EL MUNDO DEL AGUA
Estamos en una playa de arena fina y tibia, a orillas de un lago.
Los colores son pastel.
El agua es turquesa con reflejos malva.
La arena es negra con reflejos lila. Escuchas una música en clave de la.
Es una melodía esencialmente dominada por instrumentos de cuerda: arpa, mandolina, guitarra, violín. Recuerda a Vivaldi.
Al borde del lago, flamantes rosas.
En el centro,
una inmensa fuente de mármol blanco. Te sientas a curar tus heridas.
En el mundo del Fuego has sufrido y aprendido mucho.
Pero tu viaje no ha terminado aún. Sientes que el agua del lago es benéfica
y te entran ganas de bañarte.
Pero no en seguida.
Te has ganado un momento de reposo.
Te quitas la armadura, el escudo y el casco.
Lanzas al aire tu espada, que alza el vuelo y va a recogerse a tu refugio.
Te quitas la ropa.
Estás desnudo; no hace frío.
Tu espíritu se relaja.
Te tumbas sobre la tibia arena de la playa. Llamas a tu símbolo, y él sale del cofre para aparecer en la palma de tu mano.
Lo introduces en tu corazón y, de nuevo, sientes un gran soplo de energía.
Las ventanas de tus sentidos se abren de par en par para dejar que entren todas las ondas.
Extiendes brazos y piernas, separándolos ligeramente.
Estiras los dedos de los pies.
Se está bien.
Respiras profundamente.
Sientes la suave ola en tus pulmones. Hacia adelante.
Hacia atrás.
Descanso.
Bienestar.
Recuperación.
Eres consciente de que tu espíritu ha cumplido muchas cosas en poco tiempo. ¡Reconoce que no sabías que eras capaz! Mira el lago.
Distingues grandes peces que saltan fuera del agua y te animan a que te bañes. Delfines.
Vas.
El agua está tibia. El agua es salada.
Es un lago lleno de agua de mar.
Los delfines giran a tu alrededor.
Os comunicáis por telepatía.
Te dicen que, antes, eran mamíferos terrestres, pero que han preferido volver al agua porque aquí se pueden mover en todas las direcciones con facilidad.
Te dicen que el agua es un elemento de vida prodigioso.
No necesitas ropa, ni casa, ni patria.
Te hacen rabiar un poco y te proponen jugar con ellos.
Tú les preguntas el secreto de su alegría de vivir.
Te dicen que ellos sueñan sin cesar.
Te explican que la mitad de su cerebro duerme mientras la otra mitad está activa. Aunque en este momento juegan contigo, también están soñando.
Les preguntas si nunca duermen de verdad.
Y te responden que no, ya que, de todos modos, necesitan a la vez estar bajo el agua y subir a respirar a la superficie.
Si se quedaran inmóviles durmiendo, se asfixiarían.
Pero te señalan que tú mismo, en ese instante, eres como ellos.
Estás leyendo de manera activa El libro del viaje en alguna parte de la Tierra, en la realidad.
Y tu espíritu está al mismo tiempo en el mundo de sueños proyectado en el libro. Toma conciencia de ello.
Te dicen que tal vez sea ésa la evolución del hombre:
volverse capaz de estar simultáneamente «consciente y soñando».
Emiten sus pequeños gritos y se ríen de ti porque el solo hecho de que comprendas esta idea te convierte en un mutante. «¡Espíritu mutante!» «¡Espíritu mutante!», te gritan alegremente.
Les replicas que prefieres ser «espíritu en evolución», pero no mutante. Ellos afirman que «cambiar de espíritu» ya es una evolución biológica.
Un viejo delfín argumenta que si, en 250.000 años, el hombre no comete demasiadas tonterías, debería seguir la misma evolución.
«Formas parte del prototipo de los hombres del futuro.»
Todos los delfines se echan a reír y te rodean.
«¡Espíritu mutante!» «¡Espíritu mutante!», repiten.
El más viejo de los delfines se acerca para confiarte el secreto de la evolución. Afirma que las cifras utilizadas por los humanos, y que son de origen indio, muestran ya el sentido de la vida.
Para descifrarlas hay que saber que, en el dibujo de la cifra,
las curvas representan el amor, los trazos horizontales las ataduras y los cruces la elección.
«1»: es el estado mineral.
Un delfín salta y traza la cifra en el aire, con su cuerpo, para que visualices bien su forma.
Otro te explica:
«1» no siente nada. Está ahí.
No tiene curva.
Ni trazo horizontal.
Ni tampoco cruce.
Así que no tiene ni amor, ni ataduras, ni elección.
En estado mineral, no hay pensamiento. «2»: es el estado vegetal.
El delfín dibuja la cifra saltando por encima del agua.
Abajo hay un trazo horizontal.
«2» está atado al suelo.
La flor está sujeta al suelo por la raíz y no puede pues desplazarse. Hay una curva en la parte superior, el tallo de la flor.
«2» ama al cielo.
La flor se hace hermosa, se llena de colores y de formas armoniosas con el fin de
gustar al sol y a las nubes.
«3»: es el estado animal.
Con sus dos curvas arriba y abajo.
Dos delfines saltan para componer los dos bucles.
Se dirían dos bocas abiertas superpuestas.
El delfín asiente:
«Es la boca que besa dispuesta sobre la boca que muerde».
«3» sólo vive en la dualidad: «amono amo». Está dominado por las emociones. No tiene trazos horizontales, nada lo ata, ni al suelo ni al cielo. El animal está en movimiento perpetuo. Vive en el miedo y en el deseo.
«3» se deja dirigir por su instinto, es el esclavo permanente de sus sentimientos.
«4»: es el estado humano.
Dos delfines saltan y se cruzan.
«4» significa encrucijada.
Con el símbolo de la cruz.
Si se utiliza bien, la encrucijada permitirá dejar el estado animal para pasar al estado siguiente.
El delfín te dice que hay que dejar de estar
dividido entre el miedo y el deseo.
Salir del «amo-no amo» y del «tengo miedo-deseo».
Alcanzar el «5».
«5» es el hombre espiritual.
El hombre evolucionado.
Tiene un trazo horizontal en lo alto que lo ata al cielo.
Tiene una curva dirigida hacia abajo.
Ama lo que hay abajo: la Tierra.
Es el dibujo inverso del 2.
El vegetal está clavado al suelo.
El hombre espiritual está clavado al cielo. El vegetal ama el cielo.
El hombre espiritual ama la tierra.
El próximo objetivo de la humanidad será liberar al hombre de sus reacciones emocionales.
Es por eso que te llaman «El espíritu muíante».
¿Y el «6»?
El delfín te dice que es demasiado pronto para hablarte de ello.
Todos los delfines componen una danza náutica para dibujar las cifras.
1... 2... 3... 4... 5...
Y repiten:
«¡Espíritu muíante!». «¡Espíritu muíante!» Nadas con ellos.
Giráis alrededor de la fuente de mármol.
Y de golpe, ante la isla, surge un remolino. Algo se eleva.
Una silueta humana surge del agua y sube a la orilla.
Reconoces a esa persona.
Es la persona, hombre o mujer, que está hecha para ti.
ENCUENTRO CON LA PERSONA QUE TE ESTÁ DESTINADA
No es necesario presentaros, os conocéis desde hace mucho tiempo. Ella es todo lo que has buscado siempre. Admiras cada uno de sus rasgos.
Su mirada.
Su sonrisa.
Su manera de estar.
Esa tranquilidad de espíritu que se une a la que tú tienes en este momento preciso. Te gusta su perfume.
Te gusta el calor de su voz, te acercas.
Le tocas el hombro.
Y su contacto provoca una pequeña descarga eléctrica.
Su piel es fírme y suave.
Le preguntas quién es.
Ella prefiere decirte quién eres «tú».
Te habla de ti y te sorprende que sepa tanto sobre tus secretos más íntimos.
Ella adopta un aire travieso que te derrite. Te dice que le gustan tanto tus cualidades como tus defectos.
Te señala que ella misma no es ninguna perfección.
Ella es «la imperfección adaptada a tu propia imperfección».
Juntos, estáis completos.
Te habla de esa antigua teoría según la cual, antes, los seres humanos tenían dos cabezas, cuatro brazos y cuatro piernas, y que fueron separados.
«Desde entonces, todos buscamos nuestra mitad perdida», dice ella.
La estrechas contra ti.
Os besáis largamente.
Vuestros cuerpos se tocan y forman ese ser completo de cuatro brazos, cuatro piernas y dos cabezas.
A vuestro alrededor, los delfines saltan alegremente.
Después ella se suelta púdicamente y te salpica riendo.
Dudas, y después la salpicas a tu vez.
Jugáis como niños.
De repente ella se para, otra vez seria.
Os separáis.
Vuestros dedos se rozan una última vez.
Te dice que es la hora de continuar tu camino y de seguir a los delfines.
Insistes en que se quede contigo.
Ella te hace comprender claramente que los seres humanos no son bienes hechos para ser poseídos.
Hay que dejar a las personas ir y venir cuando deseen.
¿Incluso a ella?
Sobre todo a ella.
La prueba más grande de amor que puedes darle es dejarle su libertad.
Te sientes decepcionado, como la primera
vez que tu madre te dejó solo.
Te sientes decepcionado, como la primera vez que comprendiste que el mundo y tú erais diferentes.
Ella añade que la volverás a encontrar más tarde, lejos, quizás en el mundo real.
Si está escrito en las estrellas...
Pero, ahora, debes proseguir tu camino.
Al sur del lago hay un pasadizo acuático subterráneo y penetramos en él, guiados por los delfines.
En la entrada hay muchos corales jóvenes, algas anaranjadas, anémonas rojas.
Los delfines te muestran el camino.
Es completamente recto. Irás solo. Comienzas a nadar.
Ante ti, sólo hay rocas.
Se vuelven lisas y rosadas.
Avanzando por el túnel, te diriges hacia tu pasado.
Primero visitas tu colección de recuerdos dolorosos, que has intentado olvidar pero que ahora ya no temes mirar de frente.
Los afrontas uno por uno.
Las humillaciones.
Las injusticias.
Las incomprensiones.
Los abandonos.
Las traiciones.
Los actos malintencionados de los demás. Comprendes por qué reaccionaste así en su momento.
Y cómo hubieras podido reaccionar mejor. Te das cuenta de que ciertas situaciones dolorosas se repiten regularmente a causa del mismo encadenamiento de acontecimientos.
Comprendes que eres tú el culpable de que esas situaciones tengan ese resultado. Grabas los escenarios de derrota y analizas fría, científicamente, desde fuera, las cosas en las que te has equivocado.
En qué momento has bajado la guardia. De ello deduces cómo evitar
los mismos errores.
Comprendes la enseñanza de cada uno de ellos.
Después, asistes al desfile de tu colección de instantes felices.
Te das cuenta de que ciertas situaciones agradables se reproducen regularmente en el mismo encadenamiento preciso de acontecimientos.
Eres tú quien ha descubierto el truco para que siempre ocurra así.
Grabas los escenarios de éxito y ves por qué funcionan.
Luego, piensas en la forma de perfeccionar tu método.
Te das cuenta de que tus victorias sólo eran victorias a medias y de que a menudo, por falta de audacia, no has tenido valor para recibir la recompensa que hubieras podido obtener.
Quizá no te sentías digno de tanto éxito.
El colegio te ha preparado para afrontar las dificultades, pero hubiera debido prepararte también para afrontar los éxitos.
Puedes llegar mucho más lejos en los momentos de éxito.
No tengas miedo de la victoria.
Sigue nadando.
Continúas observando tus instantes de alegría, de placer, de felicidad, de ternura. Te das cuenta de que, finalmente, los instantes agradables son bastante más numerosos que los desagradables. En el angosto paso, las paredes rosa se vuelven rosa oscuro, y después rojas, y después rojo oscuro.
Todo se vuelve más oscuro. Púrpura.
Distingues un punto de luz.
Se agranda hasta convertirse en un gran rombo blanco.
La luz es cada vez más intensa.
Quieres dar media vuelta.
Pero surgen dos manos que te agarran. Eres arrastrado hacia adelante. Percibes una voz ensordecedora. «¡Continúa, ya falta poco!»
El rombo es demasiado estrecho para que puedas pasar.
Tu cráneo blando se comprime al máximo. Tienes ganas de gritar, pero tus pulmones están llenos de líquido.
Ahora ya estás fuera.
La luz es cegadora.
Un breve instante de pánico.
Hace frío.
Oyes voces que gritan.
Personas enmascaradas te miran.
Quieres gritarles que se callen.
Que te dejen en paz.
Que apaguen la luz.
Que te devuelvan a dónde estabas.
En el agua.
Con los delfines y el ser complementario. ¡Maldita sea! Has empezado a olvidar su rostro.
¿Lo reconocerás cuando seas mayor?
Pero sigues sin poder respirar.
Eres como un pez fuera del agua, te asfixias.
Me preguntas por qué no acudo en tu ayuda.
Lo siento, ahí no puedo hacer nada por ti.
Como dice mi amigo, la novela La máquina del tiempo, no siempre se sabe jugar con el pasado.
Es un instante que ya se ha producido.
Sólo puedo invitarte a asistir.
No podrás cambiar tu nacimiento, pero podrás verlo de un modo distinto. Unas manos enguantadas te ponen al revés, colgado cabeza abajo.
Es bastante desagradable.
Te golpean con fuerza en la espalda.
¡Qué brutos!
No sabía que os infligíais desde el principio tales sinsabores.
Ahora comprendo mejor por qué algunos de vosotros sois después agresivos... Todavía no consigues gritar.
Sientes que a tu alrededor crece la tensión. Hoy experimentas tu primera angustia.
Y conoces también a tu primer público impaciente.
¿A qué espera el artista para empezar a cantar?
Es verdad, ¿por qué no has llorado en seguida?
¿Tan penoso ha sido el nacimiento? ¿Qué? ¿Demasiada luz? ¿Demasiado ruido?
¿Sabes?, pensándolo bien, todos hemos pasado por eso.
¿Crees que durante mi nacimiento, en las rotativas offset, no había ni luz ni ruido? Vamos, ¿a qué esperas? ¡Grita!
¡Llora!
¡Grita!
El grito tiene que partir del vientre y surgir como un géiser.
¡Aaahhh!
Un poco mejor. ¡Más fuerte! ¡AAAAAAAAHHHHHHHHH!
¡Uf!, ya está, lo has conseguido.
El líquido que habías acumulado en los pulmones es expulsado de golpe.
Era tu primera ex-presión.
Bienvenido entre los humanos.
Tu padre es quien te tiende los brazos. Momentos de emoción.
Te agarran y te colocan sobre el vientre de tu madre, que te besa.
Te cubren de viscosos besos.
Eso te ayuda a soportar el tránsito del
estado de pez al de pequeño mamífero. Eso te ayuda a soportar el hecho de no ser un delfín.
Respiras de nuevo.
Parpadeas.
Alguien te corta el cordón umbilical con unas tijeras de metal helado.
Hacen un nudo.
Tú quieres que te vuelvan a enganchar a tu madre.
Pero no te escuchan.
También lloras por eso.
La sala de partos es muy larga y parece alargarse hasta el infinito.
Te das cuenta de que no sólo están el médico y las comadronas.
Un grupo de gente te espera.
Los miras.
Reconoces algunas caras.
Son tus antepasados.
En primer lugar, tus padres.
Te explican por qué quisieron tenerte.
Te cuentan cómo vivieron tu nacimiento. Te cuentan algunas anécdotas que tú no conocías sobre tu primera infancia.
Te cuentan su propia juventud, sus éxitos, sus ambiciones, lo que deseaban, lo que consiguieron, en qué fallaron, y qué esperaban que consiguieses tú.
Te dicen por qué te quieren.
Y te das cuenta de que no es solamente porque eres su hijo, de que también te aprecian como individuo.
Les besas y les agradeces todo lo que han hecho por ti.
Si crees que tienes algo que reprocharles, olvídalo.
Les debes la vida.
Si te crees mejor que ellos, debes demostrarlo con tus propios hijos.
Tras ellos se encuentran tus cuatro abuelos.
Ellos también cuentan su historia.
Cómo se conocieron y por qué se enamoraron y se casaron.
Comprendes que has heredado de ellos ciertos rasgos de carácter.
Uno de tus abuelos, el más sabio, te da un consejo:
«No malgastes tu energía en cosas que no valgan la pena.
Tómate tiempo para emprender lo que te parezca importante».
El otro abuelo te habla.
Te dice que tienes derecho a ser egoísta.
«Si lo piensas bien, te darás cuenta de que, al final del egoísmo, tu mayor interés es ocuparte de los demás.
¿De qué te serviría sentirte solo y bien contigo mismo, rodeado de gente angustiada?»
Una de tus abuelas le reprende.
Ella opina que se deben experimentar todo tipo de situaciones, incluidas las malas.
Hay que equivocarse para encontrar el buen camino.
Te dice, como yo, que huyas de los «buenos consejeros».
La otra abuela lo aprueba.
«Debes aprender de tus errores.
No hay forma de escapar de ellos.
Lo peor que puede ocurrirte es tener una vida apagada y sin errores.»
Tras ellos están tus ocho bisabuelos.
Van vestidos con trajes de su época.
Te cuentan ufanos los descubrimientos y las conmociones de su vida.
Tras ellos están tus dieciséis tatarabuelos. Apenas has oído hablar de ellos.
Luego, los treinta y dos padres de tus tatarabuelos.
Avanzas más de prisa por el pasillo. Retrocedes en el tiempo y recorres tu árbol genealógico.
Llegas hasta tus antepasados
del Renacimiento, de la Edad Media,
de la Antigüedad, de la Prehistoria.
La habitación, que continúa alargándose, se transforma en caverna.
Tus ancestros visten pieles de animales. Sus pobladas cejas son prominentes.
Tienes la impresión de que te son extraños, y sin embargo, un poco de su sangre corre por tus venas.
Te miran con benevolencia, pero no consiguen expresarse en un lenguaje inteligible.
Entonces conversas con su espíritu. Conversabas por telepatía con los delfines, ¿por qué no con tus antepasados?
Te muestran lo que les fascina: el fuego encendido con piedras, los arcos y las flechas.
Te dices que tú también, en tu infancia, cuando jugabas con arcos reproducías la historia de la humanidad.
Te hablan de su visión del mundo.
Para ellos, el misterio está en lo que hay más allá del horizonte.
Te hablan de sus preocupaciones.
El miedo a los lobos.
El miedo a los osos.
El miedo a morir de hambre si no encuentran qué cazar mañana.
El miedo a la tormenta.
El miedo a la tribu rival
que realiza incursiones en invierno
para robar provisiones.
De repente, tu presencia les inquieta.
Te preguntan cómo has llegado hasta allí. Les dices que gracias a El libro del viaje.
Te preguntan qué es un libro.
Entonces, dibujas un símbolo en el suelo.
Ellos graban en el suelo símbolos parecidos al tuyo.
Corriges sus errores.
Haciendo que tu espíritu viaje por el pasado, estás... ¡mostrando los primeros pasos de la escritura!
¡Y de ese modo, ofreciendo a este libro la posibilidad de existir!
Qué vertiginosa paradoja...
Te alejas y ves tú árbol genealógico.
Tú eres el tronco.
A tus pies hay una maraña de raíces.
Sobre ti, el espeso ramaje.
Esas hojas de arriba son tus hijos.
Sus hijos.
Sus nietos.
El árbol de tu linaje es a su vez una raíz que se mezcla con miles de raíces más para formar el árbol de la Humanidad.
Los nudos de la corteza de las ramas son las crisis que aparecen regularmente en la evolución de la especie.
Son las guerras, las migraciones, las crisis económicas, los inventos, las exploraciones, los conflictos sociales, los golpes de Estado. Regresemos con tus ancestros.
La habitación, transformada de sala de partos en caverna, se abre ahora al bosque. Estás en medio de una frondosa selva.
Ves a un antepasado que no se sostiene sobre dos patas, sino sobre cuatro.
Es peludo, parece un mono.
Le acaricias la cabeza, intentas estrecharle la pata.
Escucha a su espíritu.
Te dice que los felinos que van a robarles a los pequeños cuando toda su horda duerme en las ramas les causan muchas preocupaciones.
Tiene miedo de no encontrar comida. Tiene miedo a que mañana no salga el sol. Tú continúas sobre esa rama.
Ahora, los seres que están ante ti ya no tienen nada de humanoide.
Este bisabuelo parece una asustadiza musaraña.
Y ese otro parece un lagarto de piel escamosa.
En su mirada no lees nada familiar, en su mente sólo hay dos preocupaciones: «¿dónde encontraré algo que comer?» y «¿dónde encontraré una hembra?».
La larga rama desciende hacia el océano, donde descubres a tu antepasado pez. Continúas y te encuentras con una especie de alga azul.
La telepatía no puede ayudarte, los elementos no piensan, viven.
No los desdeñes.
Pensar en nada es algo de lo que tú ni siquiera eres capaz.
Siempre hay un pensamiento en tu cabeza. Aunque sea la voluntad de no pensar en nada...
Después del alga azul, te encuentras con un ser unicelular.
Avanzas.
Ahora ya no es ni siquiera una célula, es una molécula de agua.
Un átomo de hidrógeno.
Un quark.
¿Y antes de ser un quark?
Era energía pura.
Era Luz.
Calor.
Tienes en la sangre el recuerdo del Big-Bang original.
Percíbelo.
De ahí procedes en lo más profundo de tu ser.
De una gran explosión que se produjo un día en el universo.
Observas el Big-Bang desde el interior.
Le preguntas por qué existes en vez de no ser nada.
Le preguntas por qué tu conciencia, simplemente leyéndome, es capaz de proyectarse hasta aquí.
Y el Big-Bang, gigantesca explosión, te explica por qué has nacido, tú en particular.
Escúchalo bien.
Si lo deseas, quédate un poco en el Big-Bang original.
Flota en la luz fósil.
Esa luz es también uno de tus antepasados. Ahora que sabes esto, estás listo para otro descubrimiento.
Sígueme. Volvamos a la Tierra.
Ves tu planeta desde lo alto.
La Tierra, que hace un rato fue incapaz de explicarse, te habla.
Sigue teniendo la misma voz grave y lenta. Aunque ahora resulta inteligible y te dice: «Por fin has comprendido.
Tenemos un antepasado común: el Big-Bang. Somos primos lejanos...».
Te cuenta su historia.
Tiempo atrás fue una nube de polvo.
La nube de polvo formó un conglomerado. Después una esfera.
Gaia te dice que, en aquel entonces, era una especie de óvulo a la espera.
Fue fecundada por un meteorito venido de los confines del universo.
Éste, pequeño guijarro vagabundo y solitario, era un espermatozoide del espacio.
Poseía algunos aminoácidos.
Eso bastó para provocar una reacción química, las primicias de la vida.
Gaia te abre entonces su imaginación de planeta.
Y, de golpe, sientes lo que siente la Tierra. Cierra los ojos.
Entras en empatia con ella.
Te confiesa su gran preocupación: su lugar en el seno del sistema solar.
Cada cual tiene sus propias inquietudes.
A veces se siente molesta porque Mercurio y Venus se cruzan en su línea de luz solar. Se siente muy pequeña en relación con Júpiter o Saturno.
Historias de familia.
Su padre es el Sol, y se siente rival de los otros planetas hermanos.
La Tierra te abre al espíritu del sistema solar.
Tu horizonte espiritual se amplía. Sientes, como simple humano, lo que piensa el sistema solar.
Se siente viejo.
Las elipses de sus planetas se deforman. Su campo magnético está perforado por meteoritos.
Nota que se enfría.
Se pregunta: «¿A dónde va la galaxia?».
Se encuentra demasiado periférico en el tercer brazo de la Vía Láctea.
Teme, si disminuye la velocidad del torbellino galáctico, verse proyectado al vacío del espacio.
Luego te pones en el centro de la galaxia. Te rodean millones de estrellas palpitantes.
El punto en común de todos esos objetos espaciales es que todo gira lentamente. Cuanto más te aproximas al centro de la galaxia, más de prisa gira todo.
En el centro, adviertes que hay un vórtice, un agujero negro.
Éste recuerda mucho a una boca que lo aspira todo.
Las estrellas más próximas son engullidas. Al introducirse en el agujero negro, lanzan un canto de adiós y emiten reflejos de luz tornasolada, rayos de toda la gama de ondas.
Tú no tienes nada que temer.
Te sitúas sobre el agujero negro.
Y toda la galaxia gira a tu alrededor.
Colocas los brazos en espiral.
Adelantas la pelvis, los hombros
y los brazos.
Dejas caer blandamente la cabeza hacia atrás.
Igual que hacen los bailarines derviches. Bailas en el centro de la galaxia.
Y giras, giras, giras.
Hasta la embriaguez.
Tus brazos se prolongan para convertirse en los brazos de la galaxia.
Agitas las estrellas como si fueran granos de luz que quieres moler.
Vamos, abraza el universo entero ensanchando aún más tu espíritu.
El universo te parece primero cúbico, después, esférico, pero, pensándolo bien, es cónico.
Entonces, subes a la cima del cono. Y en la punta encuentras la explosión original. Coincidencia.
Al final del tiempo está el Big-Bang.
En los confines del espacio sigue estando
el Big-Bang.
¿Es pues el límite del universo explorable? Pregúntaselo directamente a esa luz.
Ella te responde que tan sólo has explorado un universo espacio-tiempo.
Te sugiere que aumentes la percepción de tus sentidos exteriores y de tus sentidos interiores para visitar otros.
Le respondes que estás listo.
Entonces, tus horizontes, que se han ensanchado bastante desde que empezó el viaje, se sobredimensionan.
Tú creías estar haciendo un gran viaje.
Y ahora es de un tamaño que sobrepasa cualquier descripción.
Es más, percibes universos paralelos fuera de las dimensiones que conocías.
Esos universos se tocan como pompas de jabón.
Esos universos unas tienen diferencias de escala extraordinarias.
Quizá todo tu universo está metido en un solo carácter de un libro perteneciente a una dimensión superior.
Quizá tu universo está incluido en un punto como éste:
Y quizás en ese punto hay infinitos universos minúsculos.
Con galaxias y planetas en miniatura en su interior.
Donde tal vez la gente ha descubierto cosas que nosotros ignoramos todavía.
Esto no tiene nada de asombroso, al contrario, ya que no sólo estás conectado al Universo, Sino que también estás conectado a algo que lo trasciende.
La vida.
Ella es la gran fuerza de todas las dimensiones del Universo.
La vida.
Sientes en ti el pulso de la vida.
La vida es la que quiso el Big-Bang.
La vida es la que creó el Universo.
La vida es la que creó la Tierra.
La vida es la que transforma la semilla en árbol.
La vida es la que hace que de un encuentro amoroso nazca un bebé. Aprecia el hecho de estar vivo.
Ya te había dicho que era sencillo.
Bueno, pero eso no es todo.
Abajo, tu cuerpo material comienza a tener calambres.
Volvamos a la Tierra.
No, no insistas.
Basta por hoy.
Tu jomada viajera debe concluir.
Ven, volvemos.
Recuperas tu apariencia de pájaro transparente.
Vamos, bate las alas, planea, deslízate hacia las nubes.
Sígueme.
Te llevo hacia el rayo de luz que parte de tu ombligo.
Vamos, hemos tardado bastante, el libro llega a su fin, debes regresar a tu cuerpo en el momento en que tus dedos pasen la última página y encuentren la palabra «adiós».
¿Cómo?
¿Quieres seguir planeando?
Vamos, ven, sabes que podrás releer El libro del viaje cuando quieras y tantas veces como lo desees.
Te pertenezco.
Pero hay que regresar por ti.
Por la nostalgia.
¿Sabes?, vivir aventuras originales está bien.
Pero recordar que se ha vivido una aventura tampoco está mal.
Es un poco como la lasaña recalentada al día siguiente.
Está aún mejor.
Mira hacia abajo.
¿Reconoces el lugar?
Vuelves a pasar ante tu territorio y ves tú refugio.
Sobrevuelas los continentes, las montañas y los océanos.
Desciendes un poco.
Miles de personas corren en todos los sentidos, como hormigas, y sabes que son de tu especie.
La especie humana, que intenta hacerlo mejor que sus antepasados.
Durante un instante, visualizas tu especie
como una horda inmensa.
Una horda en busca de la luz.
Quizá por nostalgia del Big-Bang, del que todavía subsisten en ella huellas ínfimas.
Una horda que quiere dejar su animalidad para acceder a algo desconocido y más espiritual con lo que tú has conectado en tu viaje por los cuatro elementos. Desciendes lentamente.
Estás sobre tu casa.
Un rayo de luz parte del tejado.
Es tu rayo.
Te agarras a él y te deslizas como si bajaras por una liana.
Atraviesas los pisos, a los vecinos, los techos, y llegas al lugar donde estás leyéndome.
El «tipo en el que tu espíritu habita» pasa las páginas.
Es una sensación divertida, ¿verdad?
Ven, espíritu de lector.
Regresemos los dos a nuestras conchas habituales.
¿Conoces el procedimiento?
Aquí está tu cuerpo.
Aquí está tu espíritu.
Basta con reunirlos.
Observas por última vez tu cuerpo desde el exterior.
Tu cuerpo es comparable a una nación llena de poderes que no se estorban los unos a los otros.
No hay rivalidad entre tu mano derecha y tu mano izquierda.
Tú mismo eres un ejemplo de política de acuerdo y solidaridad entre células diferentes y, sin embargo, complementarias.
Y, después de este viaje, tu cuerpo está en perfecto equilibrio interno y externo.
Te sientes bien.
Relajado. Más enérgico.
Más calmado. Más sereno.
Por eso puedes regresar sin temor a tu cuerpo relajado.
Tu espíritu regresa a tu carne igual que un ladrón se introduce por la chimenea en una casa.
Recupera el control del ser humano que tú eras antes del Viaje.
Parpadea.
Traga.
Ya está, estás leyéndome.
Tu respiración se hace un poco más amplia.
Recuerda con precisión todas las etapas de este viaje imaginario.
Tu visita al mundo del Aire.
Al mundo de la Tierra.
Al mundo del Fuego.
Al mundo del Agua.
Recuerdas la frase que te estaba destinada en tu libro.
Recuerdas tu respuesta.
Tu respiración se hace un poco más profunda.
Te sientes como cuando te despiertas tras una noche en la que has tenido bellos sueños.
Pero no era un sueño.
Era una escapada de tu espíritu.
Recuerdas tu símbolo.
Tu respiración se hace más amplia.
Tu corazón se acelera.
Traga otra vez.
Toma conciencia de la habitación en la que te encuentras.
Y de lo que estás haciendo.
Lees.
Si no recuerdas bien en qué cuerpo habita tu espíritu, ve a buscar un espejo y redescubre tu cara.
Después vuelve.
Miras mis páginas blancas, rectangulares, cubiertas de pequeños caracteres.
Deja de mirarme tan fijamente, eso me intimida.
¿Me preguntas qué ha pasado exactamente?
Pues que soy un libro que tiene el poder de hacerte hacer cosas extraordinarias. Pero quien ha realizado esas cosas extraordinarias eres tú y sólo tú.
Adiós.
Mientras escribía El libro del viaje me acompañaron las siguientes músicas:
- I Wish You Were Here, Pink Floyd.
- Concierto en do para flauta pícolo y orquesta, Antonio Vivaldi.
- Mike Oldfield Incantation, Mike Oldfield.
- Fugazi, Marilion.
- Sinfonía de los planetas, Gustav Holst.
- Book of the Rose, Andreas Vollenweider.
- Close to the Edge, Yes.
- Super's Ready, Genesis.