CAPÍTULO XIII
Arrogante y fanfarrón, seguido de sus incondicionales, Tinor llegó a la sala donde se iba a celebrar el Consejo Superior.
Era una construcción circular, de techo cónico, con asientos en anfiteatro. En el centro, había una especie de pódium donde cada orador exponía sus puntos de vista.
Mouno y varios más representaban a la Zona Sur.. Los representantes de las Zonas Norte y Este se hallaban ya en sus puestos.
Había una especie de presidente, pero sus decisiones no influían en las votaciones finales de la asamblea. Su único papel era dirigir los debates y conceder o negar la palabra a los oradores, según los casos, además de reprimir manifestaciones ofensivas y medir el tiempo de cada intervención.
Sohlon, el presidente, declaró abierta la sesión:
—Se ha convocado este Consejo Superior a petición de Mouno, consejero por la Zona Sur, el cual suple a Zazed, infortunadamente fallecido. Mouno ha solicitado la convocatoria por razones muy poderosas.
—Así es —convino el aludido, poniéndose en pie—. Esas razones no son otras que preservar las leyes actuales, lo que, a su vez, preservará también la paz del planeta.
—Nuestras leyes deben ser modificadas. Son anticuadas —gruñó Tinor.
—Es probable que tengas razón, pero, en todo caso, lo que no debe hacerse es modificarlas por la violencia o el engaño —dijo Mouno cálidamente.
—Por favor —rogó Sohlon—, es el turno de Mouno. Tinor hablará más tarde, cuando le corresponda su turno.
Tinor emitió una sonrisa desdeñosa y se repantigó en su asiento con aire negligente. Sohlon hizo un ademán.
—Mouno, puedes empezar —invitó.
El aludido abandonó su puesto y bajó al centro del anfiteatro. Harvey, en la zona destinada al público, contemplaba el debate con toda atención.
—Tinor ha conspirado y sigue conspirando para destruir las leyes vigentes por medio de la violencia y el engaño —declaró—. Su intención es destituir el Consejo Superior y erigirse en el dueño del planeta. Las acusaciones son muy graves, pero, naturalmente, no las formulo sin las debidas pruebas.
—En efecto, son unas acusaciones muy graves —dijo el jefe de la Zona Norte— Tendrás que probarlo o retractarse públicamente de lo que has dicho.
—Poseo las pruebas de que mis acusaciones son ciertas —insistió Mouno—. Y ahora mismo…
En aquel instante, alguien se acercó a Harvey y le entregó un rollito de papel.
El individuo desapareció antes de que Harvey pudiera detenerlo. Intrigado, Harvey rompió el hilo que sujetaba el papel y lo desenrolló.
Era un mensaje que leyó rápidamente y le llenó de consternación:
Las pruebas contra Tinor a cambio de la vida de Julia. Si quieres verme, ya sabes dónde encontrarme.
H.S.
La mano de Harvey estrujó el documento. Un temblor de ira acometió su cuerpo, pero logró dominarse.
Trató de llamar la atención del orador. Mouno volvió un momento la cabeza y el joven le hizo un gesto rápido.
Mouno entendió la llamada.
—Suplico me dispensen unos minutos —rogó—. Tengo algo que consultar con mi asesor.
Abandonó el pódium y se acercó a Harvey. En voz baja, el terrestre dijo:
—No sigas, Mouno. Discúlpate como puedas. Julia ha sido raptada.
La boca de Mouno se abrió desmesuradamente.
Harvey agregó:
—Hemos de entregar las pruebas o Julia morirá.
Mouno se sentía consternado.
—Está bien, cualquier cosa es preferible a que ella muera —accedió.
—Gracias —dijo Harvey simplemente.
Mouno volvió a su puesto.
—Debo desdecirme de cuanto he hablado hasta el momento —manifestó sin rodeos—. No tengo las pruebas de las acusaciones que he formulado contra Tinor.
Una enorme sonrisa se formó en los labios del aludido. Numerosos murmullos se alzaron de todos los presentes.
—Si es así, Tinor está en el derecho de exigir una satisfacción —dijo Sohlon.
Mouno se inclinó.
—Estoy dispuesto —contestó—. Incluso si me pide un duelo a muerte, como es costumbre entre nosotros en casos semejantes.
La sonrisa se borró repentinamente de la boca de Tinor.
Era algo con lo que no había contado. Batirse en duelo con un sujeto como Mouno, no sólo hábil, sino, además, tremendamente fuerte, podía resultar para él una catástrofe.
—Me conformo con las excusas que me ha ofrecido Mouno —declaró, fingiendo magnanimidad.
Y se levantó, como dando a entender que daba el caso por terminado.
Sonaron algunos silbidos. Muchos le abuchearon. No faltó quien le llamó cobarde declaradamente.
Mouno también se lo dijo, una vez fuera del edificio.
—Quieres conseguir algo valioso y no eres capaz de arriesgar tu pellejo —dijo despectivamente—. Escucha esto que te digo: si a Julia le sucede algo, iré a buscarte y te cortaré el cuello.
El final del apostrofe fue un salivazo a la cara de Tinor. Hasthod, uno de sus incondicionales, sacó un enorme cuchillo y trató de arrojarse contra Mouno.
Harvey intervino oportunamente. Un soberbio derechazo envió rodando a Hasthod, a diez pasos de distancia.
—Lo que ha hecho Mouno está incompleto —dijo, a continuación—. Yo lo completaré.
Y escupió también al rostro del nativo, que se puso lívido de ira en el acto.
—Vámonos, Mouno —dijo Harvey.
Los dos hombres emprendieron el regreso de inmediato. Al llegar al poblado, Harvey, prevenido, cambió de propulsor individual, poniéndose otro con los tanques llenos de combustible.
Podía necesitarlo para rescatar a Julia.
Sus amigos se ofrecieron a acompañarle. El se negó rotundamente.
—No —dijo—. Esto es cosa exclusivamente mía. Si hay que correr riesgos, los correré yo y nadie más.
—Está bien —cedió Callahan, en nombre de los demás—. Esperaremos veinticuatro horas solamente. Si para mañana a estas horas no has vuelto, iremos en tu busca.
—Y que Dios se apiade de «El Sucio» si os ha ocurrido algo —remató Lorán el parlamento de su compañero.
* * *
Dina, apoyada indolentemente en el mostrador, recibió al visitante con la sonrisa en los labios.
—Hola, Dan —saludó.
—¿Qué tal, Dina? —El acento de Harvey era cortés, pero frío y distante.
—Ya ves, aburrida…^ No hay diamantes, no hay clientes…
—Tendrás que inventar otra moneda o no venderás tu licor. ¿Puedo hablar con Harry?
—No está, Dan.
Hubo un instante de silencio. Harvey miraba fijamente a la mujer.
—Tan guapa como despiadada —calificó.
Dina se encogió de hombros.
—Cada uno es como es —respondió.
—Bien, ahora, dime dónde está Harry con la chica —pidió Harvey.
—¿Tienes las pruebas? —preguntó ella.
Harvey puso sobre el mostrador una «cassette».
—Ahí las tienes —contestó.
Dina sacó una pequeña grabadora, insertó el cartucho de cinta en la misma y la puso en funcionamiento.
A los pocos minutos, cortó el contacto.
—Veo que no me has engañado —dijo, complacida.
Acto seguido, sacó de nuevo la «cassette» y la destruyó, mediante una descarga térmica, a mínima tensión.
—Ahora, dime dónde está Harry —pidió Harvey.
Sonriendo, Dina extrajo de su seno un papel y se lo entregó.
—Ahí tienes un mapa, con la situación del escondite. Ve a buscarlo cuando quieras —contestó.
—Bien, pero ¿cómo sabrá Harry que he entregado las pruebas?
Dina jugueteó con una especie de medallón que descansaba en el centro de su opulento seno.
—Esto es un transmisor de radio —manifestó—. Harry nos ha estado escuchando desde un principio.
— ¡Ah, comprendo! Adiós, Dina.
—Adiós, imbécil.
Harvey salió de la taberna. Apenas se hubo quedado sola, Dina se acercó el medallón a los labios.
—Harry, Dan va a buscarte —informó.
Luego, satisfecha, se sirvió una copa y la apuró de un trago. A continuación, aburrida, se metió en su dormitorio.
Cruzó la puerta. Dos fuertes manos cayeron sobre ella: una le tapó la boca y otra le arrancó el medallón de un fuerte tirón.
Acto seguido y antes de que Dina pudiera reaccionar, sintió un terrible empellón que la arrojó sobre la cama. Los ojos se le llenaron de lágrimas de dolor y rabia al comprender que Harvey estaba todavía muy cerca de ella.
* * *
Harvey no cometió el error de aplastar el medallón de un taconazo; Sutton, tal vez, podía captar el ruido e imaginarse lo que sucedía. Mientras Dina trataba de reaccionar, buscó el interruptor y cerró la emisión.
Ella se revolvió en la cama.
—Me has engañado —dijo acusadoramente.
—¿Pensabas que iba a irme sin más? —contestó él—. Dina, conozco demasiado bien a Sutton. Harry es capaz de matar a la chica después de haberme matado a mí. A ella la quitará de en medio para que no hable. En cuanto a mí, no me creas tan ingenuo para no suponer que no me ha tendido una trampa.
—Yo no sé nada…
—Dina, puedo emplear contigo dos medios para hacerte hablar. Uno de ellos es doloroso, pero te dejará con vida. El otro, indefectiblemente, te causará la muerte, porque te obligaré a ir delante de mí. Si hay una trampa, tú caerás en ella antes que yo.
La mujer se aterró. Sabíase indefensa en manos de Harvey. Y conocía el intolerable sufrimiento que causaban las descargas del cinturón que llevaba puesto el joven y que afectaban a todo el sistema nervioso.
—¿Qué… qué me prometes si hablo? —preguntó.
—Te lo dije hace días. La vida es bella, aunque sea sin dinero. Te garantizo el regreso a la Tierra, eso es todo.
—No me dejas ninguna opción —se quejó Dina— Hay tantos diamantes en Edenia…
Harvey sonrió irónicamente.
—A poco que puédaselos conseguirás en la Tierra fácilmente. Tú conoces bien la forma de hacerlo —contestó.
—Pero yo soy una mujer…
—La pareja perfecta para la serpiente que es Harry. No quiero que infectéis este paraíso, eso es todo. ¡Vamos, habla!
—Harry ha colocado una doble cúpula de energía sobre el lugar en que se encuentran —contestó Dina.
—¿Conoces su potencial?
—No, yo no entiendo demasiado de cuestiones técnicas.
Harvey torció el gesto. El potencial de, por lo menos, una de las dos cúpulas, debía de ser elevadísimo, puesto que tenía que hallarse muy cercana a la otra, ya que, de no ser así, ambas se destruirían por la polaridad diferente en que debían ser proyectadas.
En cualquier caso, era una buena medida de protección. Una doble cúpula de energía destruiría cualquier proyectil que se lanzase contra ella, a menos que…
Una idea se le ocurrió de repente. Sonrió y dio dos amistosos cachetitos en la cara de Dina.
—Por el propio bien de tu amigo, espero que se entregue sin más requisitos. Así podrá vivir muchos años —se despidió de la mujer.
Dina le dirigió una impotente mirada de furia. Buscó el medallón, pero no lo encontró.
Harvey se lo había llevado y no tenía a mano otro procedimiento de avisar a Sutton. De todas formas, y mientras de ella dependiera, no iba a permitir que el joven consiguiera sus propósitos de liberar a Julia Vinceton.