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NOTICIERO FINAL

Continúa la discusión pública acerca de los cometas. El científico Vizarrón nos proporciona datos sobre la historia del fenómeno remontándose a Aristóteles, quien por primera vez se refiere a ello, calificándolo de “expectativa llameante”. Ignoramos si la palabra precisa no es “expectativa” sino “esperanza”, como reclama el sacerdote Güemes insistiendo en darle una connotación espiritual a la ocurrencia física.

El doctor Vizarrón detalla la historia científica de los cometas a partir del Estagirita, pero el sacerdote lo interrumpe señalando que las repetidas apariciones del cometa son señales de la Divinidad, enojada por algún motivo terrenal que frustra el proyecto divino. ¿Qué tiene que ver el proyecto divino, responde el hombre de ciencia, con la previa explicación de Newton: el cometa no es más que una manifestación física común y corriente que llamamos “atracción gravitacional”? ¿Cada cuándo aparece un cometa?, pregunta entonces el hombre de Dios. Cada setenta y cinco años. ¿El mismo cometa?, ¿y no es eso prueba de un plan celestial?, usted lo ha dicho, concluye el hombre de ciencia: un plan celestial, no un plan divino. ¿No es lo mismo?, trata el sacerdote de tener la palabra final.

La policía del Estado de Texas en USA está deteniendo y robando a los trabajadores migratorios que regresan a México con sus dolaritos bien ganados o que acuden a depositarlos en cuentas bancarias. A lo largo de las rutas, guardias de la policía detienen a los migrantes y los acusan de trabajar en la ilegalidad. Si el obrero pide ser llevado a la comisaría local para probar a) que tiene permiso de trabajo o b) que va de regreso a México y no piensa volver o c) que le reclamen al patrón y a él lo dejen en paz y en todos los casos d) los policías pasan por alto las razones, pretenden no entender, no hablar español, y en última instancia ofrecer f) —Escoge. Tu dinero o la cárcel. —No soy ilegal. —Pues lo pareces. —Tengo todo en orden. —Te delata la apariencia y aquí las apariencias cuentan. ¡Pay up!

Las autoridades del estado de Guerrero dan cuenta de la detención del turista austriaco Leonardo Kakabsa o Cacasa, acusado de asesinar a la joven Sofía Gálvez, sexoservidora en la ciudad colonial de Taxco. El citado Leonardo ya había sido detenido hace una semana, acusado de asesinar a otra sexoservidora taxqueña de nombre Sofía Derbez, alias “La Pinta”. Confrontado con los hechos relativos a la muerte de la llamada “La Pinta”, el juez decidió que condenar a un hombre joven y guapo como Leonardo por matar a una prostituta sólo lograría darle mala fama a Taxco y ahuyentar el turismo. Liberado, el ciudadano austriaco Kakabsa pronto incurrió en el segundo crimen ya señalado. Detenido de nuevo, declaró que las aludidas sexoservidoras, una vez que prestaron sus servicios se reían de él y de su nombre, haciendo indecentes juegos de palabras. Sin embargo, Kakabsa o Cacasa dijo que no fue esto lo que motivó su criminal acción, sino la insistencia de ambas prostitutas en llamarlo “El Alemán”, siendo Leonardo de nacionalidad austriaca. Esta vez, el magistrado local no tuvo más remedio que condenarlo, lamentándose del daño que esta decisión acarrearía al turismo taxqueño. “¿Qué es más importante?”, inquirió el magistrado, “¿castigar a un criminal o desanimar al turismo, principal fuente de ingresos de Taxco?”. La respuesta se la dio el propio Leonardo o Leonard Kakabsa o Cacasa, al declarar que asesinar prostitutas era en él un hábito desde la adolescencia, impulsado por un sentimiento de asco y de justicia irreprimibles. “He matado y seguiré matando”, declaró el inclasificable sujeto al ser entregado a las autoridades de su país en cumplimiento de los tratados de extradición entre México y Austria.

Nota vecina: Al llegar a Viena, el mencionado Kakabsa o Cacasa pidió la gracia de ser llevado a la cripta de la Iglesia de los Capuchinos de la capital austriaca para hincarse ante la tumba de Maximiliano de Habsburgo, emperador de México en el siglo XIX, vecino de la tumba de L’Aiglon, duque de Reichstadt e hijo de Napoleón y María Luisa de Austria, hijo —Maximiliano— de los emperadores Fernando y Sofía y descendiente de una línea hereditaria (e incestuosa) de habsburgos españoles y austriacos, borbones napolitanos y wittelsbachs bávaros. Cuestionado al respecto, Kakabsa o Cacasa explicó que sus actos en México eran sólo una forma de venganza contra el fusilamiento de Maximiliano por los salvajes mexicanos. Las autoridades vienesas, examinando el expediente del sujeto, encontraron dos casos más de crímenes no resueltos, ambos referidos a sexoservidoras llamadas “Sofía”. Investigaciones inmediatas revelan que la madre de Leonardo también se llamaba “Sofía”. Leonardo o Leonard está siendo vigilado por psiquiatras renombrados (aunque el público los llame Wichtimacher y Besserwisser, El Importante y El Sabelotodo) en el reclusorio de la Wahringerstrasse.

Nota posterior: En la heladería bonaerense ubicada en Las Heras, casi esquina con Anchorena.

Tomás Eloy Martínez habla del asunto Kakabsa o Cacasa como tema de una novela, Sergio Ramírez, escritor nicaragüense, rompe la habitual austeridad de su gesto con una inesperada, amplia y gozosa sonrisa. Kakabsa no es Cacasa, es Sacasa, sonríe. Y cuenta que en Nicaragua vivía un mitómano enloquecido por el incesto que los apellidos imponen a unos cuantos ciudadanos —¿por qué tanto Chamorro, Coronel, Debayle?

No es consanguinidad, explica Sergio, es que en Nicaragua los apellidos son lo que los nombres de los santos en otras partes: dan fe de la existencia, son fe de bautizo. Por eso es imposible saber si Sacasa era de “los Sacasa” o un mitómano oriundo de El Bluff que usurpó primero un nombre de la “aristocracia” nica para disfrazar sus innumerables pillerías, como fueron:

Escribir falsos manuscritos del poeta Rubén Darío y luego quemarlos en público, desafiando la cólera colectiva de un público que ve en Darío la razón de ser de Nicaragua: país pobre, poeta rico. Fue encarcelado por desacato y liberado al poco tiempo.

Exigir que a los dictadores nicaragüenses les marcaran las nalgas con hierro —una D gótica— con doble propósito: para ellos, signo de distinción; para el público, letra de identificación. Somoza le dio a Sacasa una sopa de su propio chocolate o más bien un cacao indeleble: le mandó marcar las posaderas con una I de Imbécil que Sacasa anunció como una I de Imperio. A saber…

Distribuyó misales a los niños con páginas de la revista Playboy intercaladas, provocando rígidas risillas relajientas a la hora de los oficios. Los misales fueron confiscados por los sacerdotes, quienes los guardaron celosamente entre sus sotanas para verlos de vez en cuando. Sacasa se ufanó de pervertir, no a los niños y su sana curiosidad, sino a los curas y su insana represión. Él quería ser conocido —apuntó Ramírez— como Sacasa El Libertador.

Entonces, intervino Tomás Eloy, tu Sacasa es nuestro Sikasky, un astuto criminal porteño cuya treta consistía en quedarse en el lugar del crimen, mudo y con mirada serena, pasando por simple observador del asesinato que él cometía y que la policía no le atribuía porque jamás huía, siempre estaba allí. La dictadura militar, en su momento, lo empleó como el asesino ideal: mataba pero se quedaba. Al cabo, la víctima era acusada del crimen y Sikasky ascendía en el escalafón, muy a su pesar, pues su técnica era ser el criminal presente, visible y por lo tanto no culpable.

Pero se salvó. Lo he visto cenando aquí en Vicente López.

—Claro. Denunció a los criminales del régimen militar. Fue muy efectivo. Dio pelos y señales. Mandó a la cárcel a sus propios jefes.

—Y ahora, Tomás Eloy.

—Mira con gran melancolía desde su mesa de frente al cementerio de la Recoleta y se lamenta de que ninguna de sus víctimas esté allí, entre tumbas oligárquicas construidas sobre vacas y cereales, sino en el panteón de La Chacarita…

—Donde yacen Carlos Gardel y Eva Perón.

—Sikasky no soporta la competencia.

—Dime, Tomás Eloy, ¿tu Sikasky es mi Sacasa?

—Dime, Sergio, ¿tu Sacasa nica es el Kakabsa vienés?

—Dime, Tomás Eloy, ¿el Kakabsa vienés es el Cacasa asesino de putas mexicanas?

—Dime, Sergio, ¿en la literatura puedes comprobar una identidad como en el cine: ese señor que dice ser Domingo Sarmiento es en realidad el actor Enrique Muriño?

—No: Raskolnikov puede ser Peter Lorre o Pierre Blanchar, pero ni Lorre ni Blanchar pueden ser Raskolnikov. Ellos son imagen. Raskolnikov es palabra, sílaba, nombre, literatura…

—¿Imaginamos la literatura y sólo vemos al cine?

—No: a la literatura le damos la imagen que deseamos.

—¿Y al cine no?

—Sólo al apagar las luces y cerrar los ojos.

—Un helado de dulce de leche.

—En Argentina no se dice “cajeta”.

—“Max, cajeta”, pedía la Emperatriz Carlota en su chifladura, recordando al mismo tiempo a su marido (al que siempre creyó vivo) y al dulce mexicano (que nadie tuvo la caridad de acercarle).

—Y todo esto, ¿qué tiene que ver con la novela Adán en Edén que estás leyendo?

—Todo y nada. Misterios asociativos de la lectura.

—¿Necesidad de aplazar los desenlaces?

—No hay desenlace. Hay lectura. El lector es el desenlace.

—¿El lector recrea o inventa la novela?

—Una novela interesante se le escapa de las manos al escritor. Más bien…

—¿En qué parte de la novela vas?

—¿De Adán en Edén? En la parte donde Adán Gorozpe y su cuñado Abelardo Holguín se echan toritos sobre el boxeo.

—¿Qué dicen?

—Te leo:

“—¿Quiénes reglamentaron las peleas de box?

“—Jack Broughton en 1747 más o menos, y el marqués de Queensberry en 1867…

“—¿Quién fue el primer boxeador profesional?

“—Un judío inglés llamado Daniel Mendoza. Todavía no usaban guantes.

“—¿Quién usó guantes por primera vez?

“—El ya mencionado Jack Broughton. Pero quien popularizó el guante fue Jean Mace, pugilista inglés.

“—En cambio, John L. Sullivan prefería pelear a puño limpio.

“—Socialmente, ¿para qué sirve el box?

“—Para ascender. De ignorante irlandés o de barrio italoamericano o de esclavo negro…

“—Joe Louis, campeón de 1937 a 1949.

“—Terminó de portero, sin un centavo pero con orejas de coliflor.

“—¿Podemos desviar el ascenso social del crimen al boxeo, cuñado?

“—Pasando por la guerrilla: el campeón filipino de box en 1923 se llamaba Pancho Villa.

“—1923: el mismo año en que fue asesinado nuestro Pancho Villa.

“—No te hagas ilusiones, cuñado. Cuando peleas sin guantes, no debes mover los pies”.