-Le estoy preguntando qué hace aquí tan pronto, dijo Angelina con voz exasperada mientras Lydia se acercaba a ellas. Y me dice que está nadando. ¡No tenía ni idea de que ya estaba de camino!
- Bueno, ahora está aquí, dijo María, con un tono seco, frunciendo el ceño al ver a Lydia que se ataba el cinturón del albornoz con dedos temblorosos, pálidos y arrugados después de tanto tiempo en el agua.
- ¿Todo va bien?
- Todo bien, -dijo Lydia sin confiar demasiado en su voz. Su primer encuentro con Antón aún la tenía brutalmente confusa.
- Sube a ducharte rápidamente, la instó María en voz baja. Dirígete al salón de belleza a continuación. Yo le cubriré mientras tú te vistes y luego lo acompañaremos a su habitación. Tenemos que informarle de la situación.
- ¿Informarle? Lydia parpadeó rápidamente varias veces. Debía haber oído mal. Tal vez María no supiese que Antón ya había sido puesto al corriente de todo. Tenía que ser eso. A no ser que...
El pánico se apoderó de ella mientras intentaba afrontar la terrorífica posibilidad, que Antón Santini no hubiera sido puesto al corriente de nada, que no sabía quién era ella, que simplemente se había sentido atraído por ella y se había acercado, tal como su biografía decía que hacía, con la absoluta seguridad de que ella respondería al acercamiento.
¡Y lo había hecho!
- ¿Dónde están John y Graham? preguntó Lydia, tratando de mantener la voz tranquila mientras Antón salía del agua, apartando velozmente la mirada cuando trató, sin éxito, de no prestar atención al espléndido cuerpo que tan sólo momentos antes había tenido junto al suyo.
- Vienen del aeropuerto. El último vestigio de esperanza de Lydia desapareció. Antón no tenía ni idea de quién era ella-. Los he llamado para decirles lo que ha ocurrido.
Con las mejillas violentamente enrojecidas, evitó mirarlo. De alguna manera consiguió recoger su bolsa del gimnasio, y salir hacia los ascensores, con el corazón martilleándole el pecho.
Le habría hecho el amor si ella le hubiera dejado y había estado a punto de dejarle. A punto de dejar entrar a un extraño, dejar que derribase su fría fachada en un momento fatal en que había bajado la guardia. Antón no había visto su otro lado de momento, era como si su alter ego hubiera emergido, una lasciva y sensual mujer que sabía cuáles eran sus necesidades.
Se dirigió a su habitación con el piloto automático, se duchó y se vistió rápidamente. Cerró los ojos, aún sin poder creerlo, mientras una oleada de vergüenza recorría su cuerpo y una nueva cuestión despertaba en su conciencia.
¿Qué debía estar pensando Antón de ella?
CAPITULO 2
La presión que la peluquera ejercía con las yemas de sus dedos sobre el cuero cabelludo de Lydia mientras extendía acondicionador por su cabello no consiguió distraerla. Su mente seguía trabajando, tratando de comprender cómo se suponía que iba a enfrentarse a Antón Santini, cómo demonios conseguiría mantener la distancia, la profesionalidad, después de lo ocurrido en la piscina. De momento, tendría que conformarse con poder mirarlo a los ojos.
Pero no podía perder el control. No sólo su carrera dependía de ello, sino la vida de Antón. Y, dado que había aceptado ser su protectora, su vida también podía estar en peligro. No había tiempo para actuar como una torpe adolescente; tenía que recuperar el control de tan fatal situación, recuperar su dignidad. Pero por primera vez en su vida, no tenía la menor idea de cómo actuar. ¿Cómo negar la patente y abrumadora pasión que se había apoderado de ella? ¿Cómo negar el sensual y voluptuoso alter ego que había emergido al mero contacto con él?
- Tiene cita para manicura, maquillaje y peinado, ¿no es así?, preguntó Karen, la esteticista, mientras le envolvía la cabeza con una toalla templada y la conducía a la sala de maquillaje.
-Sí, por favor, dijo Lydia, asintiendo con la cabeza mientras se sentaba en la silla y trataba de que su voz sonara displicente, como si acudir al salón de belleza fuera de lo más habitual en ella.
- Aunque no estoy muy segura de si quedará tiempo para la manicura, tengo una cita...
- No hay problema, la interrumpió Karen, acostumbrada a tratar con clientes muy ocupados.
- Cindy puede ocuparse de sus uñas mientras yo la maquillo. Echemos un vistazo y, al tiempo que lo decía, le quitó la toalla y le pasó los dedos por los rizos pelirrojos
- ¿Trabajo o placer?-preguntó Karen y, al ver que Lydia parpadeaba confusa, se explicó: su cita. Es para hacerme una idea del aspecto que le gustaría tener.
- Negocios, le dijo con firmeza-. ¡Y quiero tener un aspecto fabuloso!
- Oh, lo tendrá, contestó Karen guiñándole un ojo al tiempo que reclinaba la butaca hacia atrás y se disponía a empezar.
Lydia cerró los ojos mientras le arreglaban con destreza algunos pelos de las cejas y le extendían una generosa capa de crema perfumada por todo el rostro, charlando amigablemente con Karen sobre joyas y las piezas fuera de lo común que supuestamente diseñaba, practicando la identidad fingida que tendría que llevar durante los próximos días.
- ¿Cuánto tiempo se quedará en el hotel?
- Salgo esta mañana, le dijo encogiendo los hombros con gesto apesadumbrado. Cuando me registré esperaba poder quedarme cuatro noches pero, al parecer, todo el hotel está completo en las próximas semanas, algunos personajes muy importantes llegan esta mañana. El botones debe estar bajando mi equipaje al vestíbulo en estos momentos y el conserje está buscándome otro alojamiento.
- Eso es lo que tiene que hacer. Mira que echar a un cliente..., se cortó al darse cuenta de que, probablemente, había sobrepasado los límites, pero Lydia siguió presionando, contenta de poder enterarse de algo. Tragó saliva y trató de aparentar ser la rica dama que se suponía que era.
- Te aseguro que estoy muy furiosa con la situación, le dijo fingiendo estar enfadada.
- Y sinceramente espero que alguno de los conserjes pueda encontrarme un lugar adecuado, algún sitio con un salón de belleza decente, al menos. ¿Quiénes son esos personajes tan importantes, si puede saberse?
- De la peor clase, respondió la esteticista con un suspiro dramático. Parece que van a absorber el hotel y esperan la llegada de los peces gordos de las cadenas hoteleras más importantes de Europa. Se nos ha ordenado mostrar nuestro mejor comportamiento. ¿Qué tal si probamos con gris?
- ¿Disculpa?, abriendo los ojos sin comprender.
- En sus ojos... sé que me ha dicho que prefiere un acabado natural, pero un tono ahumado resaltará el asombroso color de sus ojos, más dorado que avellana.
- No quiero que sea nada recargado. De verdad, prefiero algo más natural.
- Confíe en mí, insistió Karen, buscando con sus dedos de uñas rojas entre las diminutas polveras con los ojos entornados al mirar más de cerca el rostro de Lydia.
- Tendrá un aspecto impresionante. Una pasada con mi varita mágica haré otra mujer de usted.
Ser otra mujer era exactamente lo que necesitaba, pensó Lydia con pesar, si quería enfrentarse a Antón. Un plan comenzó a forjarse en su cabeza.
- ¿Podrías hacer algo para aclarar el tono de mi piel?
- Pero si es usted blanca como el papel, le dijo mostrando su desacuerdo.
- Pero me sonrojo terriblemente, le dijo encogiéndose de hombros. Y, como he dicho, tengo una importante cita esta mañana. No quiero que mi rubor me traicione cuando discutamos precios.
- Necesitará una base verde, dijo Karen, asintiendo conocedora. Nadie sabrá lo que está pensando. Por suerte tengo estos fabulosos polvos minerales. Nos los traen de Nueva York. Con ellos, le aseguro que podrá doblar el precio si quiere, hasta triplicarlo, y seguirá teniendo un tono pálido y frío como la porcelana.
- ¿De veras? -preguntó sorprendida y dudosa.
-¡De veras! -contestó guiñándole un ojo-. Tenemos que prestar atención al escote. Esa parte sí que puede traicionarla cuando se sonroje.
Y estaba segura de que se sonrojaría.
Sólo pensar en tener que enfrentarse a Antón le aceleraba el pulso al tiempo que un abrasador y vergonzoso calor le recorría el cuerpo. Pero conforme Karen trabajaba, el horror inicial fue cediendo, y Lydia se abandonó al placer de sus cuidados, consciente de que en unos cuantos días volvería a llevar tan sólo un poco de crema solar y máscara de pestañas.
Lydia dejó que Karen la transformara mientras Cindy se ocupaba de sus uñas. Ni siquiera se miró en el espejo cuando se sentó erguida para que la peinaran, tan concentrada estaba en su revista mientras le estiraban los rizos hasta debajo de los hombros.
Por primera vez en años, Lydia no pasó las páginas hasta la sección de salud, ni leyó cómo aumentar su resistencia o limpiar su organismo en una semana. Incluso pasó de largo un artículo sobre un caso de gran notoriedad que se había llevado a los tribunales recientemente. En su lugar, con cierto nerviosismo, echó un vistazo a las páginas de sociedad. Casi podía oler el caro perfume que despedían los pechos de silicona de las famosas. Miró las relucientes sonrisas y, por primera vez desde su llegada, sonrió.
Resultaba increíble lo variado que era su trabajo. A esa misma hora tan sólo una semana antes, estaba de vigilancia vestida con chándal azul marino bebiendo ingentes cantidades de café para no dormirse mientras charlaba de cosas sin importancia tratando de animar a Kevin Bates, un inspector del cuerpo con quien solía trabajar, un hombre que le gustaba y a quien admiraba.
Cuarenta y ocho horas confinada en su compañía, escuchándolo hablar con inquietud de su hijo mayor a quien le habían quitado las amígdalas, parecían estar a años luz de lo que estaba viviendo en esos momentos. Zumo de naranja y guayaba en vez de café y enormes cuartos de baño de mármol en vez del rudimentario retrete portátil instalado en la furgoneta que había tenido que soportar para no delatar su posición abandonando el puesto de vigilancia.
Y por unos días, todo un mundo de opulencia se abría ante sus ojos, y tenía la orden de fingir ser parte de él. Lydia se juró que haría como María. Había visto lo malo del mundo demasiadas veces. Durante los próximos días, disfrutaría de lo bueno.
-¡Ya está! resonó la voz triunfal de Karen mientras le quitaba la toalla y la bata y le cubría los hombros con el pelo. Traeré un espejo para que pueda verse los lados y la espalda.
Mirando su perfil desde cada ángulo, Lydia apenas se reconocía. Sus rizos eran un mero recuerdo. En su lugar, su pelo relucía como una cortina de seda. Pero no era sólo su pelo lo que la tenía hechizada, ¡era el resultado completo! El brillo dorado de sus ojos bajo el tono ahumado de sus párpados se enmarcaba a la perfección por las pestañas oscurecidas; su piel parecía relucir con aspecto deliciosamente sano; las pinceladas de rubor en el centro de sus mejillas desviaban la atención hacia el tono oscuro y sexy de sus labios.
-Pruebe ahora, se rió Karen. ´
- ¿Probar qué? preguntó Lydia, hechizada aún por la imagen reflejada en el espejo.
- Pruebe a pensar en algún oscuro secreto, algo de lo que se avergüence profundamente, y compruebe que el maquillaje es mágico.
Y lo hizo... Revivió en la mente el absoluto abandono que se había permitido esa misma mañana. La incitante sensación de los besos de Antón, la frescura de su boca, la forma en que le mordisqueaba la lengua. Casi podía sentir su erección de acero presionando contra sus parles más íntimas. Casi podía sentir su propia predisposición a sobrepasar los límites que hasta ese día había mantenido infranqueables. Mirando su reflejo, Lydia visionó lo que hasta hacía poco parecía imposible: su enfrentamiento con Antón Santini, el hombre a quien había revelado demasiado de su personalidad; mirando aquellos crueles y sensuales ojos que parecían tener el control, retratar a la detective fría y distante que se suponía que era, pareció poder fingir que no le había afectado tanto.
- Fresca como un pepino, dijo Karen, y Lydia parpadeó sorprendida a su reflejo, asombrada de que la esteticista tuviera razón. Su rostro seguía pálido, ni rastro del rubor. Sus hombros mostraban un tono crema sobre los cuales resaltaba el vestido de color rojo fuego y Lydia sintió que, tal vez, hubiera alguna posibilidad...
Poder mirar a Antón y decirle que no la afectaba. Decirle que la abrasadora intimidad que habían compartido no había sido una muestra de placer sino, meramente, una obligación, la cruz con la que tenía que cargar.
¡Lo conseguiría!
Y como se suponía que era rica, un mero detalle como el pago no debería ni pasársele por la cabeza. Debería salir de allí sacudiendo su cabellera perfumada. Pero, metiendo la mano en el bolso, sacó un billete y se lo dio a Karen. Sonrió levemente al ver que la mujer cerraba los dedos alegremente sobre el papel y, a continuación, salió al vestíbulo. Vio al botones con su equipaje. Un conserje hablaba por teléfono mientras trataba de llamar su atención para decirle que ya le había conseguido plaza en otro hotel. Pero Lydia lo ignoró deliberadamente y se dirigió al restaurante dispuesta a enfrentarse a Anton. Aunque esta vez, lo harán con sus condiciones, ya no sería la mujer que había visto antes sino la detective que era.
CAPITULO 3
- ¡Es una reacción exagerada! Las palabras de Antón resonaban como disparos en la suite presidencial.
Duchado y vestido, quería que su día siguiera con su curso normal, terminar con aquella ridícula discusión y seguir con sus planes.
- Angelina no tenía por qué contactar con la policía sin haberlo consultado antes conmigo, añadió.
- Trató de contactar con usted, señor, pero tenía el móvil desconectado.
Kevin Bates se enfrentó a Antón y trató de recuperar el control de la situación. Los intentos de María de explicar lo ocurrido habían sido recibidos con sumo desprecio, pero esperaba que alguien de más autoridad pudiera calmar los ánimos.
- Señor, parece que no comprende la seriedad de la situación. Como María trataba de explicarle, estamos seriamente preocupados por su seguridad... Tenemos razones para creer que intentarán atentar contra su vida...
- ¿Por unas flores? interrumpió Antón.
- Por esto, dijo Kevin entregándole una tarjeta.
- Dice “Bienvenido, señor Santini”. ¿Qué otra cosa puede significar?
- Tiene usted una asistente personal excelente, señor Santini. De hecho, le debemos a ella el haber podido reconocer la amenaza gracias a la atención que presta a los detalles. El hotel habitualmente obsequia a sus ocupantes de la suite presidencial con un arreglo floral de especies autóctonas...
- ¿Y?
- Estas flores fueron enviadas al hotel anoche. Las enviaron desde una floristería de esta misma calle y pagaron en efectivo. La tarjeta estaba mecanografiada.
- ¿Por quién?
- La florista no lo recuerda. Después de todo, no es algo inusual. Lo que sí es inusual, señor Santini, es que un idéntico ramo de lirios acompañado por idéntica tarjeta le fuera enviado al hotel en el que se hospedó usted en España hace seis meses, cuando le dispararon.
- No me dispararon. La policía dijo que me vi en medio de una pelea callejera. Simplemente estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. Mala suerte, nada más.
- En aquel momento, pareció ser eso. Sin embargo, Angelina informó con todo detalle a la policía española; en el momento del tiroteo ella se encontraba en su habitación, ocupándose de la correspondencia. Debería haber estado con usted. Las flores habían sido enviadas al hotel y no tenía ni idea de quién las enviaba. Parece un detalle insignificante, tanto que cuando le enviaron flores a su hotel en Nueva York aún seguía sin parecer relevante...
- Estuve a punto de ser atropellado en Nueva York... Antón comenzaba a tomar conciencia, mientras se pasaba la mano por el pelo en un intento por recordar los detalles. Un coche se dirigió directamente hacia mí, acelerando cada vez más. Salté justo a tiempo. Me disloqué el hombro, pero supe que había tenido suerte. La policía dijo que...
- ¿Lugar equivocado, momento equivocado? sugirió Kevin y Antón asintió. Estas flores son una llamada de atención, señor Santini. Un aviso que tenemos que tomar en serio. Creo que también ha estado recibiendo llamadas insultantes.
- Unas cuantas, dijo encogiéndose de hombros. Kevin sacudió la cabeza.
- Su asistente no opina lo mismo. En los últimos doce meses ha recibido numerosas llamadas, tantas de hecho, que no sólo la compañía de teléfonos, sino también la policía de Roma está investigando. ¿Tengo razón en que se han hecho más frecuentes en las últimas semanas?
Finalmente, Antón concedió que todo era cierto con un breve gesto de asentimiento.
- ¿Quién? ¿Quién quiere hacerme daño?
- Eso es lo que no sabemos. Créame, tenemos la intención de averiguarlo. Sin embargo, nuestra principal preocupación es su protección durante su estancia en Australia. Y ahora, le informo de que no debe hablar de esta operación de seguridad con nadie, ni siquiera con sus empleados.
- ¿Por qué no?
- Porque en estos momentos todos son sospechosos en esta investigación, cuando Antón abrió la boca para quejarse, Kevin se le adelantó: es sólo una posibilidad que debemos considerar. Por esa razón, su asistente personal será la única que sepa que hay un dispositivo encubierto. María se quedará con Angelina, dado que ella tiene acceso directo a usted, y dispondremos otros detectives en el hotel. Naturalmente, dejaremos a uno con usted todo el tiempo.
- ¿Cómo espera que le explique a mis empleados el hecho de que un agente de policía me acompañe a todas horas? Con todos mis respetos, usted parece un agente de policía. La impaciencia se hacía patente en cada gesto mientras su tono de voz cargado de acento llenaba la habitación.
- No somos tan estúpidos, señor Santini, Kevin sonrió lacónico. Puedo asegurarle que el detective que lo acompañará se adaptará a la perfección.
- ¿Cómo?, preguntó intrigado. Comprendo que podamos hacer pasar a María sin levantar sospechas diciendo que Angelina necesitaba ayuda, pero...
- ¿Recuerda a la mujer que estaba con usted en la piscina esta mañana?, preguntó María, notando que Antón fruncía el ceño.
- Estaba allí cuando llegamos Angelina y yo. Al ver que Antón fruncía más el ceño, María supuso que lo hacía porque estaba tratando de recordarla.
- Pelirroja… estaba haciendo unos largos en la piscina. Probablemente no se diera cuenta de su presencia, pero lleva en el hotel desde ayer, haciéndose pasar por una diseñadora de joyas de Sydney que ha venido a Melbourne para mostrar su trabajo...
- ¿Es una detective?, preguntó Antón en forma de susurro áspero cerrando los ojos al cobrar conciencia y revivir los acontecimientos. Con el beneficio que daba la retrospectiva, apretó los labios, lleno de ira.
- ¿Me está diciendo que esa mujer era en realidad un agente de policía?
- No, señor Santini, respondió Kevin con paciencia. Durante los próximos días, para todo el que pregunte, Lydia será una diseñadora de joyas de visita en Melbourne en busca de nuevos clientes. Sin embargo, dado que el hotel está lleno, se marcha esta misma mañana. El botones está bajando su equipaje al vestíbulo según hablamos.
- Creía que había dicho que se quedaría conmigo.
- Y así es, asintió Kevin, disfrutando al ver a aquel hombre tan poderoso momentáneamente perdido mientras él explicaba su plan cuidadosamente urdido.
- En un principio, habíamos planeado que se quedara en el hotel hasta la hora de la comida pero, dado que usted ha llegado pronto, hemos tenido que acelerar las cosas. Intentará ligársela y, tras un breve intercambio, la invitará a quedarse con usted. Por lo que hemos leído, señor, no creo que ninguno de sus empleados se sorprenda al encontrarlo acompañado por una bonita mujer cuando lleguen. Es sabido por todos que trabaja con rapidez.
Antoni apretó los labios, conteniéndose para no responder porque, aunque le irritara admitirlo, el detective le estaba diciendo la verdad, nadie se sorprendería cuando llegaran y encontraran a una bella mujer de su brazo. Después de todo, no sería la primera vez.
- Cuando se queden a solas, Lydia le dará más detalles y tratará de deducir por lo que usted pueda decirle cualquier pista que nos lleve hasta la persona que trata de hacerle daño. Le informará asimismo de cómo habrá de comportarse en los próximos días. Pero esas conversaciones sólo podrán tener lugar dentro de su habitación. Aun así, sólo cuando Lydia decida que es seguro hacerlo y que están completamente a solas. Siempre que estén fuera de la habitación o haya una tercera persona presente, deberán actuar como amantes...
Kevin se detuvo un momento para darle tiempo a digerir las instrucciones. Le desconcertaba, sin embargo, la expresión de asombro en el rostro de Santini. Inicialmente, el hecho de que su vida pudiera estar en peligro no le había arrancado reacción alguna y, sin embargo en ese momento, Kevin pensó que la turbación se debía a que poco a poco estaba tomando conciencia de ello. La voz del detective se suavizó ligeramente.
- Y ahora, para hacer que su contacto inicial parezca fortuito, hemos pensado que podría acercarse al bufé del desayuno...
- ¿Qué quiere decir con contacto inicial? dijo Antón con claro desprecio, tratando de recuperar el control, obligándose a apartar la mente de Lydia y centrarse de nuevo en la conversación. ¿De qué demonios le estaba hablando? ¿Acaso no se había dado cuenta aquel payaso de que ya había ocurrido, que el contacto inicial ya se había producido?
Pero justo cuando se disponía a sacarlo de su error, se lo pensó mejor. Hacía tiempo que había aprendido que cualquier información, por insignificante que pudiera parecer, podía ser un arma vital que podría utilizar más tarde, uno tenía que adelantarse a todas las jugadas. Así que decidió cambiar de táctica.
- ¿Por qué demonios tendría que ir al bufé del desayuno? Yo no utilizo el autoservicio. ¿Se les ocurrió pensar en ello mientras urdían su plan?, preguntó con gesto burlón
No recibió respuesta. Todos guardaron silencio en la habitación hasta que sonó el móvil de Kevin.
- Está lista, asintió Kevin, tras lo cual cortó la comunicación e hizo un gesto a María.
- De acuerdo señor Santini, dos detectives suben hacia aquí en el ascensor. Se llaman Graham y John. No hable con ellos, trátelos como si fueran extraños. Bajarán con usted en el ascensor y observarán hasta que llegue al restaurante. Una vez allí, Lydia entrará. Tal vez podría usted...
- No necesito que me digan cómo ligar con una mujer, se mofó Antón, horrorizado por lo que había ocurrido poco antes, aunque más que dispuesto a encontrarse de nuevo con esa mujer y decirle lo que pensaba.
- Vamos, acabemos con esto y… ¡hagamos el contacto inicial!, chasqueando los dedos con impaciencia.
CAPITULO 4
Tras pedir café, Antón miró a su alrededor, preparándose para la aparición de Lydia. Para cualquiera que pudiera estar mirando, parecería un hombre seguro de sí mismo que leía la sección de negocios del periódico, pero por dentro estaba hirviendo.
Aquella mujer lo había utilizado, había jugado con él. Había sido ella la que había demostrado tener el control y le escocía tener que admitirlo. Le costaba tragar el amargo sabor de su propia medicina. Se preguntaba en qué demonios había estado pensando. Aparte del hecho de que era una detective, qué demonios había hecho. Prácticamente le había hecho el amor a una extraña en una piscina, sin pensar en anticonceptivos ni en las consecuencias. ¡Podría haber sido cualquiera! Antón apretó la mandíbula.
Levantó entonces la vista del periódico y su mente enloquecida pareció detenerse al ver entrar a una mujer de piel pálida. Su furia se desvaneció por un momento mientras la observaba atravesar el salón. Puede que el sol de la mañana en Australia que se colaba por las ventanas se hubiera ocultado tras una nube, ensombreciendo la luz brillante de las lámparas del restaurante, pero lo cierto es que, de pronto, le pareció que la enorme y luminosa estancia se oscurecía. Hasta el ruido de vajilla y cubertería, de la conversación de los otros clientes, pareció atenuarse, desvanecerse en la distancia mientras que Lydia se convertía en la única luz. Ella llenaba todos v cada uno de sus sentidos con la presencia tan eléctrica, tan apasionada, era como si aún pudiera saborear la fresca sensualidad de su beso, aspirar nuevamente el agridulce aroma de su excitación.
Su presencia era tan potente que, conforme atravesaba la estancia, sintió como si todo excepto ella desapareciera a su paso, como si fueran catapultados de nuevo a la leve intimidad de la piscina. Antón sintió cómo el deseo se abría paso al ver aquellas largas y esbeltas piernas que un rato antes había tenido enrolladas alrededor de su cintura. Su cuerpo respondió como si se tratara de un adolescente movido por la testosterona, absorbiendo cada detalle de Lydia.
La piel cuyo contacto antes le había abrasado, aparecía cubierta ahora por unas medias de seda; y los pies que antes estuvieran desnudos, las plantas con las que le había rozado la piel, se adaptaban ahora a unas delicadas sandalias de tacón; el cuerpo tonificado, ligero como una pluma que se había apretado contra el suyo, aparecía envuelto en un vestido de color naranja encendido, una decisión valiente con el color de su piel aunque el contraste resultaba apabullante. Exquisitamente confeccionado, le cubría el torso como una caricia.
El corte sutil del tejido acentuaba el atractivo escote que formaban sus pechos, y la forma en que sus pezones sobresalían, lo obligaron a apretar los puños mientras sofocaba la ola de deseo que se había apoderado de él. Su inapropiada excitación quedó oculta bajo la mesa, afortunadamente, pero aun así luchó por sofocarla. Necesitaba levantarse, algo para beber, algo con lo que romper el hechizo. Pero, simplemente, no lograba arrancar los ojos de ella. La cascada llameante de su cabello le resultaba tan cautivadora como un fuego crepitante... hasta que recobró la sensatez. Aquélla era la mujer que lo había utilizado.
Aunque estaba de espaldas a la mesa de Antón, Lydia podía sentir el calor abrasador de su mirada sobre ella a medida que atravesaba el salón. Horriblemente expuesta a las miradas. Se sintió como una criatura indefensa vigilada de cerca, y aunque sus sentidos la avisaban del peligro, aunque cada fibra de su ser le estaba advirtiendo del acercamiento de aquel hombre ya que sus colegas estaban sentados a sólo unos metros, logró fingir indiferencia.
Concentrada en no dejar caer las pinzas que tenía en la mano, se sirvió fresas y, cuidadosamente, seleccionó unos trozos de melón y de kiwi. Tenía el corazón en la boca, atenta a las señales de advertencia que le indicaban que se estaba acercando. Le entraron ganas de echar a correr, de huir de aquel peligroso depredador pero se mantuvo firme; su confianza interior se tambaleaba, pero estaba decidida a desbaratar el ataque emocional que Antón le lanzaría con toda segundad y a ocuparse de él con absoluta profesionalidad.
- Volvemos a encontrarnos.
Esta vez arrastró la voz lenta y suavemente. Captó su aroma antes que sus palabras, y sintió que se le erizaba el pelo de la nuca. Sin embargo, Se negó a darse la vuelta, se negó a brincar, se negó a dejar que viera el impacto que su presencia tenía en ella. Colocó dos fresas más en su plato antes de responderle finalmente.
- Eso parece.
- Es una agradable sorpresa.
Estaba muy cerca de ella. Podía sentir el calor que emanaba de su cuerpo, la sofocante y embriagadora fuerza de su presencia conforme profundizaba más y más en su espacio personal, y Lydia sabía que había llegado el momento; que si quería tener alguna posibilidad de que su trabajo funcionara, alguna esperanza de controlar cualquier situación peligrosa a la que pudieran tener que enfrentarse, tenía que asumir el control, luchar por recuperar el amor propio, la autoridad y quitárselo a aquel apasionado hombre.
-Yo no diría tanto, dijo tragando con nerviosismo aunque de forma inadvertida al estar aún de espaldas.
Inspiró y se obligó a sonreír. Sacudiendo su melena, se dio la vuelta y lo miró. Percibió con aire triunfal la chispa de confusión en los ojos de Antón ante la seguridad en sí misma que había mostrado aunque su recién descubierta seguridad flaqueó casi al instante en cuanto pudo contemplar nuevamente la belleza de aquel hombre, sólo que ahora parecía haberse multiplicado. Su grueso cabello negro azabache aún estaba húmedo, y el intenso y opulento aroma de su colonia se coló por las ventanas de su nariz. El cuerpo casi desnudo contra el que había presionado el suyo estaba vestido ahora aunque ni el delicado y exquisitamente confeccionado traje de color gris marengo lograba restar mérito al cuerpo que se ocultaba bajo el tejido. Si algo acentuaba era su perfección. La camisa blanca de algodón contrastaba con su piel aceitunada y la lujosa cadena de oro en su cuello conformaba la única nota de color aparte de sus ojos, de un azul oscuro, líquido, un azul profundo perfecto. Eran de un color tan intenso como el de la tinta, sin motas grises, o verdes, sólo un azul aterciopelado con el que la acariciaba.
Los marcados rasgos de su estructura ósea, desde la nariz recta de estatua romana hasta el sesgo típico de los indios americanos de los pómulos y la mandíbula, ahora afeitada, con la que le había raspado la suave piel de su rostro un rato antes; ahora tan sólo quedaba una tenue sombra bajo la piel, un sutil indicio de lo que ocultaba... la belleza de aquel hombre por las mañanas.
Con instinto de supervivencia, apartó la vista y miró hacia el suelo, pero tampoco allí encontró distracción frente a la brutal masculinidad de aquel hombre, desde su ancha espalda y amplio torso hasta el delgado y plano abdomen pasando por las largas y musculosas piernas ocultas bajo aquellos pantalones de corte perfecto. Ahora era ella la depredadora, motas doradas relucían en sus ojos y hasta en su voz, los nervios que tanto temía que pudieran ahogarla cedieron mientras paladeaba una nueva pregunta.
- ¿Has disfrutado de tu baño?
Guardó silencio durante unos segundos. Dos pequeñas arrugas de expresión se formaron en su entrecejo, era evidente que Antón Santini no estaba acostumbrado a esa actitud distante.
- Ciertamente, asintió brevemente con voz grave y llena de confianza. El delatador frunce de su ceño había desaparecido, pero Lydia sabía que estaba confuso, sabía que había esperado una reacción muy diferente.
- ¿No se supone que tienes que echarme encima un vaso de agua?
Lydia dejó ver una sonrisa durante una fracción de segundo, al tiempo que enarcaba las cejas ante su cuestionable sentido del humor. Si llevara más dinero en el bolso, se lo entregaría de buena gana a Karen. Si su maquillaje había funcionado o no, no estaba segura, pero la confianza que le estaba dando un poco de maquillaje estaba demostrando no tener precio.
- Eso era antes de... -Lydia bajó la voz, disfrutando de la confianza en sí misma que tenía su alter ego, disfrutando de poder interpretar el papel de una mujer caprichosa acostumbrada a tratar con hombres ricos. - ¿Antes de qué?
- Antes, repitió Lydia, observando que la expresión dura de Antón se suavizaba momentáneamente y sintiendo que su propia fachada distante cedía un poco al recordar las intimidades que habían compartido un rato antes. No podemos hablar de ello aquí.
- ¿Y dónde podemos hablar de ello?
Volvía a tener el control, mientras le quitaba el plato lleno de fruta en una mano y, con la otra, la guiaba hacia su propia mesa. Le estaba infinitamente agradecida por haberle quitado el plato. Hasta una pequeña tarea como ésa le parecía un mundo en ese momento. Podía sentir el calor que emanaba de su mano en contacto con su espalda mientras la guiaba por la sala como si fuera una marioneta, bailando de nuevo a su son. Le ofreció la silla para sentarse y, al momento, un camarero se acercó y le colocó una servilleta en el regazo. Lydia miraba a su alrededor y vio a Graham y a John a unos pocos metros, aparentemente sumidos en la lectura de sus periódicos. Pero ella sabía que estaban atentos a lo que ocurría entre Antón y ella en su aparentemente fortuito encuentro y la certeza le dio fuerzas para concentrarse de nuevo en su trabajo en vez de en el hombre que tenía enfrente... fuerzas para afrontar la hiriente vergüenza que sentía con mirada inquebrantable.
Lydia esperó hasta que estuvieron solos antes de contestar a la pregunta de Antón.
- Antes de que cambiara el plan. Antes de que me diera cuenta de que habías llegado en un vuelo anterior y que había que adelantar la toma de contacto.
- ¡Contacto! exclamó él, cortando el aire como si su voz fuera un látigo, pero Lydia ni se movió.
- Un contacto convincente, explicó ella, una breve sonrisa asomó a sus labios. Tan sólo seguía el procedimiento establecido.
- ¿Procedimiento?, enarcó las cejas de color azabache y con el acento de su voz muy marcado cada palabra estaba cargada de una amenaza invisible. ¿Y forma parte de tu trabajo hacer el amor con el hombre que te han asignado? ¿Es eso lo que esperas que crea? Me dijeron que eras agente de policía no una especie de prostituta.
Por duras que fueran sus palabras, se las tragó. La versión de Antón era más segura que la verdad. Si sospechara el efecto que tenía en ella, la vida de ambos estaría en peligro.
Tomando la fresa más gorda y madura, Lydia espolvoreó azúcar por encima y observó cómo se disolvían los cristales blancos, tratando de controlarse para no salta ante el comentario, tomándose su tiempo para asegurarse de darle una respuesta adecuada ante semejan acusación.
- Seguía tu comportamiento habitual... las motas doradas de sus ojos relucían. Para parecer más convincente, estaba siguiendo tu comportamiento, el de ver a una chica que te gusta y tomarla.... En la voz de Lydia había un tono juguetón
- Yo no soy la fácil aquí, Antón sino... tú.
-No, dijo él sacudiendo la cabeza orgullosamente. ¿Tratas de decirme que era una trampa, que organizaste lo que ocurrió debido a una amenaza...?
- Hablaremos de ello más tarde, le interrumpió. El enfado de Antón, su inminente indiscreción era tan patente que hasta Graham estaba doblando el periódico, mirándola interrogativamente mientras Lydia retomaba el control de la situación.
- No voy a hablar de ello aquí, Antón.
Y algo en sus ojos lo detuvo, diciéndole que hablaba en serio. Contuvo la diatriba, pero sus ojos seguían mirándola interrogativamente, apaciguándose un poco al ver aparecer a uno de los conserjes que se retorcía las manos a modo de disculpa miserable al reconocer al acompañante de Lydia.
- Señorita Holmes, le he hecho una reserva provisional en un hotel cercano. Está a sólo unas calles de aquí...
- ¿Por qué no puede quedarse aquí? preguntó Antón con tono autoritario y cortante, provocando que el pobre conserje empezara a tartamudear. ¿Me está diciendo que no hay ni una sola habitación libre en el hotel?
-La hay señor, pero sólo habitaciones sencillas. Todas las suites de lujo están ocupadas, señor. Se lo expliqué personalmente a la señorita Holmes cuando se registró, le dije que la suite en la que se aloja sólo estaba libre para una noche y que después tendría que ocupar una habitación sencilla, lo que, naturalmente, no se adapta a sus necesidades.
- ¡Entonces encuentre una habitación que sí se adapte! dijo Antón cuya voz había adquirido un siniestro tono y, por un momento, Lydia olvidó que estaba actuando y comenzó a morderse el labio inferior con gesto nervioso escuchando las exigencias de Antón. Era evidente que estaba acostumbrado a salirse con la suya, que esperaba que todo el mundo hiciera lo que él quería y, a juzgar por la tensión en el rostro del conserje y la forma en que inclinó la cabeza, eso era lo que iba a ocurrir. Lydia se dio cuenta de que, a pesar de las convincentes protestas de Antón, habitaciones separadas era lo último que querían.
- Veré lo que puedo hacer...
El conserje se dirigió entonces a Lydia: Señorita Holmes, ¿tendría objeción alguna a instalarse en una de nuestras suites menores? No son tan lujosas como la que ocupa en este momento, pero puedo pedir que...
- No, interrumpió Lydia, desbaratando la sugerencia del conserje. Era evidente que el inspector Bates no había tenido en cuenta la envidiable fuerza de Antón cuando ideó el plan y, tragándose el sentimiento de culpa, clavó su mirada de desprecio más convincente en el pobre conserje-. ¡No tengo interés alguno en ser degradada! ¿Le importaría pedirme un taxi?
Y levantándose, se alisó el vestido, se colgó el bolso al hombro y echó a andar hacia el vestíbulo, evitando a propósito las miradas de pánico de sus colegas y rezando por que Antón se diera cuenta de que era su turno y solucionara la situación.
- Traslade el equipaje de la señorita Holmes a mi suite.
Su tono grave y dominante la tranquilizó y, volviéndose, observó a Antón que miraba inquebrantable al conserje.
- ¿A su suite, señor? repitió el conserje, mirándole de hito en hito.
- Eso es lo que he dicho.
- ¿Quiere que meta el equipaje en el taxi? preguntó el botones con acento italiano, aunque su voz no tenía las notas líquidas de la de Antón, y mostraba un rudo uso del inglés al acercarse ruidosamente a la mesa, provocando que algunos de los presentes levantaran la vista. Lydia se mordió el labio absolutamente mortificada cuando oyó que el conserje corregía al joven.
- No, ha habido un cambio de planes. La señorita Holmes se queda con nosotros. ¿Puedes llevar su equipaje a la suite 311? El comportamiento del conserje hacia el botones fue impecable de no ser por un leve parpadeo que delataba sus verdaderos pensamientos.
- ¿La suite 311? los rasgos oscuros del muchacho dibujaron una mueca. Pero ésa es la del señor Santini...
- Sube el equipaje ahora mismo, por favor, lo interrumpió el conserje irritado ante el elevado tono de voz del botones, seguro de que todo el que estuviera cerca lo habría oído.
Comprendiendo de pronto, el desprecio se hizo patente en los ojos negros del muchacho en dirección a Lydia. El murmullo de fondo de los comensales cercanos se detuvo durante lo que pareció un interminable segundo en el cual pasó de ser una ejecutiva a una acompañante, y ni todo el maquillaje proveniente de Nueva York podría ocultar el rubor que le cubría el rostro, el cuerpo entero. Hasta las manos parecían arder, los puños apretados junto a los costados, deseando que aquel incómodo momento se terminara.
- Y ahora ven aquí.
El tono burlón de su voz dirigiéndose a ella le sentó como una bofetada. Con un gesto de la mano, le hizo señas para que se acercara a la mesa y se sentara y, aunque fuera parte del plan, aunque Antón hubiera hecho lo adecuado, aunque aquél fuera su trabajo, Lydia se sintió humillada. La rabia hervía dentro de ella ante la arrogancia de aquel hombre, y tuvo que contener el deseo de darse la vuelta y echar a correr o levantar la mano y abofetear aquel rostro burlón que observaba con gesto triunfal su aparente sumisión. Lydia vio cómo sonreía cruelmente al verla obedecer y sentarse en la mesa, completamente avergonzada, consciente de lo que debían estar pensando los presentes.
- Suban el equipaje de la señorita Holmes a la suite presidencial. La voz de Antón rompió el tenso silencio. Miraba fijamente a Lydia mientras hablaba, y aunque las llamas de la ira y la vergüenza lamían el interior de su garganta, su voz parecía acariciarla y consiguió avivar su deseo. Cargada de un inoportuno deseo, sintió como si su corazón dejara de latir cuando oyó hablar a Antón, acariciándola con cada una de sus peligrosas palabras, aterrorizándola con cada sílaba hábilmente controlada para seducir.
- Será mi invitada, una invitada muy especial, y espero que sea tratada como tal.
CAPITULO 5
- ¿Es todo señor?
Lydia daba vueltas arriba y abajo, incomodada, mientras el botones metía la última de sus maletas. Era evidente que Antón tenía muchas preguntas que hacerle, y tras su arrogante actuación no se había mostrado muy dispuesta a charlar amigablemente de ello en el desayuno. Cuanto antes escuchara las normas aquel Antón Santini, más feliz se sentiría ella. Y en cuanto el botones desapareciera, se quedarían a solas.
- Aún no. ¿Podrían informar a mi equipo que no quiero que me molesten? Me reuniré con ellos según lo convenido. Tengo reservada una de las salas de reuniones para las doce.
- Me aseguraré de hacerles llegar sus deseos, dijo el muchacho, inclinando la cabeza, pero sin hacer ademán de marcharse. En su lugar, la miraba a ella. De nuevo, Lydia se sintió incómoda bajo su escrutinio, avergonzada por lo que parecía creer de ella.
- ¿Desea que suba un mayordomo para deshacerle la maleta?
- Me gustaría que me dejaran a solas. Cuelga el cartel de «No molestar» al salir, respondió Antón enérgicamente. Al ver que el muchacho no se movía, sacó la cartera y le entregó un par de billetes, dándole las gracias entre dientes.
-Grazie, dijo el chico y Lydia frunció el ceño al oírlo puesto que los dos eran italianos. Disfrute de su estancia.
A pesar de todas las cosas que quería decirle a Antón, cuando la puerta se cerró Lydia fue incapaz de decir lo que estaba pensando. Hacía un par de horas que se había comprobado que todo estaba en orden, pero ahora dependía de ella que siguiera siendo un lugar seguro. Tras cerrar con cerrojo y cadena, Lydia trató hablar de algo sin importancia.
- Preciosa habitación y el cuarto de baño es divino, dijo despreocupadamente. Sus palabras estaban en desacuerdo con sus acciones mientras abría el bolso y sacaba el revólver que guardó en el cajón de la mesilla, abría y cerraba todas las puertas, miraba debajo de la cama, detrás de los espejos y cuadros, in incluso entre los exuberantes arreglos florales. Antón fruncía el ceño, perplejo ante sus actos.
- ¿Es necesario todo esto?
Al ver que Lydia no respondía sino que seguía inmersa en la comprobación la habitación, su impaciencia aumentó. - He hecho una pregunta.
- Creo que tenemos que sentar algunas bases, respondió Lydia tajantemente.
- En primer lugar, estoy aquí para protegerte, Antón, y lo creas o no sé lo que hago. Así que, por favor, no cuestiones todos mis movimientos.
- Supón que esa gente entra en mi habitación a las tres de la mañana. Odio tener que decirte cómo hacer tu trabajo pero ¿de qué servirá tener una pistola en el cajón de la mesilla si su dueña está dormida?
- De nada. No estaré dormida. Descansaré cuando estés reunido.
- ¿Entonces estarás despierta por las noches?
- Eso es -dijo ella de nuevo tajantemente.
- ¿Me vigilarás mientras duermo? formuló la pregunta en la misma forma directa, sosteniéndole la mirada en todo momento, y aunque su expresión no pareció cambiar, se las arregló para encender de nuevo la chispa sexual, pero Lydia se apresuró a sofocarla.
- No estaré vigilándote, Antón. Vigilaré la puerta.
- Será una larga noche.
- Estoy acostumbrada, intentando quitarle importancia. No me importa en absoluto.
- ¿Por qué no? ¿Te pagan horas extra? No es asunto mío, continuó él en respuesta a su propia pregunta ¿Y en segundo lugar? Supongo que hay algo más.
Lo que le pagaran no era asunto suyo. Pero no era la pregunta lo que la enfurecía sino la imperceptible implicación y la rabia que había sentido en el comedor un rato antes, emergió de nuevo.
- No saldrás de la habitación sin informarme, tanto si te acompaño abajo como...
- ¿Puedo ir solo al cuarto de baño? Ignorando las múltiples facetas del comentario, Lydia intentó continuar con la información, pero Antón no escuchaba. Se había dado la vuelta y había sacado un portátil plateado de su bolsa en un gesto de lo más insolente.
- Aún no he terminado
En vez de volverse hacia ella, levantó la tapa y lo encendió.
- Te estoy hablando, Antón.
- Pues habla, dijo encogiéndose de hombros, ignorando la nota de advertencia en el tono de Lydia.
- No tengo que verte para escucharte.
Sus palabras no hicieron sino enfurecerla aún más, pero le dieron el impulso necesario para decir lo que pensaba.
- Por último, dejemos una cosa clara. Sé que no quieres que esté aquí, Antón, y sé que piensas que no sirvo para el trabajo, pero no vuelvas a tratarme jamás como lo has hecho antes.
- Supongo que estamos hablando del restaurante y no de la piscina, dijo abriendo varios documentos en la pantalla del ordenador, acariciando las teclas con sus largos dedos pero sin dignarse a darse la vuelta.
- Porque creo recordar que parecías estar disfrutando mucho...
- Hablo del restaurante, insinuar que soy una especie de acompañante, tratar de avergonzarme... contestó bruscamente
Lydia no estaba segura de qué había esperado de él, tal vez arrepentimiento o un intento de disculpa, pero la rabia que antes hirviera en su interior pareció explotar finalmente cuando vio que Antón echaba la cabeza, hacia atrás y tuvo la audacia de echarse a reír.
- No es divertido.
- Me dijeron que tenía que ligar contigo. Tu jefe me dijo que lo arreglara para que te quedaras en mi habitación tras un breve primer encuentro, dijo volviéndose hacia ella por fin, olvidándose del ordenador. Dime, Lydia, ¿cómo demonios pensabas salir de semejante encuentro sino pareciendo una mujerzuela barata? ¿Acaso pensaste que saldrías como una ingenua monjita rescatada por un caballero?
- Por supuesto que no
Pero Antón no había terminado y avanzó dos peligrosos pasos hacia ella. Había varios metros entre ambos, pero el más mínimo avance de aquel hombre la hacía desear correr a esconderse, como si la enorme suite presidencial estuviera encogiéndose hasta tener el tamaño de un escobero.
- Dices que esa gente está observándome. Dices que tengo que actuar con normalidad o se darán cuenta si me comporto de otra manera, continuó con voz áspera y directa.
- Sí, y tal vez estés acostumbrado a las mujeres que..., dijo con la boca seca y los ojos desmesuradamente abiertos según se acercaba más y más a ella. Trató de detenerlo con palabras, de poner punto final mientras quedara espacio entre ellos.
- Oh, estoy acostumbrado a las mujeres…, interrumpió deteniéndose a centímetros, una distancia sofocante para ella. Conozco a las mujeres…, susurró. Conozco todos sus juegos..., su voz se fue atenuando y un pequeño músculo pareció temblar en su mejilla mientras la recorría con la vista. …y créeme, Lydia, nunca he tenido que pagar por tener el placer de compañía femenina y cualquiera que me estuviera observando, cualquiera que me conozca, sabe que es verdad.
- ¿Entonces a qué ha venido lo de antes? insistió. Ordenarme que me acercara a tu mesa, que me sentara. De no haber estado de servicio, Antón, me habría...
- Te habrías sentado. Y no es un cumplido.
- No me lo tomo como tal, contestó horrorizada por su arrogancia. Estás siempre tan seguro de ti mismo. Estás tan seguro de que con chasquear los dedos puedes tener a cualquier mujer que quieras... pues te equivocas. Estoy aquí de servicio Antón, y créeme, no estoy disfrutando.
- Lo estabas hace unas horas. No trates de convencerme de lo contrario.
- Besas muy bien. Puede que la práctica lleve a la perfección después de todo, pero para mí sólo se trataba de trabajo, consiguió decir ella con voz calmada
- Mentirosa. Hablé con tu jefe. Sé que no esperabas encontrarte conmigo en la piscina, igual que yo no esperaba encontrarme contigo. Lo de esta mañana no ha sido trabajo, ha sido pura atracción, dijo él con una perezosa sonrisa, jugando la baza que tenía escondida al recordar las palabras del inspector Bates...
- No. Pensé que te habían dado instrucciones, que eras consciente de que yo era policía. Me dijeron que nuestro contacto inicial tendría que parecer auténtico. Simplemente me alegré al comprobar que Antón Santini no resultó ser un tipo de un metro sesenta con barriga cervecera. Supongo que hasta en los trabajos más sucios hay siempre algo que merece la pena. Lentamente pero con seguridad, sacudió la cabeza, su mata de pelo rojo estaba reluciente a la luz del sol de la mañana.
- Entonces el beso que compartimos...
No parecía tan seguro, sus ojos oscuros se mostraban confusos por primera vez.
- Fue para las cámaras. Al menos por mi parte. Aunque tengo que admitir que fue muy placentero, dijo riéndose ligeramente.
- Casi hicimos el amor, casi...
- No, no lo hicimos.
Todas las palabras de Lydia eran mentira, todas y cada una de ellas supusieron para ella un tremendo es fuerzo, pero era necesario. Sabía con certeza que tenía que quitar importancia al encuentro, hacer desaparecer lo que había sucedido. Y sólo se le ocurrió esa manera de conseguirlo.
- Retrocedí, ¿recuerdas? Puedo meterme en la cama contigo por la mañana en los próximos dos días para que la cosa resulte convincente cuando llegue la doncella a hacer la habitación. Puedo dejar que me tomes la mano cuando recorramos el pasillo del hotel, incluso puedo besarte delante de un montón de gente, pero ni por un momento creas que se trata de algo personal. Esta es mi forma de ganarme la vida. Soy policía secreta y meterme en un papel es algo que hago habitualmente. Fuiste tú quien me besó, Antón. Fuiste tú quien recorrió la piscina en dirección a una completa extraña llevado sólo por la atracción sexual. Yo, al contrario, estaba trabajando.
- ¡Prostituyéndote!
- Tratando de salvarte la vida. Aunque admito que, a veces, me pregunto por qué me molesto.
- Yo no te he pedido ayuda. De hecho si dependiera de mí, preferiría arriesgarme a que me pase algo en vez de dejar que...
No terminó la frase, pero la palabra resonó como si lo hubiera dicho a voces.
Lydia sacudió la cabeza al ver que Antón cuestionó una vez más su autoridad y decidió terminar la frase que había dejado a medias.
- Que te proteja una simple mujer.
- Yo no lo he dicho, pero si insistes en hablar con sinceridad, sí, admito que es eso lo que siento.
Lydia no pudo menos que admirar a regañar su sinceridad porque, al menos, se atrevía a dar voz al machismo que media comisaría compartía, pero no tenía el valor de confesar.
- No puedo comprender cómo una mujer que pesa la mitad que yo, que no me llega a la altura del hombro puede albergar la esperanza de poder protegerme...
Antón gesticulaba mucho mientras hablaba haciéndola sentir como si no levantara del suelo más que una niña de cinco años.
- Puede que seas una experta en artes marciales, ¿quién sabe? Pero ni un cinturón negro podría evitar una bala. Éste no es trabajo para una mujer.
-¿Y cuál sería un trabajo apto para una mujer, Antón?
Tenía el rostro pálido bajo sus labios rojos y rígidos
- ¿Andar descalza y embarazada en tu cocina?
- Estás siendo ridícula.
- No más que las suposiciones que acabas de hacer sobre mí, pero, al menos, mis suposiciones se basan en los hechos. He leído mucho sobre ti en estos días, señor Santini.
- ¿Qué? ¿Has ojeado las revistas del corazón para formarte una opinión? Propio de tu nivel, dijo con desprecio
- Cerdo arrogante. Tal vez creas que el único lugar adecuado para una mujer sea tumbada boca arriba con las piernas abrazadas a tu cintura, masajeando tu ya extremadamente hinchado ego, pero puede que las vidas de otros estén en juego, no sólo Ia tuya. Hay huéspedes inocentes en el hotel, niños, y ni por un segundo pienses que ni yo ni ninguno de mis compañeros dejaremos que les ocurra algo. Así que será mejor que empieces a interpretar tu papel, Antón. Durante los próximos dos días, te guste o no, te tocará estar aquí encerrado conmigo, y sea cual sea el problema que este hecho pueda causarte, te sugiero que lo entierres por el momento.
Dándose la vuelta, se metió en el cuarto de baño y cerró la puerta tras de sí. Se apoyó entonces con manos temblorosas en el mármol negro y miró el reflejo de una cara que apenas reconocía en el espejo, tragándose la bilis que le causaban las duras palabras que acababan de intercambiar. Habían logrado atentar contra la pura belleza que los envolviera esa misma mañana, borrando el sincero placer de tan íntimo momento hasta que sólo habían dejado una sucia mancha de vergüenza.
Abrió el grifo del agua fría y trató de calmarse mojándose las muñecas antes de regresar a la suntuosa habitación. Esperaba un segundo asalto. Esperaba que la furia de Antón se hubiera exacerbado en su ausencia y empezara a hacerle preguntas en cuanto saliera. Pero cuando salió, sin hacer ruido sobre la densa moqueta de lana, por un segundo se sintió como una intrusa.
De espaldas a ella, Antón miraba por los inmensos ventanales, pero le pareció percibir una soledad en él que no había visto antes, un cansancio que estaba segura de no haber visto antes, y le incomodó ver un indicio de fragilidad en aquel hombre poderosamente orgulloso, una pequeña grieta en su armadura que, con toda seguridad, Antón no había tenido intención de revelar.
- ¿Antón?
La crispación había desaparecido de su voz pero esperó a que Antón se colocara de nuevo la máscara, a que emergiera su altiva indiferencia mientras atravesaba la estancia. Sin embargo, éste siguió mirando por la ventana, y su voz llegó con suavidad finalmente.
- Te pido disculpas.
Ni por un momento había esperado una disculpa, como mucho una actitud distante. Pero por alguna razón sintió que lo decía de corazón, supo que un hombre como Antón no se disculparía a menos que lo sintiera de veras.
- He sido demasiado brusco.
- ¿De veras? Yo también, admitió sonriendo sorprendida por el súbito cambio
- Lo de esta mañana ha sido...
Lydia vio cómo se afanaba por encontrar las palabras adecuadas con los puños apretados en señal de frustración y terminó la frase por él
- ¿Una sorpresa?
Antón asintió lentamente.
- La mayoría de las veces este tipo de señales de alerta no son graves. Determinados acontecimientos disparan las alarmas y tenemos que ponernos a buscar en todas las calles. No significa necesariamente que... explicó Lydia más suavemente.
- No es eso lo que me molesta
-¿Qué es entonces?
Se dio la vuelta lentamente, el dolor que había en sus ojos la golpeó con tal intensidad que retrocedió un paso. Pero Antón se recobró al instante, de nuevo apareció su postura habitual, una sonrisa sarcástica se abrió paso entre sus labios para responder con su acostumbrada mordacidad. Se colocó la máscara con facilidad, tal como ella había sabido que haría.
- Antón, dijo con recelo, ¿tienes idea de quién podría querer hacerte daño?
- No.
- ¿Tienes algún enemigo?, presionó frunciendo el ceño al ver que le quitaba importancia al hecho encogiéndose de hombros.
- Demasiados para contarlos...
- Antón, si tienes alguna idea de quién podría estar detrás de esto, es imperativo que me lo digas. Si crees que...
- Mis pensamientos son sólo míos, Lydia.
La máscara no dejaba traslucir la imagen pensativa que había contemplado un momento antes.
- Y ni siquiera tú puedes acceder a ellos. Y ahora, si quieres avisar a tus compañeros, me gustaría bajar a la sala de reuniones y continuar con la agenda prevista.
CAPITULO 6
Fue un alivio dejarle en su reunión, un alivio volver a la habitación, cerrar la puerta y dejar caer su propia máscara durante unas horas. Poder desnudarse y correr las cortinas y deslizarse dentro de la enorme cama en la que Antón dormiría esa misma noche, y abandonarse a unas cuantas horas de inquieto sueño pensando en él.
La vibración del busca que había dejado sobre la mesilla la informaba de que la reunión estaba a punto de concluir y le decía que se vistiera y bajara al bar. Echando un vistazo al armario, miró las posibilidades. El fiel vestido negro que siempre daba buen resultado parecía desprovisto de vida. Su guardarropa no se ceñía al sofisticado mundo en que habitaba Antón. No estaba segura de si podría salir del embrollo vistiendo el mismo vestido de la mañana, la única pieza fabulosa de su armario, que le había prestado su increíblemente glamorosa hermana pequeña. Pues tendría que valer.
Comprobando que el bolso estaba en su sitio y el peso del arma contra el muslo, Lydia reparó en la enorme y opulenta cama de la suite presidencial. Trató de no imaginarse su pelo azabache sobre la almohada... trató de no visualizar aquel altivo y precavido rostro suavizado por el sueño... trató de no imaginarse tumbada a su lado... trató y fracasó en los tres casos.
Por peligrosa e impredecible que se presentara la noche, el verdadero peligro para ella no era lo que la esperaba en el bar o de vuelta a la suite. El verdadero peligro estaba en aquella habitación. Tenía que mantener la guardia en alto, vigilar en todo momento, no sólo para salvaguardar la vida de Antón, sino también su propio corazón.
Sin duda, no podía acercarse al bar y pedir. Como invitada especial de Antón Santini, tenía que actuar tal como se esperaba de ella. Se sentó en uno de los sillones bajos de terciopelo y, pidió sin apenas mirar al solícito camarero que se acercó a tomarle nota.
- Daiquiri de fresa, contestó mirando brevemente a su alrededor para asegurarse de que Kevin la había visto entrar. Era importante que nadie sospechara ni por un segundo de que no hacía sino seguir el procedimiento marcado y si alguien la estuviera mirando, pedir una botella de agua habría levantado sospechas. Situado en el bar, Kevin se estaba haciendo pasar por un camarero. Era necesaria su presencia para supervisar el dispositivo y también para asegurarse de que las bebidas de todos los detectives que se encontraban allí no contuvieran alcohol.
Conforme empezaron a entrar las personalidades al terminar sus reuniones, Lydia no tuvo que girar la cabeza cuando él llegó. El volumen del murmullo de fondo y las risas bajó, la conversación se detuvo momentáneamente a su llegada. El personal del hotel se mostró solícito y notó que hasta las más bellas mujeres se retocaban. Se llevaban las manos al rostro, se ahuecaban el pelo, metían hacia dentro los tonificados estómagos, se humedecían los labios con la lengua y todas entornaron los ojos un poco al ver cuál era el centro de las miradas de aquel hermoso hombre. Un hombre que llenaba la estancia con sólo pisarla, meditabundo pero carismático, dueño de una huidiza cualidad que hacía que todos le prestaran atención.
Atravesó el salón con paso decidido hacia ella, mirándola fijamente; demasiado fácil para ella ceder al placer de tan peligroso momento, fingir que todo era verdad, que aquella elegante e íntima sonrisa que suavizaba sus labios se debía verdaderamente a ella.
- ¿Qué tal tu reunión? Le preguntó cuando se sentó a su lado en el sofá. La obligada cercanía era más embriagadora que cualquier licor, su muslo presionando contra el suyo, su voz grave y baja. Debido al ruido de fondo, Lydia tuvo que inclinarse hacia él para poder oír.
- No me saludarías así si fueras mi amante.
Deslizó la mano baja la sedosa mata de pelo rojo y le masajeó la nuca lentamente. Lydia notó pequeños pulsos de energía que palpitaban por todo su cuerpo cuando Antón inclinó la boca sobre la de ella
- Así es como me saludarías.
Tenía el sabor del peligro, y por muy sexistas y machistas que hubieran sido sus palabras, causaron en ella una oleada de excitación que le encogió el estómago. La idea de ser su amante, de saludar a aquel hombre increíble con besos apasionados, la dejó literalmente temblando por dentro. Su lengua se deslizó en su boca y su absoluta desinhibición, lo inapropiado de sus actos, provocaron en ella un vuelco de excitación en sus partes bajas.
- ¡Así está mejor! dijo separándose y tomando la bebida que le habían dejado delante, absolutamente calmado, aparentemente tranquilo.
Lydia miró a María y trató en vano de ignorar la expresión de sorpresa y regocijo de su amiga.
- Y ahora, ¿qué te parece si vamos al restaurante?
- Preferiría comer en la habitación, sugirió Lydia la detective, ansiosa por huir de la multitud y resguardarse en la relativa seguridad de la suite. Pero al ver que Antón negaba con la cabeza y se dirigía al restaurante, no le quedó más remedio que seguirle, ante la mirada de desaprobación de Kevin.
Como era de esperar, la entrada de Antón en el restaurante fue triunfal; todo el mundo se volvió para mirar al caballero de tez oscura y gesto meditabundo que era conducido a una mesa en un discreto rincón de la sala. Fue algo incómodo el momento en que Lydia ignoró la silla que se le ofrecía y eligió la que le ofrecían a él, por estar en mejor situación para observar la salida en caso de alguna irregularidad.
- Lo siento, lo olvidé, dijo Antón mientras Lydia se sentaba y, por un segundo, pudo ver una de sus sonrisas más encantadoras.
No era la primera vez que Lydia se preguntaba cómo demonios iba a hacer el trabajo que se le había asignado porque Antón no era él único que olvidaba por qué estaba allí con él. Tenía una mirada cautivadora, su compañía era abrumadora, necesitaba toda su fuerza para mantener la concentración, para escapar de vez en cuando y observar la sala en vez de mirarlo a él. Los camareros estaban siempre pendientes, para servir agua, o para extender una servilleta sobre las temblorosas rodillas de Lydia mientras Antón repasaba rápidamente la carta de vinos.
- ¿Tinto?
- Sólo agua, gracias.
- ¿Agua?, parecía horrorizado, pero Lydia insistió al tiempo que tomaba la enorme carta, tratando de encontrar algo, lo cual se convertía en una pesada tarea después del beso que le había dado Antón. Logró pedir un risotto mientras Antón pedía un enorme filete de ternera poco hecho, hablando de cosas sin importancia hasta que los camareros desaparecieron.
- No vuelvas a hacerlo, Antón. Si digo que vamos a la habitación, eso es lo que haremos.
- ¿Te gusta tu trabajo? le preguntó ignorando por completo su enfado.
- Me encanta la joyería, respondió rígida sin perder de vista lo que ocurría en la sala, pero se relajó un poco al ver que John y Graham eran conducidos a una mesa cercana.
- Prueba un poco de vino. Es verdaderamente bueno.
- No puedo beber alcohol, respondió implorándole con la mirada que la comprendiera.
Antón frunció el ceño pero, afortunadamente, cambió de tema.
- Y, tu novio... ¿qué piensa de tu trabajo?
¡No tan afortunadamente!
Con una rígida sonrisa, Lydia se sintió reticente a contestar, pero lo hizo consciente de que levantarían sospechas si se quedaban allí sentados, en silencio. No estaba muy segura de cuánto podía revelar.
- Mi ex novio lo odiaba a pesar de dedicarse a la joyería también. Últimamente he cosechado más éxitos que él y creo que está celoso.
- ¿Preocupado tal vez? bromeó él y Lydia apretó los dientes.
- A mí no me gustaría que mi mujer se dedicara a ese trabajo.
- ¿Tu mujer? se rió sin perder la rigidez. Sea lo que sea que intentas decir, Antón, creo que no te comprendo.
- Me comprendes perfectamente. No es un trabajo muy femenino aunque tengo que decir que estás fantástica esta noche. Ese vestido, sin embargo, me resulta familiar. Tal vez mañana te lleve de compras.
De haber sido una cita de verdad le habría dado una bofetada.
-¡Tal vez no! espetó Lydia.
- Eres..., se detuvo un segundo para encontrar las palabras, eres una de esas feministas, ¿verdad?
Lydia lo miró con la boca abierta ante la broma.
- Lo que yo sea y crea no tiene nada que ver contigo...
- ¡Pero estamos en una cita! dijo Antón exhibiendo una sonrisa endiablada. ¿No se supone que tenemos que conocernos mejor, Lydia?
Tenía razón y dado que sus colegas estaban cerca, y que el ruido de fondo del restaurante significaba que no había posibilidad de que los escucharan, para cuando llegó la comida se había tranquilizado un poco, había bajado la guardia mínimamente, pero sólo con la intención de averiguar algo más sobre él.
- ¿Y a ti te gusta tu trabajo? preguntó Lydia disponiéndose a empezar con su risoteo, aunque su habitualmente gran apetito se había reducido al de un gorrión bajo el escrutinio de Antón.
- La mayor parte del tiempo. No me deja mucho tiempo para mí, aunque... frunció el ceño al ver que Lydia enarcaba una ceja. No me deja tiempo.
- Por lo que he podido comprobar, has encontrado tiempo para mantener una extraordinaria vida social, Antón.
- En realidad no es tan maravilloso como aparece en las revistas.
Ni remotamente avergonzado ante la implicación de sus palabras, se encogió de hombros. Muchas de esas llamadas relaciones no pasaron de simples citas para cenar -Lydia tenía ambas cejas arqueadas y Antón dejó escapar una irónica risa-. Vale, no me gusta dormir solo. ¡No sabía que fuera un delito!
- No he dicho que lo sea, replicó Lydia, pero a pesar de su peinado y su maquillaje, a pesar del parpadeo de las velas y de la presencia de un hombre tan increíble, su mente seguía alerta.
La detective que había en ella no dejaba de colocar cada pieza con sumo cuidado en aquel difícil rompecabezas y, dirigiéndose a él con una pregunta muy directa, observó cuidadosamente su reacción.
- ¿Qué ocurrió hace doce meses, Antón? Al ver que su rostro se quedaba inmóvil, Lydia supo que había dado en el blanco.
- Nada.
Para la mayoría de la gente, habría parecido una reacción instantánea, pero Lydia se dio cuenta de que ya no la miraba a los ojos. Antón había bajado la mano a la copa y dio un pequeño sorbo. Lydia sabía que intentaba intentando ganar tiempo.
- ¿Por qué lo preguntas?
- Es sólo curiosidad, dijo restándole importancia, pero su mente no pensaba lo mismo.
- Me pareció leer que tu vida social fue especialmente activa por entonces, desvió la mirada por momentos. Tras asegurarse de que no había ningún camarero cerca, segura de que su corazonada era cierta, volvió hacia él.
- Y también se multiplicaron esas llamadas de teléfono.
- No hay relación entre ambas cosas, se apresuró a decir demasiado rápido en su opinión, demostrándole que también había pensado en esa posibilidad.
- ¿Cómo puedes estar tan seguro?
- Simplemente lo estoy, terminando la conversación abruptamente, claramente irritado por su intrusión.
El ambiente ligeramente más amigable que habían creado se esfumó y ambos guardaron silencio. Poco después, la cena se terminó. Sin apenas tocar el filete, Antón dejó el tenedor y el cuchillo en el plato y tiró la servilleta sobre la mesa.
- ¿Me acompañas? con una hermética sonrisa ¿Quieres salir a los jardines a tomar un café o un brandy?, le preguntó cuando atravesaban ya el vestíbulo. Y aunque puede que sólo se lo hubiera preguntado por cortesía, aunque Lydia creyera sin dudar que debiera hacer el mismo ofrecimiento a todas las mujeres después de una cena, sabía con certeza que tan sólo trataba de retrasar las cosas.
Pensó que vez, sólo tal vez, Antón temiera el momento de subir a la suite tanto como ella, como si le asustara el confinamiento, aunque se tratara de la suite presidencial. Una noche en mutua compañía, negando atracción que emanaba de ellos, se presentaba como una ardua tarea.
- No, negó con la cabeza. Los jardines era último lugar en el que quería estar con un posible asesino suelto.
- Creo que tenemos que subir ya.
- Y yo creo que me apetece un brandy, respondió con brusquedad y chasqueando los dedos a la joven de la recepción.
Lydia sabía que si no se hacía con el control en eso momento, podía dejar el trabajo en ese momento.
- Cariño, sonriendo dulcemente le tomó la mano mientras él daba órdenes a la joven y casi se atragantó con la risa al ver que Antón se detenía.
- Estoy real mente cansada. Olvidemos el brandy y vayamos a la cama.
A favor de Antón tenía que decir que no cambió su expresión suave como la mano que Lydia había entrelazado con la suya y, con una sutil pero tremendamente dolorosa maniobra que había aprendido años atrás, tiró de su dedo pulgar hacia atrás, una técnica que podría hacer arrodillase de dolor a la mayoría de la gente en cuestión de segundos. A continuación, y con brío, llevó a su reticente pareja hacia los ascensores. De cara a los demás, parecerían una pareja normal que se retiraba a pasar la noche. Nadie adivinaría la agonía que estaba sufriendo Antón.
-¿Qué demonios ha sido eso? , preguntó lanzándole una mirada de ira cuando las puertas del ascensor se cerraron y Lydia lo soltó. Contuvo la sonrisa cuando lo vio suspirar de alivio y murmurar para sí. No necesitaba traducción para adivinar que estaba lanzando juramentos en italiano contra ella mientras ponía la mano entre los muslos para calmar el dolor.
- Me acabas de romper el pulgar.
- Has estado a punto de desbaratar nuestra tapadera. Cuando digo que nos vamos, nos vamos. ¿Lo has entendido?
Antón no respondió y ni siquiera le cedió el paso al salir del ascensor.
- ¿Y esos modales? Lydia sonreía a su espalda.
- ¿Por parte de los dos? ladró Antón sacando la llave para abrir la puerta
- Pues elige, Lydia. Si quieres comportarte como un hombre en un bar, así es como yo te trataré. Pero no te pongas dura conmigo ahora y vengas pidiéndome después que te abra las puertas o te ceda el paso.
Entraron en la habitación en medio de un furioso silencio y Antón se quedó de pie, de espaldas a la pared con los ojos entornados mientras Lydia comprobaba de nuevo la suite.
- ¿Has pedido servicio de habitaciones para mañana por la mañana? rompió el silencio con una pregunta directa que Antón no tenía intención de responder.
- Necesito saberlo porque si alguien entra con el desayuno tengo que recoger mis cosas y quitar el cerrojo... Tendrá que parecer que estamos durmiendo juntos. Pero no te preocupes, estaré vestida.
- Me traen café y los periódicos a las cinco y media. Puedo pedir que no lo hagan, si lo pretieres.
- No es necesario, susurró. No cambies tus costumbres por mí.
- Puede que debiera pedir que me suban unas bolsas de hielo y polvos para escayolar. Puede que debiéramos preparar unos cuantos moldes por si vuelvo a pasarme de la raya.
- No seas ridículo, Antón. Sólo hacía mi trabajo.
- Lo sé... -la sombra de una sonrisa levantó las comisuras de sus labios enfadados
- Duele mucho, ¿sabes?
- Se supone que tiene que doler, pero también estaba sonriendo al tiempo que disminuía su enfado. ¿Estás bien?
- Sobreviviré. No estoy seguro de si es mi pulgar o mi ego el que está dolorido.
- Probablemente los dos, sonrió ella. Iré a ponerme más cómoda y, con suerte, no te molestaré. Finge que no estoy aquí. Compórtate como sueles hacerlo.
- ¿Y si quiero ducharme?, su tono parecía casi a la defensiva.
- Supón que quiero pedir que me suban helado y ver la película de la noche...
- Pues hazlo, mostrándose más des preocupada de lo que en realidad se sentía.
- Antón, he dormido toda la tarde, no estoy ni remotamente cansada. Si quieres tener la luz encendida toda la noche, por mí bien. Si quieres llamar al servicio de habitaciones, hazlo. Haz lo que suelas hacer y olvida que estoy aquí.
- ¿Olvidarlo?, escuchó la risa burlona de Antón mientras se quitaba la chaqueta, se sentaba en la gigantesca cama, se quitaba los zapatos y se aflojaba la corbata que se sacó por la cabeza y tiró al suelo, seguro de que alguien recogería todo el desorden por la mañana.
La analogía fue tan bien recibida como el alivio que sintió Lydia. Él era su problema, al menos de momento. Aquel hombre tremendamente guapo y caprichoso estaría en su vida durante un breve lapso de tiempo y no debía olvidarlo ni por un momento.
- Olvida que estoy aquí, reafirmó ella y, arrastrando un sillón hasta el borde de la cama, encendió la luz de la mesilla y eligió algunas revistas de la mesa de centro.
- Haz lo que sueles hacer. Sólo estoy aquí para protegerte. No tienes que hacer de anfitrión conmigo.
- Está bien, replicó quitándose los pantalones del traje de varios miles de dólares que llevaba puesto y los tiró al suelo.
Lydia se obligó a concentrarse en la revista, en cómo dejarse unas cejas perfectas, mientras Antón paseaba por la habitación como un animal enjaulado, llevaba puesto sólo unos boxers y la camisa blanca y mostraba la capacidad de concentración de un niño de seis años: encendió la televisión, descolgó el teléfono y de momento pareció cambiar de opinión y colgó, incluso se puso a buscar entre los objetos de su bolsa de aseo de la que sacó una cuchilla de afeitar.
- ¿Te importa?
- Por favor, levantando la vista y elevando los ojos al techo al ver el artículo en cuestión.
Se dirigió al cuarto de baño y comenzó a afeitarse cuando Lydia levantó la vista para mirar... y de inmediato deseó no haberlo hecho. Se había quitado la camisa y en su lugar llevaba una camiseta blanca que ponía de manifiesto su amplio torso. Las piernas de piel aceitunada quedaban acentuadas bajo los boxers de seda azul marino, y, de alguna forma, Antón Santini se las arregló para que un sencillo acto como el de afeitarse resultara muy sexy: el pelo oscuro le caía sobre la frente, tenía el semblante arrugado en señal de concentración, su lengua rosada asomaba entre sus voluptuosos labios.
Pero ni siquiera el afeitado lograría calmar su inquietud. Tras secarse el rostro con la mullida toalla, se acercó a la ventana y, retirando la cortina, miró el contorno de la ciudad en medio de la noche. Miró la luna que flotaba sobre las torres Rialto, tamborileando los dedos en el alféizar, mientras Lydia se arriesgaba a levantar la vista, a mirar su altivo perfil, notando la tensión sobre sus hombros, la severidad de su mandíbula. Decidió reiterarle lo que le había dicho antes.
- Sé que tenerme aquí te resulta muy incómoda pero, de verdad, no tienes que...
- No estoy incómodo, la interrumpió Antón.
- Hace un momento paseabas por la habitación. Aún no te has sentado.
- ¿Y? dijo él, encogiéndose de hombros sin dejar de mirar por la ventana, ni de tamborilear, haciendo visible la tensión en cada uno de sus rasgos
- Yo soy así, volvió a encogerse de hombros.
- No duermo mucho, ¿Te resulta un problema?
- Por supuesto que no, replicó volviendo In atención a su revista, pero Antón prolongó la conversación.
- Quiero un café.
- ¿Disculpa? Lydia parpadeó sin comprender.
- Quiero una taza de café.
- No esperarás que te lo prepare, ¿verdad?
- Claro que no, dijo irritado. Pero si llamo al servicio de habitaciones, tendrás que guardar la pistola, mover el sillón, aparentar. ..
- No es problema. Puedes llamar al servicio de habitaciones cada hora, en punto, si quieres. Créeme, cambiar de sitio un sillón unas cuantas veces no me desconcierta. De hecho, comparado con lo que suelo tener que hacer...
- Me lo prepararé yo mismo, la interrumpió Antón y Lydia regresó a su revista suponiendo, como lo habría hecho cualquiera, que hacer un café no era tan difícil.
A juzgar por el ruido proveniente de la pequeña zona de cocina, nadie habría podido culparla por pensar que Antón estaba preparando una comida de cinco platos. ¿Tan difícil era encender el hervidor de agua y abrir un paquete de café?
- ¡Primero hay que sacar el filtro, Antón!
- ¿Qué diferencia hay? preguntó enfadado.
- Ninguna, a no ser que quieras estar masticando posos de café toda Ia noche.
No quería haberse entrometido, pero su inquietud empezaba a ser molesta ya. Además, si estaba tan consentido que nunca había preparado una cafetera con filtro, ya era hora de aprender.
- Sé lo que estás pensando, le dijo él llevando la cafetera y una taza hasta la mesilla. Se tumbó a continuación en medio de la cama y se apoyó en un codo. Aunque ella no estuviera mirando, podía sentir su mirada en ella.
- Estás pensando que ni siquiera sé preparar un café, había un rasgo de humor tras sus palabras de inerte acento, pero Lydia se limitó a responder vagamente.
- No es cierto, se encogió de hombros.
- Sí lo es.
- Lo creas o no, seguía sin mirarlo, no estaba pensando en ti. De hecho, trataba de leer.
- Pensé que se suponía que estabas de guardia.
- Y lo estoy, murmuró algo entre dientes como él antes. Puedo leer y escuchar al mismo tiempo.
- Pues en caso de que te lo estuvieras preguntando, continuó él en dirección a su indiferente público, sé preparar un café excelente. Lo que ocurre es que suelo prepararlo sobre el fuego..., se detuvo al ver una leve sonrisa en los labios de Lydia.
- ¿Qué te resulta tan divertido?
- Supongo que también cortas tu propia leña.
- ¿Disculpa?
- Para el fuego
- Estás siendo sarcástica, ¿no?
- Sí, Lydia se rindió y, bajando la revista, lo miró
- Son casi las dos de la mañana, Antón.
-¿Y?
- Anoche cruzaste medio mundo para venir, esta mañana a las seis estabas en la piscina -al menos tuvo la decencia de sonrojarse y Lydia lo vio-. Y la doncella vendrá a las cinco y media. No duermes mucho, ¿no?
- Apenas
- ¿Y no te afecta? Quiero decir, yo estaría hecha un manojo de nervios si tuviera que dirigir una reunión importante mañana y apenas hubiera dormido.
- Estoy acostumbrado, dijo bostezando al mismo tiempo.
- Tal vez si redujeras la cafeína, te ayudaría..., se detuvo un momento para disfrutar de la deliciosa vista de su estómago plano y tonificado.
- Tal vez, pero tener a una detective armada a mi lado y saber que alguien quiere matarme no es la mejor manera de atraer el sueño.
- Touché
- De hecho... bostezó nuevamente, entornando los ojos intentando enfocar y Lydia se dio cuenta de lo cansado que debía estar.
- Si estuviera en casa, llevaría horas dormido. No eres tú, ni las pistolas o las amenazas lo que me molesta, sino el hotel.
- Pero si es maravilloso, lo riñó. Y estás tratando de comprarlo.
- No dudes que lo haré, gruñó. Y seré el primero en poner mi firma en los carteles anunciadores para atraer a los ejecutivos a un lugar en el que pueden sentirse como en casa. ¿Pero cómo puede ser un hogar cuando el bote de champú de la bañera siempre está lleno...?
Lydia sonrió ante el razonamiento de su adormilado cerebro.
- ¿Cómo puede ser un hogar para nadie si cuando entras es como si hubieran borrado tu existencia: la ropa colgada, los periódicos que estabas leyendo perfectamente doblados...? Estoy harto de los hoteles.
Supongo que después de un tiempo la novedad se pasa, convino ella, con las piernas estiradas. Tan relajada estaba con la conversación que apenas notó cuándo se le abrió ligeramente el albornoz. Estaba concentrada de lleno aquel intrigante hombre.
- ¿Puedes responderme a algo con total sinceridad? le preguntó abriendo el cobertor y metiéndose dentro, los ojos casi cerrados.
Lydia bajó la guardia un poco más, no respecto a los ruidos de fuera, sino respecto al hombre que tenía al lado, que ya no suponía ningún peligro. Descentrado por el jet lag, exhausto después de tanto tiempo luchando, lo único que pedía la mente de Antón era dormir.
- Depende de lo que quieras saber, contestó suavemente, pero la sonrisa se borró de sus labios, y un nudo se le formó en la garganta al oír la pregunta.
- Cuando nos besamos esta mañana, cuando te tenía en mis brazos, ¿fue como un día normal de trabajo para ti?
Pareció transcurrir una eternidad antes de que contestara mientras se debatía entre la verdad o la mentira, pero, viéndolo con los ojos medio cerrados y aquella deliciosa y despiadada boca relajada, le resultaba más fácil responder a su pregunta con sinceridad.
- No, lejos de ser un día normal de trabajo. Notaba la garganta seca como papel de lija, y su sinceridad la sorprendió.
- Me alegro, respondió Antón suavemente, con una perezosa sonrisa en el rostro.
- ¿Puedes responderme a algo, Antón?
- ¿Mm? estaba casi dormido .