En el remolino de Berlín
En verano de 1896 Rudolf Steiner ya se había despedido del Archivo Goethe-Schiller, pero todavía debía concluir una serie de trabajos literarios: el cuarto y quinto volúmenes de los Escritos Científicos de Goethe en la “Deutsche-National-Literatur” debían ser provistos de introducciones y comentarios, había que escribir una introducción a una edición de Jean Paul para la editorial Cotta y finalmente quería resumir sus trabajos en su propio libro sobre la Concepción del Mundo de Goethe: pero el final de esos trabajos ya se veía en el horizonte y Por ello Steiner tenía que preocuparse de una nueva tarea. Durante un breve período estuvo ponderando colaborar en la edición de las obras de Nietzsche, pero las circunstancias y el comportamiento de Elisabeth Förster-Nietzsche hicieron inútiles esos planes. Así que Rudolf Steiner acogió la oportunidad de asumir la edición y redacción de la “Magazin für Literatur”, un apreciado, pero poco rentable semanario de literatura. Como corredactor constaba también el dramaturgo Otto Erich Hartleben que, no obstante, descargaba “descaradamente todas las fatigas de la redacción en los pacientes hombros del Dr. Steiner”.
En verano de 1897 Steiner, aunque ya no era tan joven, pero estando aún falto de experiencia, salió de la ciudad de las momias clásicas, ingresó en el remolino de Berlín y se sumergió con toda intensidad en aquella vida cultural que era evitada esmeradamente por los círculos oficiales y oficiosos. Con rapidez y colaborando en todas partes, en pocos años recorrió todo el espectro de las diversas variantes del “modernismo”. Sus primeros centros de actividad fueron la Sociedad Literaria Libre y la Sociedad Dramatúrgica Libre. Luego, durante seis años, dedicó una parte de sus energías a las Escuelas de Formación de los Trabajadores. En 1900 participó en la fundación del Círculo “der Kommenden”, en la monística Alianza Giordano Bruno y, finalmente, fue uno de los primeros colaboradores de la escuela superior libre, precursora de las escuelas populares. Su amor lo dedicaba al teatro. En sus primeros años berlineses casi nunca se perdió los estrenos de las representaciones modernas. Junto con Hartleben, escenificó dramas de alto nivel para la Sociedad Dramatúrgica, que se salían de lo habitual, como, por ejemplo, “El intruso” de Maurice Maeterlinck. También se sumergía plenamente en la vida de círculos literarios y de artistas y participaba en las discusiones y conferencias, en los debates y “sesiones” nocturnas. Cada sábado se reunía el círculo de amigos de Hartleben en el restaurante “Zur alten Künstlerklause” en torno a la “mesa de los delincuentes”, y esas “sesiones” con Paul Scheerbarz, Otto Julius Bierbaum, Franz Ferdinand Heitmüller y Walter Harlan terminaban a menudo al amanecer. Para el frágil Steiner que, sin ayuda alguna, tenía que publicar la “Magazin” semana tras semana, y que tenía que llenar los huecos con sus propios escritos, esa vida era agotadora. Pero el que yo participara plenamente de una manera realmente interior en estas relaciones en las que me movía, se debía a que yo estaba inmerso en el mundo espiritual.2 Efectivamente, su ideal consistía no en situarse al margen de la vida como mero observador, lo que él quería era ejercer su efecto en la vida con su participación personal: Lo que yo quería tener en la revista era esa colaboración viva con el arte que vivía. La idea era que el semanario no fuera simplemente algo que se limita a hablar y a reflexionar teóricamente sobre el arte y la vida cultural, sino que él mismo fuera un miembro de esa vida cultural, de ese arte.2 La aparición de Steiner en esos círculos causó impresión. Así por ejemplo, Max Halbe recuerda la imagen corporal de Steiner, su pelo negro azabache, sus llameantes ojos negros, el rostro de mejillas hundidas, su delgada apariencia taciturna, en cierto modo todo negro sobre negro en la curiosa mezcla de magisterio y de algo aterrador; y Walter Harlan, un buen amigo de Steiner, escribía: “Steiner era un sabio divino que volaba libremente y sin remuneración. Con un fundamento científico... Estimaba a Hartleben sin criticarlo para nada, tal vez lo estimaba como un ejemplo viviente, gracias a Dios, del hombre genial que camina”. Pero los testimonios de los contemporáneos, a pesar de que se le reconociera y se le tuviera simpatía, dejan entrever que en esos círculos Steiner era un extraño. Eso también lo sentía Steiner: igual como a sus ojos anímicos yo me movía entre ellos, para ellos no había nada que les tentara a entrar en mí con mayor profundidad. Aunque en mí no se escondía ningún rastro de teoría, para su dogmatización teórica, mi actividad espiritual se les presentaba como algo teórico. Para ellos, como “naturalezas artísticas” eso era algo para lo que creían que no se debía tener ningún interés. Mi situación dentro de ese círculo se volvió anímicamente incómoda, pues sentía que yo sabía por qué estaba yo allí, y los otros no.2
Desde el otoño de 1898 otra relación cobró fuerza para Steiner. Ya en los años de Weimar Steiner había conocido y apreciado los escritos del filósofo del individualismo radical Max Stirner y a su biógrafo el poeta John Henry Mackay. Durante un tiempo, en su entusiasmo por Stirner Steiner había llegado tan lejos que llegó a considerar a Stirner muy superior a Nietzsche, por la claridad cristalina de sus ideas y por su valentía en pos de la libertad.12 En 1898 Mackay se trasladó a Berlín. Steiner se sentía enormemente atraído por ese hombre de mundo tan cordial y que había viajado tanto. Por su parte Mackay intentó implicar a Steiner en sus planes. Mackay propagaba sus concepciones políticas con el desafortunado nombre de “anarquismo individual”, lo que para el público general de aquel entonces iba asociado a bombas y a asesinos de reyes. Mackay indujo a Steiner a postular el anarquismo individualista en su “Magazin”. Hasta ese momento siempre evité utilizar el término “anarquismo individualista o teórico” para definir mi concepción del mundo. Pues le daba muy poca importancia a esas definiciones... Pero si tuviera que decir si se me podía aplicar el término “anarquista individualista”, en el sentido en que pueden decidirse esas cosas, tendría que responder con un sí incondicional.12 Después de haberse distanciado de los anarquistas terroristas, Steiner hace notar: Los individuos han de hacerse respetar en una lucha competitiva totalmente libre. El Estado actual no tiene ningún sentido en esa lucha por ser competitivo. Impide a cada paso que el individuo despliegue sus facultades. El Estado odia al individuo.12 Para la expansión de la revista, esos comentarios equívocos -Steiner era un enemigo declarado del liberalismo económico- tenían que ser tan perjudiciales como la campaña en favor de la inocencia del capitán Alfred Dreyfus, que Steiner igualmente llevó a cabo en la “Magazin”.25
John Henry Mackay (1864-1933)
Mas para Steiner la cosa iba más allá. Él era consciente de la tentación de egoísmo y solipsismo que iba ligada a su individualismo. Al mismo tiempo emergían ante sus ojos los peligros que tenía el individualismo heroico para la vida social: justamente los mismos malentendidos a los que estaba expuesta la filosofía de Nietzsche. La visión de Steiner percibía el precipicio del individualismo. Y por eso, esa situación se convirtió para él en una prueba espiritual. Yo sentía mi individualismo ético como una vivencia puramente interior del ser humano. Cuando la fui elaborando estaba muy lejos de querer convertirse en una concepción política. Ahora bien, en aquella época, en torno a 1898, con el individualismo ético puro mi alma tenía que verse arrastrada a una especie de abismo. Desde mi interioridad puramente humana ese individualismo tenía que convertirse en algo exterior. Lo esotérico tenía que ser desviado hacia lo exotérico.2 El hecho de que durante un tiempo fuera posible y se corriera el peligro de esa desviación tiene que ver con las enormes dificultades que hay para delimitar lo interior de lo exterior, algo que Steiner estaba explorando en sí mismo en aquella época.
En ese momento parece producirse una providencia compensadora: poco tiempo después de su incursión en el anarquismo, la junta directiva de la Escuela de Formación de los Trabajadores en Berlín, fundada por Wilhelm Liebknecht, le solicitó a Steiner que asumiera impartir las clases de historia. Hacia apenas seis meses que Steiner había escrito en un ensayo en el que discutía críticamente el problema del poder: De los poderes que existen el peor es el poder al que aspira la socialdemocracia. Pero ahora está dispuesto a ignorar el contexto socialdemócrata en el que se levantaba la Escuela. Contemplé la bella tarea de dar clases a hombres y mujeres maduros de la clase trabajadora... Dejé claro a la dirección de la Escuela que si yo asumía las clases lo haría totalmente siguiendo mis criterios... explicaría la historia no como por entonces se estilaba a hacerlo en los círculos socialdemócratas, siguiendo el marxismo. Y la dirección estuvo de acuerdo. Pero eso tenía una razón de ser. Se había tenido la experiencia de que los profesores de cuño marxista daban las clases en las aulas prácticamente vacías. A Steiner, que hasta entonces había dado clases ante círculos académicos y burgueses, se le presentaba ahora la tarea de hablar de una manera más meridiana y plástica, digamos “partiendo de la vida”: Tuve que hablar en formas de expresión que hasta entonces me eran inusuales. Tenía que familiarizarme con las formas conceptuales y de razonamiento de ese público para que, de algún modo, se me pudiera entender.1 Al parecer, desde el primer momento, Steiner tuvo un gran éxito. “Lo que él impartía no era una concepción materialista de la historia, pero era interesante”, esa fue la primera evaluación que se le hizo. Se corrió la voz, y pronto, y según se puede ver aún hoy en las estadísticas de la Escuela para los Trabajadores, las clases de Steiner se convirtieron en las más frecuentadas, y los participantes se mantenían hasta el final. Los alumnos de Steiner también estaban encantados con los ejercicios de dicción oral y expresión escrita que se agregaban a las clases de historia. Ellos mismos explicaban que Steiner se había puesto totalmente al servicio de lo que ellos buscaban, de aquello que les interesaba y que promovía a cada uno individualmente. De vez en cuando Steiner también participaba en las excursiones dominicales o en los viajes en barcos vapor en el entorno de Berlín y, echados en la hierba, les hablaba de insectos, helechos y hierbas, o conversaba sobre Émile Zola o sobre Lao Tse.
A principios de 1905, Steiner tuvo que dejar la actividad en la Escuela para los Trabajadores de Berlín, cuando los ortodoxos marxistas -a pesar de la unánime oposición de los alumnos- planeaban ponerlo de patitas en la calle. En la formación popular Steiner veía una importante tarea, más bien una misión26, y en 1925, al recordar aquella época escribe: Tengo la impresión de que si entonces un número mayor de personas sin prejuicios hubiera seguido con interés el movimiento de los trabajadores y hubiera tratado al proletariado entendiéndolo, ese movimiento se hubiera desarrollado de una manera muy distinta. Pero se dejó que la gente viviera dentro de su clase y se mantuviera allí.2
Rudolf Steiner en la Escuela para los Trabajadores, 1900
En 1899, con un esfuerzo laboral increíble para los parámetros actuales, Steiner logró llegar a una cierta estabilidad en su situación. Al trabajo semanal en la “Magazin” que tenía que realizar sin ayuda alguna, se agregaban los cursos en la Escuela para la Formación de los Trabajadores y otras conferencias. Por otra parte, se le requería para los más diversos trabajos literarios en muchos ámbitos, escritos que luego se reunieron en dos volúmenes que constituyen una exposición de Las concepciones del mundo y de la vida en el siglo XIX. De ese modo podía mantenerse financieramente a flote. Mi vida privada exterior se convirtió en algo muy satisfactorio gracias a que la familia Eunike se trasladó a Berlín y yo pude vivir mejor atendido en su casa, después de que hubiera experimentado por breve tiempo toda la miseria de habitar en una vivienda propia. La amistad con la señora Eunike se transformó pronto en un matrimonio civil.2 Lo que tuvo lugar el 31 de octubre de 1899. De esa boda nunca se produjo el divorcio -como se suele murmurar-. Lo que realmente tuvo lugar fue que en la primavera de 1904 Ana Steiner-Eunike se separó de Steiner, presuntamente porque no aprobaba la estrecha colaboración de Steiner con María von Sivers en la Sociedad Teosófica.
Ernst Haeckel - (1834-1919)
Pero lo decisivo que tuvo lugar para el ulterior camino de la vida de Steiner fue lo que le sucedió en 1899, y que menciona en dos ensayos, significativamente escritos en el mismo período, en agosto de 1899. En el primer ensayo, Haeckel y sus antagonistas, Steiner defiende a Haeckel y la doctrina haeckeliana de la evolución (Teoría de la descendencia). Ese ensayo señala el punto de partida de Steiner en una concepción del mundo unitaria del mundo interior (monismo inmanente). El otro ensayo, La manifestación oculta de Goethe, muestra hacia dónde puede conducir el camino desde ese punto de partida. En el primer ensayo mencionado Steiner defiende el monismo contra los ataques del dualismo, para quien la observación, la experiencia y las leyes naturales no so suficientes para explicar el mundo, y recurre a principios del más allá (Dios, una razón suprauniversal, etc.). Una representación popular del modelo de ese dualismo es la acción humana orientada hacia un fín, por ejemplo, la del artista que, siguiendo un plan, reúne los diversos elementos materiales en una obra de arte. Sin embargo Steiner, de acuerdo con Haeckel, insiste en que ese Deus ex machina no puede observarse ni en el devenir y existencia del mundo ni en el mismo ser humano. Por eso Steiner niega esas parábolas: ¿De qué manera surge el pensar lógico y el juicio estético como función del cerebro? Sobre esa pregunta sólo hablan la fisiología comparativa y la anatomía cerebral. Y ellas muestran que la consciencia racional no existe separada, por sí misma, y que utiliza el cerebro humano solamente para exteriorizarse a través de él, igual como lo haría el pianista al tocar el piano, sino que nuestras fuerzas espirituales son funciones de elementos de forma de nuestro cerebro, como “toda fuerza es la función de un cuerpo material” (Haeckel. Antropogénesis).6
Pero no sólo el pensar humano, sino también la acción ética del hombre es un producto de la evolución. El instinto moral de los animales se perfecciona, como todo lo demás en la naturaleza, mediante herencia y adaptación, hasta que el ser humano, desde su propio espíritu, se establece a sí mismo propósitos y objetivos éticos. Los objetivos morales no aparecen como algo predeterminado por una ordenación universal sobrenatural, sino como una nueva formación dentro del proceso natural.
Por otra parte, Steiner recalca, obviamente, que el examen genético del pensar o de la ética no dice nada sobre el aspecto interior del pensar o del obrar: la lógica decide sobre lo que en sentido lógico, es verdadero o falso, el gusto moral decide sobre lo individualmente bueno.
El segundo ensayo progresa ahora en el tema de la evolución. Pues podría preguntarse ¿con qué derecho se postula que la evolución ya se acabó? Después de que la naturaleza haya hecho su labor, ¿acaso no puede el ser humano avanzar y progresar él mismo y crecer por encima de sí mismo, darse forma a sí mismo siguiendo sus propios objetivos? Y ahora Steiner aborda ese tema en una interpretación del “Cuento” de Goethe.27 Durante diez años, Steiner se había dedicado al “Cuento” y había llegado a la convicción de que Goethe, en los diecinueve personajes del Cuento estaba expresando la colaboración y la transformación de las más diversas fuerzas anímicas humanas. El motivo central de esa transformación es el sacrificio de la “serpiente”. El conocimiento inegoísta que emerge en las cosas y que está ilustrado en la serpiente, puede llegar a intuir que lo supremo sólo puede alcanzarse mediante la entrega inegoísta. El ser humano que deja que muera su personalidad cotidiana para despertar en sí mismo el ser humano ideal alcanza ese nivel supremo. Lo que un místico como Jakob Boehme expresó diciendo: “la muerte es la raíz de toda vida”, eso lo expresó Goethe con la serpiente que se da a sí misma como ofrenda. Para Goethe, quien no pueda desprenderse de su pequeño yo, quien no esté dispuesto a formar en sí mismo el yo superior no puede llegar a la perfección.6 En el centro de la interpretación se yerguen dos frases de Goethe: “Para existir uno ha de abandonar su existencia”, y los versos de su “Diván”:
“Y mientras no tengas ese
¡muere y vuelve a ser!
serás sólo un triste huésped
en esta tierra oscura”
En la vestidura de esa interpretación de Goethe se supera aquel aspecto del individualismo que se halla en peligro de considerar el propio yo estrecho, tal cual es aquí y ahora, como si fuera el verdadero individuo. Con la publicación de la interpretación del Cuento de Goethe, el tema de su vida va a ser la ulterior evolución del individuo, la disolución de las fronteras de la persona en la que uno se ha convertido ya. Y cuando despunta el nuevo siglo, empieza a buscar a personas que quieren lo mismo.