CAPÍTULO XIII

Sentado tras su mesa de despacho, Bram Rynfall reflexionaba profundamente.

¿Qué pasaba en el Circle’s?

Todos cuantos se hallaban implicados en aquel misterio habían tenido alguna relación, de un modo u otro, con aquel club: Johnson, Blatt, en su calidad de barman; Lana Marjoln, Wasser —la tira de fósforos con fotografía no se regalaba a clientes accidentales precisamente—, Samara Ulhdin… ¿Qué ocurría en el Circle’s?

Abrió el cajón y extrajo del mismo una potente lupa, con la cual examinó nuevamente la mano apoyada sobre el antebrazo de Nab Wasser. Era de mujer, indudablemente, y Samara tenía razón al decir que no era la suya, puesto que hasta el más lerdo hubiese podido distinguir entre aquella mano de trazos un tanto regordetes que había fijado el objetivo del fotógrafo y la de dedos finos y alargados de Samara. Por otra parte, se había fijado muy bien en el detalle, Samara no se pintaba nunca las uñas, y aunque la fotografía era en blanco y negro, podía verse con toda claridad que las de la mujer sentada junto a Wasser estaban pintadas de un tono que, de haber sido la fotografía hecha en color, se habría visto rojo intenso.

Este detalle, sin embargo, no era definitivo, muchas mujeres se pintaban las uñas de aquella manera. Pero, en cambio, la cámara había captado una gran pulsera, al parecer de oro, hecha de gruesos eslabones cuadrados y de tres filas de los mismos, muy apretados los unos con los otros. ¿Quién era la propietaria de aquella pulsera?

Era una lástima que Wasser no estuviera vivo, se dijo, podría haber contado muchas cosas interesantes acerca del Circle’s. Bruscamente, se le ocurrió una idea.

Era ya de noche. Guardó nuevamente la tira de fósforos, se puso en pie y requirió el impermeable y el sombrero. Poco después estaba en la calle, con un coche del Departamento, pero sin insignias exteriores que pudieran delatar su condición.

Apenas hubo arrancado, puso en marcha el limpiavidrios. Los cepillos barrían rítmicamente las menudas gotas de lluvia que se fijaban en el parabrisas. El negro espejo del asfalto mojado devolvía las luces de la calle con toda intensidad.

Poco más tarde detenía el coche en las cercanías del Circle’s. Salió fuera, cruzó la calle rápidamente y unos momentos más tarde penetraba en el local.

Buscó una mesa discreta y permaneció en el club cerca de una hora. Al fin hubo de convencerse de que lo que buscaba no estaba allí.

Abonó la consumición y se puso en pie. Acercóse al mostrador y habló brevemente con Chuck, el barman. Un billete de diez dólares le puso en conocimiento del dato que buscaba. Encargó a Chuck la mayor discreción.

* * *

Lana Marjoln abrió la puerta, alargó la mano, tocó el interruptor y una cascada de luz disipó las tinieblas. Cerró la puerta con un seco taconazo, lanzó la capa de pieles de cualquier forma sobre una silla próxima y luego sacudió la pierna derecha. El zapato de aquel pie voló por los aires, seguido inmediatamente de su pareja.

Descalza, caminó por la espesa alfombra que cubría el suelo en su casi totalidad. Mientras bostezaba aparatosamente, empezó a bajarse el cierre relámpago de la espalda de su escotado vestido, hecha especialmente para hacer destacar las abundantes curvas de su exuberante anatomía.

Cruzó el umbral de la puerta siguiente y se detuvo en seco, con ambas manos puestas sobre los tirantes de su vestido. Frunció el ceño al ver al hombre que, sentado en un diván, fumaba tranquilamente.

—¿Qué hace usted aquí? —preguntó en tono despegado.

—Quería hablar con usted, Lana —contestó Rynfall—. Pero me pareció que si le pedía una cita en el Circle’s, tal vez me la negase, así que discurrí este medio para esperarla sin el temor a funestas negativas.

—Me parece que no tenemos nada de qué hablar los dos —dijo la cantante—. Y su rango de teniente de policía no le confiere ningún derecho para entrar en las casas ajenas a las tantas de la madrugada. Ni a cualquiera otra, por supuesto.

—Sus palabras compaginan muy mal con las que me dijo el otro día en el Circle’s —contestó Rynfall sin inmutarse ante la violencia del tono empleado por la cantante.

Lana vaciló un momento.

—Al menos, podía haberme pedido la llave —dijo tratando de borrar la mala impresión de sus anteriores frases.

—¿Me la hubiera entregado?

La cantante esbozó una sonrisa.

—Será mejor que nos tomemos una copa. Espere que me cambie de ropa en unos minutos.

Lana volvió poco después. Se había puesto una bata semitransparente, que permitía adivinar los pródigos encantos de su cuerpo, y sus pies estaban calzados ahora con unas chinelas de tacón alto, adornadas con un enorme pompón rojo. Traía en la mano sendos high-balls, en los que tintineaba el hielo, y al entregarle el suyo a Rynfall, se inclinó hacia adelante, sin que pareciera preocuparle demasiado el hecho de que se le abriese el escote de la bata y enseñara el comienzo de los indudables atractivos de su opulento busto.

—Muy bien —dijo, sentándose en el diván y cruzando ambas piernas de un ~modo sugestivo—. ¿Y ahora, de qué hablamos?

Rynfall tomó un sorbo de su bebida. Luego dejó el vaso alto sobre una mesita cercana y sacó cigarrillos, ofreciéndole uno a la cantante. Lana se lo colocó entre los labios y esperó a que su visitante le ofreciese fuego.

El joven extrajo a continuación la tira de fósforos que le había entregado Samara. Arrancó uno, lo frotó contra la lija y acercó la llama al cigarrillo de Lana, pero procurando mantener con la mano izquierda, como si protegiese la llama contra el viento, la tira de fósforos, de tal modo que la fotografía impresa quedase directamente frente a los ojos de Lana Marjoln.

Lana aspiró el humo. Luego lo expulsó lentamente, mientras la sonrisa se borraba de sus labios de los cuales había quitado el pitillo con gesto brusco.

—¿Qué significa esto? —preguntó.

—Simplemente, quería saber si conocía a este sujeto —sonrió Rynfall, tranquilamente.

—Sí —dijo ella con voz crispada—. Lo conocía. Era buen amigo mío.

—¿El sustituto de Johnson?

Los ojos de la cantante relampaguearon.

—Eso no le importa, policía.

—Creo que se equivoca —declaró el joven en tono natural—. Si Wasser no era el sustituto de Johnson, poco le faltaba.

—¿Por qué se interesa tanto por eso? —La voz de Lana había perdido toda cordialidad.

—Es mi profesión —respondió él suavemente.

—¿Le autoriza a entrometerse en los asuntos particulares de las personas?

—Cuando hay algunos asesinatos de por medio, sí, desde luego.

Ella se puso en pie bruscamente.

—Será mejor que se vaya de mi casa, teniente. La entrevista ha terminado.

—La proseguiremos en la Jefatura de Policía.

—No tiene ninguna base para obligarme a ir allí —protestó Lana.

—Quizá la encuentre el fiscal que lleva este caso.

—¿De veras? —se burló la cantante—. Pruebe que yo tengo alguna relación con la muerte de Johnson o de Wasser. Me gustaría saber cuáles son sus pensamientos al respecto, polizonte.

Sin perder la calma, Rynfall metió la mano en el bolsillo de su impermeable y extrajo del mismo un objeto que mantuvo en alto durante unos segundos. La pulsera de eslabones cuadrados despidió vivísimos destellos al ser herida por las luces de la estancia.

En medio de un helado silencio, la dejó sobre la mesita. Luego enseñó otra vez su tira de fósforos.

—Vea esta mano, apoyada sobre el brazo del difunto Wasser. Con una lupa mediana se pueden apreciar claramente los menores detalles de la pulsera que usted llevaba puesta la noche en que fue impresionada la fotografía, seguramente durante uno de los intervalos de su actuación. Y ahora que ya no puede negar la realidad de las cosas, ¿hablará claramente o tendré que llevármela a la Jefatura, acusada de complicidad en tres asesinatos?

El rostro de la cantante palideció horriblemente. Se llevó una mano a la garganta, haciendo un gesto instintivo, mientras contemplaba al joven con ojos que amenazaban salirse de las órbitas.

—Yo… Yo no sé nada —balbució, perdida la hostil firmeza inicial.

—Vamos, vamos —dijo el joven en tono confianzudo— sea buena, chica y hable. Usted sabe más, mucho más, de lo que aparenta o quiere aparentar, y eso no es bueno, quiero decir, que no es bueno callárselo. Cuando hay tres muertes de por medio, el juez no se siente inclinado a la benevolencia con los cómplices, a menos que estos digan todo cuanto saben. Y usted sabe mucho, insisto.

Lana vaciló unos instantes.

—Le aseguro que…

—Ignoro las razones —añadió Rynfall—, pero el Circle’s es centro de alguna actividad delictiva, que ha tenido como consecuencia la comisión de tres asesinatos. Y no pretenda negar la evidencia, porque cuando hablamos la primera vez dijo que usted era rubia y la asesina era morena, sin que yo hubiese citado para nada el color de los cabellos.

—Me enseñó la fotografía —adujó Lana.

—Era una fotografía en blanco y negro. No es posible, por tanto, conocer el color del cabello de una persona, a menos que sea de un rubio muy claro, como el suyo. Aquella mujer podía haber tenido el cabello castaño, o pelirroja —el rojo da negro en los negativos corrientes— o rubio oscuro… y usted aseguró enfáticamente que era rubia y no morena. Luego se fijó en ella más de lo que sus declaraciones dieron, a entender. ¿Ha comprendido ahora?

Lana asintió.

—¿Qué? ¿Qué me pasará si digo lo que sé? No es mucho, se lo advierto.

—Bien, supongo que el fiscal se sentirá inclinado a la benevolencia, sobre todo si sus declaraciones arrojan la suficiente luz sobre este asunto. Vamos, sea buena chica y hable de una vez.

—Está bien. La noche en que esa mujer estuvo en el Circle’s…

Repentinamente estalló un disparo.

Rynfall estaba frente a Lana, la cual daba la espalda en aquel momento a la puerta del saloncito.

Con toda claridad, vio la horrible expresión de agonía que distorsionaba el rostro de la cantante al recibir el balazo.

Sonó otra detonación. El cuerpo de Lana sufrió una segunda sacudida. Luego, de modo brusco, se venció hacia adelante, cayendo en los brazos del joven.