XIV
Fue a Dover.
Hacía justo dos meses que Brook estaba en casa, organizada su vida allí. Pero..., ¿de qué forma?
Por eso fue a Dover.
No podía contárselo a Anne.
John, seguramente que volvería a enfurecerse y querría pedir cuentas a Brook. Y ella no podía aclararlo. Cuando Brook bebía, ella misma, íntimamente, se irritaba.
La actitud de Brook durante aquel mes, era distinta. No bebía. No hablaba... Por eso, ella tenía que desahogar con alguien su amargura.
—Mag —exclamó tía Claudine al verla—. Estás más... delgada.
El niño de cinco meses, parecía sonreír en los brazos de su joven mamá, y hasta se diría que pretendía hablar y contarle a tía Claudine cuanto sufría su madre.
Pero sólo sabía mover las manecitas y cuando la dama lo tomó en sus brazos, el niño, cariñoso, se oprimió contra ella, como si le agradara en extremo el regazo de la sensible maestra de escuela, dé cabellos blancos y sonrisa bondadosa.
— Siéntate, Mag —susurró la tía—. Yo me quedo con tu hijo en mis brazos. Te veo... rara. Sensible. Estremecida. Brook ha vuelto... ¿Bebe?
—No.
—Has venido a contarme cosas, Mag. ¿Verdad?
La joven asintió con un breve, pero repetido movimiento de cabeza.
—¿Quieres que mande al niño al jardín? Tengo la asistenta allí. Puedo llamar a June.
Lo prefería.
Viendo al pequeño Brook jugando en los brazos de su tía, le daba la sensación, absurda sensación, de que el niño la entendía y no perdía sílaba de cuanto decía su madre.
—Sí... Lo prefiero.
Tía Claudine llamó a la muchacha.
—Toma, June. Llévate al niño al jardín.
Al quedarse solas, la dama se inclinó hacia delante y asió las dos manos femeninas.
—Están heladas —susurró, frotándolas—. Mag..., ¿tienes así el corazón?
—No lo sé.
—Cuéntame. Todos piensan que eres feliz. Anne y John estuvieron a verme la semana pasada. Estaban muy contentos por lo tuyo. Dicen que Brook no ha vuelto a emborracharse. Que acude a casa a las horas habituales. Que anda algo taciturno, pero eso puede ser motivado, piensan ellos, a la vergüenza que le da lo que hizo.
—Un hombre puede fallar una vez —dijo Mag con amargura— y rectificar y procurar enderezar su vida, y hacer a los suyos más felices que nunca.
—Y no es así.
—No.
—Mag..., ¿no te da explicaciones?
—No. No se las pregunto. Me da miedo esa actitud de Brook, metido en sí mismo, silencioso, ausente.
—¿Estará enfermo?
— No lo sé. Anda por la casa como si fuese un sonámbulo. Es cortés, ¿sabes? Muy educado. Incluso delicado. Pero temo que viva a mi lado sólo por el deber que el matrimonio impone.
La dama se inclinó más hacia ella.
—¿Sólo... cumple ese deber, Mag?
Costaba confesarlo.
Pero... había ido a Dover, ante su tía, a desahogar. No podía más. O lo decía todo, o se moría de dolor, en aquella casa demasiado triste, junto a un hombre inexpresivo, al que amaba.
—Sólo... ese.
La dama se estremeció.
Oprimió aún más las manos que, entre las suyas, ya estaban menos heladas,
—Quieres decirme, Mag, que tienes un compañero en la casa, pero que careces de marido.
—Si.
—Mag..., no llores. Dímelo todo.
—Todo es... eso. El día qué llegó. Fue... como si dos fuerzas estuvieran pendientes de encontrarse una a otra una vida entera, y en un segundo se toparan, estallaran y se fundieran.
—¿Y después?
—Nada. Se fue al cuarto de los huéspedes. Ese que una le llama así por darle algún nombre. En realidad, cuando él estaba en casa, ese cuarto permanecía vacío. Yo lo tengo por si un día Mark, mi suegro, lo necesita. Lo puse con ilusión. Le debo mucho a Mark. La esperanza de vivir. Adora a mi hijo, que es su nieto. Me dio cuanto pude desear materialmente. Y me consoló y me alentó a esperar. ¿Entiendes?
—Entiendo.
—Pues ahí es donde duerme Brook. Donde se pasa las horas que está en la casa. Sale temprano. A veces, ni le veo. Se diría que me huye. Regresa tarde. Muchas veces estoy despierta en mi cuarto y le oigo pasar. Tía Claudine, esto es..., es... —rescató las dos manos y las llevó a la frente—. Es insoportable.
—No le has dicho nada.
—¿De qué? ¿Puede una mujer honesta decirle nada a su marido en tal sentido? Se me cae la cara de vergüenza. Cuando estamos frente a frente, comiendo en el living o en la cocina, se me abre la boca. Pretendo decirle algo, pero no puedo.
—Y el niño...
—No lo mira. Se diría que no es su hijo.
—Mag, tu marido debe de estar enfermo.
—No está enfermo. Flaco, pálido, desganado, sí. Pero enfermo, no. Te lo aseguro. No se puede vivir así. Estoy al cabo de mis fuerzas. No sé si saltar, debido a los nervios que tengo destrozados, si tirarme en la cama, cerrar los ojos, dejarme morir y dar gritos histéricos hasta que llegue alguien a mi cuarto y me comprenda. Y para colmo de males..., voy a tener otro hijo. Por eso estoy aquí, tía. He venido a ver a Richard esta mañana. Anne lo ignora. Le pedí que viniera a casa para quedarse con el niño mientras yo iba a la plaza. Ño fui a la plaza. Fui a ver a Richard. Me lo confirmó. Estoy embarazada.
—¿Se lo has dicho a Brook?
—No. Me da miedo decírselo.
—Pero tú no tienes ese hijo por obra y gracia, Mag. Es de tu marido. Tienes que decírselo. Tal vez eso le haga comprender lo inconcebible y absurdo de su actitud.
Claro. Claro que pensaba decírselo aquella misma noche.
Pero..., ¿cómo lo tomaría Brook?
¿Se iría de nuevo de casa y empezaría otra vez a emborracharse?
* * *
Entró en la casa, como siempre, a paso lento, como si le pesaran los pies o estuviera muy cansado de la jornada de todo el día.
—¿Eres tú..., Brook?
Él sintió como calor en sus venas.
Cada vez que oía su voz..., era como sufrir una enfermedad. Una ansiedad incontenible. Un deseo casi morboso.
—¿Quién va a ser? —dijo únicamente, sin levantar la voz.
En el pasillo desembocaban tres piezas. La cocina, el living y el comedor, más elegante, que ella compró con el dinero que ahorraba de lo que Mark le fue entregando aquellos meses.
En la puerta de la cocina se plantó ella.
Vestía una faldita azul, una blusa de cuello camisero estampado en azul más claro y más oscuro que el fondo blanco. Calzaba zapatos semialtos y el cabello suelto, le tapaba media mejilla y medio ojo.
—Tengo la comida dispuesta, Brook. Lávate las manos y vuelve al living. Ya... acosté al niño. Estuvimos en Dover a ver a tía Claudine.
—Ah.
Sólo eso.
Entró en el baño.
Parecía más flaco. Más desgarbado. El, que siempre fue un hombre dinámico, erguido, lleno de fuerza y virilidad, daba la sensación de que iba a romperse por la cintura de un momento a otro.
Mag, en su afán de que todo pareciera siempre normal, regresó a la cocina y desde allí, preguntó, alzando la voz:
—¿Qué tal van las cosas en la gasolinera?
No contestó en seguida.
—Cada día mejor.
—Me alegro, Brook. Tu padre estará contentísimo.
Ya lo tenía en la puerta de la cocina.
Mag se movía de un lado a otro, disponiendo las dos bandejas para la comida de los dos.
—Pasa al living, Brook.
Tenía que decírselo.
Pero esperó a comer.
Lo vio comer con desgana, como si empujara la comida.
Ella podía reprocharle su actitud.
Podía decirle.. ¡Cuántas cosas podía decirle!
«Faltas a tus deberes de esposo. Has vuelto, pero es para mí, junto a ti, más amarga la existencia. Soy mujer. Muy mujer. Tú me enseñaste a ser mujer, y me fallas. Me fallas. ¿No tengo derecho yo a tener un marido? ¿Al hombre con el cual me casé?»
Era muy duro todo aquello.
Y ella no tenía fuerzas para decirlo, para reprocharlo.
—Esta noche voy a estar de guardia en la gasolinera —dijo él de súbito—. Me toca el turno cada tres meses. Es hoy.
—Pero... sólo hace dos que estás aquí.
—Mi padre lo organizó así, aun en mi ausencia,..
—Te vas... toda la noche.
—Sí.
—Brook.
Era lo que temía.
Que ella le reprochara.
Él ya sabía que no cumplía con su deber.
Pero Mag, nunca podría suponer que lo deseaba fervientemente. Que costaba una enfermedad pasar sin ella. Pero ofenderla así, así, sabiendo, creyendo que ella... que ella...
—Brook...
—Dime...
—Tengo que decirte algo.
Claro.
Algún día, tendría que decirlo.
—Lo siento, Mag.
—¿Sentirlo?
La miró de frente.
Tal vez fue aquella la primera vez que él la miró así. Con desesperación, como pidiendo disculpas.
Pero Mag, que iba a decir otra cosa distinta a lo que pensaba, no comprendió el significado de su mirada.
—Brook..., voy a tener otro hijo.
—¿Otro?
Y fue como si lo fulminaran.
Se levantó.
Quedó tenso.
Tenía la servilleta en la mano y la estrujó hasta convertirla en un ovillo.