CAPÍTULO
DIECIOCHO
INTERLUDIO
Hércules Poirot dejó
atrás la puerta del cementerio. Echó a andar por una de las
estrechas calles del mismo y luego se detuvo junto a un muro
cubierto en parte de verde musgo, quedándose con la vista fija en
una tumba. Permaneció así unos minutos, mirando primeramente la
tumba y después el terreno de las inmediaciones y el mar, a lo
lejos. Posteriormente, su atención tornó a concentrarse en la
lápida sepulcral. Recientemente, habían sido depositadas unas
flores sobre la misma. Tratábase de un ramillete de flores
silvestres, como el que podría formar un niño en plena campiña.
Pero Poirot no pensaba que hubiera sido una criatura quien dejara
aquéllas allí. Leyó las palabras labradas en la gran piedra de
mármol.
EN MEMORIA
DE
DOROTHEA JARROW
Fallecida el 15 de septiembre de 1960
DE
MARGARET
RAVENSCROFT
Fallecida el 3 de
octubre de 1960
Hermana de la
anterior
DE
ALISTAIR
RAVENSCROFT
Fallecido el 3 de
octubre de 1960
Su
esposo
En la muerte no se
vieron separados
*
Perdónanos nuestras
deudas
Así como nosotros
perdonamos a nuestros deudores.
Señor: ten piedad de
nosotros
Cristo: ten piedad de
nosotros
Señor: ten piedad de
nosotros
Poirot estuvo allí
unos momentos más. Asintió una o dos veces. Luego, abandonó el
cementerio, echando a andar por un camino que conducía a lo largo
del acantilado. Finalmente, se quedó plantado en aquél, hablando
como si hubiese estado reflexionando en voz alta:
—Ahora estoy seguro de
saber qué pasó y por qué. Comprendo la tragedia. Hay que remontarse
muy atrás en el tiempo. En mi
fin está mi principio... ¿O habría que decir
esto de otra manera? ¿«En mi principio estaba mi trágico fin»? La
joven suiza debió de saberlo... Pero, ¿querrá decírmelo? El chico
cree que sí. Todo sea por ellos, por la muchacha y el muchacho.
Ellos sólo podrán aceptar la vida si están
informados...