Capítulo Primero

CUANDO EL PRÓLOGO ES EPÍLOGO

NUNCA se puede predecir lo que hace cada hombre, pero se puede decir con precisión lo que un hombre normal está dispuesto a hacer. Los individuos varían, pero el común denominador permanece constante. A. Conan Doyle

25 de diciembre del 3480 Año 1038 de la Novísima Era

1

Omicrón-2 se desperezó inesperadamente. Y terminó un sueño de siglos.

Omicrón-2 no notó cansancio. Tampoco advirtió aturdimiento o torpeza en sus reacciones internas más elementales. No notó nada, para ser exactos. Era como si hubiera despertado de un simple letargo de horas. Una siesta, como le llamaban allá, en algunos lugares más al sur de donde él naciera.

—El sueño ha terminado —dijo, casi con monotonía—.Hay que tomar el desayuno.

Y como Omicrón-2 era eminentemente práctico y servicial, no se limitó a exponer una necesidad, sino que procedió a resolverla del modo más adecuado posible. Sencillamente, preparó el desayuno. Un momento después, estaba servido.

Despedía un aroma apetecible. A pesar de estar hecho con alimentos deshidratados y concentrados, ahora tenían un aspecto deseable, y su olor despertaba el apetito.

—El sueño ha terminado —insistió Omicrón-2 con tono de cierto disgusto por tener que repetir la llamada—. El desayuno está servido.

Nunca supo si lo que le despertó fue la voz monocorde de Omicrón-2, o el aroma de los alimentos a punto. O tal vez su propio organismo, preparado para aquello.

Lo cierto es que despertó y miró en torno. Su mente tardó en adaptarse a aquella circunstancia. Su cuerpo se mantuvo todavía rígido, en reposo dentro del cilindro cristalino. A través de sus muros curvados, las cosas se mostraban deformes. Incluso Omicrón-2 tenía así un aspecto raro, insólito.

Lentamente, fueron volviendo los recuerdos a su cerebro. De un modo paulatino, pero cada vez más claro, lejanas imágenes e ideas iban tomando forma en su mente. Un sueño de siglos, aunque parezca haber pasado en sólo unas horas, no deja de ser un reposo demasiado largo para un ser humano.

Además, había sido un reposo sin sueños. No había soñado absolutamente nada. Fue el vacío total en su cerebro. La ausencia absoluta de sensaciones, emociones y recuerdos. Ahora sabía lo que significaba vivir hibernado durante centurias completas. Ahora sabía lo que era pasar el más largo sueño de todos los tiempos.

No sentía fatiga ni dolor, pero tampoco notaba un relajamiento absoluto cuando lentamente volvió a la normalidad, y el interior del cilindro cambió de temperatura, de aire y de condiciones de vida, mediante la puesta en funcionamiento de los complejos circuitos electrónicos de a bordo, programados para aquel trance en un determinado momento del futuro.

Un futuro que ya era presente. El presente de entonces... se había convertido en un remotísimo pasado. Algo perdido ya para siempre en la noche de los tiempos.

Pudo incorporarse lentamente en su lecho de eternidades. Automáticamente, una tapa cristalina se deslizó por encima de su cabeza, dejando una abertura en el cilindro plástico donde reposara a muchos cientos de grados bajo cero durante aquella inmensidad de tiempo.

La suspensión animada había terminado. Volvía a la vida, en todo el más amplio sentido de la palabra. Como si nada hubiera sucedido. Como si el tiempo no hubiera pasado, o lo hubiera hecho en muy escasa cantidad.

Y quizá fuera así, después de todo, pensó con repentino sobresalto. ¿Quién le garantizaba que la experiencia había resultado positiva?

Omicrón-2 le contempló fijamente, mientras el desayuno humeaba sobre la plancha térmica de calentar los alimentos una vez hidratados. Repitió su aviso:

—Despierta, amigo mío. Nuestro sueño ha tocado a su fin.

—¿Seguro? —dudó él—. ¿Es ya el tiempo fijado de antemano, Omi?

A Omicrón-2 no parecía molestarle que le llamase por el diminutivo cariñoso de siempre. Lo había hecho al principio, y seguía haciéndolo ahora. Era un indicio de que no había perdido la memoria en lo más mínimo. Recordaba las cosas tal y como fueron antes del largo sueño.

—Seguro —afirmó Omicrón-2—. Es la hora exacta, Grier.

Y para demostrárselo, puso en funcionamiento los circuitos del Crono-Computador.

Grier contempló las cifras que vertiginosamente, fueron apareciendo en la pantalla fluorescente, sobre complicadas operaciones matemáticas que quizá se referían a los conceptos Espacio-Tiempo sobre los que se moviera aquella nave durante siglos enteros.

Sintióse casi mareado cuando las cifras se detuvieron en la pantalla, y debajo fueron dibujándose las letras electrónicas con una frase rotunda y definitiva: RESULTADO CALCULO FINAL

Grier y Omicrón-2 contemplaron pensativamente aquellas cifras decisivas. No había la menor posibilidad de duda:

25-XII-3480

—Estamos..., estamos en el Siglo XXV —dijo lentamente Grier, sintiéndose anonadado por el frío informe matemático de la computadora.

—Exacto —afirmó su compañero de viaje—. Esa es la fecha. Lo hemos logrado, Grier.

Lo hemos logrado...

Grier se repitió a sí mismo la frase de su camarada de viaje intergaláctico. Era como un sueño delirante. Sólo que era, en verdad, una realidad fría y matemática. Habían dormido durante casi quince siglos... ¡Mil quinientos años de sueño en hibernación!

Y ahora... éste era el despertar.

—Creo que necesito tomar algo... —suspiró Grier, acomodándose ante el desayuno preparado servicialmente por Omicrón-2—.Tampoco me vendría mal algo de beber.

—Más tarde —le aconsejó su compañero—. Ahora debes alimentarte. Ya es tiempo. Tu organismo vuelve a funcionar con normalidad. Lo primero, es tomar algo sólido, nada de alcohol.

Atacó su desayunó con fruición, pero sin poder apartar de su mente la tremenda impresión que le produjo la lectura de la computadora. Era muy duro aceptar, una realidad así. Cierto que para eso se había prestado al experimento, pero la verdad es que nunca estuvo demasiado seguro de que los científicos de su tiempo lograran semejante cosa.

—Si las cosas hubieran ocurrido normalmente, yo ahora... tendría mil quinientos años, o poco menos —murmuró para sí Grier.

—Incierto —replicó Omicrón-2 con algo que a Grier se le antojó ironía—. Si todo hubiera ocurrido normalmente, ahora estarías muerto. Nadie vive mil quinientos años...

Asintió Grier. Y de repente, se estremeció, clavando sus ojos en su compañero de viaje.

—Dios mío... —susurró—. El experimento...

Omicrón-2 se limitó a contemplarle como si no entendiera nada. Grier prosiguió, levantándose lleno de excitación :

—¡El experimentó, Omi! No consistía sólo en salvar la barrera de los siglos y de las distancias... sino también en... en...

—En la eternidad —dijo lentamente su compañero—. Sí, Grier. Ese era el experimento. Ellos le llamaron Proyecto Fausto. Vida eterna, juventud eterna... para quien salvara la distancia en el Espacio y el Tiempo.

—Eso significa que despertando ahora, sanos y salvos... ¡somos inmortales, Omi!

—Incierto —objetó Omicrón-2—. Eres inmortal, Grier. Sólo tú. Yo, no. Solamente los hombres podrían alcanzar la vida eterna, si el experimento resultara positivo. Pero nosotros las máquinas, no formamos parte de esa prueba...

Y tal vez Omicrón-2 tuviera razón. Después de todo, él sólo era un robot...

2

Vida eterna.

Parecía cierto. Muy cierto.

Ronald Grier reflexionó con mayor serenidad ahora, mientras sus reacciones físicas y psíquicas eran analizadas por la computadora para dictaminar su estado de salud actual. La posibilidad de ser eternamente joven y no morir jamás, resultaba fascinante. El sueño imposible de toda la Humanidad. Y él, precisamente él, lo había obtenido, como un moderno Fausto que no tuvo que vender su alma al Diablo.

Aunque en el fondo se preguntaba si haber elegido este camino, no sería en cierto modo también una venta de su alma al nuevo demonio de la especie humana: la Ciencia.

Pudo haber escogido su destino, el que estaba ya fijado de antemano. Ese era un destino a breve plazo: la ejecución por su delito. Los rebeldes como él, no tenían cabida en la dictadura terrestre. Los Legisladores de la Suprema Justicia Política de la Gran Sociedad Universal, nunca eran piadosos con los casos en los que el hombre se sublevaba contra la masificación y la despersonalización del individuo, tratando de ser algo más que un número en las grandes Comunas Sociales del Estado Nuevo, y el veredicto final, era inevitablemente el mismo: la muerte.

El había aceptado ese destino, porque cuando escogió el camino arduo de luchar por su libertad, por la de todos los hombres, por los derechos humanos de las gentes, por el fin de las falsas democracias basadas en la tiranía del Estado, sabía a lo que se exponía y no pensaba volverse atrás.

Entonces, había llegado la posibilidad de la elección. La alternativa inesperada. Un científico se la había ofrecido. El Estado Nuevo aceptaba, porque en el fondo igualmente se deshacían de alguien tan peligroso como el idealista Ronald Grier, el hombre que luchaba contra lo establecido por el Poder. El hombre que no quería ser masa ni toleraba sentirse manipulado por los mercaderes de la política y de la sociedad.

Y se le dio a escoger: la muerte inmediata en la Cámara de Ejecuciones... o ser conejillo de indias del más ambicioso y fantástico proyecto científico de todos los tiempos.

El Proyecto Fausto.

Tres intentos del Hombre por llegar más lejos que nadie llegó jamás. Tres metas inaccesibles hasta el momento: la victoria sobre el Tiempo, el Espacio... y la Edad.

E incluso sobre la misma Muerte.

Ellos, el Estado Nuevo, jamás conocerían los resultados. Quedaban para el futuro inmediato de la Humanidad. O para un futuro mucho más lejano. Un futuro que sólo conocerían dos seres: uno humano y otro mecánico. Ronald Grier y el robot Omicrón-2. En una remota fecha del porvenir, allá por el Siglo XXXV.

Esa fecha había llegado. Y era como si nada hubiera sucedido. Como si el tiempo no hubiera pasado. Pero sí que había pasado.

El sueño criónico, la suspensión animada en una cámara hermética, a gélidas temperaturas, había resultado. El regreso a la vida fue normal, increíblemente normal en realidad.

Y ahora, la computadora le completaba los datos con otro informe tan positivo como lo fuera el anterior. En la pantalla fluorescente, se fueron perfilando las palabras del informe clínico sobre su persona:

ESTADO FÍSICO, PERFECTO. ESTADO PSÍQUICO, PERFECTO. REGENERACIÓN CELULAR, POSITIVA.

Regeneración celular, positiva. Era la respuesta.

Él experimento funcionaba. Todo iba bien. Su cuerpo iba regenerándose a medida que sus células se envejecían. Ese proceso seguiría indefinidamente. Ello significaba que no podría haber enfermedades. Ni heridas. Ni hemorragias. Ni muerte posible. Ni vejez.

Era alucinante. Y maravilloso, tal vez. Pero le sobrecogía la idea de saberse inmortal. Y eternamente joven, tal como era ahora. Todo, porque el producto injertado en sus células por el profesor Kellerman había surtido sus efectos.

Omicrón-2 estaba ocupándose de manipular la nave en estos momentos. Era un robot sorprendentemente perfecto. Casi humano. A veces, casi creía tener junto a sí, a un verdadero amigo, a un ser humano. Pero, cierto, su imagen distaba mucho de poderse confundir con el de un hombre. Su estructura metálica, plateada, de forma oval, rodante sobre engranajes articulados, su cabeza esférica, dotada de ojos electrónicos, de una especie de boca qué no era sino el punto de origen de su voz metálica, le daban a veces una peculiar semejanza con una caricatura humana. Pero era su compleja mente electrónica, de infinitos circuitos, memoria, capacidad de reacción, de actividad en cualquier circunstancia, lo que le hacía más notable. Grier, a veces, se preguntaba si no sería capaz de pensar, pese a ser solamente un robot capacitado para ayudarle, para servirle, para conducir la nave a buen puerto, y nada más.

También el robot había permanecido inmóvil e incapacitado durante siglos enteros. De otro modo, hubiera llegado a averiarse, a agotarse sus energías, pese a que sus baterías energéticas se cargaban por medio de radiaciones solares. Solamente en caso de alguna anomalía grave, el robot hubiera despertado automáticamente de su letargo, rectificando la situación. Pero ese caso no se había dado. La memoria de Omicrón-2, estaba en blanco totalmente, en lo relativo a aquellos quince siglos de viaje por el espacio.

Ahora, todo continuaba igual que en su principio. La vida había vuelto a bordo. La nave Cobaya-Seis, del Proyecto Fausto, había salvado quince siglos de singladura cósmica. Ellos, también.

Y Grier se preguntaba ahora algo que la computadora de a bordo aún no le había revelado.

¿Dónde se encontraban?

¿En qué lugar del Universo; en qué remoto confín estelar, en qué galaxia adonde les hubiera trasladado la nave iónica, a través de casi mil quinientos años de travesía?

Era una pregunta fascinante. Y Ronald Grier la formuló, pulsando unas teclas de la computadora. La respuesta comenzó a tomar forma dentro de la compleja máquina electrónica. Sus pantallas de lectura se cubrieron de cálculos, ecuaciones complicadísimas y toda clase de operaciones matemáticas, antes de que las verdes letras aparecieran en la pantalla, fijándose al formar una respuesta definitiva para Grier:

ACTUAL PUNTO GALÁCTICO DE SITUACIÓN: TRES HACIA CERO. PLANETA MAS PRÓXIMO; TIERRA.

Punto galáctico Tres hacia Dos. Grier recordó en el acto. Cero era el punto de origen de la nave Cobaya-6. Es decir: la Tierra.

Tres puntos de distancia a la Tierra. Fácil de comprobar la posición en el mapa estelar. Pero la computadora había ampliado esos datos sin lugar a dudas. ¡El planeta más cercano... era la Tierra misma!

Ambos datos coincidían. Por tanto, 131 hecho estaba claro. Habían descrito quizá una enorme curva en el espacio, y el viaje de quince siglos, tras su parabólico trazo entre las estrellas, venía a morir de nuevo en su punto de partida.

—Omi, es increíble —manifestó roncamente Grier, poniéndose en pie—. Hemos vuelto a nuestro mundo...

—Sí, correcta observación —asintió la metálica voz del robot—. Mira, amigo Grier. Ahí está el planeta Tierra. Ante nosotros...

Ronald miró a través de los grandes visores de la nave, hacia el exterior negro y salpicado de estrellas.

Era cierto. El planeta azul estaba allí, frente a ellos. Rodeado de las nubes de su atmósfera. Familiar y entrañable como siempre...

—Dios mío —jadeó Grier, pasándose una mano trémula por el rostro—. La Tierra... La Tierra en el año 3480... ¿Qué vamos a encontrar allí cuando bajemos?

Omicrón-2 no le respondió. Estaba ocupado en manipular la nave. Grier observó que, tal como él imaginaba, el robot estaba dirigiendo el vehículo espacial hacia la Tierra. Era lo que, sin duda, le habían ordenado hacer quince siglos atrás. Cuando hallasen un planeta donde la vida fuese posible, tras el largo sueño, deberían descender a él.

Lo que quizá nadie pudo prever, ni siquiera los científicos del Proyecto Fausto, es que el punto de situación de la nave, quince siglos después, sería precisamente cercano a la Tierra. Una Tierra donde ya nada ni nadie sería igual mil quinientos años atrás.

Donde la vida actual, era una pavorosa incógnita para Ronald Grier.