22 Y AHORA ¿QUÉ?

«La campaña de los feos», como habían bautizado la operación sus detractores, resultó ser un éxito sin precedentes.

Al principio, los vendedores se lo tomaron a guasa, pero a los tenderos les llamó la atención que por fin apareciera gente normal, como ellos, en las etiquetas. Viendo que aquello tenía gancho, los comerciales más avispados se informaron de quién era cada uno de aquellos personajes y contaban a sus clientes anécdotas del tipo:

«Esta es Rosa, que acaba de volver al trabajo después de tener gemelos. Solo utiliza nuestra agua para preparar sus biberones».

O «Luismi es un mozo de almacén que le daba demasiado al vinacho antes de esta campaña. Ahora toma Aquasprit allí donde va, porque todo el mundo le reconoce como bebedor de agua».

O bien «Aquí está Rebeca, una estudiante de Biología que trabaja a media jornada. Ha analizado nuestra agua mineral y dice que no hay diferencia con las muestras que pueden recogerse en el manantial más puro».

Muchas de estas anécdotas eran inventadas, ya que los vendedores no podían retener sesenta vidas en la cabeza, pero dieron a la marca el aire de familiaridad y cercanía que buscaba Ángel.

Por otra parte, los empleados de Aquasprit estaban entusiasmados con su inesperado protagonismo. En la red había blogs de coleccionistas de aquellas etiquetas y más de un trabajador había sido reconocido por la calle. Ante la pregunta: «¿Eres el / la del agua mineral?», respondían afirmativamente con gran orgullo.

Tal como había previsto Ángel, el rendimiento de la plantilla aumentó exponencialmente, porque todos se tomaban el producto como algo muy personal. Los telefonistas presionaban a los vendedores para que dieran salida al máximo de stock, y en el almacén se trabajaba a un ritmo frenético para que la mercancía no dejara de llegar a los puntos de venta.

En Aquasprit no solo se trabajaba más y mejor, sino que el índice de felicidad y autoestima rayaba niveles muy altos. Ni siquiera había sido necesario pasarles un test de felicidad. Se podía leer en las caras de los trabajadores que les encantaba estar allí.

Curiosamente, todos estaban felices por la buena marcha de la empresa excepto Ángel, que cada día tenía el ánimo más sombrío.

Su secretaria no entendía aquella transformación, y trataba de animarle a diario dejando sobre su mesa informes con el incremento de las ventas, así como felicitaciones por parte de supermercados y minoristas por aquella campaña llena de humanidad.

No obstante, una vez conseguido aquel éxito, Ángel parecía haberse desinteresado y apenas participaba de las celebraciones.

Laura empezó a temer que su jefe estuviera enfermo pero no quisiera comunicar cuál era su mal.

No andaba desencaminada. El triunfador humilde era presa de una terrible enfermedad: se aburría. Así como había levantado el restaurante de Manuel y luego lo había dejado, no tenía sentido continuar al mando de una empresa que ahora funcionaba, con ayuda de todos, magníficamente.

Necesitaba nuevos retos, y lo cierto era que no le faltaban ofertas de otras empresas. Los headhunters habían detectado en la prensa económica aquel insólito caso de éxito y trataban de contactar por todos los medios con el gerente de Aquasprit. Querían ofrecerle cargos mejor remunerados en multinacionales de todo tipo.

Pero no era eso lo que anhelaba Ángel.

Por primera vez, tenía la sensación de haberse perdido. No dejaba de preguntarse: y ahora ¿qué?

Angustiado ante aquella pregunta, decidió ir a buscar a su antiguo patrón a La Forja del Gato.

15.ª LEY DEL TRIUNFADOR HUMILDE

Una vez que alcances la cima, no te aferres a ella

como si fuera un pedestal;

solo debe servirte para mirar más lejos.