EL MUNDO DE LA TIERRA

TU TERRITORIO

Bajo nosotros desfila la Tierra.

Todo es marrón u ocre con zonas de praderas verde claro o verde oscuro.

Oyes una música en clave de sol,

interpretada esencialmente con instrumentos de percusión y voces humanas. Su composición hace pensar en cantos gregorianos con ritmo de tam-tams africanos.

Ahora vamos a realizar juntos algo muy importante.

Vamos a tu casa.

No volveremos a tu apartamento, vamos a tu verdadera «casa».

Tu refugio íntimo.

Allí donde podrás volver siempre cuando las cosas vayan mal.

Es un sitio indestructible.

Resistente a todo, incluso al tiempo.

Es un lugar que sólo existe en tu mente, y sin embargo no hay nada más seguro. Debes saber que, desde el momento en que lo descubras, podrás volver fácilmente incluso en estado de concentración menor.

Por el momento, seré una especie de agente inmobiliario que viene a darte la llave.

Lo más extraordinario de «tu casa» es que la vas a fabricar con tu imaginación y tu capacidad de construcción.

Hace falta primero un lugar despejado. Imagínalo, con eso basta.

Puede ser una playa, una meseta en lo alto de un acantilado, una colina, una montaña, una llanura, un desierto, el centro de un bosque, una isla en medio de un océano o de un lago.

Escoge, rápido.

Partimos de inmediato.

Extiende las alas, vamos a examinar tus tierras desde lo alto.

Mira bien, ya estamos.

Aquí está tu hogar.

Examina el terreno, los árboles, las rocas.

Tu terreno, tus árboles, tus rocas.

Tus plantas, tu hierba, tu cielo.

Sobre este terreno vas a construir tu refugio.

TU REFUGIO

Tu «refugio» puede adoptar todas las formas que desees.

Podría ser un castillo gótico.

Una guarida de tierra arcillosa.

Una catedral de vitrales multicolores.

Sé el Arquitecto de tu refugio.

Los muros son de lo que tú prefieras: mármol, ladrillo, jade, oro, papel, cristal, acero, madera, paja.

Mira cómo emerge tu refugio de la tierra, cual una inmensa planta expandiéndose rápidamente.

Allí donde hay cimientos surge un suelo. Allí donde hay un suelo surgen paredes. No escatimes medios. Tu casa es tu casa.

No pongas límites a la belleza, la solidez la excentricidad de tu refugio.

Puedes adornar el exterior con torres, torretas, gárgolas o esculturas eróticas. Para la decoración interior, piensa en cuadros, lámparas e iluminaciones varias: antorchas o enjambres de luciérnagas. Saquea los museos si es necesario para tener lo mejor de lo mejor.

El techo de la capilla Sixtina, ¿te parece perfecto para el salón?

Cógelo.

Para la sala de billar, unos Dalí serían la decoración perfecta.

Y unos lienzos de Leonardo da Vinci para la entrada. ¿Y por qué no cuadros de El Bosco en los cuartos de baño?

Venga, cógelos.

Ahora vuelve.

Regresa a tu refugio con vuelo de pájaro. Examina bien todos los detalles.

Por fin estás en tu casa, ¡disfrútala!

TU CASA

Mira desde el exterior, a través de las ventanas, cómo son las habitaciones.

Todavía puedes mejorar tu refugio.

¿Nunca has soñado con tener un unicornio en el jardín?

¿O un ejército de duendes de quince centímetros de alto dedicados por completo a tu protección personal?

Instala un trozo de bosque para que los elfos te visiten discretamente por la noche. Las sirenas no estarán mal en tu piscina olímpica, pero sería una buena idea construirles un refugio acuático para que puedan esconderse.

Ya sabes cómo son las sirenas.

No hay nada más tímido...

Instala un palomar gigante para que los ángeles vengan a verte más a menudo.

Ahí está, aprécialo. Quita lo que te parezca que recarga el ambiente.

Cuando vengas a tu refugio, debes tener siempre la impresión de estar en un nido confortable donde no te aburrirás jamás.

¿Tu refugio está listo? ¿Nada que añadir? Bien.

Te doy la única llave.

La examinas. La sopesas.

La introduces en la cerradura.

Abres la puerta. Evidentemente, eres la primera persona que viene aquí y franquea este umbral.

Ya estás por fin en tu casa, querido lector. /Trompetas!

Es bonita, ¿eh?

Inspecciona el lugar.

Todo es exactamente como siempre lo has deseado.

La temperatura es ideal.

Respiras el aire de tu morada y reconoces olores familiares.

Predominan los olores a leche, a pastel, a asado, a incienso o a cera de abeja que conoces desde tu primera infancia.

Incluso el olor a madera de los muebles es una sensación que te tranquiliza.

El ruido de la chimenea con los leños que crepitan.

El olor de la resina.

Vas a tu despacho.

Es ahí donde trabajas, reflexionas, decides. Todos los objetos que hay son reconocibles, identificables.

Te sientas en tu sillón de tu despacho.

LA FRASE QUE DEBES ESCUCHAR HOY

Ante ti hay un volumen grande y pesado semejante a un grimorio.

Su cubierta es de madera tallada, sus bisagras son de metal y sus páginas de viejo pergamino.

Ábrelo al azar.

Hay una sola frase, en el centro de la página de la izquierda.

Es la frase que debes leer hoy.

Esa frase sólo está dirigida a ti, gracias a ella podrás resolver tus dificultades actuales.

Esta frase te ayudará a dar un paso. Quizás es un consejo práctico.

Una solución en la que no has pensado acerca de un problema que te preocupa. Quizás es el nombre de una persona en la

que no te has fijado lo suficiente y que podría serte de gran ayuda.

Quizás es un cambio completo que debes realizar, aun cuando te parezca doloroso. Quizás es algo que debes hacer para sentirte mejor.

Ahora, esa frase «útil» está ante ti.

Cierra los ojos veinte segundos y léela.

Sopesa bien el sentido de cada palabra. Compréndela en profundidad.

Ahora coge la gran pluma de oca

que tienes ante ti y sumérgela en el tintero.

Vas a escribir al lado,

en la página de la derecha,

tu respuesta a la frase del grimorio.

Cierra los ojos veinte segundos, vendrá sola, de golpe.

Ya está.

Conoces el problema y su solución.

Ya no puedes seguir ignorándolos.

Cierra el grimorio.

Debes saber que, cada vez que vuelvas

a tu refugio y abras este libro, habrá una nueva frase para ti.

Te permitirá recorrer más de prisa y en mejores condiciones la próxima etapa de tu vida.

No tendrás más que cerrar los ojos durante veinte segundos para leer la frase.

No tendrás más que cerrar los ojos durante veinte segundos para encontrar la respuesta.

Si quieres, puedes incluso anotar tus frases en mis páginas para recordarlas bien.

No te preocupes por mí.

Ya te lo he dicho: no soy sagrado, puedes hacer tantas anotaciones, dibujos, garabatos y dobleces en mis páginas como desees.

Volvamos a tu despacho.

Guarda el grimorio en el cajón de la mesa. Si no quieres que el despacho de tu mundo espiritual esté tan desordenado como el despacho de tu mundo material, adquiere buenas costumbres.

Ahora mira el cofre que está a tu izquierda. Rompe el sello de lacre.

TU SÍMBOLO PERSONAL

En el interior se encuentra tu símbolo. Míralo.

Lo ves. Lo reconoces. Lo comprendes. Tócalo.

Percibe sus ángulos, sus curvas, su volumen.

¿Por qué tiene esa forma particular?

¿Qué te evoca?

Coges tu símbolo, lo alzas por encima de ti, y comienza a irradiar una potente luz, como si fuera un pequeño sol.

Te lo acercas al pecho y lo introduces de golpe en tu corazón. Allí se pone a brillar aún más y te llena de una dulce energía. Inmediatamente, la sensibilidad de todos tus sentidos se incrementa.

No sólo tienes cinco sentidos físicos: vista, oído, gusto, olfato y tacto.

También tienes cinco sentidos espirituales: emoción, imaginación, intuición, conciencia e inspiración.

Y todos se benefician de tu símbolo.

La emoción.

Tus emociones están mejor canalizadas.

Ya no dejas que te hundan como olas rompientes.

Las sientes venir, y sientes que te puedes deslizar sobre sus crestas.

La imaginación.

Tu imaginación se ensancha.

Abandonas los prejuicios que reducen tu ángulo de visión.

La intuición.

Tu intuición deviene fulgurante, aprendes a escucharla antes de emprender cualquier cosa.

La conciencia.

Tienes conciencia de quién eres.

Tienes conciencia de lo que haces en cada instante.

La inspiración.

Tu inspiración capta las ideas que se aglomeran, como una gran nube sobre el planeta.

Nube a la que a veces se llama «noosfera». En su interior las ideas se mezclan, se amalgaman, se fusionan.

Aprendes que las ideas son como seres independientes.

Que tienen su propia evolución, su propia selección, su propia mutación.

No son sólo hijas de nuestro cerebro. Estaban ahí antes que los humanos y estarán ahí después.

Unas se expanden, otras viven en la autarquía.

Unas se agazapan para surgir en el mejor momento.

Otras planean generosamente para ser recogidas por los soñadores y los artistas. Desde ahora, sabes que tú también puedes recoger esas ideas.

Cada vez que lo desees, podrás ir a visitar la noosfera y tomar lo que necesites para crear en tu dominio privilegiado.

Pero no olvides que esas ideas no vienen de ti.

Tu creatividad consistirá en unirlas de una forma diferente.

Conéctate a la noosfera.

Tu memoria aumenta para almacenar las ideas, compararlas, cruzarlas, hacerlas evolucionar en tu laboratorio espiritual personal.

Tu capacidad de análisis y de síntesis se desarrolla.

Reflexionas más rápido sin preocuparte de los detalles sin importancia.

Adivinas la trampa escondida tras las apariencias.

Como si limpiaran las polvorientas ventanas de tu percepción.

Todo resulta más claro, más ligero, más simple.

Sabes ir a lo esencial.

Te vuelves el dueño de tu pensamiento.

Es la fuerza de tu símbolo personal.

Lo metes de nuevo en el cofre.

Sabes que, cada vez que no te sientas bien, bastará con llamar a tu símbolo y hacerlo brillar en tu corazón.

TU ARMA

Colgada de la pared hay una larga funda, frente a tu escritorio.

En su interior se encuentra tu arma. Sácala.

Es una espada.

Mírala. Examina el pomo.

Ahí está grabada tu divisa.

Examina la fina hoja templada mil veces. Examina la empuñadura perfectamente adaptada a la forma de tu mano.

Es tu espada, en cualquier otra mano perdería su equilibrio.

Es ligera y sin embargo lo bastante fuerte para cortar el metal.

Su hoja es fina como la de una cuchilla de afeitar.

Pero oyes ruido fuera.

¿Quién osa venir a tu territorio?

Te asomas a la ventana y ves a un grupo de gente.

Los reconoces, son tus amigos.

Vienen a festejar el descubrimiento de tu refugio.

TU FIESTA

Guardas la espada en su funda y bajas a recibirles.

Han organizado una fiesta en la entrada de tu refugio.

Hay mesas dispuestas en círculo.

Hay platos suculentos.

Una música resuena.

Reconoces esa música, es tu música preferida.

Todo vibra con esa melodía.

Acompañado por esta música que te caracteriza tan bien, tomas asiento en el lugar que te han asignado.

Alzas los brazos y tus amigos te sonríen. Hoy, sólo las personas que te quieren de verdad han venido.

Es tu fiesta.

Levantas la copa a su salud.

Tu mejor amigo o amiga se acerca te dice que todos te traen un regalo.

Uno tras otro, se presentan ante ti y te lo dan.

Deshaces lazos y abres paquetes.

Cada regalo es especial y desvela no sólo la personalidad de quien te lo ofrece, sino también la forma en la que cree complacerte más.

Cada uno de tus amigos explica el sentido de su regalo.

Hay obras de arte especialmente creadas para ti.

Hay objetos raros hallados en almonedas. Los que te los ofrecen han ido a buscarlos muy lejos

y te cuentan la historia de esos hallazgos. Cada uno te recuerda al oído un buen momento que habéis pasado juntos.

Yo, el libro, en ese punto me retiro discreto. Respeto la complicidad particular que te liga a ellos.

Aprecia la suerte de tener tales amigos. Algunos cogen unos tam-tams.

Y bailáis como lo hacen las tribus de la selva.

Cierras los ojos.

Te liberas por completo.

Cantáis espontáneamente emitiendo sonidos que parten del vientre.

Parecen cánticos amerindios o polifonías pigmeas.

Después, otros cogen gaitas, cornamusas, arpas y violas

e interpretan una melodía campestre deliciosamente pasada de moda.

Luego se pasa al rock más endiablado. Giráis cada vez más rápido.

Después, la calma con una música lenta.

Los cuerpos se rozan, se tocan, se acarician.

Los dedos se enlazan y se aprietan.

Besos furtivos ruedan entre los bailarines. La tibia presencia de tus amigos es como un gran abrigo que te protege.

Sabes que ellos nunca te abandonarán.

Sin embargo, alguien mira las estrellas, dice que es tarde y que debe irse.

Los otros le imitan.

Tú los quieres retener.

Pero considera más bien su retirada como una prueba de amistad.

Saben que debes continuar solo tu periplo para encontrar el tercer elemento.

El fuego.

No quieren retrasar tu viaje.

Les despides uno por uno y vuelves a ser un pájaro transparente.

EL MUNDO DEL FUEGO

TU CAMPO DE BATALLA Volamos.

Esta vez no por el espacio, sino por el tiempo.

El cielo es amarillo fuego y rojo sangre.

La música se basa esencialmente en la clave de re.

Los instrumentos son instrumentos modernos, con amplificadores.

Guitarra eléctrica saturada, sintetizadores de sonidos raros, bajos que hacen vibrar la caja torácica, batería seca.

Desde abajo, ascienden rítmicamente ruidos de cañones y ametralladoras.

Rock duro.

Descendemos.

Ahora desfilan ante ti los grandes campos de batalla.

Troya asediada por los griegos y el caballo

de madera que deja salir a sus guerreros ante la desesperación del rey Príamo. Espadas.

Jerusalén cercada por las tropas de Nabucodonosor.

Griegos y persas luchan en Maratón.

Los elefantes de Aníbal cubiertos de joyas cargan contra las líneas enemigas, partiendo de un tajo los escudos con sus colmillos acerados.

Cartago en llamas bajo el fuego de las catapultas de Escipión el Africano.

La fortaleza de Masada resiste como puede a las legiones romanas, en lo alto de su peñón.

Azincourt, donde los caballeros franceses, con armaduras demasiado pesadas, atacan sin orden las líneas de arqueros ingleses. Flechas.

La batalla de la Armada Invencible.

Los pesados navíos españoles disparan desde todos los flancos contra pequeños barcos ingleses, rápidos y móviles.

La toma de la Bastilla por la turba parisina. Cañón.

Austerlitz.

Las cargas sable en mano contra líneas de bayonetas brillantes. El sonido de los tambores y los flautines acompasa y alienta la matanza mientras, desde lejos, los estrategas observan el terreno L con sus catalejos.

Sebastopol.

La revuelta de los Taiping en China.

La guerra de Secesión norteamericana.

La guerra de los bóers en Sudáfrica.

Verdún.

Los pequeños y ligeros tanques de pernos mal ajustados pasan sobre las líneas de alambre de espino y disparan contra los soldados a caballo.

Los hombres semienterrados en las trincheras embarradas adquieren el aire de topos.

Ametralladoras.

La revolución rusa.

La guerra civil española.

El bombardeo de Pearl Harbor.

La batalla de Stalingrado entre la nieve, la sangre y el óxido.

Baterías de cohetes que iluminan la noche rugiendo.

El desembarco de Normandía, las barcazas vomitando soldados que corren por la playa bajo el silbido de las balas. Bomba atómica.

El hongo elevándose sobre Hiroshima. Nagasaki.

La guerra de Indochina.

La guerra de Corea.

La guerra de Vietnam.

La guerra de los Seis Días.

La guerra Irán-Irak. La guerra del Golfo. Las masacres de Ruanda, de Afganistán... Los conflictos desatan su violencia.

Por doquier, fuego, estertores, buitres, acero, barro, espinos, ratas, cuervos. Aterrizamos en un campo de batalla que se confunde con un paisaje lunar, con cráteres excavados por los obuses.. Algunos árboles partidos y sin hojas agonizan.

El cielo es amarillo y gris, con manchas de un azul metálico.

Un olor a hierro caliente, fuego y sangre invade el aire.

A lo lejos se oye a miles de soldados abalanzarse para matar, mutilar, destruir.

Ruido de lanzallamas, de morteros, de bazoocas.

Entre los gritos y las ráfagas, los últimos árboles incendiados son como antorchas que iluminan esas extrañas ceremonias humanas cada vez más espectaculares, cada vez más devastadoras.

Ahí es donde has elegido luchar, en singular combate, contra todos tus miedos.

Te pones la armadura y el casco, empuñáis el escudo en la mano izquierda.

LUCHA CONTRA TU MIEDO A COMBATIR

El primero de tus adversarios parece una gran serpiente de veinte metros de largo.

Es la representación de tu miedo a combatir.

Levantas la mano derecha, llamas a tu espada.

Ella se coloca por sí misma en tu mano.

La serpiente repta, se levanta, se endereza. Es gigantesca.

Llamas en tu ayuda a un caballo negro de ojos vivos y largas crines sedosas.

Está acorazado con planchas metálicas. Sobre su arnés, un largo espolón.

Sobre los flancos, pinchos curvos.

El caballo exhala vapor por los ollares.

Sientes toda su fuerza animal, retenida únicamente por las riendas que sostienes con la misma mano que el escudo.

El caballo se encabrita, braceando al aire con las patas delanteras.

Levantas la espada.

La serpiente gigante abre su desmesurada boca y extiende su lengua bífída.

Su mandíbula se cierra cerca de tu casco. Su aliento cálido y fétido te hace caer del caballo.

Te levantas rápidamente.

Te aferras a la espada.

Te plantas sobre tus piernas y cuando está a tu alcance golpeas con fuerza su cabeza. La sorprendes con movimientos circulares. Comprendes que no es tan difícil vencerla. Está tendida en el suelo.

De un tajo, le cortas la cabeza.

La agarras y la levantas hacia el cielo. Profieres un grito de victoria.

Ya está, ya no tienes miedo de combatir. Sabes que, sea quien sea tu adversario, puedes medirte con él.

Entonces aparece tu segundo adversario.

Es un samurai con un largo sable negro. Reconoces su rostro.

Es el ser humano que más detestas.

El que a veces ves en tus pesadillas.

Siempre has deseado derrotarlo.

LUCHA CONTRA TU ENEMIGO PERSONAL

Por fin está ahí, ante ti.

Se ríe de ti y te desafía con su sable.

Te aprestas a recoger tu espada, la limpias contra tu muslo y te pones en guardia.

El ataca y te roza con su sable.

Encadena rápidamente golpes que intentas evitar con el escudo y la espada. Decides dejar de defenderte pasivamente y tomar la iniciativa.

Basta con decidirlo para que funcione.

Tus sentidos están alerta, lo percibes todo con rapidez.

Sabes que transcurre una eternidad entre el momento en que tu adversario decide propinarte un golpe y el momento en que lo recibes.

Él ataca de nuevo.

Pero, a partir de ahora, tus paradas prevén sus golpes con una fracción de segundo de antelación.

Más que contraatacar, estudias tranquilamente su comportamiento, como si vieras un partido de tenis en la televisión.

Observas sus actitudes, sus tics, los ínfimos instantes en los que baja la guardia.

Esperas el instante propicio.

Das vueltas a su alrededor,

como un torero alrededor de un toro.

Ocupa el centro.

No rompas las curvas.

Déjate llevar por tus impulsos.

No pares los ataques frontales, esquívalos. Piensa que el duelo se trueca en danza.

Dite que, aunque pierdas, no tiene importancia.

Contempla la posibilidad de la derrota, pero no renuncies a la estética del duelo. Aceptas perder, pero con belleza.

No son tus armas, sino tu capacidad de calar a tu adversario lo que te puede dar la victoria.

No temas comprenderle hasta el punto de empezar a encontrarle simpático.

Ama a tus enemigos, es el mejor medio de sacarles de quicio.

¿Por qué crees que es tan agresivo?

Porque tiene miedo.

No es a él a quien te enfrentas, sino a su miedo enfermizo.

Sigue estudiándolo.

Siente en él al niño pequeño que teme al lobo, que teme la oscuridad, que tiene miedo cuando su mamá se aleja.

Por eso se enfrenta a ti.

Más que combatirlo, habría que ayudarle. Pero sientes que ya no es capaz de escuchar a nadie.

Vas a verte obligado a detenerlo.

Cuando notas el momento idóneo,

realizas un pequeño gesto.

Basta con una zancadilla.

Pierde el equilibrio.

Cae.

Esta escena parece desarrollarse a cámara lenta.

Su rostro refleja la sorpresa.

Continúa cayendo.

Se reprocha haberse dejado engañar estúpidamente.

Por fin cae al suelo.

Vencido.

Bueno, nunca lo habías pensado pero, naturalmente, cuando la cosa ya no funciona, se acaba por besar el suelo.

Te inclinas hacia él.

Le agradeces la hermosura del combate. Y también por la enseñanza que has sacado de él.

A los enemigos hay que darles siempre las gracias.

Sin ellos, no evolucionarías.

LUCHA CONTRA EL SISTEMA

Ya aparece tu tercer adversario.

Es cúbico, titánico, frío.

Está provisto de orugas que lo arrasan todo.

Es el sistema social en que estás inmerso.

Entre sus formas reconoces varias cabezas.

Están las de

tus profesores,

tus superiores,

los policías,

los militares,

los curas,

los políticos,

los funcionarios,

los médicos,

que creen que cada día pueden decirte si has actuado bien o mal.

Y el comportamiento que debes adoptar para permanecer en el rebaño.

Es el Sistema.

Contra él, tu espada es inútil.

Cuando arremetes contra él, el Sistema te bombardea con papeleo: boletines de notas,

multas,

formularios de la Seguridad Social que

debes rellenar si quieres

que te devuelvan el dinero, declaraciones

de impuestos con recargo

por retraso en el pago,

cartas de despido,

declaraciones de fin del derecho al paro, recibos de alquiler, de la comunidad, de electricidad, teléfono, agua, impuestos locales, impuesto sobre la renta, tasas, avisos de embargo, amenazas del banco, citación para aclarar tu situación familiar, reclamación de certificado de estado civil con fecha no anterior a dos meses...

El Sistema es demasiado grande, demasiado pesado, demasiado viejo, demasiado complejo.

Todos los sometidos al Sistema avanzan, encadenados, tras él.

Rellenan apresuradamente con un bolígrafo los formularios.

Algunos enloquecen porque ha pasado la fecha límite.

Otros se aterran porque les falta un documento oficial.

Otros intentan, cuando resulta demasiado incómodo, estirar un poco el cuello.

El Sistema se aproxima.

Tiende hacia ti un collar de hierro que te unirá a la cadena de los que ya son sus prisioneros.

Avanza sabiendo que todo va a pasar automáticamente y que no tienes elección ni ningún medio para evitarlo.

Me preguntas qué hacer.

Te replico que, contra el Sistema, hay que hacer la revolución.

¿La qué?

La revolución.

Entonces te anudas un pañuelo rojo en la frente, agarras la primera bandera que ves y la enarbolas gritando:

«Muerte al Sistema».

Me temo que te estás equivocando. Actuando así, no sólo no tienes ninguna posibilidad de ganar, sino que refuerzas el Sistema.

Mira, ha estrechado un poco más los collares pretextando que es para defenderse contra «tu» revolución.

Los encadenados no te lo agradecen.

Antes, tenían aún una pequeña esperanza de ensanchar el aro de metal torciéndolo. Por tu culpa, resulta todavía más difícil. En adelante, no sólo tienes contra ti al Sistema, sino a todos los encadenados.

Y esa bandera que enarbolas, ¿es de verdad la «tuya»?

Lo siento, debí advertírtelo.

El Sistema se nutre de la energía de sus adversarios.

A veces fabrica sus banderas para después ofrecérselas.

¡Has caído en la trampa!

No te inquietes: no eres el primero. Entonces ¿qué hacer, someterse?

No.

Estás aquí para aprender a vencer y no para resignarte.

Contra el Sistema, tendrás que inventar otra forma de revolución.

Te propongo poner entre paréntesis una letra.

En lugar de hacer la revolución de otros, haz tu (r)evolución personal.

En lugar de pretender que los otros sean perfectos,

evoluciona tú.

Busca, explora, inventa.

Los inventores, ¡esos son los verdaderos rebeldes!

Tu cerebro es el único territorio por conquistar.

Depón la espada.

Renuncia a todo espíritu de violencia, de venganza o de envidia.

En vez de destruir a ese coloso ambulante contra el que todo el mundo se ha partido el espinazo, recoge un poco de tierra y construye tu propio edificio en tu pequeña parcela.

Inventa. Crea. Propón otra cosa.

Aunque al principio sólo parezca un castillo de arena, es la mejor manera de atacar a este adversario.

Sé ambicioso.

Intenta hacer que tu propio sistema sea mejor que el Sistema actual. Automáticamente, el sistema antiguo quedará desfasado.

El Sistema aplasta a la gente porque nadie propone otra cosa interesante.

En nuestros días, por un lado están las

fuerzas del inmovilismo que quieren la continuidad,

y por otro, las fuerzas de la reacción que, por nostalgia del pasado, te proponen luchar contra el inmovilismo volviendo a sistemas arcaicos.

Desconfía de esos dos callejones sin salida. Existe forzosamente un tercer camino que consiste en ir hacia adelante.

Invéntalo.

No ataques al Sistema, ¡haz que pase de moda!

Vamos, construye rápido.

Llama a tu símbolo e introdúcelo en tu castillo de arena.

Pon ahí todo lo que eres: tus colores, tus músicas, las imágenes de tus sueños. Mira.

No sólo el Sistema comienza a agrietarse: se acerca para examinar tu trabajo.

El Sistema te anima a continuar.

Eso es lo increíble.

El Sistema no es «malo», sino que está desfasado.

El Sistema percibe su propia vetustez.

Y esperaba desde hacía mucho tiempo que

alguien como tú tuviera el valor de proponer otra cosa.

Los encadenados comienzan a discutir entre sí.

Se dicen que pueden hacer lo mismo. Apóyales.

Cuantas más creaciones originales haya, a más prerrogativas deberá renunciar el Sistema antiguo.

LUCHA CONTRA LAS ENFERMEDADES

Ahora estás frente a tu cuarto adversario. Parece un ejército de pequeños y oscuros cangrejos.

Unos contagian aftas, dolores de garganta, fiebres, irritaciones de ojos, ardores de estómago, reumatismo, psoriasis.

Otros provocan estornudos, tos, flemas, expectoraciones, picores, granos, palpitaciones...

He aquí algunos problemas de salud.

No podrás vencerlos ni con la espada ni con la arena.

Pide ayuda a tu sistema inmunitario. Miles de pequeños cangrejos de color beige claro salen de tus fosas nasales y de tu boca.

Son tus guerreros de élite contra las enfermedades.

Los dos ejércitos se aproximan.

Por un lado, las enfermedades.

Por el otro, tus linfocitos.

Y cada linfocito se enfrenta en duelo contra una enfermedad.

Anímalos a distancia.

Haz fluir los sentimientos encontrados.

No hay que olvidar que la palabra «enfermedad» proviene de «mal decir».[1] Utiliza la complejidad de tu química interna.

Tu cuerpo sabe producir su propia morfina, sus anticoagulantes, sus desinfectantes, sus antiinflamatorios. Piensa en ello.

Tal vez eres más fuerte contra la enfermedad de lo que tú crees.

Si tu ejército no te basta, te propondré otra táctica.

Bátete en retirada.

Y más que empeñarte en destruir las enfermedades, fortifica tus zonas sanas.

Al final, ciertas enfermedades, imbatibles en su duelo contra los linfocitos, se muestran incapaces de avanzar en terreno sano.

Allí, lo más mínimo las destruye.

Intentan un último ataque desesperado. Entonces, las masacras a todas quemándolas con tu fiebre.

LUCHA CONTRA LA MALA SUERTE

Tu quinto adversario es la mala suerte.

Es una bruma gris.

Contra ella no puedes hacer nada de nada. Lo siento.

Así pues, te tumbas en el suelo y dejas que te recubra.

Sabes que, si te mueves, te morderá. Permaneces inmóvil, no piensas en nada, esperas a que pase.

La mala suerte no te da miedo.

Acepta no vencer siempre.

Acepta la mala suerte como un elemento que puede determinar el desenlace de un combate.

La mala suerte no es un enemigo.

Como la lluvia, es un medio de apreciar mejor el buen tiempo.

La mala suerte permite ponerte en cuestión y hacerte evolucionar.

Acepta pues tu impotencia ante la mala suerte.

Arquea el lomo.

Siéntela deslizarse por tu cuerpo.

Aquí, el verdadero guerrero es el que sabe abstenerse de combatir.

El verdadero guerrero es también el que sabe perder.

Incluso la derrota es indispensable para hacerte avanzar.

LUCHA CONTRA LA MUERTE

El sexto adversario es la muerte. En persona.

Aparece como en las mitologías: un esqueleto cubierto por una capa ajada. Empuña una gran guadaña oxidada.

Huele a carroña.

Y, tras el capuchón de su capa, su cráneo de órbitas vacías te hiela 1a sangre.

La muerte te habla con una vocecilla aguda y desagradable.

Te dice que vosotros, los hombres, no sabéis cómo tomárosla, así que hacéis como si no existiera.

Todo tiende a hacer creer que la nueva generación estará exenta de esta pequeña «formalidad».

Os equivocáis al convertirla en un tabú.

La muerte dice que antes, cuando un abuelo moría, sus nietos veían el largo deterioro del anciano.

En nuestros días, el abuelo se va al hospital, y luego no se le vuelve a ver hasta el día en que el teléfono suena para decir que «se acabó».

¿Se acabó qué?

¿La espera de los herederos? ¿La angustia de saber que no está bien? ¿La obligación de pagar su habitación en el hospital?

LUCHA CONTRA TI MISMO

Pero ya está aquí tu séptimo adversario, y es alguien con el que estás obligado a ponerte serio.

Es el peor de los adversarios.

Se parece a ti.

Tiene todos tus defectos.

Pero tiene también todas tus cualidades.

Es tú mismo.

Siempre has tenido conflictos contigo mismo.

He aquí una excelente ocasión de afrontarlo.

Contra ti, no puedes huir.

Nada de combate a espada, ni de sentido del humor.

Te propone una partida de cartas.

Os sentáis a una mesa frente a frente.

Él tiene una baraja parecida a la tuya.

Las imágenes de tu pasado ha reemplazado a las figuras habituales. Coloca las cartas en abanico, te mira con aire ansioso, eligiendo una lentamente. Le da la vuelta.

Ves un recuerdo penoso que habías

intentado olvidar.

Es tu tumo de elegir una carta.

Él comprende que recurres a los instantes más agradables y contraataca con cartas más fuertes.

Elige, pues, tus peores recuerdos. Desnúdate.

Él está obligado a desnudarse también para subir la apuesta.

No te des más facilidades.

Saca las cartas que representan tus debilidades, tus miedos, tu ingratitud,

tu falta de atención al sufrimiento de otros, tu vagancia, tus traiciones.

Le enseñas tus peores heridas, ahora ya no sabe con qué contraatacar.

Está molesto por la mirada libre que posas sobre ti mismo.

Le dices que ya no tienes nada contra ti, personalmente.

Es una excelente ocasión para reconciliarte contigo mismo.

Él derriba la mesa y tira la baraja al suelo.

Le tiendes la mano y le propones ser su amigo en el futuro y no hacer nada sin llegar a un acuerdo perfecto entre tú y tú. Él acepta.

Basta de batallas.

Abandonemos el mundo del fuego. Vamos a refrescamos un poco.