EL REMORDIMIENTO
NO importa cuándo sucedió. Esto es porque él estuvo solo todo el tiempo y así dejó de tener significado alguno para él. Al principio, buscó entre los escombros otros supervivientes, lo que le mantuvo atareado un par de años Luego vagó a través del continente con grandes y cada vez más distantes espirales, pero el avión un día no despegó y supo que jamás encontraría a nadie. Entonces pasaba de los cuarenta años y le sobrecogió un abrumador delirio sexual. Buscó y extrajo fotografías de mujeres, con preferencia de las que tienen las piernas largas y los pechos desarrollados. Ellas le acosaban en sus sueños; pensó en esas imágenes incesantemente con los ojos cerrados, manando lágrimas por sus mejillas y perdiéndose en su rostro barbudo. Un día terminó la fase sin motivo alguno y reanudó sus viajes, a pie. Al Norte en verano, al Sur en invierno, por los campos sembrados de U. S. 1, con la mochila, con cerdo y judías, colgada de los hombros, hablando de ordinario mientras caminaba, otras veces cantando.
No importa cuándo sucedió. Esto es porque los visitantes eran eternos; el tiempo infinito se extendió ante ellos y detrás, con menciones solamente de las infinitas afinidades que incluían sus "Vidas". Primeramente, cuando llegaron a un sistema planetario particular, aquello resultaba la más insignificante de las trivialidades. La eternidad estaba en su ser; eventualmente llegarían a todos los planetas.
Habían conquistado la única manera práctica: sobreponiéndose a ella por el número. Cada uno de los visitantes era y tenía cien mil millones de vidas como cualquier otro... los cien mil millones de vidas, es decir, de las células de una persona. Pero las células de usted han cometido el error de especializarse. Algunas sólo pueden contraerse y relajarse. Otras extraer la urea de la sangre. Otras únicamente pueden cargar y transportar oxígeno, unas cuantas únicamente transmiten momentáneos impulsos eléctricos y otras sólo manufacturan productos químicos en un intento desesperado de evitar que el imposible mecanismo llamado Rube Goldberg, que es usted, se destroce. Nunca tiene éxito, y usted tampoco, por lo tanto. Quizás antes de que usted se derrumbe algunas de sus células especializadas se unirán con las células especializadas de cualquier otra persona, y formarán otra imposible contracción destinada a morir.
Los visitantes estaban dispuestos de manera más sensata. Sus cien mil millones de vidas no eran células, sino criaturas pequeñas, sin especialización, como insectos, unidos por un campo electromagnético más sutil que los brazos toscos que le mantienen a usted unido. Cada una de las cien mil millones de criaturas que conforman a un visitante podría vivir y portar pesos diminutos, podría manipular energía diminuta y herramientas, podría llevar sobre su pequeña cabeza redonda y negra las suficiente células cerebrales para comer, aparejarse, criar y trabajar... unos cuantos millones de células cerebrales almacenadas en el campo que formaba la conciencia de los visitantes.
Cuando uno de estos insectos moría no habían ritos; era reducido a pedazos con indiferencia y comido por sus insectos vecinos, mientras estaba todavía fresco. No importaba nada más al visitante que crecer, lo mismo que hace el pelo en usted y el crecimiento de su cabello se cumple sólo por la muerte de incontables células.
—¡Quizás en Marte! — gritó mientras caminaba. La mochila se tambaleó en su hombro y arregló una de las correas sin perder paso. Los pájaros cantaban y se desparramaban en los espesos pinos del bosque mientras él les chillaba con voz de trueno—. Bueno, ¿por qué no? Allí deberían albergarse con facilidad diez mil. ¡Progreso, maldito sea! ¡Esto es progreso, hombre! Jamás pensé que ocurriría en mi vida. Pero uno pensaría que enviarían a una nave para que un tipo no se sintiese tan solitario. Debiste habértelo figurado hombre. Conoces a esos malditos demasiado bien y conoces igualmente lo que ocurrió allá arriba. Teníamos la Semiesfera Septentrional, ellos tenían la Semiesfera Meridional y uno sabe condenadamente bien lo que ocurrió allá arriba. ¿Semiesfera? Hemiesfera. Hemi-Semi-Domiesfera.
Eso fue bueno, lo mejor con que tropezó durante años. Lo miró y siguió su marcha.
Cuando se cansó, rugió:
—No deberías haber estado en el viejo ejército, hombre. No hubiésemos seguido engañados por ese asunto de la Libertad Ilimitada del viejo ejército. Si querías marchar al paso con alguien más, marcha al paso con quien te daba la gana. Nada de este engaño de perder el paso y veinte latigazos del sargento para limitar tu libertad.
Aquello era también bueno, pero le ponía un poco intranquilo. Trató de recordar si había estado en el ejército o sólo oyó hablar de él. Se dio cuenta a tiempo de que una tempestad estaba soplando desde sus profundidades; a menos que la desviara, pronto se vería caído en el cemento de U. S. 1, sollozando y pegándose puñetazos en la cabeza. Volvió apresuradamente a la Semiesfera, Hemiesfera, Hemi-Semi-Demiesfera, rugiendo a los asustados pájaros mientras se tambaleaba.
Habían cuatro visitantes a bordo del navio cuando entró en el sistema planetario. A uno de ellos lo dejaron en un planeta frío exterior, rico en metales, para establecer allí cien mil millones de pequeños cobijos, construir cien mil millones de diminutas formas, eventualmente, en mil o un millón de años; no importaba, construir una espacionave, fisionarla en dos o más visitantes para tener compañía y seguir visitando. El navio estaba ya muy concluido; cuanto más y más información se adquiriese en este viaje era necesario que los enjambres aumentaran de tamaño, alimentasen a más insectos para que conservasen más huevos nuevos.
Los tres visitantes que quedaron pusieron la proa de su navio hacia un planeta intermedio y efectuaron una breve parada. Estaba deshabitado excepto por unas diez mil personas... menos de las que podía esperarse y con seguridad no lo bastante para efectuar un estudio de primer contacto. Los visitantes se dirigieron al siguiente planeta en dirección al sol después de que una observación rudimentaria de los seres que dejaron les hizo sacudir la cabeza pensativos. Puesto que los visitantes no tenían órganos sexuales, en cierto sentido carecían de emociones...
Sin embargo, cualquiera podría decir que un vago aire de enojo invadía el navio.
Rumiaron los raros hechos de que las entidades habían levitado, aparecieron a la distancia de observación con aspecto de ser insustanciales, de no darse cuenta de los visitantes. Caundo uno tiene una alfombra negra de unos cien metros cuadrados Volando a través de una tierra extraña, cuando los habitantes de esa tierra tropiezan su rumbo contigo y pasan por encima de ti, uno espera sorprenderles, quizás asustarles al principio y cuanto menos provocar curiosidad. Lo que uno no espera es que le ignoren.
Reservaron el juicio definitivo hasta paralizar los seres que vivían en los planetas más próximos al sol... Posiblemente seres que habían colonizado la zona, que podrían explicar la indiferencia de la población del planeta externo, aunque no del todo.
Aterrizaron.
* * *
Despertó y bebió agua de una charca junto al camino. Hubo un tiempo en que el agua fue el mayor problema. Uno dejaba caer tres gotas de iodina en una cantimplora. O la hervía, si no estaba demasiado débil por causa de la disentería. O uno la recogía del depósito de un modesto cuarto de baño en la granja aislada, con el granjero y su mujer y sus hijos en el piso de abajo, mirando grotescamente con las órbitas vacías a la pantalla de televisión, en espera de la última palabra ya mucho tiempo antes dicha. La enfermedad del polvo, las destructoras emisiones supersónicas de un cuerno sonoro emitido por un zumbido de baja frecuencia... ¿Qué importaba? Lo interesante era que el agua fuese sana.
—Pero, infiernos — rugió—, todo es bueno ahora. ¿Oís eso? La lluvia en los charcos, el agua estancada, todo es bueno ahora. Uno tendría que haber sido el hombre solitario cuando las cosas iban mal, cuando se oía el tronar de los motores y el ruido que hacían ellos, y el hombre solitario no moría aunque deseaba hacerlo...
Esta vez la tempestad le pilló desprevenido y tardó en pasar. Tenía las manos despellejadas de agarrarse al cemento roto y sus ojos estaban tan hinchados de lágrimas que apenas podía ver cuando se quitó del hombro la mochila para sacar una de las latas de conserva. Aquella mañana se tambaleó con frecuencia. Una vez cayó y se abrió una herida en la frente, pero ni siquiera eso interrumpió su canturrear.
—No importan los huesos, no importa la sangre; la ginebra Corey es la mejor. Conquistaremos; ganaremos. Proporcionemos a nuestros soldados la ginebra Corey. Perder tiempo en la guerra es pecado. Olvidémonos de todo con ginebra Corey.
* * *
Aterrizaron.
Cinco mil insectos de cada "vida" tiraban para quince mil cables para abrir la portezuela y cocolocar la rampa de aterrizaje. Mientras tiraban unos cuantos centenares tocaron los espasmos de la muerte. Comunicaron al instante cuántos había de los jovencillos inexpertos que les rodeaban, que murieron y fueron devorados. Otros centenares dejaron de tirar un instante al dar la luz; luego, siguieron tirando.
Los tres visitantes bajaron por la rampa tres negras alfombras vivientes. Para máxima visibilidad se ordenaron a sí mismos en tres líneas negras linas que avanzaban lentamente por el áspero terreno. En la punta de cada línea unos cuantos insectos ocasionalmente se separaban alejándose de las filas y se dejaban caer sobre el campo visual. Unos vacilaron describiendo círculos absurdos. Otros tropezaron y cayeron de nuevo en el campo; alguno murió, dejando un hueco minúsculo en la memoria vital, quizás la forma de un símbolo de parada en el lenguaje escrito de un planeta hacía mucho tiempo visitado, hacía mucho tiempo polvoriento. Normalmente, la línea fina no se utilizaba para explorar nada, excepto terreno muy liso; el hecho de que corriesen un pequeño riesgo calculado, era una medida de la excitada curiosidad de los visitantes.
Con trescientos mil millones de ojos facetados los visitantes vieron inmediatamente que éste no era un mundo semidesierto y que además era probablemente el mundo que habían colonizado los del planeta exterior, tan extraño. Por todas partes habían seres; el aire estaba espeso con ellos en algunos lugares. Había numerosos artefactos, todos en ruinas. Aquí los seres del planeta se apiñaban, pero la confusión se hacía más profunda. Los artefactos eran todos decididamente materiales y enormes... Pero sus entidades eran insustanciales. Observadores toscamente organizados no les habían precedido de manera consistente. Existían en un campo similar al campo-organización de los visitantes. Sus cuerpos eran construcciones de trenes ondulatorios más que de átomos. Era imposible imaginarles manipulando materiales de los que habían sido compuestos los artefactos.
Y como antes, los visitantes fueron ignorados.
Deliberadamente se apiñaron en tres enormes paredes negras con objeto de ser tan evidentes como podía ser posible y también de movilizar la fuerza de su campo para un intento violento de comunicarse con las enojosas criaturas. Para esta vez su actitud quería decir aproximadamente: "¡Ya les enseñaremos a estos bastardos quiénes somos!".
No lo hicieron... Por lo menos subir y bajar por cada espectro de pensamiento en el que podían proyectarse. Su intento de reflexión tuvo más éxito y fue completamente horripilante. Unos cuantos mensajes célebres y atenuados cruzaron a los visitantes. Revelaban que las entidades del planeta eran torpes, como cuervos brillando evasivamente, destellando autocompasión. Aunque había sólo dos sexos entre ellos, una sitaución que conduce normalmente a un sexo débil y dirigido, como ocurre en el cosmos, estas cosas se movían con sexualidad de la que les era imposible librarse.
Los visitantes, aunque sentían profunda repulsión, volvieron hacia su navio cuando uno señaló: "Alerta y desaparecer".
Las tres grandes alfombras negras se desvanecieron bruscamente... es decir, cada insecto encontró en sí mismo un agujero donde esconderse, una piedra o una hoja tras la que ocultarse. Alguna esperanza destelló de que la visita pudiese producir un contacto más placentero que en las últimas con aquellos cretinos sin ideas, desconcertados.
La cosa que tropezaba por el terreno en dirección a ellos era igual y diferente a los cretinos anteriores. Tenía su conformación pero materialmente era algo más que de naturaleza ondulatoria... un problema cuya solución tendría que esperar. No parecía tener contacto alguno con la vida de los demás seres. Penetraron y le acribillaron al acercársele, pero la cosa les ignoró. Pasó una vez a través del grupo de los tres que estaban en el suelo, en su camino.
De manera tentativa los tres visitantes se extendieron hasta alcanzar su mente. Los pensamientos eran comparativamente claros y firmes.
Les informaba y ordenaba.
Cuando la figura hubo pasado, los visitantes dijeron a coro: "De acuerdo", y regresaron a su navio. Nada había allí para ellos. Entre otras cosas habían sacado de la mente de la figura la situción de una biblioteca en ruinas; una parte compuesta por un millón de insectos con cerebros no recargados, fue enviada hacia allí.
De regreso, las naves pararon, rumiando infelices los pensamientos de la criatura: "Bebiendo ginebra Corey, uno no siente las penas. En la guerra, los soldados necesitan ginebra Corey. Eso es progreso, maldición. Uno lo sabe bien, hombre. La Libertad Ilimitada para el hombre solitario, pero es estupendo saber que el campo de aterrizaje de Marte...".
De acuerdo: "A pesar de toda la experiencia anterior parece que existe una raza inteligente capaz de destruirse a sí misma".
Cuando la expedición llegó a la biblioteca y regresó se reunieron con sus parientes los insectos que formaban los tres visitantes y estudiaron las cintas magnéticas que habían traído, leyéndolas directamente en sus envases. Aprendieron el nombre del planeta y nombre técnico de las entidades que lo habían heredado que pronto serían sus únicos propietarios. Las sólidas formas de vida, según parecía, no se habían dado cuenta de ellos, aunque había en cierto modo confusión: Lejos de la más vasta sección de la biblioteca había libros que negaban su existencia en absoluto. Pero en las mentes de los visitantes no podía haber duda de que las criaturas descritas en algunos de los trabajos más olvidados de la biblioteca eran las únicas que habían encontrado. Todos se reunieron. Su calidad no material; su curiosa reacción ante la luz; por encima de todo, su rasgo dominante de personalidad, de remordimiento, de arrepentimiento, de infinita lástima. El término técnico con que los libros designaban a estas entidades era de: Fantasmas.
El elaborado navio de los visitantes, sabiendo que el sabor de aquel mundo y su colonia se desvanecería pronto del paladar de sus bocas colectivas, zarparon en busca de nuevas experiencias y de entidades mejor organizadas.
Pero jamás habían abandonado un sistema solar de tan buena gana y tan de prisa.
1() «Zombies», según la superstición los zombies son muertos en vida; es decir, seres que caminan y actúan como si fueran seres vivos, pero que carecen de alma, no respiran y se conducen con cierto automatismo producido por las fuerzas del mal. (N. del T.)
2() Tony Calentó, famoso cervecero yanqui, metido a boxeador y que llegó a disputar un combate con Joe Louis allá por los años 40, con el titulo mundial de los grandes pesos en juego. Galento, un hombre barrigudo y rechoncho que se entrenaba alzando barriles de cerveza y otras prácticas heterodoxas, fue puesto fuera de combate por el célebre «Bombardero de Detroit». (N. del T.)