CAPITULO PRIMERO

 

El hombre y la mujer estaban estrechamente abrazados, besándose con verdadera furia. Las manos del hombre recorrían codiciosamente el esbelto cuerpo femenino, sobre el que cada vez quedaban menos prendas de ropa. Ella, a su vez, devolvía los besos con ansia voraz, consciente del poder de atracción sensual de su cuerpo, pero, al mismo tiempo, envuelta en las ardientes oleadas de la pasión. Casi de pronto, ella y él rodaron sobre el lecho, cuyos muelles crujieron al doble golpe.

Pero, de repente, la escena cambió.

Ella abrió los ojos desmesuradamente y un grito de tenor brotó de sus labios. El hombre se apartó a un lado, justo para ver a un individuo que caía sobre él, enarbolando una pesada hacha.

El filo del acero cayó sobre una frente, hendiéndola profundamente. La sangre y los sesos saltaron en repugnantes chorros El amante se desplomó a los pies de la cama.

La mujer, aterrorizada, chillaba demencialmente. Preso de una furia inextinguible, el recién llegado se arrojó sobre ella y empezó a golpearla con el hacha. Los chillidos alcanzaron un volumen intolerable. El hacha casi seccionó un hermoso seno. Luego hendió tres costillas y un vientre cálido y acogedor. El golpe final seccionó la yugular escondida bajo un cuello de cisne. Los desnudos pies de la mujer batieron el aire unos instantes y luego se relajaron lentamente.

El asesino, cubierto de sangre, miró extraviado a su alrededor. La habitación parecía un matadero.

De pronto, empezó a recobrar la calma. Todavía podía marcharse. Nadie le había visto llegar. En el automóvil tenía ropas limpias. Se cambiaría lejos de la casa y quemaría las que llevaba, manchadas de rojo. Un día, cuando todo se hubiese calmado, volvería de nuevo por aquel lugar y...

Reconoció que se había precipitado, enloquecido por los celos, pero ya era tarde para hacerse reproches. Debía haber llegado con normalidad, haciendo algo de ruido. Así habría alertado a los amantes que le engañaban... y habría conseguido lo que ahora podía considerar perdido.

Volvería, se dijo.

De pronto, oyó el ruido de una puerta que se cerraba no lejos del sangriento dormitorio. Entonces, se percató de que la puerta de comunicación con el dormitorio contiguo estaba entreabierta.

Alguien había presenciado la escena. Había un testigo de su doble crimen. Jared Robertson pensó que era preciso eliminar al testigo, fuese quien fuese y a cualquier precio. Si le atrapaban, podía despedirse de...

Abrió la puerta contigua y salió, dejando pisadas rojas en el suelo. Cruzó el otro dormitorio. Alguien llegaba en aquel momento a la planta baja.

—¡La niña! —exclamó.

Tenía pocos años, pero, precisamente, por lo mismo, repetiría con toda fidelidad lo que había visto. Robertson había odiado siempre a aquella chiquilla seria, reconcentrada, lacónica, que se pasaba las horas muertas contemplando una flor o jugando casi silenciosamente con sus muñecas...

Siempre se lo había dicho a la muerta.

—Es un estorbo, mándala a un orfanato. Se pasa el día espiando detrás de las puertas...

La muerta se había negado siempre, bajo el pretexto de que era el único pariente vivo que le quedaba a la niña.

—No estorba, es muy buena y muy callada y obedece siempre... Déjala que viva con nosotros...

Ahora, Robertson se arrepentía de no haberse mostrado más duro con la mujer muerta. Si hubiese actuado con energía, la niña no habría sido testigo del crimen.

Pero aún estaba a tiempo. Era joven y fuerte y podía correr más que una chiquilla fugitiva. Bajó la escalera a saltos, llegó a la puerta y se precipito al exterior.

Sí allí, a lo lejos, entre los árboles, había una mancha blanca que se movía fugazmente. Robertson echo a correr sin darse cuenta de que todavía empuñaba el hacha mortífera. Unos segundos más tarde, se dijo que era una fortuna disponer de un arma, con la que, de un solo golpe, eliminaría al único testigo del doble crimen.

Una vez, la niña se volvió y diviso al hombre que corría enloquecidamente tras ella. El miedo más horrible se había posesionado de su ánimo. Constantemente tenía ante sus ojos la espantosa escena desarrollada en el dormitorio de su tía. El hacha subiendo y bajando v provocando rojos surtidores a cada golpe...

De súbito, uno de sus piececitos se enredo en una raíz y cayó de bruces al suelo. El golpe la aturdió momentáneamente.

Cuando quiso levantarse, el asesino estaba ya sobre ella La niña sintió que la agarraban de los cabellos y la hacían ponerse parcialmente erguida. El hacha, todavía ensangrentada, volvió a levantarse.

Entonces, sonó una voz imperativa.

La niña vio un enorme fogonazo y oyó un espantoso trueno, seguido de un alarido de dolor. El hacha cayo inofensivamente a un lado y...

 

* * *

 

Empapada de sudor, se sentó en la cama, con los ojos extraviados y el corazón terriblemente acelerado. La pesadilla había sido demasiado vivida y, por un momento, se había creído a punto de morir.

Una puerta se abrió bruscamente y un chorro de luz entró en el dormitorio.

La joven volvió sus ojos hacia la entrada. Una mano buscó el interruptor y el dormitorio se inundo de luz.

Emma Gratton cruzó la estancia y se sentó en la cama.

—Sally, te he oído gritar espantosamente... ¿Has vuelto a tener esa horrible pesadilla?

—Sí —contestó Sally Vaughan—, El hombre que mataba a los amantes a hachazos y luego me perseguía...

—Querida, tienes que pensar en lo que te dijo el doctor Philip Crandall. No tienes razón alguna para soñar algo que no ha sucedido. En este mundo se cometen muchos crímenes, pero tú no has visto ninguno de esa clase. Tal vez, hace tiempo, leíste una novela policíaca y algún párrafo de la misma se insertó con demasiada profundidad en tu mente..

—No, no, yo presencié aquel crimen estoy segura. El asesino me perseguía y quería matarme —jadeó Sally.

—Vamos, vamos, tranquilízate. —Emma sonrió, a la vez que se ponía en pie—. Voy a prepararte una taza de té, que tornarás con un sedante. Mañana, ya lo verás, estarás como nueva. Y luego irás a visitar al doctor Crandall. ¿De acuerdo?

—Emma... —Sally alzó una mano—. Hay algo que quería decirte...

—¿Sí?

—Tengo la impresión de que lo que he visto en esa pesadilla es algo real, fue, mejor dicho. Pero ¿te das cuenta de que el sueño ha empezado a producirse solo desde hace unos meses? Hasta ahora, siempre había sido una chica normal, me parece.

—Normalísima, salvo un detalle —rió Emma—. Rechazas a todos tus pretendientes y algunos valían la pena en todos los sentidos. Podías haber hecho una boda fantástica con Pete Mac Davis o con Ralph Enders o... Pero no, los has rechazado a todos y eso, en una muchacha de tu clase, con tu cara y tu tipo, no está bien.

Sally hizo un gesto con la cabeza.

—El matrimonio no me atrae por ahora —contesto. Alzó una rodilla, puso en ella el codo y apoyó el mentón en la mano—. Ese sueño... Hay un caserón grande, con un vasto salón, unos cuadros, una chimenea... y un bonito parque alrededor, con terrazas y balaustradas y surtidores y estatuas...

—Una mansión así me gustaría tener a mí —dijo

Emma de buen humor—. Bien, no pienses más en el asunto. Voy a hacer el té.

—Emma, eres una buena amiga, te lo digo de verdad.

—Si me consideras así, haz caso de mi consejo y visita al doctor Crandall.

—Me hubiera gustado más ver al doctor Lowell.

— Pero murió y eso ya no tiene remedio.

—Atropellado por un coche, cuyo conductor se dio a la fuga y que no ha podido ser hallado. Emma, ¿te das cuenta...?

Pero la otra muchacha había salido ya del dormitorio y Sally tuvo que callarse. Lentamente, se echó hacia atrás en la cama. ¿Por qué, desde hacía unos pocos meses, no más de tres, tenía aquel sueño tan horrible? ¿De dónde había sacado aquellas espeluznantes imágenes que la despertaban con frecuencia a medianoche, empapada de sudor y con el pulso terriblemente alterado?

Eran unas imágenes que le parecían absolutamente reales y, sin embargo, ella no había presenciado jamás una escena semejante.

Ni tampoco había estado en la hermosa mansión, con terrazas, parque y surtidores y bellos cuadros en su decoración.

 

* * *

 

El coche se detuvo no lejos de la tapia que circundaba la posesión y cuya altura no era tanta que no permitiese ver parcialmente la casa situada en el centro del parque.

—Ahí está —dijo Peter Forbes padre, dirigiéndose a Johnny Forbes hijo.

—La casa de los hachazos, ¿no?

Peter Forbes había parado el motor y sacó su pipa. Cachazudamente, empezó a cargarla.

—En un principio, se creyó en la posibilidad de un crimen pasional. Robertson había sorprendido a la pareja en una situación muy embarazosa para los amantes... claro que, en realidad, no tenía derecho a portarse ni siquiera como un esposo ofendido, aunque no hubiesen hecho nada. Se hacían pasar por esposos, pero no lo eran. Nancy Braigh era su amante.

—¿Y el muerto?

—Amigo de los dos, teóricamente, pero ya había conquistado a Nancy. Sin embargo, y aunque los celos quizá tuvieran buena parte en el crimen, no fue éste el único motivo.

—Los diamantes —dijo Forbes hijo.

Forbes padre hizo un gesto de aquiescencia.

—Es un caso todavía no solucionado y que, de cuando en cuando, me da dolores de cabeza. Doscientas mil libras en diamantes, que parecen haberse convertido en humo. Han pasado dieciocho años y no hemos sido capaces de encontrarlos.

—Pero, según creo, la casa fue registrada a conciencia...

—Sólo nos faltó demolerla, hijo. Hay quien piensa, sin embargo, que los diamantes no llegaron nunca a Padderton Hall. Tal vez Larry Owens, el amante asesinado, se los entregó a un cómplice y éste, al enterarse del suceso, optó por callar.

—Y quizá fue vendiendo luego los diamantes uno por uno y con largos intervalos, para no despertar sospechas.

—Es posible. De todos modos, yo siempre he pensado que los diamantes llegaron a Padderton Hall y que no salieron de la casa. Aún están ahí, muchacho.

—Bueno, han pasado ya dieciocho años, papá. El asesino fue detenido y...

—Y salió hace tres meses, perdonado el resto de la condena por buena conducta. Le hemos vigilado atentamente, pero no ha hecho el menor gesto por acercarse a este lugar. Hasta ahora, su comportamiento ha sido absolutamente correcto. No, no tenemos ya nada en contra de Jared Robertson —reconoció Peter Forbes, inspector jefe de Scotland Yard.

—A Robertson le condenaron porque hubo un testigo de su crimen.

—Sí, la sobrina de la muerta. Robertson intentó matarla también, pero tuvo la mala fortuna de toparse con un cazador, el cual le disparó un tiro que lo hirió, aunque no de gravedad. La niña se salvó, pero sufrió un terrible shock del que le costó mucho salir, como es de suponer. Después, y como no tenía parientes, fue enviada a un orfanato... y ya no sé más de ella.

—¿Pertenecía Padderton Hall a Nancy Braigh?

—Creo que sí. Desde luego, la propiedad ha estado cerrada todos estos años. No obstante, ha habido alguien que se cuidaba de ella..., pero si quieres saber más detalles, tendrás que averiguarlo en Westbury Village, que está sólo a milla y media de la propiedad.

—¿Por qué he de preocuparme de averiguar más detalles de Padderton Hall? —se extrañó el joven.

—Porque, a partir de este momento, sargento Forbes, queda usted oficialmente encargado del caso —decretó solemnemente el inspector jefe Forbes.