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Jackson está apoyado en la mesa para consultas frente al mostrador de recepción, hablando con el señor Sutherland, que ordena unos papeles y los firma inclinado sobre la misma mesa. Carrie lo observa embelesada. Cuando se agarra con las dos manos al borde de acero oscuro de la mesa, la chaqueta de su impecable traje a medida negro se abre y su impoluta camisa blanca se tensa y reluce en contraste con su corbata también negra. El señor Sutherland dice algo que no alcanzo a escuchar y él sonríe. Recordaba esa sonrisa. Está fabricada con manuales sobre cómo desarmar a las mujeres y sexo salvaje. Puede que coincidiéramos poco, pero he visto a demasiadas chicas caer presas de ese simple gesto. Ahora mismo Carrie le daría todo su dinero a cambio de que se acercara, se inclinara sobre su mostrador y le sonriese de cerca.
Es tan injusto…
Pillándome por sorpresa, Jackson vuelve a reparar en mí. De nuevo me observa durante unos segundos y, con la misma media sonrisa algo arisca y muy impertinente, se cruza de brazos. Está imitándome. Se está riendo de mí. Eso me enfurece. Automáticamente descruzo los brazos y cuadro los hombros. Jackson ladea la cabeza sin levantar su mirada de la mía y, aunque es lo último que quiero, su magnetismo y esos increíbles ojos verdes me sacuden. ¿Por qué tiene que tener esa mirada tan extraordinariamente intensa?
¡Reacciona, Archer!
Sacudo la cabeza y echo a andar de nuevo. Si cree que va a tenerme a sus pies, se equivoca muchísimo. Ni siquiera me cae bien.
—Buenos días, señor Sutherland —saludo a mi jefe deteniéndome frente a él—. No esperaba verlo aquí.
—Bueno, el señor Colton me comentó que vendría él mismo a por la documentación Foster y no quería perder la oportunidad de saludarlo en persona.
Le dedico una mirada fugaz a Jackson y vuelvo a encontrarme con su sonrisa. ¿Piensa dejar de sonreír en algún momento?
—Claro —respondo.
¿Por qué será que no me sorprende que Jackson Colton tenga al consejero de Economía comiendo de su mano? ¿Alguien es capaz de decirle que no a algo?
En ese momento Jackson vuelve a atrapar mi mirada. Si no fuese una locura, diría que me está contestando un cristalino «no» a la pregunta que acabo de hacerme mentalmente.
—Aquí tiene el dosier —digo tendiéndole la carpeta, alegrándome como nunca de que mi voz suene firme.
—¿Y los archivos adicionales? —pregunta Jackson sin molestarse en abrir los que ya tiene entre las manos.
Lo miro confusa. Los archivos adicionales son otras tres carpetas más. Lo lógico es que se conforme con ver un resumen.
—Supongo que sabrá lo que son. Al fin y al cabo, es la directora del departamento —comenta mordaz otra vez con esa sonrisa en los labios.
¿Por qué tengo la sensación de que esa sonrisa es lo que más me molesta de todo?
Aprieto los dientes. Por supuesto que sé lo que son.
Estoy licenciada en Derecho y Economía por Harvard, maldito imbécil.
Furiosa, giro sobre mis salones negros, alcanzó el mostrador de Carrie y telefoneo a Scott. Mientras espero, repaso mentalmente sus palabras. Mala idea. Me enfado todavía más.
—Trae todos los dosieres de Foster a recepción —ordeno.
Cuelgo y suspiro hondo. Funciona mínimamente, pero, cuando llevo mi vista hacia Carrie y la veo a punto de suspirar, no puedo evitar poner los ojos en blanco. ¡Sólo es un hombre guapo! Vale, extraordinariamente guapo, pero también es la maldad personificada. ¿Cómo es posible que una sonrisa, por muy espectacular que sea, y una cara de canalla les haga ignorar todos sus instintos de supervivencia?
—Todo arreglado —comento girándome.
La última palabra la murmuro por inercia y con el ceño fruncido mientras observo cómo Jackson se aleja por el pasillo destilando toda esa masculina seguridad. ¿Adónde va?
—Pensé que venía a buscar la documentación Foster —pronuncio confusa.
—El señor Colton ha creído, y yo estoy totalmente de acuerdo —me aclara mi jefe—, que lo mejor será que llevemos esa información a sus oficinas. Así podrá compararla con las próximas inversiones del señor Foster y revisarlas adecuadamente con una persona de este departamento. Una buena manera de evitar futuros malentendidos. ¿No te parece? —concluye con una estúpida sonrisa.
No, no me lo parece. Si quiere la información, que espere por ella. O lo que es aún mejor, que pida cita y se pase dos horas en nuestra biblioteca revisando carpetas como hacen todos los demás.
¡Qué injusto!
—No me parece bien que malgastemos el tiempo de un empleado del departamento en hacerle la vida más fácil al señor Colton —me quejo.
¿Protestaría igual si no fuera Jackson Colton el beneficiario de la falta de ética de mi jefe?
No es el momento de hacerme esa clase de preguntas, es el momento de aprovechar toda esta ira.
—Ni siquiera creo que sea algo justo —añado—. Cada persona del departamento es un especialista cualificado, no un mensajero ni un asistente personal para el señor Colton.
Sonrío. No ha estado mal. Estoy orgullosa de mi discurso a lo abogada laboralista de serie de la NBC.
—No te preocupes, no vamos a malgastar el tiempo de ninguno de los empleados, porque vas a ir tú, Lara.
Enarco las cejas sorprendida. ¡Por encima de mi cadáver! No pienso hacerlo.
—Señor Sutherland, tengo mucho, muchísimo —especifico— trabajo que hacer aquí. No puedo perder el tiempo…
—Lara —me interrumpe—, estoy seguro de que podrás hacer un hueco. —Alza la mano frenando mi futura nueva protesta—. Tengo que marcharme a una reunión con el gobernador. No me decepciones.
Y ahí está el verdadero motivo por el que sigo en esta oficina a pesar de que lo que realmente me apasiona es el derecho y mi sueño es trabajar en el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados. Hace un año creé un proyecto de ayuda al refugiado basado en la construcción de microcomunidades autosuficientes. Llevo trabajando en él cada día y hora libre que he tenido durante meses. Es mi sueño, lo que siempre he querido hacer. La ONU sólo aceptará incluirlo en su programa y llevarlo a cabo en las zonas más deprimidas del Tercer Mundo si encuentro financiación externa, y ahí es donde entra el señor Sutherland. Unos meses atrás le hice ver que era muy positivo para la conserjería que destinara el dinero que recauda a través de las astronómicas multas que impone a los inversores a programas de organizaciones no gubernamentales, entre ellos mi proyecto. A falta de unos días para mi reunión con Nadine Belamy, la directora del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, no puedo permitirme enfadar al señor Sutherland y que retire su apoyo al proyecto. Estoy demasiado cerca de conseguir ayudar a toda esa gente. Así que no me queda otra que tragarme mi orgullo y llevarle los archivos a Jackson.
El karma me debe una enorme.
—Carrie, consígueme la dirección de la oficina del señor Colton —le pido a regañadientes antes de volver a mi despacho.
Sencillamente no me lo puedo creer.
Recojo todos los documentos, dejo organizado el día en la oficina y regreso al mostrador de recepción. Carrie me tiende un papel con la dirección. Tuerzo el gesto y resoplo de nuevo. Está en la parte alta. Voy a tener que cruzar toda la maldita ciudad en hora punta.
Opto por el metro. Me niego a pasarme una hora montada en un taxi y quedarme atrapada en la Sexta Avenida. Si llego tarde, me importa bastante poco. Ni siquiera tendría por qué ir. A unos pasos del 1375 de la Sexta, noto cómo mi enfado no sólo no se calma, sino que crece aún más.
Subo hasta la planta número sesenta y accedo a un entramado de oficinas con paredes de cristal. Camino despacio y me detengo delante de Colton, Fitzgerald y Brent; su apellido e imagino que el de sus socios en discretas letras blancas en la puerta de cristal es el único identificativo de la empresa.
—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarla? —me saluda una chica desde detrás de un mostrador.
Trago saliva. No me gustan los desconocidos. No me gustan los lugares desconocidos.
La chica sonríe amable esperando una respuesta. Tiene el pelo castaño y es muy guapa, en perfecta consonancia con la oficina.
Yo respiro hondo discretamente tratando de tranquilizarme.
—El señor Colton me está esperando —me obligo a decir.
—La señorita Archer, ¿verdad?
Asiento confusa. ¿Cómo sabe mi nombre? ¿Tan claro tenía Jackson que vendría yo? ¡Maldita sea! Ha sido idea suya. ¡Ha sido idea suya que viniese justo yo! Aprieto los dientes conteniendo mi monumental enfado.
Me las vas a pagar.
La chica busca entre los papales de su mostrador y me entrega una identificación con mi nombre.
—Debe tenerla visible en todo momento —me comunica.
Asiento de nuevo y me cuelgo la identificación del cuello. Podría pegarle. Quizá tirarle un tacón a la cabeza. Me miro los zapatos discretamente. Me gustan y son demasiado fáciles de combinar como para estropearlos con la cara de ese malnacido.
La recepcionista coloca un último papel sobre la madera de diseño y lo desliza hasta dejarlo frente a mí en compañía de un bolígrafo. Cuando leo «Acuerdo de confidencialidad», mi expresión se llena de desconcierto. Ella debe de notarlo, porque su sonrisa se ensancha y se tiñe con algo de malicia.
—Todos, tanto empleados como clientes o visitas de cualquier índole, deben firmarlo —me explica—. Tratamos con personas muy importantes, así que la discreción es fundamental para los jefes.
Lo leo de prisa. No hay nada extraño. Parece un acuerdo estándar para que sea firmado sin darle demasiadas vueltas. Aun así, ¿a qué demonios se dedican aquí para que un acuerdo de confidencialidad sea el primer paso a completar?
Finalmente firmo y se lo entrego a la chica.
—Sígame —me pide saliendo de detrás del mostrador y adentrándose en la oficina.
Aprieto el puño incómoda. Seguirla implica alejarme del ascensor y de la calle. Trago saliva y me obligo a caminar.
Sólo un paso tras otro, Lara.
No me gustan los desconocidos. No me gustan los lugares desconocidos.
Accedemos a una luminosa estancia. La observo tratando de memorizar todos los detalles, buscando desesperadamente convertirla en un sitio familiar. Hay dos pares de sillones con esqueletos de reluciente metal y almohadones blancos con una pequeña mesita entre ellos. No sé el nombre del diseñador, pero, después de pasarme meses viendo revistas de decoración, tengo claro que son caros, y mucho, y probablemente exclusivos. ¿Quizá de Ora-ïto?
Tras ellos se levanta un inmenso ventanal del suelo al techo con unas increíbles vistas de Manhattan. Automáticamente la panorámica llama mi atención, pero no puedo fijarme mucho más, ya que la recepcionista continúa avanzando. La sigo por un pasillo también acristalado en uno de sus lados y desde el que puede verse el ascensor. Ver el ascensor me da seguridad.
Respiro hondo.
Entramos en una nueva sala. El ventanal se mantiene y hay un bonito escritorio de madera. Imagino que es la mesa de una secretaria, pero no hay secretaria alguna tras ella.
—Espere aquí —me pide la recepcionista amablemente—. Avisaré al señor Colton.
La chica llama con suavidad a la puerta cerrada a unos pasos de ella y, tras unos segundos, abre y entra con muchísima cautela. Yo sonrío fugaz. Apuesto a que Jackson es un auténtico tirano. Es demasiado arrogante para no serlo.
Estoy esperando cuando oigo unos pasos cada vez más rápidos acercarse por el pasillo. Todo mi cuerpo se tensa un poco más y mi respiración se acelera sin que pueda evitarlo. Busco el ascensor con la mirada tratando de tranquilizarme, pero desde aquí no consigo verlo. El corazón comienza a latirme muy de prisa.
Tranquilízate, Archer. No va a pasar nada.
De pronto una chica pelirroja con los ojos azules y grandes irrumpe en la estancia con el paso algo patoso. Me ve e inmediatamente me dedica una amplia sonrisa.
—Hola, soy Katie —se presenta tendiéndome la mano.
Yo la observo sin saber qué decir. No ha hecho nada fuera de lo común, pero las orejas de gato que lleva en la cabeza me roban toda la atención y, al mismo tiempo, por algún extraño motivo, hacen que me relaje.
—Soy Lara —respondo algo confundida, estrechándosela.
Ella comprende automáticamente lo que me pasa y se señala las orejas a la vez que tuerce el gesto y asiente. Abre la boca dispuesta a darme una explicación, pero en ese instante la puerta del despacho se abre. La recepcionista sale discretamente y de ese mismo modo abandona la sala. Tras ella aparece Jackson y nuestras miradas vuelven a encontrarse de inmediato. Los ruidos se multiplican y desde el pasillo entran dos chicos perfectamente enchaquetados. Toda la tensión vuelve. Doy un paso atrás. No los conozco. Estoy demasiado nerviosa.
—Trampa —dice uno de ellos acercándose a Katie.
Tiene el pelo castaño y unos ojos de un color indescifrables. No sé si son verdes o azules.
—Donovan —gimotea ella.
Él se encoge de hombros absolutamente impasible a la vez que se cruza de brazos sin levantar su mirada de Katie. La chica hace un par de pucheros tratando de ablandarlo, pero no parece obtener ningún resultado. Finalmente resopla malhumorada y se lleva la mano a la diadema. Aprieta algún botón y las orejas se iluminan intensamente.
Sonrío, no puedo evitarlo, y automáticamente miro a los dos hombres. Uno lucha por contener una sonrisa que ese tal Donovan no se molesta en disimular. Deben de rondar los treinta. Los dos son guapísimos, aunque de maneras completamente diferentes.
—Mucho mejor, Pecosa —responde satisfecho—. Lola te está buscando.
Ella lo fulmina con la mirada y se marcha por el pasillo. Él la observa hasta que desaparece y poco a poco su mirada se va llenando de un amor indisimulable, como si sólo se permitiese mirarla así cuando ella no se da cuenta.
—¿Se puede saber qué te ha hecho para que la tortures? —pregunta el segundo chico.
—Quiere un gato —bufa Donovan indignadísimo—, y no uno cualquiera. Pretende meter en mi ático de lujo de Lenox Hill un gato moribundo de un refugio de animales del Bronx.
—¿Y por qué del refugio?
—¿Y yo qué coño sé? —se queja arisco—. Le irán las causas perdidas.
—Eso está claro —replica burlón.
Donovan suelta una única carcajada de lo más sardónica mientras el otro sonríe encantado con su propia broma.
—Le dije que no, que yo ya tenía una gatita que se sentaba en mi regazo cada vez que quería. —El segundo chico enarca las cejas dedicándole un claro «te hiciera lo que te hiciese, te lo tenías bien merecido»—. Me gané una bofetada, que no me hablara en toda la noche y, además, me quedé sin club.
—Ooohhh, cuánto debiste sufrir —comenta socarrón.
—El caso es que hicimos un trato —continúa ignorando las palabras de su amigo—. Yo me las ingenié para que perdiese y esto, amén de otras cosas que no pienso compartir contigo, es parte de mi premio.
Sin darme cuenta sonrío de nuevo y en realidad no sé por qué. Está más que orgulloso de habérsela jugado a la que imagino que es su novia.
—Ella es tu premio, capullo, y no te la mereces —lo desafía divertido.
—Claro que me la merezco —protesta.
El otro sonríe impertinente como respuesta y finalmente reparan en mí. Al hacerlo, se acercan un par de pasos y yo me contengo para no dar uno nuevo hacia atrás.
—¿Quién eres? —pregunta algo arisco el responsable de las orejas de gato.
—Soy Lara Archer.
Vuelvo a ponerme nerviosa, mucho.
Es Donovan. Su novia se llama Katie. Viven en Lenox Hill. No es un extraño.
Inquieta, llevo mi mirada hasta Jackson. Él ya me estaba observando y eso me desconcierta.
—Yo soy Colin Fitzgerald —se presenta obligándome a mirarlo—. Y no te fíes de este —continúa divertido en clara referencia a Donovan—. Es un embaucador.
—¿Que soy un embaucador? —replica ignorándome y prestándole toda su atención a su amigo—. Pues, todo lo que sé, lo he aprendido de vosotros dos, criminales.
—Este es Donovan Brent —me explica Colin haciéndome partícipe de nuevo de la conversación.
Donovan levanta la mano sin mucho entusiasmo. No parece muy simpático.
—¿Y qué haces aquí? —me pregunta Colin.
Un ruido atronador fuera de la oficina lo interrumpe. Ninguno de los tres parece darle la menor importancia, pero mis nervios y toda mi ansiedad aumentan hasta casi el infinito. ¿Qué era? ¿De dónde ha venido? Mi cuerpo se engarrota y un sudor frío recorre mi espalda. Veo el ascensor. El ascensor es mi vía de escape.
Tranquilízate, Archer.
Donovan Brent, Colin Fitzgerald. Donovan Brent, Colin Fitzgerald. Conozco sus nombres. No son extraños. Odio a los extraños.
Los dos me miran esperando a que explique qué hago aquí o, por lo menos, por qué los estoy mirando con cara de susto. Trago saliva e intento hablar, pero las palabras se niegan a atravesar mi garganta.
Habilidades sociales: 2; Lara Archer: −2568.
—Es de la Oficina del ejercicio bursátil —responde Jackson a mi espalda—. Trae la documentación de Foster.
Su seguridad es atronadora. Inmediatamente me giro y lo miro de nuevo. Es abrumador cómo puede hacerse con una habitación, con una situación en general, sólo con un par de palabras.
—Entra en mi despacho, Lara —me ordena con sus ojos verdes atrapando por completo los míos.
Yo frunzo el ceño imperceptiblemente. Mi nombre en sus labios ha sonado completamente diferente, como si lo hubiese inventado para mí, como si le perteneciese.
Me obligo a dejar de mirarlo y asentir y giro sobre mis talones.
—Encantada de conoceros —murmuro justo antes de entrar.
A solas en su despacho, clavo la mirada en mis propios zapatos y respiro hondo. También es un lugar extraño, pero, sin saber por qué, me siento más reconfortada, incluso protegida. Suspiro con fuerza y cabeceo avergonzada.
No puedes perder el control así, Archer. Ya no tienes siete años. Eres una mujer adulta.
Vuelvo a respirar hondo, despacio. Mi corazón va calmándose. Entonces algo llama mi atención. Alzo la cabeza y contengo un suspiro al ver ante mí una increíble librería. Ocupa toda la pared del fondo y es de una suave madera envejecida. Admirada, doy un paso hacia ella. Un simple vistazo me hace encontrar grandes joyas del derecho internacional o el comercio exterior, ¡y en su idioma original!
En ese momento Jackson entra en el despacho. Borro la sonrisa de mis labios y me alejo del mueble. La ratoncita de biblioteca se queda embobada con una librería. Eso sería darle munición para que esté riéndose de mí durante meses. Sin embargo, al pasar junto a mi lado, puedo ver de reojo una impertinente sonrisa en sus labios.
Llegas tarde, Archer.
«La ratoncita de biblioteca llega tarde».
Lo mejor será darle las carpetas y acabar con esto lo antes posible, pero, cuando me giro, lo que me encuentro al otro lado me deja sin habla. El enorme ventanal continúa en su despacho y el edificio Chrysler se levanta majestuoso a la espada de Jackson. El día no es especialmente luminoso y el sol escurridizo hace que su rostro y todo su cuerpo queden entre sombras, aún más misterioso. La perfecta fotografía del emprendedor lleno de éxito y el edificio que mejor representa esa idea en la ciudad de Nueva York.
Uau.
Cabeceo de nuevo y trago saliva. Todo esto es una estupidez. Cuadro los hombros y, por fin, dejo los dosieres sobre su mesa.
—Estudiamos las inversiones del señor Foster del 12 de enero, el 26 y 27 de marzo y el 30 de junio. Los fondos SICAV, en los que invirtió 11,7 millones de dólares, rozan la ilegalidad. Además, la oficina tiene como política investigar todas las inversiones que recaen o nacen en cuentas en Suiza —sentencio.
Juraría que ni siquiera he tomado aire.
Jackson me observa pero no dice nada. Sus ojos verdes son impenetrables.
No se merece ser así de guapo, así que no pienso mirarlo un segundo más. Asiento y doy un paso atrás dispuesta a marcharme. No quiero estar aquí y tampoco tengo por qué.
—¿Adónde vas? —pregunta, y su voz, una vez más, suena increíblemente exigente.
—A mi oficina, Jackson, donde trabajo —respondo displicente.
—Para ti soy el señor Colton.
Frunzo el ceño. ¿A qué ha venido eso?
—¿Tengo que recordarte lo que el señor Sutherland te ha pedido que hagas? —inquiere arisco.
—Supongo que lo tienes tan claro porque fue idea tuya.
—Tener a una cría de veintiún años jugando con su calculadora en mi despacho no fue exactamente idea mía.
Qué imbécil.
—Soy directora de departamento.
—Y apuesto a que estás muy orgullosa —replica mordaz, dedicándome una falsa sonrisa.
¡Otra vez se está riendo de mí!
Voy a decirle exactamente todo lo que pienso de él y voy a hacerlo con todo lujo de detalles.
—Jackson…
—Siéntate —me ordena sin ninguna amabilidad, interrumpiéndome.
Me cruzo de brazos y entorno la mirada. No es nadie para darme órdenes. Ahora, aparte de decirle todo lo que pienso de él, quiero tirarle algo a la cara, algo macizo; por ejemplo, ese pisapapeles de ahí.
—No te lo estoy pidiendo —me aclara impaciente.
Nos mantenemos la mirada en un absurdo duelo. Nunca he sido buena en las confrontaciones, pero él ha conseguido que un cristalino enfado tome mi cuerpo de pies a cabeza. Sigue siendo igual de arrogante, igual de arisco e igual de exigente. Un maravilloso cóctel al que apuesto que ahora hay que sumarle que es un auténtico tirano en la oficina y un adicto al trabajo. Todavía estoy muy cabreada por cómo se largó de mi oficina. Seguro que piensa que todos los habitantes del planeta Tierra nacemos, vivimos y morimos para complacerlo, sobre todo, las mujeres. ¿Cómo puede ser tan engreído?
—¿Vas a sentarte de una maldita vez o voy a tener que soportar que te sigas comportando como una cría mucho más tiempo? —comenta displicente y malhumorado, revisando unos documentos—. Algunos tenemos trabajo más allá de pasearnos con carpetitas por toda la ciudad, Lara.
Suspiro hondo con la mirada clavada en el pisapapeles. Si hago que su hijo acabe en el hospital, probablemente Easton se enfade conmigo. Trato de calmarme. Sólo tengo que responder a sus estúpidas preguntas y largarme de aquí. Con un poco de suerte no volveré a verlo hasta dentro de otros cuatro años. El universo habrá sido justo y será calvo y gordo. Sonrío con malicia mentalmente.
Es lo que te mereces, Jackson Colton.
A regañadientes, camino los pocos pasos que me separan de su mesa y me siento frente a él.
—Para ti soy la señorita Archer —siseo—. No recuerdo haberte dado permiso para que me tutees.
Jackson alza su mirada y la clava en la mía. Involuntariamente me resulta muy sexy y al mismo tiempo logra intimidarme, pero lucho contra todos mis instintos para no permitirle ver ninguna de las dos cosas.
Finalmente toma la carpeta principal de la documentación Foster, la que no quiso llevarse cuando estuvo en mi oficina, y comienza a revisarla. Yo me aseguro de estar lo más erguida posible en la silla y me cruzo de brazos. Sólo quiere tenerme aquí como una estúpida demostración de poder. Pasa la primera página muy de prisa. Frunzo el ceño y centro mi mirada en él. O sólo está ojeando los documentos o es increíblemente rápido revisando números.
—Hay un fallo —concluye sin ninguna amabilidad, cerrando la carpeta y dejándola caer en el escritorio—. Soluciónalo.
—No hay ningún fallo —sentencio.
El departamento tiene un sistema muy estricto precisamente para evitarlos. Cada inversión susceptible de delito es estudiada tres veces por tres analistas distintos. No hay ningún fallo. Sencillamente no puede haberlo.
—Una de las cuentas está mal —me explica cortante, centrando toda la atención en la pantalla de su ordenador.
—¿Cuál?
—Averiguarlo; es tu trabajo, no el mío.
Lo asesino con la mirada, pero él ni siquiera se da por aludido. No hay ningún fallo, ¡lo sé! Sin embargo, puede ser mi excusa para largarme de aquí sin ponerle en bandeja a Jackson la posibilidad de que llame al señor Sutherland quejándose de mí.
—Está bien —digo levantándome, luchando por sonar amable—. Regresaré a mi oficina, analizaré de nuevo toda la documentación y te la enviaré revisada por mensajero.
Jackson se recuesta sobre su asiento y cruza las manos sobre su estómago. Todo, sin levantar sus ojos de mí.
—No, creo que no —responde arrogante, de nuevo con esa media sonrisa en los labios—. Prefiero que hagas esa revisión aquí. Me corre algo de prisa.
¡Maldita sea!
—Si le corre algo de prisa —replico apoyando las palmas de mis manos en su mesa e inclinándome ligeramente hacia delante—, utilice el informe que ya tiene. Si hay algún fallo, cosa que dudo, será mínimo. No le entorpecerá a la hora de proyectar futuras inversiones.
Jackson se levanta, se retoca los gemelos y rodea la mesa despacio, tomándose su tiempo, como si quisiera que fuese su espectadora. Se apoya en la madera a mi lado y agarra el borde con fuerza. Está muy cerca, tanto que la manga de su traje a medida roza mi brazo desnudo y un suave estremecimiento me recorre todo el cuerpo.
—Yo no acepto las cosas a medias, Lara. —Saborea cada letra de mi nombre recordando perfectamente que le he pedido que me llame señorita Archer—, nunca —sentencia con su voz ronca, ladeando la cabeza para que sus labios casi rocen el lóbulo de la oreja.
No puedo más y al fin lo miro, apartando mi mirada del ventanal donde tanto me he esforzado en mantenerla. Sus ojos verdes brillan aún más intensos. ¿Por qué tengo la sensación de que él y toda su maldad están disfrutando con todo esto?
—No estoy a tu disposición —le espeto.
—¿Crees que alguna vez me ha importado eso? —responde sin asomo de dudas, aún más arrogante.
Yo ahogo un suspiro absolutamente escandalizada. Ha sido demasiado… y también realmente sexy. ¡No es justo!
¡Reacciona, Archer!
—Revisaré el informe, comprobaré que está perfecto y lo traeré de vuelta. Lo hago porque el señor Sutherland me lo ha ordenado, pero no pienses ni por un momento que mi oficina o yo estamos a tu disposición.
Cojo las carpetas y salgo de su despacho destilando una rabia monumental. De reojo puedo ver cómo su estúpida sonrisa sigue ahí. ¿Quién se cree que es? ¿Y por qué no le he tirado el maldito pisapapeles? Seguro que Easton sabe perfectamente la clase de bastardo malnacido que tiene por hijo. A lo mejor hasta me felicitaría. Una sonrisa por cada punto de sutura que le hubiese hecho en esa preciosa cara. ¡No le soporto!
Avanzo unos metros por el perfecto parqué hasta que me doy cuenta de que no sé adónde ir. No es mi oficina. No sé dónde hay un despacho ni si podré usarlo en caso de encontrarlo. Oigo unas voces en el vestíbulo y, a través de la pared de cristal del pasillo, veo a la recepcionista, y a Katie, la chica de las orejas de gato.
Suspiro con fuerza y echo a andar hacia ellas.
Las conoces, Archer. No pasa nada. No montes una escena.
—Perdonad —me disculpo.
Katie se gira para atenderme. Las orejas iluminadas llaman poderosamente mi atención, pero hago un esfuerzo titánico por no mirarlas.
—Tengo que revisar unos informes —les explico alzando las carpetas suavemente— y me pegunto si hay algún despacho que pueda usar; en realidad, no necesito un despacho, con una mesa y una silla será suficiente.
Katie asiente con una sonrisa enorme.
—Puedes usar la pecera —me informa echando a andar—. Ven conmigo.
Avanzamos por el mismo pasillo de antes y nos detenemos frente a un despacho con las paredes de cristal.
—Era mi antigua oficina —añade abriendo la puerta y encendiendo la luz—. Es la mejor de todas. Tiene las paredes de cristal, así que puedes cotillear cualquier cosa que suceda en Colton, Fitzgerald y Brent.
—¿Trabajabas aquí? —pregunto con curiosidad.
Katie vuelve a asentir con una sonrisa, aunque es completamente diferente a la anterior.
—Lo dejé poco antes de primavera. Ahora trabajo en una cafetería y en unos días empezaré a estudiar Económicas en la Universidad de Nueva York.
—Eso es genial.
—Gracias.
La observo y me muerdo el labio inferior nerviosa. Katie podría darme mucha información, pero no quiero parecer indiscreta.
«¿Cuándo te ha preocupado eso?».
—¿Qué tal son los chicos como jefes? —me envalentono a preguntar al fin, aunque técnicamente sólo siento curiosidad por uno de ellos.
Katie lo piensa un instante.
—Yo trabajé sobre todo para Donovan. —Al pronunciar su nombre, una sonrisita absolutamente enamorada se cuela en sus labios. Definitivamente son novios—. Como jefe… es un auténtico cabronazo.
Su sonrisa se transforma en una sincera y automáticamente se contagia en mis labios.
—No has dudado —replico divertida.
—No hay por qué —sentencia sin dejar de sonreír—. Colin tiene más mano izquierda, pero es un auténtico embaucador. Acabas haciendo lo que él quiere y dándole las gracias por ello antes siquiera de darte cuenta.
Sonrío de nuevo cuando la escucho mencionar la palabra que ellos mismos usaron esta mañana. Desde luego, Colin tiene una sonrisa y una mirada con la que parece decirte que acabarás metida con él en un lío del que probablemente no querrás salir.
—Jackson es diferente —continúa captando toda mi atención—. No como jefe, sino como persona. Siempre parece estar un escalón por encima del mundo y no es una cuestión sólo de arrogancia. Con él da la sensación de que así es exactamente como tiene que ser.
Me sorprendo asintiendo. Jackson Colton es así. Siempre ha sido así.
—Los tres son brillantes —afirma—. Trabajé poco tiempo aquí, pero aprendí muchísimo de ellos.
De pronto enarca las cejas y sonríe impertinente.
—¿Te estás planteando trabajar aquí?
—No —respondo alarmada prácticamente antes de que termine la pregunta—. No —repito en un tono más normal y adulto.
Ella se encoge de hombros y se dirige hacia la puerta.
—Es una pena. Parece que te gustan los números.
Sonrío. Tiene razón, pero no podría trabajar para Jackson aunque fuese el último hombre sobre la tierra.
—Si necesitas cualquier cosa —continúa antes de cruzar el umbral—, no dudes en buscarme. Si no estoy por aquí, me encontrarás en la oficina de enfrente.
Señala hacia el vestíbulo y, al hacerlo, su muñeca derecha queda al descubierto y con ella un pequeño tatuaje de un unicornio. Apenas la conozco, pero creo que le va mucho.
—Muchas gracias —me despido.
Katie cruza el vestíbulo y, cuando está a punto de salir de la oficina, Donovan aparece a paso acelerado desde el pasillo, chista a la recepcionista para que no lo descubra y asusta a su novia agarrándola por la espalda. Ella da un respingo, pero él no le deja tiempo para protestar. La gira entre sus brazos y la besa con fuerza llevándola contra la pared. Katie se queja enfadada, pero él no tarda en convencerla. Después de un beso espectacular, Donovan le dice algo que no logro oír y ella niega con la cabeza con la misma sonrisa que tenía cuando pronunció su nombre en este despacho. Él le repite la proposición y parece que la convence de nuevo, porque la toma de la mano y tira de ella, que lo sigue fingidamente displicente los primeros pasos y encantadísima todos los demás.
—No te quites las orejas de gato —le ordena en un susurro camino de su despacho.
Yo sonrío y me obligo a apartar la mirada. Ha sido intenso y romántico a la vez, absolutamente perfecto. Exactamente como tiene que ser. Resoplo y me dejo caer contra la silla. Sólo espero poder sentir una química así alguna vez.
«¿Con Connor Harlow, por ejemplo?».
Por ejemplo.
Sonrío de nuevo y abro la primera carpeta. En cuanto ojeo el primer documento, el gesto me dura poco en los labios. Son cuatro tandas de inversiones, es decir, más de trescientas líneas de operaciones matemáticas que examinar. Me gustan los números y mi trabajo, pero no me apetece tener que revisar algo que ya he revisado; sobre todo, cuando sé que no hay ningún error.
Tres horas después, dejo caer la carpeta sobre la mesa absolutamente desesperada. He estudiado poco más de la mitad de las operaciones y no hay una sola coma mal colocada. Malhumorada, saco mi iPhone y llamo a la oficina. Compruebo que todo está bien y le pido a Scott que me envíe por email las revisiones que se van cerrando. Debería estar allí, en mi despacho, no aquí.
Igual de enfadada, dejo el smartphone sobre la mesa y doy un largo suspiro mientras echo un vistazo a esta singular pecera. Katie tenía razón y, gracias a las paredes de cristal, puede verse prácticamente cualquier rincón de Colton, Fitzgerald y Brent desde aquí.
Estoy a punto de volver a centrarme en mis números cuando Jackson aparece desde el pasillo que lleva a su despacho. Camina concentrado en unos documentos y se detiene a unos pasos del vestíbulo. Se humedece el labio inferior discreto y acto seguido se pasa la mano por el pelo. Por un momento mi mirada se pierde en sus movimientos y un calor frenético y sincero se concentra en mi vientre. ¿Qué me pasa?
Cierra el dosier de golpe, sacándome de mi ensoñación. Echa a andar otra vez y se detiene frente al mostrador de recepción. Al verlo, su empleada cuadra inmediatamente los hombros, pero al mismo tiempo no puede evitar pestañear absolutamente embobaba con cada palabra que él dice, como si fuesen las dos caras de una misma moneda: el jefe tirano y el dios griego. Jackson continúa hablando sin importarle lo más mínimo que esa chica esté a punto de tatuarse su nombre. Debe de ser increíble tener toda esa seguridad, poder manejar así la situación, poder resultarle tan irresistible a alguien.
Se aleja del mostrador y yo clavo mi vista en la carpeta que tengo delante.
Seguro que nunca le han dicho que no a nada.
—Nunca, jamás —murmuro.
La puerta se abre y me sobresalta. Alzo la cabeza. ¡Maldita sea! ¡Es él!
—Parece que has encontrado un sitio donde instalarte —comenta impertinente.
—Sí —respondo aturdida. Gracias a Dios, no me ha oído—. No —rectifico cuando racionalizo su pregunta.
Frunzo los labios y él sonríe arrogante, encantadísimo con la situación.
Cálmate, Archer. Es imposible que sepa en lo que estabas pensado.
—No tengo que instalarme en ningún lugar porque no trabajo aquí. En cuanto termine de revisar un informe que sé de sobra que está perfecto, me marcharé.
Jackson asiente, pero esa arrogante sonrisa no desaparece de sus labios.
—Alguien que se equivoca sumando no debería ser tan presuntuosa —sentencia.
¡Cabronazo!
—Disfruta de la pecera —se despide.
Quiero decirle algo. Gritar. Estrangularlo. Pero estoy tan enfadada que no soy capaz de reaccionar. ¿Cómo puede conseguir enfurecerme así?
Sacudo la cabeza y pierdo la cuenta de cuántas veces respiro hondo. Necesito urgentemente terminar con esta documentación y salir de aquí.
Cuando vuelvo a levantar la mirada de los documentos, ya son más de las cuatro. Tuerzo el gesto. Supongo que sólo los ratoncitos de biblioteca pueden olvidarse de la hora de comer delante de libros y papeles.
Decidida, me levanto y salgo de la oficina. Compraré algo de comer y regresaré a la pecera para terminar con el asunto Foster. No es sólo que quiera perder de vista a Jackson, quiero llegar pronto a casa para repasar todos los archivos de mi proyecto. Mañana tengo la reunión con Nadine Belamy en Naciones Unidas. Tengo que tenerlo todo bien atado. Es mi única oportunidad.
Encuentro un pequeño gastropub a unas manzanas. Estoy haciendo cola para pagar mi sándwich de ensalada de pollo y mi botella de agua cuando caigo en la cuenta de que no he visto que Jackson saliese para comer. Resoplo y niego con la cabeza mi propia idea. No se merece que sea amable con él. Sin embargo, antes de que me dé cuenta, estoy volviendo sobre mis pasos y cogiendo otro sándwich y otra botella de San Pellegrino sin gas. Problemas de tener complejo de buena samaritana.
Regreso a la oficina, dejo mi comida sobre mi mesa y voy hasta el despacho de Jackson, el único a este lado del pasillo. Observo el sándwich. No sé lo que acostumbra a comer, pero el recuerdo de un veinteañero que devorada la comida me viene a la mente. Han pasado muchos años de aquello, pero imagino que algunas cosas nunca cambian.
Llamo suavemente a la puerta. Espero a que me dé paso y entro. Jackson está sentado a su mesa. Se ha quitado la chaqueta y aflojado la corbata. También se ha desabrochado los primeros botones de la camisa y remangado las mangas. No puedo evitar quedarme mirándolo durante unos segundos. El brillo de sus gemelos de platino sobre el escritorio resplandece y otra vez vuelve a formarse frente a mí la imagen del empresario triunfador.
Siempre he odiado esa imagen. No entiendo por qué entre estas cuatro paredes me resulta tan tentadora, incluso seductora.
—Te he traído algo de comer —comento dando un paso en su dirección y ofreciéndole el sándwich y la botellita.
Jackson observa la comida un segundo y vuelve a centrarse en la pantalla de su Mac.
—Si quisiera algo de comer, te lo habría pedido —responde arisco.
Archer, eres idiota.
—Claro —siseo.
En realidad, no sé por qué he respondido eso. Lo único que me apetece es tirarle el sándwich a la cara.
Salgo del despacho, cierro la puerta y tiro su comida en la primera papelera que encuentro, pagando mi enfado con ella. Me lo merezco por haber sido tan estúpida de pensar que necesitaba comer cuando está claro que se alimenta de almas humanas, preferiblemente de veinteañeras rubias con el pecho operado seguramente.
Vuelvo a la pecera y a mis documentos. Ya ha anochecido cuando llego a una de las últimas líneas de la última tanda de inversiones.
—No puede ser —murmuro.
Rápidamente saco un pequeño cuaderno de mi bolso y copio el algoritmo que estoy leyendo. Lo resuelvo. Reviso las cifras. ¡Maldita sea! Ese bastardo engreído tiene razón. Hay un error.
Apoyo los codos en la mesa y me froto los ojos con las palmas de las manos. No puede ser. No puede ser. ¡No quiero tener que darle la razón! Ya me imagino la sonrisita que pondrá.
Cabeceo y me levanto. Soy una profesional. Puedo con esto. Cojo la carpeta en cuestión y salgo de la pecera. Dirijo un departamento brillante en el que simplemente por pura estadística alguna vez puede darse algún fallo. Atravieso la recepción y me encamino a su despacho.
Vamos, Archer.
A unos pasos de su oficina, mi móvil comienza a sonar. Miro la pantalla. Es Sadie. Sonrío a la vez que deslizo el pulgar por la tecla verde.
—¿Qué pasa, nenita?
—Eso mismo te preguntará el buenorro en cuya cama vas a despertarte mañana por la mañana después de la juerga que te propone tu amiga.
Sonrío.
—Mañana tengo la reunión con Nadine Belamy, así que, aunque es un plan indudablemente bueno, tengo que pasar.
—Prohibido pasar —me interrumpe.
—Prohibido insistir —replico divertida.
Bufa indignada.
—Prohibido ser tan aburrida —contraataca.
—Prohibido ser tan perra.
—Recuerda que en Atlantic City decidimos insultarnos siempre en francés. Tiene más estilo.
Me contengo para no echarme a reír.
—¿Hicimos eso? —pregunto.
—No sabes beber —se lamenta.
—Otro motivo para no salir esta noche.
Qué gran abogada se está perdiendo el mundo judicial.
—Te doy por imposible.
—Hoy me merezco un respiro, llevo todo el día trabajando con Jackson.
—¿Colton?
Hago el mohín que él se merece y asiento varias veces hasta que me doy cuenta de que no puede verme.
—Sí.
—¿Lo has visto desnudo?
Ahora la que bufa soy yo.
—¿Te crees que trabajo de masajista erótica? —me quejo conteniendo la risa—. Estamos en una oficina. —Recapacito un segundo sobre su pregunta. Verlo desnudo tiene que ser espectacular… ¡Maldita sea!—. No tengo ningún interés en verlo desnudo —sentencio refunfuñando.
—Perra mentirosa. Perdón —se corrige rápidamente. La escucho trastear con el teléfono unos segundos—. Chienne mensonge.
Otra vez tengo que luchar por no echarme a reír.
—¿Lo has mirado en el traductor del móvil?
—Por supuesto —responde como si fuera obvio—, y es exactamente lo que eres. ¿Qué chica no querría ver desnudo a Jackson Colton?
—Yo.
Echo un vistazo a mi alrededor. Esta oficina es impresionante.
—No te creo.
—Créeme.
Fijo mi mirada en las vistas. De noche son aún más espectaculares.
—¿Por qué? —me desafía, como si fuese imposible que alguna mujer en algún rincón del planeta tuviese un solo motivo para no babear por él.
Doy un par de pasos hacia los ventanales.
—Jackson Colton es un arrogante malnacido, estirado, exigente y cortante. Un tirano arisco al que jamás querría ver desnudo.
La última palabra prácticamente la murmuro en un hilo de voz con cara de susto. Jackson me está observando desde su puerta. Tiene la mirada fija en mí, oscurecida, y al mismo tiempo absolutamente impenetrable. No sé si está enfadado, muy enfadado, o simplemente acabo de confirmarle todo lo que piensa de mí.