Hola.

ME PRESENTO

Soy un libro y estoy vivo.

Me llamo El libro del viaje...

Puedo, si lo desea, guiarle por el más ligero, el más íntimo, el más sencillo de los viajes.

Hummm...

Puesto que vamos a vivir algo intenso juntos, permíteme ante todo que te tutee. Hola, lector.

Tú me ves.

Yo también te veo.

Tienes las facciones regulares y los ojos brillantes.

Y lo que yo te muestro de mí son estas páginas de papel, cubiertas de pequeños

caracteres que componen mi pálido semblante.

También hemos entrado en contacto a través de la cubierta.

Noto tus dedos contra mi espalda, tus pulgares contra mis cantos.

De hecho, me haces cosquillas.

Ha llegado el momento de profundizar en las presentaciones.

Me llamo El libro del viaje., pero puedes llamarme también:

«Tu libro».

Quiero que te sientas cómodo: no soy ni un libro místico, ni un libro de sabiduría, ni un libro de hipnosis, ni un libro de meditación trascendental; no soy tampoco un libro que quiera enrolarte en una secta, un partido político, un grupúsculo, una filosofía ni un pensamiento Nueva Era.

No es mi estilo.

Renuncia a ponerme una etiqueta y tómame tal como soy.

Un libro de viaje.

La particularidad de este viaje es que tú eres el héroe principal.

Lo has sido ya.

Pero hasta ahora eso era, cómo decirlo, más... indirecto.

Nadie te lo había dicho, pero el Juan Salvador Gaviota de la novela de Richard Bach ya eras tú.

Así como el Principito de Saint-Exupéry, el hombre que pudo reinar de Kipling, el profeta de Khalil Gibran, el mesías de Dune y la Alicia del país de las maravillas de Lewis Carroll.

Esos héroes eran, son y seguirán siendo tú. Pero no era algo abiertamente expresado. Yo, El libro del viaje..., no tengo ese pudor o esa delicadeza.

A riesgo de sorprenderte, sólo te daré un nombre:

«Tú».

Ya que sólo tú realizas algo aquí y ahora: la lectura.

Y además, tú eres también el dueño de este viaje, mi dueño.

Durante este vuelo, tan sólo estaré aquí para servirte y ser tu pequeño guía de tinta y papel.

En mis páginas no encontrarás las metáforas habituales, ni los personajes que aparecen en las novelas corrientes.

No podrás identificarte con el capitán de los piratas, el rey de los pantanos, el señor de los duendes, el mago del bosque, el desterrado que regresa, el sabio incomprendido, el detective alcohólico, el músico genial, el mercenario solitario. Tampoco podrás identificarte con la princesa encantada, la madre valiente, la enfermera espía, la reina de los fantasmas, la diosa manipuladora, la estudiante romántica, la vampiresa, la prostituta de gran corazón, la actriz venida a menos, la bruja genial o la etnóloga solitaria.

No podrás identificarte sino contigo mismo.

Lo siento.

Pienso que un buen libro es un espejo donde te ves a ti mismo.

En mis páginas no encontrarás tampoco a esos suntuosos malvados que soñamos ver decapitados al final, con sus humeantes tripas a la vista, en expiación de sus innobles crímenes.

Ni a un traidor inesperado.

Ni a amigos decepcionantes.

Ni a un torturador sádico.

No habrá venganza espectacular ni golpes teatrales inesperados, ningún inocente que liberar, ninguna causa desesperada que defender ante jurados escépticos, ningún asesino por descubrir entre una lista de sospechosos, ningún tesoro oculto que desenterrar antes de que estalle la bomba de relojería conectada al temporizador de un horno microondas.

Tendrás que acostumbrarte a la idea.

No habrá dramas de amor desgarradores, de esos que terminan bien o mal según el humor personal del autor y de sus peleas con su última musa.

No habrá tampoco largas frases rebuscadas, que son muy decorativas pero cuyo sentido no se entiende muy bien. Frases cortas y sencillas te transmitirán la información tal cual.

Como ésta.

O ésta.

Puedo incluso hacerla aún más corta, mira:

Ésta.

Y siempre habrá un punto y aparte.

Léeme como un cuento.

Así seré más suave para tus pupilas.

Es cierto, sé que sólo soy un objeto.

Sin embargo, no debes subestimarme.

A veces, los objetos pueden acudir en ayuda de los seres dotados de conciencia. A veces los objetos están vivos.

Soy tu libro. Y estoy vivo.

Estoy hecho simplemente de finas láminas de celulosa proveniente de los bosques noruegos.

Estas palabras no son sino signos trazados con tinta china extraída de unos cuantos pulpos asiáticos desafortunados.

Sin embargo, la manera en que están colocados para formar frases y la manera en que esas frases pueden sonar en tus oídos son susceptibles no sólo de cambiar tu percepción de este instante, sino de cambiarte a ti y, en consecuencia, de cambiar el mundo.

A partir de ahora te propongo que me percibas no sólo como una larga serie de palabras y comas, sino como una voz. Escucha la voz del libro.

Escucha mi voz.

Hola.

Según cómo me interpretes, puedo no ser nada.

Tan sólo un trozo de cartón y papel, útil para calzar armarios.

Puedo ser mucho si lo deseas.

Algo que podrás consultar siempre, estés donde estés.

Algo que nunca te dejará solo ni sin salida en caso de apuro.

Un amigo de papel.

Eres tú quien debe elegir qué harás conmigo.

Te daré un consejo: aprovéchate, abusa de mí.

Mi único deseo es resultarte beneficioso. Pero si no eres capaz de recibir mis favores, no te inquietes,

aun cuando no me concedas ninguna importancia, aun cuando me destroces, me quemes, me ahogues, aun cuando me olvides en una biblioteca, tengo el don de

la ubicuidad; en otro lugar alguien sabrá apreciarme y aprovechará mi generosidad. El hecho de haberme comprado te concede, es cierto, derechos.

El hecho de existir entre miles de otras personas, sin límites de espacio y de tiempo, me da poderes que tú ni siquiera puedes calibrar.

Soy tu compañero, humilde y superpoderoso.

¿Quieres hacer el gran viaje del que te he hablado?

TU CONTRATO

Si quieres continuar conmigo, será necesario firmar un contrato.

Tú esperas que yo te haga soñar.

Yo espero que tú te dejes llevar completamente y que abandones un momento tus preocupaciones cotidianas.

Si no estás dispuesto, es mejor que nos separemos en seguida.

Si te sientes maduro para firmar este contrato, tendrás que realizar un gesto.

Un pequeñísimo gesto de nada, pero que para mí tendrá el valor de un compromiso.

Pasarás la página después de haber leído la frase: «Bueno... ¿vienes?»

Si realizas este acto, consideraré el contrato firmado.

Comprométete sólo si deseas intensamente que se produzca algo entre nosotros.

Lo que venga después sólo dependerá de ti.

Voy a sugerirte una odisea, pero tan sólo tú podrás permitir que exista.

Tu voluntad de complacerte será el motor. Tu imaginación pondrá el decorado sugerido por mis palabras.

Tu capacidad para comprender a los demás tejerá la psicología de los personajes.

Yo sólo soy un asistente.

Un ínfimo guía del viaje.

Si pasas la página, viviremos juntos la experiencia.

Bueno... ¿vienes?

Gracias por tu confianza.

Bien.

En primer lugar tienes que prepararte para el viaje.

No necesitas ni maleta, ni pasaporte, ni gafas de sol, ni crema solar, ni bañadores, pero, como para despegar en avión, tendrás que escoger una pista libre y un momento propicio.

TU LUGAR DE DESPEGUE

El lugar donde vas a leerme será un lugar tranquilo.

Es necesario que ese lugar esté lleno de buenas vibraciones.

Puede ser tu casa, una cafetería, una biblioteca, tu lugar de trabajo, el lugar donde pasas las vacaciones.

O bien un vagón de metro, un autobús, un tren, un avión o un barco.

Ese lugar debe estar suficientemente iluminado, suficientemente aireado y lo bastante silencioso para que lo olvides. Pasemos ahora al asiento.

EL ASIENTO

Tienes que encontrar un sillón confortable donde ningún músculo esté en tensión, ninguna articulación forzada, donde no exista en tu cuerpo la menor tirantez.

Una hamaca sería lo ideal, o un sofá mullido en el que te hundieras por completo.

O la suavidad de la hierba recién cortada.

O una cama tibia.

En este último caso, procura que tus pies estén perfectamente tapados.

Nada de corrientes de aire en los dedos de los pies.

Si tu compañero o tu compañera de cama tiende a pegar sus pies helados contra tu piel, recházalo enérgicamente.

Si él (o ella) no obedece, insiste, amenaza, mantente firme, háblale de los aburridos fines de semana que pasas con sus padres, de las tareas del hogar mal repartidas, del tubo de dentífrico sin tapar y de sus cosas tiradas por todos lados.

No estoy aquí para sembrar cizaña en tu pareja, pero considero que tampoco

tienes que dejarte dominar.

Tienes derecho a una hora de quietud, aunque sólo sea una vez en tu existencia. Una hora durante la cual nadie te reclame nada, nadie te amenace con nada, nadie te perturbe el espíritu con sus preocupaciones.

Una hora de tranquilidad.

Para leerme.

;Qué demonios!

Soy un libro, pero también soy una querida, o un amante exclusivo durante los momentos en los que nos fundimos. Después de leerme haz lo que quieras, pero cuando estés conmigo exijo tu atención.

Permanece atento.

Si no tienes el suficiente valor para enfrentarte a quien acompaña tus noches, o a los pesados a los que, por las buenas o por las malas, te has habituado, no importa, vuelve a cerrarme, aún no es demasiado tarde, te libero de tu contrato. Hay montones de libros que no te piden nada y se dejan leer en las situaciones más incómodas.

Incluso hay libros que sólo te piden una cosa: ser comprados.

Ni siquiera leídos, sólo comprados.

Si has continuado leyendo hasta aquí, ha llegado el momento de que te liberes de los últimos estorbos.

ELIMINA LOS ESTORBOS

Antes de nada, quítate los zapatos, el cinturón, el reloj, los anillos, las joyas y todo lo que te pese sobre la epidermis. ¿Te producen picor los pendientes? Quítatelos.

¿El piercing empieza a oxidarse? Quítatelo.

¿Hay mosquitos?

Utiliza un mosquitero.

¿Tienes frío, tienes calor?

Regula la temperatura y no reanudes la lectura hasta que te sientas bien. Descuelga el teléfono y desconecta el timbre de la puerta.

Apaga la tele.

Olvídate de las noticias, son demasiado desmoralizadoras.

Espera a que los niños estén acostados. Recoge los juguetes esparcidos por el salón, dan sensación de desorden.

Quita la mesa.

Pon la vajilla sucia en el fregadero.

Tira el chicle.

Apaga el cigarrillo y vacía el cenicero para no tener que soportar el olor de las colillas.

Ni siquiera necesitas música.

Ya verás, voy a ser yo quien produzca música en tu cabeza.

Soy lo bastante poderoso para ocupar todos tus sentidos.

Así, únicamente por el magnífico poder de las palabras.

Aprecia esta efímera tranquilidad que has conseguido.

Relájate más aún.

Debes saber que, cada vez que pases una página, superaremos una etapa suplementaria para que estés aún más relajado y, sin embargo, aún más consciente.

Traga saliva, parpadea, respira hondo, esto va a comenzar.

TU CUERPO SE RELAJA Ya está.

Piensa en tu cuerpo.

Al menos una vez en la vida, piensa en tu cuerpo.

Siente tu respiración cada vez más fluida, como una ola que te balancea adelante y atrás.

Hacia adelante, inspiras.

Hacia atrás, espiras.

Cuando inspires, visualiza la sangre que surge de tus extremidades, que asciende por los capilares, las venas, las arterias, hasta el corazón.

Miles de arroyos rojos que se transforman en pequeños ríos caudalosos.

Tu corazón los absorbe.

Efecto de bombeo.

Impulsión.

Cuando espiras, percibes que el corazón empuja la sangre hacia los pulmones.

Todo el estrés y el gas carbónico salen a través de tu aliento.

Expulsión.

Inspira.

Espira.

Limpia tu sangre.

Cárgala de aire puro. Cárgala de energía. Inspira.

Espira.

Tu cuerpo ya no es sino esa ola dócil e indolente que te mece suavemente.

Hacia adelante.

Hacia atrás.

Tu mandíbula se relaja.

Tus párpados se mueven más despacio.

Te distiendes todavía un poco más.

Ahora que estás distendido, vas a aprovechar este instante de total relajación para volar.

EL VUELO

Imagina un rayo de luz que surge de tu ombligo.

Siente ese rayo de energía que te calienta el vientre y asciende hasta el techo.

Déjate guiar por mi voz.

Aquí, estoy aquí, a tu lado, y no te abandono. Todo va bien.

Deja que tu espíritu se despegue del cuerpo.

Como una mariposa que se libera de su crisálida.

Imagínatelo, con eso basta.

No tienes nada que temer, no se trata de un verdadero despegue, sino de una simple escapada del espíritu.

Sigues siendo, pase lo que pase, «el dueño de este libro» y por tanto de todo lo que pueda pasar en él.

Absolutamente de todo.

Cuando haya terminado, recordarás todos los instantes.

No se trata de un viaje formal.

Sólo somos dos amigos que pasean.

¿Me sigues?

Entonces ven, mi lector.

Siente cómo tu espíritu se libera poco a poco de tu cuerpo.

Mírate desde fuera.

Mira al tipo que lee un libro:

Eres tú.

Y al otro que lo mira:

También eres tú.

Eso es el verdadero despegue.

Cuando uno se observa desde fuera. Sepárate completamente del que lee. Conviértete en un espíritu ligero, transparente, inmaterial.

Ven.

Agárrate al rayo de luz que parte de tu vientre.

Será nuestro ascensor.

Asciendes por ese rayo.

Muy bien.

¿Lo ves?, no es tan complicado.

Tu espíritu es tan poderoso que puede permitirse realizar muchas cosas en las que no habías pensado.

Eh, continúa subiendo mientras te hablo, ¡no te pares!

Mira abajo de todo al «tú» que lee.

¿Ves? No está nada molesto por tu fuga espiritual.

Él lee.

Y tú vuelas.

Es perfecto.

Elevémonos.

Si un techo te intercepta el camino, no tengas miedo.

Tu espíritu lo atravesará sin esfuerzo.

Al igual que el apartamento de tu vecino de arriba, su cuerpo, su perro, su mujer, su frigorífico, su techo, tus otros vecinos y el desván.

Subimos más aún.

Ya estamos en el tejado.

No te desenvuelves nada mal para ser tu primer despegue.

¿Ves? Tu espíritu lo puede todo.

El problema es que, en general, no lo utilizas bastante.

Por eso voy a ayudarte a explorar algunas de sus posibilidades más asombrosas.

¿Me preguntas por qué no utilizas lo suficiente tu espíritu?

Entre nosotros, creo que es porque te subestimas.

De hecho, te tomas por un ser corriente. Es una cuestión de confianza en ti mismo. Quizás, antes que yo, nadie se había ocupado de realzar

lo más interesante que hay en ti.

Creo que vosotros, los humanos, os sentís todos un poco celosos unos de otros, de modo que no os incitáis mutuamente a mostrar vuestros mejores aspectos.

Más bien «el clavo que sobresale atrae al martillo».

Y hablando de sobresalir, ya estamos bastante arriba.

Observa allá abajo tu casa, el lugar donde me estás leyendo.

Extraña impresión, ¿eh?

Envía desde aquí arriba una onda benefactora a tu cuerpo material.

Di a tu cuerpo que no tardarás mucho, que volverás pronto; dile que continúe respirando tranquilamente.

No es más que un paseo de una hora.

¿Ya está?

Bueno, eso no es todo, continuamos subiendo.