Capítulo 8
Polly esperó hasta que se alejaron bastante del hospital antes de hablar.
—Esto tiene que cesar —aseveró ella y quedó desconcertada cuando él repuso:
—Estoy de acuerdo. ¿Tiene alguna sugerencia? Pudo rechazar la invitación, entonces mi abuela se habría desilusionado y no hay que decepcionar a los ancianos, ¿no cree?
Polly buscó algún argumento para disentir, y no lo encontró.
—Está bien, es la última vez —lo repitió dos veces y él no contestó. Comenzó a hablar de la operación de la mañana, preguntándole si había entendido todo y si le interesó—. Ah, sí, aunque había bastantes cosas que no entendí…
—¿Cómo qué, por ejemplo? —Él la alentó a hablar y seguían en la charla cuando cruzaron las puertas de su casa. A partir de ese momento la señora Gervis se encargó de la conversación, saludándolos con placer y haciéndole una serie de preguntas hasta que fueron a cenar.
—Fue muy gentil en venir —observó la señora. Supongo que ha estado muy ocupada el día de hoy y no es nada divertido pasar sus horas libres escuchando las divagaciones de una anciana —le lanzó una mirada al profesor, que estaba en el otro extremo de la mesa—; creo que también tiene sus compensaciones —comían el pastel cuando dijo—: Desde luego, vendrá usted a visitarme algún día, ¿verdad, querida? Vivo en Cheltenham… quizá Sam se lo mencionó. Cuando tenga tiempo, me encantará verla.
Polly terminó de comer el pastel y le dio las gracias con cortesía. Le parecía poco probable que volviera a ver a la anciana, pero no le hacía ningún daño con animarla. Además, le caía muy bien, principalmente porque era abuela de Sam y todo lo que fuera de él, era importante para ella.
Estaban sentados a la sala, tomando el café, cuando entró Deirdre. Los tres habían estado charlando y riéndose y no oyeron el coche que llegó, así que levantaron la vista sorprendidos cuando se abrió la puerta.
—¡Qué placer tan inesperado! —exclamó el profesor—. Por favor pasa, Deirdre… Le diré a Jeff que traiga más café. Pensé que esta noche cenabas con los Symes.
—Sí, pero me fui en seguida después de cenar. ¿Éste es el motivo de tu negativa a la invitación?
—Sí, no tengo con frecuencia el placer de la compañía de mi abuela y ella quería ver a Polly una vez más, antes de irse a su casa.
—¿Va a pasar ella la noche aquí? —Despectiva, indicó con la cabeza a Polly.
—Cuidado, Deirdre. Polly es una invitada en mi casa —respondió ecuánime y Deirdre sonrió.
—Me pregunto qué pensarán en el hospital, aunque supongo que es algo usual… aventuras amorosas entre médicos y enfermeras, para aliviar la aburrición —acusó Deirdre.
—No estoy seguro de por qué viniste y no hay motivo para que te quedes más aquí, Deirdre. Te acompañaré a tu coche —algo en el rostro de Sam la hizo ponerse de pie.
—Y no crea que voy a disculparme —le anunció a Polly.
—No esperaba que lo hiciera —repuso Polly, bastante controlada. La señora Gervis habló decidida.
—Tiene que lavarse la boca con agua y jabón —observó fríamente—. Si no fuera una visita en la casa de Sam, ya la hubiera echado fuera desde hace mucho.
Deirdre caminó hacia la puerta y luego se volvió, poniendo una mano sobre el brazo de Sam.
—Querido, sé que he sido perversa, ¿me perdonarás? Después de todo nos casaremos pronto. ¿Lo has olvidado? —Había seducción en el tono dé voz y le sonrió, sin huellas del mal humor de unos instantes. Él se apartó, así que la mano de Deirdre cayó a un lado.
—No lo he olvidado —abrió la puerta, siguiéndola al vestíbulo; luego Polly oyó que el coche se ponía en marcha y se alejaba.
—Una mujer detestable —afirmó la señora Gervis con severidad— y además, mostró su verdadero carácter —le sonrió a Polly—. Los hombres, aun los más inteligentes y buenos, necesitan una mano que les ayude en estas cosas.
—Éste es uno que no necesita que lo ayuden —agregó el profesor desde la puerta—. Soy bastante capaz de manejar mis propios asuntos, muchas gracias —cruzó la habitación y se sentó—. Siento mucho que haya sucedido esto, Polly. ¿Cuándo estará libre la semana próxima? ¿Podría disponer de tiempo para venir a comer? Si viene con Joseph, traeré a Jane. La llevaré a ella a su casa en la tarde y a usted también, si puede arreglárselas.
Así que Deirdre y su desastrosa conducta iban a ser ignoradas. Polly habló con su acostumbrada calma:
—La semana próxima, tengo el jueves y el viernes…
—Que sea el jueves. Joseph la puede traer, haré que tenga medio día libre. Operaremos en la mañana, no serán muchos, así que él podrá irse al mediodía y llegar aquí a tiempo para la comida. Yo iré a Cheltenham a traer a Jane, ella todavía no tiene permiso para conducir.
Polly estuvo a punto de sugerirle que, ya que Joseph era él que quería ver a Jane, que él la recogiera en Cheltenham, lo que significaría que el profesor tendría que traerla a ella, así que no lo sugirió. Levantó la vista y vio que él la observaba; se sonrojó, preocupada de que él hubiera adivinado sus pensamientos. Lo cual, desde luego, él sí descubrió.
Una hora más tarde, el profesor se dispuso a llevarla de regreso al hospital, después de una vivaz despedida de su abuela.
—La volveré a ver, querida —agregó la anciana—. Ha sido una velada muy agradable —ofreció una suave y arrugada mejilla—. Me puede besar.
Polly se sentó junto al profesor en el cómodo coche. Había mucho que quería decirle, mas no sabía cómo empezar. Y él no la ayudaba, pensó, molesta.
—No culpo a Deirdre por lo sucedido, lo que quiero decir es… ella va a casarse con usted… y lo digo en serio: esto tiene que acabar —él disminuyó la velocidad.
—Hay algunas cosas que no pueden cesar, Polly: las olas del mar, el viento, el cambio de estaciones… y enamorarse. No podemos hacer nada para detenerlos.
—Usted ama a Deirdre y ella lo ama a usted, van a casarse.
—Es lo que insiste en decirme, querida niña. ¿Ha estado enamorada alguna vez?
Era fácil hablar con él en la penumbra del coche, al anochecer.
—Sólo una vez —y no agregó que sería una vez en la vida, estaba segura que nunca amaría a nadie como lo amaba a él. Cuando Sam se casara, trataría de olvidarlo, ya otras mujeres lo habían hecho, ella también lo lograría. Estaba quizá un poco interesado en ella… no enamorado y por eso él y Deirdre reñían. Antes que ella lo encontrara ese día en que iba de regreso a su casa, el futuro de él debió parecer feliz y estable, pero en alguna forma, sin desearlo, ella lo había trastornado y dijo en voz alta, sin querer—: Sam, tienes que casarte pronto.
—Eso intento hacer —se salió del camino y detuvo el coche—. Me llamaste Sam —y se inclinó para besarla con intensidad. De nuevo puso en marcha el coche, sin decir nada, silbando suavemente, mientras Polly se quedaba sin habla.
Al llegar al hospital, él le dijo:
—Estaré fuera unos días, pero arreglaré las cosas con Joseph para el jueves próximo —salió del coche, abrió la puerta de Polly y la acompañó hasta la entrada, donde se despidió de ella y luego fue a hablar con el portero nocturno.
Polly murmuró las gracias y las buenas noches y corrió hacia la residencia de las enfermeras, esperando que sus amigas ya se hubieran acostado, para que ella pudiera meterse en la cama a su vez y meditar bien las cosas. Todavía estaban despiertas, preparando una última taza de té y quejándose de dolor de pies y de despiadadas jefas de enfermeras. Se abalanzaron sobre Polly, le ofrecieron té y la interrogaron acerca de su velada.
—¿Fue desagradable estar con esa señora anciana? —preguntó una de las amigas—. Te veo exhausta, Polly.
—Es un encanto de viejita, al principio yo estaba cansada y me hizo muchas preguntas, pero me simpatiza mucho.
Al fin todas se fueron a acostar y Polly se dio un baño muy caliente, que no le despejó la cabeza, sino que le dio más sueño. Se metió en la cama y se durmió, con los pensamientos hechos una maraña tal, que no sabía cómo iba a desenredarlos.
* * *
Al día siguiente, todo estuvo mal. La encargada del personal, que de todos modos le tenía aversión, la criticaba todo el tiempo, encontrando defectos en lo que hacía y para empeorar las cosas, tropezó con una palangana de agua que había en medio del pabellón y desparramó el contenido en todas direcciones, en el momento que entraba el profesor. La encargada aprovechó la oportunidad para regañarla, el profesor pareció no darse cuenta de nada y se volvió, caminando hacia el otro extremo del pabellón, charlando con su suplente y con Joseph, y se quedó con sus pequeños pacientes hasta que Polly salió del pabellón.
Y la preceptora, que por lo general era una mujer calmada, aunque severa, la regañó; sus notas no estaban bien tomadas y ya debería saber los huesos del cuerpo… y ella, toda una estudiosa del latín, había hecho una historia clínica de un niño con tos ferina demasiado concisa. Polly terminó el día convencida de que nunca llegaría a ser buena para nada; lo más probable sería que terminara siendo la acompañante de alguna anciana, era lo que se ajustaba a su espíritu decaído. Mañana, decidió al acostarse, iría a la Dirección y les diría que abandonaba los estudios.
Las nueve era la hora en que las enfermeras; podían ir a la dirección, ya fuera a hacer una petición o a recibir un regaño por un crimen tan atroz, que la encargada del pabellón no podía resolverlo. Desde luego, tendría que obtener el permiso de la señora Bates, la jefa de enfermeras.
Polly miraba el reloj cada rato, al día siguiente, mientras limpiaba a los bebés después del desayuno. De pronto la jefa de enfermeras salió del pabellón. La encargada del personal estaba en los rayos X, buscando unas radiografías y la enfermera Honeybun bañaba a los bebés. De las otras dos enfermeras, una se había ido a cambiar el delantal, y la otra tenía sus días libres Polly, le ató un baberito al último bebé que atendía y empezó a caminar hacia el consultorio de la jefa de enfermeras, mirando orgullosa la hilera de caritas limpias en sus cunas. En la última cuna, la carita, además de limpia estaba morada.
Polly gritó alarmada, le habían hablado sobre la asfixia, pero nunca la había visto. No tenía caso llamar a la enfermera Honeybun, que estaba ocupada con otro bebé, tendría que hacer algo. Polly levantó al bebé por los pies y le golpeó entre los hombros, nada sucedió; se puso más morado y su respiración era muy irregular. Después del primer impacto, Polly recordó lo que le habían dicho que debía hacer. Enderezó al bebé y le metió un dedo en la garganta con cuidado. No había nada al alcance de su dedo. Desesperada, corrió a lo largo del pabellón con el niño en brazos, cruzó las puertas giratorias y entró en el terreno prohibido del quirófano.
Había varias personas en el vestíbulo que conducía a la sala de anestesia y ella le dio el niño a la persona que estaba más cerca… el profesor Gervis.
—¡Sam! —gritó—. ¡Por amor de Dios… no respira! Ya lo puse cabeza abajo y le metí un dedo en la garganta… ¡Haz algo!
Hubo un profundo silencio durante un par de segundos… primero por el bebé y luego, porque nadie se había atrevido a llamar «Sam» al profesor Gervis en su cara. Él no dijo ni una palabra, colocó al niño en la mesa de operaciones y se inclinó sobre él. Polly esperó hasta que lo oyó decir:
—Un escalpelo y un tubo de traqueotomía, por favor —luego la joven corrió de regreso al pabellón, para encontrarse con el rostro colérico de la encargada del personal.
—¡Cómo se atreve a abandonar el pabellón, enfermera Talbot! Está prohibido y usted lo sabe. La enfermera Honeybun no puede estar en todas partes… ¡Es usted una irresponsable!
—Benny Miles se estaba ahogando y no había nadie aquí. No sabía qué hacer… Corrí al quirófano con él… —repuso Polly.
—¿Qué hizo? Usted sabe que nunca debe entrar ahí sin permiso y hay una lista de operaciones esta mañana. La reportaré a la jefa de enfermeras. ¿En dónde está Benny?
—En el quirófano. El profesor Gervis lo está atendiendo.
—Quédese en el pabellón y no se atreva a salir de aquí. Voy al quirófano, no se puede confiar en usted, enfermera Talbot.
Sólo hacía falta que algo así sucediera, pensó Polly. No tenía idea de qué otra cosa podía haber hecho, pero hizo lo indebido Si antes no estaba muy segura de querer ir a la dirección, esto había afianzado su decisión. En el instante en que la enfermera Bates atravesó la puerta, Polly le pidió permiso para ir a hablar con la directora de enfermería y le dijo:
—La encargada del personal está en el quirófano con Benny Miles, se estaba asfixiando —y de inmediato se escabulló, antes que la jefa empezara a interrogarla. Quedaban cinco minutos del tiempo que se les concedía a las enfermeras para ir a la dirección y, aunque su delantal estaba arrugado y su cabello desarreglado, a Polly no le importó. La indignación y el miedo se habían sobrepuesto a los demás sentimientos. Se sintió aliviada de que Sam estuviera ahí, él sabría qué hacer y Benny estaría bien de nuevo.
Era la última en llegar y la enfermera de la recepción frunció el ceño.
—Enfermera, está usted muy desarreglada, le sugiero que venga mañana a las nueve —su severa mirada señaló el reloj de la pared, que marcaba dos minutos para la hora— y venga pulcramente vestida, por favor.
—Me entretuvieron por una emergencia y tengo que ver a la señorita Brice, es muy urgente.
—Muy bien, puede entrar, enfermera… ¿cómo se llama usted?
—Talbot. —Polly abrió la puerta y cruzó la oficina para pararse frente al escritorio. La última vez que había hecho eso, recordó, fue durante la entrevista, hacía muy poco tiempo.
—¿Enfermera Talbot? —La directora la miró, sonriendo levemente. Sabía los chismes que corrían sobre Polly y el profesor Gervis, pero apreciaba al profesor, eran antiguos amigos y no tenía nada en contra de la sencilla y tensa chica que estaba frente a ella. Polly tomó aliento.
—Señorita Brice, quisiera abandonar mi carrera. Yo… no soy lo bastante buena para ser enfermera… Soy irresponsable y desobedezco las reglas y dejo caer cosas. Ah… y no se puede confiar en mí —la señorita Brice se apoyó en el respaldo.
—¿Y quién dice estas cosas, enfermera?
—No puedo decirle, pero es verdad —agregó, mas calmada—. Ya tomé la decisión… y lo siento, porque pensé que… Alguien que es una autoridad en… enfermería me dijo que yo nunca sería una buena enfermera.
—¿Ya lo ha pensado bien, enfermera? ¿No es un chispazo de pánico por que pasó algo malo en el pabellón? Está usted con la jefa de enfermeras Bates, ¿no es así?
—Sí, señorita Brice y ella ha sido muy gentil conmigo.
—¿Y, sin embargo, quiere usted irse?
—Sí. ¿Tengo que esperar todo el mes? —La señorita Brice examinó el pálido rostro de Polly.
—No —dijo con gentileza—, eso no será necesario, pero debe comprender que primero tengo que recibir un reporte de la encargada del pabellón. Creo que lo mejor será que se tome sus días libres desde ahora, yo veré a la enfermera Bates, usted no necesita regresar al pabellón. Vaya a su casa, discútalo con sus padres y tome una decisión final. Veamos, hoy es martes… venga el jueves, después de comer y si entonces todavía quiere irse, arreglaremos las cosas.
—Sí, señorita Brice. ¿Puedo irme a casa ahora?
—En cuanto se haya cambiado de ropa, la veré el jueves.
Polly salió por una puerta lateral y tomó un autobús hasta la estación. Había bastantes trenes a Cheltenham, así que tomó el siguiente y después un autobús a Pulchester, donde tomó uno local hasta su casa. Su madre era la única que estaba ahí. Le echó una rápida ojeada al rostro de Polly y dijo con tono alegre:
—¡Querida, qué agradable sorpresa! Ven a la cocina y voy a preparar más café —el rostro petrificado de Polly se arrugó todo y solo, balbuceó:
—¡Oh, mamá! —Y estalló en llanto.
* * *
El profesor se irguió y echó en un plato en forma de riñón que sostenía una enfermera, una campanita de las que llevan los ositos de peluche.
—Esto es delicado, dejen el tubo puesto durante veinticuatro horas y luego traeremos al niño y le cerraré la herida ¿En dónde está la enfermera Talbot?
—Regresó al pabellón —respondió una voz y él asintió.
—Tengan al niño aquí en recuperación hasta que esté bien —miró a su alrededor—. Ahí está la encargada del personal del pabellón, Joseph déle todos los detalles, voy a lavarme y dígale que se fije que no haya más campanitas que los niños se puedan tragar.
Tenía una larga lista de operaciones y salió del quirófano cerca de la una, para ir al pabellón a ver a sus pequeños pacientes. El pabellón estaba ruidoso con los cuatro pacientes que había operado esa mañana y que acababan de entrar. Estuvo algún tiempo con ellos y luego pasó por las cunas y camas hasta que llegó a la de Benny, que ya estaba de regreso, durmiendo apaciblemente. El profesor miró a su alrededor.
—¿En dónde está la enfermera Talbot? Se merece que alguien le de las gracias por haber actuado con tanta rapidez esta mañana.
La enfermera Bates titubeó un instante.
—Si quiere entrar en mi oficina por un momento, profesor…
Él no hizo preguntas, esperó a que ella se sentara detrás del escritorio.
—Me telefoneó la señorita Brice. La enfermera Talbot fue a verla esta mañana, después de salir del quirófano… y le pidió permiso para dejar la carrera. Se fue a su casa para meditarlo bien y regresaré el jueves en la tarde.
—¿Por qué?
—Le contó a la señorita Brice que le dijeron que nunca sería una enfermera que dejaba caer las cosas, que no era de confiar, que era irresponsable y que desobedecía las reglas, estaba muy decidida. Me pidieron que hiciera un informe sobre ella y dije que tiene madera de una buena enfermera. Posee un talento natural para los niños, es honesta, puntual y pone mucho empeño en el trabajo.
—¿Quién le dijo que no se podía confiar en ella? ¿Quién estaba en el pabellón cuando regresó del quirófano? —La enfermera Bates se sintió incómoda.
—La encargada del personal. Cuando yo regresé, ella se había ido al quirófano y la enfermera Talbot estaba sola.
El profesor se sentó en la orilla del escritorio.
—¿Quiere llamar a la enfermera Stockley, por favor? Hablaré con ella aquí —la enfermera Bates levantó el auricular del teléfono.
—Está en el comedor. Es algo dura con las jóvenes, pero no es mala —hubiera dicho algo más, pero su acompañante tenía la boca tan apretada, que permaneció en silencio hasta que, la encargada del personal llamó a la puerta y entró. Se quedó sorprendida cuando la enfermera Bates le dijo que el profesor Gervis quería hablar con ella, salió y le dirigió una sonrisa al profesor; podría ser un hombre comprometido en matrimonio, pero no tenía nada de malo tratar de atraerlo.
—¿Qué fue exactamente lo que le dijo usted a la enfermera Talbot? —le preguntó él con cortesía—. Y quiero las palabras exactas. ¿La acusó usted de abandonar el pabellón, quizá?
—Por supuesto que sí, señor. Ella no tenía derecho de dejar a los niños solos y se lo dije.
—¿Sí? ¿Y qué más le dijo usted? —La voz de él era tan suave, que ella continuó:
—Le señalé que no se podía confiar en ella, que era irresponsable y siempre rompía las reglas establecidas… No es nada indicada para ser enfermera.
—Sería bueno que dejara usted que otros juzgaran eso. Y si vuelvo a oír que les habla en esa forma a las aprendices de enfermera, tendrá problemas —se puso de pie—. Estoy muy molesto, más vale que usted se vaya.
* * *
La señora Talbot no trató de impedir que Polly llorara. Preparó el café, se sentó juntó a su hija a la mesa, le ofreció un pañuelo y esperó. Al fin Polly respiró hondo, se sonó la nariz y tomó un trago de café.
—Voy a abandonar mi carrera, mamá, no sirvo para enfermera. Me gusta, pero Sam dijo que yo nunca sería una buena enfermera y tiene razón… Debí haberme quedado con mi latín y mi griego.
La señora Talbot, con inequívoco instinto maternal, razonó.
—¿Sam? ¿Sam dijo eso? —Se quedó mirando a la pared y sonrió, Polly no la vio.
—Tropecé con una palangana de agua y la derramé cuando él entraba a hacer su ronda, hay una enfermera encarga del personal, que es horrible y luego Benny se estaba ahogando…
—Toma más café y empieza por el principio —invitó su madre. Polly se chupó el labio inferior como una niña y empezó su relato. Cuando terminó, la madre le dijo en tono consolador—. ¡Tienes dos días para pensarlo, cariño! sigue mi consejo y no pienses en eso por ahora; llévate a Shylock a pasear y haz algo de jardinería. A veces las cosas se ven diferentes cuando deja uno pasar un poco dé tiempo —se levantó y llevó las tazas al fregadero—. Sube a tu habitación y arréglate el rostro yo prepararé unos bocaditos y los comeremos en el jardín. Más tarde, quizá puedas ir al pueblo a traer unas cosas de la tienda de la señora Greggs.
Cuando Polly subió, su madre se volvió a sentar a la mesa, pensando: «Más vale que yo esté preparada. Si hago una gran tarta de filete y riñones, hay bastantes chícharos y calabacitas en el jardín y fresas con crema para postre… Polly puede traer más queso y puedo hacer un pastel y palitos de queso». Empezó a rebanar el pan, pareciendo muy complacida consigo misma.
Polly bajó más tarde, con la nariz y los ojos todavía rojos, pero con el rostro arreglado y el cabello cepillado. Se había puesto un vestido de algodón, un poco descolorido, y sandalias sin medias. Parecía una chiquilla, nada más los ojos los veía enormes y tristes en el pálido rostro. Sin embargo, a la hora del té, ya estaba mejor, con las mejillas sonrosadas por la larga caminata que había dado con Shylock, y la nariz ya no estaba enrojecida. Hasta comió algo con el té, antes de ir al huerto a recoger las fresas con Ben y después, a petición de su madre, fue en la bicicleta al pueblo a traer la crema.
Todos en la familia habían sido encantadores con ella, pensó mientras pedaleaba por las calles. Si estaban sorprendidos, no lo demostraron, ni habían hecho preguntas tontas. Desde luego, tendría que explicárselo a su padre después. Él le pidió que revisara unos papeles en latín con él y ése sería un buen momento para decírselo.
Recogió la crema, charló un poco con la señora Coffin y pedaleó rápida hasta su casa. Era un atardecer muy agradable, muy tranquilo, excepto los ruidos campestres que la rodeaban. Quizá Sam tenía razón, ella no era una chica de la ciudad; haría mejor quedándose en casa. Cuando entró por el portón abierto, vio el Bentley parado frente a la puerta de la casa y dio un frenazo tan fuerte, que casi se cayó. Aspiró con fuerza, indignada, siguió hasta la puerta trasera, apoyó la bicicleta contra la pared y entró.
Su madre salió por la puerta de la cocina hacia el vestíbulo y ella se quedó sola con el profesor, que estaba sentado en la orilla de la mesa de la cocina. Polly no midió sus palabras ni se detuvo a pensar.
—Si usted vino a decirme que no me retire de la carrera, pierde el tiempo.
—¡Qué barbaridad! Está enfadada —examinó el rostro sonrojado—. Y todo por nada. Tiene mi apoyo, si se quiere ir… Es lo más sensato que ha decidido en muchas semanas.
—¿Lo dijo en serio? ¿Qué nunca sería yo enfermera? —Levantó la barbilla, en actitud de desafío—. ¿Por qué está usted aquí, profesor?
—Sam —corrigió él con suavidad—. Debimos tener nuestra pequeña conversación Polly, pero usted huyó.
Ella levantó la voz a pesar de sus esfuerzos por no parecer alterada.
—No huí… ¡Ciertamente no! —No parecía tener caso continuar.
Él se bajó de la mesa y se paró frente a ella.
—Benny ya está mejor y te debe la vida. Olvida las necedades que te dijo la enfermera Stockley, hiciste lo que cualquier persona sensata hubiera hecho.
Los ojos de Polly se llenaron de lágrimas. Se sentía infeliz, insegura y no podía pensar bien.
—¡Me alegro de que el niño haya mejorado!
—¿Eso te hará cambiar de opinión?
Furiosa, ella se enjugó las lágrimas con una mano.
—No, de ninguna manera. ¡Vete a tu casa con tu Deirdre! Él sonrió levemente y le tomó ambas manos entre las suyas. Sí, al fin tendré que hacerlo, aunque primero hay algo que quiero decirte.
—¿Acerca de Deirdre?
—Sí —él le soltó una mano y le pasó un dedo gentilmente por la mejilla—. Por lo general, no me faltan las palabras, pero esto me parece que va a ser… —lo interrumpió la voz de la señora Talbot desde la puerta.
—Lo siento mucho, Sam, pero lo necesitan con urgencia… es del hospital. El teléfono está en el vestíbulo.
Él salió sin decir una palabra y Polly, desde la cocina, con su madre, podía oír su voz, cortante y vivaz. Un minuto después, regresó a la cocina.
—Tengo que salir de inmediato, lo siento, señora Talbot —miró a Polly, que no se había movido—. Regresaré en cuanto pueda —y se fue antes que ella pudiera abrir la boca. Oyó que el Bentley se alejaba en su urgente recorrido a Birmingham.
—Tendremos una noche tranquila —anunció la señora Talbot— y Polly estuvo de acuerdo, sin saber lo equivocada que estaba.
Aún permanecían en la cocina, preparando la cena, cuando oyeron un coche que entraba por él portón, Polly dejó de machacar las papas y su pálido rostro se tornó rosado y feliz, En unos segundos advirtió que no podía ser Sam, de seguro era alguien para Cora o Marian, supuso y regresó a las papas. Cora asomó la cabeza por la puerta de la cocina, con el rostro sorprendido y preocupado.
—Es la… es de Sam… Dice que es Deirdre y quiere hablar contigo, hermana.
Polly puso la cacerola sobre la estufa, se limpió las manos y agregó:
—No me esperen, mamá. Todo se echaría a perder y yo no tardaré —cruzó el vestíbulo hacia la sala. Deirdre estaba sola, todos los demás permanecieron en el jardín y se mantuvo junto a la ventana, observándolos. Se volvió al entrar Polly y se dirigió hacía ella. Su mirada la invitaba a comparar el aspecto de ambas… Deirdre, con un conjunto de seda que debió costar una fortuna, sin un cabello fuera de lugar y Polly, con su vestido de algodón, sus sandalias y el cabello no muy bien peinado. La mirada había sido calculada para poner a Polly en desventaja, sólo la intrigó.
—¿Hola? —saludó inquisitiva y Deirdre habló con rapidez:
—Sam dijo que estaría aquí… Él vino ¿no? —Se detuvo y sonrió con malicia—. Quedarnos en encontrarnos en este lugar. —Polly no preguntó por qué.
—Lo llamaron inesperadamente del hospital, pero no me comunicó nada…
La otra chica jugueteó con una pulsera que llevaba puesta y Polly se preguntó por qué estaría nerviosa.
—Entonces, no habló con usted.
—No. —Polly no pudo decir más. Se sentía incómoda y nerviosa, no sabía por qué. De pronto tuvo espantosos presentimientos. Deirdre sonrió.
—Supongo que tendré que decírselo yo… Sam quería mantenerlo en secreto, pero yo insistí en que debíamos decírselo. Ustedes se han visto bastante últimamente y pensamos… —Se detuvo y volvió a reírse—. Usted sabe cómo son las cosas a veces, pudo interpretar mal su interés por usted —complacida observó el pálido rostro de Polly que se sonrojaba—. Sam está tan interesado en todo el mundo y quería ver cómo resultaría usted como enfermera, estaba seguro que no terminaría sus estudios. No es el tipo, además, demasiado campestre e interesada en el griego y el latín —esperó que Polly dijera algo, la joven no lo hizo—. ¿No tiene idea de lo que le iba a decir Sam? —preguntó de pronto.
—No —repuso Polly con voz baja. Había esperado… y cuando él hablaba, una ligera esperanza renació en ella al pensar en lo que iba a decirle. Ahora la esperanza se desvaneció, ya estaba controlada cuando Deirdre continuó.
—Nos casaremos dentro de dos días, en familia. Yo quería una boda grande, pero Sam no quiere esperar más. Mamá y papá están furiosos, yo soy la única hija y ellos querían un banquete —se quedó mirando a Polly—. ¿Dijo Sam que regresaría?
—Sí.
—Yo le diré que no hace falta que se moleste, no hay razón para qué vuelva a verlo. Le trasmitiré las cosas que usted le hubiera dicho, felicidades y todo lo demás. Debo irme, cenaremos fuera —hizo una aspiración profunda—. Hay un olor terrible a comida, supongo que es su cena. Él vivir en casa de Sam le resultaría muy diferente a esto —sus ojos la examinaron y recorrieron la cómoda y vieja habitación.
Polly no contestó. Fue hasta la puerta y la abrió, luego condujo a Deirdre a través del vestíbulo y abrió la puerta del frente. Oyó el refunfuño indignado de Deirdre ante ese tratamiento.
Polly se apoyó en la puerta al alejarse el coche y luego entró despacio al comedor. Todos observaron su triste y pálido rostro y su madre trató de animarla.
—Ven y siéntate, cariño —y empezó a ponerle comida en el plato.
Polly obedeció y se sentó, aceptó el plato y revolvió el contenido sin comer nada.
—Sam se casará dentro de dos días, Deirdre vino a decírmelo. Por eso él dijo que tenía algo qué comunicarme.
—Estoy seguro que Sam regresará —afirmó el padre—. Si él quería decírtelo en persona, es ese tipo de hombre.
La señora Talbot empezó a recoger los platos, Cora los llevó a la cocina y todos hablaban de algo mientras comían las fresas con crema. Cuando terminaron, Cora y Marian se ofrecieron a lavar los platos y Ben se fue a hacer su tarea.
—Querrás hablar con tu madre… —dijo el señor Talbot y las dejó sentadas a la mesa.
—No tienes que hablar si no quieres, cariño —agregó la señora Talbot— y si hay algo que podamos hacer nosotros para ayudarte…
—No quiero ver a Sam otra vez, lo amo muchísimo y no soportaría que él se enterara. Deirdre dijo que él no regresaría, ya no había necesidad, pero no estoy muy segura de eso. Mamá, ¿puedo ir a visitar a la tía Maggie? Una semana o dos, tengo dinero para el pasaje.
—No veo por qué no, querida. ¿Le vas a escribir?
—No, le telefonearé ahora. Puedo tomar el primer autobús a Birmingham desde el pueblo y de ahí el tren de las diez y media, en el que tú y papá fueron el año pasado.
—Tendrás que transbordar en Crewe. ¿Debes irte tan pronto, Polly? —preguntó la madre.
—Sí, mamá, por favor. Así, cuando yo regrese, Sam ya estará casado y todo habrá pasado —suspiró—. Fue tonto de mi parte, enamorarme de alguien que nunca me ha hecho mucho caso —se puso de pie y colocó la silla en su lugar—. Telefonearé a la tía Maggie y haré el equipaje.