CAPÍTULO 13
EL calor sofocante me despertó, estaba empapada de sudor y con la garganta seca. Abrí los ojos lentamente para acostumbrarlos a la intensa luz que invadía la habitación. Parpadeé varias veces y me estiré rodando en un lado, ahí me di cuenta de que estaba sola.
¿Qué hora sería? Me pregunté, curiosa. Sin esperar, me levanté y dirigí a darme una ducha rápida no sin antes asegurarme de dejar la puerta de cristal abierta.
Me sonrojé ante los recuerdos que me venían a la mente de la noche pasada. Una sonrisa se dibujó en mi rostro. Tenía ganas de gritarle al mundo entero mi felicidad.
Había recordado a Noah, ¡mi marido! Maldita amnesia y maldito accidente... suspiré profundamente.
¿Cómo pude olvidarle? y de mi hija, mi familia. Las lágrimas se desbordaron y lloré por no sé cuánto tiempo, sumergida en un río de sentimientos contradictorios.
¿Qué pasó con Dan? Apenas tenía recuerdos suyos, de cuando me mude a Denver a los dieciséis años. Un chico alto desgarbado, pelo largo pero no veía su cara. Eso me frustró mucho. Pero él no era malo ¿o sí?
Nuestros largos paseos a la orilla del mar o cuando pasábamos tardes enteras viendo Dragon Ball, era todo muy difuso.
Decidí no darle más vueltas. Apagué el agua y me enfundé el albornoz de mi marido. Me era muy grande, pero me daba igual, olía a él. Un toquecito en la puerta me sobresaltó, me acerqué y entreabrí un poco. Ahí parada y con una gran sonrisa estaba Ann.
—Vi que necesitarías mi ayuda —me dijo con su alegre voz.
Levanté una ceja sorprendida y antes de que pudiera preguntar algo, me agarró del brazo y me empujó adentro, cerrando la puerta a su paso.
Traía un pequeño maletín fucsia, que depositó con decisión sobre el tocador.
—Ann, ¿cómo es eso que has visto que necesito tu ayuda? —le pregunté con curiosidad.
Se giró hacia mí y vi en su rostro una expresión divertida.
—Confía en mí, Alison, lo sé. Mírate al espejo y sabrás por qué.
—¡Oh, Dios! —exclamé al descubrir mis ojos hinchados y rojos.
—Vamos, ¡déjame una hora y verás que nadie se dará cuenta que has llorado, saldrás de aquí como nueva!
Sin rechistar, dejé que sus manos expertas hicieran magia con mi rostro. Mientras ella extendía sobre mi piel una gelatinosa y fría crema le pregunté medio enfada.
—¿Aceite comestible? Ann, no me vas a hacer creer que yo compraba eso.
—Venga ya, no te pongas así, sé que es tu preferido.
No podía abrir los ojos debido a que en estos reposaban dos rodajas de pepino, no pude comprobar si decía la verdad o no.
—No te voy a negar que olía muy bien, pero ¿yo, comprando eso?
Oí como soltaba una risita y respondió aun riendo:
—Así es. No te preocupes, tu secreto está a salvo conmigo, yo misma he probado muchos y de todos los sabores con mi Jeff...
Esta vez suspiró ruidosamente. Vaya con mi cuñadita, ¿quién lo diría?
Me quitó la crema del rostro con mucha delicadeza con sus suaves dedos y me dio un suave masaje que me relajó muchísimo y casi me duermo ahí.
—¡Listo! —exclamó Ann con entusiasmo, ni siquiera vi el tiempo pasar.
Abrí los ojos y me acerqué al espejo, me había transformado.
—Eres genial, gracias.
La imagen del espejo era yo, pero tan distinta.
Le había dado luz a mis ojos con sombras difuminadas claras. Mi piel era de un color porcelana, un toque de brillo labial resaltaba mis labios apenas perfilados. El todo quedaba muy natural, como a mí me gustaba.
También se había encargado de cepillarme el pelo, dos ganchos muy discretos en cada lado de mi cabeza me permitía tener el rostro despejado.
—Vamos, Alison, ¡te ayudaré a escoger la ropa!
Por el tono de su voz sabía que se moría de ganas por hacerlo. Salimos del baño, yo fui a sentarme en la cama y ella abrió las puertas de par en par para, literalmente, entrar dentro. Dejé escapar una risa ante su desesperada búsqueda. Examinó cada falda, cada pantalón, cada blusa. Al rato salió dando saltitos de alegría y exclamó:
—¡Ya lo tengo!
Casi me entra miedo de ver su cara de diablito, sus ojos brillaban y su sonrisa era cegadora.
Dejó la prenda en la cama como un tornado y salió pitando, no sin soltar antes un Vístete, te espero abajo, ni siquiera me dio tiempo a abrir la boca que ya había desaparecido.
Tomé la prenda y ahogué un grito de sorpresa al descubrir lo poco que cubría. Era un vestido corto negro muy provocativo e indecente, ¡por Dios!
Me lo probé por curiosidad y me miré al espejo. El escote dejaba ver el nacimiento de mis pechos, hasta ahí bien, pero cuando me di la vuelta tenía la espalda completamente al descubierto. Ni muerta me pongo esto pensé, me quité el vestido y fui al almario, rebusqué un poco y encontré un pantalón pesquero blanco y una camiseta de tirantes verde olivo.
Me calcé con unas sandalias romanas marrones, con tiras que se entrelazaban a la pierna con separación en el dedo gordo del pie. Sencilla y femenina al mismo tiempo, me sentía más cómoda así.
Mis tripas se encogieron de hambre, no sabía ni la hora que era, pero seguro sería tarde ya.
Salí de la habitación y bajé a la cocina, no encontré a nadie. Que extraño. No olía ni a café ni a comida y la casa estaba muy silenciosa. ¿Dónde estarían todos? Me pregunté con curiosidad. El teléfono se puso a sonar y me lo quedé mirando, no sabía si contestar o no. ¿Quién sería? ¿Y si fuera Noah? Ante esa posibilidad descolgué rápidamente.
—¿Sí?
—Alison... —dijo una voz ronca.
¡Oh, Dios, esa voz! Era el de mis sueños, sin ninguna duda. Mi corazón se aceleró, me faltaba el aire. Inspiré profundamente varias veces y cuando noté que podía hablar sin que se notara mucho mi miedo, contesté:
—Dan.
—Lo siento tanto... No te dejé abandona a tu suerte si eso es lo que piensas, fui a por ayuda y cuando regresé ya te habían llevado en la ambulancia.
—¿Eso es verdad?
—Sí, no sabes el miedo que pasé, Alison... ¿Dime, estás bien? Creí que me cogía un ataque al corazón cuando te vi ensangrentada y sin conocimiento, fue culpa mía, nunca debí obligarte a venir conmigo.
Dan soltó todo tan deprisa que casi no me dio tiempo a asimilarlo. Por lo que pude comprender él me obligó a ir con él aquella noche, ¿pero con qué fin? Tenía que intentar sacarle la verdad como sea.
—No debiste obligarme.
—Lo sé, pero me dejé cegar por los celos, no soportaba la idea de que lo eligieras a él en vez de a mí.
—¿Tú me amas? —pregunté vacilante.
—Sabes que sí, te lo he dicho muchas veces. Nunca debí dejar la relación contigo a los dieciséis años... no sabes cuánto me arrepiento.
—¿Cómo pudiste hacerme eso, Dan? —le dije casi gritando, estaba histérica—. No pensaste en el dolor que me causaría o en mi hija...
—También es mía.
—Es hija de Noah, no tuya.
Esta vez escuché como contuvo la respiración y luego nada ningún ruido.
—¿Dan, sigues ahí...?
—Tú... no sabes quien soy ¿verdad? ¿No me recuerdas, es eso?
Me descubrió y no tuve más remedio que decirle la verdad, tomé aire y le contesté.
—No. No recuerdo gran cosa, la verdad y son muy pocos los recuerdos que tengo de ti. Ni siquiera recuerdo tu rostro o por qué me fui contigo aquella noche, Dan, estoy confundida y espero que muy pronto recupere la memoria.
—¡Yo te diré por qué! —su voz sonaba enfadada, eso me provocó malestar, angustia.
Lo dejé seguir, estaba demasiada nerviosa, quería saber la verdad que todos seguían escondiéndome.
—¡Yo soy el padre de Ayleen!
—¡Nooo! Tú no eres su padre... —grité enloquecida—. Es mentira, mentira...
—¿Cómo lo sabes? —me cortó con un tono seco.
—Me lo dice el corazón... lo sé, eso es todo —contesté a duras penas.
—Cuando recuerdes quién estuvo en su nacimiento y quién estuvo realmente a tu lado, entonces ven a buscarme.
Y sin más me colgó. Me quedé ahí parada con el teléfono pegado en la oreja, respiraba con dificultad. Oí vagamente a alguien llamarme por mi nombre, me giré. Vi a Ashley hablarme pero no me llegaba su voz, sus labios se movían pero ningún sonido se escuchaba. Mi cabeza estaba a punto de explotar y me lleve las manos a mis tímpanos con afán de masajearlos y así aliviar el dolor. Ella se fue corriendo no sé a dónde y ni me importaba, en mi cabeza se repetía una y otra vez las mismas palabras.
«Soy el padre de Ayleen, yo soy el padre de Ayleen, yo soy el padre de Ayleen...»
Y me eché a correr yo también pero en dirección opuesta, sin mirar a donde iba, necesitaba alejarme de la casa y de todos. Me adentré en el bosque de palmeras, había mucha flora salvaje, corrí y corrí hasta quedarme sin aliento. Seguí caminado sin rumbo fijo hasta que sentí algo mojarme los pies, levanté la vista y delante de mí se extendía el océano. Ni si quiera supe por cuanto tiempo caminé y cómo llegué hasta aquí.
Me senté en la arena cruzando las piernas, estaba confundida.
¿Dan era el padre de Ayleen? Cómo era eso posible... ¿Dios, cuál era la verdad?
Pero si me acordé de cuando se lo anuncié a Noah aquella noche.
Y como ya me había ocurrido antes, salida de la nada, se volvió a encender la bombilla dejando así filtrar algunos recuerdos. Cerré los ojos y me dejé llevar al pasado.
Truenos a dejarte sordo y relámpagos espeluznantes me envolvieron por completo, envolví mi enorme vientre con mis brazos con ademán protector. Luego, nada, el silencio de la noche oscura era abrumador.
Las contracciones eran cada vez más seguidas y agarré fuertemente lo primero que tuve a mi alcance, el pie de algún mueble. Miré a mi alrededor y me descubrí en el suelo entre dos bancos de madera oscuro, el olor a incienso no dejaba duda de en que lugar me encontraba, la capilla de Denver.
El grito horrorizado de una anciana me hizo girar la cabeza al verla, ésta se acercó a mí tan rápido como lo permitían sus piernas frágiles. Miró mi rostro, luego donde tenía una de mis manos apoyada en mi vientre y esta vez no pude reprimir el grito de dolor, la anciana que comprendió todo, empezó a pedir auxilio con desespero.
—¡Llamen a una ambulancia, ayuda!
Oí un estruendo venir de algún lugar de la parte de atrás, como si alguien se hubiera chocado contra una batería. Luego se acercó a donde yo estaba, corriendo y gritando mi nombre.
—¡Alison!—era la voz de Dan, gracias a Dios.
—Dan —le llamé sollozando.
Éste al verme se le abrió los ojos como platos, sus ojos fijos en mi vientre, estaba como intentando asimilar mi embarazo de golpe. Se acercó con cuidado, como no creyendo lo que veía sus ojos, y con una mano temblorosa acarició mi mejilla bañada de sudor y lágrimas.
—Alison, estás... estás... —y como le veía ahogarse en sus palabras exclamé:
—¡Siiiii! Maldita sea, estoy embrazada y a punto de dar a luz... ¡Dan, me duele, haz algo por favor!
Salió de su estupor y reaccionó de inmediato ante mi reclamo, se giró hacia le anciana y bramó:
—¡Hey, tú, abuela! Afuera está el papá de ella en la ambulancia, vaya a buscarlo y ustedes aléjense, necesita espacio.
Ni siquiera me di cuenta de la gente alrededor mío, el dolor me desgarraba y solo tenía ganas de una cosa, empujar con todas mis fuerzas.
Apenas fui consciente de que Dan me incorporó y mi cabeza estaba apoyada en su torso, sus brazos me rodeaban y busqué sus manos para apretarlas, quería su fuerza, su apoyo. Vagamente percibí a mi padre y su mirada exorbitada, empalideció y se dio media vuelta. No le culpaba, debía ser algo difícil de asemejar. Encontraba a su hija perdida por tantos meses y al mismo tiempo iba a ser abuelo.
Una mujer que reconocí como la panadera al que siempre iba, con manos veloces me quito la prenda interior, ella no hizo ningún comentario sobre mi atuendo pasado de siglo, cosa que agradecí.
—Venga, Alison, que tú puedes. ¡Empuja! —me alentó Dan.
Y lo hice sin esperar, apreté mi mandíbula y empujé, sentí como cada vez mi hijo estaba más cerca de nacer. Tomé aire y volví a empujar como nunca.
—¡Vamos ya casi está... veo la cabeza! —gritaba la panadera, arrodillada frente a mis piernas y examinándome. Esto me animó, estaba exhausta, pero encontré las fuerzas de empujar una última vez, por mi hijo y por Noah.
Lo sentí deslizarse entre mis piernas y exhalé un aliento tembloroso.
—¡Es una niña! —exclamó la mujer, el dolor desapareció en el acto.
Ésta depositó entre mis brazos con suavidad, una cosita caliente, húmeda y rosada, mi hija.
Era el bebé más guapo del mundo.
—Ayleen, que bonita eres —le dije a ella encantada.
Deposité un beso en su frente y la miré con ternura y adoración.
—Es tan bonita como tú y tiene tus ojos, mira.
—Sí. Pero el cabello es de su padre y la fracciones de su carita también...
No aguanté más, me dejé llevar por la inmensa tristeza que invadía mi corazón.
—Oh, Dan, no sabes el infierno que viví estos últimos meses. Me querían quitar a mi hija y separarme de Noah para siempre... yo tuve que tomar la decisión de volver para salvar su vida, pero ahora la he dejado sin padre para siempre... ¡esto es insoportable!
Y lloré entre sus brazos cálidos y fuertes, acercó su boca a mi rostro y me dijo con una voz llena de emoción.
—Alison, si tú quieres yo... yo seré un padre para tu hija.
Miré sorprendida a sus ojos negros y llenos de ternura, se veía sincero y seguro de él mismo.
—Prometo que siempre estaré aquí, nunca te dejaré.
—¿Estás seguro...? Esto es para siempre, Dan —le pregunté en un susurro, no podía creer que hiciera eso por mí.
—Sí, totalmente seguro. Sabes que te quiero y haré cualquier cosa por ti, eres mi mejor amiga y los amigos se ayudan.
—Gracias, Dan.
Parpadeé varias veces para salir del recuerdo.
Si, Dan era legalmente el padre de Ayleen ¿pero a qué precio?