CAPÍTULO XII
Marvin Sangster abrió la puerta y se sorprendió enormemente al reconocer a su visitante.
—¿Qué diablos quiere? —preguntó de mal talante—. Si necesita algo de mí, vaya mañana a mí bufete.
—Lo que tengo que decirle no puede esperar tanto —contestó Baxter, a la vez que empujaba a Sangster a un lado—. Y, además, tiene que oírlo también otra persona.
—¿Quién?
El sonido de los frenos de un coche llegó en aquel momento hasta la puerta, que todavía permanecía abierta. Baxter saltó a un lado, para ocultarse de la persona que conducía el automóvil, cuyos tacones repiquetearon sonoramente a poco en el encintado del sendero que conducía a la casa.
—¡Marvin! ¿Qué es lo que sucede? —gritó Susan McDerry—. ¿Por qué diablos me llamas a estas horas?
El abogado se ahogaba. Baxter cerró la puerta. Susan oyó el ruido y se volvió en el acto.
—¡Ah, es usted! —dijo, con una mueca de desprecio.
—Yo mismo —confirmó el joven—. ¿Ha venido a recoger las braguitas que se dejó el otro día cuando salió corriendo para evitar que la viese, después de su sesión erótica con este viejo que tiene un pie en la tumba?
Los ojos de Susan centellearon malignamente.
—Ha estropeado mis planes, pero no le dejaré vivir. No dejaré que se marche, para que lo cuente todo y destruya la mejor operación financiera que se ha planeado en este país durante muchos años.
—Sí, una operación financiera, acompañada de muertes y asesinatos. Y todo ello para conseguir la declaración de muerte legal de un hombre cuya fortuna pasaría a sus manos... por herencia, claro, después del fallecimiento de su padre. Me extrañó mucho que el señor McDerry no sufriese el menor daño, cuando todo parecía indicar que iba a morir asesinado como su socio Owsling, pero una vez me enteré de su enfermedad, que no le dejará ya vivir mucho tiempo, comprendí la verdad. —Baxter meneó la cabeza—. Teme que el señor McDerry no disfrute mucho de su merecido retiro, ¿verdad, Susan?
—¿Qué pruebas tiene contra mí? —exclamó ella orgullosamente.
—Quizá no encuentre esas pruebas, pero, en todo caso, no es lo más importante. Owsling murió y su asesino le siguió unos segundos después, cuando usted, que lo esperaba en el coche, le llenó el cuerpo de plomo. Johnny era un pobre ingenuo, capaz de hacer por usted cualquier cosa... incluso asesinar. Pero Johnny ignoraba la clase de persona que era usted. De lo contrario, habría salido corriendo hasta llegar a los antípodas. En realidad, tuvo que utilizarlo porque era el único que podía hacerlo. Ya no podía contar con Kaspar, a quien usted misma asesinó, seguramente porque sus pretensiones se habían hecho exorbitantes... o tal vez porque le pidió algo que no estaba dispuesto a conceder, como, por ejemplo, una participación en el botín. ¿Fue Kaspar, por indicación suya, el que mató a Fetherman, para comprometer a Angie?
Susan asintió en silencio.
—Era un golpe bien planeado —continuó Baxter—. Angie no habría probado jamás que era la hija de Kyle, porque el testamento había desaparecido. Una vez conseguida la declaración de muerte legal de Kyle, los negocios pasaban a poder de los dos socios, pero si moría Owsling, sin herederos, McDerry recibiría todo... y como a su padre ya no le quedan muchos meses de vida, es obvio que usted lo heredaría todo. No había testamento, Eleanor no era la esposa de Kyle, la hija no iba a ser reconocida... Un plan perfecto, Susan; debo admitirlo.
—Algo ha fallado —dijo la joven—. ¿Qué fue, Budd?
—Eleanor vino a consultar a Sangster, quien le indicó buscase un detective. Pero usted ya se había puesto en campaña y decidió que no le convenía que nadie husmease en un asunto que ofrecía tan agradables perspectivas. El mismo día en que Eleanor consultó a Sangster, usted empezó ya a reclutar colaboradores. Posiblemente, Fetherman le indicó nombres; debía de conocer a bastante gente, empezando por Kaspar, antiguo empleado suyo, un hombre que se había ocupado de mantener el orden en el local. Pero Fetherman ignoraba que su antiguo colaborador iba a asesinarle para que Angie cargase con las culpas... Bueno, todo esto lo sabe usted mucho mejor que yo. De todos modos, la confirmación de mis sospechas llegó cuando un tipo llamado Downie me dijo que había cobrado cinco mil dólares por liquidarme.
—¿Puede probarme que le pagué yo? —preguntó ella, desafiante.
—He hablado con su padre. El cheque que le dio hace días era de cinco mil dólares. Downie era ya su último y desesperado recurso.
La cara de Susan se puso gris.
—¡Todo eso no constituye ninguna prueba definitiva! —exclamó.
—No, no hay pruebas, aunque es posible que, con el tiempo, aparezcan. Lógicamente, la policía sigue investigando y acabará encontrando esas pruebas. Pero lo más importante de todo es que tus planes se han frustrado por completo.
Baxter se volvió hacia el abogado, que permanecía completamente callado, abrumado por la situación.
—Sangster, usted se dejó persuadir por esta joven sin escrúpulos —acusó—. ¡Oh, no lo hizo por dinero!; usted está bien situado económicamente... pero ella tiene algo mejor que los billetes de Banco: un cuerpo muy hermoso, lo que es capaz de convencer sin demasiados esfuerzos a un hombre ya viejo, aunque todavía con ciertas ansias de disfrutar de la vida. ¿Qué hicieron del testamento? ¿Lo quemaron?
—Ella... lo tiene... —tartamudeó Sangster.
—Lo quemé —declaró Susan, fríamente—. Y le costará mucho probar que yo tuve algo que ver con todo lo sucedido. Se producirá la declaración de muerte legal de Kyle...
—¿De veras, Susan?
La joven se volvió. Kyle, con un aspecto magnífico, rebosante de vitalidad, acababa de aparecer en la puerta.
Sangster, incapaz de mantenerse en pie, se derrumbó sobre un sillón.
—¡Dios mío! ¡Él! —murmuró.
Susan estaba lívida. En un instante, comprendió que todos sus planes se habían derrumbado.
—Tarde o temprano se sabrá que, por lo menos, usted mató a Johnny —dijo Baxter, implacable—. Y eso será suficiente para que la encierren durante el resto de sus días.
Hubo un instante de silencio. Baxter advirtió que la mano de Susan se introducía en el bolso que pendía de su hombro derecho.
—Marvin —dijo Kyle—, me traicionaste miserablemente. A tus años, querer portarte como un jovenzuelo...
De súbito, Susan sacó la mano, armada con una pistola.
Baxter saltó a un lado. Susan giró también, pero, en el momento en que el tiro salía, Baxter se inclinó y la bala alcanzó otro blanco.
Sangster se incorporó convulsivamente, a la vez que lanzaba un terrible chillido. Susan se desconcertó un instante, momento que aprovechó Baxter para golpearle la muñeca con el canto de la mano y hacer que la pistola saltara por los aires. Luego, antes de que la joven se recobrase, la golpeó en el estómago, dejándola sentada en el suelo, sin aliento y con los ojos llenos de lágrimas de furor e impotencia.
El abogado se desplomó de bruces. Baxter apartó la pistola de un puntapié.
—Susan, la muerte de Sangster puede ser considerada, quizá, como un accidente. No la culparán de los otros asesinatos... pero sí la acusarán de la muerte de Johnny, cuando comparen las balas encontradas en su cuerpo con la que ha matado a Sangster.
Kyle avanzó unos pasos.
—Creo que es preciso llamar a la policía —dijo.
—Sí, llámela —asintió Baxter.
Más tarde, cuando todo hubo terminado, Kyle se enfrentó con el joven.
—Budd, ¿qué le debo? —preguntó.
Baxter sonrió.
—Lo dejo a su conciencia —respondió—. Pero le pediré que haga un préstamo a Tillie. Silver Sands le gustó y quiere montar allí una taberna.
—Tillie tendrá su taberna —prometió Kyle—. ¡Oiga! —exclamó de pronto—; quiero proponerle una cosa. ¿Por qué no acepta el cargo de apoderado de mis empresas? A Angie le conviene un hombre honesto...
Baxter se encaminó hacia la puerta.
—Busque a otro, míster Kyle —se despidió.
* * *
Unas semanas más tarde, Baxter recogió una carta, en la que había un cheque por una suma muy sustanciosa, cheque que enseñó de inmediato a Gray.
—Para que veas que no todo son gastos —dijo.
—Lo celebro infinito. Envíalo y lo ingresaré en la cuenta —contestó Gray.
—De acuerdo, Denis.
—¡Ah, espera un instante! Los periódicos acaban de lanzar una edición especial. ¡Mira! Gray puso delante de la cámara la primera página de un periódico en el que se leía, con gruesos caracteres:
¡MISTER KYLE DESAPARECE DE NUEVO!
Baxter se echó a reír.
—Ahora llamarán a su casa... y míster Kyle no contestará —dijo.
—Pero tú sabes dónde está.
—Sí, claro. Aunque ahora ya no es necesario que lo busque de nuevo.
Baxter pensó en el señor y la señora Thomas, que iban a instalarse para siempre en aquella plácida aldea de pescadores, y los envidió muy sinceramente. Apagó el televisor y salió del cuarto de comunicaciones.
Koye salió a su encuentro.
—Señor, ha llamado la señora Fetherman —informó—. Quiere hablar con usted. Desea que vaya a su casa esta noche, para una cena íntima...
Baxter pensó en la lujosa mansión, que era ahora la residencia de Angie, y pensó también en un enorme comedor, alumbrado por las velas y las llamas de la chimenea. Se imaginó la cena, servida por un rígido mayordomo... ¿Sabría acostumbrarse Angie a aquel género de vida? ¿Volvería a los escenarios?
Era un problema que ya no le concernía en absoluto. Y no deseaba complicarse la vida con una aventura amorosa, aunque fuese con una chica que, en tiempos pasados, habría sido considerada como una de las princesas del dólar.
—Señor, ¿qué le digo? —insistió Koye.
—Dile sencillamente: míster Baxter no contesta.
El criado soltó una risita.
—Entonces tendré que decirle lo mismo a la señora Dovan —y luego exclamó—: ¡Ah!, Ha llamado también. Dice que el mes próximo inaugura su taberna en Silver Sands, que se llamará Tillie’s Spring, y que le gustaría que usted asistiera a la fiesta de inauguración. ¿Qué le digo, señor?
Baxter sonrió.
—Lo mismo que a la señora Fetherman, Tim.
—Míster Baxter no contesta.
—Exactamente.
Hubo una corta pausa. Luego, Koye preguntó:
—¿Algún nuevo caso en perspectiva, señor?
Baxter movió la cabeza lentamente.
—Por ahora, no; aunque pienso que no tardaré en ponerme en campaña nuevamente.
Puede que sea una frase sobada, pero ello no invalida su certeza: el mal no descansa.
—Y es preciso combatirlo, señor.
—Lo mejor que se pueda, Tim. ¿Sabes?, puede que me tome unas vacaciones.
—¿Dónde, señor?
Baxter pensó en una larga playa de arena blanquísima. Por las noches, con la luna llena, aquella arena parecía de plata pura. Por eso la aldea había recibido un nombre enteramente adecuado: Silver Sands.
—En un lugar donde hay paz y tranquilidad y la gente no le abruma a uno ni le pregunta de dónde viene ni adónde va —contestó.
F I N
BRIGITTE «BABY» MONTFORT
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