Prólogo

Esos tipos que mataban a sus esposas no tenían la menor idea de cómo hacer las cosas bien, de cómo liquidarlas y salir después de rositas.

Malcolm Turner frunció el ceño disgustado mientras aparecían los créditos que señalaban el final de un programa basado en crímenes reales que acababa de ver en la televisión. El de aquel día había tratado el caso de un enfermero que había asesinado a su esposa, una mujer rubia y respondona. Por lo que a Malcolm concernía, se merecía la muerte, porque se había comportado como una auténtica perra. ¿Pero qué clase de estúpido hablaba con nadie de cloruro de succinilcolina justo antes de utilizarlo para poner fin a una vida?

—Qué estupidez —musitó Malcolm.

Miró de nuevo a su esposa, que dormía a su lado. Cuando él matara a su mujer y a su hijastro, nadie se haría ni una sola pregunta. Creerían exactamente lo que quería que creyeran, porque él sabía lo que se hacía.

No podía ser de otra manera. Al fin y al cabo, llevaba quince años trabajando como policía.