—Antes hacía ésto con el equipo de
buzo —dijo— pero un día pensé que
sería muy agradable sentarme cómodamente y tener un motor que me empujara. De ese modo podría estar fuera todo el día, comer durante el camino, usar las cámaras y no preocuparme si un tiburón me rondaba. Mira esas algas, ¿habías visto un azul tan brillante en tu vida? Además, podría traer a mis amigos y hablar con ellos. Los equipos de buzo tienen un gran inconveniente: tienes que permanecer sordo y mudo y hablar por señas. ¡Mira esos ángeles de mar! Un día voy a tender una red para pescar algunos. ¡Fíjate, es cómo si desapareciesen cuando se ponen de perfil! Otra de las razones por las que construí el Pámpano es porque quiero buscar barcos hundidos. Hay cientos en esta zona; es un auténtico cementerio. El Santa Margarita está sólo a unas cincuenta millas de aquí, en la bahía de Biscayne. Se hundió en 1595 con siete millones de dólares de plata a bordo. Y a la altura de Cayo Largo, hay nada menos que sesenta y cinco millones, en el lugar donde naufragaron catorce galeones en 1715. El problema es que la mayoría de esos barcos están destrozados y cubiertos de coral, por lo que no serviría de mucho localizarlos. Pero sería divertido intentarlo. Para entonces Harry había empezado a entender la psicología de su amigo. No se le podía haber ocurrido una manera mejor de evadirse de su profesión de abogado en Nueva Inglaterra. George era un romántico reprimido, aunque no tan reprimido, pensándolo bien.
Navegaron felizmente durante un par de horas, sin exceder nunca de una profundidad de cuarenta pies. Una vez se pararon sobre una deslumbrante extensión de coral roto y se tomaron un descanso para comer bocadillos de embutido y beber unos vasos de cerveza. —Un día bebí cerveza de jengibre aquí abajo —dijo George—. Cuando subí a la superficie, el gas que había acumulado se dilató y sentí algo muy extraño. Voy a probar con champán alguna vez.
Harry se estaba preguntando qué podía hacer con las botellas vacías cuando el Pámpano pareció sumirse en una especie de eclipse, a medida que una sombra pasaba por encima. Miró hacia arriba a través de la ventana de observación y descubrió un barco que se deslizaba lentamente a veinte pies sobre sus cabezas.
No existía peligro de que chocaran, porque habían bajado el tubo de respiración y de momento tenían suficiente aire. Harry nunca había visto un barco desde abajo, por lo que aquello suponía otra nueva experiencia para añadir a las muchas que había adquirido aquel día. Se sintió orgulloso porque, a pesar de su ignorancia en cuestiones náuticas, reconoció tan rápidamente como George lo que había de extraño en aquel barco que navegaba sobre ellos. En lugar de una hélice normal, tenía un largo túnel que ocupaba toda la quilla. Al pasar por encima de ellos, el Pámpano se bamboleó debido a la súbita corriente de agua. —¡Cielo santo! —exclamó George mientras sujetaba los controles—. Parece una especie de sistema de propulsión a chorro. Ya era hora de que alguien lo intentara. Vamos a echar un vistazo.
Levantó el periscopio, y vieron que el barco llevaba el nombre de Valency, de Nueva Orleans.
sería muy agradable sentarme cómodamente y tener un motor que me empujara. De ese modo podría estar fuera todo el día, comer durante el camino, usar las cámaras y no preocuparme si un tiburón me rondaba. Mira esas algas, ¿habías visto un azul tan brillante en tu vida? Además, podría traer a mis amigos y hablar con ellos. Los equipos de buzo tienen un gran inconveniente: tienes que permanecer sordo y mudo y hablar por señas. ¡Mira esos ángeles de mar! Un día voy a tender una red para pescar algunos. ¡Fíjate, es cómo si desapareciesen cuando se ponen de perfil! Otra de las razones por las que construí el Pámpano es porque quiero buscar barcos hundidos. Hay cientos en esta zona; es un auténtico cementerio. El Santa Margarita está sólo a unas cincuenta millas de aquí, en la bahía de Biscayne. Se hundió en 1595 con siete millones de dólares de plata a bordo. Y a la altura de Cayo Largo, hay nada menos que sesenta y cinco millones, en el lugar donde naufragaron catorce galeones en 1715. El problema es que la mayoría de esos barcos están destrozados y cubiertos de coral, por lo que no serviría de mucho localizarlos. Pero sería divertido intentarlo. Para entonces Harry había empezado a entender la psicología de su amigo. No se le podía haber ocurrido una manera mejor de evadirse de su profesión de abogado en Nueva Inglaterra. George era un romántico reprimido, aunque no tan reprimido, pensándolo bien.
Navegaron felizmente durante un par de horas, sin exceder nunca de una profundidad de cuarenta pies. Una vez se pararon sobre una deslumbrante extensión de coral roto y se tomaron un descanso para comer bocadillos de embutido y beber unos vasos de cerveza. —Un día bebí cerveza de jengibre aquí abajo —dijo George—. Cuando subí a la superficie, el gas que había acumulado se dilató y sentí algo muy extraño. Voy a probar con champán alguna vez.
Harry se estaba preguntando qué podía hacer con las botellas vacías cuando el Pámpano pareció sumirse en una especie de eclipse, a medida que una sombra pasaba por encima. Miró hacia arriba a través de la ventana de observación y descubrió un barco que se deslizaba lentamente a veinte pies sobre sus cabezas.
No existía peligro de que chocaran, porque habían bajado el tubo de respiración y de momento tenían suficiente aire. Harry nunca había visto un barco desde abajo, por lo que aquello suponía otra nueva experiencia para añadir a las muchas que había adquirido aquel día. Se sintió orgulloso porque, a pesar de su ignorancia en cuestiones náuticas, reconoció tan rápidamente como George lo que había de extraño en aquel barco que navegaba sobre ellos. En lugar de una hélice normal, tenía un largo túnel que ocupaba toda la quilla. Al pasar por encima de ellos, el Pámpano se bamboleó debido a la súbita corriente de agua. —¡Cielo santo! —exclamó George mientras sujetaba los controles—. Parece una especie de sistema de propulsión a chorro. Ya era hora de que alguien lo intentara. Vamos a echar un vistazo.
Levantó el periscopio, y vieron que el barco llevaba el nombre de Valency, de Nueva Orleans.