IX

Santa Cruz, Patagonia y las islas Falkland

1.- El río Santa Cruz.

(13 de abril de 1834)

E l Beagle echa el ancla en la desembocadura del Santa Cruz. Este río se lanza al mar a unas 60 millas al sur de Puerto San Julián. Durante su último viaje, el capitán Stokes lo había remontado hasta una distancia de unas 30 millas, pero la falta de provisiones le obligó a retroceder. No se conoce de ese río más que lo que fue descubierto durante la excursión de que acabo de hablar. El capitán Fitz-Roy se decide a remontarlo tan lejos como lo permita el tiempo. El 18 partimos en tres balleneras llevando con nosotros provisiones para tres semanas; nuestra expedición se compone de veinticinco hombres, fuerza suficiente para desafiar a un ejército de indios. La marea ascendente nos arrastra con rapidez, el tiempo es bueno y nos es posible efectuar una larga etapa; pronto podemos beber el agua dulce del río y por la noche nos encontramos ya fuera del lugar donde se dejaba sentir la marea.

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Carenado del Beagle en la desembocadura del Santa Cruz. (Dibujo del natural por C. Martens del "Beagle").

El río adquiere aquí un aspecto y una anchura que continuarán siendo casi los mismos hasta el punto extremo de nuestro viaje. Tiene de ordinario de 300 a 400 metros de ancho y, en el centro de la corriente, una profundidad de 17 pies. Uno de los caracteres más notables de este río es lo constante de la rapidez de la corriente, que varía siempre entre 4 y 6 nudos por hora. El agua tiene un bello color azul, pero con matiz ligeramente lechoso, y no es tan transparente como de momento pudiera creerse. Su lecho está compuesto de guijarros, lo mismo que sus orillas y las llanuras de alrededor. El río describe numerosas vueltas en un valle que se extiende en derechura hacia el oeste. Este valle tiene de 5 a 10 millas de anchura y está limitado por terrazas que se elevan de ordinario como gradas, unas por encima de las otras, hasta una altura de 500 pies, existiendo una sorprendente coincidencia entre los dos lados del valle.

2.- Exploración del curso superior del río Santa Cruz.

(19 de abril)

No hay que pensar en poderse servir de la vela o del remo en contra de una corriente tan rápida; se atan, pues, en línea las tres balleneras, una detrás de otra; se dejan dos hombres a bordo de cada una de ellas, y el resto de la tripulación desembarca para remolcar las embarcaciones. Voy a describir en dos palabras el sistema imaginado por el capitán Fitz-Roy, porque es excelente para facilitar el trabajo de todos, trabajo en el que cada cual toma parte: el capitán divide nuestra expedición en dos escuadras, cada una de las cuales remolca alternativamente las lanchas durante hora y media; los oficiales de cada lancha acompañan a su tripulación, toman parte en las comidas de sus hombres y comparten la misma tienda que ellos; cada lancha es, pues, independiente de las otras dos. Después de ponerse el Sol se hace alto en el primer lugar llano y cubierto de matorral que se encuentra, y se establece el vivac para pasar la noche. Cada hombre de la tripulación se turna en las funciones de cocinero. Así que los botes han sido fondeados enfrente del lugar en que se ha decidido vivaquear, el cocinero enciende fuego; otros dos levantan la tienda; el contramaestre saca de la lancha los efectos que han de ser utilizados durante la noche, y parte de los hombres los van conduciendo a tierra mientras los otros recogen leña. Se han regulado tan bien las cosas que una media hora después todo está dispuesto para pasar la noche. Dormimos bajo la custodia de un oficial y de dos hombres encargados de velar por las embarcaciones, mantener el fuego y vigilar a los indios. Cada hombre de la tropa debe velar una hora por noche.

Durante esta jornada nuestros progresos son muy lentos, porque el río está entrecortado por islas cubiertas de matorrales espinosos y sus brazos entre esas islas son poco profundos.

3.- Una "terra incognita".

(20 de abril)

Rebasamos las islas y avanzamos rápidamente. Por término medio no recorremos más que 10 millas por día en línea recta, lo que representa unas 15 o 20 verdaderamente, y esto al precio de grandes fatigas. A partir del lugar en que hemos vivaqueado la noche pasada, el país se convierte en terra incognita, porque fue el punto en que el capitán Stokes se detuvo. Vemos en la lejanía una humareda considerable y encontramos el esqueleto de un caballo, señal cierta de que los indios están en nuestra vecindad.

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Patagones sacrificando un caballo. (Dibujo de Castelli, según croquis de Guinnard).

Al día siguiente (21), notamos en el suelo marcadas huellas de una banda a caballo y las marcas hechas por los chuzos o las largas lanzas que los indios dejan arrastrar a menudo por tierra. Deducimos de ello que los indios han venido a observarnos durante la noche. Poco tiempo después, llegamos a un lugar donde, según las huellas muy recientes del paso de hombres, niños y caballos, es evidente que los naturales del país han atravesado el río.

4.- El país del guanaco.

(22 de abril)

El paisaje sigue ofreciendo poquísimo interés. La semejanza absoluta de los seres vivos, en toda la extensión de la Patagonia, constituye uno de los caracteres más chocantes de este país. Las llanuras pedregosas, áridas, muestran en todas partes las mismas plantas achaparradas; en todos los valles crecen los mismos matorrales espinosos. En todos los sitios vemos las mismas aves y los mismos insectos. Apenas si un maíz verde algo más acentuado bordea las orillas del río y de los límpidos arroyos que corren a arrojarse en su seno. La esterilidad se extiende como una verdadera maldición sobre todo el país, y el agua misma, al discurrir sobre un lecho de guijarros, parece participar de ese maleficio. También se encuentran muy pocas aves acuáticas; mas, ¿qué alimento podrían encontrar en esas aguas que no dan vida a nada?

Por muy pobre que sea la Patagonia en ciertos aspectos, sin embargo puede envanecerse de poseer quizá el mayor número de pequeños roedores que ningún otro país del mundo⁽⁹⁶⁾. Muchas especies de ratones tienen orejas grandes y delgadas y una piel muy bella. En medio de los matorrales que crecen en los valles, se encuentran cantidades considerables de esos pequeños animales que durante meses enteros deben contentarse con el rocío por toda bebida, porque no cae una sola gota de agua. Parecen ser caníbales; en efecto, así que uno de esos ratones caía en una de mis trampas, los demás empezaban a devorarlo. Un zorrillo, de formas delicadas, muy abundante, se alimenta sin duda exclusivamente de esos animalitos. Aquel lugar es el verdadero país del guanaco; a cada instante, yo podía ver rebaños compuestos de cincuenta a cien individuos, y, como ya lo he dicho, pude ver uno que comprendía por lo menos quinientas cabezas. El puma caza y come esos animales, yendo escoltado a su vez por el cóndor y los buitres. A cada instante yo veía las huellas del puma a orillas del río, y, a menudo, también esqueletos de guanacos con el cuello dislocado y los huesos rotos, lo cual indicaba, sin lugar a dudas, cuál había sido el género de su muerte.

5.- Un signo que promete.

(24 de abril)

De igual modo que los antiguos navegantes cuando se aproximaban a una tierra desconocida, nosotros examinamos y anotamos los menores signos que puedan indicar un cambio. Al ver un tronco de árbol flotando o un bloque errante desprendido del peñasco primitivo, experimentamos tanta alegría como si viéramos una selva que cruzara por encima de las cúspides de la Cordillera. Pero el signo que más promete es una capa espesa de nubes que permanece constantemente en el mismo lugar. Ese signo, en efecto, debía cumplir todas sus promesas, como pudimos juzgarlo más tarde; pero, de momento, tomamos las nubes por la cima de la misma montaña y no por masas de vapores condensados en torno a su helada cima.

6.- Inmensas corrientes de lavas basálticas. Fragmentos no acarreados por el río. Excavaciones del valle.

(26 de abril)

Observamos un cambio notable en la estructura geológica de las llanuras. Desde nuestra partida yo había examinado detenidamente los cantos del río, y, durante los dos últimos días, había notado la presencia de algunos pequeños guijarros de basalto muy celular. Esos guijarros aumentaron en número y en tamaño, aunque ninguno de ellos llegaba a ser tan grande como la cabeza de un hombre. Esta mañana, sin embargo, guijarros de la misma especie, pero mayores, se hacen de pronto abundantes y, al cabo de una media hora, columbramos a 5 o 6 millas de distancia el ángulo saliente de una gran plataforma de basalto. En la base de esta plataforma burbujea el río al saltar sobre los bloques caídos en su lecho. Durante 28 millas la corriente del río se encuentra obstaculizada por esas masas basálticas. Por debajo de ese lugar, inmensos fragmentos de las primitivas rocas pertenecientes a la formación errática son asimismo numerosos. Ningún fragmento de tamaño algo considerable ha sido arrastrado a más de 3 o 4 millas por la corriente del río. Luego, si se tiene en cuenta la singular velocidad del considerable volumen de agua que lleva el Santa Cruz; si se considera que ninguna disminución en la velocidad de la corriente tiene lugar en punto alguno, tenemos en eso un evidente ejemplo del escaso poder de los ríos para arrastrar fragmentos de piedra siquiera de mediano grosor.

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Río Santa Cruz. Quebrada de basalto. (Dibujo del natural por C. Martens del "Beagle").

El basalto es, pura y simplemente, lava que ha surgido bajo el mar; pero las erupciones han debido de producirse en gran escala. En efecto, en el punto donde primeramente habíamos observado esa formación, tiene 120 pies de espesor; a medida que se remonta por el río, la superficie de la capa de basalto se eleva imperceptiblemente y la masa se hace más espesa, de tal suerte que 40 millas más lejos alcanzan un espesor de 320 pies. ¿Cuál puede ser el espesor de esa capa cerca de la Cordillera? No tengo dato alguno que me permita decirlo, pero la plataforma está a unos 3.000 pies sobre el nivel del mar. Es, pues, en las montañas de esa gran cadena donde debemos buscar el origen de esa capa y son bien dignos de tal origen esos torrentes de lava que han recorrido una distancia de 100 millas sobre el lecho tan poco inclinado del mar. No hay más que dirigir una ojeada a los acantilados de basalto de los dos lados opuestos del valle para llegar a la conclusión de que en otros tiempos no debían formar más que un solo bloque. ¿Cuál es, pues, el agente que ha desprendido, en una distancia excesivamente larga, una masa sólida de roca muy dura, que tiene un espesor medio de 300 pies en una anchura que varía de un poco menos de 2 millas a 4? Aunque el río tenga tan poca fuerza cuando se trata de acarrear fragmentos incluso poco considerables, sin embargo habrá podido ejercer durante el transcurso de los tiempos una erosión gradual, de cuyo efecto seria difícil determinar la importancia. Pero en el caso que nos ocupa, además del poco alcance de un agente como ese, se podría establecer una multitud de excelentes razones para sostener que un brazo de mar atravesó en otros tiempos este valle. Sería superfluo en esta obra detallar los argumentos que llevan a esa conclusión, argumentos sacados de la forma y de la naturaleza de los terraplenes, que adoptan la disposición de gigantescas escaleras y que ocupan los dos lados del valle, de la manera como el fondo del valle se extiende en una llanura en forma de bahía cerca de los Andes, llanura entrecortada de colinas de arena, y de algunas conchas marinas que se encuentran en el lecho del río. Si no dispusiera de limitado espacio, podría yo probar que, en los pasados tiempos, un estrecho semejante al de Magallanes y que, como éste, unía los océanos Atlántico y Pacífico, atravesaba América meridional en tal lugar. Pero no por eso deja de estar en pie la pregunta: ¿cómo ha sido disgregado el basalto sólido? Los antiguos geólogos hubieran llamado en su ayuda la acción violenta de cualquier espantosa catástrofe: pero, en tal caso, semejante suposición sería inadmisible, porque las mismas llanuras dispuestas en escalones y mostrando en su superficie conchas en la actualidad existentes aún, llanuras que bordean la larga extensión de las costas de la Patagonia, contornean también el valle del Santa Cruz. Ninguna inundación hubiera podido dar ese relieve a la tierra, ya sea en el valle, ya a lo largo de la costa, y lo cierto es que el valle está formado a consecuencia de la constitución de esas plataformas sucesivas. Aunque sepamos que en las partes más angostas del estrecho de Magallanes existen corrientes que lo atraviesan a la velocidad de 8 nudos por hora, no por eso queda uno menos estupefacto cuando se piensa en el número de años que han sido precisos para que corrientes semejantes a aquélla hayan podido disgregar una masa tan colosal de lava basáltica sólida. Hay que creer, sin embargo, que las capas, minadas por las aguas que atraviesan ese antiguo estrecho, se dividieron en inmensos fragmentos; que éstos, a su vez, acabaron por romperse en trozos menos considerables, después se redujeron a guijarros y al fin a polvo impalpable que las corrientes condujeron lejos, a uno u otro de los dos océanos.

El carácter del paisaje cambia al mismo tiempo que la estructura geológica de las llanuras. Recorriendo algunos de los estrechos desfiladeros del peñón, hubiera podido creerme aún en los estériles valles de la isla de Santiago. En medio de esos peñascos basálticos encuentro algunas plantas que jamás había visto, y otras que reconozco como pertenecientes a las que son propias de Tierra del Fuego. Esas rocas porosas sirven de depósito a las pocas gotas de lluvia que caen cada año; también se forman (fenómeno raro en la Patagonia) algunas fuentecillas, en los lugares donde los terrenos ígneos se juntan a los terrenos sedimentarios; se reconocen esas fuentes a gran distancia por estar rodeadas de algo de verdor.

7.- El cóndor y sus costumbres.

(27 de abril)

El lecho del río se estrecha un poco y, en consecuencia, la corriente se hace más rápida; recorre aquí unos 6 nudos por hora. Esta causa, unida a los numerosos fragmentos angulares que siembran el lecho del río, hace muy penoso y muy peligroso el trabajo de los que remolcan las lanchas.

Hoy he cazado un cóndor. Medía 8 pies y medio de punta a punta de sus alas, y 4 pies del extremo del pico al de la cola. Sabido es que su hábitat es, hablando geográficamente, muy extenso. En la costa occidental de América meridional se le encuentra en la Cordillera desde el estrecho de Magallanes hasta los 8 grados de latitud norte. En la costa de la Patagonia, su límite septentrional es el acantilado escarpado que se encuentra junto a la desembocadura del río Negro; en este lugar, el cóndor se halla alejado cerca de 400 millas de la gran línea central de la zona que le es propia en los Andes. Más al sur se le encuentra con frecuencia en los inmensos precipicios que rodean Puerto Deseado; sin embargo, pocos se aventuran hasta orillas del mar. Esas aves frecuentan también una línea de acantilados que se encuentran cerca de la desembocadura del Santa Cruz y se les halla asimismo en el río, a 80 millas del mar en el lugar donde los lados del valle toman la forma de precipicios perpendiculares. Estos hechos parecen ser la prueba de que el cóndor habita de preferencia los acantilados que caen a pico. En Chile el cóndor habita durante la mayor parte del año a orillas del Pacífico y por la noche se posan muchos de ellos en un mismo árbol; pero a principios del verano se retiran a los lugares más inaccesibles de las cordilleras para reproducirse en completa seguridad.

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Los campesinos de Chile me han asegurado que el cóndor no construye su nido; en el mes de noviembre o en el de diciembre la hembra pone dos huevos en el reborde de cualquier peña. Según se dice, los polluelos de cóndor no empiezan a volar hasta la edad de un año, y aun mucho tiempo después continúan posándose para pasar la noche junto a sus padres y los acompañan durante el día a la caza. Los cóndores viejos van generalmente por parejas, pero en medio de las rocas basálticas del Santa Cruz encontré un lugar que de ordinario debía de ser frecuentado por gran número de ellos. Fue para mí un espectáculo magnífico al ver, al llegar de pronto al borde de un precipicio, veinte o treinta de esas aves enormes que se alejaban lentamente, y lanzarse después al aire, donde describían círculos majestuosos. La gran cantidad de excremento que allí encontré me permite creer que frecuentaban aquel lugar desde mucho tiempo antes. Después de haberse hartado de carne en las llanuras, los cóndores gustan retirarse a tales alturas para digerir con toda tranquilidad. Esos hechos nos permiten pensar que el cóndor, como el gallinazo, vive hasta cierto punto en bandadas más o menos numerosas. En esta parte del país comen casi exclusivamente los cadáveres de guanacos muertos de muerte natural o, lo que ocurre con mayor frecuencia, los de los que han sido muertos por el puma. Después de lo que he visto en la Patagonia, no creo que los cóndores se alejen mucho cada día del lugar a donde tienen la costumbre de retirarse durante la noche.

A menudo pueden ser vistos los cóndores a gran altura dando vueltas por encima del mismo sitio y ejecutando los más graciosos círculos. Estoy seguro de que en ciertos casos no vuelan así más que por puro placer, pero los campesinos chilenos me aseguran que entonces vigilan a un animal en trance de muerte o a un puma que devora su presa. Si de pronto, los cóndores descienden rápidamente y después vuelven a elevarse con rapidez también y todos juntos, los chilenos saben que es que el puma, que vigila el cadáver del animal que acaba de matar, ha salido de su escondite para echar a los ladrones. Además de alimentarse con carne podrida, los cóndores atacan con frecuencia a cabritos y corderitos; los perros pastores están adiestrados en forma tal que, cada vez que columbran una de esas aves, salen de su cobijo y ladran ruidosamente. Los chilenos matan y atrapan un gran número de cóndores. Para conseguirlo se emplean dos métodos. Se coloca el cadáver de un animal en un terreno llano cerrado por un seto, en el cual se practica una abertura; cuando los cóndores están hartos, se acude a galope a cerrar la entrada, y entonces es fácil apoderarse de ellos, porque cuando esas aves no disponen de espacio suficiente para tomar impulso, no pueden alzarse del suelo y emprender su vuelo. El segundo método consiste en fijarse en qué árboles acostumbran posarse con frecuencia en número de cinco o seis; después, durante la noche, se trepa al árbol y se les encadena. Esto es, por lo demás, cosa fácil, pues, según pude comprobarlo por mí mismo, tienen el sueño muy pesado. En Valparaíso he visto vender un cóndor vivo por seis peniques; pero aquello fue una excepción, pues de ordinario cuestan de ocho a diez chelines. Tuve ocasión de ver uno del que acababan de apoderarse; le habían atado con cuerdas y estaba gravemente herido; sin embargo, en cuanto que le desataron, se arrojó vorazmente sobre un trozo de carne que le echaron. En la misma ciudad existe un jardín donde hay veinte o treinta cóndores vivos. No se les da de comer más que una vez por semana y no obstante, parecen encontrarse muy bien⁽⁹⁷⁾. Los campesinos chilenos afirman que el cóndor vive e incluso conserva todo su vigor aunque se le deje cinco o seis semanas sin alimentos; no puedo asegurar la certeza de esa aserción; es un experimento muy cruel de hacer, lo que no impide seguramente que haya sido llevado a cabo.

Sabido es que los cóndores, como todos los buitres, por lo demás, se enteran muy pronto de la muerte de un animal en una parte cualquiera de la comarca y se reúnen de la manera más extraordinaria. Es de advertir que, en casi todos los casos, las aves han descubierto su presa y dejado por completo limpio el esqueleto ya antes de que la carne del cadáver huela mal. Recordando los experimentos hechos por Mr. Audubon para demostrar el poco olfato de los buitres, hice, en el jardín de que antes hablé, la siguiente prueba: los cóndores estaban atados cada uno a una cuerda a lo largo de la pared del jardín; envolví un trozo de carne con un papel blanco, y teniendo el paquete en la mano, me paseé mucho tiempo por delante de ellos, a una distancia de unos 3 metros, y ninguno pareció darse cuenta de lo que yo llevaba. Arrojé entonces el paquete al suelo, a un metro de un viejo macho, y éste lo miró un momento con la mayor atención, después desvió de él la mirada y ya no volvió a preocuparse más. Con ayuda de mi bastón fui acercándole el paquete poco a poco hasta que lo pudo tocar con su pico; en un instante desgarró el papel a picotazos y, en el mismo momento, las otras aves de la fila se pusieron a aletear haciendo todos los esfuerzos posibles para libertarse de sus trabas. En iguales circunstancias hubiera sido imposible engañar a un perro. Las pruebas en favor y en contra acerca del olfato de los buitres se nivelan extrañamente. El profesor Owen ha demostrado que el buitre (Cathartes aura) tiene los nervios olfativos singularmente desarrollados; el día en que Mr. Owen leyó su Memoria en la Sociedad de Zoología, uno de los asistentes refirió que, por dos veces, en las Indias occidentales, había visto reunirse gran número de buitres sobre el techo de una casa donde se encontraba un cadáver que no había sido enterrado a su debido tiempo y despedía ya muy mal olor. En ese caso, los buitres no habían podido ver lo que allí ocurría. Por otro lado, aparte de los experimentos de Audubon y del que yo mismo hice, Mr. Barchmann ha llevado a cabo en los Estados Unidos numerosos experimentos que tienden a probar que ni el Cathartes aura (la especie disecada por el profesor Owen) ni el gallinazo descubren su alimento por medio del olfato. Mr. Barchmann recubrió una cantidad de carne podrida que olía muy mal con un trozo de lienzo ligero y colocó luego sobre esa tela otros trozos de carne; los buitres acudieron presurosos a comer aquellos pedazos de carne y después de haberlos devorado permanecieron tranquilamente sobre el lienzo sin descubrir la masa que se encontraba debajo de ella y de la que no les separaba más que un octavo de pulgada. Se hizo una pequeña abertura en la tela, y entonces los buitres se precipitaron sobre la masa. Se les echó de allí, se reemplazó la tela desgarrada por otra nueva, se cubrió con carne una vez más y los mismos buitres acudieron a devorarla sin descubrir la masa oculta que hollaban con sus patas. Seis personas, además de Mr. Barchmann, afirman esos hechos que ocurrieron a su vista⁽⁹⁸⁾.

Muchas veces, mientras yo me hallaba tumbado de espaldas en el suelo, en medio de aquellas llanuras, vi a los buitres cerniéndose en los aires a inmensa altura. Cuando el país es llano, no creo que un hombre a pie o a caballo pueda escrutar con atención un espacio de más de 15° sobre el horizonte. Y si sucede que el buitre se cierne a una altura de 3.000 o 4.000 pies, se encontraría a una distancia de más de 2 millas inglesas (3,22 km) en línea recta antes de hallarse en el campo visual del observador. ¿No es, pues, lo más natural que en esas condiciones escape a la vista? ¿No puede ocurrir que, cuando un cazador persigue y derriba una pieza cualquiera en un solitario valle, una de esas aves, de penetrante vista, siga de lejos sus menores movimientos? ¿No puede suceder también que su modo de volar, cuando descienden, indique a toda la familia de los buitres que hay a la vista una presa?

Cuando los cóndores describen círculo tras círculo alrededor de un lugar cualquiera, su vuelo es admirable. No recuerdo haberles visto batir las alas sino cuando se alzan del suelo.

En los alrededores de Lima, estuve observando a muchos durante cerca de media hora sin perderlos de vista un solo instante. Describían inmensos círculos, subiendo y bajando sin dar siquiera un aletazo. Cuando pasaban a corta distancia por encima de mi cabeza los veía oblicuamente y podía distinguir la silueta de las grandes plumas con que terminaban sus alas; si esas plumas hubieran sido agitadas, siquiera por el menor de los movimientos, se habrían confundido una con otra, pero se destacaban con toda claridad sobre el azul del cielo. El ave mueve con frecuencia la cabeza y el cuello, pareciendo ejecutar un gran esfuerzo; las alas extendidas parecen ser como la palanca sobre la que actúan los movimientos del cuello, del cuerpo y de la cola. Cuando el ave quiere descender, repliega un instante sus alas; y así que las extiende de nuevo, modificando el plano de inclinación, la fuerza adquirida por el rápido descenso parece hacerla remontar de nuevo con el movimiento continuo y uniforme de un cometa. Cuando el ave vuela, su movimiento debe ser lo bastante rápido para que la acción de la superficie inclinada de su cuerpo sobre la atmósfera pueda contrarrestar su peso. La fuerza necesaria para continuar el movimiento de un cuerpo que se mueve en el aire en un plano horizontal no puede ser muy considerable, porque el roce es insignificante y esto es todo lo que el ave necesita. Podemos admitir que los movimientos del cuello y del cuerpo del cóndor bastan para conseguir ese resultado. Sea como sea, es un espectáculo verdaderamente sublime y sorprendente ver un ave tan enorme cerniéndose durante horas enteras por encima de las montañas y de los valles.

8.- La Cordillera. Bloques erráticos gigantescos. Despojos indios.

(29 de abril)

Desde lo alto de una colina saludamos con alegría las blancas cimas de la Cordillera; de vez en cuando las vemos perforar su sombría envoltura de nubes. Durante algunos días continuamos ascendiendo con lentitud contra la corriente, muy lentamente, porque el curso del río se hace tortuoso y a cada instante nos vemos detenidos por inmensos fragmentos de antiguas rocas pizarrosas y de granito. La llanura que bordea el valle alcanza aquí una altitud de unos 1.100 pies por encima del río; el carácter de esa llanura está profundamente modificado. Los guijarros de pórfido, perfectamente redondeados, se encuentran mezclados a inmensos fragmentos angulares de basalto y de rocas primarias. Veo aquí, a 67 millas de distancia de la montaña más próxima, los primeros bloques erráticos; medí uno que tenia 5 metros cuadrados y que se elevaba 5 pies por encima del pedregal. Los bordes de esa masa eran tan perfectamente angulares y tan considerable su grueso, que de momento lo juzgué como un peñasco in situ y requerí mi brújula para observar el plano de fractura. La llanura ya no es tan llana como al borde del mar; sin embargo, no se ve signo alguno de cataclismo. En estas circunstancias, creo que es absolutamente imposible explicar el transporte de esas gigantescas rocas a una distancia tan grande de la montaña de donde provienen con toda seguridad, más que por la teoría de los hielos flotantes.

Durante los dos últimos días, hemos visto huellas de caballos y encontrado algunos pequeños objetos que han pertenecido a los indios, trozos de poncho, por ejemplo, y plumas de avestruz; pero tales objetos parecían haber estado largo tiempo en el suelo.

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Patagones. (Dibujo del natural por C. Martens del "Beagle").

El país parecía estar completamente desierto entre el lugar donde los indios habían atravesado últimamente el río y aquel donde nos encontrábamos. En los primeros momentos, al considerar la abundancia de guanacos en tal lugar, quedé muy sorprendido por tal hecho; pero si se tiene en cuenta la naturaleza pedregosa de aquellas llanuras, el hecho se explica fácilmente; un caballo sin herraduras que tratara de atravesarlas no resistiría la fatiga.

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Adornos y equipo de los jinetes patagones: 1- Silla. 2- Bocado. 3 y 4- Espuelas. 5- Boleadoras. 6 y 7- Adornos para las orejas (según Wood).

Sin embargo, encontré, en dos lugares diferentes de aquella región central, pequeños montones de piedras que no creo estuvieran así por casualidad. Se encontraban en agujas situadas en el borde superior del cantil más elevado, y se parecían, aunque en verdad en pequeña escala, a los que ya había visto cerca de Puerto Deseado.

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Patagón. (Dibujo del natural por el capitán P. P. King).

9.- Paisajes desolados.

(4 de mayo)

El capitán Fitz-Roy decide no seguir remontando el río. El Santa Cruz se hace en efecto cada vez más rápido y tortuoso. El aspecto del país no nos invita tampoco a ir más lejos. En todas partes los mismos pedregales, el mismo paisaje desolado. Nos encontramos a unas 140 millas (224 kilómetros) del Atlántico y a unas 60 millas (96 kilómetros) del Pacífico. El valle, en esta parte superior del curso del río, forma un inmenso depósito limitado al norte y al sur por grandes plataformas de basalto y al oeste por la larga cadena de la Cordillera cubierta de nieves.

Pero no es sin cierto sentimiento de pesar que contemplamos de lejos esas montañas, porque nos vemos obligados a representarnos su naturaleza y sus productos con la imaginación, en vez de escalarlas como nos lo habíamos prometido. Pero, además de la inútil pérdida de tiempo que el tratar de seguir ascendiendo por el río nos hubiera causado, desde hacía algunos días ya no recibíamos más que medias raciones de pan. Y aunque media ración sea suficiente para gentes razonables, era bastante poca después de una larga etapa; es muy bonito hablar de estómago ligero y digestión fácil, pero en la práctica tales cosas son bastante desagradables.

10.- Retornamos al "Beagle".

(5 de mayo)

Empezamos a descender por el río antes de la salida del Sol; ese descenso se efectúa con gran rapidez, generalmente a una media de diez nudos. En un día hemos atravesado lo que nos había costado cinco y medio de penoso trabajo cuando remontábamos el río. El 8 nos volvemos a encontrar junto al Beagle después de veintiún días de expedición.

Todos mis compañeros regresan vivamente contrariados; por lo que a mí respecta tengo motivos para felicitarme de tal viaje, porque me ha permitido observar una sección muy interesante de la gran formación terciaria de la Patagonia.

11.- Las islas Falkland.

(Malvinas)

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Entrada a Sonda Berkeley (Malvinas).

El 1 de marzo de 1833 y el 16 del mismo mes de 1834 el Beagle echó el ancla en el estrecho de Berkeley, en la isla Falkland oriental. Este archipiélago está situado poco más o menos en la misma latitud que la embocadura del estrecho de Magallanes; cubre un espacio de 120 millas geográficas por 60; o sea poco más o menos como la cuarta parte de Irlanda. España, Francia e Inglaterra se disputaron durante mucho tiempo la posesión de esas miserables islas; después quedaron deshabitadas. Entonces el Gobierno de Buenos Aires las vendió a un particular, reservándose el derecho de llevar a ellas a sus criminales, tal y como lo había hecho antiguamente España, pero cierto día Inglaterra se apoderó de ellas. El inglés que quedó allí custodiando la bandera fue asesinado. Se volvió a enviar otro oficial inglés, pero sin ir acompañado de fuerzas suficientes, y a nuestra llegada allí le encontramos al frente de una población cuya mitad por lo menos estaba compuesta de rebeldes y malvados.

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Sonda Berkeley

Por lo demás, el teatro de la acción es bien digno de las escenas que allí ocurren. Es una tierra ondulada, de aspecto desolado y triste, recubierta por todas partes de verdaderas turberas y de bastas hierbas; por doquiera se ve el mismo color pardo y monótono. Aquí y allá algún pico o una cadena de rocas grises, cuarzosas, desnivelan la superficie. Todo el mundo ha oído hablar del clima de estas regiones; puede ser comparado al que se encuentra entre los 1.000 y 2.000 pies de altitud en las montañas del norte del País de Gales; sin embargo, no hace mucho frío ni excesivo calor, pero llueve mucho y sopla más el viento⁽⁹⁹⁾.

12.- Excursión por la isla Falkland oriental.

(16 de mayo)

He aquí, en pocas palabras, el relato de una corta excursión que he llevado a cabo en torno de una parte de esta isla. Parto el 16 por la mañana con seis caballos y dos gauchos; estos últimos eran hombres admirables para el objeto que yo me proponía, acostumbrados como estaban a no contar más que consigo mismo para encontrar aquello de que tuvieran necesidad. El tiempo es muy frío, hace mucho viento y, de vez en cuando, se levantan tremendas tempestades de nieve. Sin embargo, avanzamos bastante de prisa; pero, excepto desde el punto de vista geológico, nada nos fue interesante en nuestro viaje. Siempre la misma llanura ondulada; por todas partes está recubierto el suelo de hierbas marchitas y de arbustillos; todo ello crece en un terreno turboso y elástico. Aquí y allá, en los valles, puede verse alguna pequeña bandada de ocas salvajes y es tan blando el suelo que la becada halla con facilidad su alimento. Aparte de ésas, son pocas las aves que allí hay. La isla está atravesada por una cadena principal de colinas, formadas sobre todo de cuarzo, y de unos 2.000 pies de altitud; pasamos grandes trabajos para poder atravesar esas colinas rugosas y estériles. Al sur de ellas encontramos la parte del país más conveniente para la alimentación de los rebaños salvajes; sin embargo, no encontramos muchos porque últimamente se han llevado a cabo frecuentes cacerías.

Al atardecer encontramos un pequeño rebaño. Uno de mis compañeros, de nombre Santiago, pronto logró derribar a una gruesa vaca. Le arroja las boleadoras, la toca en las patas, pero las bolas no se enrollan. Entonces arroja su sombrero a tierra para reconocer el lugar donde cayeron las boleadoras y, mientras persigue a caballo a la vaca, prepara su lazo, y tras una carrera alocada logra enlazar a la vaca por los cuernos. El otro gaucho nos había precedido con los caballos de mano, de suerte que Santiago tuvo no poco trabajo para poder dar muerte a la furiosa vaca. Sin embargo, consiguió llevarla a un lugar donde el terreno era perfectamente llano, anulando a tal fin todos los esfuerzos que el animal hacía para aproximársele. Cuando la vaca no quería moverse, mi caballo, perfectamente adiestrado en aquel género de ejercicios, se aproximaba a ella y la empujaba violentamente con el pecho. Mas no se trataba sólo de llevarla a un terreno llano, sino de matar a aquel animal loco de terror, lo cual no parecía cosa fácil para un hombre solo. Y hubiera sido imposible si el caballo, cuando su amo lo ha abandonado, no comprendiera por instinto que estará perdido si el lazo no estuviera siempre tirante; de tal forma que, si el toro o la vaca hace un movimiento hacia delante, el caballo avanza con rapidez en la misma dirección, y si la vaca está quieta el caballo permanece inmóvil, afirmado sobre sus patas. Pero el caballo de Santiago, muy joven aún, no comprendía bien esta maniobra y la vaca se iba aproximando gradualmente a él. Fue un espectáculo admirable ver con qué destreza Santiago logró colocarse detrás de la vaca y desjarretarla al fin; luego de lo cual no tuvo ya gran trabajo para hundirle su cuchillo en la nuca, con lo que la vaca cayó como fulminada. Entonces, él cortó varios trozos de carne recubiertos con la piel, pero sin huesos, en cantidad suficiente para nuestra expedición. Seguidamente nos dirigimos al lugar que habíamos elegido para pasar la noche; para cenar, tuvimos asado con cuero, esto es, carne asada con su piel. Esta carne es así superior a la de toro ordinario, lo mismo que el cabrito es superior al carnero. Para prepararla se toma un gran trozo circular del lomo del animal y se asa sobre leña encendida, con la piel hacia abajo; esta piel viene a constituir como una salsera y así no se pierde ni una gota de jugo. Si un digno alderman⁽¹⁰⁰⁾ hubiera podido cenar con nosotros aquella noche, inútil es decir que la carne con cuero bien pronto hubiera sido celebrada en la ciudad de Londres.

13.- Caballos salvajes. Un zorro parecido al lobo. Hoguera hecha con huesos.

Llueve toda la noche y al siguiente día (17) hemos de sufrir una tempestad casi continua acompañada de granizo y de nieve. Atravesamos la isla para ganar la lengua de tierra que une Rincón del Toro (gran península del extremo sudoeste de la isla) con el resto de ésta. Se ha dado muerte a gran número de vacas, así es que los toros se hallan en exceso; esos toros van errantes, solos o en grupos de dos o tres, y son muy salvajes. Jamás he visto bestias más magníficas; su cabeza y su cuello, enormes, iguales a los que se ven en las esculturas griegas. El capitán Sulivan dice que la piel de un toro de mediano tamaño viene a pesar 47 libras, mientras que en Montevideo se considera que una piel de ese peso, menos seca, es muy pesada. Cuando alguien se acerca a ellos, los toros jóvenes se ponen a salvo huyendo a cierta distancia; pero los viejos no se mueven, y si lo hacen es para precipitarse contra el intruso; así dan muerte a un gran número de caballos. Durante nuestro viaje, un toro viejo atravesó un arroyo cenagoso y se detuvo al otro lado, precisamente frente a nosotros. Tratamos de desalojarle de donde estaba, pero nos fue imposible y nos vimos obligados a dar una gran vuelta para evitarle. Los gauchos, para vengarse, resolvieron castigarle de forma que quedara imposibilitado para todo combate en el porvenir, y fue un interesante espectáculo ver cómo la inteligencia venció en pocos minutos a la fuerza bruta. En el instante en que se precipitaba contra el caballo de uno de mis compañeros de camino, un lazo le rodeó los cuernos y otro las patas traseras; y en un momento, el monstruo yacía impotente en el suelo. Parece muy difícil, a menos de dar muerte al animal, desatar un lazo que está enrollado a los cuernos de una bestia furiosa, y esto sería cosa imposible para un hombre solo; pero si un segundo hombre lanza su lazo en forma que rodee las patas posteriores del animal, la operación resulta muy fácil. Éste, en efecto, continúa tendido y absolutamente inerte mientras se le sujeta con fuerza sus patas traseras; entonces el primero de los hombres puede avanzar y desprender su lazo con las manos, y luego montar tranquilamente a caballo; pero, así que el otro hombre afloja, por poco que sea, la tensión del lazo, éste se desliza por las patas del toro, que se levanta furioso y trata, aunque en vano, de precipitarse contra su adversario.

Durante todo nuestro viaje no encontramos más que un solo rebaño de caballos salvajes. Fueron los franceses quienes, en 1764, introdujeron esos animales en la isla, así como los vacunos; desde aquella época caballos y bovinos aumentaron considerablemente en número. Hecho curioso; los caballos jamás han abandonado la extremidad oriental de la isla, aunque ninguna barrera se opone a su paso y esa parte de la isla no sea para ellos más tentadora que las otras. Los gauchos a quienes he interrogado me han afirmado que ese era un hecho cierto, pero no han podido darme ninguna explicación; salvo, sin embargo, el gran apego que sienten los caballos por aquellos lugares que frecuentan de ordinario. Deseaba yo, en particular, saber qué causa había podido interrumpir su acrecentamiento, tan considerable al principio, interrupción tanto más notable cuanto que la isla no está habitada completamente por ellos y no se encuentra ninguna bestia feroz. Es sin duda inevitable que en una isla limitada en extensión, una causa cualquiera interrumpa tarde o temprano el desarrollo de un animal; pero, ¿por qué el de los caballos se ha detenido más pronto que el de los vacunos? El capitán Sulivan ha tratado de suministrarme algunos informes a tal respecto. Los gauchos que viven aquí atribuyen principalmente ese hecho a que los caballos padres cambian constantemente de lugares y obligan a las yeguas a acompañarles, estén o no los potrillos en estado de seguirles. Un gaucho ha referido al capitán Sulivan que él había estado observando a un caballo padre durante una hora entera; y ese caballo coceó y mordió furiosamente a una yegua hasta que al fin la obligó a abandonar a su potrillo. El capitán Sulivan me dice que ese hecho debe de ser cierto, porque él había encontrado muchos potros muertos por abandono, mientras que jamás había encontrado un ternero muerto. Además, se hallan con más frecuencia cadáveres de caballos que de cabezas de vacuno, lo que parece indicar que los primeros están más expuestos a las enfermedades y a los accidentes. La gran humedad del suelo causa a menudo un desarrollo extraordinario y muy irregular de los cascos de los caballos, y por eso hay entre ellos muchos cojos. Casi todos tienen el pelaje ruano o gris hierro. La totalidad de los caballos criados en la isla, domados o salvajes, tienen una talla muy pequeña, aunque están muy bien formados; pero son tan débiles que no pueden ser utilizados para cazar a lazo el ganado; por eso vienen obligados los ganaderos a importar a elevados precios caballos del Plata. Es probable que en un porvenir más o menos lejano el hemisferio meridional posea sus ponis de Falkland, como el hemisferio septentrional posee los de Shetland.

El ganado vacuno, en vez de haber degenerado como los caballos, parece haber crecido; es también más numeroso que éstos. El capitán Sulivan me dice que en esas razas se ven, en la forma general del cuerpo y en la de los cuernos, muchas menos variedades que en las razas inglesas. Su pelaje es muy variado y, hecho notable, diferentes colores parecen predominar en distintos lugares de esta pequeña isla. En los alrededores del monte Usborne, a una altitud de 1.000 a 1.500 pies sobre el nivel del mar, la mitad poco más o menos de los individuos que componen un rebaño de ganado vacuno tienen el pelaje de color de ratón o gris plomizo, color que está muy lejos de ser común en las otras partes de la isla. Cerca de Port-Pleasant predomina el pardo oscuro, en tanto que al sur del estrecho de Choiseul, que divide casi la isla en dos partes, casi todo el ganado tiene cabeza blanca y pies negros; en otros lugares de la isla, además, se encuentran animales negros o moteados. El capitán Sulivan me ha llamado la atención acerca de la diferencia de color, tan evidente, que si se observan desde gran distancia los rebaños que frecuentan los alrededores de Port-Pleasant, se les creería una multitud de puntos negros, en tanto que cree verse un gran número de puntos blancos al sur del estrecho de Choiseul. El capitán Sulivan cree que los rebaños no se mezclan; opina también que los ganados de color gris plomizo, aunque vivan en las tierras altas, paren un mes más pronto que los de otro color que viven en las tierras bajas. Es muy interesante ver que unos animales en otro tiempo domésticos, en la selva se revistan de tres colores distintos, uno de las cuales acabará por predominar probablemente sobre los otros, si se deja tranquilos a esos rebaños durante algunos siglos más.

También el conejo ha sido introducido y ha arraigado tan perfectamente que abunda en grandes extensiones de la isla. Sin embargo, así como a los caballos, no se le encuentra sino en ciertas regiones, porque no han atravesado la gran cadena de colinas que corta en dos la isla; ni siquiera se hubiera extendido hasta el pie de esas colinas, si, como me han dicho los gauchos, no se hubiesen importado algunas parejas de tales animales en esas comarcas. Nunca hubiera supuesto yo que esos animales, indígenas de África septentrional, hayan podido vivir en un clima tan húmedo como el de esas islas donde el Sol brilla tan poco que es raro que madure el trigo. Se asegura que en Suecia, país que hubiera podido ser considerado como más favorable al conejo, no puede vivir al aire libre. Además, las pocas parejas de conejos importadas han tenido que luchar contra enemigos preexistentes, el zorro y algunas especies de halcones, por ejemplo. Los naturalistas franceses han considerado la variedad negra del conejo como una especie distinta y le han denominado Lepus magellanicus⁽¹⁰¹⁾. Se cree que Magallanes hablaba de esa especie cuando trataba de cierto animal bajo el nombre de conejo; pero entonces hacia alusión a un pequeño lepórido que los españoles designan con ese nombre. Los gauchos se burlan de quien les dice que la especie negra difiere de la especie gris y añaden que, en todo caso, la primera no ha extendido su zona de residencia más lejos que la otra; sostienen también que jamás se encuentra aislada una de las dos especies, que se aparejan juntas y en este caso las crías son de colores abigarrados. Poseo actualmente un ejemplar de esas crías y ostenta en la cabeza marcas que le hacen diferir de la descripción dada por los sabios franceses. Esta circunstancia prueba cuánta prudencia deberían poner los naturalistas en la creación de nuevas especies; porque el mismo Cuvier, al examinar el cráneo de esos conejos, ha creído que probablemente constituían dos especies diferentes.

El único cuadrúpedo indígena de la isla⁽¹⁰²⁾ es un zorro grande que se parece al lobo (Canis antarcticus); es común tanto en la parte oriental como en la occidental de las islas Falkland. Creo que no hay motivo para dudar que sea esta una especie particular, limitada a ese archipiélago, aun cuando muchos pescadores de focas, gauchos e indios que han visitado esas islas me han afirmado que no se encuentra ningún animal parecido en parte alguna de América meridional. Molina, basándose en una semejanza de costumbres, ha creído que ese animal era análogo a su Culpeu⁽¹⁰³⁾; pero he visto a los dos animales y son por completo diferentes. Los relatos que hace Byron de la timidez y de la curiosidad de esos lobos, que los marineros tomaban por ferocidad y les hacia echarse al agua para evitarlos, los han hecho conocer bien. Sus costumbres son aún las mismas. Se les ha visto entrar en una tienda y quitar de ella la carne que guardaba debajo de la cabeza un marinero dormido. Los gauchos les dan muerte con frecuencia de noche, y para lograrlo, les ofrecen un trozo de carne con una mano mientras que en la otra tienen un cuchillo para herirles con él cuando se acerquen. No sé de otra tierra en el mundo, tan exigua y tan alejada de un continente, que posea un cuadrúpedo aborigen tan grande y que le sea particular. Pero el número de esos lobos disminuye con rapidez; han desaparecido ya de la mitad de la isla que se encuentra al oriente de la lengua de tierra que se extiende entre la bahía de San Salvador y el estrecho de Berkeley. Dentro de algunos años, cuando estas islas estén habitadas, sin duda a ese zorro se le podría clasificar, como al dodo, entre los animales desaparecidos de la superficie de la Tierra.

Pasamos la noche del 17 en la lengua de tierra que forma la punta del estrecho de Choiseul o península del sudoeste. Nos encontrábamos en un valle bastante bien defendido contra los vientos fríos, pero no pudimos encontrar leña para encender fuego. Los gauchos, con gran sorpresa por mi parte, se procuraron sin embargo muy pronto con qué encender un fuego tan ardiente como un brasero de carbón de piedra; el esqueleto de un toro recién muerto y del que los buitres hablan dejado limpios los huesos. Esos hombres me dijeron que en invierno, a menudo, mataban un animal, raspaban los huesos con sus cuchillos y se servían del esqueleto para preparar su cena.

14.- Ausencia de árboles en las islas Falkland.

(18 de mayo)

Llueve durante casi toda la jornada. Sin embargo, logramos pasar la noche bien abrigados y sin mojarnos demasiado envolviéndonos en las mantas de los caballos; esto nos encanta, tanto más cuanto que, hasta entonces, después de nuestras fatigosas jornadas de viaje, hubimos de acostamos siempre sobre terrenos turbosos, en la imposibilidad de encontrar un lugar algo seco siquiera. Ya he tenido ocasión de llamar la atención acerca del hecho extraño de que no haya, en absoluto, árboles en estas islas, a pesar de que la cercana Tierra del Fuego no es más que un inmenso bosque. El arbusto mayor que se encuentra en la isla pertenece a la familia de las Compuestas, y apenas si es tan grande como nuestro brezo. Una pequeña planta verde, que casi no alcanza la altura de los brezos que cubren nuestras landas, constituye el mejor combustible que puede uno procurarse aquí; esa planta tiene la propiedad de arder aunque esté por completo verde y recientemente arrancada. A menudo me he divertido viendo a los gauchos encender fuego con la ayuda de un eslabón y un poco de yesca, durante una copiosa lluvia y mientras todo a su alrededor estaba mojado. Para ello buscan debajo de las matas de hierba algunas ramitas tan secas como sea posible y las reducen a trozos del tamaño de un fósforo; después rodean esas fibras con trozos algo mayores y disponen el todo en forma de nido de pájaro, en medio del cual colocan el trozo de yesca encendido. Se expone entonces esta especie de nido al viento, el paquete empieza a echar humo, y después, al fin, surgen las llamitas. No creo que fuera posible encender fuego con materiales tan húmedos si se recurriera para ello a otro procedimiento.

15.- Manera de cazar el ganado salvaje. Lluvias e inundaciones.

(19 de mayo)

Hacía algún tiempo que yo no había montado a caballo; así es que me encontraba molido cada mañana. Sin embargo, quedé muy sorprendido al saber que a los gauchos, que desde su más tierna infancia pasan a caballo la vida, les ocurría lo mismo en circunstancias análogas. Santiago me refiere que, luego de una enfermedad de tres meses, había salido a cazar animales salvajes y que después de ello había quedado tan molido que se vio obligado a guardar cama durante dos días. Esto prueba que los gauchos deben ejercer realmente una violenta acción muscular aunque no lo parezca. Cazar animales salvajes en un país tan difícil de atravesar a causa de los numerosos marjales que lo entrecruzan, debe constituir un ejercicio muy fatigoso. Los gauchos me refieren que a menudo atraviesan al galope lugares por donde sería imposible pasar al paso; algo semejante ocurre cuando un hombre provisto de patines pasa por encima de una capa de hielo muy delgada. Los cazadores se esfuerzan en aproximarse lo más posible al rebaño sin ser vistos. Cada hombre va provisto de cuatro o cinco pares de boleadoras; arrojan unas después de otras a otros tantos animales, y una vez que los alcanzan, los dejan así para que el hambre y los esfuerzos que hacen para soltarse los debiliten. Entonces los ponen en libertad y se les empuja hacia un pequeño rebaño de animales domesticados que han sido conducidos con tal objeto junto a ellos. El tratamiento de que se les ha hecho victimas les inspira tal terror que no se atreven a separarse del rebaño y se les conduce fácilmente hasta la casa, suponiendo, sin embargo, que les queden fuerzas bastantes para recorrer el camino.

El mal tiempo continúa sin interrupción, por lo cual me decido a recorrer una larga etapa para llegar al buque, si fuera posible, durante la noche. Ha llovido tanto, que todo el país no es más que un pantano inmenso. Mi caballo cae por lo menos una docena de veces; en ocasiones, nuestros seis caballos se debaten en medio del barro que les llega hasta el pecho. El menor arroyuelo está bordeado de turberas, y cuando el caballo salta, al llegar al otro lado resbala y cae. Para colmo de desdichas, nos vemos obligados a atravesar la punta de un brazo de mar; sucedía esto en un momento de marea alta; el agua llegaba a la grupa de nuestros caballos, y la violencia del viento era tal que las olas venían a romperse en espuma sobre nosotros; estábamos empapados y temblábamos de frío. Los mismos gauchos, habituados a todas las intemperies durante las diferentes estaciones del año, experimentaron una viva satisfacción cuando llegamos por fin a las casas.

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Establecimiento de Puerto Louis. (Dibujos del natural por C. Martens del "Beagle").

16.- Geología de las Falkland. "Corrientes de piedras".

La estructura geológica de estas islas ofrece, en todos sus aspectos; la mayor sencillez. Las tierras bajas se componen de pizarra arcillosa y de arenisca que contienen fósiles muy parecidos a los que se encuentran eh las capas silúricas de Europa, aunque no sean idénticos. Las colinas están formadas de rocas de cuarzo blanco granular. Esas capas de cuarzo con frecuencia están arqueadas con la más perfecta simetría y el aspecto de algunas de ellas es muy extraño. Pernety⁽¹⁰⁴⁾ ha consagrado muchas páginas a la descripción de una "Colina en Ruinas", a los estratos superpuestos a los que ha comparado con las gradas de un anfiteatro. Las rocas cuarcíticas han debido alcanzar tales formas mientras estaban en estado pastoso, pues de otro modo se hubieran roto en pedazos. Como la arenisca se transforma insensiblemente en cuarzo, parece probable que debe su origen a que la arenisca ha sido sometida a una temperatura tan elevada que ha pasado al estado viscoso y al enfriarse se ha cristalizado. Ha debido atravesar, rompiéndolas, las capas superiores mientras estaba en estado líquido.

En muchos lugares de la isla, el fondo de los valles está recubierto del modo más extraordinario por miríadas de grandes fragmentos angulares de roca cuarzosa, formando verdaderas corrientes de piedras. Todos los viajeros, desde Pernety hasta nuestros días, hablan de esos depósitos de piedras con la mayor sorpresa. Ésos bloques no han sido arrastrados por las aguas, porque sus ángulos están muy poco redondeados; su tamaño varia de 1 a 2 pies de diámetro y hasta un máximo de 10 a 20 veces más.

No se encuentran en masas irregulares, sino que están extendidos en grandes capas niveladas y forman en suma verdaderos ríos. Es imposible saber cuál es el espesor de esas capas, pero puede oírse el ruido del agua de pequeños arroyuelos que corren de piedra en piedra a muchos pies por debajo de la superficie. La profundidad total de esas capas debe de ser probablemente muy considerable, porque la arena ha debido de llenar desde hace mucho tiempo los intersticios. La anchura de esas capas de piedra varía de algunos centenares de pies a una milla (1.600 metros), pero los depósitos de turba se acumulan cada día en los bordes y forman incluso islas en cualquier lugar donde algunos fragmentos se hallan lo bastante próximos unos a otros para ofrecer un punto de resistencia. En un valle al sur del estrecho de Berkeley, valle al que mis compañeros le dieron el nombre de gran valle de los fragmentos, nos fue preciso atravesar una capa de piedras que tenía una media milla de ancho, saltando de un bloque a otro. En ese lugar los fragmentos son tan grandes, que pude cobijarme debajo de uno de ellos durante una lluvia torrencial que empezó a caer de pronto.

Pero lo que constituye el hecho más notable respecto a esas corrientes de piedras es su pequeña inclinación. En la vertiente de las colinas las he visto formar un ángulo de 10 grados con el horizonte; pero en el fondo de valles anchos y llanos, apenas si puede percibirse su plano de inclinación. Es muy difícil de medir el ángulo que puede formar una superficie tan accidentada; pero, para dar una idea de lo que es la pendiente, puedo decir que no sería suficiente para disminuir la velocidad normal de una diligencia. En algunos lugares, esas capas de piedra siguen el lecho de un valle hasta la misma cumbre de la colina. En la cima de las montañas, masas inmensas, a menudo mayores que casitas, recurvadas como arcos, están apiladas unas sobre otras a la manera de las ruinas de una antigua catedral. Cuando se trata de describir esas escenas de violencia, verdaderamente se siente la tentación de pasar de una comparación a otra. Incluso se siente uno inclinado a creer que torrentes de lava blanca han discurrido desde muchos lugares de las montañas hasta las tierras bajas, luego que cualquier terrible convulsión ha roto, después de su solidificación, esos torrentes de lava en miríadas de fragmentos. La expresión corriente de piedras, que acude al principio a la imaginación a la vista de ese espectáculo, da absolutamente la misma idea. El contraste de las colinas vecinas, bajas y redondeadas, hace aún más chocante la escena.

En el pico más elevado de una cadena de colinas, a unos 700 pies sobre el nivel del mar, encontré lo que más me interesó; un inmenso fragmento en arco descansando sobre su lado convexo, esto es, invertido. ¿Habrá que creer que tal fragmento fue lanzado al aire y volvió a caer en tal posición? ¿o bien, lo que es más probable, que antiguamente existía, en la misma cadena de montañas, una parte más elevada que el punto sobre el que reposa actualmente ese monumento de una gran convulsión de la Naturaleza? Como los fragmentos que se encuentran en los valles no están redondeados y los intersticios no se hallan rellenos de arena, hay que deducir que el período de violencia tuvo lugar después que la tierra había emergido del mar. He podido observar una sección transversal de esos valles, lo cual me ha permitido convencerme de que el fondo es casi llano o que no se eleva de cada lado más que en pendiente muy suave. Así, los fragmentos parecen provenir de la parte más elevada del valle, pero lo probable es que provengan de laderas más cercanas y que, después, un movimiento vibratorio de colosal energía los ha extendido en una capa que tiene en todas partes el mismo nivel⁽¹⁰⁵⁾. Si durante el temblor de tierra⁽¹⁰⁶⁾ que, en 1835, redujo a escombros la ciudad de Concepción, en Chile, se experimentó asombro al ver que algunos pequeños cuerpos fueran elevados algunas pulgadas por encima del suelo, ¿qué decir de un movimiento que ha levantado fragmentos de muchas toneladas de peso y que los ha colocado aquí y allá, como arena, en una masa armónica, a fin de volver a encontrar su nivel? He visto en la Cordillera de los Andes las pruebas evidentes de que enormes montañas han sido rotas en mil pedazos, como puede romperse una corteza de pan, y que las diferentes capas que la componían, de horizontales que eran, se han puesto verticales; pero jamás nada como esas corrientes de piedras ha hecho acudir a mi imaginación la idea de una convulsión tal que en vano buscaríamos sus huellas en los anales históricos. Sea como fuere, el progreso de la ciencia permitirá sin duda dar a tales fenómenos una explicación tan simple como la que ha podido darse del transporte, que durante tan largo tiempo ha parecido inexplicable, de los bloques diseminados por las llanuras de Europa.

17.- Zoología de las Falkland. Escenas de violencia. Pingüinos, ocas.

Hay pocas observaciones que hacer acerca de la zoología de estas islas. Ya he descrito el buitre o Polyborus. Además, se encuentran halcones, búhos y algunos pequeños pájaros terrestres. Hay un gran número de aves acuáticas, y antiguamente, a creer por los relatos de los navegantes de tiempos pasados, debían de ser más numerosas aún. Un día observaba yo un cuervo marino que jugaba con un pez que había apresado. Ocho veces consecutivas dejó el ave su presa, y después se lanzó tras del desgraciado pez y, aun cuando el agua era muy profunda, siempre lo volvió a sacar a la superficie. En los parques zoológicos he visto a una nutria tratar a un pez de la misma manera, absolutamente como juega un gato con un ratón. No conozco otro caso en que la madre Naturaleza se muestre tan malignamente cruel. Otro día me situé entre un pingüino (Aptenodytes demersa) y el agua, y me divertí mucho observando sus costumbres. Era un ave muy valiente y se batió conmigo para rechazarme hasta que pudo llegar al mar. Me fue preciso darle violentos golpes para que se detuviera; pero así que había logrado dar un paso adelante era imposible hacerla retroceder y tenía un aire decidido digno de verse; movía la cabeza de derecha a izquierda de la manera más extraña, como si sólo pudiera ver por la base y por la parte anterior de los ojos. A esa ave se la denomina ordinariamente pingüino-jumento, porque tiene la costumbre, cuando está a orillas del mar, de echar la cabeza hacia atrás y lanzar gritos que semejan, hasta causar asombro, al rebuzno de un asno; cuando, al contrario, está en el mar y no se le molesta, lanza una nota profunda, solemne, que a menudo se oye durante la noche. Cuando bucea, se sirve de sus cortas alas a guisa de aletas natatorias, pero en tierra las utiliza como patas delanteras. Cuando se arrastra, pudiera decirse a cuatro patas, a través de los matorrales o sobre la cima de un acantilado cubierto de césped, se mueve tan de prisa que se le pudiera tomar por un cuadrúpedo. En el mar, cuando pesca, sube a la superficie para respirar y se sumerge de nuevo con tal rapidez que desafío a quienquiera que sea a que lo toma a primera vista por un pez que salta fuera del agua para su recreo.

Dos especies de gansos frecuentan las islas Falkland. Una de ellas (Anas magellanica), se encuentra por lo común en toda la isla; esas aves van por parejas o en pequeñas bandadas. No emigran, pero construyen sus nidos sobre islotes pequeños que rodean la isla principal. Se supone que es por temor a los zorros; y quizá por la misma causa esas aves, casi domésticas durante el día, se tornan tímidas y muy salvajes así que se hace de noche. Se alimentan por completo de materias vegetales. El ganso de las rocas (Anas antarctica), así llamado porque vive exclusivamente a orillas del mar, es común en estas islas, así como en la costa occidental de América, hasta Chile. En los profundos y solitarios canales de Tierra del Fuego se ven constantemente parejas de estos gansos posadas sobre cualquier punta de roca. El macho, blanco como la nieve, va acompañado de su hembra, un poco más oscura que él.

En estas islas se encuentra en gran abundancia un ánade grande y torpe (Anas brachyptera) que pesa, algunas veces, 22 libras. En tiempos pasados se les había dado a estas aves, a causa de la forma extraordinaria en como utilizan sus alas para remar en el agua, el nombre de caballos de carrera; hoy, con más justo título, se las denomina barcos de vapor. Sus alas son demasiado pequeñas y demasiado débiles para permitirles volar, pero de ellas se sirven en parte para nadar y en parte para golpear el agua, logrando así moverse rápidamente. Pueden ser comparados entonces a un ánade doméstico perseguido por un perro; pero estoy seguro de que esta ave agita sus alas una después de otra, en vez de agitarlas las dos a la vez, como lo hacen las demás aves. Estos ánades tan pesados hacen tal ruido y chapotean de tal forma que es muy curioso observarlos.

Según eso, se encuentran en América meridional tres aves que se sirven de sus alas para otros usos que el vuelo; el pingüino, que las utiliza a guisa de aletas natatorias; el ánade de que acabo de hablar, que las usa como remos, y el avestruz, que se sirve de ellas a modo de velas. El Apteryx, de Nueva Zelanda, así como su gigantesco prototipo extinguido, el Deinomis, no poseen sino alas rudimentarias. El barco de vapor no puede bucear sino muy poco tiempo. Se alimenta exclusivamente de moluscos que encuentra en las rocas alternativamente cubiertas y descubiertas por la marea; por eso su cabeza y su pico son en extremo pesados y fuertes, a fin de poder romper esos moluscos. La cabeza es tan resistente, que sólo con grandes trabajos logré fracturar uno de sus huesos con mi martillo de geólogo, y todos nuestros cazadores supieron pronto cuán tenaces son estas aves. Al atardecer, cuando reunidas en bandadas limpian sus plumas, dejan oír el mismo concierto de gritos que las ranas en los trópicos.

18.- Huevos de Doris. Animales compuestos.

En Tierra del Fuego, lo mismo que en las islas Falkland, he podido efectuar numerosas observaciones acerca de los animales marinos inferiores; pero ofrecen en suma muy poco interés en general⁽¹⁰⁷⁾. No reseñaré aquí más que una clase de hechos relativos a ciertos zoófitos situados en la división de los briozoarios, la mejor organizada de esta clase. Muchos géneros, Flustra, Eschara, Cellaria, Crista y otros más, se parecen porque poseen, adheridos a sus células, unos extraños órganos móviles, semejantes a los de la Flustra avicularia que se encuentra en los mares europeos. Este órgano, en la mayor parte de los casos, se parece mucho a la cabeza de un buitre, pero la mandíbula inferior puede abrirse más que el pico de un ave. La misma cabeza, situada al extremo de un cuello bastante corto, puede moverse en varias direcciones. En uno de esos zoófitos, la cabeza está fija, pero la mandíbula inferior tiene libertad de movimientos; en otro, esta mandíbula inferior está reemplazada por un capuchón triangular, con una trampilla o tapa admirablemente adaptada. En la mayoría de estas especies, cada célula está provista de una cabeza; algunas otras poseen dos por célula.

Las dos células del extremo de las branquias de esos briozoarios contienen pólipos que están lejos de haber alcanzado su madurez; sin embargo, las Avicularia tienen cabezas de buitre pegadas a ellas, y aunque pequeñas, son perfectas bajo todos los aspectos. Cuando se levanta con una aguja el pólipo de una de esas células, esos órganos no parecen estar afectados. Si se corta la cabeza de buitre, la mandíbula superior conserva la facultad de abrirse y cerrarse. La más extraña particularidad de su estructura es, quizá, que cuando tiene más de dos filas de células en una rama, los apéndices de las células centrales no tienen sino la cuarta parte del grueso de las de las células exteriores. Los movimientos de esos apéndices varían según las especies; en algunas de éstas no he notado el menor movimiento, en tanto que en otras la cabeza oscila de delante atrás, durando cada oscilación cinco segundos y permaneciendo de ordinario la mandíbula inferior abierta por completo; otras se mueven rápidamente y por sacudidas. Cuando se toca el pico con una aguja, coge la punta de ésta con tal fuerza que puede quebrantar toda la rama.

Estos cuerpos no desempeñan ningún papel en la producción de los huevos o de las gémulas, porque se forman antes de que los pólipos tiernos aparezcan en las células, al extremo de las ramas que se cruzan. Además, como se mueven independientemente de los pólipos y no parecen estar ligados en forma alguna, como difieren en tamaño en las lineas interior y exterior de las células, no me cabe la menor duda de que en sus funciones no estén más bien unidos al conjunto de las ramas, que a los pólipos que ocupan las celdas. Los apéndices carnosos de la extremidad inferior de la pluma de mar, descrita en Bahía Blanca, forman parte de la colonia de los zoófitos de igual modo que las raíces de un árbol forman parte del conjunto de éste y no de la hoja o de la yema individualmente.

En otro pequeño briozoario muy elegante (Crisia?) cada célula tiene una especie de cepillo de largas cerdas que posee la facultad de moverse rápidamente. Cada uno de esos cepillos y cada una de las cabezas de buitre se mueven de ordinario con independencia de las otras; pero, algunas veces, todas las situadas en los dos lados de una rama, en ocasiones las de un lado solamente, se mueven al mismo tiempo; otras veces cada una de ellas se pone en movimiento a continuación de hacerlo su vecina. Esos actos nos dan pruebas evidentes de una transmisión tan perfecta de la voluntad en el zoófito, aun cuando esté compuesto de millares de pólipos distintos, como la que podemos observar en un animal cualquiera. Por otra parte, ya hemos visto que la pluma de mar se enterraba por completo en la arena, en las costas de Bahía Blanca, así que se tocaba una cualquiera de sus partes. Pude comprobar también otro ejemplo de acción uniforme, aunque de naturaleza por completo diferente, en un zoófito muy próximo pariente de los Clytia y por consiguiente de sencilla organización. Yo conservaba en mi casa una gran madeja de esa especie, en un depósito lleno de agua salada; por la noche, así que yo tocaba una parte cualquiera de sus ramas, la masa entera se ponía admirablemente fosforescente, emitiendo una luz verde; no creo, por otra parte, haber visto jamás cuerpo que tuviera tan magnífica fosforescencia. Pero lo más notable en ello eran los resplandores luminosos, que partían de la base hasta llegar al extremo de todas las ramas.

Siempre me ha interesado vivamente el estudio de esos ejemplares compuestos. ¿Puede haber algo más notable que ver que un cuerpo que semeja una planta produce un huevo dotado de la facultad de nadar y de elegir un lugar conveniente para fijarse? Después ese huevo se desarrolla en forma de ramitas, cada una de las cuales lleva distintos animales, que a menudo tienen organismos muy complicados. Esas ramitas, además, poseen algunas veces, como acabamos de verlo, órganos que tienen la facultad de moverse y que son independientes de los pólipos. Por sorprendente que deba parecer siempre esa reunión de individuos distintos en un tallo común, cada árbol nos presenta el mismo fenómeno, porque deben ser considerados esos brotes como otras tantas plantas individuales. Sin embargo, parece cosa natural considerar a un pólipo que posee boca, intestinos y otros órganos, como un individuo distinto, mientras que la individualidad de una yema no se concibe tan fácilmente. También es más chocante en una colonia de zoófitos que en un árbol, la reunión de individuos distintos en un cuerpo común. Se concibe más fácilmente lo que puede ser un animal compuesto en el que, bajo algunos aspectos, la individualidad de cada una de las partes no es completa, si se recuerda que pueden producirse dos seres distintos cortando uno solo con un cuchillo, y que a veces, la misma Naturaleza se encarga de la bisección. Podemos considerar los pólipos de un zoófito o las yemas de un árbol como casos en que la división de un individuo no ha sido efectuada por completo. Es cierto que, en el caso de los árboles y, a juzgar por analogía, en los casos de los zoófitos, los individuos propagados por medio de yemas parecen tener entre ellos un parentesco más íntimo que el que existe entre los huevos o semillas y sus progenitores. Parece estar ya establecido que las plantas propagadas por medio de yemas tienen todas una vida igual en duración; y cada cual sabe qué extraños y numerosos caracteres se transmiten seguramente por medio de yemas, de estacas y de injertos, caracteres que no se transmiten jamás o que se transmiten raramente por medio de la propagación con semillas.