II

Max estaba en la primera planta hablando con otro médico.

Maud se acercó y se metió en la conversación.

—Max, cuando termines, si te parece, me invitas a un cafe en la cafeteria.

Max la miró ilusionado.

Era joven. Pero mayor que ella. Nadie ignoraba que bebía los vientos por Maud. Claro que Maud, y eso tampoco lo ignoraba, tenía un concepto especial del amor y la vida matrimonial. Es decir, que no tenía prisa ni en comprometerse ni en casarse.

Pero Max no cejaba.

Maud reconocía que era un tipo alto y elegante, muy airacetivo, pero elia tenía la costumbre, no sabía si buena o mala, dever a las personas por dentro más que por fuera, y el interior de Max a elía no acababa de satisfaceria.

No obstante, en aquel instante, y dado el encargo que le había hecho su tío, tenía precisión de hablar con él, puste, que era el que más sabia de aquel lío, y ante dos tazas de café se conversa mejor.

—Ya voy ahora mismo, Maud —se despidió de su colega y se unió a Maud, la cual se despidió del otro médico con un.

—Hasta luego, Alex.

El aludido se alejó agitando la mano y se perdió por una de las salas donde había camas alineadas y en ellas varios enzermos.

Max emparejó con Maud Mirándola arrobado.

—¿Te decides a venir al teatro conmigo, Maud? Te lo estoy pidiendo desde hace más de seis meses.

—Esas ficciones no me agradan, Max Lo sabes perfectamente.

Y ambos se dirigían al ascensor.

El edificio era grande y pertenecía a Maud y a su tío.

Constaba de seis plantas, un enorme jardin por donde paseaban los enfermos, una cafetería y comedores para los enfermos y el personal especializado. Era una clinica cara, enormemente cara, pero también se recibían enfermos a los cuales no se les cobraba nada.

Tampoco había separatión entre los adictos que no pagaban y los que les costaba una fortuna.

Era un Jema que había puesto el doctor Richard Rusell. El decía que en cuestión de enfermedades todos los enfermos eran iguales y merecian la misma ateación y el mismo trato. Por eso podía verse a tanto milionario conversando con un don nadie, como al revés.

También es cierto que allí nadie sabía quién pagaba ni quién entraba porque le daba la gana al dueño y director.

Por esa razón se atendía con el mismo celo a cualquier enfermo sin discriminación.

Realmente, tanto Richard, como su sobrina poseían fortuna propia muy saneada y si bien aquella clínica daba dinero, y mucho, no era ése el motivo por el cual se afanaba Richard en conservarla y atenderla, sino por pura vocatión y por el bien del prójimo.

En el ascensor iba personal del centro y Max se mantuvo callado junto a Maud. Pero cuando el elevador les dejó en la quinta planta donde estaba la cafeteria, cruzando el pasillo. Max insistió:

—No te vas a quedar soltera tpda la vida.

Maud se echó a reír.

Tenía una risa pronta y una gran, personalidad.

Una boca de sensual trazo y unos dientes nítidos e iguales.

No era ella la única mujer médico que trabajaba alli. Había varias más, pero nadíe ignoraba que ella, además de ser sobrina del dueño y director, era accionista a muy alto porcentaje con su tío.

Claro que ése no era el motivo de que Max anduviera tras ella.

Max pertenecía a una buena familia con dinero y en cierto modo también era on been médico vocacional y en su día fue alumno del catedrático, por esa razón quizá lehabló del caso Roger.

Eso lo iba pensando Maud entretanto iban avanzando hacia la cafetería.

—No tengo prisa alguna por casarme, Max.

—No crees en el amor.

—Verás, no creo demasiado. Creo en los afectos, en las comunicaciones, en las cpmprensiones y en la adaptatión. Pero no creo tanto en la pasión.

—¿Nunca has estado enamorada?

—Nunca.

—¿Ni has hecho el amor?

Maud no pareció ofenderse y realmente no se había ofendido.

—Alguna vez.

¿Sin amor?

—Por una querencia más o menos cómoda, pero nada más.

—Y pese haberte entregado así, no has amado.

—Pues no hasta el extreme de desear vivir el resto de mi vida consagrada a una misma persona.

—Por lo vista, el acto sexual para ti es como comerse un bombón sin demasiada gana.

—No tanto. Pero es tan breve y a veces tan absurdp que no tengo intención de reincidir entretanto fisiológicamente no lo necesite.

—¿Y no lo necesitas?

—De momento, no.

—¿Dónde has recibido tus primeras experiencias sexuales?

—¿Me estás confesando?

—Me estás causando una tremenda curiosidad.

—Pues saciaré tu curiosidad. En Alemania cuando hacía la especialidad.

—Sin ningún amor.

Maud se, alzó de hombros.

—Por supuesto, no me hizo recordarlo demasiado —confesó—. Si el amor es que te guste una persona un día o dos semanas, entonces seguramente estuve enamorada.

—Me hablas de ese asunto como si no tuviera ninguna importancia.

Se detuvo a dos pasos de la puerta de la cafetería.

Miró a Max sonriendo.

—¿Es que tiene tanta?

—Yo entiendo que mucha.

—Entonces estaré pareciéndote una apestada.

—Por lo menos, una chica ligera.

—Pues no lo soy. El ser humano tiene pleno derecho a conocer todo tipo de sensaciones. Que le agraden o no, es una cosa, pero sin duda el derecho a vivirlas nadie puede quitárselo.

—Para mí, la entrega y el amor es la misma cosa.

—Pero, Max, ¿es que aún te cae la baba? Eres un ingenuo.

—Será porque estoy enamorado de ti.

Ella sonrió apenas.

Cuando quería era fría y cortante, y con Max, no sabía por qué, quería demasiadas veces.

—Yo no lo estoy de ti, Max. ¿Por qué insistir sobre ese particular?

Y entró en la cafetería seguida de un Max cohibido y contrito.

Buscó una mesa del fondo.

Tenía que desmenuzar el asunto que le encargó su tío, y Max, por lo visto, sabía mucho de aquél.

Se sentó y sacó un cigarrillo, Max se sentó enfrente y encendió otro.

Se miraron de hito en hito.

Max con ansiedad, ella sin ningún interés.

*  *  *

Vicent estaba malhumorado.

Sally Chile, en cambio, parecía completamente indiferente ante el enojo de su marido.

—Te digo que no ha querido firmar y tú te quedas tan fresca.

Sally se pulía las uñas.

Era bonita y gentil, pero tenía todo el aspecto de una personilla indiferente y vago.

—Me ha costado un mes encontrarlo y cuando di con él y le presento los documeutos, se me quedó mirando como un idiota.

Sally respiró suspirante.

—¿No sería mejor que le ayudaras en vez de despojarle de lo suyo? Seguramente Roger no se habrá idiotizado lo suficiente para firmarte la cesión de sa parte de la clínica.

Vicent se sulfuró.

—No entiendes nada de nada. No irás a pensar que una persona perdida como Roger puade hacerse cargo de esto.

—Podiamos haber evitado que llegara a esta degradación.

—¿Nosotros? ¿No estaba casado? La persona que debía

—Alice Winters? —rió Sally divertida—. No digas tonterías. Alice anaba a Roger, pero Roger no es el mismo de antges y, por otra parte, Alice es demasiado cómoda para carcar con un adicto así.

—Pues si ella no lo hizo, no veo por qué tenemos que hecerlo nosotros.

Sally continuaba puliéndose las uños.

Vicent daba paseos de un loado a otro impaciente.

—Sally —gritó—, ¿no has terminado con tus malditas uñas? Te estoy hablando del porvenir de nuestros hijos.

Sally levantó vivamente la cabeza.

—Pero si no los tenemos —dijo estúpidamente.

—Para cuando los tengamos.

—No tengo interé alguno en verme con barriga, Vicent. Ya conoces mi modo de pensar sobre el particular. Además, dan mucha guerra y yo no tengo ganas de problemas de ese tipo maternal.

Tampoco Vicent se morta por los niños.

En eso ambos estaban de acuerdo.

Pero en cambio no lo estaban en caunto a las ambiciones de Vicent.

Sally no las compartía porque no le faltaba de nada.

Pero es que él no se conformaba con ener la clínica a medias con su cubado.

Y dada la situación, lo lógico era que Roger le firmara la cesión.

—No se la pido por nada —decía Vicent como obsesionado.

Sally ya lo sabía.

Conociendo a Vicent había que suponer que le daria a cambio de la firma una caja de inyectables.

Pero, por lo visto, Roger aún no estaba perdo del todo.

Ella, como hermana, se preguntaba vagamente si haría bien manteniéndose al margen.

Pero es que era tan latoso todo aquello.

Soportar a un adicto en plan de cura debía resultar desagradable.

—¿No sería mejor que lo hicieras tú, Sally?

La joven dejó de pulirse las uñas.

—¿Yo? — pregunió asombrada.

—Eres su hermana.

—Yo no me metí nunca en nada y no voy a empezar ahora —y con leve curiosidad—. ¿Dónde lo has topado?

—En un lugar de esos donde todo es humo y trapos. Estaba tirado en el suelo totalmente drogado.

—Y como pretendes que así te entienda? Será mejor que averigües dónde vive. No creo que ande tirado todo el día por esos garitos. Habrá un refugio para él.

—Vive en una casa de huéspedes de muy mala nora.

—Pues ve a ella y píllalo cuando tenga necesidad de la droga y carezea de ella.

—Eso sería verme obligado a entrar enun lugar infecto como ése, y mi prestigio no me lo permite.

Sally se lo quedó mirando burlona.

—¿Pretendes que lo haga tu mujer?

Vicent se mojó los labios con la lengua.

Tenía un plan.

Claro que no era fácil que la estupida de Sally le ayudara.

Poraque Sally era la comodidad personificada.

La más leve cosa que se torciera en su vida causaba una tragedia.

Para ella todo tenía que ser liso y divertirse caunto podía y comer lo que quería, y problemas los menos.

Pero él la amaba.

Como mujer sería estúpida, pero en la cama era una verdadera puta.

Y eso para él era importante.

Además, en las fiestas sociales sabía comportarse, adaptarse a todos los ambientes. Era bonita y causaba admiración.

El necesitaba de Sally por absurda que fuera.

Y aunque reconocía que lo era mucho, no deseaba perderla. Iba conjuntamente con sus ambiciones.