CAPÍTULO VII

MONDO OCULTO

"ENTONCES el Señor llovió del cielo sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego por virtud del Señor. Y arrasó esas ciudades, y todo el país confinable, los moradores todos de las ciudades, y todas las verdes Campiñas del territorio." Génesis, Capítulo XIX, Versículos 24 y 25

4 de enero del 3481 Año 1039 de la Novísima Era

Los "otros" mutantes.

A Grier le resultó sumamente fácil comprender eso. Y ni siquiera sabía por qué...

—¿Mutantes? ¿Qué clase de mutantes? —preguntó, todavía aturdido.

Las radiaciones, las ondas mentales o lo que ello fuese, le llegaron nítidas a su cerebro, aún confuso tras la terrible experiencia vivida en el pequeño pueblo de San Jacinto.

—Somos la única forma de vida inteligente que sobrevivió al gran cataclismo..., hasta que "ellos" aparecieron —dijo aquella voz sin sonido en el interior de su cerebro.

—¿Humanos?

—No. Humanos, no. Nunca lo fuimos. Primero fuimos sencillas y humildes criaturas que no parecían destinadas a significar nada en el mundo. Luego, tras la última guerra, hace mil años largos, empezó nuestra mutación, mientras la Humanidad pugnaba por sobrevivir y rehacerse... para luego destruirse de nuevo estúpidamente. Nosotros advertimos que, acaso por la radiactividad de los ingenios nucleares utilizados, acaso por una mutación inexplicable en las formas de vida establecidas, íbamos pasando a un grado superior de inteligencia que nos hacía pensantes, que nos permitía estudiar, saber, almacenar conocimientos, a escondidas del Hombre. Que, de haber sabido éste el proceso de metamorfosis que en nosotros se producía paulatinamente, hubiera sido capaz de destruirnos.

—¿Destruiros? ¿Por qué?

—El hombre siempre destruyó lo que consideró malvado o peligroso. Y para el maniqueísmo del ser humano, toda forma de vida que él juzgue fea, repulsiva o simplemente distinta, puede ser fuente de peligro. Jamás pensaría que en la fealdad, en lo que él consideraba feo y monstruoso, podía haber belleza, espíritu, inteligencia y sentimientos. No, eso nunca lo admitió. El hombre, para ser perfecto, había de ser hermoso. Los enemigos de la Humanidad, eran siempre idealizados con formas abominables, con ausencia total de todo rasgo amable o simplemente emotivo.

—Y no fue así...

—No, no fue así. La xenofobia, el maniqueísmo, le encerraron en su propia arrogancia, en su desmedido orgullo y su afán de superioridad, hasta aniquilarle. Ahora, nosotros somos los que heredamos sus conocimientos, su inteligencia... e incluso la superamos. Podemos no sólo pensar, sino transmitir nuestros pensamientos, hablar con cualquier raza, a través del pensamiento, de la mente, sin necesidad de palabras que, por otro lado, nosotros no podríamos emitir, porque lo único que no ha sufrido mutación en nosotros, es precisamente nuestra propia biología, nuestra forma, nuestros recursos físicos. Tenemos una nueva dimensión mental, pero no una nueva estructura ni una apariencia diferente. Para vosotros, sin duda, seguiremos siendo monstruos.

—Para nosotros, seréis los que nos salvaron de "ellos" cuando todo estaba perdido ya. ¿Y mis amigos? La mujer, su hermano...

—Igual que tú, están bien. Reposan. Y otro de nosotros, se comunica por ellos por medio de la mente. Es mejor así, antes de que podáis vemos. La impresión será mucho menor de esta forma.

—¿Tan horribles os consideráis?

—Nosotros, no —la "voz" mental casi expresaba ironía, sentido del humor—. Sois vosotros los que adoptáis extraños prejuicios, los que decidís si una cosa es bella o fea... Pero precisamente por esa mentalidad vuestra, debéis estar preparados para contemplarnos.

—¿Cómo está mi compañero, el que tenía en su pierna... esa horrible "cosa" que le invadía?

—Desgraciadamente, no hay remedio contra esa "cosa", como tú la describes. No un remedio que nosotros conozcamos. Tuvimos que amputar.

—¿Qué?

—Lo sentimos. Había que elegir: la pierna del hombre, o su vida. Si prosperaba el avance de la materia azul, era su final. Se convertiría en uno de "ellos". Ahora, su fragmento extirpado, fue arrojado fuera de este recinto. Ya que no podemos destruirlo, lo expulsamos de nuestro mundo. Será un miembro humano más, deslizándose por ahí, en busca de vuestras propias personas. Ya no es de tu amigo. Es sólo una materia que sirve de soporte a ese musgo pensante, hecho de partículas inteligentes y unicelulares.

—¿Conocéis la estructura real de esas formas de vida?

—Las hemos estudiado durante los años que llevan de existencia. Son nuestro mayor enemigo, como lo son vuestro. Atacan indiscriminadamente a todo lo que tenga vida, aunque sólo los humanos les pueden servir de vehículos, una vez muertos.

—¿Qué son, exactamente?

—Nuestros estudios, nos han llevado a la conclusión de que alguna de las materias químicas, enhoramala liberadas por el ser humano, actuaron sobre las masas encefálicas de los muertos, provocando una mutación extraña e increíble. Y de esas masas encefálicas, fueron surgiendo células independientes, dotadas de una nueva vida, una especie de diminutos elementos que sólo poseen inteligencia, absorbida de la fusión química-cerebro humano, pero una inteligencia amorfa, encaminada a reclutar para su horda de monstruos sin fin a todo ser humano que sobreviva. Tal vez, en el fondo, sea solamente que el egoísmo y la maldad del hombre, se niegan a morir con él, y se han liberado en forma de esposas, de cuerpos unicelulares, o como se les quiera llamar. ¿Entiendes ahora?

—Me temo que sí —se estremeció Grier en la profunda oscuridad en que se hallaba sumido, allá en alguna parte que desconocía—. Y me horroriza entender... "Zooplasmas encefálicos", les llamó alguien. Ahora veo por qué. Era alguien que, como vosotros, estudió esa forma de vida y descubrió su origen. Y, lo que es mejor, descubrió el modo de exterminarla.

—¿Exterminarla, dices?

—Sí. Un sabio humano lo logró. El estaba seguro de ello. Yo también. He visto su esqueleto. Es el único que no está poseído por... por esas malditas esporas.

—Es una evidencia, obviamente —admitió aquella forma de comunicación mental que tan nítidamente le llegaba al fondo de su cerebro—. ¿Posees ese secreto?

—No.

—Me lo temía... —había amargura en aquel pensamiento nítido que le llegaba ahora, desde un cerebro extraño y desconocido—. Hubiera sido demasiado hermoso para todos...

—Pero puede haber un medio de encontrarlo.

—¿Lo hay?

—Dije que puede haberlo. Se trata de descifrar una clave. Y de entender un lenguaje ignorado. Ese sabio temía la inteligencia maligna de "ellos", y adoptó precauciones para impedir que descubriesen su secreto y lo destruyeran.

—Tal vez podamos ayudarte. Hemos leído en tu mente que posees mecanismos e ingenios le otros tiempos, capaces de leer y traducir cualquier problema. Pero quizá no te baste. Nuestra mente es lúcida y amplia. Valdría la pena saber si nuestra mutación es capaz de llegar adonde no llegan vuestras computadoras

—Evidentemente, vale la pena, quienquiera que seas.

—Llámame Bzeeh. —¿Bzeeh?... Extraño nombre el tuyo.

—Más extraño te pareceré yo —había sarcasmo en ese contacto mental—. Aquí, en nuestro oculto mundo, todo será extraño para vosotros.

—Aun así, creo que estoy dispuesto.

—¿Dispuesto a qué?

—A veros cara a cara, seáis como seáis —afirmó rotundamente Grier.

—¿Estás seguro? —dudó la voz.

—Por completo, sí. Quiero veros, amigos míos, seáis quienes seáis. Si salvasteis la vida de Zaura la de Kral y la mía... merece la pena que nos conozcamos.

—¿Aun sabiendo que eres humano y, como tal, dado a la xenofobia?

—Aun así. Estoy mentalizado para cualquier cosa.

—Ojalá sea así. Luego... no te quejes. Ya te advertimos. Este es otro mundo. Y nosotros, aunque inteligentes, capaces de comprender tu lengua, capaces de penetrar en tus pensamientos y de transmitirte los nuestros... no dejamos de ser como éramos. Sólo que mucho mayores, porque en el volumen sí nos afectaron las radiaciones bélicas. Pero aparte de eso... seguimos siendo los mismos que fuimos durante siglos enteros.

—Aun así... estoy dispuesto.

—Muy bien —la "voz" mental dejó de sonar unos momentos. Luego, Grier captó una orden en su cerebro—: Incorpórate. Camina en la oscuridad. No tropezarás ni chocarás, no temas nada. Mi mente te guiará hasta donde estoy. Y suerte, hombre. No me gustaría aterrorizarte, te lo confieso.

Por un momento, Grier experimentó miedo. Aquellos avisos resultaban inquietantes, pese a su voluntad firmísima de encararse con cualquier forma que tuviera la realidad. Pero tantas advertencias parecían quererle prevenir contra un impacto emocional demasiado intenso.

De todos modos, se Incorporó en la oscuridad profunda en que había despertado tras un sopor de indefinida duración. Su comunicante mental tuvo razón. Sabía hacia dónde caminar, pese a tan impenetrables tinieblas. No tropezaba, no rozaba nada, no caía. Algo le guiaba, como podría guiar a los murciélagos su especial percepción. Sólo que a él, esa facultad le llegaba de fuera, le era ajena, y otra mente más poderosa se la transmitía.

El ambiente olía a humedad, a tierra profunda. Estaba seguro de hallarse en algún lugar del subsuelo. En el reino misterioso de los "otros" mutantes, a quienes muy pronto iba a conocer en su forma física.

De repente, la oscuridad se diluyó ante sus ojos. Un vago resplandor rojizo alumbró una serie de cavernas o celdillas horadadas en la roca viva. Formaba como galerías subterráneas, singularmente complicadas, como un sinuoso laberinto.

Le recordó vagamente el trazado que algunos Insectos realizaban bajo tierra para hacer sus madrigueras y refugios. Sólo que en gran escala. Eran galerías capaces de permitir el paso de seres humanos, con sólo que éstos se agachasen lo suficiente. Grier, pese a su estatura, tenía suficiente con inclinar la espalda para no tropezar con los arcos terrosos de sus toscos pórticos y arcadas.

Finalmente, la luz rojiza se hizo resplandeciente, en una especie de vasta sala circular. Y Ronald Grier se vio frente a frente de los "otros" mutantes.

Por un momento, creyó haberse equivocado, ir a parar a la madriguera de unos monstruos hostiles, voraces.

.Fue necesario que la "voz" mental volviera a sonar dentro de su cerebro, advirtiéndole:

—No, no temas. No hay error. Ya nos ves. Somos nosotros. ¿Asustado?

Grier no hubiera sabido responder ni siquiera con el pensamiento. Estaba demasiado aturdido, demasiado asombrado. Y, ciertamente, pese a todos sus esfuerzos, a pesar de toda su voluntad, sintió algo parecido al horror.

2

Insectos.

Había pensado poco antes en insectos, al recorrer las celdillas y galerías de aquel refugio subterráneo.

Y eso es lo que estuvo más cerca de la realidad. Ahora podía comprenderlo, al verse ante los "otros" mutantes del planeta muerto.

Eran ARAÑAS.

Enormes, velludas, gigantescas arañas. Como inmensas tarántulas de fauces abiertas y viscosas, de ojos malévolos, de aspecto horripilante. Y como arañas se movían, sobre sus patas flexionadas, sobre un fondo de tejidos y velos de su sutil hilo. En un mundo subterráneo insondable, los mutantes inteligentes, capaces de comunicarse inteligiblemente con un ser humano, sobre vivían al caos y habían imitado su cerebro hasta hacerse no sólo pensantes, sino de absoluta inteligencia y poder mental pasmoso.

Le fue difícil, pero fue conteniendo de modo paulatino su horror, su náusea instintiva e inmediata. Una onda mental aprobatoria, llegó a su cerebro.

—Lo has hecho bastante bien —le dijeron—.Esperábamos algo mucho peor. Como ves, no somos lo que cabría esperar por nuestro aspecto. Sabemos que podemos provocar terror en uno de vosotros. Pero no tienes nada que temer. Somos amigos. Tenemos nuestros propios medios de alimentamos, sin necesidad de recurrir a seres como vosotros. La inteligencia cambió nuestras costumbres. Sabemos crearnos alimentos sin atacar a otras criaturas.

Aquella "voz" psíquica, llegaba de! grupo de feas y horribles arañas. Los ojos de éstas le contemplaban con una inaudita fijeza, pero poco a poco iba advirtiendo Ronald Grier inteligencia en ellos, una luz que antes no tuvieron los arácnidos que él podía recordar.

Además de haberse hecho cientos de veces mayores, ahora tenían un cerebro que sabía pensar y desarrollarse. Vivían pacíficamente, pero lejos de la superficie, donde su gran enemigo acechaba siempre. Grier recordó vagamente la historia de Kral y Zaura sobre "ellos" y una tarántula, en cierta ocasión. Ahora, esas cosas iban tomando un nuevo sentido que antes hubiera sido incapaz de imaginar.

Incluso sus raras sensaciones en San Jacinto, notándose vigilado, espiado... Seguro que habían sido ellas, las arañas inteligentes. Por si había alguna duda, el contacto mental se lo confirmó.

—Sí —le dijeron—: Eramos nosotras. Queríamos protegeros, pero no sabíamos si estaríais lo bastante cerca de un acceso a nuestra madriguera, cuando fueseis atacados, para poderos rescatar del poder de esos monstruos y trasladaros coja la adecuada rapidez a este refugio.

—Lo hicisteis muy bien. Estábamos ya virtualmente perdidos cuando vosotras...

—Espera. Debo rectificarte algo. Hemos examinado minuciosamente tu organismo mientras descansabas. Y ahora sabemos que tú no peligrabas. Nunca peligraste.

—¿Eh?

—¿Has olvidado que eres inmortal? Nosotros lo hemos descubierto en tu naturaleza. No puedes morir, ni siquiera atacado por "ellos". Tus células se regeneran por sí mismas, y rechazan toda posible herida, mutilación, enfermedad o ataque violento. Nadie puede hacerte nada.

—Cierto. Lo había olvidado...

—En cambio, tus amigos sí son vulnerables. Puede decirse que, subconscientemente, era por ellos por quiénes te preocupabas. Nos alegra haberos salvado a todos, aunque el muchacho haya tenido que sufrir una amputación.

—Eso es mejor que morir o ser uno de "ellos" —sentenció Grier, que miró al grupo de gigantescos arácnidos, interesándose luego—. ¿Quién de vosotros es Bzeeh?

—Yo —y una de las grandes arañas se apartó de las demás, moviéndose hacia él como acostumbran a moverse las arañas.

Ahora ya no sintió miedo ni aprensión alguna, a pesar del espantable aspecto de la criatura llamada Bzeeh, con quien mantuviera contacto, mental. La xenofobia habitual en el ser humano, se iba diluyendo en su consciencia. Veía en aquellos aparentes monstruos a unos auténticos amigos. Los únicos que tenían en el mundo.

—Me alegra conocerte —dijo Grier con sinceridad—. Gracias por todo, amigo Bzeeh.

La araña se agitó con algo muy semejante a un júbilo que Grier desconocía en los arácnidos. Aquel ser aparentemente abominable y repulsivo, sentíase emocionado por la reacción de su nuevo amigo.

—Me siento muy feliz —le transmitió Bzeeh—. Creo que eres mucho más inteligente y ponderado que el resto de tus semejantes. Por algo has sobrevivido. Creo que todo el mundo tiene, de un modo u otro, su merecido. Podré parecerte cruel, pero la Humanidad, tu humanidad, amigo, se había vuelto perversa y degradada. No merecían otra suerte que la que tuvieron.

—Tal vez —admitió el astronauta—. Fue voluntad del Señor...

—Dios es el único para todos nosotros, hombres p simples insectos —dijo la mente de Bzeeh—. Tú tienes razón. Fue obra del Señor. Aunque lo demás lo hiciera el propio ser humano por sí mismo...

—Estaba pensando en Zaura y en Kral. ¿Os aceptaran con igual facilidad que yo? Puede que sean mas impresionables...

—Posiblemente lo sean, sobre todo la mujer. Pero tendremos que habituarla, educar su cerebro para que nos contemple sin horror ni asco. Ha sufrido tanto, que tal vez se adapte a cualquier cosa. No debes preocuparte por ella. Reposa, y nuestros pensantes se ocupan de ella, como yo me ocupé de ti. ¿Te importa mucho esa mujer?

—Somos tan pocos... que todos deben importarme. Si ella desaparece, tal vez el mundo no tenga ya una oportunidad. Es la única mujer viva. El es su hermano. Y yo aparte de Kral, soy el último hombre vivo. El hombre Omega...

—Entiendo. La reproducción de la especie... —Bzeeh emitió algún pensamiento malicioso en ese momento—. Por si té interesa saberlo mis compañeros me informaron de que en los pensamientos de ella, tú tienes un gran papel. Se acuerda mucho de ti, te tiene grabado en su mente.

—Es halagador —asintió Grier—. Pero me pregunto dónde podremos sobrevivir, estando el mundo invadido por "ellos"...

—Tú hablaste de un secreto descubrimiento científico...

—Cierto. Pero también os dije que ignoro su paradero.

—¿No tienes una clave?

—Sí —la recitó mentalmente—. Pero eso es todo. También llevo conmigo memorizadas una serie de palabras ininteligibles para todos nosotros, acaso una lengua desconocida, que pudo inventarse el profesor Wasinsky, que fue su autor.

—Te comenté que quizá podíamos nosotros resolver algo mejor que tus computadoras. ¿Por qué no probar?

Grier miró con desconfianza a las arañas, incluido su buen amigo Bzeeh. No estaba seguro de que, pese a su poderosa inteligencia actual, los mutantes subterráneos fuese capaces de llegar al fondo de una cuestión tan compleja.

Bzeeh leyó sus pensamientos y se sintió dolido.

—Nos juzgas mal —se quejó—. ¿Por qué minimizar el valor de unos cerebros que tú aún no conoces bien?

—Perdona —se excusó Grier—. No debí pensarlo.

—Comprendo tu escepticismo, pero ¿por qué no hacer la prueba? Todos nosotros somos pensantes y, como tales, estamos tratando de ayudarte ahora. Pronuncia esas palabras. Intentaremos descifrarlas.

Ronald Grier empezó a desgranar lentamente las palabras en ignorado lenguaje que Zaura grabase en el huevo metálico. Luego las palabras y cifras de la clave, y esperó.

Un silencio absoluto se había hecho en su mente. Los cerebros de, los mutantes estaban ahora dedicados a analizar él difícil problema. Grier estuvo seguro de que se transmitían información entre sí.

De repente, le sorprendió la oleada psíquica de Bzeeh, llegando nítida a su mente;

—Ya lo tengo.

—¿El qué?

—El problema. Está resuelto.

—¡No es posible!

—Resulta sumamente sencillo. Ese lenguaje es... azteca.

—¿Azteca?

—El antiguo azteca, el lenguaje de los primitivos moradores de México. Lo hemos leído en algunas viejas ruinas llenas de inscripciones, al socavar nuestros corredores y galerías. Almacenamos información para casos así. Varios de nosotros recuerdan ese lenguaje.

—Azteca... —repitió Grier, perplejo. Asintió luego—. Sí, es muy posible. Recuerdo ahora que, entre las obras que guardaba el profesor en su domicilio... había volúmenes de estudios de los pueblos aztecas... Pero hoy día es ya una lengua virtualmente muerta. ¿Cómo saber lo que significa esa retahíla?

—Nosotros lo sabemos.

—¿Qué?

—Ya te dije que almacenamos datos, como tus máquinas pensantes. Podemos traducirte esas palabras en azteca puro. Son sencillas de traducir. Escucha. Quieren decir, aproximadamente: "Si buscas la verdad de la vida, recuerda que has de creer en la grandeza de los dioses y postrarte a sus plantas para pedir el perdón de los pecados de todos nosotros. Sólo así, la verdad surgirá ante ti resplandeciente, hombre de fe".

—¿Es... es todo? —parpadeó Grier. —Es todo, sí. ¿Te dice algo?

—No, me temo que no —reflexionó el astronauta, algo decepcionado—. Aunque es curioso que el profesor, antes de morir, escribiera también algo sobre nuestro propio Dios...

—¿Qué fue ello?

—Poco más o menos, algo así como: "Solamente Dios podrá ayudar a quienes sobrevivan, si éstos saben confiar y acuden a El en busca de ayuda..."

—Eso resulta significativo —comentó el pensamiento de Bzeeh.

—¿Significativo?

—Sí. Puede significar que todo se relaciona con Dios, ya sea en lengua azteca o en la tuya propia. ¿Te dice algo todo eso?

Ronald Grier meditaba profundamente sobre todo ello. Mentalmente, evocó el esqueleto del profesor, sus documentos, el pueblecillo de San Jacinto, bajo cuyas ruinas debía hallarse ahora, en el mundo oculto de los mutantes... La vieja Misión cercana, el lugar lleno de paz y sosiego... en un mundo que había sido catastrófico para todos...

—¡Sí, creo que si! —los ojos de Grier brillaron—. Creo que lo entiendo...

—Adelante. Expón tus pensamientos.

—La Misión... En ella tiene que haber una imagen... Alguna imagen a cuyos pies se postrarían en otros tiempos los indios cristianos, los habitantes de ese pueblecillo de San Jacinto... Allí ha de estar la clave, el secreto...

—Pudiera ser, amigo. Nosotros pensamos que sí es así.

—Entonces, hay que ir allí, pero ¿qué significará la clave?

—Tal vez una orientación. Ahora ya sabes dónde buscar. Ve allá y busca. Si tienes buena fortuna, puedes encontrar el gran secreto, el arma de la victoria definitiva sobre esa horrible plaga. Adelante, amigo, adelante... Una vez allí, quizá la clave surja por sí sola ante tus ojos... Te deseamos suerte. Si quieres volver a la superficie y dejar aquí a tus dos amigos a nuestro cuidado, hazlo.

—Sí, sí —asintió Grier, febril—.Ahora mismo. No importa que sea de noche. Soy inmortal. No pueden hacerme nada. Llegaré a la Misión. Buscaré hasta que no quede piedra sobre piedra, si es preciso.

—Tal vez no haga falta tanto. Recuerda lo que dicen esos mensajes: has de tener fe y orar a tu Dios. Algo que la Humanidad olvidó en el pasado... y pagó por ello.

Grier asintió. Miró en derredor, a los mil pasadizos horadados en la tierra que formaban aquel laberinto increíble.

—Lo recordaré. ¿Por dónde salir? —pregunté.

—Sígueme —la araña gigante se puso a caminar. Pasó junto a él, rozándole sin que Grier sintiera repugnancia alguna, y avanzó por un corredor determinado. Grier la siguió sin vacilar. El pensamiento de Bzeeh le llegó claro—: No hay nada que temer. Además de que eres inmortal... ya es de día allá arriba. "Ellos" han vuelto a sus escondrijos diurnos.