Capítulo XIX
ANGULEMA, NORMANDÍA, 2 DE AGOSTO DEL AÑO 1194
RICARDO CORAZÓN de Léon pasó sólo tres meses en Inglaterra tras su liberación por Enrique de Alemania, en ese escaso periodo de tiempo consigue hacerse coronar, simbólicamente por segunda vez, y sobre todo consigue preparar la ofensiva militar que le permitirá recuperar las plazas francesas perdidas durante su cautiverio. Tras reclutar un poderoso ejército, compuesto principalmente por mercenarios, el 12 de mayo de 1194 desembarcó en las costas de Normandía y fue recibido triunfalmente en Barfleur, aunque él, imbuido de un entusiasmo fuera de lo normal, no perdió tiempo en dejarse honrar por sus súbditos y comenzó inmediatamente a plantar cara a la ofensiva de su antiguo aliado, el rey Felipe Augusto de Francia, que había aprovechado muy bien su encarcelamiento en Austria, para arrasar con sus posesiones europeas.
El rey inglés, en una acción perfectamente coordinada con su cuñado, Sancho “el Fuerte” de Navarra, que inició a su vez una expedición militar en sentido contrario, es decir de sur a norte, emprendieron el acorralamiento y la expulsión del rey galo de tierras normandas, dejándolo en pocas semanas furioso y derrotado. Ricardo, poseído de una gracia casi divina, fue ganando batalla tras batalla contra Felipe, tomando castillo tras castillo y apresando a los rebeldes que le habían traicionado, con la intención de regresar a Aquitania para el otoño y descansar un poco de la guerra antes de volver a la carga y despojar a Felipe Augusto de todo su reino.
Cuando Catherine de Clerc llegó a Normandia, tras pasar por Calé y Aquitania, acompañada por su hijo, por Daniel Etherhart, por la niñera, la nodriza, una doncella y un pequeño grupo de guardias, el rey acababa de escribir a Hubert Walter, Arzobispo de Canterbury y administrador de su reino durante su ausencia, contándole de sus triunfos y de su amplísimo botín de prisioneros compuesto por trescientos caballeros y cuatro mil hombres armados, una cifra muy respetable que cumplía con sus aspiraciones más ambiciosas para seguir conquistando el reino de Francia.
La preciosa ciudad de Angulema enclavada entre tres importantes ríos, el Charente, el Anguienne y el Touvre, recibieron a la pequeña comitiva de Cat con alegría y entusiasmo, el triunfo del rey se masticaba por todos los rincones, la ciudad era pura actividad y los comerciantes se frotaban las manos viendo las ganancias inesperadas que provocaban la presencia del rey y su ejército en sus tierras. La joven inglesa encontró alojamiento en una posada decente e inmediatamente se fue con Daniel como escolta a buscar a su amigo Gerard Beaumont, quién según le habían explicado, era inseparable del rey Ricardo, a quién no podía abandonar ni de noche ni de día.
—¡Gerard! —tras una mañana de caminatas infructuosas cerca del destacamento del rey de Inglaterra, Catherine, cada vez más angustiada y desesperada, lo divisó en medio de un grupo de caballeros. Gerry, elegante y con una sonrisa enorme en el rostro, charlaba con sus camaradas a la par que avanzaban deprisa camino del pueblo, ella se agarró la falda y corrió tras él gritando— ¡Gerry!
—¿Cat?, ¡déjela! —ordenó al guardia que le cortaba el paso— bendito sea Dios, Catherine, ¿Qué haces aquí?
—Evrard, es Evrard… —se agarró a sus brazos y se echó a llorar, llevaba casi un mes tragándose la angustia para no asustar a su familia y para convencerse de que todo iba bien, aunque la situación de su marido era, a medida que pasaban los día, cada vez más desesperada— se lo llevaron…
—Catherine… ¿Qué ha sucedido?, tranquila, ven conmigo —saludó a Daniel con una venia y se la llevó a un lado del camino— tranquila, ¿cómo es que has venido hasta aquí?
—Atacaron mi casa, quisieron matarme, llevarse a William… pero al final un templario, vuestro pariente, Theurel, lo secuestró y se lo llevó, su madre dice que a Marsella, tenemos que ayudarlo, tenemos que hacer algo, pero no puedo sola, esa gente es muy poderosa y si me ven cerca, pueden matarlo… Gerry… por Dios, necesito de tu ayuda…
—Schhh, tranquila, tranquila, has hecho bien viniendo aquí, ¿Cuándo fue?
—El 18 de junio.
—Ha pasado mucho tiempo… —Gerry se acarició la barba y observó a Daniel Etherhart— ¿cómo es que habéis tardado tanto tiempo en llegar hasta aquí?
—Salimos el 22 de junio de Devon, milord y pasamos una semana esperando buen tiempo para cruzar el Canal, ha habido muchas tormentas, en realidad hemos tardado lo justo.
—Claro, vamos a ver, háblame de Theurel, sé quién es Catherine, solo dime qué tiene que ver en toda esta trama.
—Ese tipo lo planeó todo junto a lady De Clerc, quisieron involucrar a Omar Al-Benassar en la carnicería, pero el árabe se presentó en mi casa dos días antes de que esa gente llegara y nos alertó… —Gerry frunció el ceño y ella lo instó a guardar silencio— según parece Jean—Jacques Theurel quiere a Evrard como Gran Maestre para organizar un ataque a Jerusalén, romper la tregua y hacerse con Tierra Santa, para eso querían matarme y llevarse a William, para presionarlo, para coaccionarlo… y tu tía, ella está de por medio…
—¿Estás segura?, yo no me fiaría de Al-Benassar .
—Ella lo confesó todo, Gerard, en tu casa, delante de tus padres, fui allí después de que se llevaran a Evrard y lo confesó… ella me dijo que estaba en Marsella… por eso estoy aquí, quiero salvar a mi marido, Gerry, y supongo que al rey Ricardo también le interesa conocer los planes que tiene Theurel, yo os informo y espero que me ayudéis
—¿Tu marido?
—Sí…— soltó otro sollozo y se limpió las lágrimas con un pañuelo— nos casamos la tarde en que se lo llevaron, tengo los certificados, a tu tía Chantal casi le da un ataque cuando se lo dije… —sonrió— esa mujer es muy extraña.
—Vale, vale, ayudaremos a mi primo, no te angusties más, ¿dónde estáis alojados?
—En Casa Binoche.
—Bien, ¡Pierre! —gritó en dirección de su asistente— vamos al pueblo, trasladaremos a lady… De Clerc a nuestra casa.
—Gerry…— Cat lo agarró por la manga— ¿dónde está Godofredo?
—Aquí no, supongo que en Marsella, ¿por qué?
—Él era el informante, él traicionó a Evrard desde el principio.
—¡Ja! —se rió con ganas— no sé por qué, no me extraña nada.
—Lo que me recuerda, milord… —Daniel intervino con respeto— que lord De Clerc envió dos emisarios al continente para avisar al rey y al gran maestre sobre los planes de ese Theurel, ¿no se ha recibido ninguna noticia de ellos?
—No, ninguna noticia.
Cuando se alcanza el umbral del dolor no sientes ya nada, en absoluto, solo una resignación poderosa, una decisión inconsciente de dejarte llevar, de morir, de esperar esa muerte como la liberación a tu sufrimiento. Eso le habían explicado a Evrard de Clerc cuando se entrenaba como guerrero de la Orden del Temple. Muchos hombres habían soportado la tortura y el tormento, y les contaban a los jóvenes guerreros que solo la fe y la paz interior podían salvar a cualquier hombre del trance.
Sin embargo él, que era fuerte y sano, no llegaba jamás a ese umbral, no sentía paz ni fe, y solo lo sostenía el recuerdo de su mujer y su hijo.
—¡Arriba! —el cubo lleno de agua fría lo despertó de golpe. Apenas lo dejaban dormir, lo golpeaban, insultaban y atormentaban continuamente, y Jean—Jacques Theurel parecía disfrutarlo especialmente— arriba milord, ya has descansado bastante, ¿Cuáles son los votos de un caballero templario?
—No lo sé… —no podía abrir los ojos, los tenía hinchados e irritados, le dolía el pecho y tenía fiebre. Sintió el puñetazo en el estómago y la mano firme del verdugo obligándolo a ponerse de pié, estaba encadenado por las muñecas y los tobillos, vestido únicamente con unas calzas y ya había perdido la cuenta de cuantas veces se desmayaba al día. Habían llegado a Marsella y tras agasajarlo y tratarlo como a un hijo pródigo en la Casa de la Orden durante unos días, Theurel había decidido bajarlo a las mazmorras para reeducarlo a través del dolor— dímelos tú.
—¡Maldito seas! —le cruzó la cara con la fusta y volvió a preguntar— ¿Cuáles son esos sagrados votos, Evrard de Clerc?
—"Un Caballero de Cristo es un cruzado en todo momento, al hallarse entregado a una doble pelea: frente a las tentaciones de la carne y la sangre, a la vez que frente a las fuerzas espirituales del cielo. Avanza sin temor, no descuidando lo que pueda suceder a su derecha o a su izquierda, con el pecho cubierto por la cota de malla y el alma bien equipada con la fe. Al contar con estas dos protecciones, no teme a hombres ni a demonio alguno." — citó de memoria la frase de San Bernardo y Theurel se enfureció aún más—
—¡Pobreza, castidad y obediencia! —chilló, impotente— y tú, maldito seas, te los has saltado todos, eres una vergüenza para la Orden y tus hermanos.
—“Contribuir a la conquista y conservación de Tierra Santa, para lo cual, si fuera necesario, daría gustoso la vida” —completó los votos de San Bernardo de Claraval y fijó la mirada en su pariente— y ese, lo he cumplido a rajatabla.
—¿Me vas a obedecer?
—Vete a la mierda.
—¡Estúpido! —Jean—Jacques hizo un gesto y el verdugo agarró una varilla muy fina y le dio un golpe con todas sus fuerzas en el estómago desnudo, inmediatamente comenzó a sangrar y se desmayó del dolor— no lo dejes dormir, ni descansar, ni un minuto, haz lo que sea para que se mantenga despierto.
—Lleva diez días resistiendo, no sé si sobrevivirá, milord.
—Resistirá, Jules, resistirá…
Catherine de Clerc se instaló inmediatamente con Gerard Beaumont y sus asistentes en una casa acondicionada para los generales de Ricardo Corazón de León. Gerry ostentaba ese honorable cargo desde hacía un mes y Cat lo felicitó al enterarse, aún era joven a sus veintiocho años, pero teniendo en cuenta que el rey aún no cumplía los treinta y siete, era normal que sus oficiales y hombres de confianza no alcanzaran la treintena.
Repasaron una y mil veces los hechos acontecidos en Devon y la información que Omar Al Benassar les había transmitido y Gerard, cada vez más preocupado por el bienestar de su primo, resumió todos los detalles y se los expuso a Ricardo en cuanto tuvo un momento de intimidad para hablar con él. El rey, que apreciaba muchísimo a Evrard, escuchó con la mirada fija en el suelo el relato y tras una larga pausa silenciosa, le pidió a Gerard que lo llevara ante la mujer y el hijo de su pariente.
—Milady… —Catherine se dobló en una respetuosísima reverencia y no levantó los ojos hasta que el rey le dirigió la palabra— ahora entiendo los motivos de mi querido primo para poneros por encima de la Orden, sus votos y sus hermanos.
—Majestad —roja como un tomate lo miró incómoda pero no pudo evitar sonreír cuando el mismismo Corazón de León le regaló una amplía sonrisa— es un honor, majestad.
—¿Este es el pequeño De Clerc…? —el rey, vestido de soldado, alto, con barba y el pelo largo, se acercó a la niñera y miró a William con aprecio— sano y fuerte, como su padre, lady Catherine, ¿cómo se encuentra atendida?
—Muy bien, gracias majestad, pero estoy muy angustiada por Evrard… por mi esposo.
—Evrard —pronunció Ricardo con su perfecto acento francés— Evrard, ya lo sé, yo también estoy preocupado y nos pondremos enseguida manos a la obra. Gerard me ha contado que estuvo usted en Tierra Santa durante la última Cruzada.
—Sí, majestad
—¿Es decir que no podré retenerla aquí mientras acudimos a buscar a mi primo? —Cat negó en silencio— bien, me parece bien, y… ¿por qué cree en las palabras de ese árabe?
—Porque lo que nos dijo respecto al ataque a mi casa se cumplió, majestad, y porque — carraspeó— tuvo oportunidad de matarme, de cobrarse una venganza y no lo hizo en favor de su pueblo, me perdonó la vida a cambio de que Evrard acabara con Theurel y sus aspiraciones en Tierra Santa. Omar Al-Benassar estaba realmente contrariado con los planes de ese hombre.
—¿Venganza? —miró a Gerard de reojo— ¿qué venganza?
—Mi hermano, Michael Rusmfield, majestad, se casó e intentó escapar de Tierra Santa con Zara Al-Benassar, la única hija de ese comerciante árabe, la muchacha murió en la huida, a manos de un enviado de su propio padre que buscaba en realidad matar a mi hermano. Al-Benassar no pudo jamás vengarse en mi hermano y llevaba años buscándome a mi para hacerlo, de ahí su sociedad con Theurel, pero los planes del caballero templario cambiaron sus ansias de venganza, majestad y me perdonó la vida, aunque lamentablemente no pudimos acabar con Jean—Jacques Theurel en Devon.
—Es exactamente lo que me contó Gerard… bien… —dio una palmada y miró a sus oficiales, a Gerry y a Catherine con una sonrisa— no puedo atacar directamente a un superior de la Orden del Temple, son aliados y amigos hasta que se demuestre lo contrario, así que mandaremos una unidad independiente a las órdenes de Gerard Beaumont, pero estaré pendiente de cada paso, además de a un templario, han secuestrado a mi primo de la casa de su esposa, ubicada en mi reino, por cierto… y eso no lo perdonaré jamás, necesito que me den muchas explicaciones, resumiendo, madame —se acercó y le besó galantemente la mano, Cat comprobó de cerca el gran atractivo por el que era famoso Ricardo I de Inglaterra y le hizo una reverencia— mañana mismo iremos a rescatar a su esposo y nadie volverá a separarlo de usted y su hijo, ¿conforme?
—Muchas gracias, majestad.
—No hay por qué… buenas tardes… —giró sobre sus talones y abandonó el salón tal como había llegado, a gran velocidad, Catherine cogió las manos a Gerry y le plantó un beso en la cara como agradecimiento—
—¿Quieres que tu bastardo sea un templario…? — Evrard colgaba literalmente de sus cadenas agotado y medio inconsciente, empapado de sangre, sudor y agua, el verdugo ya había iniciado sus inmersiones en agua inmunda sacándolo un segundo antes de que se ahogara— tu madre lo criará bien, lo admitiremos en cuanto pueda sujetar un arma y lo tendrás cerca, ¿Evrard?…
—No es un bastardo, Jean—Jacques… —susurró— es mi hijo legítimo.
—Pamplinas, el hijo de una zorra sólo puede ser un bastardo.
Evrard de Clerc levantó el rostro casi desfigurado y lo escupió con las escasas fuerzas que le quedaban. Jean Jacques Theurel se acercó y lo abofeteó con rabia pero no logró con ello que dejara de mirarlo fijamente.
—¿Conoces el pecado nefando, Evrard? —no contestó y bajó la cabeza vencido por el dolor— tu rey confesó sus pecados de sodomía públicamente, hay quién dice que lo practicó incluso con Felipe Augusto de Francia, pero pidió perdón, se arrepintió… no me gustaría forzarte a pecar de manera semejante Evrard, pero es lo que falta para someterte hasta el máximo de tus fuerzas… —soltó una risa histérica y miró al verdugo— ¿es eso lo que quieres?
—¿Por qué no me matas de una maldita vez, hijo de puta?
—Me gusta verte sufrir, estás solo aquí, en mis manos, deberías ir considerando la posibilidad de obedecerme, ciegamente, si quieres volver a ver a tu hijo, el pequeño William, es muy guapo, ¿no?, se parece a los De Clerc, tiene tus ojos y los de Chantal, es precioso, ¿quieres verlo?, ¿quieres que te lo baje aquí?
—¿Está aquí?… —el miedo le subió por el pecho y se enderezó— ¿está aquí?
—Tal vez, con su madre muerta, ¿qué podíamos hacer?
—No le harás daño, cabrón, no le pongas un dedo encima o te mataré a ti y a toda tu maldita estirpe.
—Empieza entonces a ceder, estúpido, ¡Jules! —llamó al verdugo y este se acercó con las manos ensangrentadas— que le den un baño, huele a mil demonios y luego sube, te entregaré a su hijo para que lo vayas conociendo.
—¡No!
—¿Me vas a obedecer ciegamente?
—Haré lo que quieras, pero no toques a mi hijo.
—¿Lo juras por él?
—Te lo juro, por Dios santo.
—Voy a considerarlo…
Jean Jaques Theurel estaba hartándose del largo proceso de reeducación que se había propuesto con De Clerc, llevaban quince días sometiéndolo a todo tipo de barbaridades y él seguía inflexible, orgulloso y rebelde, por eso había terminado por utilizar el recurso del niño, debían darse prisa y conseguir elevar a Evrard al puesto de Maestre antes de que su mujercita y sus amigos aparecieran a buscarlo.
En el bolsillo guardada la carta de Chantal, su preciosa prima le informaba de los últimos hechos. Catherine Rumsfield estaba viva y había tenido la insolencia de enfrentarla en casa de los Beaumont, y finalmente, acorralada, la duquesa le había dicho que Evrard se encontraban en Marsella, con suerte esa mujer estaría ya en Francia y debía darse prisa en mandar a De Clerc a Chipre y mantenerlo encarcelado ahí hasta que pudiera liquidar a la maldita ramera.
Salió a la superficie de la cómoda y confortable casa de la Orden en Marsella, caminó hacia su despacho y pasó por el del Gran Maestre sin levantar la cabeza.
—Jean Jacques… —la voz de Gilbert Herail lo detuvo en mitad del pasillo, se giró hacia él y forzó una sonrisa— ¿sabes algo de Evrard de Clerc?
—¿De Clerc?… —entornó los ojos— no, milord, ¿por qué?, ¿no había renunciado a sus votos definitivamente?
—No lo sé, tu dijiste que te ocuparías de ese tema
—Debe estar en Inglaterra.
—¿Estás seguro?
—Por supuesto, excelencia —sonrió de forma inocente y lo miró de frente— ¿necesita que lo localice?
—No, no, está bien, buenas tardes — Gilbert Herail, Gran Maestre de la Orden del Temple observó a su asistente hasta que se perdió en el largo e iluminado pasillo, antes de girar sobre sus talones y volver hacia su despacho. Una vez dentro cerró la puerta y miró fijamente al hombre que tenía enfrente— creo que se equivoca, milord, Theurel no parece alterado, ni preocupado.
—Sé lo que le digo, excelencia… —Omar Al-Benassar se levantó y se ajustó la espada— ese hombre miente, mi honor me obligaba a advertirle, pero usted haga lo que quiera.