♥ CAPÍTULO 5 ♥
Por fin sentía que estaba de vuelta en el camino correcto. Los temores de declive artístico desaparecían dándole el lugar a la nueva musa inspiradora. Una catarata de ideas inundó mi cabeza y sacó a flote lo necesario, lo nuevo.
Le dije adiós al jeque árabe, era evidente que caminar sobre el mismo terreno una y otra vez no me estaba dando buenos resultados. Como un bebé recién nacido di mis primeros pasos en una nueva historia, y debo confesar que empezar desde cero fue más productivo de lo que recordaba. Todo se deslizó como por arte de magia, una palabra le sucedía a la otra, los personajes cobraban vida en diálogos y crecían dejándome de lado para escribir su propia historia. ¡Estaba en llamas!...y feliz. Después de cinco días de exhaustivo trabajo, tipeo frenético, y pérdida momentánea de la realidad circundante, abandoné mi casa, mi refugio creativo para entregarle las primeras ciento cincuenta hojas del manuscrito a Berenice.
«Antes de leer esto, ponte protector solar....créeme, vas a arder»
Tenía pensado decirle eso y arrojarle el escrito sobre el escritorio, para luego marcharme envuelta en una nube de intriga que la hiciera arrojarse sin piedad a la lectura de mis palabras.
No sucedió así. No, tuve que rogarle. Ella quería «Bajo el fuego del desierto» versión hot, y yo le entregaba...«Match Point. Amor en juego»
«Quiero escenas eróticas, no un película protagonizada Katherine Heigl»
Luego de una seguidilla de comentarios similares a éste me vi forzada a marcarle en el nuevo escrito lo que ella buscaba...lo encontró.
Se los dije ¡Estaba en llamas!
Abandoné en silencio su oficina, sin nube de intriga, pero con vientos de cambio encima.
Para celebrar los nuevos acontecimientos, y regalarle a mi cuerpo tensionado por la escritura sin pausa un momento de relax, me valí del recurso familiar más poderoso del mundo, la culpa, y obtuve todo lo que quise.
Érica y yo apenas habíamos intercambiado palabra luego del suceso “Acompañante sexual pago”, para mi ventaja, la profesionalidad de Joaquín, que seguía sorprendiéndome, me jugaba a favor. Ningún tipo de información había salido de mi boca. Ningún tipo de información había salido de la de él.
Los lazos de nuestra hermandad estaban tensos, y Érica estaba dispuesta a colaborar con todo aquello que los llevara de regreso a su estado normal.
Así que ahí estábamos, disfrutando con Iris de una mañana de viernes de Spa en el Club Country más costoso de la ciudad. Envueltas en delicadas toallas, disfrutando de un descanso luego de una limpieza de cutis, haciendo un brindis por la inspiración que había regresado a mí.
Mi copa de agua de manantial saborizada con rodajas de frescos pepinos chocó contra la copa de burbujeante bebida alcohólica de Iris.
—¿No te parece demasiado temprano para una copa de Champagne?—No tenía intenciones de ser juiciosa, pero eran apenas las once de la mañana, había opciones mejores. Yo velaba por el bienestar de mi amiga.
—¿A qué hora te levantaste tú?—su mirada penetrante de ojos verdes me provocó dolor de cabeza al instante.
—Cerca de la nueve.
Me había levantado a regañadientes, y gracias a un acto de inercia involuntario me había subido a mi coche con una única intención...continuar durmiendo aquí bajo los cálidos masajes de los especialistas.
—Yo me levanté a las seis de la mañana—bebió un sorbo de la copa—preparé el desayuno para los gemelos, los desperté, los obligué a desayunar—y otro sorbo—después los vestí, los llevé a la escuela, y regresé justo a tiempo para despertar a mi marido, y volver a repetir todo lo anterior con él—hizo fondo blanco, se bebió todo el champagne— Así que si me lo preguntas—el alcohol parecía comenzar a hacer efecto, hablaba lento, con calma— la respuesta es no, no es demasiado temprano; al contrario, diría que es demasiado tarde—llamando a la asistencia del lugar, golpeó su copa indicando “otra más”—y sobre todo demasiado poco.
El diagrama de sus actividades cotidianas me golpeó el alma, hice lo que correcto, lo que sabía debía de hacer, alcé mi mano y ordené un copa de champagne para mí también. Me observó sorprendida, y cuando nos entregaron ambas copas, deposité la mía en su mesita soporte. Fingió emoción.
—Eres una buena amiga, colmas todas mis expectativas— se aferró a ambas copas y comenzó a beber de las dos de forma alternada—, conseguiste cambiarle la cara a mi viernes.
—Es un placer, tú sabes que mantener tus expectativas es prioridad para mí, siempre y cuando éstas estén a mi alcance.
—Ya que lo mencionas—me interrumpió—¿Cómo demonios conseguiste esto?
Érica no era un ángel de la misericordia, conseguir favores de éste estilo no era común, de así serlo, pasaríamos cada uno de los días de nuestra vida aprovechándonos del asunto. Algún cumpleaños, navidad, esos eran los momentos en dónde mi hermana era plena bondad, nada más. La pregunta de Iris tenía un evidente fundamento.
—De la misma manera que conseguí esto—dije mostrando mi nuevo Smartphone.
Se levantó de la camilla de descanso para poder contemplarme en totalidad.
—¿No estarás llevando las cosas muy al límite?
Que se pusiera a favor de mi hermana no me agradaba en lo más mínimo, sí, estaba llevando el asunto al límite, pero no lo hacía sólo por esto, tenía una pila de asuntos pendientes con Érica, que gracias a éste incidente, salieron a la luz en mis emociones. Cada tanto, mi hermana necesitaba una bofetada, llevaba la voz cantante en la familia, aun así no debía considerarse intocable.
—El día que alguien pague por sexo para ti, hablamos—cuando lo pensaba en la distancia, lejos de los musculosos brazos de Joaquín alrededor de mi cintura, el asunto volvía a encender la furia y eso se notaba en mi voz.
—No sé...—estaba dudosa, la muy traicionera se manifestaba dudosa ante el comportamiento de mi hermana.
—¿Qué no sabes?—el sarcasmo danzó por entre mis palabras—¿Tú pagarías por sexo?—intenté ponerla en mis zapatos.
—Sí, la verdad que sí.
La convicción de su respuesta hizo combustión, mi volcán interno de furia estaba en conteo definitivo, pronto haría ebullición.
—Pagaría para que tengan sexo con Martín—finalizó.
Martín era su marido, y ante esa respuesta, mi otro volcán interno estalló, el de lo absurdo. Me reí en su cara.
—¡Tratamos de hablar en serio aquí!
—Hablo en serio, pagaría para que tuvieran sexo con él y no me molestara a mí.
La confesión de Iris hizo mutar mi rostro. ¿Iris estaba asexuada? ¿Desde cuándo? ¿Qué me perdí? Ella solita respondió a mis preguntas mentales.
—Cada vez que se me viene encima las caras de los gemelos vienen a mí y se reproducen una vez, y otra vez, y otra vez—su propio recuerdo la espantó, dejando las copas a medio terminar en la mesa, se levantó y caminó por el alrededor—¡Martín es una máquina de hacer gemelos, y que quieres que te diga, para mí veinte horas de trabajo de parto, y dos cabezas saliendo por mi vagina fue suficiente!
—Por si lo olvidaste, te recuerdo, tienes un diafragma puesto.
—No importa, la naturaleza es más poderosa que la ciencia, y la muy desgraciada le robó el placer al sexo en mi vida. ¡Odio a la naturaleza, quiero ser una libertina y no me deja, me atormenta psicológicamente!
Era una delirante, mantener una conversación seria con ella comenzaba a convertirse en un reto profesional.
—Bueno, quitando el asunto reproductivo de por medio, y poniéndote a ti en el centro en cuestión... ¿pagarías para que alguien tenga sexo contigo?
—¡Por supuesto que no, prefiero gastarme el dinero en zapatos...el disfrute me va a durar más que un buen polvo!
¡Ajá! Ahí tienes.
—¡Y yo en bombones!
Vino hasta mí, se acomodó en mi camilla con aires de travesura, esos que habían potenciado nuestra infancia juntas.
—¡Vamos, Ana, tú eres la voz cantante de las mujeres en tus libros! ¿Qué queremos las mujeres?
¿Eh?...
—¡Vamos, Ana! Ponle voluntad ¿qué queremos las mujeres?
Iba a decir zapatos y bombones...conociendo a Iris, lo correcto era:
—¿Sexo?
—¡Dilo más convencida!
—¡Sexo! —yeahhh, puse toda mi buena voluntad.
Iris se vio complacida.
—¿Cómo lo queremos?—continúo diciendo con fervor ante una tribuna imaginaria de mujeres.
Esa respuesta me la sabía, la certeza elevó mi voz.
—¡Gratis!
—¿Cuándo lo queremos?
Fui arriesgada, recordé mi encuentro sexual con Joaquín, y sin pelos en la lengua grité.
—¡Todos los días!
Capturó las copas de champagne, me entregó una y alzó la suya a modo de simbólico brindis.
—¡Esa es la actitud!¡Brindemos por eso!
Le seguí el juego y las burbujas recorrieron mi garganta sin prejuicio.
—Ahora...hablando con seriedad—alejó las copas vacías de nosotras para interrogarme con mirada de madre—¡Ésta que habla, ésta Anabela, es otra...
Mi espíritu alegre de los últimos días me había traicionado frente a ella. Iris notaba mis cambios. Notaba todo. Antes de que pudiera decir algún comentario que me sirviera de excusa me obligó al silencio tapando mi boca.
—Deja de torturar a Érica, las dos sabemos que muy equivocada no estuvo. Tal vez no fue la mejor opción, pero contigo creo que fue la única.
Aggggg...me sacaba de quicio cuando complotaba con ella.
—¡Y a mí no me engañas!—tomó su móvil, hurgó en él en busca de lo que parecían ser imágenes, y cuando encontró la adecuada, la expuso en mi cara. Era una foto de Joaquín en plena clase de tenis, de seguro, reciente—¡Él estuvo en tu casa el sábado a la noche!—cambió de imagen, tenía unas cuantas, eligió una de su trasero, le hizo zoom—Eso...eso estuvo en tu departamento el sábado a la noche, una noche en la que no tuve ni la más mínima noticia de ti.
Acorralada. Atrapada sin salida. Roja como un tomate.
Iris ocultó su sonrisa, su facilidad para leerme los pensamientos era abrumadora.
—Me voy a una sesión de sauna, las toxinas piden con desesperación abandonar mi cuerpo. Tú quédate aquí y recapacita lo que te dije en la cama del masajista.
♥ ♥ ♥ ♥
A solas con mis pensamientos, así me dejó, y no fue una buena idea, ese famoso ingrediente familiar llamado “culpa” era muy traicionero, iba y venía, como una máquina de Pinball, y en éste preciso momento, me golpeaba a mí. Iris, la maldita voz de mi consciencia, siempre tenía razón.
Estaba obteniendo muchos beneficios injustificados, el mejor beneficio de todos había sido mi noche de sexo y sudor con Joaquín, y sin embargo, sentenciaba a Érica por su forma de proceder. Creo que muy dentro el problema se alzaba como otro, al final de cuentas la que había aceptado complacida los servicios de Joaquín había sido yo, es más, el recuerdo de ello todavía me resultaba gratificante. Sí, la molestia, el enojo encontraba la justificación ahí, la que había aceptado, cedido, fui yo. Usar el servicio o pagarlo era lo mismo.
Debía reducir la condena de mi hermana...se merecía una libertad condicionada como mínimo.
Intenté relajarme, estaba en el spa determinada a esa función, había trabajado mucho, mi espalda era un desastre, tenía contracturas por todos lados, lo mejor era detener la licuadora mental de mis pensamientos y ponerme en manos de especialistas. Y lo de “ponerme en manos” era por completo una expresión literal.
La fragancia de los aceites esenciales de oriente perfumaban la habitación, y la suave música instrumental se sumaba a la escenografía empujándome a la pausa mental necesaria. La presencia del masajista se hizo evidente, me desplomé en la camilla dispuesta a ser invadida por esas gloriosas manos.
Manos tibias...
Ahhhhh
Manos tibias masajeando mis talones. Profundas y poderosas presiones ascendiendo por mis pantorillas.
Por ley, toda mujer tendría que poder disfrutar de éste tipo de atenciones por lo menos una vez al mes. ¡Ser mujer es muy estresante!
Con pequeños movimientos circulares continuó hasta mis muslos, hizo una delicada presión en ellos y se detuvo. Esperaba que quitara sus manos de ahí y extendiera el trabajo en el tramo siguiente de la cadera, pero no, volvió a trabajar sobre mis muslos dedicando una importante atención a la cara interna de los mismos.
Me sorprendió, lo reconozco, no era la costumbre.
Avanzó con suaves roces hacía arriba, y justo cuando el destino final, un destino íntimo muy alejado de los convencionalismos en éste tipo de masajes cobraba realismo en mí, reaccioné de forma involuntaria levantándome de la camilla al tiempo que esas manos se estampaban en mi trasero sin pudor y respeto alguno.
—¡Increíble! Y pensar que tuve que rogarte para que me dejaras ponerte una mano encima.
Decir que lo reconocí ante el simple contacto de su mano con mi trasero es vulgar, prefiero mentirme diciendo que fue la primera manifestación de sus palabras la que me hizo reconocerlo.
El rostro de Joaquín se tambaleaba entre la burla y una extraña incomprensión real. Lo que decía, lo decía muy en serio.
—¿Qué haces aquí?—cubrí mi cuerpo lo más que pude, y sentándome en la camilla protesté a la defensiva sin motivo alguno.
—Trabajo aquí, por si no lo recuerdas.
Las anteriores emociones que parecí interpretar en él ya no estaban, ni burla ni incomprensión. Sonrió. Cien por ciento Joaquín, y mi cuerpo, ante el recuerdo y el reconocimiento de su proximidad empezó a derretirse como un helado.
—Cierto, aquí es dónde cazas a tus presas ¿no?—fui desagradable, no sé por qué, no pude evitarlo.
¿Amor propio talvez? Compararme con esa “clase de mujeres”, aquellas que compran “calidad”, no me agradaba.
—Disculpa, déjame acomodarte un poco las ideas en la cabecita—golpeó mi frente con su dedo, sí, así, con descaro y total confianza—Aquí la única “presa” soy yo, éste lugar está lleno de cazadoras furtivas que quieren hincarle el diente a éste cuerpecito.
—Y por lo visto, eres fácil de atrapar.
Que hablara con tanta simpleza sobre el asunto de la “compra de sus favores sexuales” me provocaba un sarpullido invisible en la piel.
—Por una tarifa puntual, por supuesto—asumió su rol sin ningún tipo de inconveniente.
Mmmmm...
Ese era el detalle que me faltaba. Tenía un par de hipótesis de valores elaboradas, y la correcta iba a salir a la luz sólo a través de él. Joaquín me estaba dando esa oportunidad. Si a futuro tenía que hacer cuentas lo adecuado sería hacerlas con el número exacto.
—¿De cuánto estamos hablando?—vestí de sarcasmo mi pregunta para ocultar la verdadera naturaleza interesada.
Él maldito capturó en el aire mi intención de fondo, lo vi en su sonrisa. Acercó su cuerpo al mío, forzó mis piernas a ampliar la distancia que las separaban, y se acomodó entre ellas.
—No importa, esa cifra está muy lejos de tú alcance.
¡Lejos de tú alcance! ¿Con quién se pensaba que estaba hablando? ¿La palabra best-seller “en plural” te resulta familiar, Señor Auxiliar de Tenis con cuerpo escultural?
Joaquín entraba en fase provocación, y mis piernas le seguían el juego, querían desobedecerme, deseaban envolverlo y aprisionarlo. Respiré profundo para alejar al fuego del infierno de mí. No quería el juego físico, no ahí, pero estaba dispuesta al otro. Discutir con él tenía un efecto revelador para mí, le ponía un poco de sal a la monotonía de mi días.
—Ponme a prueba, no subestimes mi status económico—lo provoqué.
No hablaba yo, lo hacía mi amor propio vinculado al éxito como escritora.
Era evidente que él esperaba esa provocación.
Con un efecto de cámara lenta acompañando a su cabeza, se acercó a mi oído, rozó mi oreja con sus labios, y murmuró.
¡Cuatro cifras! ¡¡¡Cuatro!!! ¡Estamos todas locas mujeres, saben la cantidad de bombones que puedo comprarme con esas cuatro cifras! ¡Me abastezco por meses!
Vamos, Anabela, cara de nada. Sonríe con tu mejor cara de nada.
Podía con esos números, el problema era la cordura cotidiana que guiaba mi vida, esa cordura me arrinconaría a golpes si consideraba a el pago de sus servicios como un nuevo gasto mensual.
—A tu hermana le hice un precio especial, la relación laboral que nos une me permitió tal consideración.
¡Así que yo era obra de la caridad! ¡Idiota!
—Bueno, una tonta actitud de tu parte, ni ella ni yo necesitamos tus consideraciones—volví a la carga a mano de mi ego—Sí tuviera intenciones de contratar tus servicios...
El triunfo bailó en lo profundo de sus ojos color almendra, solita me estaba poniendo en evidencia, y él se vanagloriaba de ello.
—Si tuviera intenciones—repetí dejando en claro que no era la manifestación real de mis deseos—, puedo permitírmelo. Puedo permitírmelo más de lo que te imaginas.
¡Ahí tienes desgraciado! ¡Tú mueves el trasero y ganas dinero, yo escribo que alguien como tú mueve el trasero y gano dinero!
—Contigo he decidido no imaginarme nada, ya comprobé que cuando lo hago me equivoco.
Wow. Soy yo, o esas palabras fueron robadas de alguna novela romántica.
Tendría que anotarlas, pero antes...
—¿Qué quieres decir?—plasmé la mayor dosis de desinterés posible en la pregunta.
¡Desde cuando se cree con la capacidad de conocerme tanto! No quiero ser un libro abierto, ser un “enigma” es la clave de todo personaje femenino de novela.
Una puede abrir las piernas...el corazón es otro asunto. ¡Sépanlo!
—Nada, pensé que ibas a llamarme, no lo hiciste—dijo esto con un desinterés mayor al mío.
No, no, no iba a ganarme.
—¿Porque habría de haberlo hecho?—desinterés, desgano, hasta pereza tuvieron mis palabras. Las dije en slow-motion para dejar claro el mensaje,
—No importa, no lo hiciste, y por eso estoy aquí—si yo estaba esperando una batalla de egos, ésta no empezó. Joaquín volvió a ser el dulce hombre que se filtraba cada tanto en sus discursos elaborados de galán seductor— Perdí la llave de mi casillero, y la última vez que esa llave estuvo en mi poder fue el viernes en mis pantalones, para ser preciso, en tu casa.
Primero, la combinación de “viernes” y “en tu casa” me hizo viajar en el tiempo y regresar al calor de sus brazos. No sé cómo se sentía Iris en el sauna en éste momento, pero de seguro, yo me sentía igual. Acalorada, sofocada.
Disimulé, traté de hacer un recorrido visual de mi departamento. ¿Llave de casillero?
—¿Por qué no pides una copia?
—Tengo un defecto...
Le dediqué una sutil mirada de: ¿un defecto, sólo uno? ¡Egocéntrico incurable!
Sus ojos me acosaron, se confabularon con su sonrisa.
Agggg...¡Dios, me falta el aire! ¡Qué alguien abra una ventana, por favor!
—Sí, sólo uno ¿tienes algo que opinar con respecto a ello?—era una provocación clara y directa.
No hablé, gesticulé en desacuerdo, y por supuesto, él lo disfrutó.
—Soy muy despistado, no es la primera vez que la pierdo—continuo abandonando su común protagónico a sueldo—Dilate la situación unos días, ya no puedo, la realidad es que la necesito.
—No creo que esté en mi casa, no he visto ninguna llave—lo interrumpí. En mi departamento no había nada, estaba segura.
—Tiene que estar ahí, si no la buscas tú, la busco yo.
¡Olvídese, señor, usted no pone su pe...sus pies, PIES, en mi departamento!
—¡Sé responsable de tus errores, si la perdiste hazte cargo!
Él, mi departamento, y yo...eran una mala ecuación. Para mí, que quede claro.
—¿Quieres eso? ¡Perfecto!—tomó distancia de mí, se preparó para el contrataque final, podía verlo en su mirada—Voy a la oficina de tu hermana y le pido una copia, cuando proteste, como es su costumbre, y pregunte, como siempre lo hace, dónde la perdí...
En el blanco, su argumento dio en el blanco, lo vio en mi rostro. La sola mención de Érica me hizo cambiar de actitud.
—Le diré...—finalizó—de seguro entre las sábanas de tú hermana.
Me aseguré que la toalla que me envolvía estuviese bien sujeta, bajé de la camilla y contribuí a ampliar la distancia de nuestros cuerpos.
—La buscó y te llamo— dije con convicción, ocultando el fuego que me quedaba la piel ante la mención de “sábanas”.
—¿Conservaste mi número? ¿Quién lo hubiese imaginado?—puro sarcasmo en su voz, y una sonrisa en sus labios que podía iluminar al día más nublado.
Le di la espalda, y para no dejarle el triunfo del silencio, le hice un gesto obsceno con mi dedo. Sí, levanté el dedo medio con ganas y lo exhibí ante él...una vergüenza, Anabela, una gran vergüenza.
Fue peor.
La carcajada que le provoqué me siguió todo el camino. Todo el camino al sauna...ni loca me quedaba ahí, esperando al masajista, con él. Ya estaba sofocada, un poco más no me vendría nada mal.
♥ ♥ ♥ ♥
Iris consumió el resto de mi tarde, al spa le siguió el almuerzo, a éste le sucedió un par de trámites personales; sin darme cuenta la tarde se diluyó en la noche. Lo primero que hice al llegar a casa fue darle una recorrida visual a todo, si la llave de Joaquín estaba ahí, debía marcharse.
No estaba, para mí no estaba.
Hice el llamado para ponerle punto final a la situación. Recepcionó la llamada a los segundos.
—Lamento informarte que tus suposiciones son incorrectas—ni un “hola”, nada. Fui al grano—La perdiste en otro lado.
—Lamento informarte que “tu testarudez” también es incorrecta. Tiene que estar ahí.
Y así como si nada la comunicación se terminó. Él lo había hecho.
Dos minutos, en menos de dos minutos, la sorpresa llamó a mi puerta.
Observé por la mirilla de la puerta. ¡Joaquín!
Mi corazón se aceleró, bombeaba fuerte. Las piernas me temblaron, todo mi cuerpo se agitó nervioso, ansioso, y mientras eso sucedía, mi cerebro ordenó a mis manos que le abrieran la puerta.
—¿Cómo llegaste hasta aquí arriba? ¡Dejan ingresar a cualquiera en éste edificio!—así lo recibí, a falsos gritos—¡Voy a quejarme a la administración!
Entró a mi departamento como si éste fuera parte de su territorio común.
—Mírame ¿acaso parezco un asesino serial o algo por el estilo?—giró para hacer gala de su imagen.
Ufffff Hombre de catálogo. París temporada 2016.
Tenía puesto un traje gris claro, de muy buena calidad, se notaba a la vista. Lo acompañaba una camisa blanca sin corbata, y unos relucientes zapatos negros. El mejor detalle de todos, un pañuelo de seda color salmón en el bolsillo superior del saco. ¡Puro Glamour!
¡Dios! ¿Dónde está mi chequera cuando la necesito? ¿¿¿Dónde???
—Eres algo por el estilo—dejé que la ironía hablara por mí, estaba a pasos de babearme por él.
—Sí, es verdad —se acercó a mí oído, susurró—, pero soy un “algo por el estilo” que a ti te encanta, no lo niegues.
—¡Tus llaves no están aquí!—opté por la reiteración del discurso para evitar confesar que él estaba en lo cierto...me encantaba.
—Están, simplemente no las buscaste bien.
—Bueno, Señor certeza total, todo tuyo, busca.
Cocina, debajo del sofá, de la mesa. Una y otra vez...
—¡Nada!—festejé la confirmación de los hechos—¡Tú mismo lo has podido comprobar!
El desacuerdo estaba estancado en su mirada.
—¿Te fijaste en el dormitorio?
No, no lo había hecho. Demoré la respuesta.
—No veo posible que las llaves hallan llegado hasta ahí.
—Yo sí, sobre todo cuando arrojaste los pantalones contra mí.
Joaquín tenía una causa probable.
Antes de que yo pudiera hacer algún comentario más, fue hasta mi dormitorio sin autorización alguna. Fui detrás de él.
—¡Ey! ¡Un poco de respeto a la privacidad ajena!
Rodeó la cama, se agachó para observar debajo de ella. Yo hice lo mismo del otro lado, nuestros rostros se encontraron, se fulminaron con la mirada al descubrir que la condenada llave estaba ahí, escondida entre los hilos de la alfombra.
—Tú no ves lo que no quieres ver ¿verdad?—su comentario no me hizo nada de gracia.
—Lo siento, no ando todo el tiempo de aventura debajo de mi cama.
—Ya lo veo, y por lo que deduzco, tampoco hay mucha aventura por encima de ella.
¡Desgraciado!¡Mil veces desgraciado!
Enfurecida, así me levanté.
—Ya tienes tu llave, puedes irte—lo invité con cortés rabia a abandonar mi departamento antes de que mi cuerpo pidiera algo equivocado, como por ejemplo, invitarlo a una aventura sobre la cama.
—Por supuesto me voy, tengo cosas que hacer—hizo gala de su vestimenta una vez más—, vine por esto—alzó la llave a la vista de ambos—, nada más que por esto.
Quería hacerle burla a su comentario “nada más que por esto”, la madurez que corría por mis venas no me lo permitió. Joaquín sacaba lo peor en mí, me alejaba de las formas, con él maldecía, protestaba, me comportaba como la niña que muchas veces era por dentro. Joaquín era un peligro.
—Bueno, ya conoces el camino—lo invité a marcharse.
—¡Cómo olvidarlo!
No se iba. Seguía ahí, frente a mí.
—¡Cómo!—resoplé.
Silencio.
Silencio mío, de él. Una comunión de extraño silencio.
Hice una burlona reverencia y con mis brazos le dibujé el camino fuera de mi habitación.
Lo hizo, avanzó, y cuando llegó a la puerta la caballerosidad estructurada de su persona hizo que me cediera primero el paso a mí. No acepté, insistí, volví a señalar la puerta con el movimiento de mi cuerpo. Él se mantuvo en su postura. Conscientes de que ninguno de los dos iba a responder a las demandas del otro, avanzamos al mismo tiempo, nuestros cuerpos se chocaron y se vieron obligados a llevar a cabo una pequeña pelea por el puesto uno en salida.
¡Gané! Joaquín me dejó ganar.
—Adiós—manifesté rumbo a la salida—Ha sido un “no gusto” verte por aquí—mi boca sonrió al decir esto.
—Lo mismo digo—dijo e imitó mi sonrisa.
Puse la mano en el picaporte, él hizo lo mismo, y justo antes de que abriéramos, como un atentado por parte del universo mismo, alguien golpeó a la puerta. Indagué la presencia a través de la mirilla.
¡Noooo! Era Érica.
—Es Érica—susurré.
En perfecta e inesperada coordinación los dos retrocedimos, nos alejamos del punto de conflicto.
—No puede verte aquí—mantuve el tono de mi voz en el mismo susurro.
—Ya lo sé—él se sumó al juego susurrante.
—¿Cómo la sabes?
—Lo intuyo considerando que ella se cree que el viernes me fui de aquí después de la conversación telefónica entre ambas.
—Y por lo visto, tú no le has dicho nada.
—¡Por supuesto que no!—fue un susurro enojado—¡La confidencialidad entre profesional y cliente es muy importante!
Podíamos pasar minutos, inclusive horas, discutiendo si queríamos. La situación demandaba acción, no análisis.
—¡Ve a la habitación y quédate ahí! Yo me encargó de ella.
Respondió sin oposición, guio sus pasos a mi dormitorio, y antes de desaparecer dentro, susurro un pedido.
—No te demores mucho, en serio, tengo trabajo que hacer.
Imaginar que trabajo tenía que hacer así vestido me erizaba la piel. El Señor asesino serial de vaginas tenía una nueva víctima en algún lugar. Que esa víctima fuese otra y no yo, no debía molestarme, pero lo hizo. No sé por qué, pero lo hizo.
Espanté a los pensamientos de envidia de mi cabeza, traté olvidar que Joaquín estaba ahí, puse mi mejor cara de sorpresa, y abrí la puerta.
Érica entró como un huracán. Todo el mundo parecía tener total libertad en mi casa, eso comenzaba a enfurecerme.
Pensé en algo para echarla con sutileza. Lo encontré.
—¿Qué estás haciendo aquí?—la culpa atacó por última vez, aun en contra de la promesa hecha a Iris.
—Tengo una noticia que contarte. ¡Papá va a casarse de nuevo!—escupió antes de que yo pudiera hacer cualquier otro comentario.
—¡Dime algo que no me sorprenda!—no iba a permitir que me sacara del rumbo, continué—Como por ejemplo ¿Qué haciendo aquí?—volví a repetir—No tendrías que estar en viaje rumbo a la costa con el abogado cuarentón.
Gracias al cielo tenía el “asunto Esteban” de mi lado.
—Se suspendió, mejor dicho, lo suspendí.
—¿Por qué?
—Porque a último momento la ex mujer le cargó los niños todo el fin de semana.
La presencia de Joaquín dejó de ser un problema, Érica y sus decisiones comenzaron a serlo ahora.
—¿Y eso que tiene que ver?
—¡Ni loca paso un fin de semana con él y sus críos!
—¡Érica!—levanté mi voz en una sincera reprimenda—¡Hiciste una promesa!
—Sí, e intentó cumplirla, pero no de ésta manera—estaba nerviosa, el asunto la ponía nerviosa, se le notaba. Debía forzarla, era para su bien.
—¡De ésta manera, sí!—fui dura, las manías de Érica debían ser llevadas hasta el límite del quiebre. Sabía que el abogado le gustaba más de lo que confesaba—¡Si yo pude lidiar con la vergüenza que significó que pagaras para que alguien tuviera sexo conmigo, tú puedes tolerar un par de críos dos días!
¡Encestada perfecta! Quedó en silencio, sin argumentos.
—¡La culpa de esto la tiene Joaquín!—descargó su desacuerdo con un pequeño grito.
—La culpa la tienes tú—corregí.
No quería defender al dulce desgraciado oculto en mi habitación, pero en éste caso era una obligación. La fundadora del problema había sido ella.
—¡La culpa la tengo yo, pero también la tiene su gran boca!—reafirmó—Él sólo se puso en evidencia contigo. No sabe mantener la boca cerrada, se lo dije.
Un golpe proveniente de la habitación nos distrajo.
El vuelo de una mosca podía utilizarse de excusa para escapar del tema dadas las circunstancias actuales de nuestra relación. Érica tomó ventaja de la distracción.
—¿Qué fue eso?
Un lindo trasero inquieto. Esa era la respuesta.
—El gato—utilicé la segunda respuesta que vino a mi cabeza.
—¿Qué gato? Tú no tienes gato.
Evidentemente fue una muy mala respuesta. La reacción común se hizo presente en ella, se encaminó a mi habitación a corroborar. La detuve.
—El gato del vecino, se mete por el balcón de la habitación—la forcé a cambiar el recorrido en dirección a la salida—. No te preocupes por él, preocúpate por ti y tu fin de semana con el abogado padre de familia.
—¡No!—se estancó al suelo, no quería avanzar.
—¡Sí! Una promesa es una promesa, y si quieres que vuelva a llamarte hermana, la cumples.
Abrí la puerta, la empujé fuera de mi departamento, la pobre estaba fuera de sí, sumergida en la realidad desesperante de una situación que no quería asumir.
—Adiós—dije antes que sus lágrimas de cocodrilo salieran y me capturaran.
La observé por la mirilla de la puerta, la oí hablar para sí misma.
—Pero si tú no tienes balcón en la habitación.
Caminó por el pasillo una vez, otra vez, y luego se marchó. Respiré con calma.
Y esa calma se me fue cuando recordé al “gatito” dentro de mi habitación.
♥ ♥ ♥ ♥
¡El colmo de la confianza! Sentado a sus anchas en la silla del escritorio con la vista fija en mi portátil, revisando los archivos como si fuesen suyos.
—¡Su suave y macizo trasero!—leyó en voz alta a modo de broma—. ¿Tenista? ¿En serio? Siento que estoy leyendo mí biografía.
—Tú eres un auxiliar—puse énfasis en la palabra—, y eso es privado—.Sin cuidado, me interpuse entre él y mi portátil—¡Hurga en tus asuntos, no en los míos!
—Esos asuntos son míos—empujó mi cuerpo para hacerme a un lado. Lo consiguió.
Recitó un fragmento de mi escrito.
«Llegó a mis muslos, los aprisionó con las manos, y me atrajo hacia él provocando el choque final de nuestros cuerpos»
Puro deleite, su voz se vestía de placer al leer, pero no por la satisfacción real de la lectura, sino porque era parte del juego para él, era el placer de provocarme al reconocerse como centro principal en mi relato.
«Guiando mis pasos, golpeó con suavidad mi espalda contra la pared y elevó mi cuerpo sobre ella»
—¿Qué extraña manía imaginaría tienen con el sexo de parados?—hizo una pausa en la lectura para irrumpir con esto—Con “tienen” me refiero a las mujeres, por supuesto.
Antes de que retomara fragmentos del texto, cerré la portátil y volví anteponerme a él.
—Ninguna manía que sea de tú interés—refuté su pregunta de la manera menos adecuada.
—¡Lo es, cuando es absurda!
Había una sorpresiva actitud de defensa en él, se sentía ofendido en un aspecto que yo no lograba comprender.
—El sexo de parado contra la pared es incómodo, poco práctico y ante todo insatisfactorio.
Confirmado, el maestro del sexo pago a domicilio estaba ofendido.
Hablar de sexo con él, tenerlo a escasos centímetros de mi cuerpo oliendo de maravillas, y lo peor de todo, vestido de esa manera, no pronosticaba ninguna reacción buena en mí.
—¡Es ficción!...y la ficción hace eso, te cuenta lo imposible—era un alegato correcto.
Mi alegato no le fue suficiente.
—En eso te equivocas, no es simple ficción, les estás vendiendo un momento—la experiencia parecía hablar en él—, imaginario pero momento al fin; y si lo vas a hacer, debes hacerlo como corresponde.
Una vez más volvía a reconocer que los dos éramos contadores de historias, yo las trasladaba al papel, él a la acción.
—¡Ven, compruébalo por ti misma!
¿Comprueba qué?
Tomándome de la mano me llevó hasta el otro extremo de la habitación para colocarme de espaldas a la pared.
—¿Qué haces?
—¡Te doy realismo, eso hago!
Volcó todo el peso de su cuerpo contra el mío, agarró mi pierna y la obligó a envolverle la cintura, sin más, me alzó en el aire utilizando la pared como soporte. Yo no estaba preparada para la situación, la sorpresa de su acción me tenía tonta, no seguí su juego y lo movida terminó con mi trasero en el suelo.
—¡A las pruebas me remito!—dijo cuándo un “Auuuh” se escapó de mi boca.
Me incorporé con su ayuda.
—No estaba preparada, me tomaste de improviso—No iba a darle la razón, no iba a eliminar la escena de mi historia.
Retomó la posición anterior y sostuvo mi pierna a su alrededor, yo me abracé a su cuello para favorecer la postura; justo antes de forzar sus piernas y levantarme, dio todo marcha atrás.
—Espera, vamos a hacer esto como corresponde.
Fue hasta mi escritorio, se quitó el saco, lo colgó en el respaldo de la silla, y continuó quitándose el resto de ropa.
—¿Por qué el striptease si se puede saber?
—No pienso arrugarme la ropa, ya te lo he dicho, tengo cosas que hacer.
—Por mí no te demores, déjame a mí y a mis escritos tranquilos que nosotros nos entendemos.
—No, no se entienden.
Camisa, zapatos, pantalón...todo fuera. Frente a mí en ropa interior. Perfecto, bronceado, con ese cuerpo torneado por artesanos que era un placer visual. Podría quedarme horas así, devorándolo con la mirada, imaginándolo bañado en chocolate para saborearlo con mi lengua hasta empalagarme y decir basta.
Le di a mi rostro una bofetada imaginaria para que abandonara el estado de dulce trance.
—Te fascina desnudarte ¿no?—traté de restarle importancia a lo que me provocaba.
Era un derroche de sensualidad, y él era muy consciente de ello. Sonrió, y volvió sus pasos a mí.
—Contra la pared, ahora—ordenó manteniendo la sonrisa en sus labios.
Obedecí. Como decirle no a ese cuerpo. Me aprisionó contra la pared. Comenzó a desabrocharme los botones del jean.
Uffff....el calor aparecía, y el aire comenzaba a faltar.
—Aplico factores auténticos a la situación—dijo para justificar lo que hacía.
Nada tenía sentido. Lo que pretendía él, o lo que pretendía yo.
¿Qué pretendía yo? Sus manos en mi cuerpo para empezar.
Le permití quitarme los pantalones, quedé en remera y ropa interior. Acarició mis muslos al descubierto, los palmeó, y aferrándose con firmeza a ellos, elevó mi cuerpo a la altura de su cadera.
—Ahora sí—manifestó con un hilo de satisfacción en la voz—Aférrate a mi hombros—lo hice. Él puso más presión contra mi cuerpo—¿Cómo te sientes?
¿Cómo me sentía?
Quería mi cama, ya, con él encima de mí.
—Apretada—no mentí, era la verdad.
—Y ahora dime ¿cómo te sientes ante esto?
Inició una secuencia de movimientos, embestidas imaginarias que hacían que mi espalda le sacara lustre a la pared. Además de comenzar a incomodarme ante la situación, la inestabilidad del ritmo de sus piernas me sacaba de eje. Abandoné su cuello y utilicé mis manos como apoyo en la pared. Fue peor. Ni hablar que sentía que el peso de mi cuerpo iba a desgarrarle los músculos de todo su cuerpo.
—¡Bájame, bájame!—dije con el mal humor naciente, el muy desgraciado tenía razón.
La gloria del momento se reflejaba en sus ojos.
—Si quieres probamos lo mismo sin remera para que veas la diferencia, es peor, créeme.
No, no era necesario. Mi espalda desnuda contra la pared, subiendo y bajando al ritmo de embestidas desordenadas no parecía una buena opción, de seguro sólo conseguiría una linda irritación por la fricción.
—Gracias...gracias por arruinarme una buena escena—esbocé para otorgarle la victoria.
Con delicadeza, pero sin desprenderse de mi trasero, me ayudó a recobrar la posición en el suelo, cuando mis pies tocaron el piso, me palmeó las nalgas a modo de despedida y buen trabajo.
—No seas niña, estoy aquí para instruirte, no para arruinarte—su pecho se infló de puro ego—Yo voy a darle autenticidad a tus líneas de sexo, confía en mí.
Si me dedicaba un tiempo a pensar el asunto de “confianza” entre ambos la mujer conservadora que generalmente guiaba mis pasos se sorprendía. Contrario a todos los comunes pronósticos que cubrían a mis relaciones, con Joaquín existía una inusitada confianza, su presencia no me molestaba, en cierto punto, me agradaba más de lo que quería aceptar. Le seguía el juego porque me gustaba hacerlo, y no era por las intenciones de sexo, no, era por todo él; su frescura, su energía contagiosa, la falta de prejuicios ante la vida; y su cuerpo, por supuesto, siempre su cuerpo.
Ya que había desestimado la coherencia en mi escrito fui en busca de un reemplazo.
—Estoy en tus manos, maestro del sexo, dime...¿qué sugieres?
Regresó al escritorio, liberó espacio, apartó lapicero, anotador, etc.
—Aquí, te quiero aquí—señaló la esquina vacía de la mesa.
Lo hice, fui hasta él, lo enfrenté y puse mi trasero en el lugar indicado.
Él en ropa interior, yo en remera y bragas.
—Abre las piernas.
No emití queja alguna, las abrí permitiéndole el espacio perfecto para su cuerpo. Envolvió su cintura con mis piernas, atrajo mi pelvis hacia la de él, su miembro a pasos de una evidente erección rozó a mi sexo, un sexo que comenzaba a humedecerse a modo de respuesta y bienvenida.
—Perfecto...ángulo perfecto, aquí puedo darte duro, sin piedad—murmuró a centímetros de mi boca.
Comenzó a moverse simulando penetraciones y el contacto de su miembro firme, ya erecto contra mi sexo, hizo que mi cuerpo iniciará el camino a la búsqueda de la satisfacción del deseo.
—Y lo mejor de todo, es que aquí puedo permitirme esto—me quitó la remera, y forzándome por la cintura, recostó mi torso en el escritorio.
Demasiado tarde para ponerle un punto final al juego. Mi mente ya estaba disfrutando de la mejor de las escenas, mi cuerpo reclamaba lo mismo. Afirmé mis piernas, lo enredé en ellas y se convirtieron en una prisión sin escape.
—De ésta manera tengo el mapa de tu cuerpo a la vista—acarició con la yema de sus dedos mi vientre, avanzó por él hasta llegar a mis pechos— y ese camino me muestra muchas rutas—capturó mis pechos con sus manos, movió las tazas de mi sostén y los liberó, besó mis pezones, uno a la vez. Volvió a hacerlo hasta que se endurecieron ante él—, pero todas esa rutas me conducen a un mismo destino.
Había cerrado mis ojos, estaba perdida en su voz, en sus caricias, en la cercanía de su sexo palpitante contra la humedad del mío. Abrir los ojos significaba abrir mi boca y arruinar el momento. Detuvo los besos, y ante eso mi cuerpo entró en estado de alerta.
—¿Sin palabras?...Tú, sin palabras—susurró entre mis pechos.
Me obligó a mirarlo, sonreía.
¡Maldito desgraciado!
—Soy una buena alumna, te entregó toda mi atención ¿Qué más quieres?
El fuego de mi voz era evidente, y la verdad, no me molesté en ocultarlo. Estaba en llamas, él había iniciado el incendio, lo justo era que se encargara de apagarlo.
—Esto quiero —tomó posesión del borde de mi braga y la deslizó por mis piernas—, lejos de aquí las quiero—las arrojó sobre la cama—.Y además, necesito esto...—se estiró y hurgó dentro de los bolsillos de su pantalón, sacó la protección y se la colocó—Un buen sexo, es un sexo seguro.
—Y más considerando los lugares en dónde “eso” a estado.
Sí, abrí mi enorme bocaza, no hay paz entre mis labios. Con Joaquín me enloquezco.
—Hasta que apareciste...te extrañaba—bromeó con dulzura, y me penetró tan profundo que me arrebató el aire, el habla.
Esto era una locura, lo sentía dentro de mí, entrando y saliendo, lento, profundo, embriagador. Sus manos continuaron el juego en mis pechos, los apretujaba, los lamía, besaba. Droga pura, eso eran sus besos. Me desarmé sobre el escritorio, una parte de mi cuerpo, la superior, estaba rendida a sus caricias, al perfume de su piel, al calor de su cuerpo; la otra parte, luchaba para mantener la fuerza, lo envolvía con fiereza, mis piernas eran dos grandes tenazas que lo retenían con desesperación.
A pesar de estar sumergida en una ola de sensaciones desbordantes ésta vez no cerré los ojos, los mantuve inquietos, deseosos, en contacto directo con el color almendra de los suyos. Nos desafiábamos mutuamente, yo luchaba contra la corriente del éxtasis total que venía a golpear a mi puerta, y él se esforzaba en ganar esa lucha; me torturaba con embestidas rítmicas que me llevaban a los primeros momentos del temblor, todo mi cuerpo iba a colapsar. El borde de la mesa se convirtió en sostén, mi portátil estuvo a pasos de ver su muerte al salir despedida por un movimiento involuntario. Los lápices, mis lentes, vibraban, saltaban en el escritorio en coordinación perfecta junto a sus penetraciones.
Liberé parte de mi éxtasis en pequeños gemidos. Estaba perdiendo, cediendo ante él; mis piernas se rendían, y no pude ocultarlo. Joaquín no estuvo satisfecho, no, estaba dispuesto a la tortura máxima. Recorrió mi vientre con su mano derecha, y con un delicado descenso la llevó hasta mi clítoris.
Ahhhhh...Morir bien muerta, eso quería. Morir bien muerta ahí, encadenada a su cintura.
No encontraba palabras para describir dentro de mi mente lo que mi cuerpo sentía, él penetrándome y jugando con mí clítoris una y otra vez. Indescriptible, electricidad pura inundando mi cuerpo. Hay situaciones que se viven, no se relatan, no se cuentan. Esto que sentía jamás tendría palabras. Lo que él me provocaba no existía en nuestro vocabulario. Mi cuerpo no era mío, era de él, se desprendía de mí ante el contacto de sus caricias. Un viaje astral de éxtasis, así podía describirlo. Literalmente convulsionaba de placer, y no podía tolerarlo más; me aferré a sus hombros, clavé mis uñas en su piel, acompañé sus últimas embestidas con el movimiento de mi cadera, y grité...grité al tiempo que él se desbordaba dentro de mí.
Me tomó entre sus brazos, y sin salir de mí, giró y me acostó con suavidad en la cama. Una vez resguardada en la comodidad del colchón, se retiró de mi interior, y fue en dirección al baño.
En minutos estuvo de vuelta frente a mí, libre de protección y fluidos. Sonrió ante el final de la situación: yo, destruida de placer en la cama como una muñeca de trapo sin vida.
—Reconócelo, te di otra perspectiva para la escena de sexo.
Me diste mucho más que otra perspectiva, me quebraste en pedazos y luego me volviste a unir. Ésta, la que está en la cama es otra Anabela, una mejor, con más fuerza, juntaste sus pedazos a la perfección.
—Lo reconozco, has sido muy instructivo, como siempre.
Miró la hora, buscó su ropa, se vistió con una rapidez abrumadora, regresó al baño, y salió prolijo de la cabeza a los pies.
Yo no tenía muchas más palabras, después de lo sucedido necesitaba descanso, inclusive una pequeña siesta. No tenía fuerzas, era relax en extremo.
—Ponte a escribir como corresponde, Señorita escritora de novelas románticas—dijo acercándose a mí—Sí me necesitas, ya sabes dónde y cómo encontrarme—depositó un beso en mi vientre.
Le sonreí, ésta vez lo hice yo, sin temor a evidenciar mis emociones. Estaba feliz, agotada, satisfecha, y todo gracias a él.
Abandonó mi departamento en segundos. Yo no pude abandonar mi cama, no, no podía moverme de ahí.
El silencio hizo travesuras en mis pensamientos, fui y vine, fui y vine. Los momentos de minutos atrás regresaban trayendo consigo innovadoras formas de narrar lo sucedido. Y entre tanto pensamiento de ficción, un pensamiento real se hizo presente.
«Papá va a casarse de nuevo»
¿Papá va a casarse de nuevo? ¡¡¡De Nuevo!!!
Salté de la cama. ¡Dios santo, éste mundo está loco, loco, loco!
♥ ♥ ♥ ♥