CATULO IV

 

Diana se turbó un poco y luego, maquinalmente, llevó la mano al cinturón de la bata que vestía, semejante a un kimono corto.

Sí, claro... Dispensen unos momentos, por favor...

En la petición de los dos sujetos, Baxter encontró algo extraño.

¿Adónde llevan a la señorita? preguntó.

El hombre que había hablado en primer lugar, miró a la muchacha.

¿Es pariente suyo, señorita? inquirió.

—No. Sólo vino a verme...

El otro hombre entró y cerró la puerta.

Entonces, dígale que se marche ordenó.

Hubo un instante de silencio. Baxter sospechó, de inmediato, la clase de profesión a que se dedicaban aquellos dos individuos. Rostros duros, con algunas cicatrices, una ceja partida, manos de grandes nudillos..., y bajo la chaqueta el bulto inconfundible de una pistola sobaquera.

Diana se volvió hacia el joven. Baxter dijo:

Por favor, pídales que se identifiquen; que le enseñen su documentación..., si es que son policías.

La muchacha lanzó una exclamacn. El hombre de la ceja partida gruñó:

Estamos perdiendo demasiado tiempo.

Y sacó su pistola, pero antes de que pudiera situar el cañón horizontalmente, una mano, con movimiento fulgurante, bajó de filo para golpear la muñeca armada.

Unos huesos chasquearon horriblemente. La pistola saltó por los aires, mientras su dueño, presa de indescriptibles dolores, se tambaleaba aparatosamente, desinteresado ya de cuanto pudiera suceder a su alrededor.

El otro se sorprendprimeramente y luego sonrió.

Al chico le gusta la pelea dijo—. Bien, vamos a complacerle...

Al mismo tiempo que hablaba, disparaba su po derecho. Pero el golpe no causó los efectos que esperaba.

De repente, se encontró con dos manos que aferraban su brazo con presa de hierro. Antes de que pudiera reaccionar, se encontdando media vuelta sobre sí mismo.

Un segundo después, Baxter alzó su pie derecho y lo apoyó un poco más arriba de las posaderas del sujeto. Hizo fuerza y el individuo salió catapultado con increíble potencia, estrellándose de cara contra la pared más cercana.

Se oyó un rugido de dolor. El sujeto retrocedió, con las dos manos sobre la nariz, aplastada por el impacto. Baxter alzó los dos brazos y golpeó su cuello, por ambos lados, con los filos de las manos. El individuo se desplomó sin sentido, instantáneamente.

Diana se sentía estupefacta. Aquel joven, de aspecto más bien vulgar, había derrotado a dos tipos habituados a todo género de peleas, y además, armados, sin emplear otra cosa que sus manos. Baxter se inclinó hacia el primero, que seguía arrodillado, y lo hizo levantarse, agarrándolo por el cuello de su chaqueta.

Será mejor que se vayan, y no vuelvan a molestar más a la señorita dijo severamente. Luego se volvió hacia la muchacha: Ande, vaya a vestirse y no se preocupe de nada más.

Diana se encaminó a las habitaciones interiores. Cuando salió, un cuarto de hora más tarde, vio, con asombro, que Baxter estaba solo.

Se han ido...

Los he echado corrigió el joven, con buen humor.

Señor Baxter, ¿qué pretendían de mí esos sujetos?

—Mis sospechas sobre la muerte de su padre parecen confirmarse respondel interpelado. Por dicha razón creo que debería acompañarme a casa del doctor Curliz.

Sí, iré con usted contestó ella vivamente.

Y, otra cosa, señorita Culver: le aconsejo que se cambie de domicilio inmediatamente. Vaya a un hotel durante algunos días y no comunique a nadie su nueva dirección. Esos individuos podrían volver, ¿comprende?

Diana palideció.

¿Usted cree?

Seguro. Ni el lugar ni la ocasión eran los más adecuados, aparte de que hubiese tenido que emplear la violencia para saberlo, pero el caso es que esos dos tipos no me han querido decir quién les había enviado.

—No entiendo...

Eran vulgares matones, a sueldo de un personaje de cierto relieve, quien supone que usted tiene algo valioso.

Pero yo no tengo nada de valor. No sé qué podrían buscar...

Señorita suspiBaxter, hablando claro y aunque le duela, la conducta de su padre, mientras vivió, fue todo menos decente. Si lo asesinaron, como supongo, fue porque alguien se desquitó por ese medio, sabiendo que podría conseguir lo perdido por otros procedimientos. Y de ahí ha venido todo lo demás, ¿comprende?

Empiezo a comprender dijo la muchacha. Pero ¿qué es lo que pudo dejar mi padre?

Baxter abrió la puerta.

A mí también me gustaría saberlo contestó.

Salieron de la casa en silencio. Baxter obserque Diana parecía sumamente preocupada. Era lastimoso, pensó; hasta entonces, ella había estado ignorante de las verdaderas actividades de su padre y el choque debía de haberla afectado profundamente.

Minutos más tarde, Diana se detenía ante una puerta en la que había un rótulo:

 

«Doctor A. P. Curliz

 

Aquí es —dijo.

Debajo del nombre del galeno había una indicación- «Entre sin llamar.» Baxter empujó la puerta.

En el consultorio del dico reinaba un silencio absoluto. Baxter avanzó unos cuantos pasos más. De pronto, se detuvo, a la vez que extendía la mano derecha.

— ¡Quieta! dijo.

Era ya un poco tarde. Diana vio el cuerpo tendido en el suelo, al otro lado de la mesa de trabajo, y lanzó un gemido de dolor.

Baxter dio la vuelta a la mesa y se inclinó sobre el cdo. En el pecho de Curliz se veía un agujerito del que no había salido demasiada sangre. Pero el impacto, se veía claramente, estaba en un lugar vital: el corazón.

Al cabo de unos segundos, se puso en pie. Sacó un pañuelo, envolvió el teléfono y marcó un número.

¿Telefonista? Por favor, póngame con la policía. Es muy urgente, señorita; se trata de un asesinato...

 

 

* * *

 

En los archivos no hay nada sobre Culver informó Gray, a través de la televisión

Es decir, nada que se refiera a él directamente, aunque la computadora señaló una noticia que mencionaba su nombre, aunque sin dar más detalles. Se trata de un juicio por lesiones, contra un tal Eph Salters, acusado de haber causado graves daños físicos a Alfred Culver. En el acto del juicio, Culver retiró la acusacn. De Salters puedo decirte que era apostador profesional, pero eso es todo.

Baxter encendió un cigarrillo, repantigado en la butaca, frente al televisor.

Seguramente, Culver hizo una apuesta y luego no pagó —dijo.

Sí, es lo que parece más probable, caballero andante contestó Gray irónicamente. La hija de Culver, creo, es muy bonita, ¿verdad?

Bastante, pero tú sabes que yo no hago nada por...

Ya, por amor al dinero. Pero estas consultas que me haces cuestan caras. Si ella no paga, ¿quién pagará?

Pareces un banquero rió Baxter. No te preocupes, cuando todo haya terminado, pásame la factura. Otra cosa: ¿algún dato sobre el domicilio de Salters?

—No. ¿Crees que Culver murió asesinado?

—Denis, se puede sofocar a una persona, poniéndole la almohada sobre la cara. Eso no deja señales y el médico informa, luego, de que el «pacientfalleció a consecuencia de un paro cardíaco.

Yo conocía a uno que murió también de un paro cardíaco —dijo Gray—. Claro que el corazón se le paró a consecuencia de la colisión con un trozo de plomo, forrado con una aleación de cobre y níquel, en forma de proyectil calibre treinta y ocho...

—No seas mordaz; demasiado sé que cuando una persona muere es porque el corazón se le para, por una causa u otra. Pero da mucho que pensar el hecho de que dos tipos hayan sido asesinados a poco de la muerte de Culver, ¿no te parece?

Sí, da la sensación de que hay un caso muy turbio detrás de todas estas muertes. Para ti, esta clase de asuntos es miel pura, ¿no?

Baxter se puso en pie.

—Me llama la atención, simplemente contestó. Gray lanzó una burlona carcajada,

—No sé, pero nunca intervienes cuando se trata de una ancianita desvalida... Siempre haces algo cuando la persona perjudicada es una mujer, joven y hermosa...

lo has dicho antes; tengo alma de caballero andante contestó Baxter zumbonamente.

Cuando salía del cuarto de comunicaciones, empezó a pensar en la forma de localizar a Eph Salters. Pero antes de que pudiera tomar una determinación, vio a su criado que le tendía el teléfono.

Para usted, señor. Baxter tomó el auricular.

¿Sí...?

— ¡Hola! sonó una voz conocida. ¿Qué noticias me da usted?

¿Cómo?

Yo también estoy intrigada, ¿no lo recuerda?

— ¡Oh, sí, claro! Pero...

¿Por qué no viene a tomar una copa conmigo? ¿Es que ya no recuerda dónde me hospedo?

Por supuesto, pero en estos momentos me es imposible, Nellie. Iré en cuanto haya visto a un individuo con el que estoy citado.

El cual, seguramente, tuvo algo que ver con Culver.

Un poco, en efecto.

Está bien, venga lo antes que pueda, Budd.

Iré, Nellie.

 

* * *

 

El hombre oyó la pregunta y luego volvió su rostro de nariz afilada hacia Baxter.

—De modo que busca a Salters —dijo.

Así es, Manny contestó Baxter.

Manny Dealey, alias el Vaca, fijó la vista en el vaso que tenía delante de sí. El vaso estaba vacío y Baxter comprendió, en el acto, la indirecta que le lanzaba el sujeto.

Levantó una mano. El barman llenó el vaso de nuevo.

¿Qué quiere saber de Salters? preguntó Dealey, después de un largo trago.

Hace cosa de año y medio tuvo un conflicto con un tal Culver...

— ¡Culver! exclamó Dealey, sorprendido.

Le conoces, ¿eh?

Era un hijo de puta esférico rezongó el sujeto.

¿Cómo esférico? preguntó Baxter, desconcertado.

Quiero decir que era un hijo de puta, desde cualquier punto que se le mirase. A mí me birló cinco mil pavos con la promesa de un negocio magnífico... Total, que acabó perdiéndolos en las apuestas. Culver tenía un don de gentes maravilloso: era un pico de oro para sacar la pasta, incluso de debajo de las piedras..., pero se perdía en las carreras de caballos. No acertaba un ganador ni por casualidad.

Sí, pero ¿qué pasó con Salters?

— ¡Oh! Lo que suele suceder siempre, cuando uno debe dinero de las apuestas y no paga.

Ya. Pero si ganaba tanto dinero...

A veces tenía telarañas en los bolsillos. Culver era un estafador de lo fino y cuando uno se gana la vida de este modo, es preciso preparar los golpes bien, para no fallar. Por lo tanto, había ocasiones en que estaba verdaderamente «limpio», pero su afición a las carreras no le abandonaba jamás.

Voy entendiendo. Bien, Danny, ¿puedes decirme dónde vive Salters?

En el cementerio.

Dealey movió la mano y el barman volvió a llenarle el vaso.

Está muerto dijo Baxter.

Se cayó desde un décimo piso. La policía optó por la solución cómoda del suicidio, para no entrar en averiguaciones.

Alguien le hizo saltar por la ventana.

Sí, Will Catheby, que es el que tiene ahora su negocio.

— ¡Oh! Una buena forma de eliminar la competencia,

Exactamente. Si quiere ver a Catheby..., tenga cuidado. Es más peligroso que una serpiente de cascabel con dolor de muelas.

Las serpientes de cascabel tienen colmillos sonrió Baxter.

Bueno, con dolor de colmillos. Calle Ciento Dos, Este, setecientos noventa y siete. Baxter metió la mano en el bolsillo y sacó cinco billetes de diez dólares.

Una pregunta más, Manny.

¿Sí?

¿Conocías a un tal doctor Curliz? El Vaca soltó una risita.

Todo el que recibía una herida de bala y no quería que se enterase la policía, acudía a Curliz. Conozco al menos media docena de viudas, que envenenaron a sus maridos para cobrar el seguro, gracias a los certificados de muerte natural extendidos por Curliz, Las solteras en compromiso acudían a Curliz a bandadas...

Ya, no sigas. Gracias, Manny.

Baxter abandonó la taberna en donde había tenido lugar la entrevista. En la acera, encendun cigarrillo. Era un asunto sórdido, repugnante, pensó..., pero dos hampones no iban a secuestrar a Diana, solamente porque su padre hubiese muerto dejando algunas deudas.

Había algo más. ¿Qué era?

Consultó su reloj. De pronto, penque le convenía descargar un poco la mente. ¿Por qué no tomar una copa con Nellie Stoddard?

 

* * *

 

En recepción consultaron a Nellie, quien indicó que el visitante podía subir de inmediato a la suite que ocupaba. Baxter llamó a la puerta, momentos más tarde. Una mano hizo girar el pestillo y abrió un poco. Baxter entrevió un relámpago de carne blanca.

— ¡Estoy terminando! gritó Nellie, desde el baño.

Baxter cerró la puerta. En el suelo se veían todavía las señales de humedad de unos pies descalzos. Sonrió, al pensar en que Nellie no se había molestado siquiera en ponerse una bata de baño, para abrirle.

Un cuarto de hora más tarde, Nellie salió del baño, con los cabellos recogidos por una cinta azul y vestida con un peinador corto, que parecía hecho con hilos de cristal. Ella soltó una risita al ver la cara de estupefacción que ponía su visitante.

—No te vayas a creer que lo uso con frecuencia dijo—. ¡Ah! Veo que has llenado las copas. Piensas en todo, Budd.

Debajo de la bata no había nada más. Baxter levantó su copa.

Por el fabricante de esa tela brindó. Nellie lanzó una alegre carcajada.

Sabía que te gustaría —dijo. Buscó el diván y se enroscó como una gata. Bien, ¿qué te cuentas?

¿Contar? ¿Sobre qué?

— ¡Hombre, de qué va a ser...! El funeral por un canalla... ¿O lo habías olvidado?

—Nellie, viéndote de esa forma, uno olvida todo contestó él.

Es que así me siento más cómoda. Hoy no pensaba salir..., porque has venido tú, claro. ¡Ah!; y no pienses en el olor a vacas o petleo.

Ese olor se transforma, fácilmente, en olor a papel.

¿Papel? se extrañó Nellie.

Papel en billetes de Banco o cheques.

—Materialista se burló la joven.

has empezado...

Budd, dejemos el tema, no seas escurridizo. Cuéntame lo que hayas podido averiguar.

¿Y cómo sabes que he hecho averiguaciones?

Encontramos muerto a Haddock. El caso tiene interés para ti.

—Mera curiosidad...

—No desvíes la cuestión. Culver murió, debiéndome ciento cincuenta mil dólares. Están en alguna parte.

Te equivocas. Culver tenía las manos agujereadas.

Nellie miró a su visitante, por encima de la copa.

Alguna amante que le explotaba, supongo —dijo.

—No. Carreras de caballos. Más que debilidad, eran obsesión. Pero no acertaba ni una.

Es muy extraño —dijo ella, frunciendo el ceño—. Un hombre que ganaba el dinero tan fácilmente...

Y lo perdía con mayor facilidad, todavía. ¿Cómo pudo estafarte ciento cincuenta mil dólares? Tú no pareces tonta, precisamente.

Apareció hace unos meses por Dallas. Vestía con elegancia, se alojó en uno de los mejores hoteles... Tenía mucha labia y era enormemente persuasivo. Dijo ser representante de una casa alemana, especializada en material para campos petrolíferos, con los últimos adelantos técnicos en la materia. Bueno, sería largo de explicar, pero acabé dándole ciento cincuenta mil, a cuenta de un importante pedido... que no llegó nunca.

¿Estafó a más propietarios? Nellie enrojeció.

—No contestó, muy turbada,

¿Por qué?

Bueno... Culver dijo que me cedería la exclusiva para todo el estado de Texas... Así podría yo ganar una suma de dinero, que me haría resultar gratis la compra de la maquinaria. .

Baxter sonrió, mientras miraba compasivamente a la joven.

—Nellie, si tienes tanto dinero, ¿por qué querías aún más? ¿Ibas a sentirte más feliz por ganar media docena de millones? ¿Qué hubieras comprado que ya no tengas?

Ella se levantó bruscamente.

Había algo más... Tenía la respiración muy alterada y las curvas de sus senos se movían alborotadamente—. Pero no quiero decírtelo...

Bien, bien, no te preocupes —dijo el joven, conciliador—. ¿Otra copa?

—No, ya tengo bastante. Budd, la verdad es que no quería recobrar el dinero, sino desquitarme de la humillación que supuso, para mí, no conseguir algo en lo que tenía mucho interés.

¿Acaso pensabas pegarle cuatro tiros?

Uno sólo, y en una pierna. Baxter sonrió.

Con el revólver del abuelito, ¿verdad? Se acercó a Nellie y le puso las manos sobre los hombros. Es mejor que haya sido así. El dinero que te estafó Culver no vale los conflictos que habrías debido afrontar, después.

Bueno, yo me sentía muy furiosa... Me hizo una mala pasada, Budd.

Olvídalo, Nellie.

¿Cómo?

¿Quieres saberlo? Ella sonrió.

Claro contestó.

Las manos de Baxter resbalaron, hasta posarse en la cintura de la joven. Luego, muy lentamente, se inclinó hacia ella y buscó sus labios.

Así murmuró, ardientemente.