Capítulo 3

Polly, mucho más fresca después de una noche de dormir bien y de tomar té con galletitas, estaba en su escritorio a las ocho de la mañana siguiente. Trabajaría durante una hora o más y luego saldría al jardín o a la calle. Por fortuna, el capítulo siguiente no le resultaba tan difícil. Ya iba muy adelantada, cuando se abrió la puerta y entró el profesor. Ella se detuvo en su escritura, puso un dedo sobre la página para marcar en dónde se había quedado y lo saludó.

Los «buenos días» de él no tenían ninguna calidez, parecía molesto.

—Le pedí que mecanografiara el manuscrito de Sir Ronald lo más rápido posible, pero no le dije que se esclavizara haciéndolo. Recuerdo haberle sugerido un horario de nueve a cinco, pero a las ocho de la mañana ya usted está frente a la máquina de escribir, Y otra cosa… ¿Qué es eso de trabajar hasta altas horas de la noche? Y andar por la casa en esa deplorable vestimenta… Y anoche… —Se detuvo, mirándola.

Polly no lo dejó continuar y explicó con voz baja:

—Si yo hubiera imaginado que iba a encontrarme con usted o alguna otra persona, le hubiera pedido prestada una bata a Cora. Y anoche, fue por hacer algo… Ya había visto la película de la televisión y no quería tomar un libro sin pedírselo. Podía sacar a pasear a los perros, pero supongo que eso no le hubiese agradado a usted. Siempre saco a pasear a Shylock en las noches…

—¿Shylock? —preguntó como autómata.

—Sí, es un gran perro. Y empiezo a trabajar ahora porque voy a desayunar con Diana a las nueve, así que las cosas se compensan —le sonrió con amabilidad—. Como ve, no tiene por qué enfadarse —él seguía con el fruncido.

—¿Acaso salió al aire libre ayer?

—No. Iba a preguntárselo. ¿Le molestaría que saliera al jardín a veces?

—Puede hacerlo cuando guste, Polly. Sería una buena idea que se tomara algún tiempo para una caminata durante el día… o puede usar una de las bicicletas que hay en el cobertizo junto ala cochera.

—¡Qué bien! —Polly volvió a sonreírle.

—Espero que esté contenta aquí —ella se sorprendió al oírlo.

—No veo por qué no. Es un empleo y puedo ir a mi casa los fines de semana. Además, no durará tanto. Ahora voy a seguir trabajando y supongo que usted también tiene cosas que hacer…

El profesor no respondió y la expresión era de cortesía casi obligada, sus ojos brillaron. Polly, que ya tenía la cabeza inclinada sobre la escritura, no lo vio.

Durante el desayuno, Diana le dio una relación sobre la fiesta de la noche anterior.

—Estuvo detestable. Los padres de Deirdre son el colmo. A Sam lo llaman «querido muchacho» y casi puedo oírlo gruñir cuando lo hacen… ¡No entiendo por qué los soporta!

—Si ama a Deirdre, supongo que tolerará cualquier cosa —respondió Polly y Diana volvió sus grandes ojos hacia ella.

—Nadie podría obligar a Sam a hacer algo y no sé por qué continúa con esto, creo que él piensa que ya es tiempo de sentar cabeza y tener una familia, pero como no ha encontrado a la mujer de sus sueños, se conforma con alguien que sea apropiada.

—¡Qué insensible! Y debe haber conocido muchas mujeres.

—Claro que sí, pero ninguna de ellas duró. Quisiera que llegara la mujer ideal. —Diana suspiró mientras le ponía mantequilla al pan tostado—. Él será un marido excelente… Es un hermano fantástico. —Polly murmuró algo, tenía sus reservas al respecto, y no podía decir lo que pensaba.

Al fin regresó a su pequeña habitación y se concentró en su trabajo. Diana iba a salir a comer y asomó la cabeza por la puerta después de una hora, informándole a Polly que ya venía el café y que si quería comer a la misma hora de siempre.

—Regresaré para la hora del té… Lo tomaremos juntas —se alejó dejando tras de sí la impresión de una mujer muy elegante, un delicioso aroma y un perfecto maquillaje.

Polly se quedó sentada unos minutos, sin hacer nada. Cuando terminara este trabajo, iría a comprarse un superconjunto, se arreglaría el cabello y le pediría a Cora o a Marian que le enseñara a maquillarse bien. Y con estas resoluciones, tuvo una débil idea… No deseaba quedarse en su casa, esperando a que la llamaran autores para mecanografiar sus manuscritos. Quería hacer algo… algo útil… Conocer gente, llenar sus días… No era que ya no le gustara estar en su casa, era una sensación de inquietud y la desechó por el momento. Ya tendría tiempo de hacer planes cuando terminara el trabajo de Sir Ronald.

Después de comer, salió al jardín y descubrió que era mucho más grande de lo que ella creía. Atrás de la casa, los macizos de flores y el césped se unían a un jardín medio salvaje, que a su vez se convertía en un pequeño bosquecillo, al cual se llegaba por un puente que había sobre un arroyuelo y un portalón rústico. Polly estaba fascinada, era el tipo de jardín que a ella más le gustaba y de regreso, explorando, descubrió una piscina de buen tamaño, escondida detrás de unos setos de haya. Todavía no se podía usar, pensó, aunque había una encantadora cabaña junto a ella, se imaginaba que para cambiarse. Sería un deleite nadar ahí temprano, durante el verano, y después regresar a la casa y comer uno de los magníficos desayunos de Bessy.

Trabajó mucho antes que Diana regresara y después de tomar el té, volvió a su escritorio, a pesar de las protestas de la muchacha. Ese capítulo era muy largo y quería terminar por lo menos la mitad, para que el profesor lo revisara en la mañana.

Sin embargo, recordando los comentarios del profesor, tapó la máquina a las seis y subió a su habitación. No estaba segura de qué debía ponerse, mas no podía bajar a cenar con una blusa y una falda. Se dio una ducha y se puso un vestido de algodón y como apenas eran las siete, se puso una chaqueta tejida y salió al jardín.

Era un atardecer muy hermoso y fresco. Caminó hacia el extremo del jardín, cruzó el puente y entró en el tranquilo bosquecillo. Se quedó parada escuchando a los pájaros, y luego siguió paseando. El profesor era afortunado por tener tanta paz junto a su casa, aunque tal vez no contaba ni con el tiempo ni el humor para disfrutarla.

En eso estaba equivocada. Cuando ya había avanzado bastante por la vereda, Mustard y Tony corrieron hacia ella, ladrando y detrás de ellos, el profesor. Se quedó parado frente a ella y la saludó.

—Buenas tardes, Polly —y siguió caminando junto a ella—. Es muy agradable esto después de un día de arduo trabajo, ¿no es así? Veo que avanza muy bien con el manuscrito, ¿cuántos capítulos más tenemos?

Polly no estaba muy de acuerdo con el «tenemos», pero como él estaba actuando de una manera tan amable contestó:

—Seis y el glosario.

—El que tomará más tiempo que un capítulo. ¿Digamos que serán tres semanas?

—Haré lo posible… Quizá pueda hacerlo en menos tiempo.

—Naturalmente querrá usted terminarlo lo más rápido posible. ¿Tiene algunos planes para el futuro? —Hizo la pregunta en una forma tan casual que ella contestó de inmediato.

—No… Pienso hacer algo, aunque no sé qué, todavía.

Habían llegado a una bifurcación y él la tomó por el brazo un instante, guiándola hacia la izquierda.

—Hay un pequeño arroyo al final de la vereda —explicó él—. Podemos caminar a lo largo de la ribera y regresar por el otro lado. Hay aquí un martín pescador, tiene que venir muy temprano en la mañana para verlo —bajó la mirada hacia el atento rostro de Polly—. Creo que ya deberíamos regresar.

La cena fue muy agradable. La conversación no le dio a Polly ningún indicio acerca de la vida o del trabajo del profesor. Se mencionó a Deirdre un par de veces, pero en términos tan generales que Polly no pudo averiguar más de lo que ya sabía. Al final de la cena, cuando se dirigían a la sala a tomar el café, el profesor informó:

—Tengo que ir a Wells Court este fin de semana, Polly, la puedo llevar. ¿Le convendría el sábado muy temprano? Pensaba ir el viernes por la noche, pero olvidé que Deirdre quería que la llevara a visitar a unos amigos.

—Muchas gracias, me parece fantástico. ¿A qué hora es temprano?

—A las siete, antes del desayuno.

—Sí… Está bien —terminó su café y se puso de pie—. Buenas noches… Acostumbro acostarme temprano —él le abrió la puerta.

—Desde luego, la traeré de regreso el domingo por la noche —le informó al pasar el la junto a él.

No lo volvió a ver hasta bastante tarde, el viernes, cuando llegaba en su coche, y ella reunía las hojas de otro capítulo. Esperó unos minutos hasta que lo oyó subir, seguido por sus perros, después Polly se dirigió al estudio, puso las hojas sobre el escritorio y regresó a la pequeña habitación que ya consideraba como suya. Tenía tiempo todavía para echarle una ojeada al siguiente capítulo, las eras de la literatura griega y la romana, y dejó todo preparado para el lunes por la mañana. Iba a ser un capítulo largo, que empezaba 400 años antes de Jesucristo y terminaba en 150 años a. De J. C. Estaba lleno de nombres, también, lo cual haría más lenta la trascripción. Y después de eso, había cuatro capítulos más. Polly resolvió trabajar un poco más cada día, pues creía que el profesor estaba ansioso porque ella acabara el trabajo. Eran casi las ocho cuando terminó de leer lo que se había propuesto, tendría escasos diez minutos para darse una ducha y cambiarse. Subió corriendo y tropezó con el profesor que bajaba, muy elegante con su smoking. Polly se detuvo un instante para decir.

—Se me hizo tarde… Lo siento, estaba leyendo… El resto del capítulo está sobre su escritorio —él extendió un brazo y la detuvo.

—¿No le dije que trabajara de nueve a cinco? —inquirió con gentileza.

—Sí… sí… lo dijo… y por lo general lo hago. —Polly le sonrió—. Espero que pase una noche agradable —él la soltó.

—Yo también lo espero —murmuró.

* * *

A la mañana siguiente, Polly estaba en el vestíbulo, al dar las siete, él ya estaba ahí. Rápida se disculpó:

—Llego tarde…

—No, saqué los perros a pasear —la tranquilizó.

Era una brillante mañana de mayo y Polly, vestida con un camisero de jersey, no de alta costura, pero que le quedaba bien, se acomodó en el lujoso Bentley. El profesor, por lo visto, estaba de buen humor y, vestido con pantalones informales y un suéter, lo veía más accesible. Casi no hablaron durante el camino. No era una joven curiosa, pero ahora sentía cierta urgencia por descubrir lo más posible acerca de él… Quizá eso fue lo que la impulsó a invitarlo a desayunaren su casa al llegar frente a la misma.

—Si usted lo desea —agregó con cautela.

—No hay nada que me gustaría más hacer en este momento —repuso él y se quedó parado en silencio cuando se abrió la puerta y Polly se echó en brazos de su madre.

La familia se sentó alrededor de la mesa y todos hablaban al mismo tiempo, mientras comían los huevos con tocino y el pan tostado con mermelada que trajo la señora Talbot. También terminaron la enorme tetera y Polly, al recordar la elegante cafetera de plata en la mesa del desayuno y la calma de la casa del profesor, se preguntó si él estaría disfrutando el desayuno tanto como parecía. Él se sentía como en su casa y, una vez terminado el desayuno, se fue con el señor Talbot al estudio para ver un libro que habían estado discutiendo. Polly, al secar las tazas y los platitos, desconcertada le expresó a su madre:

—Yo pensaba que él quería llegar a Wells Court lo más pronto posible.

—Mmm… —murmuró la señora, pensativa—. Él mencionó a su prometida. ¿Por qué no está aquí, también?

—No tengo idea… Quizá sea muy temprano para ella.

—El tiempo no importa cuando está una enamorada, querida.

—Sí, pero Deirdre… su prometida… no es así, mamá. Ella es perfecta en todo y demasiado delgada. No me simpatiza.

—No, querida, no esperaba que te simpatizara —un enigmático comentario que Polly casi no oyó, ya que el profesor y su padre estaban en el vestíbulo y un instante después entraron en la cocina.

—La recogeré como a las siete y media el domingo en la noche, Polly —anunció el profesor, amable, aunque parecía ausente.

En cuanto se fue, Cora y Marian corrieron hacia Polly.

—¡Afortunada tú, no importa que se vaya a casar! Vas a venir con nosotras a Pulchester en este instante y te vas a comprar algo de ropa. Esa cosa que traes puesta ya tiene más de dos años. ¿Traes algo de dinero?

Polly dijo que sí, prudentemente mencionó la mitad, agregando que aunque estaba de acuerdo, tenían que ser vestidos que pudiera usar todos los días y, ¿cómo llegarían a Pulchester?

El amigo en turno de Cora tenía automóvil y a la hora de la comida, Polly ya había gastado todo el dinero que llevaba y, bajo el ojo crítico de sus hermanas, era propietaria de un juego de falda y blusa de algodón rosa pálido, un vestido sin mangas de jersey color crema, con una chaqueta tejida en todos los colores del arco iris y un par de frívolas sandalias, que en nada se parecían a los zapatos que ella solía usar. Sus hermanas intercambiaron miradas y no dijeron nada, cuando Polly expresó su deseo de comprar una bata, alegando que la suya era demasiado caliente. La alentaron a escoger una cosa ligera y frívola, del color de los albaricoques y reunieron todo lo que tenían en sus bolsos para comprarle unas pantuflas que le hicieron juego. Sin duda, la pequeña Polly había despertado ante el hecho de que la ropa bonita sí hacía una diferencia, sobre todo si quería atraer la atención de alguien. Le hicieron discretas preguntas en el camino de regreso a la casa y se decepcionaron al oír que Polly rara vez veía al profesor y que, cuando sucedía, casi siempre acababan disgustados.

—Por eso —les aseguró Polly, muy seria— es que estoy tratando de terminar lo antes posible. Es un deleite estar ahí… quiero decir, la casa es preciosa y mi alcoba es algo fuera de este mundo, la comida es exquisita y me simpatiza mucho Diana, pero el profesor Gervis se alegrará cuando me vaya. Me mira como si yo no debiera estar ahí.

Sus hermanas intercambiaron otra mirada y empezaron a interrogarla sobre Deirdre. Lo hicieron con tanta habilidad, que Polly contestó todas sus preguntas, hasta repitió lo que la horrible mujer había dicho cuando las presentaron.

—No es su tipo —observó Cora, pensativa—. Me pregunto cómo lo habrá pescado.

—¿Pescado? Nadie puede pescar a alguien como el profesor —declaró Polly.

—Los hombres más inteligentes son por lo general tontos en ese aspecto —agregó Marian.

El domingo por la noche llegó demasiado pronto. Polly recogió su ropa nueva, llevó a Shylock a dar un largo paseo después de tomar el té y se sentó a esperar al profesor. Él llegó a las siete y charló cinco minutos con la familia, luego la apresuró a entrar en el coche y partieron. Polly agitó la mano como despedida hasta que llegaron a la esquina y luego se acomodó en el asiento.

—¿Disfrutó el fin de semana? —quiso saber él.

—Sí. ¿Y usted?

—Tuve que poner en orden algunas cosas de Sir Ronald.

—No pudo haberse divertido mucho, lo siento.

—¿Y qué es lo que es diversión para usted, Polly? —preguntó él en un tono amable, que la animó a responderle.

—Soy feliz, al sacar a los perros a pasear, o montar a caballo, o trajinar de un lado para el otro, hablando con la gente, o estar sentada con el periódico del domingo…

—¿Sola? —inquirió y ella lo miró sorprendida.

—Había gente ahí…

—A veces prefiero estar solo.

—Supongo que extraña a su prometida. Ella es muy… muy… —Polly se detuvo, buscando la palabra adecuada.

—Es reconocida como la beldad local… una palabra que uso por falta de otra más moderna.

—Usted debe estar muy orgulloso de ella —se volvió con una sonrisa hacia él y se encontró con una mirada tan inexpresiva, que la puso inmediatamente en su lugar y, si eso no fue bastante, él empezó a interrogarla acerca de su trabajo. Ése fue el único tema que trataron el resto del camino.

Resultó un alivio encontrar a Diana esperándolos, cuando llegaron, dispuesta a hablar hasta por los codos. Durante la cena, le dijo a su hermano que Deirdre había hablado esa mañana.

—Me comunicó que quería verte… no sé para qué, me pareció enfadada.

—En ese caso, iré a ver de qué se trata —nada en su rostro denotaba enfado, pero Polly tuvo la impresión de que lo estaba. No era de su incumbencia, pensó, estuvo media hora charlando con Diana y se fue a acostar.

Se levantó temprano y, como era una hermosa mañana, salió al jardín, yendo en la dirección opuesta a los ladridos de los perros. Caminaba de regreso hacia la casa, cuando oyó el motor del coche que se ponía en marcha.

No vio al profesor durante cuatro días. Cada noche dejaba el trabajo hecho sobre su escritorio y ya que él no estaba ahí, trabajaba desde temprano hasta tarde. El jueves en la noche, ya había terminado dos capítulos y estaba bastante avanzada en el tercero.

No quería preguntarle a Diana dónde se encontraba el profesor y, como no se le mencionó ni una vez en la conversación, tuvo que contener su curiosidad, así que fue una sorpresa para ella el viernes por la mañana, cuando, después de un paseo por el jardín, inmersa en un capítulo relativo, a la pronunciación del griego y del latín, se abrió la puerta para dar paso a los perros y al profesor.

—¿Ha estado trabajando horas extra? —preguntó él con voz acusadora, Polly se inclinó para tirar de las orejas a los perros.

—Lo hice porque me agrada —repuso airada y se preguntó por qué estaba tan contenta de volver a verlo, aunque él ni siquiera tuvo la cortesía de desearle buenos días.

—Yo le dije… —empezó él y ella lo interrumpió.

—Profesor Gervis, no ha tomado en consideración a nadie más que a usted mismo en esta cuestión de publicar el libro de Sir Ronald y supongo que no tiene por qué considerarlo. Estoy tan ansiosa por terminarle como usted. Y no porque no disfrute de mi trabajo… Me gusta mucho, pero tengo otros planes que no quiero retrasar demasiado tiempo.

—¿Qué clase de planes?

—No creo necesario molestarlo con esas minucias.

—¿No me lo va a decir? En ese caso, puede trabajar tanto como quiera. ¿Cuándo cree que lo terminará?

—Dentro de unas dos semanas, a menos que algo me lo impida.

—¡No creo que nadie se atreva a impedírselo! —Les silbó a los perros, levantó una mano en ademán de despedida y salió.

Polly no hizo nada durante un buen rato. Se quedó ahí, reflexionando sobre la idea de que tenía que hacer algo útil. No podía ser maestra de nada, no serviría en una tienda y la idea de estar detrás de un escritorio, la enfermaba. Había una sola cosa que podría hacer: capacitarse como enfermera. Meditó sobre ello unos minutos y luego, satisfecha de haber llegado a una resolución, regresó una vez más a los griegos y los romanos.

Existía una papelería en el pueblo, no encontró señales del profesor y Diana había salido a comer con unas amigas. Polly se montó en una de las bicicletas del cobertizo y pedaleó por las angostas calles hasta la tienda donde la señora Prosser presidía una selección de periódicos, revistas y dulces. Era una anciana muy gentil y servicial. Contestando a la pregunta de Polly de si vendía revistas de enfermería, repuso que sí, que la enfermera de ese distrito recogía cada semana su Nursing Times, sólo había su copia.

—Nadie más la ha solicitado. ¿Por qué?

Polly se lo explicó a su manera, quería la dirección de un hospital para una amiga. ¿Podría echarle un vistazo a la copia de la enfermera?

La señora Prosser no se opuso. Polly compró una barra de chocolate relleno de galleta y se sentó en el único banco que había en la tienda, para hojear las columnas de empleos vacantes. Había varios hospitales en Londres que solicitaban estudiantes de enfermería, pero era demasiado lejos, igual que Manchester. Ya estaba a punto de darse por vencida, cuando su mirada cayó sobre el anuncio de un hospital infantil en Birmingham, Había vacantes de inmediato y daba el número telefónico para pedir las solicitudes en blanco. Polly anotó la dirección y el teléfono, compró otra barra de chocolate, le dio las gracias a la señora Prosser y regresó en la bicicleta. Había un teléfono público por el camino y decidió actuar de inmediato.

El formulario de solicitud llegó al día siguiente y lo llenó, esperanzada. Luego, regresó al libro de Sir Ronald.

El día siguiente era sábado y estaba libre para ir a su casa, si así lo deseaba. La víspera, le telefoneó a su padre y lo convenció de que la recogiera el sábado por la mañana y como Diana y el profesor habían salido otra vez, aprovechó la noche para trabajar, deteniéndose una hora para cenar y dar un paseo rápido por el jardín con los perros.

Le había advertido a Diana que se iría a su casa después del desayuno y, si no le importaba, desayunaría temprano. Cuando bajó, no había nadie más que Bessy, quien le deseó los buenos días y le sirvió el desayuno. No había señales del profesor y Polly supuso que no estaba en la casa.

Su padre llegó un poco más temprano de lo pensado y Polly se metió en el coche junto a él, de inmediato, explicándole que no había nadie en la casa y no tenía caso esperar. En el camino a su casa le contó lo que había hecho y, para su sorpresa, a él le pareció una excelente idea.

—Hay tan pocas oportunidades para tus especializados conocimientos, querida y la enfermería es una profesión que sí ofrece muchas oportunidades Puedes llegar hasta la cima, si quieres… Supervisora de uno de los grandes hospitales… —Polly pensó que no tenía ningún deseo de llegar a ser supervisora. Le gustaría casarse, tener hijos y bastante dinero para criarlos con holgura, un marido que la adorara y le prodigara cosas imposibles, como anillos de brillantes, suéteres de cachemira y bolsos de Gucci. Suspiró y su padre le preguntó—: ¿Cansada, querida? ¿Cómo va el libro?

—Dos semanas más y estará terminado. Si en el hospital me piden que vaya a una entrevista, creo que iré el próximo sábado, así que no iré a la casa…

—No te preocupes querida. Ve a Birmingham, si te lo piden y llámame desde allí. Yo te recogeré… Después de todo, habrá mucho de qué hablar si te aceptan.

También hubo mucho de qué hablar cuando llegaron a la casa. La familia, un poco asombrada por el giro que tomaban las cosas, de todos modos dio su entusiasta bendición.

—Y desde luego —señaló el padre—, tu conocimiento del griego y el latín te será muy útil. Como sabes, en los libros médicos hay muchos términos en latín.

Y así pasó el fin de semana felizmente, con Shylock como compañero de un largo paseo, la iglesia el domingo con la familia y la deliciosa cena de su madre después. No le gustaba la idea de abandonarlos otra vez. De todos modos, cuando su padre se detuvo ante el impresionante portal de la casa del profesor, Polly sintió que se excitaba. Excitación no, se amonestó, sino algo que la prevenía contra la aversión que él sentía por ella.

Se despidió de su padre, tomó su maletín del asiento de atrás y, con un ademán de despedida, tiró de la anticuada campanilla de hierro forjado que había en la entrada y antes que cesara el sonido, se abrió la puerta y el profesor, con un breve saludo, pasó delante de ella, dirigiéndose al coche. Polly se volvió y vio que su padre salía del auto y entraba en la casa con su anfitrión, así que se deslizó delante de ellos en el vestíbulo. El profesor se detuvo junto a ella.

—Baje luego a la sala, Polly, para que tomemos el café todos juntos —y ella asintió. ¡Qué bueno que le había advertido a su padre que no dijera nada de sus intenciones de estudiar enfermería! Ya se imaginaba la sonrisa burlona del profesor ante la idea.

Diana estaba ahí también y dos personas mayores del pueblo, que parecían conocer al profesor y a su hermana muy bien. Fueron encantadores con Polly y pasó una hora muy grata, cuando su padre se puso de pie.

—Te veré la semana próxima, querida —le dijo a Polly cuando ella le dio un beso de despedida y observó la mirada de advertencia de su hija que le impidió decir algo más. Tosió confuso y agregó—: Sí, telefonéame, Polly —y ella suspiró con alivio, todo lo cual observó el profesor con interés.

Ahora que el clima se estaba volviendo más cálido, Diana salía bastante, lo cual le daba a Polly más tiempo para hacer lo que quisiera. Dedicó más horas de lo debido a su trabajo, iba al pueblo de vez en cuando y adquirió la costumbre de llevar a los perros a pasear hasta el pequeño arroyo, por el bosquecillo. Hubo una respuesta a su solicitud y la citaron para una entrevista. Por fortuna, el siguiente sábado era uno de los días sugeridos. Contestó de inmediato y pasó la mayor parte de la noche despierta, preguntándose si había hecho lo indicado. Demasiado tarde, se contestó y se durmió, aunque no fuera más que por un par de horas.

Del profesor no había señales, estaba segura de que él venía a la casa por las noches y se iba en la mañana muy temprano y, aunque ahora ya era muy buena amiga de Diana, no se atrevía a preguntarle sobre su hermano. Terminó el capítulo y empezó el siguiente, este muy fácil, contenía las opiniones de Sir Ronald respecto a los capítulos anteriores. Polly le calculó dos días más, luego sólo faltaría el capítulo final y el glosario.

El jueves en la tarde, después del té, Polly oyó el ruido del Bentley que llegaba y la voz del profesor en el vestíbulo. Continuó escribiendo a máquina, pero un rinconcito de su mente decidió que se pondría el vestido de jersey, sin mangas. Ya sé había puesto el conjunto color de rosa y Diana lo había admirado, ahora quería cambiar.

Terminó el trabajo que se había propuesto hacer, a pesar de su deseo de ir a su alcoba a cambiarse para la cena, reunió las hojas escritas, arregló el escritorio y llevó el trabajo al estudio. Titubeó un instante antes de tocar la puerta y luego se sobresaltó cuando oyó la voz masculina desde la escalera:

—No, no estoy ahí… Entre y deje los papeles sobre mi escritorio.

Ella le dirigió una breve mirada, asintió para después obedecerlo. Cuando retornó al vestíbulo, él ya había salido. Ni siquiera «buenas noches» le dijo pensó Polly al subir la escalera, era como si ella no existiera.

Se demoró bastante rato para bañarse, ponerse el vestido nuevo, maquillarse y cepillarse el cabello. El resultado, aunque no era espectacular, era muy agradable. El vestido tenía un buen corte, destacaba su bonita figura y el color crema quedaba bien con el tono bronceado que Polly ya había adquirido. Esperó hasta diez minutos antes de la hora y luego bajó.

Diana estaba en la sala, así como el profesor y también Deirdre. Polly se detuvo en la puerta y, forzando una sonrisa saludó:

—Buenas noches… No sabía que tenían invitados. Deirdre estaba reclinada en uno de los sofás y llevaba puesto un traje-pantalón de crepé azul pálido y mucha joyería tintineante. Soltó una risita.

—Querida señorita… Lo siento, olvidé su nombre… Yo no me considero una visita aquí y estoy segura de que, si hubiera invitados para cenar, Diana habría hecho arreglos para usted.

—Desde luego que sí —respondió Diana al instante—. Hubiera invitado a Polly a la cena —le lanzó una furiosa mirada a Deirdre y volvió los ojos hacia su hermano.

—Por supuesto —declaró el profesor con suavidad—. Polly es como de la familia —le sonrió con tanta gentileza que el tenso rostro se retajó en una genuina sonrisa—. ¿Y qué va a tomar? —Desde ese momento, él fue el que llevó la conversación, sin dejar que Deirdre tuviera oportunidad de hacer otro malévolo comentario. Durante la cena, ella no habló mucho, contestaba con cortesía cuando le hablaban, consciente de que el vestido de jersey era inadecuado, al estar junto al crepé azul pálido y al sencillo y caro vestido de seda de Diana. La perspectiva de estar otra hora más en compañía de Deirdre, era insoportable, así que, después del café Polly se disculpó, les deseó a todos buenas noches y se alejó.

Fue reconfortante que el profesor, al abrirle la puerta, le dijera suavemente:

—Buenas noches, Polly —para ella había sido horrible. Subió a su habitación y se asomó por la ventana, la vista de Deirdre la había alterado tanto que no podría dormir tan pronto.

—¡Qué tontería! —le habló Polly a la luna—, permitir que me altere tanto… Después de todo, nunca los volveré a ver una vez que me vaya de aquí —encontró ese pensamiento tan perturbador, que decidió trabajar un rato.

Podía llegar a su pequeña oficina por la escalera de atrás. Bajaría y leería lo que transcribiría en la mañana, le ahorraba tiempo si revisaba primero la ortografía, la puntuación y las referencias.

Hacía frío en el cuartito. Polly encendió la lámpara de mesa, dejó la puerta entreabierta y se sentó a leer. Llevaba una media hora ahí, cuando oyó voces y pasos que venían hacia donde ella estaba. Apagó la luz y se quede sentada como un ratoncito, rogando que quienquiera que fuese, no se quedara en el vestíbulo, pero lo hicieron. Eran el profesor y Deirdre, que hablaban. Lo correcto hubiera sido que Polly cerrara la puerta, mas ellos podrían verlo y se imaginaba sus expresiones si la encontraran sentada en la oscuridad. El rostro se le encendió ante la idea. Lo que haría sería taparse los oídos. Estaba a punto de llevar a cabo esa loable acción, cuando oyó su nombre pronunciado por Deirdre.

—Qué nombre tan adecuado para ella… Polly. Es insignificante, pobre chica… No es atractiva y tan sosa… ¡Y qué vestido tan horrible! ¿En dónde se comprará la ropa?

—No tengo idea —la voz del profesor era fría y desinteresada—. Me pareció que la veía bien esta noche y estás equivocada respecto a su intelecto, Deirdre. Tiene más sesos en su dedo meñique que tú en toda tu hermosa cabeza. —Deirdre soltó una risita entre dientes.

—Tú eres siempre tan indulgente, Sam… Supongo que es porque no te importa ese tipo de personas.

—Puede ser, aunque creo que estás siendo ruda sin necesidad.

—Mi querido Sam, si no estuviera segura que eres mi devoto esclavo, pensaría que estás enfadado. ¡Oh, qué conversación tan aburrida! ¿Vas a ir a casa de los Bradshaw el sábado? Nos veremos ahí entonces. Me compré un vestido divino… ¡Espera a que lo veas!

Se alejaban hacia la puerta de la calle. Polly oyó cerrar la puerta del coche y las voces de despedida, no podía irse de ahí todavía. Cuando el profesor regresara a la sala, ella se deslizaría a su alcoba. Se quedó sentada quieta, mirando el oscuro jardín, luchando contra los deseos de llorar. Sería una tontería, se dijo con fiereza, sólo porque una chica rencorosa había desahogado su resentimiento…

La puerta se abrió por completo y el profesor se quedó parado en el umbral, no encendió la luz.

—Siento mucho que haya usted oído eso, Polly —aclaró gentil y ella sintió que se le hacía un nudo en la garganta con las lágrimas que había tratado de evitar. Al fin logró controlarse.

—¿Cómo lo supo?

—Deirdre usa Chanel Número cinco y usted usa algo diferente, ligero y floral.

—Espero que ella no lo haya notado. No tenía intenciones de escucharlo, pero no podía salir de pronto. Su prometida se hubiera sentido muy mal…

—Deirdre nunca se siente mal en ninguna situación. Lo siento, Polly. Mi prometida nunca había conocido a alguien como usted y vive en un ambiente tan diferente al suyo, que le es muy difícil…

—No hace falta que la disculpe, profesor, no tiene importancia. Yo estaba alterada, pero ya no. Es probable que nunca la vuelva a ver y uno olvida estas cosas.

—Es usted una persona encantadora, yo personalmente la encuentro…

—Ya lo sé, aunque sesuda, aburrida y mal vestida —se levantó rápidamente y pasó frente a él, corriendo a su habitación.

* * *

En la mañana, Polly bajó a la hora de costumbre, relajada porque oyó alejarse al Bentley mientras ella se vestía. Tendría que verlo esa noche en la cena y el día siguiente era sábado. Caminó un poco por el jardín, deseando poder estar siquiera una hora ahí, el buen clima daba vida a multitud de flores, ahora era muy importante terminar el libro lo más pronto posible. Ya había adelantado bastante antes del desayuno y todavía tenía todo el día por delante. Contestó los «buenos días» de Diana alegremente y hasta se rió ante la opinión de la joven acerca de su futura cuñada.

—Esa mujer es el colmo —confesó Diana— y me aburre hasta las lágrimas. No sabe más que hablar de vestidos y de ella misma. También me gustan los vestidos, aunque no hablo de ello todo el día. Sam se morirá de aburrición cuando se casen. Ella sigue con la tonta idea de que sería muy romántico que se casaran el veinticuatro de junio, el día de San Juan, ya oí que Sam dijo que no tenía tiempo para hacerlo. ¿Te imaginas a un hombre que estuviera realmente enamorado, que no encontrara tiempo para casarse? Estoy esperando el rompimiento. Porque lo habrá, puedes estar segura —sonrió y Polly terminó su café.

—Yo no estaré aquí para verlo y quizá Deirdre se componga cuando se case.

—Debes estar bromeando, ella nunca será gentil ni amable. ¿Ya te vas a trabajar? Por lo menos, te veré en la comida.

Ése fue un agradable intervalo en el día de trabajo de Polly, aunque no perdió el tiempo. Había planeado terminar ese capítulo y así lo hizo. Lo que es más, empezó a transcribir el último.

El profesor no llegó a la casa y Polly se dijo que eso haría las cosas más fáciles. Iría al pueblo y ahí tomaría un autobús para la primera parte de su trayecto a Birmingham. Sí él estuviera en casa, querría saber por qué y adonde iba, Diana no era tan curiosa. Polly le dijo en la noche que se iría temprano por la mañana y regresaría el domingo en la noche, y aunque expresó su pesar porque Polly no estaría en la casa para charlar con ella, Diana no hizo otro comentario.

Polly; más decidida que nunca a emprender su nueva carrera lo más pronto posible, aunque no estaba muy segura por qué, puso algunas cosas en su maletín y se metió en la cama, teniendo buen cuidado de no pensar en el profesor.