirando las piernas...

Cuando el sillón no pudo contener tanta locura, siguieron en el suelo. Y cuando ya llevaban un tiempo largo avocados a complacerse, él la tomó entre sus brazos, la alzó, y la llevó cargada hacia el dormitorio.

—Bienvenida —le dijo al atravesar la puerta.

Olvidados por el dueño de casa, un chisporroteo de la leña alcanzó las dos libretas que yacían junto al fuego. Bastó un segundo para que ardieran todas las palabras escritas en ellas. Pero el amor continuó intacto.

Para siempre.