CAPÍTULO XI

 

—La solución no puede ser más que una —dijo Dina, mientras se arreglaba el pelo ante el espejo.

Sutton se frotó la mandíbula. Aunque habían pasado ya varios días desde su breve pelea con Harvey, si bien ya no sentía el dolor físico, el moral, causado por su fulgurante derrota, persistía todavía.

—Te encargarás tú de él —dijo.

—Sí. Y conseguiré quitarlo de en medio.

—El otro día lo intentaste. No se puede decir que acertases. Dina.

—Alguien me atacó por detrás. La chica, supongo… pero cuando yo lo encuentre, Julia Vinceton no estará presente, te lo aseguro.

Dina terminó su tocado y, orgullosa, se volvió hacia el hombre.

—¿Eh, qué te parezco? —preguntó.

Sutton la contempló embobado.

—Estás guapísima —elogió—. Oye, y ese color oscuro te sienta maravillosamente.

Dina se echó a reír.

—Claro, si tengo que pasar por una nativa, he de oscurecerme también la piel —dijo.

—«Toda» la piel —indicó Sutton con malicia.

—¿Me tomas por tonta? Nunca olvidaría ese detalle tan importante, Harry.

Acto seguido, Dina se vistió con la indumentaria habitual de las nativas jóvenes y bien formadas: sujetador de piel muy suave y unos breves pantaloncitos.

—No olvides el detalle de los pendientes —aconsejó Sutton.

—Por supuesto —contestó ella—. Ah, una advertencia, Harry.

—Dime, hermosa.

—Cuando yo haya acabado con Harvey, tú tendrás que eliminar a la chica. Aunque no ocupa un cargo muy importante, tiene mucha influencia en la Zona Sur.

—Lo sé, Dina, lo sé.

—Pero procura actuar de un modo más discreto que con Kazed. Harvey destapó el pastel casi en el acto.

Sutton lanzó un gruñido de disgusto, al recordar la forma en que Harvey había descubierto el asesinato de Kazed.

—Esta vez no habrá errores, te lo prometo —aseguró.

Y como Dina aparecía radiante de hermosura, se acercó a ella y la estrechó con sus brazos, apenas un segundo antes de buscar sus labios con ardiente pasión.

 

* * *

 

Con evidentes muestras de fatiga, Julia entró en la estancia y se sentó en la silla que le ofrecía uno de los terrestres.

— ¡Por fin! —exclamó Harvey al verla—. Empezaba a pensar que no regresarías jamás.

Julia sonrió.

—Exagerado —contestó.

—¿Traes buenas noticias? —preguntó Dubois ansiosamente.

—No son malas. Habrá una reunión del Consejo Superior y en ella será decretada la expulsión y degradación de Tinor…, siempre que se presenten pruebas de su conspiración.

Lorán torció el gesto al oír aquellas palabras.

—No va a ser fácil —dijo.

—Podríamos recurrir al truco empleado en el caso Kazed…

La sugerencia, que procedía de Malone, fue rechazada por Harvey en el acto.

—Esta vez no daría resultado —dijo—. Más que presentar una acción, interesa presentar unos diálogos y, aunque sospechamos su contenido, ignoramos su forma exacta. Tendremos que buscar otra prueba, muchachos.

Callahan se acarició la mandíbula pensativamente.

—Se me ha ocurrido una idea —exclamó de pronto.

—¿Buena? —preguntó Dubois.

El gigante sonrió.

—Temo que Zoltan tendrá que emplear de nuevo sus dotes de maquillador —contestó.

Callahan habló durante algunos minutos. Al terminar, Harvey aprobó el plan.

—Pero vamos a hacerlo bien —dijo—. No podemos cometer el mínimo error o fracasaríamos. Ninguno de nosotros tiene una fotografía de Sutton, ¿verdad?

— ¡Qué cosas tienes! —bufó Callahan—. Sutton no es la clase de personas, cuya fotografía se lleva en la billetera, para mirarla de cuando en cuando.

—Está bien. En ese caso, no habrá otro remedio que conseguir esa fotografía como sea. Por supuesto, yo me encargo del asunto.

—Puede ser peligroso que te enfrentes con ese pirata —advirtió Julia, aprensiva.

—Llevaré puesto el cinturón que una vez te dejé a ti —contestó Harvey sonriendo—. Pedro, tienes que ir a la nave. Allí hay un par de microcámaras.

Lorán se levantó.

—Volveré en seguida —aseguró.

Harvey se dirigió a la muchacha.

—Julia, ¿te ha costado mucho conseguir la reunión? —preguntó.

—No ha sido fácil —respondió ella—. Han sido muchas horas de negociaciones. Ya sabes que, en un principio, se negaron a atender a nuestros deseos, pero, finalmente, acabaron por ceder. Aunque ya conoces las condiciones, Dan.

—Sí, ya lo sé: se necesitan pruebas —dijo Harvey—. ¿Tuviste que echar mano de algún argumento especial?

Julia sonrió.

—Después de tres días de negociaciones, una mañana, antes de amanecer, empecé a volar sobre las aldeas, utilizando el alterador molecular. Luego dije que los diamantes no servían de nada, puesto que eran inestables químicamente. Cuando vieron el carbón, cedieron del todo.

—Espero que no conozcan nunca la verdad —deseó Harvey.

—No será por mi parte —aseguró la muchacha—. Son trucos que, incluso, podrían llamarse de baja ley, pero, en este caso, justifican los medios.

—Sobre todo, cuando se emplean contra tipos de la calaña de Sutton y Tinor —concluyó Harvey rotundamente.

 

* * *

 

Alguien, que estaba asomado a la puerta de la taberna, vio la alta figura que avanzaba por el centro de la calle y dio la voz de alarma:

— ¡Eh, ahí viene Harvey!

Sutton se sobresaltó un instante. Dina, más serena, tomó la iniciativa en seguida.

—Déjalo de mi cuenta, Harry —pidió.

—Está bien, pero ten cuidado —respondió el barbudo.

Harvey se asomó instantes después a la puerta del local.

—Hola, Harry —saludó jovialmente—. Aunque sea tu enemigo, ¿puedo pasar a tomar una copa?

—Si no tienes aprensión de que esté envenenada, desde luego —contestó Sutton en el mismo tono.

Harvey se acercó al mostrador. Inmediatamente, advirtió la hermosa nativa que estaba ya dispuesta a servirle.

—No sabía que hubieses empleado a una barmaid, Harry —dijo.

—Una chica guapa siempre da más ganancias, Dan. Se llama Theia. Éste es Dan, Theia.

—Hola, Dan —murmuró la mujer, con la más insinuante de las sonrisas.

—Es un placer, Theia —saludó Harvey—. Muy guapa; sí, señor —elogió.

—No tengo mal gusto —dijo Sutton, pavoneándose—. Bueno, tengo que salir; si quieres beber más, Theia te atenderá.

—Gracias, Harry.

Sutton abandonó el mostrador. De pronto, Harvey le detuvo, tirándole de una manga.

—Tengo que decirte algo, Harry —manifestó.

—¿De qué se trata? Supongo que no me guardarás rencor por lo de tus cinco muchachos, ¿verdad? Tú mismo me dijiste una vez algo sobre una declaración de guerra…

—Oh, ¿cómo iba a guardarte rencor, si están vivos?

Sutton se quedó con la boca abierta.

—Dan, no me gastes bromas de cierta clase; no las admito. ¿Me entiendes?

—Pero si es la pura verdad. Están vivos, Harry.

El barbudo empezó a sospechar que su rival decía la verdad.

—Debieron haberles rebanado el pescuezo cuando los atraparon —masculló, furioso.

—Pero quisiste tenderme una trampa también a mí y eso fue lo que me permitió salvarlos. Los mecanismos funcionaron perfectamente y ellos, por supuesto, se hundieron a casi veinte metros de profundidad. Sin embargo, antes de que se hundieran, yo, desde el aire, les hice ingerir una doble dosis de píldoras oxigenantes.

— ¡Maldición! —juró Sutton.

—Ya sabes que esas píldoras se usan en el espacio, en casos desesperados, y permiten a un hombre sobrevivir sesenta minutos en un medio sin oxígeno. Naturalmente, con una hora de tiempo había más que suficiente para cortar los cables que los unían a los pesos que tú pusiste para que se ahogaran. ¿Satisfecho con la explicación, Harry?

Sutton volvió a maldecir de nuevo. Luego, sin añadir una palabra, giró sobre sus talones y se dirigió hacia la salida.

Harvey soltó una risita, mientras se acercaba al mostrador. Dina le llenó otra copa.

—¿De qué hablabas con el terrestre. Dan? —preguntó.

—Oh, cosas sin importancia —respondió el joven, en tono voluble—. ¿Quieres que te diga una cosa, Theia? Nunca había visto una nativa tan hermosa como tú.

Dina sonrió, fingiendo sentirse halagada.

—Ahora no hay nadie en la taberna —contestó—. ¿Por qué no me lo dices en lugar más discreto?

—Con muchísimo gusto —aceptó Harvey.

 

* * *

 

Entraron en el dormitorio. Dina se volvió y le tendió los brazos.

—Nadie nos molestará —susurró.

—Te gustan los terrestres, ¿eh? —dijo Harvey, sonriendo.

—Me encantan —contestó ella, con el cuerpo pegado al del joven—. ¿No me besas? —invitó, seductora.

—Dina, los médicos hicieron un buen trabajo en tu cara. Nunca creí que volvieses a recuperar tu belleza.

Ella dejó de sonreír en el acto.

—¿Dina? No entiendo, Dan. Yo me llamo Theia…

—Hace algunos días, alguien te pegó un golpe, dejándote sin sentido. Entonces te quité por unos momentos la máscara regeneradora que usabas casi continuamente.

La mujer se separó de Harvey como si hubiese visto de repente una serpiente venenosa.

—Entonces, lo sabes —dijo agudamente.

—Debo admitirlo —contestó él, sin inmutarse—. ¿Por qué me odias tanto?

Dina se golpeó la cara con ambas manos.

—¿Es que no te lo imaginas? —gritó—. Sí, los médicos me curaron, pero tuvieron que darme una nueva apariencia facial. Las heridas eran demasiado grandes para reconstruir mis facciones. No estoy disgustada con mi apariencia actual, pero prefería la antigua…

—Las heridas fueron accidentales. Lo que ya no fue tan accidental es la droga que tú pusiste en las bebidas de Malone y Lorán para que enloquecieran y se acuchillaran.

— ¡Eso no me importa ahora! —exclamó Dina—. Aquel día juré vengarme de ti; pero ya no es sólo la venganza, Dan Harvey, sino que no quiero que te interpongas en mi camino hacia la riqueza. ¿Lo entiendes ahora?

—Perfectamente, Dina. ¿Qué piensas hacer conmigo? ¿Matarme?

—Tú lo has dicho.

Dina giró sobre sus talones y saltó hacia una mesita, encima de la cual, cubierta con un pañito, había una pistola térmica. Agarró el arma, pero en el momento en que se disponía a volverse, sintió invadido todo su cuerpo por un dolor intolerable.

Lanzando un chillido agudísimo, soltó la pistola y cayó al suelo, revolcándose como una poseída. Harvey cortó la emisión de su cinturón y se acercó a la mesa, apoderándose de la pistola.

Los dolores de Dina fueron atenuándose a los pocos minutos. Harvey esperó a que ella se sintiese más calmada.

—Dina, tienes algo que vale mucho: belleza y juventud —dijo—. Vuelve a la Tierra y vive muchos años. Si insistes en continuar en Edenia, desperdiciarás esos bienes, los más preciosos de todo ser humano.