CAPÍTULO XXIII: EL CLARIVIDENTE

 

 

—¿Gordo, duermes? —preguntó don Manuel López Molina, alias el “Rolli”, interrumpiendo su explicación en mitad de nuestra clase de Historia de la Música.

Estábamos a finales de noviembre y el tiempo seguía lluvioso, aunque de vez en cuando el mes nos regalaba un día radiante de sol y de temperaturas suaves. Hoy no era el caso. Llovía mansamente y las gotas de agua deslizándose por las ventanas del aula a mí me recordaban el poema de Antonio Machado. La modorra y el aburrimiento presidían la clase. Las palabras de don Manuel nos llegaban en la distancia, con una letanía que nos iba hipnotizando poco a poco y que no contribuía precisamente a mantenernos despiertos. La asignatura era bastante sosa. Don Manuel intentaba por todos los medios que nos interesásemos por ella, pero no lo conseguía. Nos llevaba a hacer audiciones de canto Gregoriano, que ahora me doy cuenta de que eran excelentes, pero en aquella época me aburrían. Y como a mí, le sucedía al 95 por ciento de la clase.

En cambio, cuando nuestro profesor se salía del guión establecido y hablábamos de cosas que nada tenían que ver con la asignatura, la cosa cambiaba considerablemente, sobre todo porque era un tipo divertidísimo y la persona más culta que he conocido en mi vida. Él disfrutaba impresionándonos. Llegaba a clase y al entrar, se sentaba tras la mesa y lo primero que hacía era preguntar: “¿alguna duda?” Y no se refería a la asignatura que impartía, sino a alguna duda en general, fuese del tema que fuese. Él siempre tenía una respuesta apropiada y si no la sabía se la inventaba, pero lo hacía con tanta naturalidad y seguridad que te dejaba asombrado. Lo bueno de este tipo de preguntas era que las respuestas siempre daban pie a otras preguntas en las que acababa participando toda la clase y eso hacía que el tiempo volase.

Precisamente su mote se derivaba de su tendencia a enrollarse sobre algún tema concreto que hubiese surgido y al posterior coloquio en que todos interveníamos. Esto provocaba que a veces se nos acumularan las tareas de la materia que enseñaba y que luego tuviéramos que correr el doble. Pero a los alumnos (y sospecho que también a él mismo), nos encantaba salir de la rutina diaria.

Rafael Gordo (Gordo no era ningún mote, sino su apellido; de hecho estaba muy delgado), se incorporó rápidamente. Estaba un par de mesas detrás de mí, en diagonal. Puso recta la espalda en el respaldo de la silla y miró al profesor.

—No, no, don Manuel. Estaba despierto —balbuceó.

Don Manuel dejó la tiza en la pizarra y empezó a pasear por la clase hasta llegar a donde nos encontrábamos nosotros. Era un hombre bajo y fornido, de cuello corto y expresión seria y austera. La frialdad de sus ojos era una pose porque detrás de ella brillaba la ironía, un arte en el que era un auténtico maestro. Hacía de ella una virtud y nunca sabías si hablaba en serio o en broma.

—Ya, ya… —murmuró—. Me había parecido… Debe ser porque tenías la cabeza apoyada en una mano y los ojos cerrados. Habrá sido una apreciación mía, ¿verdad, Gordo?

El otro asintió con la cabeza.

—Sí, sí, don Manuel. Le aseguro que estaba despierto…

Casi toda la clase se echó a reír en voz baja, intercambiando cuchicheos y comentarios. Mi risa se debió oír más que las demás porque don Manuel se volvió hacia mí, arqueando las cejas en señal de interrogación.

—¿Pasa algo, Toni? ¿Hay algo que te haga gracia, especialmente? —me preguntó utilizando mi nombre de pila en diminutivo. Esa era otra de sus costumbres. A algunos nos llamaba así y a otros por el apellido, nunca por el nombre completo.

A mí se me heló la sonrisa en la cara y tragué saliva para responder. Don Manuel se acercó a mi pupitre y miró la portada de mi carpeta-archivadora. Estaba forrada de plástico transparente y debajo podía verse la portada del disco de Iron Maiden, The number of the beast. La observó durante unos segundos y me miró.

—¿Alguna duda, Toni? ¿Alguna pregunta?

—No, don Manuel. Ninguna.

Sonrió de pronto y cogió mi carpeta para observar más de cerca los detalles del dibujo. Éste mostraba una enorme bestia que movía unos hilos bajo los cuales pendía un demonio, que a su vez movía otros hilos que sostenían a un hombre corriente. Era una alegoría que mostraba al ser humano como un títere sin voluntad, movido por fuerzas ajenas a él. Fuerzas muy poderosas.

—Tienes una gran suerte, Toni —respondió sin dejar de sonreír—. Aristóteles decía que era afortunado el hombre que no se hacía preguntas y vivía en la ignorancia. ¿Tú qué opinas de tal afirmación, Toni?

—Pues… no sé, don Manuel.

Dejó la carpeta encima de mi mesa y dio unos pasos por el pasillo central en dirección a la pizarra, pero luego se paró y se volvió hacia mí de nuevo.

—Por cierto… Ayer estuve pronunciando una conferencia sobre la esclavitud en la provincia de Jaén en los siglos XVI y XVII y no te vi... Lo hice en la Real Sociedad Económica de Amigos del País. ¿Tú sabes dónde está eso, Toni?

Terminé de tragar saliva y vocalicé a duras penas.

—Creo que está en La Carrera, don Manuel.

—Exacto —dijo colocándose junto a mi pupitre y sin dejar de sonreír—. En La Carrera o calle de don Bernabé Soriano, junto al cine Cervantes que hoy se ubica donde antaño estuvo el teatro del mismo nombre. ¿Tú sabes quién fue don Bernabé Soriano, Toni?

—No, la verdad es que no tengo ni idea.

—Fue un médico. Uno de los grandes, de hecho. Lo llamaban “el doctor de los pobres” porque siempre ayudaba a los más desfavorecidos. De manera filantrópica, por supuesto. Cuando murió, a principios de siglo, todo Jaén acudió a su entierro. Hay una estatua con su efigie, en la que se encuentra sentado y con el sombrero en la mano, en la Plaza de las Palmeras o de la Constitución, como bien sabrás.

Yo asentí convenientemente, aunque hacía denodados esfuerzos por recordar dónde se encontraba la estatua del buen doctor.

—Como te decía, ayer di una conferencia allí, que próximamente aparecerá por escrito en la revista trimestral Senda de los Huertos. Ya sabes, esa revista que edita la Sociedad de Amigos de San Antón, entre los que modestamente me incluyo, y que tiene como objetivo la divulgación de temas culturales relacionados con la ciudad de Jaén.

Yo volví a asentir, mirándolo y escuchándolo.

—También sabrás que los Amigos de San Antón tienen su sede en la Capilla que existe en el Arco de San Lorenzo, el único resto que queda, por desgracia, de la parroquia del mismo nombre y que recientemente ha sido declarado Monumento Nacional. Lo sabes, ¿verdad, Toni?

Yo seguí diciendo que sí con la cabeza, aunque por supuesto, él sabía que yo no sabía nada de nada.

—Te decía antes que no te vi en aquella conferencia, a pesar de que la entrada fue libre. ¿Es que no tuviste tiempo para ir? ¿O será quizá que te encontrabas ocupado asistiendo a un concierto de… Iron Maiden?

Toda la clase se echó a reír descaradamente mientras yo cambiaba de color de forma gradual. Me sentía observado por todos y notar cómo se reían de mí, me ponía enfermo. Se me había olvidado que unos minutos antes era yo quién se burlaba de Rafael Gordo. Cuando al fin pude contestar, me había vuelto el color normal a la cara. Intenté mostrarme seguro en mi respuesta.

—Ya me gustaría ir a un concierto de Iron Maiden, don Manuel. La verdad es que no sabía nada de su charla. Pero de haberlo sabido, seguro que hubiese ido.

Don Manuel se echó a reír francamente, sin restos de la anterior ironía.

—Toni, mientes muy mal. Estoy convencido de que no hubieras aparecido por allí de todas formas, así que no me hagas la pelota. No lo necesito y tú tampoco.

No contesté y me limité a mirarlo en silencio, avergonzado, esperando que pasara el chaparrón. Mis compañeros se reían por lo bajini, con la alegría que da el saber que la china le toca a otro y que, al menos de momento, permaneces a salvo. El “Rolli” se volvió de nuevo hacia la pizarra y caminó hasta llegar a ella. Cogió la tiza y empezó a escribir unas siglas que ninguno supimos descifrar: N.W.O.B.H.M.

—Supongo, Toni —me dijo, sonriendo de nuevo de esa manera tan especial—, que si te gusta Iron Maiden es porque te gusta el tipo de música que practican, es decir el Heavy Metal. No creo que lleves en tu carpeta una fotocopia a color de la portada de su tercer disco solo por estética, ¿me equivoco?

Me sorprendió enormemente que supiese que The number of the beast era el tercer L.P. de la banda y así se lo hice saber.

—También sé que se publicó en 1982, que fue grabado en los estudios Battery, de Londres y que en él aparece por primera vez como vocalista Bruce Dickinson, procedente del grupo Samson —respondió—. En los dos primeros discos el cantante era Paul Di’anno, que actualmente tiene su propia banda. Sé eso y sé otras muchas cosas. El hecho de que no escuche este tipo de grupos, no significa que no los conozca, ¿comprendes?

Me quedé con la boca abierta, sin saber qué decir.

—Te preguntaba antes si te gustaba el Heavy Metal y no me has respondido.

—Sí que me gusta. Y este grupo en particular es mi favorito.

Don Manuel empezó a pasear de izquierda a derecha, de un extremo a otro de la pizarra con las manos en la espalda y sin soltar la tiza en ningún momento.

—Entonces —dijo mirando hacia el suelo—, quizás puedas decirnos cuál es el origen de esta música y sus raíces. Por favor, ilústranos a todos. Estamos deseosos de saber más cosas sobre el tema.

Se hizo un silencio sepulcral en la clase. Mis compañeros me miraron expectantes, preguntándose cómo iba yo a salir del atolladero. Durante unos segundos no pude hablar y se me secó la boca de tanto tragar saliva. Cuando al fin respondí, lo hice con un hilo de voz.

—Sólo sé que las raíces del Heavy vienen del Rock y del Blues…

Don Manuel me miró asintiendo.

—Más o menos. Se podría decir que proviene del propio Elvis Prestley, pero eso es mirar demasiado hacia atrás. Los propios Bob Dylan o Bruce Springsteen tienen más influencia directa de él y practican un tipo de música más acorde con esa influencia. En realidad los antecedentes directos del Heavy, sus padres por así decirlo, son dos grupos ingleses: Led Zeppelin y Deep Purple, que a su vez están influenciados por bandas como The Beatles y Rolling Stones, aunque éstos últimos son más contemporáneos suyos. Tanto Led Zeppelin, que hoy día se han separado, como Deep Purple, tienen en sus filas excelentes músicos. Pero… ¿cuál es considerado como el primer disco de la historia del Heavy Metal? ¿Podrías decírmelo?

—Pues la verdad es que no lo sé, don Manuel —contesté resignado.

Mi profesor me miró con una falsa expresión de estupor en el rostro que fue sustituida rápidamente por su típica sonrisa irónica.

—¿Cómo? ¿Es posible que no sepas algo relacionado con una música que tanto te gusta? Las enciclopedias están para algo, Toni. Y ese algo no es precisamente el que adornen en las estanterías de las bibliotecas, ni de nuestros hogares…

No dije nada y me mantuve a la expectativa, y como yo, el resto de la clase. A estas alturas, parecían sinceramente interesados en el tema.

—Según los críticos musicales, y casi por unanimidad, el primer disco de la historia del Heavy Metal es, sin lugar a dudas, el álbum de debut de la banda británica, Black Sabbath, editado en 1970. El título del disco es, precisamente, Black Sabbath y ya desde la portada, que por cierto es bastante inquietante, se nota que es algo completamente distinto a lo que se había hecho hasta el momento. El sonido es más oscuro, más sucio, más duro, aunque no está exento de melodía. Y los riffs de guitarra son más potentes. Los músicos que grabaron este mítico disco, son los siguientes: Ozzy Osbourne, a la voz, Getzzer Butler, al bajo, Bill Ward, a la batería y Tommy Iommi, a la guitarra. ¿Has escuchado a este grupo, Toni?

—No, pero escucho a Ozzy Osbourne con la banda que montó en solitario. Que por cierto tiene un guitarrista que…

—Lo sé —me interrumpió—. Jake E. Lee. Por Black Sabbath han pasado grandes vocalistas, algunos de los cuales hoy tienen su propia banda: Ozzy Osbourne, Ronnie James Dio, Glen Hughes… y los que aún quedan por pasar, porque la banda sigue en activo, merced a la fuerza de voluntad de su guitarrista y alma máter, Tommy Iommi, al que por cierto le faltan varios dedos de una de sus manos, lo cual añade algún mérito extra. ¿Sabes lo que significan las siglas que he escrito en la pizarra, Toni?

Señaló con la tiza las letras en mayúscula: N.W.O.B.H.M. Yo permanecí en silencio, sin saber qué decir. El “Rolli” miró al resto de la clase.

—¿Alguien lo sabe? —preguntó enarcando las cejas.

Todo el mundo siguió mudo, esperando que él nos lo aclarase.

—Yo os lo diré. Significa “New Wave of British Heavy Metal”, o lo que es lo mismo, “Nueva Ola del Heavy Metal Británico” y surgió a finales de los setenta para dar empuje a un movimiento musical que se encontraba en decadencia, por culpa del auge del Punk, que era una especie de hijo bastardo surgido también del rock y que en esa época se encontraba en su apogeo, sobre todo en Inglaterra, donde triunfaban grupos como los Sex Pistols. Los grupos abanderados de la “N.W.O.B.H.M.” fueron Saxon, Def Leppard, Tigers of Pantang, Samson, o los propios Iron Maiden, entre otros. Estas bandas fueron un soplo de aire fresco que paradójicamente sirvió para reactivar a los grupos heavies que habían triunfado en la década de los setenta, como Black Sabbath o Judas Priest. La competencia fue mayor y esto derivó en un aumento de la cantidad y la calidad.

<<El Heavy ha ido evolucionando hacia distintas expresiones musicales. En Estados Unidos se ha radicalizado hacia los extremos. Por una parte apareció el A.O.R. (Adult Orient Rock), o Rock orientado a los adultos, que tiene sonidos más comerciales y accesibles y que incluso está muy integrado en bandas sonoras de películas. Algunas de sus bandas representativas son Journey, Survivor, Asia y Bon Jovi. Por otro lado surgió el Thrash Metal, en el que el sonido se endureció considerablemente y el ritmo de las canciones aumentó a veces hasta niveles increíbles. Abanderados de este movimiento son grupos como Metallica, Testament, Exodus, Slayer o Anthrax, surgidos casi todos ellos en el área de la bahía de San Francisco. Aún existe una tercera etiqueta a medio camino entre las anteriores que podíamos catalogar simplemente como Hard Rock Americano, que tienen un sonido propio, podíamos decir que autóctono de aquel país. Como ejemplos valen los grupos Dokken, Mötley Crüe y más recientemente Cinderella y White Lion. Por supuesto, aún quedan grupos de auténtico Heavy Metal en el sentido más purista del término, como Manowar o W.A.S.P., pero se puede decir que es en Europa donde aún se mantiene el estilo original más fielmente.

<<De todas formas, también en nuestro continente han surgido algunas subdivisiones como puede ser el Black Metal. Los grupos de este estilo adoptan una parafernalia satánica, con títulos y letras muy expresivos relacionados con el culto al demonio, aunque también con la locura, la violencia y la literatura de terror. El término “Black Metal” fue acuñado en 1982 por el grupo inglés Venom, que tituló así uno de sus álbumes. Su sonido es muy sucio, con voces guturales, ritmos de batería endiablados (y nunca mejor dicho) y riffs de guitarra durísimos. Apenas hay melodía y lo mejor de estos discos suele ser el silencio que se escucha entre canción y canción. Pero como en todo hay excepciones, surgió un grupo de Dinamarca llamado Mercyful Fate que supo conjugar estas letras y ambientes oscuros, con riffs de guitarras más accesibles y melodías más audibles. Incluso se permitieron el lujo de utilizar teclados, aunque eso sí: lo hicieron para dotar el sonido de notas más terroríficas y góticas. El resultado es, en mi opinión, muy original. Y cuando menos, audible.

<<Conviene aclarar que toda esta fachada de aparente ideología satánica, no es más que eso, fachada. Algo que sólo persigue la originalidad y que permite vender más discos. En realidad se trata del viejo asunto del dinero. Algunos de estos grupos, aparte de Venom y Mercyful Fate son conscientes del potencial de esta teatralidad en su música. Ejemplos de bandas, además de las mencionadas, son: Celtic Frost y Bathory . Como contrapunto a esta supuesta ideología musical, ya han surgido en Estados Unidos algunos grupos de rock “cristiano”, etiqueta que también vende y que tienen a su mayor exponente en Stryper, cuyo último álbum, editado hace muy poco, se titula Al infierno con el diablo.

<<En cuanto al Heavy Metal en general, os diré que goza de muy buena salud, sobre todo en Europa. El movimiento se está trasladando de Inglaterra, que era la cantera de grupos tradicionalmente, hasta Alemania (que ya tenía como bandas insignia a Scorpions y Accept y ahora va incorporando otras como Running Wild, Helloween y muchas más) y los países del norte del continente. En los mediterráneos, como Francia, Italia y Grecia, el auge es mucho más localista, aunque es posible que algún día despunten internacionalmente.

<<De nuestro país yo destacaría a bandas como Obús, Ángeles del Infierno y sobre todo a Barón Rojo, que está a años luz de todos los demás en todos los sentidos, con un nivel equiparable a cualquier grupo del extranjero. También hay en España buenas bandas de Rock and Roll, como Leño, que se separaron hace unos años, Barricada y Ñu, que de vez en cuando sacan buenos discos.

<<Bueno, chicos. Esto es, a grandes rasgos, el Heavy Metal que tanto gusta a nuestro compañero y sin embargo amigo, Toni. Otro día, si os parece, podemos hablar de esta música como fenómeno social; de la mala prensa que tiene, de las vestimentas y looks que adoptan sus seguidores, o al menos la mayoría de ellos, porque como veis, Toni no lo hace; de su impacto en la sociedad, sobre todo en Estados Unidos, país donde todo se magnifica y donde algunas bandas han ido a los tribunales, después del suicidio de algunos chicos, supuestamente influidos por las letras de sus canciones… etc, etc. Pero tendrá que ser otro día, porque el tiempo se acaba. ¿Alguna última duda?

Estábamos todos asombrados. Ninguno hubiera imaginado que alguien apasionado por el Gregoriano, la música Clásica y las Cantigas de Alfonso XII, supiese tanto de una música tan moderna y transgresora como el rock. Aquel día aprendí que nunca hay que juzgar a las personas y si alguna vez hay que hacerlo, mejor que sea por lo que saben y callan, que por lo que hablan y desconocen. Un compañero que se sentaba en la primera fila llamado Hervás, un tipo silencioso e introvertido, le preguntó cómo era posible que supiese tanto de un tema tan aparentemente ajeno a él y qué opinión le merecía personalmente, esta música. Don Manuel sonrió otra vez y se sentó tras su mesa, mientras preparaba sus apuntes.

—Recuerda, Hervás, que la asignatura que imparto se llama Historia de la Música y que mi obligación es saber absolutamente todo sobre ella y volcar esos conocimientos sobre vosotros, que sois mis alumnos. En cuanto a la segunda parte de tu pregunta, te diré lo que pienso: Creo que existen en el mundo tal vez una docena de bandas de este género que merece la pena escuchar, comprar sus discos y asistir a sus conciertos. De esa docena, puede que haya cuatro o cinco cuya calidad es tan grande, que sin duda pasarán a la Historia y cuyos discos serán inmortales y los escucharán distintas generaciones. En cuanto al resto, a las miles de bandas diseminadas por el globo que intentan hacerse un hueco entre los elegidos, creo que son mediocres y fácilmente prescindibles. Y esa mediocridad hará que pasen desapercibidos y dentro de unos años, nadie los recuerde. Pero me parece que ése es el mal de la música moderna, en general: la mediocridad.

Todos nos dimos por satisfechos y asentimos con la cabeza, murmurando distintas opiniones con el compañero de al lado. Ésa era la gran virtud de don Manuel. Sus discursos siempre suscitaban el debate entre nosotros y el interés por hacernos preguntas que nunca se nos hubiesen ocurrido sin su ayuda.

—Bien. Ahora, por favor, abrid el libro por la página ochenta y siete. Nos quedan cinco minutos. A este paso, como sigamos así, vosotros suspenderéis la asignatura y a mí me echarán del Instituto.

Pero a final de curso, todos los alumnos, sin excepción, aprobamos Historia de la Música con don Manuel.

 

 

A las once sonó el timbre que indicaba el final de la clase y el comienzo de uno de los dos recreos de veinte minutos de que disponíamos (el otro era a la una y terminábamos la jornada a las tres). Salimos todos disparados para aprovechar el tiempo al máximo, alborotando por los pasillos como energúmenos, mientras los profesores trataban de que lo hiciésemos ordenada y civilizadamente, fracasando en el intento. Éramos como una de esas manadas de animales en estampida en la sabana africana y nos movíamos todos a la vez, como uno solo. Era casi imposible frenarnos. Me dirigí a la cafetería para comprar un bocadillo y reunirme en el patio con los amigos. Cuando bajaba por las escaleras, me encontré con Vázquez que intentó retenerme con su típico ademán del brazo alzado, pero conseguí darle esquinazo y escapar de él con la excusa de que necesitaba ir al baño.

Cuando compré el bocata salí a la pista de fútbol buscando a los otros. Estaban los cuatro juntos cerca de las gradas, devorando sus almuerzos, mientras veían una pachanga de unos cuantos alumnos de cursos superiores jugando al balón con más pena que gloria. El único que no miraba el fútbol era Marcos, que se entretenía subiendo y bajando de un árbol cercano, haciendo el mono como de costumbre. Me divisó desde lo alto de una rama y empezó a llamar mi atención a gritos. Temí que alguno de los profesores le regañase, pero cuando llegué junto a ellos ya descendía con la agilidad que le caracterizaba.

—¡No, no y no! —decía Roberto observando las evoluciones de los jugadores—.¡La ansiedad te puede! ¡Pasa el balón, coño!

—Tú te callas, Roberto —intervino Fernando—, que cuando jugamos nosotros y por casualidad pillas la pelota, no la sueltas hasta que te has metido en la portería contraria… Hola, Toni. Cada día sales más tarde al recreo.

—Es que hoy no me he traído bocata y he tenido que ir a la cafetería —respondí—. ¿Alguien quiere? Es de mortadela.

Negaron con la cabeza todos, excepto Roberto, que la emprendió con el bocadillo sin piedad. El suyo hacía rato que descansaba en su estómago en un viaje sin retorno al otro mundo.

—Esa mortadela parece que esté hecha de perro —observó Enrique—. ¿Qué clase has tenido?

—Música, con el Rolli. ¿Y vosotros?

Marcos se acercó propinándome un puñetazo en el brazo a modo de saludo, para ajustarse las gafas acto seguido.

—Joder, qué suerte —contestó—. Nosotros Matemáticas, con Juan Herrera. Se ha dedicado durante toda la hora a llenar la pizarra de extraños números y símbolos que más parecían jeroglíficos que ecuaciones. ¡Qué tostón! Lo que más me jode es que no se calla ni a la de tres, con lo cual terminas la clase con saturación visual y auditiva. Y encima se permite el lujo de decirnos que las Matemáticas son algo maravilloso y que el ser humano avanza gracias a su conocimiento.

—Eso es verdad —dijo Enrique sonriendo—. Los grandes genios griegos eran matemáticos.

—¡Bah! —respondió Marcos— Son un tostón, insisto. No son tan necesarias como nos quieren hacer creer. Yo podría sobrevivir en el campo sin su ayuda. Tan sólo necesito observar la naturaleza.

—Pero es que tú eres el primo secreto de Rambo. Y eso te da cierta ventaja, amigo. Pero la mayoría de los mortales las necesitamos. Aunque sólo sea para contar cuántos días de vida nos quedan en una isla desierta. Ya sabes, hacer rayitas en el tronco de una palmera.

—Cuando sus señorías hayan acabado la discusión pseudo-filosófica y antes de que suene la alarma y tengamos que volver a clase —intervino Roberto—, podríamos hablar de una puñetera vez de lo que interesa de verdad. Y la cuestión es: ¿qué vamos a hacer mañana, por fin? ¿Vamos a quedar o no?

Al día siguiente era sábado, 25 de noviembre, día de Santa Catalina, patrona de la ciudad. Era fiesta local y había una romería donde todos los jiennenses (o la mayoría) subían al castillo y comían sardinas asadas, migas y chuletas. Había una misa en la capilla del recinto y una pequeña procesión por los alrededores. El ambiente solía ser agradable y distendido aunque muchos años llovía y eso deslucía la fiesta. Mucha gente se quedaba en casa y la afluencia de público era mucho menor. Aunque a todos nos gustaba hacer esta excursión, a Roberto, particularmente, le encantaba, y se ponía de un humor de perros si el tiempo chafaba el día.

—¿Qué pasa mañana? —preguntó Fernando terminando su bocadillo y echando los restos del papel de aluminio en una papelera cercana—. ¿Pasa algo especial?

—“¿Pasa algo especial?” “¿Pasa algo especial?” —canturreó Roberto, imitándolo—. ¡Joder, Fernando! No me puedo creer que no te acuerdes de que mañana es Santa Catalina. Con el día tan acojonante que podemos pasar en el campo y tú, pillando moscas. De verdad, a veces parece que vives en Plutón.

Fernando se palmeó la frente, se sentó en la grada y se echó a reír.

—¡Coño, es verdad! ¡El día del castillo! ¡Hogueras por todas partes! ¡Olor a sardinas y chorizos asados! ¡Tías buenas por doquier!

—Sí, sí, todo eso y mucho más —dije yo—. Siempre y cuando no llueva y se nos fastidie el plan. El tiempo está regular. Mirad esas nubes, qué negras están. Todos los años pasa igual. Seguro que llue…

—No, no, no va a llover, Toni —respondió Roberto—. No te atrevas a nombrar lo innombrable. Mañana va a lucir el sol todo el día. Hará un día espléndido, ¿verdad, Negro? Anda, díselo tú…

Marcos olfateó el aire, como un sabueso en busca del rastro de una presa malherida. Se chupó un dedo y lo expuso al viento para comprobar la dirección, la velocidad, la humedad y qué sé yo cuántas cosas más.

Fernando, Enrique y yo nos echamos a reír al verlo tan serio y concentrado en la tarea, mientras Roberto lo miraba a su lado, expectante, esperando un veredicto satisfactorio. Marcos alzó su vista al cielo y dirigió su mirada hacia el suroeste, donde se encontraban Jabalcuz y La Mella. Las dos montañas estaban coronadas por nubarrones. Después echó una ojeada hacia la Sierra Sur, en dirección al pantano del Quiebrajano y La Pandera. Aquella zona parecía un poco más despejada y las nubes que la salpicaban eran más blanquecinas. Nos miró, uno por uno y dictaminó:

—“Cuando Jabalcuz tiene capuz y La Pandera, montera, llueve en Jaén aunque Dios no quiera”. Eso dice el refranero popular, que es muy sabio. Como Jabalcuz tiene capuz, pero La Pandera no tiene montera, yo diría que hay un cincuenta por ciento de posibilidades de que mañana llueva. O quizá un sesenta.

Nos miramos unos a otros, compungidos.

—Mierda jodida —dijo Fernando.

La sirena que indicaba el final del recreo y el retorno a las clases empezó a aullar despiadadamente, señalando que se habían terminado los veinte miserables minutos. Había chicos desperdigados entre las gradas que aún estaban comiendo.

—De todas formas —se justificó Marcos—, el agua es necesaria. Este año la cosecha de aceituna va a ser malísima. Arrastramos una sequía de años.

—¡Que se jodan los olivos! —le interrumpió Roberto—. ¡Que les den a los putos olivos, joder! ¡Estoy hasta el gorro de los olivos! ¡Que llueva el lunes! ¡Ojalá diluvie el lunes, se inunde Jaén y no podemos venir a clase!

Marcos se encogió de hombros.

—Es poco probable que Jaén se inunde. La mayor parte de la ciudad está ubicada en pendiente.

Roberto odiaba los olivos en general y la campaña de aceituna en particular, porque sus padres poseían un terreno en un pueblo cercano, con cientos de ellos. Cuando llegaba diciembre toda la familia arrimaba el hombro para recoger la cosecha en el menor tiempo posible. Mi amigo aborrecía este trabajo durísimo, que además y para más inri, hacía gratis. Fernando y Marcos, tenían exactamente el mismo problema, los únicos que nos librábamos éramos Enrique y yo. Roberto decía que algún día se marcharía de Jaén para siempre y que nunca más trabajaría en algo relacionado con la aceituna. Al final, lo consiguió. Él siempre conseguía lo que quería. Nunca he conocido a nadie con más tesón y fe en sí mismo.

Le eché el brazo por encima de los hombros mientras andábamos los cinco hacia el edificio, caminando despacio para aplazar al máximo lo inevitable. Parecía apesadumbrado, triste y cabreado. Y no necesariamente por este orden.

—¡Vamos, hombre! —le animé—. Ya verás como el Negro se equivoca y no llueve. Y si llueve… ¡que se joda! Nosotros nos vamos al campo de todas formas. Lo pasaremos genial, ya verás…

Roberto me miró y sonrió.

—Ya, pero si llueve van menos tías al campo, ya sabes. Y es que así no hay manera de ligar. No nos comeremos ni una rosca. Se reducen nuestras posibilidades enormemente. ¡Esto es una mierda como un camión!

Nos echamos a reír mientras subíamos las escaleras de acceso a la primera planta, donde se encontraban nuestras aulas. Nos detuvimos un minuto más antes de separarnos, ellos a 1ºC y yo a 1ºB.

—No te preocupes —dijo Fernando—, de todas formas ya ligamos menos que don Pimpón… Toni, ¿a qué hora quedamos mañana y dónde? Lo digo por si no nos vemos al salir. Y además, yo esta tarde me tengo que ir a Siberia…

Me quedé pensando un momento y al final respondí.

—A las diez en el “enclave Robertil”. Sed puntuales, ¿vale?

El “enclave Robertil” era la puerta de la casa de Roberto. Solíamos elegir ese sitio para nuestras excursiones campestres porque era una especie de encrucijada a y nos pillaba cerca de nuestros respectivos domicilios. Todos se mostraron de acuerdo con la hora y el lugar. Se marcharon bromeando a su clase y yo me quedé mirándolos hasta que desaparecieron tras la puerta. Suspiré y me volví hacia la mía. Los echaba de menos muchísimo.