CAPÍTULO IX
La encargada del tocador de señoras era una mujer de mediana edad y rostro bondadoso, apellidada Frey. No fue necesario sino una ligera insinuación de Chuck, el barman, para que se dispusiera a cooperar gustosamente con el joven.
—Pregunte lo que quiera, teniente —dijo con simpática sonrisa.
—Muchas gracias, señora Frey. —Tenía en el bolsillo una fotografía de Samara Ulhdin y se la enseñó a la encargada del tocador—. ¿Conoce usted a esta mujer? —preguntó.
—Sí, señor. La vi hace unas noches.
—¿Recuerda la fecha, señora Frey?
—Desde luego, teniente. Fue el día en que asesinaron a Uriah Johnson.
—¿El día o la noche?
—La noche, claro —se corrigió la señora Frey.
—¿Estuvo esta mujer en el tocador de señoras?
—Sí, desde luego. Lo recuerdo perfectamente.
—¿Por qué, señora Frey?
—En primer lugar, porque ya la había visto unas cuantas veces antes de esa noche, teniente.
—¿Y qué más?
—Aquella noche entró en el tocador. La vi algo pálida y le pregunté si le ocurría algo. Dijo que la cena le había sentado mal y que se encontraba ligeramente indispuesta. Entonces, yo le sugerí que se tomase un par de tabletas de bicarbonato efervescente, cosa que ella aceptó de inmediato.
—Prosiga, señora Frey. ¿Qué sucedió a continuación?
—Pues que la señora Ulhdin —conozco su nombre, porque ella misma me lo había dicho en una ocasión anterior—, se sentó en ese taburete y esperó unos momentos a sentirse mejor.
—¿Cuánto tiempo estuvo sentada, a su parecer?
—Yo diría que seis u ocho minutos, teniente.
—¿Y después?
—Se levantó y entró en uno de los lavabos. Luego salió, abrió el bolso, se aplicó polvos en la cara, se retocó un poco los labios, me entregó cinco dólares de propina, dijo que se encontraba mejor y se marchó.
—¿Cuánto tiempo permaneció aún en el tocador después de que se hubo levantado del taburete?
La señora Frey hizo un gesto dubitativo.
—Yo diría que otro tanto que sentada, teniente.
—Es decir, de seis a ocho minutos.
—Sí, teniente.
—Mientras estuvo sentada, ¿la tuvo usted todo el tiempo a la vista?
—¡Oh, sí, claro! No podía dejarla de ver un solo instante, dada la disposición del tocador.
—Y mientras estuvo dentro del lavabo, ¿cree usted que pudo salir a la calle sin ser vista? Me refiero a salir sin pasar por el salón y usar la puerta principal.
La señora Frey le dirigió una mirada de extrañeza.
—¿Salir directamente de aquí? —exclamó—. Absurdo, teniente. Es completamente imposible. ¿Se ha fijado siquiera en la disposición de los lavabos?
Rynfall arrojó una mirada en torno suyo. El tocador se componía de una pieza rectangular de gran tamaño, con varios espejos y estantes, para que las asistentes al local pudieran retocarse. En tres de sus lados había puertas, en número de dos por muro, cada una de las cuales daba a un lavabo. La encargada abrió una puerta y se echó a un lado, para que el joven pudiera ver su interior.
—Mire usted, teniente —dijo—. Todos son iguales. No tienen ventanas, sino solamente un orificio de ventilación, con aspirador de aire, que renueva la atmósfera de cada lavabo constantemente. Los tubos se reúnen en uno común, incluyendo los dos del tocador, que salen al exterior por el tejado de la casa. Toda dama que entra aquí por esa puerta, ha de salir inexorablemente por la misma y yo la veo sin remisión.
—Entonces, usted está dispuesta a jurar que la señora, Ulhdin pasó aquí un tiempo comprendido entre doce y quince minutos.
—Desde luego. Dónde y ante quién sea, teniente —aseguró la encargada con sobrado énfasis.
Rynfall meditó en silencio durante unos instantes. Las palabras de la señora Frey exculpaban por completo a Samara. Era evidente que no había salido del tocador en aquellos doce o quince minutos, y por lo tanto, resultaba materialmente imposible que hubiese podido cometer el crimen.
A menos que lo hubiera realizado antes o después de ir al Circle’s, cosa perfectamente posible, dada la relativa imprecisión en la hora de la muerte de Johnson. Éste sería un detalle que debería investigar cuidadosamente; pero de lo que no cabía la menor duda era que ella no había matado a Rick Blatt.
De pronto se acordó de una cosa.
—Antes mencionó usted al señor Johnson. ¿Acaso lo conocía, señora Frey?
—¡Ya lo creo! —respondió la mujer sin vacilar—. Hubo una temporada que era un habitual del Circle’s. Por Lana Marjoln, ¿sabe?
—Entiendo —sonrió el joven—. Pero creo que luego se distanciaron.
—Eso es cierto, aunque yo no sé los motivos de la ruptura. ¿Por qué no se lo pregunta a ella? Está ensayando ahora, en el salón.
Rynfall depositó en la mano de la mujer un billete de cinco dólares.
—Sus informes han sido muy útiles, señora Frey. Ya le avisaré para que firme una declaración en la Jefatura de Policía.
—Cuando guste, teniente —respondió la encargada.
Acto seguido, Rynfall salió al local, y sentóse en una mesa. Chuck se acercó a servirle y él le pidió un café.
—Hágame el favor de decirle a la señorita Marjoln que cuando termine, deseo hablar con ella. Pero no le diga que soy oficial de policía, ¿estamos?
—O. K., teniente.
El ensayo terminó veinte minutos más tarde. Lana Marjoln se acercó a la mesa ocupada por el joven, con andares deliberadamente sinuosos. Tenía una mano apoyada en una de sus protuberantes caderas y su mirada, aunque dura y poco amable, reflejaba una curiosidad que no podía disimular.
Era una mujer de buena planta, de formas voluptuosas y cabello estridentemente rubio, oxigenado, sin lugar a dudas. Vestía un jersey rabiosamente rojo y muy ajustado a su busto exuberante y unos pantalones negros, no menos ajustados a sus pomposas caderas y a sus piernas todavía esbeltas. Rynfall calculó que Lana Marjoln estaba doblando el cabo de los treinta años y que, aunque era una mujer muy vistosa, su derrota en la lucha que sostenía contra las grasas era inevitable en un plazo más o menos largo.
Se puso en pie cortésmente y señaló una silla.
—¿Señorita Marjoln? Soy Bram Rynfall. ¿Quiere tomar algo?
Ella agitó una mano.
—Chuck, ponme un doble. Del bueno —especificó con voz gruesa y sensual. Se sentó en la silla, cruzando las piernas ostentosamente—. ¿Y bien, señor Rynfall?
—Deseo hacerle algunas preguntas sobre un tal Uriah Johnson, buen amigo suyo… en tiempos —contestó el joven intencionadamente.
Los ojos de Lana chispearon. Vino Chuck, agarró el vaso y se tomó la mitad de su contenido de un solo golpe, sin respirar.
—¿Por qué le interesa ese bastardo? —dijo agriamente.
—Lo asesinaron. Fue una mujer, señorita Marjoln.
—Yo, no —contestó Lana tajantemente.
—Lo sé. Sin embargo, deseo que me cuente algunos detalles de sus relaciones con Johnson y los motivos de su ruptura.
Ella le miró a través de sus espesas pestañas.
—Oiga, hermano —dijo—, ¿por qué se preocupa tanto por un hijo de perra que está muerto y bien muerto?
Rynfall sacó a relucir su insignia.
—Departamento de Homicidios —contestó—. ¿Es una explicación suficiente para mi interés por la muerte de Johnson?
—Y que lo diga —contestó Lana—. Bueno, ¿qué rayos quiere saber?
—Usted y Johnson eran amigos. ¿Por qué riñeron?
—Está equivocado, teniente. Johnson me dejó plantada.
—¿Por qué?
Lena se encogió de hombros.
—Debió aburrirse de mí, supongo.
—¿Sólo por eso?
—No me dio ninguna explicación. Me entregó dos mil pavos, me dijo que me comprase lo que quisiera y elijo que ya no podíamos seguir siendo… amigos. Eso es todo, teniente, aunque no quiera creerlo.
—¿Otra mujer? —apuntó Rynfall.
—¿Quién sabe? Puede ser.
Rynfall se dijo que lo que estaba oyendo era muy distinto de lo que había averiguado en un principio acerca de Johnson. Pero esto tenía, relativamente, muy poca importancia.
De repente se le ocurrió una idea.
—¿Conoce a esta mujer? —Sacó la fotografía de Samara y se la enseñó.
Lana Marjoln entrecerró los ojos.
—Creo haberla visto alguna vez —declaró.
—¿Aquí?
—En todo caso, sí, aquí mismo, teniente.
—¿Cuándo fue la última vez?
—Yo diría que tres o cuatro noches atrás.
—¿Dónde? Perdón, ¿en qué parte del local?
—Me parece que en el mostrador, teniente.
—¿Sola?
—No. Iba con un hombre.
—Descríbame a ese individuo.
Lana frunció el ceño, cómo si esforzase la memoria.
—Me parece que era bastante mayor que ella, casi calvo… No recuerdo más; pasan muchos clientes por el Circle’s.
—¿Se fijó, puesta que desde el escenario era fácil que lo viera, si ella se ausentó del mostrador, y en tal caso, cuánto tiempo?
La cantante volvió a reflexionar.
—Creo que sí —respondió—. Verdaderamente, no se lo podría asegurar bajo juramento, teniente; ha de comprender que no estoy en el escenario para vigilar a la clientela.
—Eso es muy cierto —convino el joven—. Ahora dígame una cosa; parece ser que a usted no le sentó muy bien el plantón que le dio Johnson.
—Desde luego, no eché las campanas a vuelo —confesó ella agriamente.
—Una mujer despechada es capaz de hacer muchas cosas —dijo Rynfall en tono suave.
—Olvida usted que la asesina de Johnson es morena y yo rubia —contestó Lana—. Además, puede preguntar a todos; estuve en el Circle’s desde las nueve y media hasta cerca de la una de la madrugada. Es evidente que yo no pude cometer esa muerte, ¿verdad?
—Motivos no le faltaban para ello —opinó el joven.
Lana Marjoln exhaló una estridente carcajada. Luego, con gesto provocativo, se pasó las manos por los costados, al mismo tiempo que inspiraba profundamente, a fin de hacer resaltar aún más las protuberantes curvas de sus senos.
—Mire, teniente, no niego que en el primer momento me llevé una rabieta mayúscula cuando el canalla de Johnson me dejó plantada. Pero no tardé en rehacerme, pensando en que todavía tengo cuerda para rato y que lo que me sobran son hombres para quererme, ¿comprende?
Rynfall la contempló pensativamente durante unos segundos. Movió la cabeza afirmativamente.
—No se puede dudar, señorita Marjoln. —Concordó con amplia sonrisa—. Y ahora, por favor, la última pregunta.
—¿Sí, teniente?
—En su opinión, ¿cree que Johnson la pudo dejar plantada por la señora Ulhdin?
—No lo creo.
—¿Por qué?
—Uriah no me habló jamás de ella, teniente.
—Eso no es obstáculo. Si Johnson pensaba en otra mujer, es claro que no se lo iba a decir a usted. Johnson era asiduo del Circle’s y la señora Ulhdin también venía por aquí de cuando en cuando. Quizá se conocieron en este local y usted, en tal caso, podía haber adivinada algo al respecto.
—No les vi juntos nunca, al menos en el Circle’s, si es eso lo que trata de saber —respondió Lana.
Rynfall se puso en pie.
—En todo caso, la conversación ha sido muy instructiva y provechosa, señorita Marjoln.
Ella le dirigió una calurosa sonrisa.
—Venga a verme cuando esté menos ocupado, teniente —dijo—. Le aseguro que me gustaría charlar con usted, pero de otros temas menos áridos.
—Estoy seguro de que, en tal caso, la conversación se convertirá en un placer —respondió él—. Lo tendré en cuenta. Adiós.
—Adiós —murmuró Lana, recargando la expresión invitadora de su sonrisa.