VII

De Buenos Aires a Santa Fe

1.- Excursión a Santa Fe.

E l 27 de septiembre de 1833, al atardecer, salgo de Buenos Aires para dirigirme a Santa Fe, situada a unas 30 millas (480 kilómetros) a orillas del Paraná. Los caminos en los alrededores de la ciudad son tan malos después de la estación de las lluvias, que jamás hubiera podido creer que una carreta tirada por bueyes pudiese recorrerlos. Verdad es, sin embargo, que si bien logramos pasar, no pudimos avanzar más que cosa de una milla por hora, y aun así hacía falta que un hombre fuera delante de los bueyes para elegir los lugares menos malos. Nuestros bueyes están terriblemente cansados; es un gran error creer que con mejores caminos y viajando más rápidamente no se aliviarán los sufrimientos de los animales. Nos adelantamos a un tren de carretas y un rebaño de ganado vacuno que se dirigen a Mendoza. La distancia es de unas 580 millas; el viaje se efectúa por lo regular en cincuenta días. Esas carretas estrechas y muy largas van recubiertas con un toldo de cañas; no tienen más que dos ruedas, cuyo diámetro llega a veces a los diez pies. Cada carreta va arrastrada por seis bueyes que son guiados por medio de una aguijada que tiene por lo menos 20 pies de largo; cuando no se utiliza se cuelga bajo el techo de la carreta; se tiene a mano además otra aguijada más corta que sirve para los bueyes uncidos entre los varales, y para la pareja de bueyes intermedia se utiliza un pincho clavado en ángulo recto en la aguijada más larga, que parece una verdadera arma de guerra.

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Una caravana en las Pampas. (Dibujo de J. Duveau, según original de P. Schmidtmeyer, en Le Tour du Monde).

2.- Cardos gigantescos. Costumbres de la vizcacha.

(28 de septiembre)

Atravesamos la pequeña ciudad de Luján, en donde se pasa el río por un puente de madera, lujo inusitado en este país. Atravesamos asimismo Areco. Las llanuras parecen estar absolutamente horizontales; pero no es así, porque en ciertos lugares el horizonte está más alejado. Las estancias se hallan muy distantes unas de otras; en efecto, existen escasos pastos buenos, estando cubierto el suelo casi por todas partes por una especie de trébol acre o por cardos gigantes. Esta última planta, tan bien conocida después de la admirable descripción que de ella hizo Sir F. Head, en aquella estación del año no había alcanzado aún más que las dos terceras partes de su altura; en algunos sitios los cardos llegan a la grupa de mi caballo; en otros aun no han salido a la superficie, y en este caso está el suelo tan desnudo y polvoriento como puede estarlo en nuestras carreteras. Los tallos, de color verde brillante, dan al paisaje el aspecto de un bosque en miniatura. Así que los cardos han alcanzado todo su desarrollo, las llanuras por ellos cubiertas se hacen impenetrables, salvo por algunos senderos, verdadero laberinto, sólo conocido por los bandoleros, que viven en ellas en esa época del año y que desde allí salen para asaltar y asesinar a los viajeros. Un día pregunté en una casa: "¿Hay muchos ladrones?", y se me contestó, sin que yo comprendiera de momento el alcance de la respuesta: "Aun no han crecido los cardos". Casi no hay nada interesante que observar en los parajes invadidos por los cardos, porque son pocos los mamíferos y aves que moran en ellos, salvo la vizcacha y un pequeño búho amigo de ella.

Sabido es que la vizcacha⁽⁷¹⁾ constituye uno de los rasgos característicos de la zoología de las Pampas. Al sur no se extiende sino hasta el río Negro, a los 41° de latitud sur, pero no más allá. No puede vivir como el agutí en las llanuras pedregosas y desiertas de la Patagonia; prefiere un suelo arcilloso o arenoso, que produce una vegetación diferente y más abundante. Cerca de Mendoza, al pie de la Cordillera, habita poco más o menos en las mismas regiones que una especie alpestre muy afín a ella. Circunstancia curiosa para la distribución geográfica de este animal: jamás ha sido visto, afortunadamente, por lo demás, para los habitantes de la Banda Oriental, al este del Uruguay; y sin embargo, en aquella provincia hay llanuras que parecen prestarse maravillosamente a sus costumbres. El Uruguay ha presentado un obstáculo invencible a su emigración, aun cuando haya podido atravesar la barrera, más ancha aun que aquél, formada por el Paraná y sea común en la provincia de Entre Ríos, situada entre esos dos grandes ríos. Ese animal abunda en los alrededores de Buenos Aires. Parece habitar de preferencia las zonas de la llanura que durante una parte del año están cubiertas de cardos gigantes con exclusión de toda otra planta. Los gauchos afirman que se alimenta de raíces, lo cual parece probable, a juzgar por el poder de sus dientes y por los lugares que de ordinario frecuenta. Al atardecer, las vizcachas salen en gran número de sus madrigueras y se sientan tranquilamente a la entrada de ellas. Entonces parecen casi animales domésticos, y un hombre a caballo que pase por delante de ellas, no sólo no las asusta, sino que parece darles pábulo para sus graves meditaciones. La vizcacha marcha con desgarbo, y cuando se la ve por detrás, en el instante de penetrar en su madriguera, su cola levantada y sus patas muy cortas la hacen parecerse mucho a una enorme rata. La carne de este animal es muy blanca y tiene excelente sabor; sin embargo, se come poco.

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Vizcachas y búhos

La vizcacha tiene una costumbre muy extraña: lleva a la entrada de su madriguera cuantos objetos duros puede encontrar. Alrededor de cada grupo de agujeros se ven reunidos formando un montón irregular, casi tan considerable como el contenido de una carretilla, huesos, piedras, tallos de cardos, terrones de tierra endurecida, barro seco, etc. Me han dicho, y la persona que me ha dado la noticia es digna de crédito, que si un jinete pierde su reloj durante la noche, está casi seguro de encontrarlo a la mañana siguiente yendo a examinar la entrada de las madrigueras de las vizcachas en el camino recorrido por él la víspera. Esta costumbre de recoger cuantas substancias duras puedan encontrarse en el suelo en los alrededores de su cobijo debe originar mucho trabajo a ese animal. ¿Con qué fin procede así? Me es imposible decirlo, ni siquiera puedo formarme conjetura alguna. No puede ser con un fin defensivo, porque el montón de residuos se encuentra en la mayoría de los casos por encima de la boca de la madriguera, que penetra en la tierra inclinándose algo. Sin embargo, debe de existir alguna razón aceptable, aunque los habitantes del país no saben más que yo a tal respecto. No conozco más que un hecho análogo, la costumbre que tiene ese pájaro extraordinario de Australia, el Calodera maculala, de construir con ramitas una elegante casita abovedada, adonde va a divertirse con mil juegos y junto a la cual va reuniendo conchas, huesos y plumas de aves, sobre todo plumas brillantes. Mr. Gould, que ha descrito tales hechos, me dice que los naturales del país van a visitar esas galerías cuando han perdido alguna cosa dura, y él mismo pudo recuperar una pipa de ese modo.

El pequeño búho (Athene cunicularia), del que tan a menudo he hablado, vive exclusivamente en las llanuras de Buenos Aires ocupando las madrigueras de las vizcachas; en la Banda Oriental, al contrario, esa ave abre su propio nido. Durante el día, y más particularmente al atardecer, puede verse en todas direcciones a esas aves, posadas la mayoría de las veces por parejas, sobre el pequeño montículo de arena que forma parte también de su madriguera. Si se le molesta, se meten en su agujero o se alejan volando a alguna distancia, lanzando un agudo grito; después se vuelven y se quedan mirando atentamente a cualquiera que las persiga. Algunas veces, por la noche, se las oye lanzar el grito particular de su especie. He encontrado en el estómago de dos de esas aves restos de un ratón, y cierto día vi cómo una de ellas llevaba en su pico una serpiente que acababa de matar; por otra parte, esto es lo que durante el día constituye su principal alimento. Quizá sea conveniente añadir, para probar que pueden nutrirse con toda clase de alimentos, que el estómago de algunos búhos muertos en los islotes del archipiélago de Chonos se hallaba lleno de cangrejos bastante grandes. En la India⁽⁷²⁾, hay un género de búhos pescadores que también se apoderan de los cangrejos.

Al atardecer cruzamos el río Arrecifes en una sencilla almadía construida con barriles amarrados unos a otros, y pasamos la noche en la casa de postas situada al otro lado del río. Pago el alquiler del caballo que he montado, calculado según las 31 leguas recorridas, y aun cuando hace mucho calor, no me siento muy fatigado. Cuando el capitán Head habla de 50 leguas recorridas en un día, no creo que se refiera a una distancia equivalente a 150 millas inglesas: en todo caso, las 31 leguas que he recorrido no equivalen más que a 76 millas inglesas (122 kilómetros) aproximadamente, y opino que en un país tan despejado como éste, si se le añade a esa cantidad otras 4 millas por los rodeos, se está muy cerca de la verdad.

3.- El majestuoso y magnifico río Paraná.

(29 y 30 de septiembre)

Continuamos nuestro viaje a través de las llanuras, todas ellas de igual carácter. En San Nicolás veo por vez primera ese magnífico río que se llama Paraná. Al pie del acantilado en que se alza la ciudad, hay anclados muchos y grandes navíos. Antes de llegar a Rosario atravesamos el Saladillo, río de agua pura y transparente pero en exceso salada para que pueda ser bebida. Rosario es una gran ciudad levantada en una llanura perfectamente plana, que termina en un acantilado que domina el Paraná, unos 60 pies. En tal lugar el río es muy ancho y está entrecortado por islas bajas y boscosas, al igual que la orilla opuesta.

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El río semejaría un gran lago si no fuese por la forma de las islas, que por sí sola basta para dar idea de agua corriente. Los acantilados forman la parte más pintoresca del paisaje; algunas veces son absolutamente perpendiculares y de color rojo vivo; otras veces se presentan en forma de inmensas masas agrietadas cubiertas de cactos y de mimosas. Pero la verdadera grandeza de un río inmenso como éste proviene del rendimiento por su importancia desde el punto de vista de la facilidad que procura a las comunicaciones y al comercio entre diferentes naciones; y queda uno admirado al pensar desde qué enorme distancia proviene esa enorme cantidad de agua dulce que corre a los pies del espectador.

Durante muchas leguas al norte y al sur de San Nicolás y de Rosario, el país es verdaderamente llano. No puede tacharse de exageración nada de cuanto los viajeros han escrito acerca de ese perfecto nivel. Sin embargo, jamás he podido encontrar un solo lugar en que, girando lentamente, no haya distinguido objetos a una distancia más o menos grande; lo cual es prueba evidente de una desigualdad del suelo de la llanura. En alta mar, cuando los ojos están a 6 pies por encima de las olas, el horizonte se halla a 2 millas y 4/5 de distancia. De igual modo, cuanto más nivelada está la llanura, más cerca está el horizonte de esos estrechos límites; según esto, en mi opinión, eso es suficiente para destruir ese aspecto de grandeza que uno creería deber encontrar en una vasta llanura.

4.- Un mastodonte.

(19 de octubre)

A la luz de la Luna nos ponemos en camino y a la salida del Sol llegamos al río Tercero. También se denomina este río Saladillo, y en verdad que merece este nombre, porque sus aguas son salobres. Permanezco en tal lugar la mayor parte del día buscando osamentas fósiles. Además de un diente de Toxodon y de muchos huesos esparcidos, encuentro dos inmensos esqueletos que, situados uno cerca de otro, se destacan en relieve sobre el acantilado que bordea perpendicularmente el Paraná. Pero tales esqueletos se convierten en polvo así que los toco y no puedo llevarme conmigo más que pequeños fragmentos de uno de los molares; esto basta sin embargo para probar que tales restos pertenecían a un mastodonte, probablemente de la misma especie que la que debió de poblar en gran número la Cordillera en el alto Perú. Los hombres que conducen mi canoa me dicen que desde hace mucho tiempo conocían la existencia de tales esqueletos, incluso se habían preguntado a menudo cómo pudieron llegar hasta allí, y como para todo hace falta una teoría, llegaron a la conclusión de que el mastodonte, como la vizcacha, era, en los pasados tiempos ¡un animal minador! Por la noche llevamos a cabo otra etapa y atravesamos el Monje, otro río de agua salobre que contribuye al riego de las Pampas.

5.- Casas saqueadas por los indios.

(2 de octubre)

Atravesamos Coronda; los admirables huertos que la rodean hacen de ella una de las más lindas aldeas que he podido ver jamás. A partir de este punto y hasta Santa Fe el camino deja de ser seguro. La costa oriental del Paraná deja de estar habitada a medida que se avanza hacia el norte, y también los indios llevan a cabo por ella frecuentes incursiones, asesinando a todos los viajeros con quienes tropiezan. La naturaleza del país favorece singularmente, por otra parte, tales incursiones, porque allí acaba la llanura de césped y se encuentra una especie de selva de mimosas. Pasamos por delante de algunas casas que han sido saqueadas y que, después de tal saqueo, han quedado deshabitadas; contemplamos también un espectáculo que causa a mis guías la más viva satisfacción: el esqueleto de un indio suspendido de la rama de un árbol; trozos de piel seca penden aún de los huesos.

Llegamos a Santa Fe al amanecer y quedo asombrado viendo qué considerable cambio de clima ha producido una diferencia de solamente 3° de latitud entre esta población y Buenos Aires. Todo lo evidencia: la manera de vestir y la tez de los habitantes, el mayor tamaño de los árboles, la multitud de cactos y otras plantas nuevas, y principalmente el número de aves. En una hora he podido ver media docena de éstas que jamás había visto yo en Buenos Aires. Si se tiene en consideración que no hay fronteras naturales entre las dos ciudades y que el carácter del país es casi exactamente el mismo, la diferencia es muchísimo mayor de lo que pudiera creerse.

6.- Curiosos remedios para el dolor de cabeza.

(3 y 4 de octubre)

Un violento dolor de cabeza me obliga a guardar cama durante dos días. Una buena anciana que me cuida me apremia para que ensaye un gran número de extraños remedios. En la mayor parte de casos parecidos, se acostumbra aplicar a cada sien del enfermo una hoja de naranjo o un trozo de tafetán negro; es aún más usual cortar un haba en dos partes, humedecer éstas y aplicarlas asimismo a las sienes, donde se adhieren fácilmente. Pero no se crea que sea conveniente quitar esas medias habas o esos trozos de tafetán; hay que dejarlos donde están hasta que se desprendan por sí solos. Algunas veces, si se pregunta a un hombre que ostenta en la cabeza esos trozos de tafetán qué le ha ocurrido, contesta, por ejemplo: "Tuve jaqueca anteayer". Los habitantes de este país emplean remedios muy extraños, pero demasiado repulsivos para que de ellos pueda hablarse. Uno de los menos sucios consiste en dividir en dos unos perritos, para amarrar los trozos a uno y otro lado de un miembro fracturado. A tal fin es muy buscada aquí cierta raza de perros pequeños desprovistos de pelo.

7.- Santa Fe.

(5 de octubre)

Santa Fe es una pequeña ciudad tranquila, limpia, en la que reina el orden. El gobernador, López, simple soldado en tiempos de la Revolución, está desde hace diecisiete años en el poder. Esta estabilidad proviene de sus costumbres tiránicas, porque la tiranía parece adaptarse mejor, hasta ahora, a este país que el republicanismo. El gobernador López tiene una ocupación favorita: dar caza a los indios. Hace algún tiempo dio muerte a cuarenta y ocho y vendió a los hijos de éstos como esclavos a razón de veinte pesos por cabeza.

Cruzamos el Paraná para dirigirnos a Santa Fe Bajada, ciudad situada en la orilla opuesta. El paso del río nos ocupa algunas horas, porque éste está constituido aquí por un laberinto de pequeños brazos separados por islas bajas cubiertas de bosque. Llevaba conmigo una carta de recomendación para un anciano español, un catalán, que me recibe del modo más hospitalario. Bajada es la capital de Entre Ríos. En 1825 tenía la ciudad 6.000 habitantes y la provincia 30.000. No obstante, a pesar del pequeño número de sus habitantes, ninguna provincia ha sufrido revoluciones más sangrientas. Hay aquí diputados, ministros, un ejército permanente y gobernadores; nada tiene, pues, de asombroso que haya revoluciones. Esta provincia llegará a ser seguramente uno de los países más ricos del Plata. El suelo es fértil, y la forma casi insular de Entre Ríos le proporciona dos grandes líneas de comunicación: el Paraná y el Uruguay.

8.- Fósiles. Dientes de un caballo extinguido.

Me detengo en Bajada cinco días y estudio la en gran manera interesante geología de los alrededores. Aquí, al pie de los acantilados, se encuentran capas conteniendo dientes de tiburón y conchas marinas de especies ya extinguidas; después se pasa gradualmente a una marga dura y a la tierra roja y arcillosa de las Pampas con sus concreciones calcáreas conteniendo osamentas de cuadrúpedos terrestres. Esta sección vertical indica claramente una gran bahía de agua salada que se ha ido convirtiendo gradualmente en un estuario fangoso al que fueron arrastrados por los aguas los cadáveres de los animales ahogados. En Punta Gorda, en la Banda Oriental, he hallado que el depósito de las Pampas alternaba con calizas conteniendo algunas de las mismas conchas marinas extinguidas, lo cual prueba, o bien un cambio en las corrientes, o, lo que es más probable, una oscilación en el nivel del fondo del antiguo estuario. El profesor Ehrenberg ha tenido la bondad de examinar una muestra de la tierra roja que tomé de una de las partes inferiores del depósito, junto a los esqueletos de los mastodontes, y ha encontrado muchos infusorios pertenecientes en parte a especies de agua dulce y en parte a especies marinas; y como las primeras predominaban un poco, ha deducido que el agua en que tales depósitos se formaron debía de ser salobre. Por su parte, A. D'Orbigny ha encontrado a orillas del Paraná, a una altitud de 100 pies, grandes capas conteniendo conchas propias de los estuarios y que viven hoy a un centenar de millas más cerca del mar; yo he encontrado conchas semejantes a menor altitud, en las orillas del Uruguay; prueba de que inmediatamente antes de que las Pampas sufrieran el movimiento de elevación que las transformó en tierra seca, las aguas que las recubrían eran salobres. Por debajo de Buenos Aires hay capas conteniendo conchas marinas pertenecientes a especies que existen en la actualidad, lo que prueba también que hay que atribuir a un período reciente el alzamiento de las Pampas.

En el sedimento de las Pampas, cerca de Bajada, he hallado el caparazón óseo de un gigantesco animal parecido al armadillo; cuando ese caparazón fue desembarazado de la tierra que lo llenaba, se hubiera podido decir que era un gran caldero. También encontré en el mismo lugar dientes de Toxodon y de mastodonte y otro de caballo, los cuales habían tomado el color del depósito y se redujeron casi a polvo. Ese diente de caballo me interesó en gran manera⁽⁷³⁾ y tomé las más minuciosas precauciones para asegurarme de que había quedado soterrado en la misma época que los restantes fósiles; ignoraba entonces que un diente parecido se hallaba oculto en la ganga de los fósiles que había yo encontrado en Bahía Blanca; tampoco se sabía en aquel tiempo que los restos del caballo se encuentran por todas partes en América del Norte. Últimamente Mr. Lyell ha traído de los Estados Unidos un diente de caballo; sentado esto, es interesante hacer constar que el profesor Owen no ha podido encontrar en ninguna especie, fósil o reciente, una curva ligera pero muy singular que caracteriza a ese diente, hasta que se le ha ocurrido compararlo con el que poseo; el profesor ha dado a tal caballo americano el nombre de Equus curvidens. ¿No es un hecho maravilloso en la historia de los mamíferos que un caballo indígena haya vivido en América meridional, y que haya desaparecido después para ser reemplazado más tarde por las innumerables hordas actuales descendientes de algunos animales de esa especie introducidos por los colonos españoles?

9.- Relación entre los animales fósiles y los cuadrúpedos recientes de América septentrional y de la meridional.

La existencia en América meridional de un caballo fósil, del mastodonte y quizá de un elefante⁽⁷⁴⁾ y de un rumiante con los cuernos huecos, descubierto por los señores Lund y Clausen en las cavernas de Brasil, constituye un hecho muy interesante desde el punto de vista de la distribución geográfica de los animales. Si actualmente dividiéramos América, no por el istmo de Panamá, sino por la parte meridional de México⁽⁷⁵⁾, por debajo del grado 20 de latitud norte, donde la gran llanura presenta un obstáculo a la emigración de las especies, modificando el clima y formando, con excepción de algunos valles y de una zona de tierras bajas en la costa, una barrera casi infranqueable, tendríamos las dos regiones de América que tan vivamente contrastan una con otra. Tan sólo algunas especies han conseguido franquear la barrera y pueden ser consideradas como emigrantes del sur; tales como el puma, la zarigüeya, el coatí y el pecarí. La América meridional posee muchos roedores particulares, una especie de monos, la llama, el pecarí, el tapir, la zarigüeya y sobre todo muchos géneros de desdentados, orden que comprende el perezoso, los hormigueros y los armadillos. La América septentrional posee asimismo numerosos roedores particulares (dejando aparte, entiéndase bien, algunas especies errantes), cuatro géneros de rumiantes de cuernos huecos (el toro, el carnero, la cabra y el antílope), grupo del que en América meridional no existe una sola especie. Antaño, durante el período en que vivían ya la mayor parte de las conchas que existen actualmente, América septentrional poseía, además de los rumiantes de cuernos huecos, el elefante, el mastodonte, el caballo y tres géneros de desdentados, es decir, el megaterio, el megalonix y el milodonte. Durante el mismo período poco más o menos, como lo prueban las conchas de Bahía Blanca, América meridional poseía, como acabamos de ver, un mastodonte, el caballo, un rumiante de cuernos huecos y los tres citados géneros de desdentados, además de otros muchos. De esto se deduce que América septentrional y América meridional poseían en común esos géneros en una época geológica reciente, y que se parecían entonces más que hoy por el carácter de sus habitantes terrestres. Cuanto más reflexiono acerca de este hecho, más interesante me parece. No conozco otro caso en que podamos indicar, por decirlo así, la época y el modo de dividirse una gran región en dos provincias zoológicas bien caracterizadas. El geólogo, recordando las inmensas oscilaciones de nivel que han afectado a la corteza terrestre durante los últimos períodos, no temerá indicar el alzamiento reciente de la llanura mejicana, o más bien el hundimiento reciente de las tierras del Archipiélago de las Indias occidentales, como causa de la separación zoológica actual de las dos Américas. El carácter sudamericano de los mamíferos⁽⁷⁶⁾ de las Indias occidentales parece indicar que ese archipiélago formaba parte antiguamente del continente meridional y que ha llegado a ser posteriormente el centro de un sistema de hundimiento.

Cuando América, y sobre todo América septentrional, poseía sus elefantes, sus mastodontes, su caballo y sus rumiantes de cuernos huecos, se parecía más que hoy, desde el punto de vista zoológico, a las regiones templadas de Europa y de Asia. Como los restos de esos géneros se encuentran a ambos lados del estrecho de Bering⁽⁷⁷⁾ y en las llanuras de Siberia, nos vemos impelidos a considerar la costa noroeste de América del Norte como el antiguo lugar de comunicación entre el Viejo Mundo y lo que hoy se denomina Nuevo Mundo. Según eso, como tantas especies, vivientes y extintas, de esos mismos géneros han vivido y viven aún en el Viejo Mundo, parece muy probable que los elefantes, los mastodontes, el caballo y los rumiantes de cuernos huecos de América septentrional han penetrado en este país pasando por tierras hundidas después, cerca del estrecho de Bering; y desde allí, atravesando por otras tierras, también sumergidas después, en los alrededores de las Indias occidentales, esas especies penetraron en América del Sur, donde, después de haberse mezclado durante algún tiempo a las formas que caracterizan ese continente meridional, han acabado por extinguirse.

10.- Los efectos de una gran sequía.

Durante mi viaje, se me refirió en términos exagerados cuáles habían sido los efectos de la última gran sequía. Tales relatos pueden aportar alguna luz acerca de los casos en que un gran número de animales de todas clases han sido encontrados sepultados juntos. Se le da el nombre de gran seca o gran sequía al período comprendido entre los años 1827 y 1832. Durante ese tiempo llovió tan poco, que la vegetación desapareció y hasta los cardos no crecieron. Los arroyos no llevaban agua y el país entero tomó el aspecto de una polvorienta carretera. Esta sequía se dejó sentir sobre todo en la parte septentrional de la provincia de Buenos Aires y en la meridional de la de Santa Fe. Un gran número de aves, de mamíferos salvajes, de ganado vacuno y de caballos perecieron de hambre y sed. Un hombre me refirió que los ciervos⁽⁷⁸⁾ habían tomado la costumbre de acudir a beber en los pozos que él se había visto obligado a abrir en el patio de su casa para proporcionar agua a su familia, y las perdices apenas si tenían fuerza para levantar el vuelo cuando se las perseguía. Se calcula en un millón de cabezas de ganado, por lo menos, las pérdidas sufridas sólo por la provincia de Buenos Aires.

Antes de esa sequía, un propietario de San Pedro poseía veinte mil bueyes; después de ella no le quedaba ni uno solo. San Pedro está situado en el centro del país más rico y abunda actualmente en animales, y sin embargo, durante el último período de la gran sequía, fue preciso adquirir animales vivos para la alimentación de los habitantes. Los animales abandonaban las estancias y se dirigían hacia el sur, donde se reunieron en tan gran número que el Gobierno se vio obligado a enviar una comisión que tratara de apaciguar las querellas entre los propietarios. Sir Woodbine Parish me dio cuenta de otra causa de querellas muy frecuente entonces: el suelo había estado seco tanto tiempo, y había tan enorme cantidad de polvo que, en aquel país tan plano, todos los puntos de referencia habían desaparecido y la gente no podían hallar ya los límites de sus propiedades.

Un testigo ocular me refiere que los animales se precipitaban para ir a beber en el Paraná en rebaños de muchos millares de cabezas y después, agotados por la falta de alimento, les era imposible volver a subir por los resbaladizos bordes del río, y se ahogaban. El brazo del río que pasa por San Pedro estaba tan abarrotado de cadáveres en putrefacción, que el capitán de un navío me dijo que le había sido imposible pasar, tan abominable era el olor que despedían.

Sin duda alguna, centenares de miles de animales perecieron así en el río; se vio flotar en dirección al mar sus cadáveres en descomposición, y muy probablemente un gran número de ellos se depositaron en el estuario del Plata. El agua de todos los riachuelos se puso salobre y tal hecho ocasionó la muerte de muchos animales en ciertos sitios, porque cuando un animal bebe de esa agua muere infaliblemente. Azara⁽⁷⁹⁾ describe el furor de los caballos en parecidas ocasiones; todos se arrojan a los pantanos, y los que primero llegan son aplastados por la multitud de ellos que les sigue. Añade que él ha visto algunas veces los cadáveres de más de mil caballos salvajes que habían perecido así. He podido ver que en las Pampas el lecho de los riachuelos está recubierto de una verdadera capa de huesos; pero esa capa proviene probablemente de una acumulación gradual más que de una gran destrucción en un período cualquiera. Después de la gran sequía de 1827-1832 sobrevino una época de grandes lluvias que produjo vastas inundaciones. Es, pues, casi seguro que millares de esqueletos fueron sepultados por los sedimentos del mismo año que siguió a la sequía. ¿Qué diría un geólogo viendo una colección tan enorme de osamentas, pertenecientes a animales de todas las especies y de todas las edades, sepultadas por una espesa masa de tierra? ¿No se sentiría dispuesto a atribuirlo a un diluvio, más bien que al curso natural de las cosas?⁽⁸⁰⁾.

11.- El Paraná. Costumbres del jaguar.

(12 de octubre)

Tenía la intención de llevar más lejos mi excursión; pero, no encontrándome muy bien, me veo obligado a tomar pasaje a bordo de una balandra, o barco de un solo palo, de unas 100 toneladas, que parte para Buenos Aires. No siendo muy bueno el tiempo, pronto se decide anclar, amarrando el barco a una rama de árbol al borde de una isla. El Paraná está lleno de islas destruidas y renovadas constantemente. El capitán del barco recuerda haber visto desaparecer algunas, y de las mayores, y formarse otras que se cubrían de una rica vegetación. Esas islas se componen de arena fangosa, sin el más pequeño guijarro; en la época de mi viaje, su superficie se hallaba a unos 4 pies sobre el nivel del agua. Todas presentan el mismo carácter: están cubiertas por numerosos sauces y por algunos otros árboles unidos por una gran variedad de plantas trepadoras, lo cual forma una selva impenetrable. Esas selvas sirven de guarida a los capibaras y a los jaguares. El temor de encontrar a este último destruye todo el encanto que se experimentaría al pasearse por esos bosques. Aquel atardecer yo no había andado aún ni cien metros cuando ya noté signos indudables de la presencia del tigre; me vi, pues, obligado a retroceder sobre mis pasos. Huellas semejantes se encuentran en todas las islas; y así como en la excursión precedente "el rastro de los indios" había sido el tema de nuestra conversación, esta vez no se habló más que "del rastro del tigre".

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Jaguar pescando

Las orillas boscosas de los grandes ríos parecen ser el retiro favorito de los jaguares; sin embargo, me han dicho que al sur del Plata frecuentan los cañaverales que bordean los lagos; vayan a donde vayan, parecen tener necesidad de agua. Su presa es ordinariamente el capibara; por eso se dice por lo regular que allí donde éstos son numerosos nada hay que temer del jaguar. Falconer afirma que cerca de la desembocadura del Plata hay numerosos jaguares que se alimentan de peces, y testigos dignos de fe me han confirmado esa aserción. A orillas del Paraná, los jaguares dan muerte a no pocos leñadores, y hasta se acercan a rondar los navíos durante la noche. En Bajada hablé con un hombre que al subir a la cubierta de su barco durante la noche fue asido por uno de esos animales; pudo escapar a sus zarpazos, pero perdió un brazo. Cuando las inundaciones los echan de las islas se vuelven muy peligrosos. Me han referido que un enorme jaguar penetró hace algunos años en una iglesia de Santa Fe. Dio muerte uno tras otro a dos sacerdotes que entraron en el templo; un tercero no escapó de la muerte sin grandes dificultades; para acabar con ese animal, hubo necesidad de levantar parte del tejado de la iglesia, y matarlo a tiros de fusil. Durante las inundaciones los jaguares causan grandes estragos entre el ganado y los caballos. Se dice que dan muerte a su presa rompiéndole el cuello. Si se les aparta del cadáver del animal que acaban de matar, rara vez vuelven a acercarse a él. Los gauchos afirman que los zorros siguen al jaguar aullando cuando va errante durante la noche; esto coincide con el hecho de que los chacales acompañan de igual forma al tigre en India. El jaguar es un animal ruidoso; por la noche ruge continuamente, sobre todo al aproximarse mal tiempo.

Durante una cacería a orillas del Uruguay me mostraron ciertos árboles junto a los cuales esas fieras acuden siempre, con el fin, según me dijeron, de aguzar sus garras. Me hicieron fijar sobre todo en tres árboles; por delante, su corteza estaba pulida, como por el frotamiento continuo de un animal; a cada lado se veían tres descortezamientos, o más bien, tres surcos oblicuos y que tenían cerca de un metro de largo. Esos surcos eran evidentemente de épocas distintas. No hay más que examinar uno de esos árboles para saber si existe un jaguar en los alrededores. Esta costumbre del jaguar es exactamente análoga a la de nuestros gatos que, con las patas estiradas y las garras salidas, arañan los palos de una silla; por otra parte, no ignoro que, a menudo, los gatos echan a perder, arañándolos, los árboles frutales de Inglaterra. El puma debe de tener asimismo idéntica costumbre, porque he visto con frecuencia, en el suelo duro y desnudo de la Patagonia, entalladuras tan profundas que sólo ese animal pudo haberlas hecho. Esos animales, a mi juicio, adquieren esa costumbre para desprenderse de las puntas usadas de sus garras y no para aguzarlas, como creen los gauchos. Al jaguar se le da muerte sin grandes dificultades; perseguido por los perros, trepa a un árbol, de donde es fácil derribarlo a tiros de fusil.

El mal tiempo nos hace permanecer dos días en nuestro fondeadero; nuestra única distracción consiste en pescar para la comida; hay allí peces de especies diferentes y todas comestibles. Uno de ellos denominado armado (un Silurus) deja oír un ruido extraño, parecido a un rechinamiento, cuando se siente prendido en el anzuelo; y ese ruido puede oírse incluso cuando el pez se halla aún en el agua. Este mismo posee la facultad de asir con fuerza un objeto, cualquiera que sea, remo o sedal, con las fuertes espinas que tiene en sus aletas pectoral y dorsal. Durante la velada la temperatura es verdaderamente tropical, pues el termómetro marca 70°F. (26,1° C.). Estamos rodeados de luciérnagas y de mosquitos; estos últimos son en extremo desagradables. Expongo mi mano al aire durante cinco minutos, y pronto la tengo por completo cubierta de tales insectos; habla por lo menos cincuenta chupando todos a la vez.

12.- Punta Gorda. El "Pico-tijera". Martín pescador. Papagayo, y "Cola de tijera".

(15 de octubre)

Reanudamos nuestra navegación y pasamos por delante de Punta Gorda, en donde se encuentra una colonia de indios sumisos de la provincia de Misiones. La corriente nos arrastra con rapidez; pero antes de que se ponga el Sol, el ridículo temor al mal tiempo nos hace echar el ancla en un pequeño brazo del río. Tomo la lancha y me remonto algo por esa caleta. Es muy estrecha, muy profunda y sinuosa en gran manera; a cada lado, existe una verdadera muralla de 30 a 40 pies de alto, formada por árboles unidos unos a otros por plantas trepadoras, lo cual da al canal un aspecto singularmente sombrío y salvaje. Vi allí un ave muy extraordinaria llamada pico tijera (Rhynchops nigra). Esta ave tiene las piernas cortas, los pies palmeados, alas puntiagudas en extremo largas; pero más o menos es del tamaño de un estornino. El pico está aplanado lateralmente, pero en un plano a 90° del que forma el pico de un pato. Es tan plano y tan elástico como un cortapapeles de marfil, y la mandíbula inferior, contrariamente a lo que ocurre en las otras aves, es pulgada y media más larga que la mandíbula superior.

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Cerca de Maldonado, en un lago casi desecado y que, en consecuencia, rebullía de pececillos, vi muchas de esas aves, que se reúnen ordinariamente en pequeñas bandadas, volando con gran rapidez en todas direcciones muy cerca de la superficie del agua. Van entonces con el pico abierto por completo y trazan una estela en el agua con el extremo de su mandíbula inferior; el agua estaba en perfecta calma y era un espectáculo muy curioso ver cómo se reflejaba en aquel verdadero espejo toda aquella bandada de aves. Mientras vuelan, dan rápidas vueltas y arrojan fuera del agua, con gran habilidad, mediante su mandíbula inferior, pececillos que atrapan con la parte superior de su pico. A menudo les he visto apoderarse así de los peces, porque pasaban continuamente por delante de mí, como hacen las golondrinas. Cuando abandonan la superficie del agua, su vuelo se hace desordenado, irregular, rápido, y entonces lanzan gritos penetrantes. Viéndoles pescar, se comprende todas las ventajas que para ellos ofrecen las largas plumas primarias de sus alas. Así ocupadas, esas aves se asemejan por completo al símbolo que emplean muchos artistas para representar las aves marinas. La cola les sirve continuamente de timón.

Tales aves son comunes en el interior a lo largo del río Paraná; se dice que están allí durante todo el año, reproduciéndose en los naranjales que bordean el río. Durante el día, se posan en bandadas sobre el césped de las llanuras, a alguna distancia del agua. Anclado el buque, como ya he dicho, en una de las profundas caletas que separan las islas del Paraná, vi de pronto aparecer una de esas aves en el momento en que empezaba a ser grande la oscuridad. El agua estaba perfectamente tranquila y numerosos pececillos se dejaban ver junto a la superficie. El ave continuó volando rápidamente muy cerca de la superficie durante largo tiempo, rebuscando en todos los rincones del estrecho canal, donde las tinieblas eran completas, no sólo por ser ya de noche, sino a causa también de la cortina de árboles que lo oscurecían aún más. En Montevideo he visto bandadas considerables de Rhynchops permanecer inmóviles durante el día en los bancos de lodo que se encuentran a la entrada del puerto, tal como los había visto posarse sobre la hierba a orillas del Paraná, y cada noche, cuando llegaba la oscuridad, emprendían el vuelo en dirección al mar. Esos hechos me mueven a creer que los Rhynchops pescan ordinariamente de noche, cuando muchos pececillos se aproximan a la superficie del agua. Mr. Lesson afirma que ha visto a esas aves abrir las conchas de mactras hundidas en los bancos de arena de las costas de Chile; a juzgar por sus picos, tan débiles, cuya parte inferior se proyecta hacia adelante de tan considerable modo, por sus cortas patas y por sus largas alas, es poco probable que eso pueda ser una costumbre general en ellas.

Durante nuestro viaje por el Paraná no vi más que otras aves dignas de ser mencionadas. Una de ellas, un pequeño martín pescador (Ceryle americana), con la cola más larga que la especie europea y que no pesca con tanta destreza como ésta. Su vuelo, en vez de ser directo y rápido como el de una flecha, es perezoso y ondulante como el de los pájaros de pico blando.

Lanza un grito bastante débil que se parece al ruido que se produce golpeando dos guijarros uno contra otro. Un pequeño papagayo (Conurus murinus), verde y de pecho gris, parece preferir sobre todo para construir su nido los grandes árboles que se encuentran en las islas. Esos nidos están situados en tan gran número unos junto a otros, que no se ve más que una gran masa de palitroques. Tales papagayos viven siempre en bandadas y causan grandes estragos en los campos de trigo. Se me ha referido que cerca de Colonia se había dado muerte a dos mil quinientos en el transcurso de un año. Un ave con la cola ahorquillada y terminada por dos largas plumas (Tyranus savana), a la que los españoles denominan cola de tijera, es muy común cerca de Buenos Aires. Se posa de ordinario en una rama de ombú, cerca de una casa, y desde allí se lanza en persecución de los insectos, volviendo a posarse en el mismo lugar. Su manera de volar y su aspecto general le hacen parecerse en absoluto a la golondrina ordinaria; tiene la facultad de dar vueltas de corto radio en el aire, y al hacerlo, abre y cierra su cola algunas veces en un plano horizontal u oblicuo y otras en plano vertical, exactamente como se abre y se cierra un par de tijeras.

13.- El Paraná y el Uruguay.

(16 de octubre)

A algunas leguas más abajo de Rosario, empieza, en la orilla occidental del Paraná, una línea de acantilados perpendiculares que se extiende hasta más abajo de San Nicolás, y debido a eso más bien pudiera uno creerse en el mar que en un río. Las orillas del Paraná están formadas por tierras muy blandas, y, a causa de ello las aguas son fangosas, lo cual disminuye mucho la belleza de ese río. El Uruguay, al contrario, corre a través de un país granítico y sus aguas están por eso mucho más límpidas que en aquél. Cuando los dos se reúnen para formar el Plata, durante mucho tiempo pueden distinguirse las aguas de uno y otro río por su matiz negruzco y rojizo. Por la noche, el viento, es poco favorable; y nos detenemos inmediatamente, como de ordinario; al día siguiente sopla un viento muy fuerte, pero en buena dirección para nosotros, no obstante lo cual el patrón se muestra en exceso indolente para pensar en partir. Se me había dicho de él en Bajada que era un hombre que se emocionaba difícilmente, y no me engañaron, porque soporta todos los retrasos con una resignación admirable. Es un anciano español establecido desde hace mucho tiempo en el país.

Pretende ser gran amigo de los ingleses, pero sostiene que no obtuvieron la victoria de Trafalgar más que por haber comprado a los capitanes de los buques, y que el único acto de bravura llevado a cabo fue el del almirante español. ¿No es esto característico? ¡He ahí un hombre que prefiere creer en la traición de sus compatriotas que pensar en su falta de decisión o de aptitudes!

14.- El dictador Francia.

(18 y 19 de octubre)

Continuamos descendiendo lentamente por este magnífico río, pero la corriente nos ayuda poco. Encontramos escasos navíos. Realmente parece que se desdeña aquí uno de los más preciosos dones de la Naturaleza, esta magnífica vía de comunicación, un río por medio del cual los navíos podrían unir dos países; uno con un clima templado y en el que abundan ciertos productos, en tanto que otros faltan por completo; otro que posee un clima y un suelo que, (de creer al mejor de todos los jueces, Mr. Bonpland) no tiene quizá igual en el mundo por su fertilidad. Hasta la muerte de Francia, dictador del Paraguay, esos dos países deben continuar siendo tan indiferentes uno al otro como si estuvieran situados en las dos extremidades del globo. Pero violentas revoluciones, violentas proporcionalmente a la tranquilidad tan poco natural que reina hoy día, desgarrarán el Paraguay cuando el viejo y sanguinario tirano ya no exista. Este país habrá de aprender, como todos los Estados de América del Sur, que una República no puede subsistir en tanto que no se apoye en hombres que respeten los principios de la patria y del honor.

15.- Revolución en Buenos Aires.

(20 de octubre)

Llegado a la desembocadura del Paraná y teniendo mucha prisa por llegar a Buenos Aires, desembarco en Las Conchas, con intención de continuar mi viaje a caballo. Y desde que desembarco, me doy cuenta, con gran sorpresa por mi parte, que en cierta medida se me considera como prisionero. Una violenta revolución ha estallado y todos los puertos están como confiscados. Se me hace imposible volver al barco que acabo de abandonar, y en cuanto a dirigirme por tierra a la capital, no hay ni que pensar en ello. Después de una larga conversación con el comandante, obtengo permiso para dirigirme al general Rolor, que manda una división de rebeldes en aquel sector de la capital. A la mañana siguiente me dirijo a su campamento; general, oficiales y soldados me parecieron, y eran realmente, abominables picaros. El general, por ejemplo, la víspera misma del día en que abandonó Buenos Aires, fue voluntariamente a encontrar al gobernador y, con la mano puesta en el corazón, le juró que permanecería fiel hasta la muerte. El general me dijo que la capital estaba bloqueada herméticamente y que todo lo que podía hacer era darme un pasaporte para dirigirme junto al general en jefe de los rebeldes, acampados en Quilmes. Me fue preciso, pues, describir un circuito considerable en torno a Buenos Aires, y sólo con dificultades pude procurarme caballos.

En el campamento de los rebeldes se me recibió muy cortésmente, pero se me dijo que era imposible permitirme entrar en la ciudad. Pero esto era lo que yo deseaba por encima de todo, porque creía que el Beagle abandonaría el Plata mucho más pronto de lo que realmente partió. Sin embargo, referí las bondades que conmigo había tenido el general Rosas cuando me encontraba en el Colorado, y ese relato cambió las disposiciones respecto a mí como por arte de magia. Inmediatamente me dijeron que, aun cuando no era posible darme un pasaporte, se me permitiría rebasar la línea de centinelas, si consentía en prescindir de mi guía y de mis caballos.

Acepté ese ofrecimiento con entusiasmo, y un oficial me acompañó para impedir que se me detuviera durante el camino. La carretera, durante una legua, se me ofreció por completo desierta; encontré luego una pequeña patrulla de soldados que se contentaron con dirigir una mirada a mi pasaporte, y al fin pude penetrar en la ciudad.

Apenas si existía pretexto para empezar esa revolución. Pero en un Estado que en nueve meses (febrero a octubre de 1820) había soportado quince cambios de Gobierno –⁠cada gobernador, según la Constitución, era elegido para un periodo de tres años– seria poco razonable pedir pretextos. En el caso actual, algunos personajes –⁠que detestaban al gobernador Balcarce porque eran adeptos de Rosas– abandonaron la ciudad en número de setenta, y al grito de "Rosas" el país entero corrió a tomar las armas. Se bloqueó Buenos Aires; no se dejó entrar ni provisiones, ni ganado, ni caballos; por lo demás, apenas si hubo combates y tan sólo algunos hombres murieron cada día. Los rebeldes sabían bien que interceptando los víveres la victoria sería suya un día u otro. El general Rosas no podía tener conocimiento aún de tal sublevación, pero estaba completamente de acuerdo con los planes de su partido. Había sido elegido gobernador un año antes, pero él había declarado que no aceptaría el poder sino en el caso de que la Sala le otorgara poderes extraordinarios. Le fueron negados, y no aceptó el puesto, y desde entonces su partido se las ingeniaba para probar que ningún otro gobernador sería tolerado en el poder. Por las dos partes se prolongará la lucha hasta tanto que hayan sido recibidas noticias de Rosas. Una carta de éste llegó algunos días después de mí salida de Buenos Aires: el general lamentaba que la paz pública hubiera sido turbada, pero era de opinión que los rebeldes tenían el derecho de su parte. Al recibir esa carta, gobernador, ministros, oficiales y soldados huyeron en todas direcciones; los rebeldes entraron en la ciudad, proclamaron un nuevo gobernador, y cinco mil quinientos de entre ellos se hicieron pagar los servicios prestados a la insurrección.

De tales actos resultaba claramente que Rosas acabaría por ser dictador, porque el pueblo de esta república, como el de las otras, no quiere ni oír hablar de un rey. Y en efecto, después de haber abandonado América meridional, he sabido que Rosas ha sido elegido con poderes y por un tiempo en completo desacuerdo con la Constitución de la República.