9 - Nuestro secreto de familia

La interpretación [de la mecánica cuántica] ha seguido siendo una fuente de conflicto desde su introducción… Para muchos físicos juiciosos, ha seguido siendo una suerte de «secreto de familia».

J.M. Jauch

Solo los hechos, señora, solo los hechos.

Sargento Friday de Dragnet

En su libro El sueño de la teoría final, el premio Nobel Steven Weinberg escribe: «La parte de la física de hoy que me parece más probable que sobreviva inmutada en una teoría final es la mecánica cuántica». Compartimos la intuición de Weinberg acerca de la corrección última de la mecánica cuántica.

John Bell, un personaje principal de los capítulos posteriores de este libro, quien probablemente obtendría el Premio Nobel si se le pudiera conceder a título póstumo, tenía la impresión de que «la descripción mecanocuántica quedará obsoleta… Lleva consigo la semilla de su propia destrucción». En realidad, Bell no discrepaba de Weinberg. Su sospecha con la mecánica cuántica no es que vaya a encontrarse un error en cualquiera de sus predicciones, sino que es una teoría incompleta. Para él, la mecánica cuántica revela la falta de compleción de nuestra visión del mundo. Bell pensaba que es probable que «la nueva manera de ver las cosas implicará un salto imaginativo que nos asombrará». (Dicho sea de paso, Bell contaba que fue una lección de Jauch —citado en el epígrafe de este capítulo— lo que inspiró sus investigaciones sobre los fundamentos de la mecánica cuántica).

Igual que Bell, sospechamos que algo más allá de la física ordinaria está por descubrir. No todos los físicos estarían de acuerdo. Muchos, si no la mayoría, quitarían importancia al enigma, nuestro «secreto de familia», como algo a lo que simplemente deberíamos acostumbrarnos. Sin embargo, la existencia de un enigma no es una cuestión física. Es metafísica en el sentido original de la palabra. (Metafísica es el título del texto de Aristóteles que seguía a su texto científico Física, y que trata temas filosóficos más generales). Cuando se trata de metafísica, los no físicos con una comprensión general de los hechos experimentales —sobre los que no hay discusión— pueden tener una opinión tan válida como la de los físicos.

Ilustraremos este punto con un diálogo en el que una doctora en física de mentalidad ortodoxa demuestra algunos hechos experimentales básicos de la mecánica cuántica a un Grupo Racional, Inteligente y de Mente Abierta (GRIMA) que desconoce la teoría cuántica que los explica. Lo que nuestra científica muestra al GRIMA es análogo a la experiencia del visitante de Eug Ahne Poc. Aunque lo que allí se mostraba no es posible en realidad, el desconcierto del visitante es el mismo que siente el GRIMA ante una demostración que es realizable. Puede que el lector comparta ese mismo desconcierto. Nosotros lo compartimos: es el enigma cuántico.

Tras su demostración, nuestra científica ofrece la explicación estándar de lo que se observa, una explicación que suele satisfacer a los estudiantes de nuestras clases de mecánica cuántica, más preocupados por los problemas que tendrán que resolver en sus exámenes que por el significado de lo que calculan. Al GRIMA, en cambio, sí le preocupa el sentido de todo ello. Esperamos que el lector se identifique con el GRIMA.

El «aparato» que emplea nuestra científica es una caricatura de un dispositivo de laboratorio real. Pero los fenómenos cuánticos que pone de manifiesto están bien establecidos para objetos muy pequeños. Estos fenómenos se están evidenciando en objetos cada vez más grandes. En la actualidad se está experimentando con proteínas de tamaño medio. ¿Serán los virus los próximos? La teoría cuántica no impone límites. El tamaño de los objetos susceptibles de evidenciar efectos cuánticos parece restringido solo por la tecnología y el presupuesto.

Podríamos optar por un tratamiento completamente general y decir que los experimentos se hacen con «objetos». Pero esto suena vago. No hay razón por la que nuestros objetos no puedan ser canicas verdes. El experimento ciertamente podría efectuarse con «canicas verdes», siempre que fueran lo bastante pequeñas (digamos del tamaño de moléculas grandes). Así que, en nuestro relato, hablaremos de canicas.

Nuestra científica da la bienvenida a los miembros del GRIMA y les dice: «Se me ha encomendado demostrarles la extraña naturaleza de la observación y contarles la explicación que da la teoría cuántica de lo que verán. A veces los físicos recelamos de llamar la atención sobre tal extrañeza, porque puede hacer que la física parezca mística. Pero estoy segura de que ustedes son personas racionales y de mente abierta para las que eso no supone un problema. Creo que puedo mostrarles algo ciertamente notable».

El primer experimento de nuestra científica es comparable al del visitante de Eug Ahne Poc cuando preguntaba en qué choza estaba la pareja. Siempre obtenía una respuesta que demostraba que la pareja se encontraba junta en una u otra choza.

Nuestra científica señala un conjunto de cajas ordenadas por pares. Explica que con su aparato inyectará una canica en cada par de cajas. «Los detalles del funcionamiento de mi aparato», dice, «no importan». El GRIMA acepta la omisión. Observan cómo ella monta un par de cajas en el extremo derecho de su aparato, deja caer una canica en el embudo de la izquierda y luego saca las cajas. Luego repite el procedimiento hasta sumar unas cuantas decenas de cajas pareadas.

(A diferencia del GRIMA, el lector ya ha tenido contacto con la teoría cuántica, así que hacemos notar que el aparato de nuestra científica incluye un juego de espejos apropiados para repartir la ondulatoriedad de cada «canica» entre las dos cajas de cada par).

«Mi primer experimento», explica nuestra científica, «determinará cuál de las cajas de cada par contiene la canica». Señalando un par de cajas, mira a un miembro del GRIMA que parece bien dispuesto y le pide que abra cada caja y observe cuál de ellas contiene la canica. Tras abrir la primera caja, el joven anuncia: «Aquí está».

«Asegúrese de que la otra caja está completamente vacía», requiere nuestra científica.

Tras mirar bien, el joven dice resueltamente: «Aquí dentro no hay nada». Luego nuestra física pide a una atenta joven que repita el procedimiento de observar en cuál de las cajas está la canica. Tras abrir la primera caja, la joven dice: «Está vacía; la canica debe estar en la otra caja». Y, en efecto, ahí la encuentra.

Figura 9.1.

Nuestra física repite el mismo proceso varias veces más. La canica aparece aleatoriamente en la primera o la segunda caja abierta. Pronto nota que los miembros del GRIMA no prestan mucha atención y murmuran entre ellos. De lejos oye a uno decirle a la mujer que tiene al lado: «¿Qué pretende? Esto no es la extraordinaria demostración que nos prometieron».

Aunque el comentario no iba dirigido a ella, nuestra científica responde: «Lo siento, solo pretendo convencerles de que cuando miramos para comprobar en qué caja está la canica, demostramos que hay una canica completa en una caja y que la otra está completamente vacía. Por favor, aguanten un poco, porque ahora querría mostrarles que no importa cómo revelamos en qué caja está nuestra canica. Hay otra manera de hacerlo».

A continuación coloca un par de cajas enfrente de una pantalla adhesiva y abre una caja. La luz es demasiado tenue para ver la canica que sale disparada, pero se escucha un «plinc» y se ve una canica pegada a la pantalla. «Ah, la canica estaba en la primera caja», dice. «Por lo tanto, ninguna canica golpeará la pantalla cuando abra la segunda caja». «Obviamente», murmura alguien desde la retaguardia del grupo.

Figura 9.2. Apertura secuencial de las cajas y resultado en la pantalla.

Aunque de nuevo se hace difícil mantener la atención del GRIMA, nuestra persistente científica repite la demostración con otros pares de cajas. Si una canica golpea la pantalla cuando ella abre la primera caja, no aparece ninguna canica cuando abre la segunda. Si no aparece nada en la pantalla después de abrir la primera caja, la canica siempre resulta estar en la segunda caja. La pantalla se va llenando de canicas adheridas con una distribución uniforme.

«¿Entienden que esto también es una demostración de que hay una canica en una de las cajas de cada par, y que la otra está vacía?», pregunta ella.

«Desde luego, pero ¿dónde está la extraordinaria demostración que nos prometió?», refunfuña uno de los asistentes. «Por supuesto que no importa cómo miremos. Su aparato coloca una canica en una caja de cada par. ¿Y qué?». Otros asienten con la cabeza, y una mujer exclama: «¡Tiene razón!».

«En realidad», dice nuestra científica un tanto vacilante, «lo extraordinario —como espero demostrar— es que lo que él acaba de decir no es del todo cierto. Pero antes permítanme hacer otro experimento».

El segundo experimento de nuestra científica es comparable al del visitante de Eug Ahne Poc cuando preguntaba en qué choza estaba la mujer y en cuál el varón. Siempre obtenía una respuesta que demostraba que la pareja estaba distribuida entre ambas chozas.

El GRIMA recupera educadamente la compostura para contemplar el siguiente experimento.

Nuestra científica sitúa un nuevo conjunto de cajas pareadas enfrente de la pantalla adhesiva y abre las dos cajas del primer par: «La diferencia ahora», remarca, «es que abro ambas cajas al mismo tiempo». Un «plinc» indica el impacto de una canica en la pantalla. Tras desechar el primer par de cajas, la científica coloca un segundo par en el mismo sitio y vuelve a abrir ambas cajas a la vez. Se oye otro «plinc» y aparece otra canica en la pantalla.

Las canicas se acumulan en la pantalla a medida que ella continúa abriendo cajas pareadas. Un tipo con una camisa roja inquiere con tono flemático: «¿No cree que este experimento demuestra aún menos que el primero? Puesto que ahora abre ambas cajas a la vez, ni siquiera podemos decir de qué caja ha salido la canica».

Pero antes de que la científica comience a hilvanar una respuesta, una mujer hasta entonces callada se adelanta y dice: «Parece que las canicas forman un patrón en la pantalla».

Ahora todos miran interesados. Cuantas más canicas se pegan a la pantalla, más visible se va haciendo el patrón. Las canicas inciden solo en ciertas zonas de la pantalla, y en otras no hay canicas. Cada canica obedece una regla que le dice dónde puede ir a parar y dónde no.

Figura 9.3. Resultado en la pantalla de la apertura simultánea de las cajas.

La primera mujer que advirtió el patrón parece intrigada y pregunta: «En el primer experimento, cuando las cajas de cada par se abrían por separado, las canicas se distribuían uniformemente por la pantalla. ¿Cómo puede afectar la apertura simultánea de la caja vacía y la que contiene la canica al comportamiento de las canicas?».

Nuestra científica, complacida con la pregunta, responde exaltada: «¡Muy bien! Abrir una caja que estaba realmente vacía no podía afectar a la canica. Había una canica por cada par de cajas. Pero no es del todo correcto decir que una caja contenía la canica y la otra estaba vacía. Cada canica de un par estaba en ambas cajas a la vez».

En respuesta a las expresiones de duda en las caras de la mayoría de miembros del GRIMA, nuestra científica insiste: «De hecho, hay una manera muy convincente de demostrar lo que digo, aunque llevará un poco de tiempo».

El GRIMA conversa y se relaja mientras ella prepara tres conjuntos de cajas pareadas, cada uno con una separación diferente entre las cajas de cada par. Tras recabar de nuevo la atención del grupo, repite el experimento de la apertura simultánea de las cajas con el primero, el segundo y el tercer conjunto de cajas pareadas.

«Fíjense en que cuanto más separadas están las cajas del par, menos espaciado es el patrón resultante. La regla que obedecen todas y cada una de las canicas, la regla que les dice dónde pueden incidir, depende de la separación de su par de cajas. Así pues, cada canica «conoce» esa separación, por lo que cada canica debe haber ocupado ambas cajas de su par».

«Un momento, señora», exclama un niño. «Está diciendo que la canica estaba en dos sitios a la vez, que salió de ambas cajas. ¡Eso es una estupidez!… Ah, oh, lo siento, señora».

Figura 9.4. Resultados de la apertura simultánea de las cajas para distintas separaciones entre las cajas de cada par.

«Tranquilo, muchacho», responde nuestra científica. «Tienes mucha razón. La canica estaba en dos sitios a la vez. Estaba en ambas cajas. La actitud científica consiste en aceptar lo que nos dice la Naturaleza con independencia de nuestras intuiciones. Una canica saliendo de dos cajas a la vez puede sonar absurdo, pero las demostraciones experimentales no nos dejan alternativa».

Nadie responde. Pero al cabo de un minuto, el tipo de la camisa roja vuelve a hablar: «Hay una alternativa obvia. En el primer experimento, donde usted abría primero una caja y después la otra, veíamos que una caja de cada par estaba completamente vacía. Pero, como acaba usted de decir, para estos otros conjuntos de cajas pareadas cada canica se dividió de manera que algo de ella fue a parar a cada caja de su par. Está claro que estos conjuntos de cajas pareadas se han preparado de manera diferente».

Nuestra científica hace una pausa con las manos en las caderas para dejar que el grupo rumie la idea, y luego comenta: «Es una hipótesis razonable. Pero lo cierto es que los pares de cajas para ambos experimentos se prepararon de manera idéntica. Podría haber hecho cualquiera de los dos experimentos con cualquiera de los dos conjuntos de cajas pareadas. Permítanme probarlo».

Figura 9.5.

El tercer experimento de nuestra científica es comparable al del visitante de Eug Ahne Poc cuando hacía cualquiera de las dos preguntas, pudiendo elegir libremente entre demostrar que la pareja estaba en una misma choza o demostrar que estaba repartida entre ambas chozas.

Tras la pausa para el café, durante la que nuestra científica ha preparado y apilado varios conjuntos de cajas pareadas, el grupo vuelve a reunirse. Una mujer toma la palabra: «Hemos estado comentando lo que ha dicho antes, y al menos algunos de nosotros estamos confundidos. Unos cuantos pensamos que usted afirmó haber demostrado que una caja de cada par estaba vacía, y también que ninguna caja estaba vacía, pero ambas situaciones son contradictorias. ¿Hemos entendido mal?».

Figura 9.6. Dibujo de Charles Addams. © Tee Charles Addams Foundation.

«Bueno, su interpretación es casi correcta. ¿Qué situación querría demostrar con este grupo de cajas pareadas?».

Un tanto intimidada, la portavoz duda, pero la otra mujer que está a su lado se ofrece voluntaria: «Muy bien, muéstrenos que una caja de cada par está vacía».

Nuestra científica repite el primer experimento de apertura sucesiva de las cajas, revelando cada vez una canica en una de las cajas y nada en la otra. Luego comenta: «Y les aseguro que no importa cómo se examinen las cajas vacías: nunca encontraremos nada en ellas». Otro de los presentes con ganas de cooperar señala otro conjunto de cajas pareadas y pregunta: «¿Puede mostrarnos ahora que ninguna caja de este otro conjunto está vacía?».

«Desde luego». Y nuestra científica, abriendo ambas cajas de cada par simultáneamente, repite el experimento una docena de veces para demostrar que cada canica debe haber ocupado ambas cajas de su par.

Unas cuantas veces más, nuestra científica demuestra una de las dos situaciones aparentemente contradictorias, a voluntad de un miembro del GRIMA.

En medio de una de las demostraciones, un individuo no puede más y exclama: «Lo que nos está diciendo —y admito que parece haber demostrado— no tiene sentido. Es lógicamente inconsistente… Perdón por la interrupción».

«No pasa nada», le tranquiliza ella. «Lo que usted plantea es importante».

Así que él continúa: «Usted afirma poder demostrar que ambas cajas de cada par contienen al menos algo de la canica, pero se supone que también puede demostrar que una de las cajas de cada par está vacía del todo. Y eso es lógicamente inconsistente».

«Sería así», replica nuestra científica, «si demostráramos ambos resultados para el mismo conjunto de cajas pareadas. Pero como hemos empleado un conjunto diferente de canicas para cada demostración, no veo ninguna inconsistencia lógica».

Una mujer objeta: «Pero las cajas pareadas con las que usted demostró una cosa podrían haber servido para demostrar la otra si nosotros se lo hubiéramos pedido».

«Pero no lo hicieron», es la respuesta casi automática de nuestra científica. «Las predicciones de experimentos no realizados no pueden comprobarse. Por lo tanto, lógicamente, no hay necesidad de que la ciencia dé cuenta de ellas».

«Oh, no, no puede escurrir el bulto así», protesta el objetor inicial. «Somos seres humanos conscientes, tenemos libre albedrío. Podríamos haber elegido la otra opción».

Nuestra científica, un tanto azorada, replica: «La conciencia y el libre albedrío son temas que competen a la filosofía. Admito que la mecánica cuántica invita a entrar en estos asuntos, pero la mayoría de físicos preferimos evitar esta clase de discusiones».

Otro objetor anterior expresa su insatisfacción: «Muy bien, pero estará de acuerdo en que, antes de que miráramos, una caja de cada par contenía una canica o estaba vacía. Ustedes los físicos creen en un mundo físicamente real, ¿o no?».

Él considera que su pregunta es puramente retórica. Al menos espera un «sí, por supuesto» como respuesta.

Pero nuestra científica titubea, y de nuevo responde con evasivas: «Lo que existía antes de que miráramos, lo que usted llama “un mundo físicamente real”, es otro tema que la mayoría de físicos preferimos dejar a los filósofos. A todos los efectos prácticos, todo lo que necesitamos considerar es lo que vemos cuando efectivamente miramos».

«¡Lo que está usted diciendo acerca del mundo es descabellado!», exclama el insatisfecho objetor. «Está diciendo que lo que existía antes de mirar algo es creado por el modo de mirarlo». La mayoría del grupo asiente con la cabeza; otros parecen desconcertados.

«Bueno, les había prometido enseñarles algo extraordinario, y lo he hecho, ¿no?». En respuesta a algunos entrecejos fruncidos y negaciones con la cabeza, nuestra científica continúa: «Descubrimos que el mundo es más extraño de lo que nunca habíamos imaginado, quizá más extraño de lo que podemos imaginar. Pero así es como es». «¡Espere!», dice con firmeza una mujer hasta entonces callada. «No puede seguir eludiendo las cuestiones que suscita su demostración. Tiene que haber una explicación. Por ejemplo, en vez de estar en ambas cajas, puede que cada canica tenga una suerte de radar indetectable que le informa de la separación de su par de cajas».

«Nunca podemos excluir la existencia de cosas “indetectables”, es cierto», admite nuestra física. «Pero una teoría sin consecuencias comprobables más allá de aquello que pretende explicar no es científica. Igual de útil que su teoría del “radar indetectable” sería suponer que un hada invisible guía cada canica». Advirtiendo que ha abochornado a la proponente de la teoría del radar, la científica se excusa: «Lo siento, he sido demasiado sarcástica. Las especulaciones como la suya pueden servir de lanzaderas para la concepción de teorías comprobables».

«No pasa nada, no me he ofendido».

«En realidad, ya tenemos una teoría que explica todo lo que he demostrado experimentalmente aquí», continúa nuestra física, «y muchísimo más. Es la teoría cuántica. Es la base de toda la física y la química, y de buena parte de la tecnología moderna. Incluso las teorías cosmológicas se basan en ella».

«¿Por qué no la usa para explicarnos lo que nos ha mostrado?», pregunta una mujer sentada con la barbilla apoyada en sus manos.

«Podría haberlo hecho», replica nuestra científica, «pero quería que comprendieran algo importante: que la conclusión extraordinaria a la que hemos llegado (que la condición física de la canica depende de nuestra libre elección del experimento) emana directamente de los hechos experimentales. “Solo los hechos, señora, solo los hechos”, como solía decir el sargento Friday. Es el experimento cuántico el que plantea el enigma, no es algo puramente teórico. Pero ahora que ya han visto las demostraciones, permítanme revelarles la explicación que da la teoría cuántica de lo que hemos visto».

«Mi aparato», continúa, «coloca una canica en cada par de cajas, pero no mete la canica en una de las cajas. Hablemos del primer experimento, en el que encontrábamos una canica en una de las cajas y veíamos que la otra estaba vacía.

»La teoría cuántica nos dice que, antes de que miráramos, la canica estaba en lo que llamamos un “estado de superposición”, simultánea mente en ambas cajas. Nuestro conocimiento de su presencia en una caja particular causó que se encontrara en esa caja en su totalidad. Aunque obtuviéramos ese conocimiento comprobando que la caja está vacía y ni siquiera viéramos la canica, la mera constatación de que se encuentra en la otra caja haría que estuviera allí en su totalidad. Adquirir conocimiento como sea es suficiente».

El GRIMA (como grupo de gente razonable, inteligente y de mente abierta que es) escucha educadamente. Pero las palabras de nuestra científica no cuentan con su aceptación.

De pronto un hombre brama: «¿Está diciendo que antes de que miráramos y la encontráramos en una de las cajas, la canica no estaba allí, que nuestra observación creó su presencia en la caja? Eso sería absurdo».

«Un momento, creo que entiendo lo que está diciendo», dice la mujer sentada junto a él, acudiendo voluntariamente al quite. «He leído algo sobre mecánica cuántica. Creo que quiere decir que la función de onda de la canica, que es la probabilidad de su presencia, se repartía entre ambas cajas. Por supuesto, la canica real estaba en una de las dos cajas».

«La primera parte de lo que dice es correcta», dice nuestra física con tono alentador. «Lo que había en cada una de las cajas era, en efecto, la mitad de la función de onda de la canica. La ondulatoriedad es la probabilidad de encontrar una canica en la caja. Pero no hay ninguna “canica real” aparte de la función de onda. La función de onda es lo único que describe la física y, por lo tanto, es la única cosa física». Nuestra científica observa ceños fruncidos y ojos mirando hacia arriba. Menos mal que es gente (presuntamente) de mente abierta. «Fíjense de qué modo tan elegante explica la teoría cuántica los patrones que obtenemos cuando se abren las cajas al mismo tiempo», continúa. «Las partes de la función de onda que estaban en cada caja se despliegan sobre la pantalla detectora».

Prosigue haciendo ondear ambas manos mientras habla: «Las dos partes de la función de onda son ondas que salen de cada caja y llegan a la pantalla. En algunas zonas de la pantalla las crestas procedentes de una caja llegan al mismo tiempo que las crestas procedentes de la otra caja, de manera que las funciones de onda de ambas cajas se suman. Tenemos así una zona de gran ondulatoriedad, con una elevada probabilidad de encontrar una canica. En otras zonas de la pantalla, las crestas procedentes de una caja coinciden con los valles procedentes de la otra, de manera que las funciones de onda de ambas cajas se cancelan. Lo que tenemos entonces es una zona de ondulatoriedad nula, donde la probabilidad de encontrar una canica es cero. Esta es la regla que le dice a cada canica dónde puede incidir. La adición y cancelación de ondas se denomina “interferencia”, y es lo que explica el llamado “patrón de interferencia” que vemos».

Figura 9.7. Refuerzo y cancelación mutua de las ondas procedentes de un par de cajas.

Satisfecha con su explicación, nuestra científica espera sonriente con las manos en las caderas.

Una joven de aspecto pensativo responde pausadamente: «Entiendo que las ondas —usted las llama funciones de onda— puedan crear patrones de ondulatoriedad. Podemos verlo incluso en la superficie del agua. Pero la probabilidad tiene que ser de algo. ¿De qué es la probabilidad representada por la ondulatoriedad, si no de la presencia de una canica real situada en alguna parte?».

«La función de onda de la canica en un punto da la probabilidad de encontrarla en ese punto», subraya nuestra científica. «No había ninguna canica real antes de que mirásemos y la encontrásemos allí». «Sé que lo que digo no es fácil de aceptar», continúa comprensiva. «Lo diré de otra manera. Consideremos una canica cuya función de onda está igualmente repartida entre ambas cajas. Si miramos dentro de cualquier caja, descubrimos dónde está la canica. La probabilidad se hace uno en una caja y cero en la otra. La ondulatoriedad colapsa totalmente en una sola caja. Esa ondulatoriedad concentrada, creada por nuestra observación, es lo que ustedes llaman canica real. Pero el hecho de que podamos ver un patrón de interferencia prueba que no había ninguna canica real en una de las dos cajas antes de que miráramos».

«¡Espere un segundo!», dice un individuo que ha estado frunciendo el entrecejo y negando con la cabeza. «Si usted lo dice de otra manera, yo también lo diré de otra manera: si la teoría cuántica dice que al observar que algo está en algún sitio lo estoy haciendo aparecer ahí, entonces lo que dice es ridículo».

«¿No querrá decir “chocante”, por casualidad?», replica nuestra física. «Niels Bohr, uno de los fundadores de la mecánica cuántica, dijo una vez que cualquiera que no se sintiera desconcertado por la mecánica cuántica es que no había entendido nada. Pero ninguna de las predicciones de la teoría se ha demostrado errónea. Estará de acuerdo conmigo en que hacer predicciones sistemáticamente correctas es el único criterio que debe satisfacer una teoría científica. Así ha obrado el método científico desde Galileo. El que se ajuste o no a nuestras intuiciones debería ser irrelevante».

En este punto, otra integrante del GRIMA ya no puede contenerse: «Si está diciendo que las cosas no observadas no son más que probabilidades, que nada es real hasta que lo observamos, está diciendo que vivimos en un mundo onírico. ¿Está intentando vendernos un necio solipsismo?».

«Bueno», replica nuestra científica calmosamente, «hay una gracia salvadora. Los objetos grandes que manejamos son bien reales. Recuerden que para demostrar la creación por la observación debemos hacer algún experimento de interferencia. Y esto no es factible con los objetos grandes. Así que, a todos los efectos prácticos, no hay de qué preocuparse».

Mientras la destinataria de la respuesta se sulfura en silencio, otro miembro del GRIMA levanta un vacilante brazo y dice: «Si las cosas pequeñas no son reales, ¿cómo pueden serlo las grandes? Después de todo, las cosas grandes no son más que colecciones de cosas pequeñas. Una molécula de agua es un átomo de oxígeno y dos de hidrógeno, y un cubito de hielo es una colección de moléculas de agua, y un glaciar no es más que un gran cubo de hielo. ¿Acaso creamos el glaciar al observarlo?».

Ahora nuestra científica está visiblemente incómoda. «Bueno, en cierto sentido… es un poco complicado… pero, como he dicho, a todos los efectos prácticos realmente la cosa no tiene importancia, así que…». Luego, al ver a un miembro del GRIMA con una expresión amigable, ella le invita a intervenir con una sonrisa.

Intentando ser conciliador, él le confía: «Quizás a donde nos quiere usted llevar es a la idea de que “nosotros creamos nuestra propia realidad”. A veces estoy mucho en esa línea».

«Oh, puedo compartir eso», asiente nuestra física. «Pero esa clase de “realidad” es algo distinto. Cuando digo “yo creo mi propia realidad”, estoy hablando de realidad subjetiva. Estoy diciendo que acepto la responsabilidad de mis percepciones personales y mi situación social (o al menos algo parecido). La realidad de la que estamos hablando aquí es una realidad objetiva, una realidad física. Una observación crea una situación objetiva, que es la misma para todo el mundo. Después de que la observación de una de las cajas colapse la función de onda de la canica en una caja particular, cualquiera que eche un vistazo encontrará la canica allí, aunque pudiéramos haber demostrado que no estaba antes de abrir la caja».

La mujer que se sulfuraba en silencio al final estalla: «¡Esta creación de realidad de la que habla es una locura! ¡Puede que su teoría cuántica funcione perfectamente, pero es absurda! ¿Es que a ustedes los físicos les dejan actuar con impunidad?».

«Supongo», replica nuestra científica.

«¡Entonces la cosa tiene delito, y están saliendo bien librados!».

«Bueno, tenemos por costumbre dejar escondido el secreto de familia».

Esperamos que el lector se identifique con el GRIMA. Nosotros lo estamos, al menos cuando, con la mente abierta, intentamos comprender lo que en verdad ocurre. Lo mejor que uno puede hacer cuando se siente desconcertado es volver atrás y ponderar la demostración neutral de los hechos puros y duros. Y ahora, para dejar de preocuparnos y aprender a amar la mecánica cuántica desde un punto de vista pragmático, volvamos a la interpretación de Copenhague.