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Intuición y otras capacidades psíquicas

Contamos con muchas más capacidades intuitivas de las que conocemos o utilizamos. El conocimiento y la sabiduría susceptibles de ser adquiridos partiendo de estas facultades sin explotar son enormes; al mismo tiempo, reflejan las increíbles percep- ciones a las que podemos llegar mediante recuerdos de vidas pasadas.

En mi libro Los mensajes de los sabios, explico un ejercicio que llevo años incluyendo en mis talleres. Se denomina «psicometría», y ha dado lugar a muchos momentos asombrosos y maravillosos, algunos de los cuales se describen en este capítulo.

En este ejercicio experimental, que suelo realizar por parejas, los participantes intercambian pequeños objetos de su propiedad. Puede ser un anillo, un reloj, una pulsera, unas llaves, un relicario o cualquier otra cosa. Tiene que ser un objeto de contacto y que lleve principalmente su propietario.

Empiezo la experiencia haciendo un breve ejercicio de relajación que ayuda a los participantes a concentrarse y a poner la mente en blanco. Mientras permanecen en un estado de relajación y con los ojos cerrados, cada uno toma en sus manos el objeto de su compañero. Les pido que sean conscientes de cualquier pensamiento, sensación, impresión o sentimiento que les llegue.

Las impresiones pueden ser psicológicas (sentimientos, estados de ánimo o emociones), físicas (sensaciones corporales), psíquicas (visiones, mensajes, pensamientos, escenas de la infancia o de vidas anteriores) o espirituales (mensajes o imágenes de otras dimensiones).

Tras unos cinco minutos, les pido que intercambien con su pareja todos los aspectos de la experiencia. Es muy importante compartir todos los pensamientos, las sensaciones y las presiones, por tontos o raros que parezcan, pues estos suelen ser los «éxitos» más precisos y potentes. Es frecuente que la verificación de una de esas impresiones extrañas sea inmediata y muy significativa.

No sé si es la energía del objeto que se toma lo que facilita la transferencia intuitiva de información o la concentración mental relajada, pero lo cierto es que se produce un despertar y una confirmación del poder intuitivo que todos poseemos.

El ejercicio no conlleva riesgos, es sencillo, instructivo y muy entretenido.

También es posible obtener información sobre nuestras vidas pasadas y las dimensiones espirituales partiendo de otras percepciones intuitivas así como de sueños mediante la meditación o incluso de manera espontánea, como en experiencias déjà vu. La calidad y el detalle de esas percepciones psíquicas son semejantes a los observados en regresiones a vidas pasadas. Por ejemplo, el siguiente relato de un encuentro psicométrico suscita muchos de los mismos sentimientos y mensajes experimentados por Lee tras la muerte de Richard en la maravillosa historia del capítulo anterior. Ambas historias comparten la presencia poderosa e inmediata de un ser querido recientemente fallecido que trae consuelo desde el otro lado. Da igual si la vía a ese otro lado se establece por medio de regresiones al pasado, mediante psicometría o espontáneamente a través de otros canales intuitivos. Todos estos caminos conducen al mismo sitio, la misma conciencia. Siempre somos amados. Nunca estamos solos.

. LA CASA DEL LAGO .

Dicen que es mejor empezar por el principio. Mi primera experiencia con el hecho de que «estamos todos conectados», como dice Brian, se produjo el primer día de un curso de una semana organizado en el verano de 2006. Brian estaba explicando el proceso de la psicometría a una clase de unas 130 personas. Yo no había tenido ninguna exposición previa, y francamente no me creía capaz de hacerlo. Escuché a Brian decir que, cuando sostuviéramos un objeto personal de un compañero de la clase, quizá comenzaran a formarse imágenes en nuestra mente. La tarea, decía él, consistía tan solo en posibilitar eso, advertir de qué imágenes se trataba y abstenerse de juzgarlas. Y después compartirlas, naturalmente.

La persona que había a mi lado era una mujer atractiva, vestida de manera informal, de cincuenta y tantos años. Intercambiamos comentarios sobre lo interesante y a la vez extraño que parecía aquello, y cada uno expresó la esperanza de que el otro no se sintiera decepcionado, pues no habíamos hecho eso antes. Nos dimos mutuamente los relojes de pulsera tras lo cual se atenuaron las luces y comenzó el ejercicio. La verdad es que yo no esperaba «pasar» ese pequeño test de mis capacidades psíquicas, pero recordé lo dicho por Brian acerca de advertir lo experimentado sin juicios ni cuestionamientos.

Mientras sostenía el reloj de la mujer, la primera imagen que vi fue la de una casa preciosa en la orilla de un lago, rodeada de pinos altos. El techo y los costados estaban cubiertos de bellos listones de cedro. Junto al agua había una pequeña canoa verde con una pala dentro. Al lado, también sobre la arena, un viejo bote con un par de remos. En el porche se veía una bicicleta de diez marchas, y al lado un hoyo para fogatas hecho de piedras grandes, donde ardía un buen fuego. Vi un tren elevado y rápido en una ciudad importante, y luego otra vez la casa del lago, con un disco volador azul en el porche y el mismo fuego de leña en el hoyo. Sentí que me penetraba una inmensa sensación de paz, amor y felicidad, aunque no sabía por qué ni de dónde venía. Se encendieron las luces, y Brian nos pidió que lo compartiéramos todo con el compañero, por poco sentido que pareciera tener.

Empecé a revelar las imágenes que había visto, y mi compañera se puso a llorar. Me callé, pero ella insistió en que continuara. Cuando hube terminado, le pregunté qué significaba aquello para ella. Sin dejar de llorar, procedió a contar su historia.

La mujer y su pareja de muchos años habían compartido un amor profundo y espiritual. Él era su mejor amigo. Había muerto recientemente a causa de una forma fulminante y agresiva de cáncer. Tras saberlo en enero, había vivido solo unos cuantos meses. Ella todavía estaba muy apenada. Poseían una casa en un lago del nordeste. Les encantaba ir allí juntos siempre que podían, para relajarse, rejuvenecerse y recuperarse de su estresante y ajetreado trabajo. Un sitio pequeño y bonito en un bello paisaje, con listones de cedro en el techo y los lados. En la orilla del agua había una canoa verde de uso habitual y un bote de remos. Les gustaba andar por ahí y lanzar un disco volador azul. La bicicleta de diez marchas del porche era de él, y siempre estaba ahí. A él le encantaba montar en bici siempre que podía, en el campo como en la ciudad, donde vivía y trabajaba. Cogía el tren elevado casi cada día para ir a trabajar. En el exterior, junto a la casa del lago, había un hogar grande y hermoso. Solían sentarse bajo las estrellas, contemplando el fuego, hablando.

Ella había quedado encargada de todo lo relativo al entierro; él solo había pedido la incineración inmediata. Su muerte había dejado a su compañera desconsolada y paralizada. La mujer por fin había empezado a reunir la fuerza necesaria para organizar un funeral adecuado en honor del hombre al que había amado tanto. Había mandado cientos de invitaciones, pues él tenía familia y amigos por todo el mundo. En el anverso de la invitación había una gran foto de un hermoso fuego de leña que ardía en el hoyo de las fogatas.

Ahora era yo el que estaba asombrado y abrumado. Expliqué la sensación de paz, amor y felicidad que había sentido y me había envuelto mientras sostenía su reloj. Sin dejar de llorar, la mujer dijo no tener dudas de que esas imágenes y sensaciones me las había transmitido su compañero. Ella lo percibía allí en la sala, con nosotros, y ahora sabía que aún estaba a su lado, que la amaba, y que estaba en paz y era feliz. También captó el mensaje de que él quería de ella que sintiera el mismo amor, la misma paz y la misma felicidad. Ahora por fin había sentido todo esto y podía comenzar a concluir su proceso de duelo y seguir adelante con su vida. Ella y yo, dos desconocidos totalmente aleatorios, estábamos sentados juntos en un curso. Al cabo de unos instantes, había tenido lugar entre nosotros una experiencia profundamente personal, conmovedora y purificadora desde el punto de vista espiritual.

~ Michael Brown

Michael es un terapeuta estupendo, no un médium ni un vidente famoso. De hecho, él tenía muy poca confianza en sus habilidades psíquicas y, tal como explicó, esperaba que su compañera no se sintiera decepcionada.

En realidad, todos somos videntes o médiums. Todos tenemos increíbles facultades extrasensoriales que el ego y la mente lógica nos ocultan. Con mi permiso para dejar que su don intuitivo surgiera de las sombras del cerebro izquierdo, en cuestión de segundos Michael estuvo describiendo un detallado panorama visual y emocional. Llegó a ver cuántos remos había, la canoa verde y el viejo bote.

Aquella cálida tarde de verano, su visión intuitiva alivió mucho a la mujer. Michael es modesto y minimizará su contribución, pero ese día cambió la vida de su compañera. La ayudó a dejar atrás la desesperación y a iniciar su curación, permitiéndole sentir el amor, la paz y la dicha que su amante tanto quería compartir con ella.

Jacqueline, autora de la siguiente historia, también participó en un ejercicio de psicometría con alguien desconocido, y fue capaz, asimismo, de transmitir y recibir mensajes que ayudaron a aliviar el sufrimiento.

. LOS TRES CERDITOS .

Hace unos años asistí a uno de sus talleres en el Instituto Omega. Usted nos pidió que intercambiásemos un objeto personal con un desconocido, cosa que hice con la mujer sentada frente a mí. Ella me dio el collar que llevaba, y yo le di mi anillo. Mientras permanecíamos sentadas con los ojos cerrados, usted nos guio hacia una meditación y nos dijo que no descartásemos ninguna imagen que apareciera en nuestra cabeza, con independencia de lo disparatada que pareciera.

Habló primero ella. Yo había estado llevando la alianza de boda de mi nuera, el anillo que di a esa desconocida. Mi nuera había sido asesinada tres años atrás, estando embarazada de ocho meses. La desconocida describió con precisión su cabello rubio y la vio de pie en una cocina de color rojo que daba a una masa de agua mientras observaba a una pareja jugando en el muelle. Tenía un afectuoso mensaje para mi hijo, el amor de su niñez, quien, junto con su nueva esposa, había acabado de comprar una casa junto al lago que tenía una cocina pintada de rojo.

Me quedé, como poco, estupefacta. Ni que decir tiene que, tras recibir una visión tan gráfica de una desconocida, me daba vergüenza contarle lo que había visto yo. Con tono de disculpa, le confesé que la única imagen que había destellado en mi mente había sido la de los tres cerditos bailando un zapateado en mi campo visual. Intentaba apartarlos, pero cada vez que lo hacía ellos regresaban, negándose a ser rechazados. Por si esto fuera poco, estaban bailando justo al lado de una piscina.

La desconocida se puso a llorar. Me había dado un relicario que contenía un mechón de pelo de su padre, fallecido en fecha reciente. A lo largo de los años había pasado muchas horas en la casa del padre, paseando junto a la piscina que a él tanto le gustaba. Lo más curioso es que, en el jardín contiguo a la piscina, había una estatua de los tres cerditos en pose de baile, con bastón y sombrero de copa.

Las dos estábamos conmocionadas. Si usted no nos hubiera dicho que compartiéramos cualquier imagen, por rara que fuera, yo jamás habría hablado de los ridículos cerditos. Ambas estuvimos de acuerdo: no se trataba de ninguna coincidencia sino de verdadera comunicación. Aunque no lo entendíamos, no podíamos menos que creerlo.

~ Jacqueline

Los detalles exactos confirmatorios de las escenas e imágenes compartidas por Jacqueline y su compañera, una completa desconocida, le dejan a uno pasmado. La información recibida de la otra, quizá con ayuda del objeto sostenido en la mano, ¿cómo podía ser tan clara y precisa? Va en contra de toda lógica, y sin embargo he sido testigo de resultados parecidos un montón de veces.

Somos capaces de utilizar canales que trascienden los habituales cinco sentidos. Estamos diseñados para conectar entre nosotros en niveles mucho más profundos y detallados de lo que cabría imaginar. Ni siquiera la elección de pareja fue realmente fortuita. Todo forma parte de un proceso que nos impulsa a lo largo de nuestro camino espiritual.

Cada uno de nosotros puede estar conectado con presencias afectuosas del otro lado —las dimensiones celestiales— y ser reconfortado por ellas. Una desconocida describe a la asesinada nuera de Jacqueline, de pie en la casa de un lago que no había conocido en vida. La nuera no es vengativa, no está atormentada, ni siquiera se siente celosa. Tiene mensajes de afecto para el amigo de infancia con quien más adelante se casó. Parece estar alrededor de Jacqueline, haciéndole saber que se encuentra bien y que está transmitiéndole amor.

Llevo más de veintitrés años dirigiendo este ejercicio psicométrico, y nunca había oído ninguna mención de los tres cerditos del famoso cuento como la de Jacqueline. Ella los describió a su compañera, que tal vez necesitaba oír esto más que ninguna otra persona del planeta. El padre había colocado una escultura de los tres cerditos en el jardín adyacente a la piscina. ¿Alguien más ha hecho esto? Y acababa de morir. Qué mejor mensaje para ser transmitido a su afligida hija a través de una verdadera desconocida.

Nunca perdemos a los seres queridos. Siempre están con nosotros, siempre alrededor. No tienen el cuerpo físico, y los echamos muchísimo de menos, pero siguen ahí, abrazándonos con su energía afectuosa.

El esposo de Shirley le comunicó que estaba con ella mandándole no solo mensajes, sino también regalos extraordinarios desde el otro lado. A continuación, nos cuenta su historia.

. ARREGLO FLORAL .

En los cruceros en que estuve con el doctor psiquiatra Brian Weiss y un famoso vidente, tuve un montón de experiencias extraordinarias, pero quizá la más destacada fue aquella en la que recibí flores desde el otro lado.

Estábamos en Tahití. Era la primera semana de octubre de 1999, y los seminarios ya se acercaban a su fin. En una sesión de tarde con el doctor Weiss, se nos invitó a escoger un compañero al que no conociéramos, con quien intercambiaríamos temporalmente un objeto personal. Aunque a mí no me pasó gran cosa, mi compañera se animó y empezó a describir a mi esposo, fallecido recientemente. Fue bastante precisa a la hora de hablar de un abrigo de tweed poco común por el que era muy célebre en el norte de Ontario. Esto fue para mí una primicia que me dejó impresionada, por lo que le supliqué que no llamara la atención sobre nosotras. Se trataba de un error, y esta clase de episodios enseguida despiertan el interés de la gente.

Al día siguiente, el último en Bora Bora, tomé una pequeña embarcación y fui en busca de una flor para mi pelo. En la isla había pocas tiendas, pero en un escaparate vi un precioso hibisco que intenté comprar. La anciana dependienta no hablaba inglés ni francés, pero se puso a rellenar las aberturas de un gran sombrero de paja con flores de un color rosa similar. Traté de detenerla, insistiendo en que solo quería una, pero no me hizo caso. Entonces entró una joven polinesia, a quien expliqué el problema. «Es usted la que se equivoca», dijo. «Este sombrero es un regalo.» El último bote estaba a punto de salir, solo pude dar un abrazo a cada una y marcharme a toda prisa. Después, otros me dijeron que el sombrero parecía iluminado.

Iba a comenzar el último seminario. En un estado de ánimo meditabundo, enseguida me puse alerta cuando el médium pronunció mi nombre y dijo que un hombre de frac y con sombrero de copa quería bailar conmigo. Tenía que ser mi esposo, lo sabía. Cuando nos casamos, poníamos discos en la biblioteca y bailábamos. Me transmitió mensajes de gratitud por haber respondido a todas las elocuentes cartas de pesar y comentó de pasada que yo había puesto un marco nuevo a su foto y la había cambiado de sitio. Todo era cierto. Luego dijo que me encantaban las flores y que me enviaría algunas con cariño.

«Y aquí están, a tu lado, en tu sombrero. ¡Son magníficas!», dijo alguien del grupo. ¿Cómo diablos —o acaso fue cosa del diablo— recibió el mensaje la mujer polinesia?

Una semana después, fui invitada, junto a otras señoras, a una fiesta en Neiman-Marcus para la presentación de una nueva línea de cristal. Nos dieron a cada una un ladrillo de arcilla con utensilios para sacar un regalo encerrado en un cristal. Mi regalo era una pequeña y rosada flor de hibisco.

~ Shirley

El difunto esposo de Shirley persistía en recordarle su gratitud y su amor. El abrigo de tweed precedió a varios regalos de flores, tanto reales como de cristal. Las de verdad parecían estar iluminadas. Será cosa del amor.

Ciertos mensajes espirituales pueden ir más allá de los sentidos habituales y ser captados de muchas maneras. No requieren palabras ni lenguaje. La anciana polinesia no hablaba inglés ni francés, pero percibió el impulso y lo transformó en un obsequio floral. Quizás en Bora Bora fuera algo normal, pero a nosotros nos parece un milagro.

Como nos recuerda la autora de la siguiente historia, «todo es posible».

. CURACIÓN Y FELICIDAD .

Hace poco fui a verle a un seminario en Boston. Nunca había estado en algo así. Había leído todos sus libros y me interesaba el tema de las vidas pasadas y la terapia de regresión. Solo he tenido una regresión hasta ahora, en ese seminario, y aunque se trató solo de una experiencia breve, fue al mismo tiempo de veras inaudita.

A los asistentes nos dijeron que intercambiásemos algún objeto de propiedad personal con la persona que estuviera sentada al lado. Le di a mi vecina el collar. A continuación, debíamos cerrar los ojos y seguir sus instrucciones para intentar «ver algo» de la vida del otro. Una vez terminado el proceso, le conté a mi vecina lo que había visto e imaginado mientras sostenía su objeto y le escuchaba a usted. Y resulta que fui muy precisa a la hora de hablar de ciertas cosas que pasaban entonces en su vida, lo que le hizo reconsiderar algunas por las que se había decidido.

Le llegó luego a ella el turno de explicar qué había visto de mi vida. Comenzó a hablarme de un niño rubio que estaba jugando y haciendo «cosas de chicos» al otro lado de un río. El niño parecía feliz y le sonrió. También agitaba una flor blanca. Entonces me tocó suavemente el brazo y dijo: «Debo decírtelo. No estaba segura de si debía o no porque no parece tener sentido, pero siento que debo hacerlo. El niño me dijo que te dijera que está bien. Es feliz. No estés triste por él.» Empecé a derramar lágrimas pero intenté contenerlas frente a esa mujer a la que no conocía. Me limité a darle las gracias y me marché.

Lloré porque siendo joven había tenido un aborto. Yo no quería, pero mis padres y mi novio me presionaron. En su momento estaba convencida, y todavía lo estoy, de que el bebé era un niño. Desde que pasó, me he sentido culpable de eso. Pienso a menudo en el niño que debía haber tenido.

Esta experiencia me ha ayudado a saber que el bebé es feliz, que juega y hace «cosas de chicos», lo cual me tranquiliza en el sentido de que yo también puedo alcanzar la felicidad. ¿Por qué, si no, habría sentido esa desconocida la necesidad apremiante de contarme lo que le había dicho el niño? ¿Por qué, habiendo tantas personas en el seminario, estaba sentada yo junto a ella? Lógicamente, no cabe posibilidad alguna de que ella supiera nada al respecto; muy pocas personas lo saben. Dicho esto, creo que cualquier cosa es posible. Por fin me siento mucho mejor acerca de cosas que no puedo cambiar.

~ T. H.

Acarreamos mucho dolor y pesar innecesarios, pero podemos deshacernos de esta carga mediante el conocimiento. La compañera de T., para ella una desconocida, no se imaginó al niño; lo vio con claridad y sintió una presión, una urgencia, para transmitir su mensaje.

El río separa nuestro mundo físico del otro lado. Es un símbolo antiguo, importante en la mitología griega y en muchas otras culturas y religiones. El concepto de la otra orilla se encuentra en el budista Sutra del Corazón y numerosos textos espirituales del mundo entero. Su compañera no vio el río por casualidad.

El alma no puede sufrir daño, sea por la muerte o por un aborto. El alma está evolucionando y creciendo en el otro lado. Así, el hijo de T. llegó a Boston a decirle que no sufriera más porque él era feliz, estaba bien. El niño está hablándonos a todos, pues todos hemos perdido o perderemos a seres queridos. Y cuando nos visitan tras haber muerto —en sueños, ensoñaciones, meditaciones, mediante desconocidos o de cualquier otra forma—, su mensaje será semejante al transmitido a T.: «No estés triste. Estoy bien. Soy feliz. Siempre estaremos juntos.»

. «CEREBRO» .

Aterrizar en el aeropuerto internacional de Islandia en mi viaje a Tel Aviv, donde vivo, era la escala perfecta de unas vacaciones fabulosas. Acababa de participar en su taller a bordo de un lujoso crucero desde Fort Lauderdale a las islas del Caribe.

Mientras deambulaba por el aeropuerto, vi una tienda en cuyo escaparate se veían estatuillas con forma de cabeza humana. Estaban hechas de vidrio transparente de colores intensos. Me acerqué, cogí una del todo diáfana, pero la devolví de inmediato a su sitio, pues parecía de veras la calavera de un muerto. En su lugar cogí otra figura de un color verde brillante y la careta plateada. Era obra de un escultor sueco, un artista de Estocolmo. Aproveché al vuelo la oportunidad de comprarla. En la parte posterior de la cabeza había una sombra azul que parecía un cerebro humano. Resulta que el artista la llamaba «Cerebro», y recomendaba a la gente que la utilizara en la vida cotidiana para reducir el estrés.

Un año después, volví a participar en otro de sus talleres en un crucero, que esta vez se iniciaba en Puerto Rico. En una sesión de meditación, oí el sonido de un taladro detrás de la cabeza, pero en aquel momento no supe qué significaba.

Volví a casa, y al cabo de dos meses fui sometido a una inesperada operación quirúrgica para extirparme un tumor cerebral.

Tras un largo permiso por enfermedad, abandoné mi estatus judicial e incluso dejé de trabajar como abogada. Ahora hago cosas que me gustan: ver a mis nietas, escribir relatos cortos y pintar. Por otra parte, nunca he dejado de pensar en esa profunda experiencia mística que tuve con mi cerebro y con el «Cerebro».

~ Aviva Shalem

Lo que consideramos accidentes, coincidencias y sucesos aleatorios en realidad no son tales. Aviva comenzó a recibir alertas subconscientes, señales o premoniciones sobre su tumor cerebral más de un año antes del diagnóstico y la operación. Al principio, cogió la estatuilla equivocada, pero su intuición, quizá potenciada por las experiencias en los talleres y sin duda por el ejercicio de psicometría, enseguida la empujó a rechazarla y elegir «Cerebro». El sonido del taladro en la meditación del año siguiente fue otra señal. Todo acabó bien, y su vida posquirúrgica es mucho más tranquila y menos estresante, como pretendía el escultor sueco.

Al seleccionar el objeto, sostenerlo en las manos y captar su energía y sus mensajes únicos, Aviva estaba llevando a cabo su propio ejercicio psicométrico personal. Todos podemos hacer esto con los millones de objetos que nos rodean, y también con las personas que conocemos. Podemos imaginar cómo se expandiría el mundo si nos permitiéramos ser conscientes de la fabulosa energía de que se compone cada cosa individual. Por fin comprenderíamos la magnitud del amor y la sabiduría que nos rodea en todo momento.

Incluso los desconocidos pueden procurarnos increíbles percepciones y mensajes personales, como descubrió un día Lori, autora de la siguiente historia, en uno de nuestros talleres.

. ¡LLAMA A TU MADRE! .

Mientras asistía a su seminario de fin de semana en el Instituto Omega, observé a una mujer que parecía, por así decirlo, muy poco interesada en el tema de la reencarnación. De su asombrosa capacidad para dormir ese día durante buena parte de la clase, saqué la conclusión de que tenía una absoluta falta de interés en todo lo que Omega pudiera ofrecerle.

Aproximadamente en mitad del día, cada uno escogía un compañero desconocido y meditaba mientras sostenía un objeto personal suyo. La tarea consistía en recordar cada imagen y pensamiento que nos llegara entretanto, y luego contarlo y compartirlo con el otro.

Cuando la gente comenzó a elegir parejas, el desinterés de la mujer no pasó desapercibido. Nadie quería asociarse con ella. Decidí proponerle que fuera mi compañera, en parte para que no estuviera sola, y en parte para impresionarla con mi intuición y demostrarle así que aquel era un acontecimiento que valía la pena.

Sostuve su objeto, me concentré con todas mis fuerzas, y me llegaron abundantes imágenes: un perrito blanco, una piscina rodeada por una valla, un toldo en el porche trasero que daba a la piscina, la sensación de que hacía mucho calor, y lo que parecía ser un mensaje del perro de que todo iba bien.

Terminamos la meditación, y yo estaba tan entusiasmada que quise ser la primera. Mientras recitaba de un tirón la lista de elementos visuales, la mujer se limitaba a decir: «Emmm, no... Ummm, una piscina, no... vivo en el Bronx. Calor, no. He vivido allí toda la vida... Un perro, blanco, no.»

Algo decepcionada por esa incapacidad para conectar con ninguno de mis detalles aparentemente perspicaces, me recliné para oír lo que había recibido ella de mi objeto. La verdad es que no esperaba gran cosa, pues mi compañera había estado dormida durante casi toda la clase. ¡Pues fíjate, estaba equivocada!

Con su marcado acento neoyorquino, procedió a contarme mi vida entera. Empezó diciendo «llama a tu madre», y luego pasó a hablarme de dos casas con las que mi madre no sabía muy bien qué hacer, un aborto espontáneo de mi madre que incluía al espíritu de un niño que permanecía conmigo (era la segunda vez que me decían eso) y mucho más. Resultó ser todo verdad; lo sé porque lo primero que hice después fue, como es lógico, llamar a mi madre.

Tras hablar con ella, estaba tan agitada que me moría de ganas de contarle a todo el mundo lo que había pasado. Cuando usted me pidió que le explicara mi experiencia, me quedé otra vez aturdida. Lo que yo había captado parecía proceder de una mascota muerta hacía poco y estar dirigido a un miembro del público de la primera fila. Todos los detalles parecían encajar en su vida; también otros habían recibido el mensaje de su querido perro.

Esta maravillosa experiencia me enseñó mucho sobre lo conectados que estamos, y que no debemos preocuparnos por el futuro ni pensar demasiado en el pasado, sino vivir todos y cada uno de los momentos al máximo. Y mientras lo estamos haciendo, acordémonos siempre de «¡llamar a mamá!».

~ Lori Bogedin

Es por eso por lo que no debemos juzgar un libro por la cubierta; es más, no debemos juzgar en absoluto. Lori fue amable al elegir pareja, y luego se vio recompensada por una serie precisa de importantes mensajes, que culminaron en el espíritu del pequeño.

La proyección es el acto de atribuir nuestros pensamientos, sensaciones o juicios a otros, lo que suele crear distorsiones de la realidad. Quizá las cosas no sean lo que parecen ni como suponemos. Por ejemplo, tal vez la compañera de Lori se dormía porque estaba cansada, no por falta de interés. A lo mejor era la segunda o la tercera vez que hacía el curso y, como ya conocía la parte teórica de la charla, volvía solo para los ejercicios prácticos.

Estamos conectados con muchas más personas de las que hay en nuestra proximidad inmediata, como en el caso de la compañera de Lori, quien había recibido información precisa de una persona de otra parte de la sala, alguien que acababa de perder un perrito blanco. Volvíamos a tener el mismo mensaje de después de la muerte: todo va bien. Los animales también tienen alma.

Lori sintió la paz profunda, el flujo, la sabiduría infalible de que todo es como tiene que ser. Sabiendo esto, podía vivir en el momento presente, donde reside la felicidad, en vez de vivir en el futuro o en el pasado. Todos debemos hacer como Lori y vivir en el momento. En mi libro Solo el amor es real: el amor es la respuesta a todo, ahondo en este concepto.

El filósofo y monje budista vietnamita Thich Nhat Hanh escribe sobre disfrutar de una buena taza de té. Para disfrutar del té, debemos ser totalmente conscientes del presente. Solo conscientes del presente pueden las manos sentir la agradable calidez de la taza. Solo en el presente podemos disfrutar del aroma, saborear el dulzor, apreciar la exquisitez. Si estamos cavilando sobre el pasado o preocupados por el futuro, nos perderemos completamente la experiencia de gozar de una taza de té. Bajaremos la vista a la taza, y el té ya no estará.

La vida es igual. Si no estamos presentes del todo, miraremos alrededor, y ya no estará. Nos habremos perdido la sensación, el aroma, la exquisitez y la belleza de la vida. Será como si nos pasara a toda velocidad.

El pasado ha concluido. Aprendamos de él y soltémoslo. El futuro ni siquiera está aquí todavía. Planifiquémoslo, pero no perdamos tiempo preocupándonos por él. Preocuparse no sirve para nada. Cuando dejamos de reflexionar sobre lo que ya ha sucedido, cuando dejamos de preocuparnos por lo que acaso no suceda nunca, estamos en el momento presente. Entonces empezamos a experimentar dicha en la vida.

Hemos de tomarnos nuestro tiempo para disfrutar del té —y de la vida—. Es muy sencillo, pero a la vez no es fácil. Debemos librarnos de la inquietud y el miedo. El miedo es una emoción tóxica y debilitante que nos quita alegría, que sustituye por ansiedad, estrés y terror. En vez de ello, hemos de ser conscientes de la dulzura que trae cada día consigo. La vida rebosa belleza exquisita. Empapémonos de ella.

Como Lori, también yo he observado que estar en el Instituto Omega, o en cualquier taller de varios días, me deja en un estado alterado, un estado en el que vivo realmente el momento presente y percibo la interconexión de todos los seres. Sé que mi conciencia no se halla en su modalidad normal: pasa de la perspectiva cotidiana a la «otra». Esta perspectiva se caracteriza por cierta sensación de distanciamiento afectuoso, de intemporalidad, de juzgar menos y observar más, de profunda paz interior.

El filósofo y místico Krishnamurti, un hombre fabulosamente sabio, escribió en una ocasión que podemos poner la mesa para esta conciencia alterada pero no así hacer aparecer al invitado. En otras palabras, somos capaces de crear las condiciones para ello, pero quizá debamos aguardar. En los cursos de Omega, mi mujer Carole y yo solemos terminar la semana o el fin de semana con esa sensación tan sublime. Ambos sabemos que no durará, pero siempre estamos pendientes de cuánto tiempo persiste. A menudo vamos desde Rhinebeck, donde está Omega, a los aeropuertos de Nueva York, y luego allí ocurre algo —gente gritando, mala educación— que nos devuelve a la conciencia habitual. La transición es muy brusca, y aunque somos muy conscientes de ella, es igualmente difícil regresar. De todos modos, la última vez que estuvimos en ese nivel elevado todo sucedió con mucha rapidez.

Carole y yo habíamos salido de Omega en coche, y al cabo de treinta minutos nos detuvimos en un súper debido a una fuerte tormenta. Ella entró mientras yo aparcaba por allí cerca, dejando un montón de sitios vacíos delante y detrás. Aunque no había nadie alrededor, sin darme cuenta seguramente había ocupado la plaza que quería otra persona. Bajo la torrencial lluvia, y mientras Carole estaba dentro del súper y yo esperaba en el vehículo con las ventanillas cerradas, un hombre de mi edad que llevaba solo una camiseta empezó a dar vueltas alrededor chillándome. Al principio yo no entendía nada, hasta que al final le oí decir: «Ha cogido mi sitio. Quiero este sitio.»

Me pareció algo incongruente. Aún me sentía distanciado y lleno de paz, pero ahora esto comenzaba a disminuir. Mientras él estaba al otro lado de la ventanilla, advertí que llevaba al cuello un medallón de la Virgen María. Me pareció de veras extraño —e incluso inapropiado— que un hombre con un medallón de la Virgen estuviera gritando, vociferando y actuando con aquella agresividad. La Virgen María es un símbolo de bondad, de ayuda a las personas con los brazos de la gracia. Ese hombre la llevaba justo al lado del corazón, pero se comportaba de una manera totalmente contradictoria.

Yo sabía que él podía dañar el coche o romper una ventanilla; despotricando así, era capaz de todo. De repente se produjo el cambio. Quizá se activaron la ansiedad, la alarma o el miedo, que me obligaron a volver a la conciencia habitual. Dije algo parecido a esto: «Lo siento. No me he dado cuenta de que estaba usted ahí. Mi esposa está en el súper, y la estoy esperando. Ella sabe que estoy aquí, por lo que si me muevo, quizá le cueste encontrarme. Pido disculpas.» Tras eso, se marchó. No sé exactamente qué tenía él en la cabeza, pero el caso es que desapareció.

Salió Carole, y nos fuimos. Le expliqué la historia, lo que también la hizo recuperar la conciencia normal.

Se nos ha ocurrido que quienes meditan habitualmente o alcanzan la trascendencia deben hacer frente a ese problema. ¿Cómo se relaciona uno con las preocupaciones rutinarias mientras se encuentra en ese hermoso espacio? ¿Cómo conserva un estado de paz, amor y compasión sin dar pie a que los demás le manipulen o se aprovechen de él? Es una tarea difícil. Pueden ser de ayuda la meditación, la contemplación, la introspección e incluso la lectura de un libro espiritual. Lo que he observado a lo largo de los años es que algún recordatorio del estado también ayuda a volver al mismo. Solo hemos de acordarnos de las sensaciones que provocaba. ¿Cómo era la respiración? ¿Qué había en el campo de las percepciones? ¿Qué cambios fisiológicos notamos en su momento?

También me siento de forma parecida cuando estoy despertando de un sueño especialmente curioso. Sé que no debo comer ni leer el periódico enseguida, sino solo permanecer en ese estado, pues en dicha modalidad perceptual soy consciente de muchas más cosas. Es a la vez la sensación de ser intuitivo, de saber cosas a un nivel más profundo, de comprender. No obstante, cuando voy camino del trabajo, contemplo el tráfico o participo en alguna acción semejante, suele ser necesario regresar a la conciencia normal de vigilia.

Es importante recordar que cada paso es sagrado, cada respiración es divina. Si conservamos esta mentalidad alerta, se producirá un cambio en la conciencia. Tendremos una sensación de paz absoluta. Hacerlo es saludable, para el cuerpo y para la mente. Somos seres espirituales, y este es nuestro estado natural. Para arreglárnoslas mejor en el mundo físico, conviene considerar que el «otro» estado es el normal y que la modalidad «cotidiana» es algo temporal.

En realidad, no conocemos la manera exacta en que un objeto sostenido en la mano facilita la transmisión de hechos y detalles privados en el ejercicio de psicometría. Puede que haya una transferencia de energía, pues muchas personas cuentan que el objeto se nota templado o se calienta mientras lo sujetan. En varias culturas antiguas se ha descrito una fuerza vital que otorga poderes a todos los seres vivos y a toda la realidad, fuerza que contiene una sabiduría y una inteligencia que trascienden las palabras. Ha recibido los nombres de chi (o ki, o qi), prana, el Tao, la fuente, etcétera. El arte del feng shui ha intentado describir su flujo. Tal vez este inenarrable mar de energía subyace a la totalidad de la existencia y es responsable de la transferencia de percepciones y conocimientos intuitivos.

Me he preguntado a menudo sobre la naturaleza del campo de energía incognoscible. Por ejemplo, ¿cómo es que posee sabiduría y otras cualidades de tipo humano? ¿Cómo se relacionan los objetos físicos con el campo? ¿Cómo surgimos de él y a la larga volvemos a él? ¿Cómo se modulan sus vibraciones o frecuencias?

Quizás esta energía etérea, omnisciente e indefinible vibra al máximo ritmo posible, y a medida que se apaga la frecuencia empieza a adoptar una forma: al principio una especie de gas tenue, inmaterial. Al condensarse, el delicado gas se convierte en un líquido pulcro y de flujo suave, todavía sin límites rígidos. La forma sólida o física, que toma aspecto exterior a medida que el líquido va condensándose, sí tiene esos límites y en comparación con las otras formas está relativamente circunscrita. Los objetos que damos a los compañeros durante el ejercicio psicométrico son ejemplos de eso. Y también nosotros lo somos. No obstante, la energía básica es la misma, toda deriva de lo etéreo. Al final, simplemente volvemos a la forma divina, idílica, que es nuestro origen. No hay nacimiento ni muerte; solo transformación.

Al principio de mi carrera, a veces me preguntaba por qué en mi consulta no me encontraba con el fenómeno de los fantasmas, las entidades dobles o los espíritus negativos. Otros han escrito libros enteros sobre curación de posesiones demoníacas en desventurados anfitriones. Y aunque yo reconocía que, desde el punto de vista clínico, la mayoría de los «casos» eran realmente proyecciones de impulsos no deseados o incómodos de los pacientes, quizá no todos eran estrictamente psicológicos. Sea como fuere, nunca me he encontrado realmente con casos de espíritus malignos. Dos reuniones posteriores, una con varios rinpoches tibetanos y otra con un maestro taoísta, me ayudaron a entender por qué.

En 1994, tuve la oportunidad de sentarme junto a unos rinpoches tibetanos en la Universidad de Michigan. En una animada discusión sobre la reencarnación, les pregunté por qué no había tenido nunca un solo paciente con un espíritu maligno dentro.

Los rinpoches se echaron a reír. ¿Mi pregunta era demasiado simplista?

«No», dijo un lama valiéndose de un intérprete. «La energía de usted no lo permite estando tan cerca.» Rieron otra vez. Entendí que la pregunta no era ingenua. El problema es que yo nunca había relacionado eso con los campos de energía. Existía cierta fuerza repelente que impedía a esos espíritus interaccionar conmigo.

En la primavera de 2010 todavía no me había encontrado personalmente con ningún caso así. En esa época, estando yo de viaje por China tuve audiencia con un destacado maestro taoísta en las verdes y suaves estribaciones de las afueras de Xi’an. Estaban también presentes varios eruditos taoístas de universidades cercanas. Hablamos durante una hora de muchos temas. Al final le hice la misma pregunta planteada dieciséis años antes a los rinpoches tibetanos, que de nuevo fue recibida con risas. Y de nuevo la respuesta fue la misma. Esta vez hicieron falta dos intérpretes, uno para pasar del dialecto regional al mandarín, y otro para pasar del mandarín al inglés, aunque estoy seguro de que prácticamente no hubo distorsión.

«Esa energía sería demasiado incómoda en la energía de usted. Esa energía no podría fluir allí. No podría ocurrir.»

En mi campo de energía no hay nada excepcional. Medito a menudo, lo cual puede elevar la vibración. De todos modos, esta práctica es libre y universal, y está disponible con carácter general. La respuesta de los lamas y el maestro taoísta no era específica para mí; es aplicable a todos. Las manifestaciones o los espíritus «malvados» pueden ser igual de molestos en todos los campos de energía. Lo importante es que, al llegar a dominar nuestras lecciones espirituales, nos volvemos incompatibles con esa clase de energía. Así es como podemos expulsar a nuestros demonios.

Además de la meditación, otro modo de elevar la vibración es llenando el corazón y la mente de bondad, serenidad y paz. Imagino que estas cualidades son muy importantes en el proceso de perfeccionamiento del campo energético. Si incorporar estos principios y prácticas a la vida cotidiana nos libera de aflicción en cualquiera de sus formas, bendita sea.

Los comentarios de los monjes y los expertos reflejan la aceptación de la idea de los espíritus negativos, pero de la discusión con ellos saco la impresión de que «ignorante» sería una palabra más adecuada que «maligno» o «malvado». En realidad, no hay nada maléfico. Ciertos espíritus ignorantes acaso parezcan sombríos, pero están simplemente en un nivel atrasado («in albis», literalmente «a oscuras»). Son como los niños de primaria en el pa- tio, un poco salvajes y traviesos, quizá tiren del pelo a las niñas... pero no son malvados. Los niños de primaria son cualitativamente como los alumnos universitarios. La única diferencia es su nivel de conocimientos y su madurez. Los niños son pequeños e ignorantes, pero con el tiempo llegarán a la universidad.