IX
Estaba siendo una lucha cruel y desgarrada. Se notaba en él, pese a su degradación al hombre cultp, delicado, preparado, pero incapaz de contener sus ansiedades indiicidas por tanto tiempo metido en un mundo de indigmdades. Notaba Maud en Roger como un intento de dominarse, de contener su íntima desesperación orgánica, luchando entre la intoxicación y la presencia de aquella mujer, persona que era agradable y tierna y le ayudaba aún no sabía el por qué.
Fue después de coiner que ie vio palidecer y agitarse, y cuando se levantó fue tambaleante hacia el salón contiguo al comedor, sólo separado de aquél por un paso y dos plantas verdes colocadas en dos grandes tiestos de madera.
Lo vio if dando tumbos y tirarse como un fardo en el diván, sacudido por locas convulsiones. Ni la presencia femenina ni su propia voluntad podían evitar ya el estallido orgánico necesitado de una droga dura. La vitamina atenuaba los efectos, pero no los hacía desaparecer, y durante un rato Maud se preguntó qué podía hacer para evitar aquel terrible ataque que convulsionaba todo el cuerpo masculine.
En tales momentos, en la clínica, casi se recurría a la camisa de fuerza. Pero ella pretendía disuadirlo y su terapia tenue, su persuasión no iban a servir de nada en aquel momento.
Roger primero pedía la droga convulso, entre gemidos, después a gritos desgarradores, de modo que Maud corrió hacia él y le sujetó las sienes con ambas manos.
Y hablaba. Hablaba bajo, con suave acento, sin parar aturdiéndolo, pero sin lograr, en modo alguno, que los efectos desaparecieran, y es que no podían desaparecer. Sabía ella que llevaba demasiado tiempo engañado y que la naturaleza era más fuerte que la razón, por eso estallaba, no porque él quisiera estallar, sino porque tenia que hacerlo a la fuerza al faltarle la dosis necesaria para calmarlo.
Hubo un momento en que para evitar sus temblores se tiró contra él y le abrazó por el cuello sin dejar de hablar, de acariciarlo, de meter en su mente sus ideas y pretender sacarle las suyas del cerebro, pero no era posible.
Roger la retiraba y seguía convulsionado, agitando las piernas rodando ya por ei suelo, desesperado.
Tampoco podía ponerle un nuevo calmante. No era aconsejable. O luchaba contra aquella necesidad por su propia voluntad o terminaría enloqueciendo de verdad.
Loco lo parecía ya. Tanto es así que estuvo a punto de correr al teléfono y llamar a su tío y a Max y a dos enfermeros. No se sentía con fuerzas para llevar a buen fin ella sola aquel duro cometido.
En vista de que las convulsiones de Roger iban en aumento, de que ya no razonaba y de que parecía presa de una desesperada agitación, fue corriendo al botiquín y sacó la medicina indicada. Se vio negra para inyectarle porque él movía los brazos, las piexnas, los ojos parecian salírsele de las órbitas, las fauces secas, el tórax hinchándose a fuerza de respirar hondo para luego soltar aire como si su pecho fuera un fuelle.
Se tiró sobre él a horcajadas, le sujetó el brazo y le pinchó. Hubo una tregua, un silencio y una inmovilización y poco a poco él fue cediendo a sus convulsiones.
Después le vio mirando al techo con los ojos muy abiertos, tan inmóviles que no parecían vivos ni pertenecer a un ser humano. Las ojeras le rodeaban los párpados y casi le llegaban a mitad de la nariz.
Pensó en internarlo.
No se creía con fuerzas para hacer ella sola todo aquello. No era tarea fácil. El organismo de Roger estaba tan habituado que la terapia usada por ella no la consideraba ni medianamente suficiente para evitar aquellas locas convulsiones que si bien habían cesado de momento, no iban a tardar en producirse de nuevo.
Podía engañarle a él pinchándole, pero el organismo no era tan fácil de engañar y exigía en seguida lo que realmente le faltaba.
Le ayudó a levantarse del suelo. Parecía un objeto, un cuerpo muerto, una mirada ida, una vaciedad absoluta en el cerebro.
—Roger… —le susurró—. Roger…
El la miró apenas. Hizo una mueca como indicando que no podía evitar que le ocurrieran aquellas cosas.
Y con voz ronca murmuró:
—No sé qué cosa me das. No sé. Pero esto no me ha ocurrido nunca. Convulsionarme así, enloquecerme… no, me ocurrió jamás, y es que jamás dejé de tomar mi dosis.
Le empujó hacia el diván y le sentó en él.
—Te hará bien un cigarrillo —le di jo bajo.
Y ella misma lo encendió.
Pero Roger lo rechazó con un gesto cuando Maud se lo entregaba.
—Empecé fumando, pero hace tiempo que no fumo. No necesito fumar. Quiero evadirme de todo… Necesito algo muy fuerte para evadirme.
—¿Del pasado?
—No sé, no sé —se pasó los dedos separados por la frente. Eran unos dedos flacos, morenos como si los huesos se le pudieran contar—. Sé únicamente que me falta algo. Que no estoy como estuve todo este tiempo pasado. Que algo se desgarra en mí…
—Si me escucharas atentamente, te hablaría —murmuró Maud—. Verás, Roger. Te falta una droga dura, pero si vamos a comefciar con ella, si pretendemos hacernos ricos a fuerza de drogar a los demás, tu tienes que ir quitándote el hábito.
La miró desconcertado.
—¿Me has traído aquí por eso?
—Te he traído porque estabas intoxicado hasta un extreme alarmante, Te he traído porque te aprecio. Tú no te acuerdas de mí —mintió—, pero el caso es que yo llevo mucho tiempo rondándote, hablando contigo, viéndote en los garitos, ya te he dicho que todo cuanto te rodea lo consigo por esa mafia de que te habíé. Necesito a mi lado a una persona que me ayude y tú puedes ser esa persona cuando te… hayas curado.
La miró desesperadamente, confundido, irritado.
* * *
—¿Es que pretendes que yo me cure?
Su voz era bronca, helada.
Maud sostuvo su mirada indignada y abatió los párpados.
—Sl lograras que yo te gustara, roger, Si consiguieras que en algún sentido yo te interesara como mujer. Si fueras tapando esos huecos de tus ansiedades organicas y las llenaras con deseos físicos y espirituales…
—Tú estás loaca, Déjame ir. Yo necesito el mundo, el aire, la vida lejos de aquí. Mi garito de los cafetines, mi cuarto descarnado y frío. Mis amigos que me dan a vender y de paso gano para mis necesidades… Yo no tengo desde hace mucho tiempo —gritó exasperado— apetencias carnales, si es a lo que te refieres. Yo sólo necesito cocaína, heroína, lo que sea para tranquilizarme… Me tiembla todo por dentro… Voy a estallar en cualquier momento. No sé qué cosa me inyectas, pero no es lo que mi organismo necesita.
Maud no se alteró en absoluto. Estaba dispuesta a ganar aquella batalla fuera como fuera, y en aquael momento de tregua, de lucidez, intentó por todos los medios entretenerle con voz suave y cálida.
—Verás, roger, déjame hablarte de ti mismo. Sé de ti todo lo que tú has olvidado o pretendido olvidar. Tú no perteneces al hampa. No has sido siempre un drogadicto.
—¿Por qué no me dejas en paz?
Y casi sé lo rogaba, más que se lo exigía.
Pero maud entendía que debía aprovechar aquel instante.
—Eres médico cardiólogo, lo sé. Estás adquiriendo un alto prestigio… Sérambién de tu ex esposa, de tu cuña do, de tu hermana…
La miró desconcertado.
Ella añadió quedamente persuasiva:
—Cuando se aprecia a una persona, se buscan sus orígenes, Se sabe todo de su vida. Se averigoa. En esos delirios tuyos provocados por la droga, dime, Roger, dime, ¿nunca has deseado salir de este asqueroso agujero para volver a ser lo que has sido? Algena vez, sin duda, lo has pensado y deseado. Sólo se consigue de una forma…
—¡No!
—Si no vas a una clínica de desintoxicación per to gusto, por to propia voluntad, sería todo inútil. Te curarían, te creerás tú mismo curado, pero a la primera provocación, caerías de nuevo, Sl quieres, yo puedo ayudarte. Hay clinicas especializadas que te curarían. Pero a la fuerza no voy a llevarte. Teridrás que psdirlo tú. Estar convencido tú.
Le vio sacudir la cabeza con fiereza.
—No necesuo tus consejos, ni tus persuasiones. No sé aún por qué te has inmiscuido en mi vida, Pero lo cierto es que quiero irme de aquí. Volver a mi mundo, a mis amigos desarrapados, a mi cuario sin cristales, a mis calles angostas…
E intentaba levantarse. Pero Maud le sujetó por ambas manos y de plc se le puso delante manteniéndole sentado.
—Es decir, ¿que no significo nada para ti?
La miró desconeertado.
—¿Y por qué ibas a significar? ¿Porque me has besado, porque me has comprado ropa, porque me has dado comida caliente, porque me has restregado !a espalda en la bañera?
—No, Roger, no porque soy joven y mujer.
El hizo on gesto vago.
Abatió los párpados y dijo eon desgana:
—Hace mucho tiempo que yo no necesito mujeres, ni sexo, ni siquíora licores, Yo sólo necesito cocaína o heróina…
—Y un día irás en una de esas redadas que pillan los policías y será peor para ti porque te pudrirás en la cárcel y allí sí que no tendrás ni cigarrillos, ni mujeres, ni droga, ni nada.
El se quedó como aplanado.
Maud entendió que lo había distraído un tiempo pero que de un momento a otro vendría otro estallido coovulso que estaba a punto de producirse en Roger.
Y se produjo, claro.
Fue más terrible que el anterior.
Rodaba por el suelo, gemía, se sujetaba las sienes con ambas manos, las fauces se le secaban. Arrodillada en el suelo, Maud hablaba y hablaba. De sí mismo, de lo que fue antes de perderse así. De su prestigio como persona, de su integridad moral, del trabajo que tenía, de los enfermos que creían en él. Todo inútil.
El se tapaba los oídos y a gritos le pedía la dosis que necesitaba para que eesaran aquellas locas ansiedades y alucinaciones. Maud no es que fuera fuerte, pero dado como manejaba las antes marciales, lograba sujetarle y entonces él agitaba las piernas y las levantaba dejándolas caer pesadamente.
Fue una lucha terrible.
Maud sentía que le sudaban las sienes, que le faltaban las fuerzas, y decidió inyectarle.
Pero no droga ni vitamina.
Esta vez lograría dormirlo.
Y posiblemente un día y otro así, conseguiría apaciguar el organismo ansioso.
Lo dejó solo convulsionado por el suelo. La camisa se la habia subido hasta el cuello, los paiitalones los tenía medio caídos, los zapatos se le habían escurrido de los pies, estaba intensamente pálido y las orejas más demacradas y los cabellos encrespados, como si fueran hilos eléctricos y se separaran unos de otros de tal modo que le tapaban media cara.
Regresó al segundo con un inyectable y lo clavó en el brazo de Roger sin pronunciar palabra y sujetando aquel brazo con las dos piernas, arrodillada en el suelo.
No cesaron las convulsiones en seguida, pero poco a poco se fue apaciguando y al rato se dormía.
No supo cómo pudo llevarlo hasta la cama, y una vez en ella le tapó con dos mantas y lo qejó respirando aliviada.