II
Miró la hora y pensó que disponía de más de sesenta minutos. Y el café a ella no la cansaba.
Así que cuando tía Tila, pese a que le había dicho que no lo preparase, se lo servía, se sentó ante la mesa y empezó a azucararlo.
También tía Tila se sentó con su tacita delante.
—Desde que pusieron jornada intensiva en la oficina no sabes cuanto, me place no salir en la tarde. Se dice que no cambiará el método, por lo que yo, la verdad, prefiero levantarme a las seis, estar en la oficina a las siete y salir de ella a las tres terminada la jornada.
—El día que te jubiles, y aún te falta —sonreía María—, te sentirás muy aburrida.
—Para entonces quizá no vivas ya conmigo por estar casada y yo me pasaré los inviernos en Alicante viviendo estupendamente de mi jubilación y mis ahorros.
—De momento, y si continúo pensando así, no creo que me veas casada. Tendría que cambiar mucho.
—¿Ese Teddy Costales, no te pretende?
—A su manera.
—¿Qué es eso de a su manera?
—Es muy largo, tía. Y además, no estoy enamorada de él, y si hiciera lo que él desea, pudiera enamorarme y sufrir. ¿Note has quedado tú soltera por esa razón? ¿Por evitar un nuevo sufrimiento?
—Pero eran otros tiempos.
—Indudablemente, pero para ciertas cosas una sigue como antes, solo que emancipada y con un entorno liberal y acomodado a la vida actual. Pero hay cosas que en una persona nunca cambian cuando recogiste una educación determinada.
—Tú eres absolutamente independiente,
—No tanto. Lo soy en el sentido económico. De otro modo, ya te digo que no entiendo el amor de pareja o como tal.
—¿Y es lo que pretende Teddy?
—Por lo menos no es hombre que vaya por la vida con el certificado matrimonial bajo el brazo, y eso marca en cierto modo —se alzó de hombros—. No quiero asuntos de amores que me condicionen. Amigos los que gusten, en plan sentimental prefiero automarginarlos —miraba de nuevo la hora—. Debo irme, Teddy me espera en la cafetería y a las seis tengo una cita en el·estudio. Se trata de un señor que desea arreglar un palacete que ubicó en la Moraleja y que, según parece, se le ha caído el muro. Seguramente tú lo conoces. Se trata de un abogado laboralista muy famoso. Paulino Salcedo.
—Sí que he oído hablar de él. Tiene mucho dinero y su despacho mucha fama. No sabía que vivía en la Moraleja, pero tampoco me asombra en absoluto. Esa gente hace dinero como gusta, sacándoselo a los infelices explotados.
—Tampoco es eso. Un proyecto hoy cuesta un ojo de la cara y nosotros no ponemos los haremos. Están puestos así y lógicamente no vamos a trabajar por menos, tía Tila.
—Es un decir, pero ese señor Salcedo se lo momtó bien ya antes de que hiciera su aparición la democracia e imagínate después. Por otra parte, tengo entendido que en sus despachos hay también la consabida sección divorcista. ¿Qué le sucede en el chalet?
—Pues que su hija se casa y aparte de los muros que se han resquebrajado y los quiere levantar nuevos, por dentro está algo abandonado. Nos ha llamado por teléfono y nos citó con su futuro yerno a las seis. Como los otros tienen ya su cometido, lo recibiré yo. Posiblemente mañana tenga que ir por la Moraleja para saber qué cosas hay que reconstruir.
Se levantaba.
—No sé dónde he puesto el bolso.
—Lo tienes sobre la consola de la entrada.
María Sutil besó a la dama y se dirigió al vestíbulo.
El dúplex, además de bonito, estaba ubicado por María de Molina, una zona muy elegante y muy tranquila. Cuando ella llegó a Madrid enviada por su padre a estudiar a la Escuela Superior de Arquitectura, se pasó los dos primeros años en el CEU, y entonces su tía vivía en la calle Alberto Aguilera, pero cuando ella terminó un año antes y se puso a trabajar con suerte, decidió cambiarse y con ella se llevó a la dama.
El dúplex no era grande, pero enormemente acogedor y ella vivía feliz con su tía, a la cual quería una barbaridad. Casi, casi como si fuera la madre que perdió a los quince años, quizá cuando más necesitaba sus consejos.
Su padre, desgraciadamente, había fallecido antes de terminar ella la carrera, por lo que los últimos años fue la tía y no su padre quien la ayudó a pagar los gastos que se originaban de sus estudios.
—Acuéstate —le recomendó—. Si vengo tarde, no te preocupes.
* * *
Teddy Costales la estaba esperando. Era un tipo alto y fuerte, muy masculino, de negros cabellos y desconcertantes ojos verdes. Iba siempre muy de sport y muy a la moda actual. No estrafalario, pero sí algo llamativo.
Tenía treinta años .porque él se lo había dicho y además porque los aparentaba y su único afán, de momento, eran los negocios y ella.
Lo había conocido en el estudio, debido a que pedía un proyecto para levantar una cadena de hoteles por la Costa del Sol y pensaba, según aseguraba y debió conseguir, venderlos a los árabes.
Ellos ganaron dinero, pero el tal Teddy debió de forrarse con la venta de aquellos bungalows.
Cuando ella entró en la sociedad, a formar parte de la misma, el asunto de Teddy estaba ya casi concluido, y lo conoció cuando aseguraba haber vendido el último bungalow.
Pero después se metió en pubs y hasta la fecha en un año había proyectado tres, dos que estaban en construcción y uno que ya había traspasado ganándose una pasta gansa de cuidado.
—¡Hola. María! —saludó Teddy asiéndole las dos manos y apretándolas como era su costumbre, con toda ansiedad y apasionamiento.
María rescató sus manos y le sonrió yéndose hacia la barra.
Se encaramó en una banqueta y pidió café.
A su lado Teddy ya se acomodaba y como era muy alto, parecía quedar colgado de la banqueta con los dos pies en el suelo.
—Bueno, así que no hay salida esta noche.
—Teddy, que te lo tengo muy advertido.
—¿Es que con lo guapa que eres, el amor no te hace ilusión?
—¿Y qué amor es el tuyo, Teddy?
—Si vengo con los papeles bajo el brazo...
Lo cortó.
—Sabes que no. No es que el matrimonio sea mi meta; ni mucho menos. Lo que no acepto son relaciones dudosas, y tú has vivido seis años con una americana.
—Bueno, ¿te lo negué alguna vez?
—Sin casar.
—Dime, ¿lo negué? La dejé cuando te conocí
—Teddy, yo no te oculté que no quiero sufrir por amor. Puedo empezar a tontear contigo en plan de novios y mañana tú encuentras otra chica, me dejas y yo sufro. No estoy preparada para tal cosa, ni quiero, ni lo acepto.
—Estás muy escamada, ¿verdad?
María azucaraba el café y lo removía sin prisa. Tenía tiempo.
—Puedo estarlo. Hay muchachas que van por la vida divirtiéndose, y en las relaciones ponen dos cosas esenciales que no les van a ocasionar rasguños sentimentales. Ponen el seso y la cabeza, el cerebro, vaya. Yo no soy de ésas. Me considero sentimental y suelo poner sentimiento. ¿Consecuencias? Que no soy de esta época y que no me gustan los juegos amorosos. De modo que tú sigue con tu forma de ser y yo con la mía, y tan amigos.
—Yo estoy loco por ti —decía Teddy, fervoroso.
María no creía en los favores.
Ni en el amor que Teddy decía tenerle, por supuesto. Teddy era el clásico frivolo que aparecía cada semana en la prensa del corazón con una mujer diferente. Y además tan pronto estaba en Madrid como en Marbella o Ibiza.
No estaba en contra de la vida movida de Teddy. Pero que no relacionase con ella un futuro porque lo consideraba muy incierto.
Y para sufrir ya había sufrido lo suyo. No era ella mujer que tropezara dos veces en la misma piedra. El movimiento feminista decía esto y aquello en favor de la liberación de la mujer. Ella no estaba en contra de nadie. Cada cual que pensara lo que quisiera, pero si bien laboralmente se consideraba absolutamente liberada e incluso a veces superior a muchos machos, en cuestiones de amor prefería seguir como estaba. Libre y sin ataduras y, más que nada, sin preocupaciones.
—Tal parece que has nacido hace cuarenta años —decía Teddy enfadándose.
—Si te refieres al amor, quizá. Pero entiendo que el movimiento feminista al que seguramente tu perteneces, amigo Teddy, no está en contra de que una mujer se niegue a enamorarse. ¿No te parece?
—¿Y por qué no? Te puedes enamorar o no te puedes enamorar, pero al menos sí podrás vivir como gustes.
—Y si mi gusto es no comprometer los sentimientos, ¿qué?
—Eso es renegar del sexo.
—Eso es mantenerte neutral.
—Mucho te han dañado.
Mucho, sí.
Pero ya estaba superado.
Mas, volver a empezar. ¡Jamás!
Vivía perfectamente así. Muchos amigos, mucha dialéctica, mucha conversación y hasta divertimiento, pero con limitaciones que marcaba ella misma y, que nadie intentara saltar la barrera de tales limitaciones impuestas por ella misma.
—Ya tengo que irme, Teddy. Si sigues pensando en levantar ese pub, vente por el estudio mañana.
Y se fue dejando a Teddy enojadísimo.
—Al diablo estas intelectuales aferradas a sistemas carpetovetónicos —refunfuñó.