Capítulo VII

ME siento maravillada —dijo Ingrid—. He recibido una nota del Banco, en donde me acreditan un montón de dinero de mi cuenta… ¿Qué ha pasado, Norman?

El joven se echó a reír. Ingrid percibió su risa a través del teléfono.

—¿He dicho algo gracioso?

—Oh, no, en absoluto —contestó él—. Pero las explicaciones resultarían un poco largas…

—Puedes dármelas a la noche, mientras cenamos juntos —propuso ella.

—Mejor el domingo. Conozco un sitio en el campo donde podríamos almorzar y, hasta aprovechando el buen tiempo, darnos un baño en el río. ¿Qué te parece?

—Fantástico, Norman.

—Entonces, aceptas.

—Claro, hombre.

—Bien, iré a buscarte a tu casa a las nueve en punto. Está un poco lejos, pero merece la pena. Yo me preocuparé de los víveres; tú sólo tienes que poner…

—¿Qué, Norman?

—A ti misma.

Ingrid contuvo la respiración unos instantes.

—¿No me dices nada? —preguntó Parry.

—¿Hay algo más que decir? —rió la muchacha—. Hasta el domingo, a las nueve de la mañana.

Eran casi las once cuando Parry detuvo el coche en un lugar sumamente agradable, con árboles de frondosa copa y césped abundante. El río se deslizaba mansamente a poca distancia, reflejando en sus aguas tranquilas el verdor de los lugares circundantes.

Ingrid vestía una sencilla blusa y pantalones cortos, blancos. Se apeó del coche con una bolsa en la mano que contenía sus objetos personales, y miró con ojos maravillados el paisaje que les rodeaba.

—Un verdadero paraíso —calificó.

—Bonito, ¿eh? Alguna vez he pensado en construir aquí una casa, para vacaciones y fines de semana, pero siempre he estado demasiado ocupado y nunca tuve tiempo de llevar mis proyectos a la práctica —declaró Parry.

—Tendrías que comprar los terrenos…

—Son míos, Ingrid.

—Oh, no lo sabía, Norman.

—Tampoco lo mencioné antes. Bien, ¿qué te parece si tomamos un bocado?

—¿No nos bañamos antes?

—Como quieras. Espera, he traído una especie de tienda de campaña, para que te puedas cambiar…

—Será más tarde. Llevo el traje de baño puesto.

Ingrid se quitó la blusa y los pantalones y se descalzó. El traje era completo, pero sin espalda apenas. Parry contempló embobado la espléndida silueta de la joven.

Ella se sintió complacida al percibir la admiración de su acompañante.

—Vamos, Norman; no te demores —exclamó, a la vez que echaba a correr hacia el rio. Parry la siguió momentos después. Nadaron un buen rato y luego salieron y se tendieron sobre la hierba, al sol.

—¿Puedo darte un consejo, Norman? —preguntó ella.

—Claro, encanto.

—Construye la casa.

Parry la miró fijamente.

—¿Para los dos?

Los ojos de Ingrid chispearon a través de las espesas pestañas.

—¿Por qué no? Pero luego hablaremos de eso… y también tienes que contarme muchas cosas sobre tu entrevista con Ferman.

—Sí, desde luego.

—Por cierto, Norman, antes dijiste algo sobre una tienda de campaña. Quisiera cambiarme de ropa, por favor.

—Ahora mismo —dijo él, a la vez que se ponía en pie de un salto.

Un cuarto de hora más tarde, Parry había montado la tienda de campaña y llamó a la joven. Ingrid llegó con su bolsa en las manos.

—Avísame cuando estés lista, para preparar la mesa.

—Ya te llamaré, Norman.

Parry sacó del maletero la cesta con las provisiones. Apenas había tenido tiempo de abrirla y de extender un mantel sobre la hierba, cuando oyó la voz de la joven:

—¡Norman!

Parry se acercó a la tienda.

—¿Ingrid?

—Entra —invitó ella.

Parry levantó un poco la lona que cubría la entrada. Miró fijamente a la joven y luego dijo:

—¿De verdad lo quieres, Ingrid?

Ella sonrió en la penumbra.

—Hazte cuenta que has construido ya la casa para los dos —contestó.

Parry entró y dejó caer la lona. Luego se tendió junto a Ingrid y la abrazó estrechamente.

* * *

—Tenemos que repetirlo muchas veces, Norman —murmuró Ingrid mucho más tarde, con la cabeza reclinada sobre el pecho del joven.

—Estoy completamente de acuerdo contigo —respondió él.

—Quiero confesarte una cosa: casi pensé en… esto, desde el primer momento en que te vi.

—¿Cuando tocaba la flauta?

—Pues… algo por el estilo. Pero luego te conocí más a fondo y sentí algo que no había percibido jamás. Hablo en serio, Norman; ni siquiera cuando creía estar enamorada de Nick había sentido nada semejante.

—Debo decirte que me halaga profundamente oírte decir esas cosas. Yo también me sentí chiflado por ti apenas te conocí.

—Pero tocabas la flauta para que cierta dama te admitiera en su infinidad.

—No soy de piedra y cuando me diste aquellos cinco dólares, ni siquiera pensaba en que llegaría un momento en que iba a conocerte mejor. De todos modos, aquello fue un ro manee fugaz, que ya está completamente olvidado, puedo asegurártelo.

—Yo también he olvidado a Nick —afirmó ella gravemente—. Y, aunque no le guardo ninguna simpatía, celebro que lo hayáis devuelto sin sufrir daño alguno.

—Le hicimos pasar mucho miedo. Se lo merecía.

—¿Tú crees?

—Vino a Holbertown con muchos humos, como si fuese el dueño de la población. Convenía hacerle volver a la realidad.

—Y lo habéis conseguido, supongo.

Parry rió suavemente.

—Su padre devolvió hasta el último centavo.

—Debió de sentirse muy impresionado, ¿verdad?

—Si hubiésemos sido de otra pasta, le habríamos liquidado, sin que nadie hubiera podido evitarlo. Sólo queríamos darle una lección, hacerle saber que no podía continuar explotando indefinidamente a unas gentes honradas; no era posible que se enriqueciese a costa de quienes sudan y trabajan para vivir en paz. Lo comprendes, supongo.

—Lo comprendo, porque yo soy una de esas personas —contestó Ingrid—. ¿Sabes que, por fin, he conseguido el local contiguo? Pronto empezarán las obras. Y ayer me llamaron de la más importante revista de modas del país para hacerme una entrevista y fotografiar mis modelos más exclusivos.

—Te harás famosa, Ingrid —pronosticó él.

La joven le besó apasionadamente.

—Esto es lo que más quiero —susurró.

Parry devolvió el beso y de nuevo volvieron a sumirse en un océano de pasión. Luego, Ingrid se incorporó un poco y se asomó a la puerta de la tienda.

—No hay nadie a la vista —dijo—. En tal caso, el traje de baño resulta innecesario.

Inmediatamente, echó a correr y Parry la siguió. Más tarde, se sentaron a consumir el almuerzo con evidente apetito.

Al terminar, Ingrid pareció sentirse preocupada.

—Norman, ¿crees que Ferman puede tomar represalias por lo ocurrido?

—Estoy seguro de que aceptará nuestras condiciones —respondió él—. No volverá a molestarnos, créeme.

—Me gustaría sentirme tan segura como tú —dijo la muchacha.

—Mujer, no temas…

—Quizá el padre se esté quieto, pero temo a Nick. Es terriblemente rencoroso y presiento que no se estará quieto después de lo ocurrido.

En el paroxismo de una furia indescriptible, Nick Ferman dio un tremendo puñetazo sobre la mesa y lanzó una obscena exclamación:

—¡No voy a consentirlo, por mucho que tú digas que debo resignarme! —dijo a voz en cuello—. Esos bastardos me torturaron…

—No hemos visto el menor daño en tu cuerpo —intervino Baynes calmosamente—. Te alimentaron bien, aunque te tuvieran sujeto, pero, por lo que yo sé no te tocaron al pelo de la ropa.

—¿Crees que no es tortura oír durante una semana larga la cantidad de cosas que podían hacer conmigo? ¿No es tortura ver a un tipo a diario, afilando un hacha que podría cortar un secoya de un solo tajo? A veces me miro al espejo y me pregunto por qué no tengo canas todavía.

—Nick, Nick —exhortó su padre—. Fueron listos, eso es todo. Jugamos una partida y la perdimos, debemos admitirlo. Olvidémonos de todo, ¿quieres?

—¡No y mil veces no! —rugió el muchacho—. Tienen que pagármelo, de una forma u otra, y estoy dispuesto a sacarme esta espina como sea. De lo contrario, no podré dormir en toda mi vida. Me vengaré de esos bastardos, les haré pagar caro todo el miedo que me hicieron pasar…

—¿Cómo? —preguntó Baynes—. ¿Tienes algún plan?

Nick empezó a pasearse nerviosamente por la estancia.

—No lo sé —contestó—. No se me ha ocurrido nada todavía, pero ya pensaré algo… algo que no falle…

Ferman levantó una mano.

—Nick, voy a hacerte una advertencia —anunció—. Eres muy joven todavía. Tienes que…

—¡Un cuerno soy joven! —aulló el muchacho—. Estoy harto de oírtelo todos los días, a todas horas, a cada momento… Pues bien, ya me he cansado de que me lleves de la mano y esta vez, te guste o no, lo haré a mi modo. Y esos hijos de perra lamentarán haberme hecho pasar esos malos ratos.

Detuvo los paseos y se volvió hacia su padre.

—¿O no recuerdas ya que mi libertad te costó más de medio millón de dólares? ¿No te gustaría recuperarlos?

—No podrás, Nick. Esos hombres fueron combatientes en unidades especiales. Cada uno de ellos vale por diez soldados corrientes. Pudieron haberme matado una docena de veces sin que yo me diera cuenta y no lo hicieron. Su emisario, Norman Parry, entró y salió de aquí como quiso, a pesar de que tenemos siempre tres o cuatro hombres de vigilancia. ¿Cómo te imaginas tú que vas a poder con esa clase de individuos?

Los ojos de Nick brillaron de pronto.

—Has pronunciado un nombre, papá. Repítelo, por favor.

—Norman Parry —dijo Ferman de mala gana.

—Eso es, Parry —exclamó el muchacho—. Es el tipo que lo dirigió todo. Cuando estaban juntos, él hablaba y los demás escuchaban y, aunque a veces objetaban sus palabras, acababan por obedecerle. ¡Parry es el jefe de esa cuadrilla de hijos de perra!

—¿Y qué? —preguntó Baynes—, ¿Vas a pegarle tú cuatro tiros? ¿Crees que los demás se ablandarían por ello? Hubo uno que estaba apuntando a tu padre con un fusil, mientras Parry hablaba con él. En cualquier momento, podría tenderte luego una emboscada…

—No habrá emboscadas —aseguró Nick—. En todo caso, seré yo quien la prepare y os aseguro que no fallaré. He encontrado el cebo necesario, para que Parry acuda a dejarse el pellejo. Y cuando haya acabado con él, los demás seguirán su camino… —Miró a su padre y se echó a reír—, Y Holbertown estará de nuevo en nuestras manos.

Hizo una corta pausa.

—Debo corregirme —añadió—. En «mis» manos.

Giró sobre sus talones y salió del despacho pisando fuerte. Ferman se levantó para detenerle, pero la mano de Baynes se apoyó en su hombro y le obligó a sentarse de nuevo.

—Sigue ahí, Harry —dijo.

—Pero, ¿qué te pasa? ¿Te has vuelto loco? Acordamos renunciar a Holbertown… y ahora que lo pienso, la idea fue tuya…

—Deja que el chico lleve adelante su plan. Debe curtirse, Harry. Tú empiezas a hacerte demasiado mayor.

—No me gusta esa idea —protestó Ferman—, Es un inexperto…

—Por eso, precisamente, debe adquirir experiencia. ¿Te parece poco lo que ha aprendido en estos ocho días de encierro?

—Pero son tipos muy duros, muy hábiles. Frente a ellos, duraría menos que un helado en el desierto de Mojave, a mediodía.

—Nick tiene una ventaja: no le esperan.

—A pesar de todo… Le esperen o no, detesto la idea…

—Harry, te guste o no —remendó Baynes—, vas a dejar que Nick haga lo que ha pensado, sea lo que sea.

Ferman se volvió en su asiento.

—¿Y si no quiero?

Tranquilamente, Baynes sacó una fotografía y la tiró sobre la mesa.

—Mira eso —indicó—. Puedes quemarla si gustas, pero piensa que tengo el negativo… y el negativo, a poco que te fijes, es de una película, en la que se te ve moviéndote como un auténtico actor de cine. ¿No recuerdas lo que sucedió aquel día?

Los ojos de Ferman estudiaron las imágenes inmovilizadas en la cartulina. Su rostro se tornó ceniciento en el acto.

—La tomaste tú… Estabas allí…

—En efecto, allí estaba —admitió Baynes tranquilamente.

—Y en todo este tiempo… nunca dijiste nada… —tartamudeó Ferman.

—Eras una potencia, un hombre todavía muy fuerte. No tenía prisa y, por otra parte, las cosas estaban saliendo bien. Pero ahora, justamente, cuando mejor marchaban, cuando podíamos hacernos ricos de verdad en muy poco tiempo, van unos cuantos chiflados y nos estropean el mejor plan que hemos concebido en la vida.

—Se te ocurrió a ti, no a mí, aunque yo te apoyase.

—Te agradó la idea de vengarte de Holbertown, ¿verdad? Bien, todavía estás a tiempo.

Deja que Nick haga lo más conveniente.

—¿Y si me lo matan? —gritó Ferman.

—Es un riesgo que debes correr… que debe correr él también. Si lo matan, tú podrás continuar de nuevo con el plan primitivo.

—No puedo negarme, ¿verdad? —dijo el hombre desalentadamente.

Baynes volvió a señalar la fotografía.

—Lo hiciste por la espalda. Entrarías en presidio y sólo saldrías con los pies por delante —amenazó fríamente.

Ferman se tapó la cara con las manos. Estaba vencido, lo sabía y sabía asimismo que no podía hacer nada por evitarlo.