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Cómo conocer puede curar
El cuerpo y la mente son las máscaras que nuestro yo real —el alma— lleva en el mundo físico. Al morir, nos quitamos las máscaras y descansamos en nuestro estado natural. No hay desaparición, ni olvido. Simplemente nos quitamos las máscaras, la ropa y otras coberturas externas, y regresamos a los reinos espirituales, donde nos renovamos y restablecemos. Aquí reflexionamos sobre las lecciones de la vida que acabamos de dejar. Aquí nos reencontramos con los compañeros del alma de todos los siglos. Aquí planificamos nuestra próxima vida en la Tierra. Cuando el tiempo y las circunstancias son las propicias, nos ponemos máscaras nuevas —un cuerpo y un cerebro de bebé— y volvemos al estado físico. Con energía y actitud renovadas, seguimos aprendiendo lecciones espirituales hasta que ya no es necesario reencarnarse. Luego podemos seguir ayudando a personas del otro lado.
Es importante recordar que somos el alma, no la máscara.
Mientras adquirimos una perspectiva superior y comprendemos que la vida presente es una de las innumerables vidas que nuestra alma ha experimentado a lo largo de eones de tiempo, es palpable la expansión, la eternidad y la dicha que sentimos. Podemos liberarnos de la culpa, la desesperación, la sensación de vernos atrapados y atacados. Disponemos de una eternidad de tiempo para aprender lecciones. Los síntomas y temores probablemente nos han sido transferidos desde vidas anteriores. Siempre nos queda esperanza en cuanto comprendemos que somos algo más que un cuerpo y un cerebro concretos.
La lección más importante es el amor. Recordar las causas de nuestras aflicciones nos permite curarlas. Al hacer esto, el reconocimiento de que somos seres afectuosos, espirituales, ocupa cada vez más el centro de atención. Esto nos despoja de miedos y ansiedades. Elimina las barreras que nos impiden entender nuestra verdadera naturaleza, curarnos a nosotros mismos y curar el mundo.
Comprender puede ser inmediato: una percepción súbita del significado y las repercusiones de esas ideas, un conocimiento claro e intuitivo. También puede ser lento y pausado, una conciencia difusora mientras se levanta suavemente el velo de la ignorancia. Tanto con la inmediatez tipo zen como con la salida gradual del sol en un día de niebla, los resultados son idénticos.
El conocimiento claro está bloqueado por muchos obstáculos. A menudo somos sistemas específicos de creencias, tanto culturales como religiosas, alimentados por la fuerza cuando somos demasiado jóvenes para entender, razonar o tomar decisiones por nuestra cuenta. Quizá nos volvamos mentalmente cerrados a creencias y sistemas alternativos. En una mente cerrada no puede entrar información. No es posible aprender nada nuevo.
Menos mal que la experiencia personal puede ser más fuerte que la creencia. En cuanto experimentamos, sabemos. Por esta razón, tener un recuerdo de una vida anterior, sea mediante regresión, sueños, meditación o incluso de forma espontánea, puede ser lo bastante cautivador para abrir una mente cerrada y liberarla de las cadenas del escepticismo. Es posible formular preguntas nuevas. Ahora cabe examinar y reexaminar las creencias, aceptarlas o rechazarlas. Ahora puede producirse aprendizaje de verdad.
Para Heather, que acto seguido expone su historia, el conocimiento sobrevino de manera rápida y clara. Fue capaz de recuperar su voz así como de destilar sabiduría espiritual, gracias a lo cual curó su mente y alimentó su alma.
. ENCONTRAR TU VOZ .
Mi cuerpo está enfriándose bajo la pesada cota de malla. Ahogándome en mi propia sangre, soy consciente de mi muerte inminente, pero no tengo miedo. Alzo la vista al cielo húmedo y gris, sabiendo que el combate se ha librado con honor y que yo moriré igual.
No es una página de un cuento de hadas medieval, sino de una experiencia transformadora de la vida que dio lugar a una reestructuración de todo lo que creía saber. Yo nunca buscaba respuestas porque no tenía preguntas, pero movido por la pura curiosidad decidí probar con la hipnosis. Poco después me encontré en una vida anterior.
Desde entonces he sabido que esta vida es una lección, una escuela a la que venimos a aprender. Y cada encuentro que tenemos es una oportunidad para cambiar y ayudar. Estamos todos juntos en este mundo, y solo pueden salvarnos el amor, la esperanza y la caridad. Se trata de palabras radicales de un antiguo agnóstico. Me explicaré.
Cuando era joven, no quería que nada me tocase el cuello. No llevaba cuellos vueltos, bufandas ni gargantillas. En 2000, me detectaron en la garganta un tumor que requirió extirpación quirúrgica. El terror que sentí cuando la hoja del cirujano descendió a la garganta fue más intenso de lo que habría sido normal. No se ajustaba a mi predisposición a «absorberlo». Hoy tengo una cicatriz a consecuencia de aquello.
También sufría problemas recurrentes con la voz, de modo que muchos días, sin ningún motivo aparente, no tenía voz en absoluto. Y ello pese a tres evaluaciones médicas y una terapia de habla.
Además, hace unos años experimenté una reacción ante un fármaco que me causó un pánico desconocido para mí hasta entonces. Me obsesioné y llegué a pensar que la garganta estaba cerrándose. Estaba convencida de que me moría. Me encontraba bien, pero tardé días en sacudirme ese miedo emocional y desconcertante.
Un jueves por la tarde fui a ver a Donna, hipnoterapeuta clínica. Como era de esperar, ese día yo estaba afónica. Donna me enseñó verbalmente a relajar los músculos, valiéndose de imágenes guiadas para llevarme a un nivel profundo de hipnosis. Por último, estando yo ya totalmente relajada, me hizo visualizar una biblioteca. Fui conducida a una sección de libros con el nombre «Heather» impreso en la cubierta. Hojeé las amarillentas y desgastadas páginas de un libro, y en el lado derecho de una página abierta vi una lámina de colores, como las de los cuentos de hadas. Era la imagen de un caballero de pie frente a un caballo blanco arrodillado. El caballero lucía cota de malla, y sostenía un escudo en la mano izquierda y una espada en la derecha. El pelo oscuro y ondulado le tapaba un poco el ojo derecho, y el delgado y demacrado rostro estaba lívido.
Donna me ordenó entrar en el dibujo, y en un instante dejé de ser Heather: ahora era el caballero. Sentía la fatiga extrema de la batalla y la falta de comida, aunque también un profundo sentido del honor. Tenía el deber juramentado de combatir, pero también una sensación incómoda de que no era una causa justa. No tenía miedo de morir, y lo haría con dignidad. En mi vida no había ninguna mujer, solo amor y ternura por mi caballo.
Donna me hizo avanzar un poco más en el tiempo, y pronto estuve en pleno combate. La tierra era verde y yo iba a pie, luchando con la espada firmemente agarrada con la mano derecha. Aunque me encontraba tumbada en el sillón de la terapeuta, tenía el puño derecho cerrado y lo levantaba como si sostuviera el acero mientras la izquierda sujetaba un escudo imaginario. No podía aflojar los puños.
De pronto sentí que me ahogaba en sangre. Me habían dado un tajo en la garganta. En el sillón de la consulta de Donna, notaba como si la garganta se me cerrase. Tuve náuseas y tosí. Donna me ordenó salir del cuerpo y contemplar la escena como si fuera una película en una pantalla. Lo intenté, pero las sensaciones eran tan reales —el dolor, el ahogo— que no era capaz de retirarme. Por fin, afortunadamente, cesó el dolor. Yo estaba flotando. Paz. Solo conocía la paz. Fui soltando las armas imaginarias y mis manos se relajaron.
Era una paz desconocida para mí. No había dolor ni enfrentamiento, solo una serenidad total combinada con una magnífica sensación de ingravidez. En mi cuerpo no había tensión. Me sentía menos limitada, más libre, eterna. Podría haberme quedado allí para siempre, pero Donna estaba hablándome. Yo no quería abandonar a mi caballero. Aún lo sentía y no pretendía dejarlo; no obstante, ella me guio sacándome de esa vida y devolviéndome al presente.
Concluida la sesión, yo estaba abrumada. Cuando abracé a Donna y le di las gracias, ambas reparamos en que mi voz era clara y fuerte. Había empezado con voz ronca y en susurros; ahora volvía a sonar campechana. ¿Revivir la muerte del caballero había resuelto mis problemas vocales? El tiempo lo diría. En todo caso, me sentía eufórica.
En los días siguientes, me desperté con una voz clara. Cada vez que cogía el teléfono, me quedaba gratamente sorprendida. Me consumía el deseo de aprenderlo todo de los caballeros y de investigar sobre heráldica.
Por fin comprendí por qué me gustaban determinadas clases de cultura, música, arte o símbolos; o por qué me comportaba de cierta forma y tenía unos códigos, singularidades y éticas que eran anteriores a mí. Conocía mejor mis temores y mis puntos débiles y cuál era su origen. Y aunque los beneficios curativos eran sorprendentes y yo valoraba más mis rasgos específicos, no era esa la revelación que todavía sigue impresionándome.
Tras esas experiencias, mi obsesión fue aprender más sobre historia medieval. En la actualidad, mantengo la curiosidad, aunque algo menos. Si uno se centra en los árboles, no ve el bosque. El verdadero significado, el verdadero mensaje, es algo más profundo que el simple conocimiento de saber que yo era un caballero o cualquier otra persona. Y si aceptamos la idea de que somos algo más de lo que esta vida corriente nos dice que somos, las repercusiones son de gran alcance.
Una consecuencia es que somos inmortales. Experimentaremos muchas otras vidas con muchas de las mismas almas con las que ya hemos estado antes. Siempre acabaremos encontrándonos. Así, «hasta que la muerte nos separe» no viene al caso, pues ni siquiera la muerte puede separarnos.
Las víctimas de nuestros agravios regresarán a nosotros en otra vida, por lo que tendremos la oportunidad de enmendar la situación. Del mismo modo, quienes nos han agraviado volverán para reparar el daño. Nos encontraremos de nuevo con la familia, los amigos y aquellos a quienes antes lastimamos. Alimentar la hostilidad y la ira y perjudicar a otros es una pérdida de tiempo y energía. Aunque tengamos que vernos mil veces frente a los mismos problemas y las mismas almas, al final aprenderemos a amar y a purificar nuestras relaciones.
Además, me consta que no soy la persona que conozco como «Heather». Es como si ahora estuviera llevando un traje «Heather» y la próxima vez me pusiera uno «Henry». Esto me ayuda a dar un paso atrás y contemplar los conflictos y las crisis de manera más objetiva. Soy solo una conciencia que experimenta la vida Heather. Actualmente, procuro distanciarme de situaciones estresantes, pero aún es difícil, pues las sensaciones parecen muy reales e intensas. Cuando tuve la experiencia del caballero, las sensaciones también eran intensas y parecían muy reales. Entonces, ¿qué es real en cada situación? ¿Las sensaciones son reales debido a su calidad e intensidad? ¿Son los sentimientos de Heather más reales que los del caballero? El poder de la experiencia es el mismo. ¿A cuál debo prestar atención? Esto me lleva a la conclusión de que ninguno es real: solo lo es la conciencia que subyace a ellos.
Estos cambios de percepción y perspectiva afectan al modo en que me planteo la enfermedad, la dolencia crónica o las crisis. Influyen en cómo miro el cuerpo de Heather, los incidentes y las reacciones de Heather ante los mismos. «Mi» enfermedad crónica ya no es personal. Ya no me pertenece. Es solo algo que está experimentando Heather, y probablemente para ello hay una explicación. Es una lección que hemos de aprender de la convivencia con la enfermedad. Esto ayuda a uno a alejarse del impacto personal y a distanciarse de su emotividad.
Estamos aquí para aprender lecciones sobre amor y perdón. Y solo cuando hayamos aprendido estas lecciones podremos «graduarnos». Mi vida se ve a través de una nueva verdad. Aunque ya se ha dicho antes mil veces y de mil maneras, para entender de veras algo no hay nada como la experiencia. Esta nueva percepción es innegable ahora que he sido testigo de ella y la he sentido.
~ Heather Rivera
Heather resume a la perfección las profundas repercusiones de los recuerdos ligados a la reencarnación. Somos muchísimo más que un cuerpo y un cerebro. Somos un espíritu inmortal que se encarna aquí en una forma física para aprender las lecciones que Heather pone de relieve. Comprender la realidad de la reencarnación permite que disminuya nuestro miedo a morir, pues sabemos que la conciencia sobrevive a la muerte física. Hemos vivido antes, hemos muerto en esa vida, y aquí estamos, otra vez aquí, en un cuerpo distinto. La parte que continúa tras la muerte del viejo cuerpo y que luego se reencarna como bebé suele recibir el nombre de «alma», «espíritu» o «conciencia eterna». El reconocimiento de que somos un alma o una conciencia inagotable es increíblemente liberador. Comprendemos que somos seres espirituales, no solo seres humanos temporales. No morimos nunca, pues nunca nacemos realmente. Entonces, ¿de qué tenemos miedo?
Si no nos enseñaron el concepto de reencarnación cuando éramos niños —como fue mi caso, desde luego, por eso no creía en él—, eso no significa que sea erróneo. Es muy importante ser mentalmente abierto y seguir aprendiendo a fin de alcanzar el potencial máximo. Heather fue capaz de hacer exactamente esto, y su vida ya no ha sido la misma.
Un trauma en el cuello o la garganta en una vida anterior sin duda puede provocar problemas en la vida actual, aunque hay otros orígenes posibles. Quizás a uno lo castigaron, incluso lo mataron, por lo que dijo en una vida pasada. Las propias palabras acaso hayan sido letales. La consecuencia en la vida actual es una fuerte necesidad de autocensura, o tal vez de hablar poco y con cuidado para evitar que vuelva a pasar lo mismo. Las palabras pueden matar.
Cuando sacamos a la luz y entendemos el vínculo causa-efecto, por lo general el síntoma se disipa. En el caso de Heather, desapareció un problema físico. En el de Giorgio, paciente de Mira y protagonista de la siguiente historia, la naturaleza del síntoma era emocional. Da igual si el problema se manifiesta en el cuerpo o la mente. Este paradigma de curación es aplicable a todo.
. LA VIDA NO TIENE POR QUÉ SER DURA .
Una de las sesiones con el paciente fue una historia especialmente interesante y conmovedora no solo por los profusos detalles, las comprensiones y la curación emocional, sino también porque habló en dos lenguas diferentes, desconocidas ambas tanto para él como para mí.
Giorgio se veía a sí mismo en una sala abarrotada, en una época antigua de Oriente Medio. Se hallaba con un grupo de personas que tenían audiencia con el rey de aquella tierra, en la que pretendían establecerse como refugiados. Había criados de pie a ambos lados del recorrido que conducía al trono. Un consejero susurró algo al rey. Entretanto, la multitud aguardaba ansiosa el veredicto sobre su futuro. Se iba a tomar una decisión importante.
El rey se levantó del trono, bajó los escalones y dijo: «Anan shatlan temuk.»
Era una lengua que la gente no entendía, por lo que nadie supo qué significaban esas palabras. Todos murmuraban nerviosos entre sí. Los soldados los rodearon, y los refugiados temieron que fueran a matarlos. Sin embargo, les fue perdonada la vida y se les permitió instalarse en las afueras de la ciudad, en una zona asignada cuya tierra no era fértil. Allí crecía poca cosa, y para sobrevivir casi todos criaban animales. Era una vida dura. Pedí a Giorgio que entrara en su casa y viera dónde vivía.
Mientras hablaba, empezaron a correrle lágrimas por las mejillas. «Soy una chica, una adolescente. He llegado a casa, y mi madre me está diciendo lo dura que es la vida. Que siempre lo es y siempre lo será. Ella me quiere mucho, y está diciéndome que la vida siempre será difícil para nosotros dondequiera que vayamos. Y yo la creo. La escucho y asiento. Estoy de acuerdo. Hemos de trabajar mucho.»
«¿Está afligida?», pregunté. «¿Lleva una carga pesada en el corazón?»
«No. No está afligida. Solo explica cómo son las cosas para nosotros. Que este es nuestro destino en la vida.»
La chica, Giorgio, en esa vida, aceptaba e interiorizaba esas afirmaciones. Estaba experimentándolo y viéndolo con sus propios ojos, y nunca ponía en entredicho la actitud de su madre.
Giorgio me dijo que era el único niño en esa vida, una niña llamada Anash. Le pregunté sobre la madre de Anash. «Es mi madre actual. Era mucho más fuerte en esa vida que ahora, pero se trata de la misma alma.»
El padre de Anash era un hombre alto, de calva incipiente y con barba. Un día llegaron los soldados y lo mataron con lanzas, delante de su misma casa. Había robado algo. La madre estaba enterada del delito y sospechaba que eso podía suceder, pues cuando se presentaron los soldados ella se organizó al punto y enseguida ocultó a su hija dentro de la casa.
«La importancia de este suceso no es la muerte de mi padre, sino la reacción de mi madre. Confirma todo aquello en lo que ella creía y que me había enseñado: que la vida es dolor y sufrimiento. Que este es nuestro destino en la vida: lo que mi madre sigue diciéndome hoy», explicó Giorgio.
La chica se casó con un hombre de la ciudad. Con el paso de los años, las personas más jóvenes de la tribu de Anash se fueron integrando poco a poco en la ciudad casándose y trabajando ahí. Pregunté si Anash solía visitar a su madre.
«Sí», respondió Giorgio. «Le llevo naranjas.»
A Giorgio le corrieron lágrimas por las mejillas, y su voz delató las emociones que sentía. Anash podía a menudo coger a escondidas pedazos planos y redondos de pan así como naranjas para su madre. Ahora, para Anash la vida era un poco mejor. La casa donde vivía actualmente era una casa de verdad, no una tienda ni una choza. Seguía faltando el dinero, o había muy poco, pero el esposo de Anash era molinero, lo que les daba un acceso estable a la comida. También era judío, y aunque formaba parte de un grupo minoritario, los judíos estaban más integrados en la sociedad que la tribu de Anash. Giorgio, como Anash, se puso a hablar en otra lengua y dijo: «Hay un montón de palabras hebreas que ahora conozco.»
El siguiente momento importante en la vida de Anash fue la muerte de su madre. «Mi madre es vieja. Es vieja y está enferma. Le toco la cara. Está muriéndose. Le digo que la quiero. Está débil. Toda huesos. Estábamos muy unidas.»
«¿Cómo te sientes?», pregunté.
«Muy, muy afectado. Creo que ella tenía razón, que la vida es muy dura.»
En esa vida como Anash, Giorgio debía aprender que la percepción de la vida como una lucha era solo una suposición, solo un modo de contemplarla, únicamente una creencia. En su reencarnación actual, él seguía creyéndolo. Sin embargo, la vida no es solo dolor y sufrimiento. Se producen cambios de maneras que jamás cabría predecir; ocurren cosas que no son de esperar. Y esto es una lección muy importante tanto para Giorgio como para su madre. Ella continuaba pensando de veras y a fondo que la vida era una lucha, y por consiguiente cada situación de su vida confirmaba esa percepción. La vida está llena de posibilidades. Los milagros ocurren, en efecto, y ambos necesitaban saberlo.
En su vida actual, Giorgio creció oyendo de su madre exactamente las mismas cosas que ella le enseñaba cuando él se llamaba Anash. Giorgio mantenía la misma actitud y, al describir las dificultades que se había encontrado antes de la regresión, habló de su vida refiriéndose continuamente a luchar y sobrevivir. Esta actitud —basada en que la vida es un campo de batalla— se había extendido a todos los rincones de su existencia: su carrera, sus finanzas, sus relaciones e incluso su expresión creativa como artista.
Tras la sesión, Giorgio decidió desvincularse de la creencia en la vida como un forcejeo. Cayó en la cuenta de que las circunstancias que generaron esa creencia en la vida de Anash no existen en su vida como Giorgio, y que él ahora es una persona diferente. No había necesidad de ser negativo o preocuparse de que las cosas escaparan a su control. Comprendió que tenía la capacidad de elegir, y que no necesitaba percibir el mundo mediante los ojos de su madre. La elección se hizo como muestra de gratitud hacia todo lo bueno que había recibido en vez de pasarlo por alto y centrarse en lo malo. Giorgio decidió ver la vida y vivirla como un maravilloso despliegue de posibilidades y bendiciones.
Ha pasado más de un año desde nuestra regresión. Hablando con Giorgio, veo que el cambio en él es permanente. La sesión le procuró un conocimiento que lo liberó de la necesidad de recrear un constante enfrentamiento en su vida. Ahora sabe que la vida está llena de posibilidades y que efectivamente se producen milagros.
~ Mira Kelley
En la introducción de este capítulo, mencioné que lo que nos encontramos como adultos puede confirmar o contradecir las actitudes y los puntos de vista no probados que tal vez nos enseñaron siendo niños, y que quizá nos tragamos sin digerir ni examinar. La descripción de Giorgio procura un excelente ejemplo de cómo esas primeras creencias o suposiciones pueden estar distorsionadas o incluso ser falsas. Al principio, los nuevos conocimientos acaso parezcan raros o extraños porque no nos resultan familiares, pero con tiempo y paciencia acaba imponiéndose la verdad. Mira guio expertamente a Giorgio hasta un nivel superior de conciencia. Y como consecuencia de ello, su vida llegó a ser más plena y dichosa.
Giorgio y su madre, tanto en la existencia pasada como en la presente, creían que la vida era y es dura. No están solos. A lo largo de los años, muchos lectores y participantes en talleres me han preguntado por qué nos hallamos en esta difícil dimensión física. ¿Por qué no permanecemos sin más en el otro lado, en las vertientes celestiales, y aprendemos allí, donde no tenemos toda la carga, todo el dolor, de la existencia física?
Es una pregunta complicada, pues conlleva una perspectiva espiritual muy superior. Es como intentar conocer la mente de Dios. Mi respuesta es incompleta, pero ha ayudado a mucha gente.
Comparo la existencia física con el primer día de jardín de infancia, cuando tuvimos que abandonar la familiaridad y las comodidades de casa para ir a la escuela y comenzar la estresante caminata por los diversos cursos y aulas. Un niño de jardín de infancia podría poner objeciones y decir: «¿Por qué necesito esto? ¿Por qué no puedo quedarme en casa y aprender allí? ¿Quién necesita la escuela, en el fondo? Yo en casa estaba de maravilla. ¡Qué hago aquí!»
No obstante, a ese niño le falta perspectiva para comprender la finalidad y el valor de la escuela: adquirir unos conocimientos, aprender sobre muchos temas, prepararse para tener una carrera, saber actuar en la sociedad, ganarse la vida, interaccionar con iguales, etcétera. El niño no repara en que la casa cambiará, que los padres se harán mayores, se jubilarán o se mudarán a otro sitio. Todo cambia.
Somos como el niño del jardín de infancia. No acabamos de entender por qué estamos aquí, en esta escuela física de la Tierra; sin embargo, la realidad es que aquí estamos en efecto, con independencia de cuáles sean las razones. Y hemos de sacar el máximo provecho de ello, aprendiendo las lecciones espirituales y luego, igual que el joven estudiante que regresa a casa tras un largo día de escuela, volver finalmente a nuestro verdadero hogar.
. ENCONTRAR LA PAZ .
Mi esposo y yo asistimos a su seminario de Los Ángeles. Hice las reservas desde Houston en el último momento debido a un sueño. Unos días antes del viaje, soñé que usted me estrechaba la mano y me decía algo al oído. Tardé un rato en comprender lo que me decía, pero cuando estaba estrechándole la mano a mi esposo, caí en la cuenta. Usted decía que yo no tengo hijos en esta vida porque había perdido dos en mis dos vidas anteriores, y por eso tengo ahora miedo de tenerlos. Vaya, eso me despertó y me fastidió, pues a mí no me asusta tener hijos. Estoy cansada de intentar quedarme embarazada dejando que la naturaleza siga su curso. ¡Debía averiguar más!
Durante su seminario matutino sobre regresión a vidas pasadas, tuve la imagen mental de una mujer blanca que vivía en las montañas con su esposo y un hijo. Era una vida sencilla y tranquila. Al final, cuando usted preguntó qué lección se podía extraer de esa existencia, lo único que sentía yo era pura paz y satisfacción. Entonces se me ocurrió que da igual la vida que yo lleve, siempre y cuando aprenda a estar contenta y serena, a ser compasiva, paciente y generosa. Si aprendo todas esas grandes enseñanzas ofrecidas por la vida, sus libros y el budismo, todo funcionará. No tengo hijos, pues muy bien. Como dentista pediatra, trabajo con niños a diario, y eso me hace feliz. Gracias por ayudarme a descubrir este mensaje.
~ Michelle Lin
La historia de Michelle es breve pero convincente. Quizás el final no esté escrito. Estoy seguro de que ha dado a luz cientos, incluso miles, de niños en el transcurso de sus numerosas vidas. En su existencia actual, atiende a niños cada día. Las percepciones y los tesoros de la sabiduría espiritual adquiridos tras la regresión son cautivadores. Es una auténtica bendición comprender de veras el carácter básico de la compasión, la paciencia y la generosidad como guías y peldaños hacia la liberación. Michelle lo entiende en un nivel profundo derivado de la experiencia. Ella sabe.
Con los años, he tenido como pacientes a muchas mujeres con problemas de fertilidad. Bastantes de ellas fueron capaces de concebir tras superar el bloqueo de la vida pasada (como el miedo a volver a perder un hijo), o tras reducir la tensión mediante la aceptación y el conocimiento. Si Michelle sigue viviendo tranquila y satisfecha, feliz con lo que tiene, aumentarán espectacularmente sus posibilidades de quedarse embarazada.
Las dos historias siguientes se extienden sobre esta idea.
. ÚLTIMA OPORTUNIDAD .
Hace unos cuantos años, Brian estaba dirigiendo un taller en un gran auditorio de Florida. Llegamos temprano, y él estaba ocupado en la parte delantera de la sala comprobando el sonido, las luces y la disposición del escenario. Me senté en la última fila y esperé pacientemente a que empezara el día. Al poco rato llegó a la sala una mujer joven empujando a una hermosa niña en un cochecito. Se sentó a mi lado. Los niños me embelesan; me encanta su olor, su piel suave, su pelo enmarañado y sus sonrisas bobas. Siempre me recuerdan la maravillosa época en que mis hijos ya mayores tenían esa edad.
La joven madre y yo entablamos una breve conversación sobre la pequeña, y luego me presenté. Al darse cuenta de que yo era la esposa de Brian, dijo: «Usted no es consciente de ello, pero su esposo es responsable del nacimiento de mi hija.»
Bien, estas no son las palabras que una mujer quiere escuchar. Recordando el comportamiento neutro que me enseñaron a tener como asistenta social, repliqué: «Vaya. Cuénteme.»
Me explicó que siempre había querido ser madre. Poco después de casarse, ella y su marido decidieron formar una familia. No obstante, tras meses y meses sin lograr la concepción, consultaron a especialistas en fertilidad. Con todo, seguían siendo incapaces de tener hijos. La mujer pasó por años de tratamientos y procedimientos, algunos de ellos molestos, dolorosos y difíciles, y cada mes la pareja pasaba de la esperanza a la desesperación. Ella tenía hora para ver a otro experto y probar otro método. Mientras se dirigía a esa cita, decidió que si ese procedimiento no surtía efecto, se daría por vencida. Ya era suficiente.
Mientras la mujer se encontraba en la sala de espera del médico, rodeada de embarazadas, pensó en Muchas vidas, muchos maestros y el concepto de «almas que escogen a sus padres», y recordó que las almas pueden ser de miembros de la familia o de amigos fallecidos. En voz alta, delante de todo el mundo, alzó la vista al techo y dijo: «Muy bien. Si alguna quiere volver, este es el momento. ¡Es vuestra última oportunidad conmigo!»
Quizás alguien estaba escuchando. El tratamiento fue satisfactorio, y nueve meses después nació esa preciosa niña.
~ Carole Weiss
Yo quizá sea en parte responsable de ese bebé, pero el caso es que he tenido bastantes niños. En mis numerosas encarnaciones, he sido hombre y mujer, de todas las razas, religiones y nacionalidades. Lo mismo que le pasa a todo el mundo, pues no somos solo un cuerpo, que es tan solo un hogar temporal. Somos un alma que se desplaza de una vida a la otra aprendiendo a hacer realidad nuestra verdadera naturaleza espiritual aquí en la Tierra.
Este cambio de perspectiva desde la identificación con el cuerpo a la identificación con el alma es un paso fundamental en nuestro viaje. Conocer la propia naturaleza es a la vez liberador y curativo. Los sucesos y problemas cotidianos pueden afectar fácilmente a un ego o una mente trivial. Pero en el nivel del alma, la calma profunda no se ve afectada por las minicatástrofes de la existencia diaria ni por otros conflictos externos. Una perspectiva más amplia ayuda a que prevalezca la paz y a que nuestro corazón permanezca abierto y afectuoso.
Jennifer, cuya historia conoceremos a continuación, descubrió esta perspectiva un día en la consulta de su masajista, cuando cayó en la cuenta de que subconscientemente había estado identificándose con un cuerpo que llevaba puesto desde hacía cientos de años. Esta identificación se manifestaba físicamente en forma de cicatriz, y también psicológicamente en forma de miedo a formar una familia. El resultante cambio de perspectiva la liberó para experimentar la dicha de la maternidad, como pasó con la joven de la historia de Carole y como acaso pase pronto con Michelle.
. CICATRICES DE TRISTEZA .
Creo que hay un proverbio budista que reza así: «Cuando el alumno está listo, aparece el maestro.» En noviembre de 2004 estaba yo en una librería buscando algo que leer en un largo vuelo a Las Vegas, y al pasar me llamó la atención el último libro del doctor Weiss. Comencé a leerlo en cuanto despegamos y no lo dejé hasta que aterrizamos en Las Vegas cinco horas más tarde. Por alguna razón, ese libro dejó en mí una huella distinta de la de los anteriores. Supongo que era la oportunidad del momento: ahora yo estaba lista para escuchar los mensajes y comenzar a ponerlos en práctica en mi vida.
Como asistenta social clínica autorizada para ejercer, estaba entusiasmada y ansiosa por aprender a utilizar mejor la regresión a vidas pasadas como herramienta terapéutica con mis pacientes. Y con gran asombro mío, leí que unos días después el doctor Weiss daría una charla en la Feria del Libro de Miami y que luego firmaría libros. Asistí a su conferencia, y en la sesión de las firmas le expliqué la impresión que me había causado su libro y que quería aprender más. El doctor Weiss fue muy amable y se tomó la molestia de hablar conmigo, como hacía con todos los que esperaban en la cola, y me animó a matricularme en su curso de Austin, Tejas, del siguiente año. Estuve en el curso de una semana y poco después ya empecé a utilizar las técnicas.
Aunque había leído varios libros sobre regresión a vidas anteriores, asistido a bastantes talleres y seminarios, y acudido a varios profesionales, yo misma no había pasado por una regresión vívida. Tenía impresiones, y a veces experiencias olfatorias, pero las imágenes y las sensaciones no llegaban a desarrollarse del todo. Mi primera experiencia real de vida anterior sucedió durante lo que para mí, en ese momento, era un masaje por un trastorno de la articulación temporomandibular (TMJ, por sus siglas en inglés).
Mi esposo había sufrido un accidente de coche y lo derivaron a un tratamiento de masaje. Tras la primera sesión, me llamó y me animó a conocer a la masajista, pues estaba especializada en tratamiento de TMJ. Yo llevaba varios años con este problema y los síntomas habían ido empeorando con el tiempo, por lo que enseguida pedí día y hora.
En mitad del masaje, sintiéndome completamente segura y sin más expectativa que la relajación, comencé a ver imágenes que para mí no tenían ningún sentido. De pronto, reparé en que la masajista ya no estaba tocándome la mandíbula sino que tenía las manos rondando por encima de mi cabeza. Más adelante supe que estaba aplicando una técnica denominada «liberación somatoemocional». «¿Qué está viendo?», me preguntó.
«Nada», respondí, turbada.
«¿Está segura?»
«Sí», contesté. Pero ahora, intrigada por las visualizaciones y las preguntas, pregunté a mi vez: «¿Por qué lo pregunta?»
«Me gustaría que describiese todo lo que está viendo», dijo, «al margen de lo estúpidas que sean las imágenes». Bastante estúpidas, pensé yo, pero asumí el riesgo y le expliqué las visiones, que al principio aparecieron fragmentadas, pero luego se convirtieron en una experiencia que me resultó vivificante.
Había empezado viendo un mar con un barco navegando a lo lejos. En el barco había varios hombres que parecían vikingos. Se alejaban de mí, y reparé en que esos vikingos me habían dejado sola en una isla desierta. De eso hacía por lo menos mil años, y el panorama era lúgubre y sombrío. En ese momento me palpé el estómago y me di cuenta de que estaba embarazada al menos de seis meses.
Acto seguido fui consciente de quién me había fecundado y me había abandonado: mi propio padre en esa vida, uno de los vikingos del barco. Yo era solo una muchacha. Me sentí invadida de un sinfín de emociones abrumadoras: vergüenza, turbación, aislamiento, tristeza, cólera y en última instancia pura desesperación. Fuera de mí, cogí una espada y me la clavé en el lado inferior izquierdo del estómago. Mi intención era matar al bebé, pero creo que también quería acabar con mi vida.
El siguiente recuerdo fue el parto de un bebé, completamente sola, en esa isla. El niño nació muerto.
Salí de esa experiencia sin conocer el final de la vida de esa chica, pero para mí estaba claro que era un recuerdo vívido de una vida pasada. Lo primero que hice fue tocar el punto por el que la espada había penetrado en mi estómago. Era precisamente la zona en la que unos seis meses antes inexplicablemente había desarrollado una irritación cutánea, que me había dejado una cicatriz blanca de unos siete centímetros de ancho y unos dos y medio de largo. Había acudido a varios médicos; ninguno supo decirme qué era ni cómo se había originado. No se iba con ningún tratamiento. El último médico dijo que si no desaparecía en un mes, tendrían que hacer una biopsia.
Cuando llegué a casa y le conté a mi esposo la experiencia, aparté la ropa que cubría la cicatriz para mostrarle el lugar donde la espada había entrado en mi cuerpo en esa otra vida anterior. Con gran sorpresa mía, la señal había menguado considerablemente. A la mañana siguiente, al despertar, ya no quedaba ni rastro. No ha vuelto.
Quizá lo más importante sea el momento crucial en el que mi esposo y yo planeamos formar una familia. Llevábamos varios años casados y hablando de esta posibilidad desde hacía tiempo, pero yo nunca había estado preparada. Temía que pasaría algo con el bebé, que no me querría, o que en cuanto tuviera un niño mi esposo me dejaría, aun cuando no me había dado ningún motivo para pensar eso. Pero entonces comprendí la causa de mis preocupaciones: llevaban conmigo miles de años. Comprendí que ya no necesitaba llevar las cicatrices de esa época; de hecho, cuando descubrí su origen, desaparecieron. Ahora somos los padres orgullosos y felices de una hermosa niña.
~ Jennifer Williams
Cada una de estas historias no solo se hace eco de asuntos de vidas pasadas, sino también pone de manifiesto hasta qué punto hemos subestimado el poder y los límites de la mente humana. La historia de Jenny contiene muchos de esos elementos de expansión de la conciencia: por ejemplo, una cicatriz que aparece y desaparece en la misma ubicación de una herida de una vida anterior. Como he mencionado antes, los investigadores han documentado suficientemente un fenómeno similar en niños con marcas de nacimiento significativas en el lugar de traumas de vidas pasadas.
No necesitamos seguir con los temores y los síntomas que hemos venido acarreando durante miles de años. Descubrir y comprender sus causas fundamentales nos libera de estas viejas cargas. No tienen por qué dejarnos una cicatriz perpetua.
El karma no es un castigo sino la oportunidad para crecer. Los vikingos de la vida pasada de Jennifer tendrán que resarcirle por haberla abandonado a la muerte en aquella isla desierta. En el nivel más profundo, habrán de entender que matar está mal y que la vida hay que cuidarla, no quitarla. Vivirán existencias futuras en las que aprenderán esta lección básica a través de sus propias experiencias. Y aunque estas experiencias sean difíciles y dolorosas, no son ningún castigo, sino tan solo la vía para asimilar la lección de la no violencia.
Las conexiones kármicas continúan a lo largo de las sucesivas vidas a medida que las diversas relaciones se restablecen, expanden y hacen realidad. Nuestros seres queridos viajan con nosotros en el tiempo. Aprendemos juntos las lecciones. Unas veces ellos nos enseñan; otras enseñamos nosotros. La Tierra es nuestra escuela, y somos a la vez profesores y alumnos. Al recordar juntos las vidas anteriores, surge una valoración profunda del viaje común. Aumenta la calidad de la relación. Se adquiere una paciencia perdurable, pues somos capaces de ver la naturaleza eterna y multifacética de la conexión.
Comprender nos permite entrar en el corazón y la mente de otras personas. Esto es verdadera empatía. Conocemos el origen de sus miedos, sus esperanzas y su conducta. Viendo todo esto, ya no tomamos sus acciones de manera personal. Tenemos paciencia y aceptamos.
«El entendimiento es la base del amor», escribe el monje zen Thich Nhat Hanh. La siguiente historia, de Christy y su hijo Austin, ilustra magníficamente esta lección.
. ACEPTAR EL RETO .
En esta vida, he tenido mi cuota de padecimientos. Debe de ser para mí un extraordinario período de aprendizaje, que intento aceptar de buen grado y con dignidad. Tengo un hijo de cuatro años que padece una enfermedad rara desconocida en la bibliografía médica. En ciertas fases del desarrollo del útero hubo un leve hipo. Otros niños con síntomas similares no han sobrevivido. Esto significa, de algún modo, que es un pionero de este «síndrome» y que no se puede obtener información sobre referencias futuras acerca de sus capacidades.
El mayor desafío de mi hijo, aparte de una pérdida de audición, es su dificultad para el movimiento y ciertas destrezas motoras. Al nacer, ni siquiera podía volver la cabeza de un lado a otro. Usó gafas en cuanto las pudo llevar. Ha tenido problemas para oír, hablar y comer. A las nueve semanas dejó de respirar a consecuencia de una bronquitis y, seguramente, de la aspiración al alimentarse. Menos mal que soy enfermera anestesista y mi trabajo tiene que ver con el soporte a las vías respiratorias. (Estoy segura de que esto estaba planeado así.) Austin ha seguido terapias desde los seis años. Nosotros hemos ido a terapia entre cuatro y siete veces a la semana, y yo he aprendido y enseñado a toda mi familia el lenguaje de los signos. En la actualidad, Austin es capaz de correr un poco, se comunica por señas de maravilla y cuenta con unas cincuenta palabras audibles. Nos queda mucho camino por recorrer, pero estamos yendo en la dirección correcta. Es uno de los grandes maestros de mi vida, que también me ha causado las mayores penas.
Tuve una experiencia asombrosa en su conferencia de Tampa, durante la primera regresión. Retrocedí a una época de carros y vestimentas antiguas. La ropa, que parecía de arpillera, era puro andrajo. Yo estaba subiendo una colina; había también otras personas andando, pero no juntas. Por lo visto, yo no sabía adónde íbamos, y además no se apreciaba ninguna sensación de comunidad. Yo buscaba a alguien que había huido. En cuanto llegué a lo alto, vi un carromato sin caballo, que había volcado ligeramente y chocado contra una enorme roca. Había personas que corrían hacia allí —yo no las conocía—, pero se me hizo un nudo en la garganta cuando supe que el herido era mi pequeño. Era mi mismo hijo de esta vida; tenía otro aspecto, pero idéntico espíritu. El niño estaba debajo del carro; nadie podía sacarlo de ahí. Mientras él lloraba, muchos intentaban levantar el carro, pero este se deslizaba y tenían que empujarlo cuesta arriba. Al fin lo consiguieron, y pude sostenerlo brevemente, pero unos hombres desconocidos me lo arrebataron. Ellos intentaban ayudar pero yo me sentía impotente, y no me escuchaban.
Avanzó el tiempo, y me vi en un edificio diferente, adonde habían llevado a mi hijo. Era una construcción anaranjada-pardusca de aspecto insulso, hecha de barro o adobe: un hospital. Me quedé de pie junto a la entrada, sin poder entrar. Murió allí dentro. Sé que quería que yo estuviera con él y yo quería estar con él; no sé por qué no entré. Murió rodeado de desconocidos, llorando; jamás he superado el hecho de no haber podido llegar a su lado.
Sé a todas luces que cuento con una segunda oportunidad. La de procurar por mi hijo en esa vida anterior no me salió muy bien. No hablé lo bastante alto; no le defendí. Me dijeron qué debía hacer, y escuché sin hacer preguntas pese a que necesitaba estar con mi hijo y sabía que él me necesitaba. No teníamos a nadie más. En esta vida soy enfermera profesional. En sus dos primeros años de vida, Austin tuvo más de doscientas citas médicas y terapéuticas, y nunca fue a una sola sin mí. Ahora entiendo por qué tengo tanto miedo de que la gente lo toque y por qué no permito que siga un tratamiento o una terapia si no estoy a su lado. En la regresión murió a los cuatro años debido a las heridas en las piernas y a la pérdida de sangre; en esta vida, tenía casi la misma edad cuando empezó a caminar por sí mismo. Incluso he fundado una escuela sin ánimo de lucro, la Academia «Esperanza, Logro, Aprendizaje, Superación» (HALO, por sus siglas en inglés), para niños con discapacidades, donde pueden satisfacer sus necesidades terapéuticas y de lenguaje de los signos. La mujer sentada a mi lado en el taller quizás envíe un donativo para que la escuela pueda construir instalaciones propias. Toda la historia, totalmente conectada desde el principio al final, ha sido una experiencia maravillosa y una bendición formidable que me han cambiado la vida. He adquirido un nivel de comprensión inaudito.
~ Christy Raile
Christy es una alumna de nivel universitario en esta gran escuela de la Tierra. Irradia amor y da tanto a Austin como a los demás. Su vida anterior en la época de los carros y los viejos vestidos la ayudaron a prepararse para los retos de la actual. Y aprendió mucho.
A propósito, las personas sentadas a nuestro lado en esos talleres no están ahí por casualidad. La guía divina, un proceso perfecto, está siempre funcionando. Los sucesos aleatorios no son realmente aleatorios, aunque quizás en su momento no entendamos su significado o su finalidad. Con independencia de que los definamos como destino, sincronías, gracia, campo de origen, intención universal o de cualquier otro modo, no son fortuitos. Parece haber una razón para todo, y con el tiempo y la reflexión aflora el significado.
En ocasiones, un alma avanzada se ofrece a encarnarse en un cuerpo físico para enseñarnos lecciones importantes. Austin ha hecho esto. Su nacimiento, repleto de graves anomalías del desarrollo, ha proporcionado a Christy la oportunidad de transmitir amor y compasión. Su amor es incondicional. No pide nada a cambio. Su compasión es universal: la Academia HALO procura ayuda sincera a muchos niños, no solo al suyo.
Me han preguntado muchas veces por qué ciertas almas evolucionadas escogerían un cuerpo maltrecho o enfermizo. Esta pregunta suele formularla un pariente de alguien con autismo, esquizofrenia o algún otro trastorno mental grave, parálisis cerebral o diversas clases de enfermedad o deterioro muscular, pues estos miembros de la familia son testigos directos de lo difícil que es la vida para dichos individuos. Muy a menudo se cree que esas afecciones son castigos kármicos. Pero, como ya he dicho antes, el karma no es ningún castigo, sino simplemente un medio para el aprendizaje y el crecimiento. Muchas almas, en especial las avanzadas como la de Austin, deciden encarnarse en un estado defectuoso para aprender cómo es esa experiencia. Quizás hayan vivido vidas en las que fueron quienes cuidaban de otros, y ahora aprenden qué es recibir amor. El amor debe estar compensado. Esta decisión se toma también para brindar a otras personas la oportunidad de expresar cariño. Un autista necesitará que lo cuiden y lo alimenten, lo que proporciona a otros la ocasión para manifestar bondad, caridad y compasión. Así pues, la enfermedad no resulta de ningún castigo ni del karma sino más bien de un deseo tremendamente afectuoso y generoso de ayudar a otras almas a progresar por su camino espiritual.
Entre nosotros siempre hay seres bondadosos y sabios. Quizá no los reconozcamos a primera vista. Tal vez no los veamos como maestros. Nuestra mente se interpone.
«¿Cómo va a enseñarme a mí algo este bebé?»
Nuestro corazón ya es consciente de ello.
Igual que en el caso de Christy y Austin, el nacimiento de un niño suele aportar una espléndida formación en esta escuela de la vida, pero la pérdida de un hijo también puede ser una enseñanza impactante y demoledora. La siguiente historia ahonda en esta idea.
Una paciente mía, Anna Silvernail Sweat, experimentó una regresión en 2008. Aún está disfrutando de los resultados de su trabajo. Le he pedido que cuente su historia, que ahonda en la idea anterior.
. BÚSQUEDA DEL ÉXITO .
Tras muchos años de sentir como si estuviera saboteando continuamente mi éxito, abandonando o dejando un puesto o relación justo cuando las cosas empezaban a despegar, decidí intentar una regresión a vidas pasadas para determinar si este problema procedía de alguna otra experiencia vital.
Al no haber tenido anteriormente regresiones y sentirme insegura respecto a mi postura sobre la reencarnación en la otra vida, asistí a una sesión de grupo con entusiasmo y curiosidad pero pocas esperanzas. Cuando me pidieron que declarase por escrito mis intenciones para ese viaje, reafirmé mi decisión de descubrir por qué, tras alcanzar cierto nivel de logro, siempre abandonaba.
Tranquila y relajada, exploré una vida en la que yo era Sarah, una hacendada viuda en la Inglaterra rural del siglo xvii. Tenía tres hijos, un varón —el mayor— y dos gemelas. Para mí, en esa vida, estaba claro que a quien más unida estaba era a mi hijo, que desempeñaba un papel esencial en el mantenimiento de la tierra que yo había heredado a la muerte de su padre. Mi objetivo principal en la vida era preservar nuestra independencia como familia conservando la tierra y manteniéndonos juntos. Era una existencia dura y laboriosa, pero me había ido bien durante años y estaba orgullosa de mis logros, una proeza de lo más inusual para una mujer sola en esa época. Justo cuando empezaba yo a confiar en que nuestros temores de pobreza y separación habían quedado definitivamente atrás, mi hijo murió en combate. Tenía solo dieciocho años. Me vi en su velatorio, allí en mi hacienda, totalmente desconsolada por la pérdida. Si me habían devuelto el cuerpo, es que no había muerto en una guerra en suelo extranjero. Además, tuve la inequívoca sensación de que no se había alistado voluntariamente, sino que de alguna manera lo habían coaccionado u obligado a ello.
Fue el fracaso supremo. Durante largos años había trabajado duro para conservar nuestras tierras de modo que mis hijos estuvieran seguros y conmigo, y procurarles una vida de libertad y relativas comodidades. Incapaz de proteger a mi hijo de la guerra, había perdido no solo a mi queridísimo niño sino también mi única ayuda fiable en nuestros empeños. En un giro inesperado, seguí imaginándome a ese hijo muerto de uniforme en la Guerra Civil americana. Para mí no tenía sentido.
Mientras seguía viajando por esa vida, advertí que, pese a las adversidades, seguí trabajando la tierra y la conservé para mis hijas, una de las cuales se casó y formó una familia; las dos se quedaron allí a mi muerte. Pero ya no era lo mismo; y me morí pensando que los grandes sacrificios y las penurias no habían servido de nada porque no había sabido proteger a mi hijo.
Una vez concluida la sesión, me sentía emocionada y acongojada por una pérdida ocurrida centenares de años atrás. Busqué respuestas y al día siguiente investigué un poco en internet. No sabía de ninguna guerra librada por los británicos en esa época, y aunque conozco bien el reclutamiento forzoso americano, no tenía ni idea de si en la Inglaterra de entonces existía ese concepto de la leva. Me sorprendió enterarme de que entre mediados y finales del siglo xvii tuvieron lugar tres guerras civiles británicas. Por eso tenía sentido la imagen del chico luciendo uniforme de la Guerra Civil americana, la única que me sonaba; fue la pista más clara que mi mente pudo darme sobre su muerte. Muchos de los soldados alistados en ambos bandos fueron coaccionados o reclutados por terratenientes, nobles y oficiales militares. Al parecer, buena parte de la población rural inglesa era neutral, no tomaba partido ni por el Parlamento ni por el rey. Los dos bandos combatientes solo podían tener sus regimientos bien provistos obligando o engatusando a jóvenes sanos para que se incorporasen a sus filas. Comprendí al instante que mi hijo de esa vida había muerto en las guerras civiles británicas, y que efectivamente había sido movilizado en contra de su voluntad. Aunque éramos «titulares de plena propiedad», no constituíamos una familia rica ni prominente desde el punto de vista social; así, mi hijo era precisamente el tipo de persona que buscaban los militares, alguien a quien no se echaría de menos abiertamente, alguien cuya familia no podría oponerse al reclutamiento. Según ciertas estimaciones históricas, en esas guerras civiles murieron unos 185.000 hombres —una cuarta parte de la población masculina adulta inglesa de la época.
Al final caí en la cuenta de que la tragedia de esa vida me había acompañado en las sucesivas encarnaciones, con lo que me quedaba la persistente sensación de que, al margen de lo mucho que me esforzara o del éxito que tuviera, el fracaso era inevitable, pues siempre hay variables incontrolables y resultados imprevisibles. El desconsuelo de Sarah no me abandonaba jamás. Sabiendo que ahí estaba el origen del instinto de dimitir en las coyunturas críticas, empecé a visualizar la idea de dejar atrás a Sarah y su familia y meditar sobre mi éxito personal en esta vida. Es más, fui capaz de reconocer a mi hija mayor en esta vida como la gemela que se había casado y había formado una familia; en aquella vida, su hijo (mi nieto) era de hecho mi hijo en esta. Entonces entendí que la necesidad de atención y aprobación de mi hijo y mi hija en esta vida provenía de su experiencia conmigo en la época de Sarah, quien, de tan acongojada y desilusionada como estaba, nunca consiguió conectar con sus hijas y sus nietos como había hecho con el hijo muerto.
Actualmente estoy intentando hacer realidad mis sueños, viajar a Irlanda, publicar mi primera novela y disfrutar de una relación estrecha y afectuosa con mis tres hijos. Doy las gracias a Sarah por su ética del trabajo pero aún más por la oportunidad que me brindó para relajarme y disfrutar de mis logros, algo que no había experimentado todavía. Descubrir que el pasado aún me perseguía me permitió realizar un esfuerzo concertado para superarlo, poner nombre a mi miedo al éxito, y dejar la pena de Sarah enterrada en Inglaterra con su hijo.
~ Melanie Harrell
La paciente de Melanie, Anna, fue capaz de aplacar su pena de la vieja época inglesa, con lo que eliminó esos obstáculos y quedó liberada para escribir, tener éxito y curar sus relaciones. También fue capaz de reconocer varias de las almas reencarnadas de esa vida anterior, lo que le permitió entender sus actuales temores y necesidades. Viajamos a través del tiempo con muchas de las mismas almas, que a menudo se reencarnan en distintas relaciones; por ejemplo, como en el caso de Anna, un nieto que vuelve como hijo. En la vida actual, solemos adoptar y repetir patrones vagamente recordados. Mediante el reconocimiento y el conocimiento, es posible reparar y mejorar patrones negativos de relación.
Anna hizo bien en buscar a Melanie, una terapeuta, para analizar la razón de sus forcejeos con el éxito. A lo largo de los años, y sobre todo en mi práctica psiquiátrica, me he encontrado con muchas personas que se sienten fracasadas. No han alcanzado cierto objetivo que, a su juicio, les habría proporcionado «éxito». Tal vez el objetivo era económico, un mínimo de aprobación familiar, un sueño infantil o cualquier otra cosa no lograda. También he tratado a muchos responsables de empresas y organizaciones, actores y actrices, famosos del deporte y tipos similares de individuos que dan la impresión de tenerlo todo pero que sin embargo se sienten frustrados, insatisfechos o tristes.
Así pues, mucha infelicidad deriva de medidas subjetivas de éxito impuestas por padres, comunidades y culturas. ¡Somos almas, no robots! Estamos aquí para aprender sobre amor, compasión, amabilidad y no violencia. Hemos de evaluar el éxito con arreglo a estas cualidades. ¿Vamos a ser personas más comprensivas y empáticas? En tal caso, tendremos éxito. El alma se aferra en esa clase de aprendizaje, pues se trata de verdades espirituales.
Con los pacientes que pese a destacar profesionalmente se sentían desdichados, nos centrábamos en los valores esenciales de ser una persona mejor y más amable. Entonces su actitud empezaba a mejorar. Al fin y al cabo, por esto están —estamos todos— aquí en la Tierra. Nuestra finalidad en la vida no es vender muchos libros, tener una carrera económicamente lucrativa o alcanzar el estrellato, sino ser alguien más afectuoso y compasivo. Podemos utilizar los éxitos para favorecer la vía espiritual y llegar a más personas, pero esto es solo un posible medio, no el fin. El verdadero objetivo es ayudar a los demás, y si conseguimos que así sea, a la larga seremos autores superventas, o multimillonarios... o no. Da igual. Tan pronto abrimos el corazón, las demás cosas llegan solas.
El dinero no es maligno. Es una cosa nada más, como cualquier otra. Podemos utilizarlo de formas maravillosas y caritativas. Sin embargo, aprendemos por medio de las relaciones, no de las cosas. Tras la muerte del cuerpo, no nos llevamos las pertenencias al otro lado: es un lugar de energía y conciencia superiores, no otro estado físico. Por tanto, no podemos llevarnos la casa, el coche, las cuentas bancarias, los diamantes, los títulos, los premios, el estatus ni ningún otro indicador semejante de éxito. Todo esto tiene solo carácter temporal. Lo que existe para siempre, lo que sí llevamos encima cuando seguimos adelante, es el buen corazón. Y, en cuanto lo tenemos, ya no lo perdemos.
En la siguiente historia, Brooke habla de lo que llevaba consigo: un miedo de dos mil años a estar sola.
. RELAJARSE Y LIBERARSE .
Me hallaba en su serie de talleres «¡Puedo hacerlo en el mar!» de 2011. Mi curación a fondo se produjo en el taller de grupo.
Aunque soy una médica de cierto éxito profesional de cuarenta y pocos años, he estado toda la vida obsesionada con la idea de casarme. No era el sentimiento normal de mucha gente de «algún día me gustaría». No, yo sentía que si no me casaba, me moriría. Como cabe imaginar, esta intensidad descartaba noviazgos duraderos y a veces ahuyentaba a los ligues.
En la regresión de grupo, me vi a mí misma en el siglo i de nuestra era en Afganistán o Pakistán, envuelta en una manta de lona azul. Cuando usted nos avisó de que tuviéramos presentes los pies, de pronto me di cuenta de que no sentía los míos. Eran huesos, y yo estaba paralizada de cintura para abajo. Era una marginada de mi tribu, que me había abandonado para que mendigara en la calle. Resultaba muy doloroso. Me morí a la intemperie, completamente sola.
Mientras flotaba fuera del cuerpo, empecé a gritarle a la figura de Jesús que me acompañaba en el jardín. «¡Esto no es justo! Nadie debería vivir así», chillé. Me dijo que me relajara y me dio mensajes sobre esa vida. También me dijo que no volvería a morir sola y que tenía que curarme ese miedo, pues venía del pasado.
Salí de la hipnosis y ya no me he sentido igual. La ansiedad y el miedo han desaparecido. Ahora salgo con un hombre, y me siento cómoda al margen de lo que pase. Mi mejor amiga, la que me acompañó en el crucero, me recordaba que cuando estaba deprimida solía decir: «Si no encuentro un hombre, voy a morir sola en la calle.» Lo curioso es que estaba refiriéndome inconscientemente a una vida pasada. En esta vida es imposible que me muera sola; tengo familia a mi alrededor. Sin embargo, siempre había arrastrado esa pena.
Nunca me he sentido mejor. Creo de veras que estoy curada, como cualquiera que tenga fobia al agua o un dolor antiguo amargándole la vida.
~ Brooke
Es como si naciéramos todos con una forma de trastorno de estrés postraumático (PTSD, por sus siglas en inglés), pero el estrés procede de una vida anterior. Una persona que padezca el tradicional PTSD se volverá ansiosa cuando algo desencadene un recuerdo doloroso o perturbador. Vuelve a experimentar el trauma aunque ya no esté presente, pese a ser algo del pasado. Por ejemplo, a un soldado que acaba de regresar de la guerra a casa el sonido de un coche que petardea puede hacerle recordar de forma inmediata y visceral escenas de disparos. Aunque ahora está a salvo y a centenares de kilómetros de las trincheras, al instante se ve transportado mentalmente de nuevo al campo de batalla, donde luchará por sobrevivir. ¿No llevamos todos encima nuestros propios temores, fobias, traumas y equipaje —amén de afectos, intereses y relaciones— de vidas pasadas? Recordamos estos desencadenantes en el nivel del alma y en la mente subconsciente, y aunque no están presentes en la vida actual, respondemos y reaccionamos ante ellos como si lo estuvieran. Quizás el trastorno de estrés traumático de una vida pasada sea una afección muy real y muy común.
La buena noticia es que podemos tratarlo. No requiere medicación y se puede curar con una simple terapia de regresión. En solo un día, la fobia milenaria de Brooke sobre vivir y morir sola se desvaneció. Ya sin la tiranía de la obsesión y el miedo, su vida mejoró de inmediato.
Ahora la querida Brooke va a tener la oportunidad de conocer al personaje de Jesús y que este le explique qué necesitaba ella saber. Todos estamos protegidos en los niveles máximos. Nuestro universo es benigno e infinitamente bondadoso. Encontraremos el paraíso en la Tierra cuando recordemos nuestra verdadera naturaleza y alineemos la mente y el corazón con ese amor incondicional.
La historia de Brooke me recuerda que si tiendo la mano con amabilidad, compasión y la pericia de la experiencia, no debo estar sujeto a ningún resultado. Si ayudo a una persona, a diez, o a diez millones, da lo mismo. Los resultados están fuera de mi alcance y no son tan importantes como la intención y la acción afectuosas. Esto es válido para cada uno de nosotros, para todas nuestras acciones.
Aunque nadie más del grupo de Brooke hubiera tenido una experiencia, una curación o un conocimiento transformador, el taller habría sido igualmente un éxito asombroso. Brooke sanó, qué maravilla. Todos y cada uno somos valiosísimos.
Terri, autora de la siguiente historia, experimentó un «trastorno de estrés traumático de vida pasada» de tipo inverso en el sentido de que esa vida anterior carecía realmente de estrés o preocupación. Recordar y recuperar la alegría sentida en una vida anterior la ayudó a llevar más felicidad y satisfacción a la actual.
. LA VIDA SENCILLA .
Debido a ciertos episodios acaecidos en mi familia y mi vida personal a finales de 2008, pasé varios días muy abatida. De hecho, esto no es propio de mí, pero fue comprensible teniendo en cuenta lo que me había pasado: una pelea con uno de mis hijos, el divorcio de otro, mi padre muriéndose tras años de lucha contra el cáncer, y yo cada vez más enferma. Por alguna razón, durante ese período acabé obsesionada con la idea de estar soltera, vivir sola y trabajar como secretaria.
En mayo de 2009, fui a la conferencia «¡Puedo hacerlo!» de San Diego y asistí a una clase de Brian Weiss. Compré más regresiones suyas grabadas en CD, y al cabo de solo unas semanas ya tuve una experiencia ciertamente asombrosa.
Cuando volví a casa desde San Diego, había estado haciendo las regresiones cada día o dos, de modo que no me resultaba nada fuera de lo normal tumbarme en la cama, en una tarde tranquila, y poner uno de los CD. Un día me sentía más triste y deprimida que de costumbre y no sé por qué puse el disco. Estaba sola en casa y disponía de tiempo, así que entré en la regresión meditativa. Estaba tan triste que empecé a llorar enseguida.
Las lágrimas cesaron, y escuché con más atención mientras Brian me conducía a niveles más profundos de la experiencia. Recordé una maravillosa vida pasada en Chicago. De hecho, cuando mi esposo y yo visitamos la ciudad dos años atrás, me sentí muy cómoda y me gustó mucho, aunque siempre había pensado que la encontraría desagradable y demasiado grande.
En la regresión, me vi en la década de 1940, una mujer joven de veintitantos o treinta y tantos, llamada Jenny. Estaba soltera, y era una profesional delgada y bonita. Había sido ascendida a secretaria ejecutiva de un subdirector, y luego del director de la empresa, una importante compañía de seguros con sede en un moderno edificio de oficinas. Aunque sin interés en el matrimonio o la maternidad, me sentía la mar de feliz, contenta y satisfecha con mi vida. No solía salir con novios, y no quería ni necesitaba un hombre; no había deseo de formar una familia. Quizás había sido huérfana y estaba acostumbrada a estar sola.
Recuerdo bien mi vestido favorito. Era un traje chaqueta a cuadros verde y beige con mangas de tres cuartos. Lucía medias y tacones altos. Vi el «sujetador años 40», las «bragas de señora mayor» y el liguero. Llevaba el pelo corto, cardado y muy rociado con laca. Por la noche y durante el fin de semana llevaba pantalones pirata y zapatillas. No tenía coche ni lo necesitaba; vivía en el mismo bloque donde estaba mi oficina. Era libre. ¡Nada de complicaciones ni familias! Mis amigas trabajaban conmigo, y estábamos muy unidas. Yo vivía sus separaciones y embarazos.
Mi vida como Jenny me encantaba. Era muy feliz; no había ninguna clase de estrés. Podía pasear junto al lago Michigan, dar migas a los pájaros del parque y luego ir de compras al mercado de la esquina. Mi apartamento era pequeño pero cómodo, y estaba limpio y carecía de cosas superfluas. Con cada ascenso me mudaba a un piso más grande.
Echo de menos la vida de Jenny: mi vida. Quizá me morí demasiado pronto y lo que tenía, además de «añoranza», era una sensación de inconclusión. Tal vez su vida, mi vida como Jenny, no terminó como a mi juicio habría debido terminar. La vida de Jenny era una clave para resolver mi depresión y mis problemas actuales. Creo que acaso quería un divorcio y una vida propia porque, cuando era Jenny, me sentía increíblemente realizada. Solo un día después de la regresión ya me notaba bastante más feliz que el día antes. Buena parte de ello tenía que ver con este conocimiento, esta interpretación de por qué deseaba yo tanto vivir sola aun habiendo escogido estar casada y tener un montón de niños durante esta encarnación. Al cabo de seis meses de la regresión, comprendí que la obsesión que sentía antes de experimentar mi vida como Jenny se había desvanecido sin siquiera darme yo cuenta. Ya no estaba obsesionada con vivir sola, estar soltera, trabajar de secretaria, etcétera. Todo esto desapareció sin más de mi mente consciente, como consecuencia de lo cual soy capaz de seguir con mi vida y ser mucho más feliz.
~ Terri
La validez de la experiencia de vidas pasadas suele residir en la desaparición de síntomas. Fantasear simplemente con una vida más sencilla no elimina la tristeza, la depresión ni las obsesiones. Sin embargo, un recuerdo real sí puede tener este efecto curativo (como así ocurrió en efecto). Desapareció la tristeza de Terri, que fue capaz de reanudar su vida actual con más sosiego y felicidad pese a todos los problemas y complejidades.
La comprensión se produce en muchos niveles, no solo en el consciente. En el nivel subconsciente, puede ser igual de importante. Nuestra mente más profunda observa los dramas de vidas pasadas y dice: «Vaya, resulta que mis obsesiones, miedos, afinidades, talentos, relaciones o síntomas vienen de ahí. Ahora lo entiendo. Pues ya no lo necesito. Lo superaré.» Y entonces nos curamos.
La experiencia enseña la lección de la naturaleza temporal de las emociones. Ser consciente de por qué surgen sentimientos negativos, y de cuáles son sus causas y orígenes, los elimina enseguida. A veces se deben a episodios y circunstancias de la vida actual. No obstante, puede que provengan de anteriores encarnaciones que vuelven a manifestarse en nuestra vida presente.
Perdonar a quienes nos han hecho daño y prescindir de la cólera es difícil, pero si lo hacemos nos sentimos libres. Una ventaja de hacerse uno mayor y acumular experiencias es que a menudo es consciente de haber vivido antes una situación parecida. He estado antes furioso, y la sensación ha pasado. El enfado aparece, se queda un tiempo y luego se va. Es como una nube que pasa flotando solo para desvanecerse. Todas nuestras emociones funcionan de modo semejante. La tristeza viene y se va. El miedo aumenta y disminuye. La ansiedad fluye y refluye. La frustración llega y se marcha. Al final, las heridas se curan. La desesperación se introduce furtivamente en la conciencia, y luego mengua. Todo es transitorio.
El conocimiento de que todas las cosas pasan suele bastar para que se produzca la curación. Pero si los síntomas o las emociones persisten, la exploración de las vidas anteriores puede procurar el remedio.
Así fue sin duda en el caso de Tom, un hombre de mediana edad que asistía a uno de mis talleres intensivos. Mientras participaba en un ejercicio de energía, su compañera experimentó una sensación de ardor en el vientre. Creía que eso tenía que ver con Tom. Cuando finalizó el ejercicio, Tom confirmó que la impresión de ella había sido correcta: él sufría un cáncer de estómago, y a causa del tratamiento, en especial la radiación, solía sentir ardor en esa zona. A todos los demás del grupo nos pareció de lo más triste.
El segundo día del taller, quedaron claras algunas de las respuestas a la tristeza y el estado deprimido de Tom. Este explicó que había perdido a su hijo; poco después, también a su esposa. El grupo reprimió colectivamente un grito ahogado al suponer que ambos habían muerto. En realidad, el hijo sí, pero la mujer no. Ella le había abandonado en cuanto se le hubo diagnosticado a él el cáncer. Desde luego, todos podíamos identificarnos con su dolor y su tristeza ante tal serie de acontecimientos trágicos, pero sobre todo nos desconcertaba que su esposa lo hubiera dejado justo en ese momento tan difícil.
No tendríamos que esperar mucho para entenderlo. Durante la regresión grupal, el propio Tom descubrió la respuesta a esa pregunta: cuando la tuvo, nos describió lo experimentado. Ya podíamos ver que su rostro brillaba más; era como si se hubiera quitado un peso de encima. Incluso sonrió por primera vez.
Tom había hecho una regresión a una vida en la Guerra Civil americana, en la que estaba comprometido con la mujer que era su esposa en la vida actual. Por culpa de la guerra no habían podido casarse. Hacia el final de la contienda, había vuelto a casa y estaba por fin con sus seres queridos cuando dio con él un grupo de soldados enemigos. Estos le dispararon en el estómago, en el mismo sitio en que tenía cáncer en la vida actual y donde los tratamientos de radiación le causaban esa sensación ardiente. Tom flotaba sobre su cuerpo y miraba a su prometida balancearse de un lado a otro, sollozando y llorando desconsolada. Murió con la cabeza en el regazo de ella, que le derramaba las lágrimas en la cara.
Para Tom resultaba evidente que, en su vida actual, su esposa no le había dejado por otro, debido a algún defecto o alguna otra razón desconocida. Simplemente no quería verle morir por segunda vez —quizás había incluso más pérdidas en otras vidas de las que él aún no era consciente—. En ese momento, Tom fue capaz de liberarse de la pena y el miedo, la cólera y la tristeza. Y gracias a este conocimiento se produjo una curación formidable.
Durante el resto de la semana, Tom pareció una persona diferente. Estaba de mejor humor. Ayudaba a otras personas. Entendía perfectamente que la partida de su esposa no era algo personal: ella, debido a sus circunstancias internas, simplemente no podía soportar perderle de nuevo.
También descubrió que era inmortal. Había vivido en la Guerra Civil y muerto como soldado, y aquí estaba de nuevo, reencontrado con la misma mujer, la misma alma. Sabía que, en este nivel, era un ser eterno y que por tanto su hijo, que había muerto siendo un adulto joven, tampoco estaba de veras muerto.
La experiencia de Tom resultó increíblemente conmovedora para todo el grupo. Todos establecimos lazos de empatía con su dolor y su tristeza, y nos sorprendió el cambio inmediato en su estado de ánimo y su actitud. Era capaz de perdonar. Se liberó de la carga; ahora podía seguir adelante con su vida. Tom volvía a tener esperanza. Nos sentíamos todos muy aliviados al ver que había superado ese punto crítico y que volvía a estar bien.
Somos almas, conectadas unas con otras. Lo que le pasa a una afecta a todas. Cuando un alma recupera esperanza, en un nivel más profundo todas las demás almas se sienten también más esperanzadas.
La capacidad de Tom para liberarse de su enojo me recordó una parábola que había leído yo recientemente sobre dos monjes listos para cruzar un río que bajaba crecido. Ahí cerca una mujer también deseaba cruzar, pero tenía miedo de la corriente. Uno de los monjes cogió a la mujer y se la colocó encima de los hombros, y uno y otro cruzaron sin novedad hasta la otra orilla. Una vez allí, el monje dejó en tierra a la mujer, que siguió su camino, lo mismo que hicieron ambos clérigos.
Al cabo del rato, el monje más joven dijo al otro: «No me puedo creer que llevaras a la mujer por el río. Te la pusiste sobre los hombros. Esto va contra nuestros valores, contra nuestros votos. Tenemos prohibido tocar a las mujeres. ¿Cómo has podido hacerlo?»
El monje sensato, de más edad, contestó así: «Yo dejé la mujer en cuanto hubimos cruzado el río. Tú aún la llevas a cuestas.»
Al pensar en esta historia, caí en la cuenta de que todos hacemos esto a diario. Tras finalizar nuestros problemas y tareas, no solemos dejarlos a un lado y que se las arreglen por su cuenta. Los llevamos con nosotros mucho más tiempo del necesario, lo que crea una carga que añade peso y fatiga a los hombros y pone tensas las mentes.
El remedio es vivir siendo cada vez más conscientes del momento presente. Esto es difícil de hacer y requiere práctica, naturalmente, pero vale la pena intentarlo. Es importante aprender lecciones del pasado y recordarlas, pero luego hemos de dejar el pasado tranquilo. No es preciso llevarlo al otro lado del río.