16

LA PSICOTERAPIA CENTRADA EN EL CLIENTE Y LA VIDA FAMILIAR

Hace varios años fui invitado a hablar ante un grupo local sobre un tema de mi elección. En esa oportunidad decidí encarar específicamente las modificaciones observadas en las relaciones familiares de nuestros clientes. Así surgió el presente trabajo.

A medida que un número cada vez mayor de nuestros terapeutas y asesores se ocupan de individuos y grupos con problemas, surge un acuerdo general con respecto al hecho de que nuestra experiencia tiene implicaciones importantes para todos los sectores de las relaciones inter-personales. Se ha intentado especificar las implicaciones en algunos campos —por ejemplo, en la educación, en el liderazgo de grupo y en las relaciones intergrupales— pero nunca hemos tratado de explicar lo que significa para la vida de la familia. De este tema quisiera ocuparme a continuación, para dar una idea tan clara como sea posible del significado que el enfoque centrado en el cliente puede tener para el más íntimo de todos los círculos interpersonales: el grupo familiar.

No deseo encarar este tema desde un punto de vista abstracto o teórico. Lo que quiero es explicar algunos de los cambios que nuestros clientes experimentaron en sus relaciones familiares mientras trataban de alcanzar una vida más satisfactoria, mediante sus contactos con un terapeuta. Recurriré con frecuencia a citas literales de sus afirmaciones para poder transmitir al lector el verdadero sabor de la experiencia vivida por el cliente y permitirle sacar sus propias conclusiones.

Si bien algunas experiencias de nuestros clientes parecen oponerse a lo que comúnmente se considera parte de una vida familiar constructiva, no tengo especial interés en analizar esas diferencias. Tampoco me interesa establecer un modelo general de vida familiar, ni proponer una forma de vida para determinado problema hogareño. Sólo deseo aportar la prueba de la experiencia de personas muy reales en situaciones muy reales y con frecuencia difíciles que surgen en el hogar. Tal vez las luchas de

estos individuos por lograr un modo de vida satisfactorio tengan algún significado para el lector.

¿En qué sentido cambia, pues, la vida familiar de estas personas como consecuencia de la psicoterapia centrada en el cliente?

Mayor expresión de los sentimientos

En primer lugar, la experiencia nos indica que nuestros clientes comienzan a expresar sus verdaderos sentimientos con mayor sinceridad, tanto a los miembros de su familia como a las demás personas. Esto se aplica de igual modo a los sentimientos que habitualmente consideramos negativos —resentimiento, enojo, vergüenza, celos, desagrado, disgusto— y a los de aceptación como positivos —ternura, admiración, agrado, amor—. Es como si en el tratamiento el cliente descubriera que puede abandonar la máscara que ha estado usando y convertirse en él mismo. Un hombre, que antes había mantenido siempre —o creía haber mantenido— una actitud tranquila y objetiva hacia la conducta de su mujer, de pronto se siente irritado con ella y expresa libremente su enojo. Es como si el mapa de la expresión de sentimientos se adecuara mejor al verdadero territorio de la experiencia emocional. Padres e hijos, marido y mujer, todos aprenden a expresar los sentimientos que en ellos existen y a no ocultarlos a los demás y a sí mismos.

Tal vez este punto quede aclarado con un par de ejemplos. Una mujer joven, la señora M., acude al asesor. Se queja de que su esposo Rill, es muy reservado y desconsiderado y manifiesta que no le habla ni camparte con ella sus pensamientos. Sufren incompatibilidad sexual y se están alejando uno del otro rápidamente. A medida que reconsidera sus actitudes hay un cambio drástico en el cuadro que presenta: expresa su profundo sentimiento de culpa por su vida premarital, en la que tuvo relaciones con varios hombres, en su mayoría casados; advierte que a pesar de ser alegre y espontánea con la gente, con su esposo se muestra rígida, controlada, carente de espontaneidad; también admite que le exige ser exactamente lo que ella quiere que él sea.. A esta altura del tratamiento el asesoramiento se interrumpe a causa de un viaje que obliga al terapeuta a alejarse de la ciudad. La cliente le escribe acerca de sus sentimientos, y dice: “Si tan sólo pudiera decirle estas cosas a él (su esposo) podría ser yo misma en casa. Pero ¿qué pasaría con su fe en la gente? Si usted fuera mi marido y se enterara de la verdad, ¿me consideraría repugnante? Me gustaría ser una ‘buena muchacha’ en lugar de una ‘muñeca’. He complicado mucho las cosas.”

A esta carta siguió otra, de la cual merece citarse un extenso párrafo. La cliente manifiesta haber estado muy nerviosa y haberse comportado de manera muy antipática al recibir visitas sorpresivas una noche. Después de que se fueron “Me sentí una porquería por haberme portado tan mal... Todavía me sentía tan hosca, culpable, furiosa conmigo misma y con Bill... y tan triste como cuando llegaron.

“Así que decidí hacer lo que realmente había estado deseando y postergando, porque me parecía que era más de lo que podía esperar de cualquier hombre: decirle a Bill qué era lo que me hacia comportarme de esa manera tan espantosa. Fue aun más difícil que decírselo a usted... y eso ya había sido bastante difícil. No se lo pude decir con tantos detalles, pero me las arreglé para dar salida a algunos de esos sentimientos sórdidos acerca de mis padres, y más aún acerca de esos ‘malditos’ hombres. Nunca le había oído nada tan afectuoso como en aquella oportunidad; me dijo: ‘Bueno, tal vez pueda ayudarte en eso’... al referirme a mis padres.

Y aceptó sin dificultad todas las cosas que yo había hecho. Le expliqué por qué me sentía tan fuera de lugar en muchas situaciones... por qué nunca me sentí autorizada a hacer una cantidad de cosas:.. ni siquiera a aprender a jugar a las cartas. Conversamos, discutimos y realmente profundizamos en muchos sentimientos de ambos. No le conté todo sobre los hombres —cómo se llamaban— pero le di cierta idea de la cantidad. Bueno... fue tan comprensivo y las cosas se han aclarado tanto que ahora tengo confianza en él. Ya no temo contarle las pequeñas tonterías que se me ocurren, y si pierdo el miedo tal vez pronto dejen de ocurrírseme. Cuando le escribí la otra noche estaba a punto de huir... hasta pensé en irme de la ciudad. (Escaparme de todo.) Pero comprendí que si no lo encaraba de una buena vez tendría que seguir huyendo sin poder ser feliz. Hablamos de tener hijos y aunque decidimos esperar a que Bill esté más próximo a terminar sus estudios, estoy contenta con el acuerdo. Bill opina igual que yo sobre las cosas que queremos hacer por nuestros hijos... y lo que es más importante, lo que no queremos hacerles. De manera que si no recibe más cartas desesperadas ya sabrá que las cosas están saliendo bien.

“Ahora, yo me pregunto... ¿sabía usted todo el tiempo que ésa era la única cosa que yo podía hacer para lograr que Bill y yo nos acercáramos? Porque yo insistía en que eso no era justo para él. Pensé que daría por tierra con su fe en mí y en todo el mundo. Había levantado entre nosotros una barrera tan alta que lo sentía casi un extraño. Sólo pude decidirme a hablar cuando comprendí que si no averiguaba al menos cuál sería su respuesta ante las cosas que me molestaban estaría cometiendo una injusticia con él: le estaría negando la oportunidad de probar que es digno de confianza. Me demostró mucho más que eso: — que sus propios sentimientos también lo estuvieron torturando, en relación con sus padres y con mucha gente en general”.

No creo que esta carta requiera comentarios. Simplemente significa que cuando la cliente experimentó en la terapia la satisfacción de ser ella misma y manifestar sus sentimientos profundos ya no pudo comportarse de otra manera con su esposo. Descubrió que tenía que ser y expresar sus sentimientos más hondos, aun cuando esto aparentemente pusiera «a peligro su matrimonio.

En la experiencia de nuestros clientes hay otro elemento aun más sutil. Como la señora M., descubren que la expresión de sentimientos resulta profundamente satisfactoria, mientras que antes les había parecido destructiva y desastrosa. La diferencia parece deberse a lo siguiente: cuando una persona vive escondida tras un disfraz, sus sentimientos reprimidos se acumulan hasta un punto crítico, a partir del cual cualquier incidente puede hacerlos estallar. Cuando esto sucede y los sentimientos arrasan a la persona —en una tormenta temperamental, una depresión profunda, una inundación de autocompasión o estados semejantes— en general los efectos son desgraciados, puesto que la intensidad de las emociones no concuerda con la situación concreta y toda la reacción adquiere visos irracionales. La explosión desencadenada por un inconveniente en la relación puede liberar los sentimientos ocultos o negados en docenas de situaciones análogas, pero en el contexto en que se manifiestan en conjunto resultan ilógicos y, por consiguiente, no se los comprende.

He aquí donde la psicoterapia rompe el círculo vicioso. Puesto que el cliente puede expresar las emociones que ha estado sintiendo, con toda su acumulación de angustia, furor o desesperación y puesto que puede aceptar estos sentimientos como propios, ellos pierden su carácter explosivo. De esa manera, se vuelve más capaz de manifestar, en cualquier relación familiar, los sentimientos que ésta le inspira. Puesto que entonces tales sentimientos no soportan esa sobrecarga del pasado, resultan más adecuados y fáciles de comprender. Poco a poco el individuo comienza a expresar sus sentimientos en cuanto surgen, sin darles tiempo de que fermenten y lo envenenen.

Las relaciones se viven sobre una base real

El asesoramiento tiene aún otro efecto sobre la vivencia de la vida familiar por parte de nuestros clientes. Este consiste en el sorprendente descubrimiento de que una relación puede ser vivida sobre la base de los sentimientos auténticos y que no es necesario escudarse tras simulaciones defensivas. Esto tiene un sentido profundo y reconfortante, como ya vimos en el caso de la señora M. El hecho de comprobar que puedan expresarse sentimientos de vergüenza, furia y disgusto sin destruir por ello la relación inspira seguridad; descubrir que uno puede manifestar ternura, sensibilidad y temores sin ser traicionado por eso da más fuerzas para vivir. Al parecer, la razón por la cual esto funciona de manera constructiva reside en parte en el hecho de que en la terapia el individuo aprende a reconocer y expresar sus sentimientos como propios, no como algo que se refiere a otra persona. Por eso, decir al cónyuge: “Estás haciendo todo mal” tal vez sólo genere una pelea, mientras que decirle: “Me siento muy disgustado por lo que estás haciendo” no es sino enunciar un hecho acerca de los sentimientos de la persona que habla: algo que nadie puede negar. Ya no es una acusación al otro, sino un sentimiento que existe en uno mismo. “Eres el culpable de mis sentimientos de inadaptación” es un argumento discutible, pero “Me siento fuera de lugar cuando haces tal o cual cosa” simplemente aporta un hecho real al conocimiento de la relación.

Pero esto no sólo se verifica en el nivel verbal; la persona que acepta en sí sus propios sentimientos descubre que puede basarse en ellos para vivir una relación real. Ilustraré este punto con una serie de fragmentos de entrevistas grabadas del caso de la señora S.

Esta señora vivía con su hija de diez años y su madre —de setenta—, quien, a causa de la “mala salud” de la cliente, dominaba la casa. La abuela controlaba a la señora S., la cual, por su parte, era incapaz de controlar a su hija Carol. La cliente se sentía resentida con su madre, pero no podía manifestarlo, porque “Me he sentido culpable toda mi vida. Crecí sintiéndome culpable de que todo lo que yo hada... de alguna manera afectaba la salud de mamá... De hecho, hace algunos años, las cosas llegaron a un punto tal que empecé a soñar por la noche que... que la sacudía y... y tenía la sensación de querer deshacerme de ella. Y... y me imagino cómo podría sentirse Carol. Ella no se anima... y yo tampoco”.

La señora S. sabe que la mayoría de la gente piensa que todo le iría mejor si se separara de su madre, pero no puede hacerlo. “Sé que si me alejara de ella no podría ser feliz y me preocuparía muchísimo por ella... ¡y me sentiría tan mal por haber dejado sola a una pobre anciana!”

Al lamentarse de la dominación y control que sufre comienza a comprender su propio papel en la situación: un papel cobarde. “Siento que tengo las manos atadas. Tal vez yo sea más culpable que mamá de todo esto. En realidad estoy segura de eso, porque me volví cobarde para todo lo que se relaciona con ella. Hago lo imposible para evitar las escenas que arma por cualquier cosita.”

A medida que se comprende mejor llega a la decisión interior de intentar vivir en la relación de acuerdo con lo que considera correcto, y no según los deseos de su madre. Al comienzo de una entrevista dice lo siguiente: “Bien, hice un descubrimiento fabuloso: que tal vez la culpa sea mía, por haber consentido demasiado los gustos a mi madre... es decir, por haberla malcriado. De modo que esta mañana tomé una decisión y creo que esta vez va a tener efecto. Decidí quedarme tranquila e impasible y... si tenía uno de sus ataquecitos simplemente ignorarla, tal como se hace con las rabietas de los niños que quieten llamar la atención. Eso hice. Se enojó por una minucia, se levantó de la mesa y se encerró en su cuarto. Yo no la seguí para pedirle disculpas y rogarle que volviera a la mesa; simplemente la ignoré. Bueno, en unos minutos volvió y se sentó, y aunque estaba enfurruñada pronto se le pasó. Así que voy a seguir portándome de la misma manera durante un tiempo y... ”

La señora S. advierte claramente que el fundamento de su nueva conducta reside en su aceptación genuina de sus sentimientos hacia su madre. Dice: “Bueno, ¿por qué no enfrentarlo? Mire usted, yo me sentía tan mal y pensaba que era una persona tan despreciable por estar resentida con mi madre. Ahora digo ‘bueno, estoy resentida con ella’ y lo lamento, pero así es y hay que sacarle tanto provecho como sea posible.” En la medida en que se acepta más a sí misma se vuelve más capaz de satisfacer algunas de sus propias necesidades, así como las de su madre. “Hay una cantidad de cosas que he estado queriendo hacer durante años y que ahora mismo voy a empezar a hacer. Ahora mamá bien puede quedarse sola en casa hasta las diez de la noche. Tiene un teléfono junto a la cama... y si hay un principio de incendio o se siente mal, están los vecinos... Así que voy a empezar unos cursos nocturnos en la escuela pública, y voy a hacer un montón de cosas que toda mi vida quise hacer, y dejaré de ser una mártir que se queda en casa lamentándole de... tener que quedarse y tratando de conformarse con no hacer las cosas que quiere. Ahora las voy a hacer, y pienso que cuando yo no esté en casa ella estará muy bien.”

Sus sentimientos recién descubiertos pronto son puestos a prueba en su relación con la madre. “Mamá tuvo un ataque al corazón bastante grave el otro día. Le dije que lo mejor sería que fuera al hospital y... que seguramente habría que internarla. La arrastré a lo del médico, que dijo que su corazón estaba sano y que debería salir y divertirse, así que ahora se irá a visitar a una amiga durante una semana, y va a ir al cine y pasar un buen rato con ella. De manera que... cuando llegó el momento de prepararse para ir al hospital —¡qué cruel soy por contradecirla delante de Carol y esas cosas!— bueno, se echó atrás y cuando tuvo que enfrentar el hecho de que ella... y su corazón está sano como el de un toro, bueno, entonces decidió usarlo para entretenerse un poco. Así que todo está muy bien. Todo sale bien.”

Hasta este punto parece que la relación hubiera mejorado para la señora S., pero no para su madre. Sin embargo, eso no es todo. Un poco más tarde dice: “Mamá todavía me inspira mucha, mucha lástima. No soportaría ser como ella. Es más, llegué al extremo de odiarla; no podía soportar su contacto, ni... es decir... rozarla ni nada parecido. Y eso no era algo momentáneo, porque estuviera enojada o algo por el estilo. Pero... también me di cuenta de que sentía cierto afecto por ella; dos o tres noches, casi sin pensarlo, entré en su cuarto y la besé; yo que antes apenas solía saludarla desde la puerta. Y... me sentí más amable con ella; el resentimiento que le tenía está desapareciendo junto con el dominio que ella tenía sobre mí. Ayer mismo, cuando la estaba ayudando a prepararse para salir, le arreglé el cabello, cuando hacía siglos que no aguantaba ni tocarla, y he aquí que le estaba acomodando los rizadores y todo. Y de pronto me di cuenta de qué no me molestaba ni un poquito hacerlo, y que en realidad era agradable.”

Estos fragmentos describen un patrón de cambio en las relaciones familiares que ya conocemos bien. Aunque apenas tiene el coraje de admitirlo, la señora S. se siente enojada con su madre, como si ella no tuviera sus propios derechos. Al parecer, la manifestación de esos sentimientos en la relación sólo podría causar dificultades. Sin embargo, en cuanto les permite formar parte de la situación aun provisionalmente, descubre que puede actuar con más seguridad e integridad. La relación mejora en lugar de deteriorarse. Lo más sorprendente de todo es que cuando vive la relación sobre la base de sus sentimientos reales, la señora S. descubre que el resentimiento y el odio no son los únicos sentimientos que abriga hacia su madre. También hay gusto, afecto y gozo en esa relación. Naturalmente, puede haber momentos de discordia, desagrado y pelea entre ambas, pero también habrá respeto, comprensión y agrado. La cliente y su madre parecen haber aprendido lo mismo que tantos otros clientes: que no es necesario vivir una relación sobre una base de simulación, sino que es posible vivirla en función de la diversidad de sentimientos fluctuantes que existen en cada uno.

Los ejemplos que presenté parecerían indicar que sólo es difícil expresar o vivir sentimientos negativos. Sin embargo, no es así. El señor K., un joven profesional, experimentaba tantas dificultades para descubrir los sentimientos positivos subyacentes tras su disfraz como para reconocer los negativos. El siguiente fragmento ilustrará el cambio operado en su relación con su hija de tres años.

El cliente dice: “Lo que estuve pensando mientras manejaba hacia acá era... cómo cambió mi manera de ver a nuestra hijita... Esta mañana estaba jugando con ella... y... simplemente, bueno, ... ¿por qué me cuesta tanto encontrar palabras ahora? Fue una experiencia realmente maravillosa... muy cálida, muy feliz y placentera, y me parece haberla visto y sentido tan cerca de mí. He aquí lo que considero significativo: antes... podía hablar de Judy; podía decir cosas positivas sobre ella, contar las gracias que hace y hablar de ella como si me sintiera un padre verdaderamente feliz, pero todo tenía cierta irrealidad... como si estuviera diciendo esas cosas porque debía sentirlas y porque así es como un padre debe hablar de su hija, y eso no era del todo cierto, porque yo tenía en realidad sentimientos negativos y confusos. Ahora pienso que es la criatura más maravillosa del mundo.”

T.: “Antes sentía que ‘debo ser un padre feliz’... esta mañana usted es un padre feliz...”

C.: “Así es exactamente como me sentí esta mañana. Judy se metió en mi cama... y después me preguntó si quería volver a dormirme y le dije que sí; entonces dijo que iría a buscar sus frazadas... y luego me contó un cuento... como tres cuentos en uno., . todo mezclado. y yo sentí que esto es lo que quiero en realidad. . . quiero vivir esta experiencia. Sentí que era... me sentí crecido.

adulto, creo. Sentí que era un hombre... ahora suena extraño, pero el hecho es que me sentí un padre adulto, responsable y amante, suficientemente grande, serio y feliz como para ser el padre de esa criatura, mientras que antes me sentía débil e indigno de algo tan importante como ser padre.”

Este cliente descubrió la posibilidad de aceptar sus sentimientos positivos hacia él mismo como buen padre y su amor por su hijita. Ya no necesita fingir que la quiere ni temer que tras su actitud exterior se esconda un sentimiento diferente.

El lector no se sorprenderá al saber que poco tiempo después este mismo cliente también logró expresar con mayor libertad el enojo o la impaciencia que a veces sentía hacia su hijita. Aprendió que los sentimientos que existen merecen ser vividos y que no es necesario encubrirlos.

Mejoramiento de la comunicación bidireccional

La experiencia terapéutica provoca aun otro cambio en el modo de vivir las relaciones familiares de nuestros clientes: éstos aprenden a iniciar y mantener una auténtica comunicación bidireccional. Una de las experiencias humanas más gratificantes —y también una de las menos frecuentes— es la de comprender por completo los pensamientos y sentimientos de otra persona, con los significados que tienen para ella, y a la vez ser comprendido por el otro. Los individuos que acuden a nosotros en busca de ayuda suelen referirse al placer de descubrir la posibilidad de establecer esa comunicación tan genuina con sus propios familiares.

Esto parece deberse en gran parte a su experiencia de comunicación con el asesor. El sentirse comprendido representa un alivio tal y una relajación tan maravillosa de las defensas, que el individuo desea crear esa misma atmósfera para otras personas. Es una experiencia que brinda gran alivio descubrir en la relación terapéutica que el otro es capaz de comprender todo: nuestros pensamientos más espantosos, nuestros sentimientos más extraños y anormales, nuestros sueños y esperanzas más ridículos y nuestras conductas más malvadas. Uno no puede menos que pensar en la posibilidad de hacer extensivo a otros este recurso.

Pero parece haber una razón aun más importante por la cual estos clientes pueden comprender a los demás miembros de su familia: cuando vivimos ocultos tras un disfraz y tratamos de actuar según pautas que no concuerdan con nuestros sentimientos, no osamos prestamos atención unos a otros; siempre debemos mantener la guardia alta, o correremos peligro de que alguien atraviese nuestra barrera. Pero cuando un cliente vive de la manera que he descripto, cuando tiende a expresar sus sentimientos verdaderos en cuanto surgen y vive sus relaciones familiares sobre la base de sus sentimientos reales, ya no necesita adoptar una actitud defensiva y puede atender y comprender a los otros miembros de su familia. En otras palabras, puede permitirse ver la vida tal como la ve la otra persona en ese momento.

La experiencia de la señora S. puede ilustrar parte de lo que intento decir. Se trata de la misma cliente a la que me he referido en la sección precedente. En una entrevista de seguimiento después de finalizado el tratamiento se le solicitó que refiriera algunas de sus propias reacciones ante su experiencia. Dijo lo siguiente: “Al principio no me pareció que fuera un asesoramiento, ¿sabe? Pensé que, bueno, sólo estaba hablando, pero... si lo pienso un poco más debo reconocer que es asesoramiento, y del mejor. Porque consejos he recibido muchos —y excelentes— de médicos, familiares y amigos... y jamás me sirvieron. Y pienso que para llegar a la gente uno no puede levantar barreras y esa clase de cosas, porque entonces la reacción que provoca no es la verdadera... Pero lo pensé bastante, y ahora estoy intentándolo un poquito con Carol (ríe), o al menos estoy tratando, usted sabe. Y... la abuela le dice ‘¿Cómo puedes ser tan mala con tu pobre abuela, vieja y enferma?´... y yo sé bien cómo se siente Carol al oírla. Tiene ganas de pegarle por ser tan insoportable. Pero he tratado de no insinuarle cosas ni orientarla, sino de sacarla.de ahí y hacerle sentir que estoy con ella, no importa lo que haga, y también trato de que me diga lo que siente y sus pequeñas reacciones, y está saliendo bien. Por ejemplo, Carol me dijo ya hace mucho que "la abuela está vieja y enferma, mamá", a lo que respondí que sí. Y como no la condeno ni la alabo, en este poco tiempo está empezando a... bueno, a poder decir ciertas cosas que tiene en la cabeza... sin que yo la fuerce ni trate de hacerlo... así que mi actitud está dando frutos con ella. Hasta me parece que también sirve un poco con mamá.

Una vez que la señora S. pudo aceptar sus propios sentimientos, expresarlos y vivir en ellos, se sintió también más deseosa de comprender a su hija y a su madre y de sentir empáticamente las reacciones de ellas frente a la vida. Su abandono de las defensas le permitió escuchar con aceptación y captar su manera de sentir la vida. Este tipo de desarrollo parece característico del cambio operado en la vida familiar de nuestros clientes.

Respeto por la individualidad del otro

Hemos observado una última tendencia que quisiera describir. Nuestros clientes tienden a permitir que cada miembro de la familia tenga sus propios sentimientos y sea una persona independiente. Esto puede parecer una afirmación extraña, pero representa en realidad un paso radical. Muchos de nosotros tal vez desconozcamos la tremenda presión que ejercemos sobre nuestras esposas o esposos y nuestros hijos para que tengan

los mismos sentimientos que nosotros. A menudo es como si dijéramos: “Si quieres que te ame debes sentir igual que yo. Si yo siento que tu conducta es mala, debes sentir lo mismo; si opino que cierta meta es deseable, debes sentir lo mismo.” En nuestros clientes vemos una tendencia exactamente opuesta. Hay un deseo de que la otra persona tenga sentimientos, valores y objetivos diferentes de los suyos. En resumen, desean que sea un individuo diferente.

Pienso que esta tendencia se desarrolla a medida que la persona descubre que puede confiar en sus propios sentimientos y reacciones, que sus impulsos más profundos no son destructivos ni catastróficos y que él mismo no necesita ser vigilado, ya que es perfectamente capaz de encarar la vida sobre una base real. En cuanto aprende que puede confiar en si mismo, en su propia unicidad, se vuelve más capaz de confiar en su esposa o en su hijo y de aceptar los sentimientos y valores únicos que existen en esa otra persona.

Las cartas de una pareja de amigos míos ilustran parte de lo que estoy diciendo. Como estaban interesados en mi trabajo consiguieron un ejemplar de un libro que yo había escrito y lo leyeron; el efecto del libro fue, al parecer, semejante al de la psicoterapia. La esposa me escribió una carta, en uno de cuyos párrafos describía sus reacciones: “Para que no crea que somos completamente frívolos, hemos estado leyendo Psicoterapia centrada en el cliente. Ya casi lo he terminado. Pienso que no se le pueden aplicar los calificativos habituales que uno usa para referirse a los libros. En realidad fue bastante parecido a una experiencia de asesora— miento. Me hizo pensar en algunas relaciones insatisfactorias de nuestra familia, en particular mi actitud hacia Phillip (su hijo, de 14 años). Me di cuenta de que hacía largo tiempo que no le demostraba amor porque estaba muy resentida por su aparente indiferencia y su desinterés por cumplir con cualquiera de las cosas que a mí siempre me parecieron importantes. Desde que dejé de asumir la mayor parte de la responsabilidad por sus objetivos —como he hecho siempre con Nancy, por ejemplo— han aparecido cambios sorprendentes en sus actitudes. Ningún terremoto, pero sí un comienzo prometedor. Ya no lo sermoneamos más por sus deberes escolares, y el otro día nos contó que se había sacado la nota más alta en un examen de matemática. Por primera vez en el año.”

Algunos meses más tarde me escribió el esposo. “Apenas si reconocería a Phil —dice—. Aunque no es muy conversador, tampoco es ya la. esfinge que todos conocíamos; en el colegio le va mucho mejor, aunque no esperamos que sea el alumno más distinguido de su promoción. Gran parte del mérito por esta mejoría se lo debemos a usted, porque Phillip empezó a florecer cuando pude confiar en él y dejé de forzarlo a imitar la gloriosa imagen de su padre a esa edad. ¡Ah!... ¡Quién pudiera deshacer los errores cometidos!”

Este concepto de confiar en el individuo y permitirle ser él mismo ha adquirido para mí gran significación. A veces imagino lo que sucedería

si una criatura recibiera este trato desde el comienzo de su vida, si pudiera tener sus propios sentimientos y nunca necesitara negarlos para recibir amor; si también sus padres fueran libres de experimentar y expresar sus propios sentimientos, que a menudo serían distintos de los del hijo, o aun distintos entre si. Esto significa que el niño crecería respetándose como persona única; que aun cuando tuviera que modificar su conducta conservaría la “propiedad” de sus sentimientos; que su comportamiento representaría un equilibrio realista entre sus propios sentimientos y los ajenos. Pienso que sería un individuo responsable que se dictaría sus propias orientaciones sin tener que ocultarse a sí mismo sus sentimientos ni vivir escudado tras un disfraz. En definitiva, estaría relativamente libre de las fallas de adaptación que inutilizan a tantos de nosotros.

El cuadro general

Si he podido discernir con exactitud las tendencias que se perfilan en la experiencia de nuestros clientes, creo que la psicoterapia centrada en el cliente tiene muchas implicancias para la vida familiar, que ahora quiero volver a enunciar en términos más generales.

He podido observar que, en definitiva, el individuo se siente satisfecho si puede expresar sus emociones intensas o persistentes, en el momento en que éstas surgen a la persona a quien están dirigidas y con toda la profundidad que adquieren. Esto es más útil que rehusarse a admitir su existencia y permitir que se acumulen hasta un punto en que pueden resultar explosivos o proyectarlos hacia una situación ajena a la que les dio origen.

Al parecer, el individuo descubre que, en última instancia, es mejor vivir una relación familiar sobre la base de los verdaderos sentimientos personales que en día existen, y no en función de una farsa. También advierte que habitualmente resulta infundado el temor de que al admitir los sentimientos genuinos, se destruya la relación. Esto es cierto sobre todo cuando los sentimientos se expresan como propios, no como una afirmación sobre un tercero.

Nuestros clientes descubren que cuando pueden expresarse con mayor libertad y cuando las manifestaciones externas de la relación concuerdan mejor con las actitudes fluctuantes subyacentes, pueden despojarse de algunas de sus defensas y prestar verdadera atención a la otra persona. A menudo logran —por primera vez— comprender cómo se siente el otro y captar las razones por las cuales se siente así. De esta manera la interacción entre ambos se impregna de una comprensión mutua.

Por último, aumenta el deseo de que las demás personas también sean ellas mismas. Si estoy más deseoso de ser yo mismo, también estoy más preparado para permitirte ser tú mismo, con todo lo que eso implica.

Esto significa que el círculo familiar tiende a convertirse en un conjunto de personas singulares, con objetivos y valores individuales, unidas entre sí por los sentimientos reales —positivos y negativos— que existen entre ellas y por el vinculo satisfactorio que crea la comprensión mutua de al menos una parte de sus respectivos mundos personales.

Pienso que una terapia que ayuda al individuo a convertirse más plena y profundamente en él mismo, le permite también lograr mayor satisfacción en sus relaciones familiares realistas, que, por otra parte, tienden al mismo fin: facilitar a cada miembro del grupo familiar el proceso de descubrirse y llegar a ser si mismo.

El proceso de convertirse en persona
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019.xhtml
sec_0020.xhtml
sec_0021.xhtml
sec_0022.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026.xhtml
sec_0027.xhtml
sec_0028.xhtml
sec_0029.xhtml
sec_0030.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_000.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_001.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_002.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_003.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_004.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_005.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_006.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_007.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_008.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_009.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_010.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_011.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_012.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_013.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_014.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_015.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_016.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_017.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_018.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_019.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_020.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_021.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_022.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_023.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_024.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_025.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_026.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_027.xhtml