Prólogo

 

“No es momento, creo, de echar culpas. Es momento de decir la verdad. La Argentina está quebrada. La Argentina está fundida. Este modelo en su agonía arrasó con todo. La propia esencia de este modelo perverso terminó con la convertibilidad, arrojó a la indigencia a 2 millones de compatriotas, destruyó a la clase media argentina, quebró a nuestras industrias, pulverizó el trabajo de los argentinos”.

 

Eduardo Duhalde,

presidente argentino desde el 2/01/2002 hasta el 25/05/2003

 

Muchas veces me han preguntado por qué comencé a escribir. Y siempre mi respuesta se inicia igual: “Era la crisis del 2001…”

Aún en un país acostumbrado a los vaivenes extremos de la política y a la inseguridad jurídica como es Argentina, la crisis del 2001 resultó definitoria. Nadie volvió a ser el mismo luego de esos años. Puede decirse que al compás de la desesperación, los argentinos perdimos la inocencia.

Como los protagonistas de esta novela yo también soy contadora pública. Es extraño lo que ocurre con la gente y el dinero. Un tema no sólo sensible para la mayoría, (muchos prefieren confesar su edad antes que decir cuánto ganan), sino en muchos casos vergonzante. Un asesor impositivo es casi un confesor. Aún para mentir en la declaración jurada hace falta ser sincero con quien nos ayuda. Y entonces surgen las sumas de dinero que un cónyuge esconde del otro, o la precaria situación del que simula ser rico, o la avaricia del empresario, o cualquier otro cariz de nuestra humanidad doliente. Algunas veces el dinero sirve para obtener poder, pero muchas otras compra apenas un poco de estabilidad en un mundo cambiante. Para muchos de nosotros enfrentarnos al desempleo, la pérdida de ahorros, empresas, sueños, fue horroroso. El mundo caía sobre nuestras cabezas. Todo lo construido se derrumbaba. Y quizás por eso los años que siguieron a la crisis fueron también trágicos y desesperados.

Deliciosamente vulnerable, en su versión original, fue terminada en diciembre del 2002. La acción se inicia en abril del 2001. Como sucede con muchas de mis novelas está basada, buena parte al menos, en una historia real. El personaje de Marcela responde a alguien que conozco, mientras que el de Diego fue un tanto cambiado. Por desgracia el de su padre, no. Muchas de las frases del Dr. Méndez Cané y de sus actitudes tienen un correlato con la realidad.

Ahora, en esta tercera corrección, vuelvo a sentarme ese día de diciembre del 2001 frente al ordenador. La pantalla titilante con los últimos informes del Banco Central. En el regazo los diarios del día. Me recuerdo recorriendo sus páginas en busca de la certeza que los demás me exigían, en un mundo empeñado en abandonarlas. Siento de nuevo toda la tensión de la gente, llamándome desde la mañana sin cesar. Contándome de sus ilusiones perdidas, de su desesperación. De los sueños que les estaban arrebatando. Y otra vez levanto el teléfono para escuchar la voz de mi amiga, jovial, cantarina, que declara casi de un tirón: “Estoy enamorada”.

Desde entonces no puedo dejar de formularme una y otra vez la misma pregunta: ¿cómo se hace para enamorarse en medio de este mundo loco y salvaje en que vivimos? Cada historia que escribo no es más que un esfuerzo por responderla. Por eso mis novelas suelen hablar de gente real que me maravilla. Gente que, a pesar de todas las crisis, logra celebrar la vida. Gente que, como los protagonistas de Deliciosamente Vulnerable, no teme ser fiel a sí misma.

A ellos mi homenaje.