CAPÍTULO 16

TRES meses pasaron desde que Noah me pidió que nos separáramos. Unas lágrimas amargas se deslizaron por mis mejillas ante ese recuerdo. El peor de todos.

En aquella cueva en donde todo terminó, la noche fue eterna hasta que los primeros rayos del alba emergieron poco a poco en ella. Fue la última noche que pase con mi marido, aproveché cada segundo cada minuto como si fuera el último. Mirándolo y embriagándome de él. Ni siquiera lloré, por extraño que parezca.

Así nos encontraron Jeffrey y Cedric, sentados frente a frente en un silencio escalofriante. Comprendieron de inmediato que había ocurrido algo y agradecí que no hicieran preguntas, luego supimos que se habían refugiados en el búnker de la casa, menos mal.

Volvimos a Deven (Denver?) al día siguiente, no abrí la boca ni para comer, no podía. Los casi cuatro días de viaje pasaron tan deprisa que me pareció un sueño. Estaba como muerta en vida.

Me despedí de todos como ausente de la realidad y fui directa a casa de mi padre con mi hija. Él se sorprendió mucho cuando le pedí pasar la noche allí, pero accedió encantado de tenernos a las dos para él solito. Cuando estuve segura de que mi hija dormía, salí de la casa y me dirigí a la playa, fui tan lejos como me permitió mis piernas temblorosas y ahí me derrumbé.

Lloré todas las lágrimas de mi cuerpo, grité mi dolor, mi rabia, mi desesperación por horas, hasta quedarme afónica. No quería que nadie me viera sufrir y menos que me comparecieran.

Yo era la única culpable de todo, lo sabía y eso me era insoportable. Al amanecer me levanté del suelo con esperanzas renovadas, iba a hacer cualquier cosa por ganarme de nuevo la confianza de mi marido y así me lo prometí.

Los días pasan muy lentamente cuando uno no tiene a la persona que ama a su lado, pero no me dejé abatir. Tenía que ser fuerte por mi hija. Volví al trabajo y mi padre se alegró mucho de tenerme de vuelta como compañera. Fiel a sus costumbres no hablamos mucho, apenas me preguntó por lo del accidente y cómo pasó, le conté lo justo para no inquietarle.

Noah era un padre ejemplar, no se perdía ni un día en los que nuestra hija iba al colegio. Esperando frente a las puertas de la misma para así poder pasar un rato con su hija. Apenas me miraba y yo me moría de ganas de echarme a su cuello y pedirle perdón. Me hubiera puesto de rodillas si me lo hubiera pedido, pero eso no era lo que él quería, quería tiempo y tenía que respetar su decisión.

Los fines de semana Ayleen se iba a la mansión Jefferson. A veces pasaban a por ella Ashley y Thomas y otras, Ann y Jeffrey. En ningún momento ellos hicieron alusión de nada y la conversación era siempre la misma. Me sorprendí que Ann fuera tan callada, no era normal, pero supuse que también estaría triste. Se limitaba a mirarme con ojos de perrito abatido.

Me presté voluntaria en los fines de semana para ir a ayudar al orfanato de Denver, cualquier cosa con tal de no quedarme sola en casa. Mi padre empezó a salir con Brenda, eran de la misma quinta y parecía como un quinceañero enamorado, me alegré de que empezara a rehacer su vida.

Hoy era sábado once de octubre y me levanté temprano, limpié la casa en un tiempo record. Luego me duché, ni siquiera miraba si la ropa conjuntaba o no, me daba igual.

Estaba aparcando el coche delante del orfanato y desde ahí podía escuchar los espeluznantes lloros de un bebe. Me apresuré a entrar tomando mi maletín con precipitación ya que su llanto no era normal, una monja que no recordaba cuál era su nombre, sujetaba entre sus brazos a un niño de poco más de seis meses. Intentaba mecerlo para calmarlo pero cuando más lo hacía más fuerte lloraba él.

—¿Hermana, qué ocurre? —pregunté ansiosa, ésta me echó una mirada de desesperación.

—¡No lo sé...! Lleva así horas... está limpio, ha comido, aunque no se terminó el biberón. No sé qué tiene, está muy raro. ¡Ay, doctora, no sé qué hacer!

Me acerqué rápidamente a ella, tomé a la criatura en brazos y me lo llevé al pequeño consultorio que tan amablemente habían hecho para mí las hermanas, eran su modo de agradecerme por mi ayuda. Deposité al bebé en la mesa acolchada con suavidad y con una mano lo sujeté y con la otra cogí el estetoscopio.

Lloraba tanto que hipaba y todo el pobrecito. Su carita redondeada estaba roja y bañada de lágrimas. Empecé a hacer una rápida evaluación y me di cuenta que cuando apretaba un poco su estómago este hacía una mueca de dolor y se retorcía.

No había tiempo que perder, me lo tenía que llevar al hospital. Con movimientos suaves y rápidos cogí al bebé entre mis brazos y lo envolví en una manta.

Salí de ahí y buscando a la monja.

—Hermana, tráigame la cartilla sanitaria de este niño, por favor. Me lo llevo al hospital.

Ella sin perder tiempo fue en su busca y me dirigí al coche, menos mal que estaba bien equipado ya que algunas veces me había tocado hacer lo mismo. El bebé gimoteaba, pero no podía perder el tiempo, le puse el arnés de seguridad y acaricié su carita con afán de tranquilizarlo un poco.

—Tranquilo, precioso, todo va a ir bien. Muy pronto ya no te dolerá, ya verás.

Y como si él hubiera comprendido mis palabras se calmó un poco y se puso el puño en la boca y empezó a succionar ferozmente. Cuando la monja me entregó los papeles me subí al coche y me lo llevé al hospital, no sin antes haber avisado de mi llegada con un niño enfermo.

Erick me esperaba en la entrada de urgencias con una enfermera, mi amigo también estudio medicina, pero él se especializó en pediatría. Le entregué el bebé y entramos casi corriendo, Erick me preguntó rápidamente:

—Doctora Bennett ¿cuáles son los síntomas?

—Varón de unos seis meses con dolores agudos de estómago y leve deshidratación, según la monja lleva horas así.

—Um... vamos a llevarlo a rayos de inmediato. ¡Quiero un análisis de sangre completo!

Todos se pusieron en marcha y yo me quedé esperando en el pasillo, estaba nerviosa y me daba pena ese niño. Sin padres ni familia y a esa edad tenía pocas probabilidades de ser adoptado, ya que la gente era muy exigente, o se llevaban los recién nacidos o a los niños que ya eran más grandes para evitar así y según ellos, los pañales y biberones cada cierto tiempo. Era injusto, pero era así.

No se oían lloros desde al menos diez minutos y me alegré, eso era buena señal.

—Hola, Alison.

Ashley se acercó a saludar, sonreí hacia ella.

—Hola, Ashley.

Estaba igual que siempre, espectacular. Bien maquillada y bien peinada y como saliendo de una revista de moda. Pero su mirada era triste.

—Ashley, ¿qué ocurre?

Vi su rostro cambiar y empezó a llorar escondiendo su rostro entre sus manos. Miré alrededor y no vi a nadie de la familia ¿acaso había venido sola? Le pasé un brazo por la cintura.

—Vamos a un lugar más tranquilo —dije.

La llevé hasta la azotea que a esta hora estaba desierta, le indiqué en donde sentarse y le ofrecí un pañuelo, me lo agradeció entre sollozos. Al cabo de un buen rato se calmó y levantó la vista, yo no había dejado en ningún momento de palmearle la espalda para consolarla y no dije nada; ya sabía de ante mano de qué iba la cosa, ya que llevaba mucho queriendo ser madre y lastimosamente los estudios médicos determinaron que ella no podía concebir.

—Gracias —murmuró ella con un hilo de voz.

—Siempre que quieras estaré aquí —contesté con un fallido intento de sonrisa.

Esta me miró más detenidamente.

—Estas echa una pena también.

—Anda que tú— repliqué.

—Ya, pero tú tienes a tu hija para alegrarte el día y yo nunca podré tener ninguno, la vida es cruel.

Su voz se quebró.

—Lo siento mucho, de verdad, pero hay otros medios ¿sabes? siempre queda la adopción.

—No sería igual, no sería fruto de mi vientre, de mi sangre y de mi osito.

Su teléfono móvil empezó a sonar pero no contestó, se levantó y se alisó la falda. Sacó un pequeño espejo de su bolso de Armani y se retocó la cara diciéndome al mismo tiempo:

—Ese es mi marido, debo irme, me estará buscando. Ay, Alison, tenemos que quedar y vernos más a menudo como lo hacíamos antes ¿sí? Te echo mucho de menos, al igual que todos.

¿Ese todos implicaba también a mi marido? pregunté en mis adentros.

—Claro, cuando quieras. También te echo de menos.

Nos dimos un largo abrazo y luego se marchó. Mi beeper sonó y vi que Erick me había hecho llamar, apresuradamente me fui a reunir con él en su despacho. Cuando entré y volviendo a nuestra vieja camaradería, bromeó conmigo.

—Alison, pero que pinta tienes, estás más guapa que nunca.

Eso significaba todo lo contrario, es que estaba horrible y no me extrañó en absoluto.

—Gracias, Erick.

—En serio, Alison, no es que quiera ser agua fiesta pero ¿te encuentras bien? Sabes que aquí —y señaló su hombro con rapidez —siempre tendrás un hombro en el cual llorar.

—Estoy bien, solo que, bueno, yo... trabajo mucho y descanso poco, eso es todo.

En sus ojos vi que no podía engañarle, pero no insistió.

—¿Y cómo está el niño? —pregunté rápidamente, desviando así la conversación.

—Ahora está durmiendo, tuve que ponerle bajo intravenosa para la deshidratación y de paso administrarle un suave calmante. Tiene intolerancia a la lactosa, eso le provoco un cólico. Eso ocurre algunas veces y simplemente tiene que tomar otro tipo de preparado, nada que en unos cuantos días aquí pueda remediar.

—Vaya, pobrecito, ni siquiera tiene a nadie para cuidarle —murmuré con pesar, Erick me sonrío amablemente pero la alegría no le llegaba a los ojos.

—¿Sabes? Me duele al igual que a ti lo de ese niño, pero es así y no podemos hacer nada, con un poco de suerte lo adoptaran cuando tenga cuatro o cinco años.

—Lo sé, pero eso me revienta, va a crecer sin el cariño de unos padres y estará traumatizado de por vida —repliqué con impotencia.

En ese momento se oía por los interfonos que reclamaban a Erick en urgencia, nos levantamos los dos al mismo tiempo rápidamente y me dijo acompañándome hasta la puerta:

—El deber me llama, hasta pronto Doctora Bennett y por favor cualquier cosa no dudes en buscarme.

—Sí, claro y tenme al corriente del estado del niño.

No estuve muy segura que me oyera ya que desapareció por el pasillo entre el tumulto de gente.

Decidí darme un vuelta por lo unidad de pediatría y cuando llegué mi amiga Brenda, la novia de mi padre estaba allí y salió a saludarme con una enorme sonrisa. Era enfermera cincuentona con el cabello corto y pelirrojo.

—¡Hola! Cuanto tiempo sin verte, ya casi no nos vemos... —reclamó ella.

—Hola, ya sabes cómo es esto, el trabajo, la niña, más trabajo... y dime ¿puedo pasar a ver al niño del orfelinato?

—¡Pues claro! Vamos, pero antes ponte esto.

Me señaló la prende verde y la máscara. Eran para proteger a los niños de los microbios y con rapidez me los puse y entré. No presté atención a todos los niños que había allí, ya que mis ojos se posaron en el que buscaba al instante.

Me acerqué sin hacer ruido y le miré con ternura, era perfecto, con sus mofletes sonrosados y con sus bucles dorados estaba adorable. Dormía apaciblemente y eso era reconfortante, me prometí venir a verlo al día siguiente y me fui con el corazón encogido por la pobre criatura.

Cuando llegué a casa de mi padre, la melancolía se apoderó de mí. Que daría yo por estar con Noah... era una tortura. Me mordí el labio inferior con furia y no pude reprimir el llanto que me oprimía el pecho. Me dejé caer en el sofá y cuando menos me di cuenta me quede dormida vencida y extenuada de tanto llorar.

Unas horas más tarde un ruido extraño me despertó y con pesadez abrí los ojos. Todo estaba oscuro y me extrañé que mi padre no estuviera ya en casa.

Me dolía el cuello por culpa del viejo e incomodo sofá y me obligué a levantarme para ir a mi cama, iba a ir a por un somnífero para así dormir de un tirón y olvidarme de todo y cuando pasé por delante de la puerta de entrada alguien aporreó la puerta con furia.

Me dio un susto de muerte, no eran horas de hacer visitas, gruñí, pero ahí un mal presentimiento hizo que abriera la puerta de golpe antes de que le pudiera haber pasado algo a mi hija o a mi marido. Para mi sorpresa era Ann y ella fiel a sus costumbres se arrojó a mis brazos con mucha energía y lloriqueando.

—¡Oh Alison, dime que no los has tomado!

—¿El qué? —pregunté confusa.

—Ya sabes, ¡los somníferos!

La miré asombrada.

—Aun no, ¿por?

—¡No los tomes! Están caducados y lo habrías pasado muy mal, créeme lo he visto —afirmó con angustia—. Tuve una visión de ti hace como veinte minutos y vine corriendo.

Llevaba puesto el pijama y en ese momento me recorrió un escalofrío al pensar en lo que pudo haber pasado.

—Supongo que debería darte las gracias por ahorrarme el mal rato, gracias Ann.

Esta echó su cabeza para atrás con sus ojos risueños y brillante y una gran sonrisa.

—Invítame a tomar un té, hace frío... y de nada, ah y tu padre está con Brenda, ya sabes cómo es de despistado últimamente, se le olvidó avisarte de que no lo esperaras y seguramente no llegará antes de mañana al medio día.

Ante sus palabras rompí a reír con una risa nerviosa, no podía ni imaginarme a mi padre apurando la noche hasta la madrugada. Era tan raro, pero en fin, también era un hombre como cualquiera.

Nos instalamos en la cocina y puse en marcha la tetera eléctrica, vi como Ann sacaba su móvil y empezó a marcar, no pasó ni tres segundos que explicó a su marido, supuse que era él ya que hablaba con voz amorosa.

—Sí, se encuentra bien. ¿Te desperté? Ah... lo siento, yo no quería tirarte de la cama... Um si, fue así de repente y no tuve otra que salir corriendo. No, no vengas, me quedaré hasta la mañana, Alison y yo tenemos mucho de que hablar. Sí, te lo prometo, yo también te quiero.

Cuando colgó hizo una mueca.

—Puedo quedarme ¿verdad?

—¡Pues claro! No sabes lo feliz que estoy de tenerte aquí conmigo.

Ella me sonrío.

—Y a mí, quería venir a verte pero... mi hermano me lo prohibió. A la porra con él ¡pienso venir a verte cuantas veces me plazca!

—¿Por qué hizo eso? —pregunté sorprendida.

—Ay... no debería decirte, pero ya que más da. Noah nos contó todo lo que te hizo Daniel, sus amenazas, su chantaje y tu plan.

—Eso me explica el porqué de sus alejamientos tan extraños, pensé que estarían todos enfadados conmigo.

—Claro que no. Fuiste muy valiente y tienes todo mi apoyo, yo seguramente actuaría igual aunque no sé por qué no me lo constaste a mí... —esta vez puso carita de puchero y le temblaba la barbilla y todo.

—¡Ay, Ann! Ya sé que actúe mal y estoy pagando las consecuencias muy caras por culpa de eso, pero estaba aterrorizada y solo pensaba en protegerles a todos —le dije con amargura y tristeza.

Nos serví dos tazas de té y me senté frente a ella, le conté todo de principio a fin, incluso lo de este día y mi encuentro con Ashley y ella escuchaba sin abrir la boca y mirándome a los ojos fijamente. Tres horas más tarde y después de haberme puesto a llorar otra vez, ella se veía furiosa.

—Pues si que ese Daniel es un patán, ya le daría yo una buena patada en sus partes nobles. ¿Pero quién se cree que es?

—El dueño de mi vida, supongo...y lo que más me extraña es que no he tenido noticias de él desde que volví a Denver. No es normal.

Esa repentina ausencia de gritos, reclamos y chantajeo no era algo propio de Dan. Pero tampoco me importaba mientras no se acerca a nosotras.

—¿Crees que tu hermano me perdonará algún día? —pregunté con esperanza y cuando levanté la vista a ver a Ann, me congelé a ver su cara ida y su mirada perdida.

Estaba teniendo una visión.

—Alison... —me llamó ella en un murmullo, eso me bastó para pegar un salto de mi silla y apresurarme a su lado, le agarré la cara con mis dos manos, la obligué a fijar su mirada en mí y exclamé nerviosa:

—¿Qué vez?

—A ti... todo depende de ti... algo que aún no ha pasado, pero que hará que cambie el futuro. Una decisión que solo tú puedes tomar y... ¡oh...!

Sus ojos se abrieron como platos y su boca formo una "o" perfecta.

Allí mi corazón casi se detuve de la angustia y con mis dedos temblorosos aun en su cara la sacudí para hacerle volver a la realidad.

—¡Ann, por Dios vuelve conmigo!

Esta vez parpadeó varias veces y se sacudió la cabeza con energía. Se levantó y empezó a dar saltitos de alegría por toda la cocina, perpleja y sorprendida me la quedé mirando.

—Te importaría decirme lo que has visto, por favor, me vas a matar de la intriga.

Se inmovilizó ante mí y gritó con su voz cantarina.

—¡Voy a ser tía otra vez...! yupi...

—¿Que, qué... quién? —tartamudeé confusa.

¿Podría ser que yo estuviera embarazada otra vez? Pensé con euforia.

—Ashley y Thomas... y será muy pronto y tú te vas a encargar de todo —afirmó con seguridad.

Por un momento la desilusión me devastó, pero luego al pensar en la pareja y en la alegría que vendría a sus vidas, le miré divertida, simplemente era Ann. No tendría que extrañarme a estas alturas, pero era algo tan fascinante el poder ver el futuro como ella lo hacía, que abrumaba un poco.

Me recordó la primera parte de visión y le pregunte.

—¿Cuál decisión?

Cambió de cara al instante, se puso seria.

—Aún no lo sé. Sabes que el futuro cambia constantemente e igual lo que he visto no pasará o pueda que si, solo cabe esperar a ver qué sucederá.

Notaba que no me decía la verdad, pero no insistí, aunque me moría por saber.

—Está bien, ya veremos.

Bostecé irrevocablemente y ella también después de mi.

—¿Qué te parece si seguimos mañana, Alison?

—Me parece una excelente idea, vamos a la cama.

Recogí las tazas y las dejé en el fregadero y me dirigí con ella colgada de mi brazo a mi habitación. Fuimos directas al primer piso y como buena anfitriona le dejé mi habitación y yo me fui a la de mi padre. Me recosté en su cama, era grande y demasiada fría, así que me acurruqué debajo de las mantas.

Me quedé pensando por un rato en lo de la visión de Ann, ¿que sería esa decisión que lo cambiaria todo? En la penumbra vi algo pequeño saltar por encima de mí y todo mi cuerpo se puso rígido.

—¿Puedo dormir contigo?

Suspiré aliviada al descubrir que era mi cuñada.

—¡Claro! Me has dado un susto de muerte entrando como una ladrona, Ann... —le regañé dulcemente.

Dejó escapar una risita, se metió debajo de las mantas y pegó a mis piernas sus pies congelados, di un respingo.

—¡Ann! Tienes los pies helados...

—Perdón, perdón... habitualmente Jeffrey me los calienta, parece un radiador ambulante.

—Um, también Noah hacía eso conmigo —dije con un hilo en la voz.

Era más fuerte que yo y sin verlo venir unas lágrimas se desbordaron de mis ojos. Ann me pasó un brazo por mis hombros para consolarme.

—Alison, no te preocupes, te voy a ayudar con el tonto testarudo y anticuado de mi hermano. Te lo prometo. Él te sigue amando, lo sé.

—Y yo a él, no sabes lo duro que es estar separado de la persona que amas y más cuando lo vez casi todos los días y no puedes ni tocarle.

—Me imagino. Intenta dormir que mañana va a ser un día muy largo y lleno de sorpresas.

—Buenas noches Ann, gracias por estar aquí.

—Siempre estaré aquí, hermana. Buenas noches, que sueñes con los angelitos.