Capítulo 6
Al entrar en su apartamento, Julia dejó que el impaciente Wellington saliera de la cesta, le dio su cena y puso a hervir agua. Una taza de té la devolvería la normalidad. Pero necesitaba algo más que eso, ¿cómo iba a calmarse con un té? ¿Se estaría volviendo loca? ¿Acaso no estaba prometida con Nigel y enamorada de él desde hacía dos años?
Dejó que el té se enfriara mientras le daba vueltas a la cabeza. Tal vez lo había amado en un principio, aún lo apreciaba, pero toda la emoción y excitación del amor habían desaparecido hacía tiempo, sólo que hasta ahora no lo había admitido. Ahora comprendía que llevaba enamorada del profesor van der Wagema desde hacía mucho, pero no se había dado cuenta y lo peor era que él la miraba como siempre lo había hecho, como a una jefa de enfermeras que llevaba a cabo sus órdenes de forma meticulosa y que discutía con él cuando creía tener la razón. Pensó que su reciente amistad se debería al próximo matrimonio de él. Con seguridad el amor lo había suavizado.
Se tomó el té. Era una situación con la que tendría que enfrentarse. Para empezar, el profesor no debía averiguarlo nunca, pero no era probable que lo hiciera, ya que cuando no lo absorbiera su trabajo lo haría su esposa, y Nicholas, por supuesto. Esperaba que el niño fuera feliz. Había tenido a su padre para él sólo durante mucho tiempo.
Tendría que hablar con Nigel, explicarle, si podía, hacerle comprender, sin decirle la verdad; por lo menos parte de ella. Lo estimaba y sabía que lastimaría su orgullo, sin necesidad; si le decía que se había enamorado de otra persona. Eso era algo que tendría que mantener en secreto. Se preparó para acostarse y permaneció despierta en la oscuridad, con Wellington acurrucado a su lado. Se había dado valor tomando resoluciones, pero ahora se sentía desdichada. Ya no podía pensar en casarse con Nigel. Tampoco quería pensar en un futuro. Empezaría cerrando los ojos y durmiéndose.
Se despertó temprano, se levantó, desayunó, arregló su habitación, atendió a Wellington, hizo unas compras y después se encaminó al hospital. Empezó a subir la escalera despacio, tenía pocas ganas de trabajar. Se dijo que por lo menos el profesor no iría hasta el día siguiente, lo que le daría tiempo para calmarse. De pronto lo vio al final de la escalera.
—Bien, bien, señorita Mitchell, debo aplaudir su ahínco. La última vez que nos encontramos casi llegaba tarde —ella lo miró de tal forma que él dijo con voz diferente—. ¿Estás enferma, Julia? —Dio un paso hacia ella, pero Julia pasó a su lado sin responder. Él se puso a su lado y le abrió las puertas del pabellón para que entrara. La tomó del brazo y la condujo hasta su oficina.
Con suavidad la empujó hacia la silla y cerró la puerta.
—¿Y bien?
Julia estudió él escritorio que tenía delante, el libro de informes de las enfermeras de noche, el diario, el montón de papeles que esperaban su firma. Tenía que responderle, él no era un hombre a quien se le pudiera contar cuentos. Aspiró profundo.
—Estoy bien, profesor. Sólo un poco cansada, eso es todo —mantuvo la vista fija en su bata.
—¿No has podido dormir pensando en Longman? —preguntó con voz seca.
—Sí. No puedo… no creo que funcione si nos casamos él y yo, y preferiría no hablar de eso.
—Tonterías —dijo el profesor y fue a sentarse en la esquina del escritorio—. Hablemos de eso; de otra manera, no podrás trabajar durante todo el día. ¿Lo sabe él?
—Por supuesto que no.
—Entonces, tendrás que decírselo. ¿Cuándo tienes tu próximo día libre?
—Al final de la semana. Ésa es una pregunta tonta cuando estoy tratando de explicar…
—No es tonta; cuando me conozcas mejor, sabrás que no hago preguntas tontas. Tengo que ir a Bristol el viernes, puedes venir conmigo y verlo. Tal vez puedas arreglar algo… quizá no sea tan malo como piensas.
—No cambiaré mi resolución —repuso con terquedad.
—Pero por lo menos dale una oportunidad. Las cosas siempre se ven peores por la noche.
Julia lo miró; parecía amable y alentador y quería aclarar las cosas. La ironía de esto la impresionó deseó reírse, pero dijo muy seria:
—Gracias, es usted muy amable al querer ayudar. Si puedo, iré y hablaré con Nigel —él parecía muy serio, tal vez se había arrepentido de su oferta—. Eso, si es cierto que usted piensa ir a Bristol.
—Voy a ir. Tendremos que salir temprano. ¿A las ocho? Estaré en la entrada principal —se puso de pie y salió de la oficina.
Por fortuna, estuvo ocupada todo el día con pacientes que se iban y con otros que eran admitidos. Un número mayor que el acostumbrado de pacientes, tuvo que ir a rayos X y fisioterapia, sin mencionar las que se quejaban amargamente de nada. Cuando quedó libre por la noche, se apresuró a llegar a casa, con la idea de pasar una noche solitaria. Quizá Nigel telefoneara, aunque no esperaba que lo hiciera. De todas maneras, cocinó atenta a escuchar la voz de la señora Humbert, quien vivía en la planta baja, cerca del teléfono, por si le gritaba que la llamaban, pero nada sucedió.
Al día siguiente el profesor llegó a hacer su recorrido a la hora exacta; parecía calmado y serio. Le dio los buenos días de una manera impersonal y Julia se preguntó cuál sería el hombre verdadero, el impersonal y cortés o Enrique, el agradable compañero de quien se había enamorado.
Pero si él podía ser seco, ella también. La visita a la sala se efectuó en una atmósfera de eficacia y calma y mientras tomaban el café habitual, charlaron de todo un poco. Sintió alivio cuando él se fue, aunque deseaba que se quedara. Fue exactamente igual cuando hizo el segundo recorrido, el jueves, y no mencionó el viaje del día siguiente por la mañana. A Julia le resultó difícil permanecer fría y calmada durante el resto de día, el cual le pareció dos veces más largo que de costumbre. Cuando llegó a su apartamento, hizo arreglos con la señora Humbert para que alimentara a Wellington mientras ella estaba ausente. Dejó todo preparado para la mañana, planchó, miró la televisión y trató de no pensar. No había tenido noticias de Nigel y no estaba segura de si eso era bueno o no, pero aunque escribiera o llamara, no iba a cambiar de opinión.
Era una mañana fría. Le dio de comer a Wellington, le dejó la llave a la señora Humbert y se dirigió con rapidez hacia el hospital. Se preguntó por qué el profesor no se habría ofrecido a recogerla en su apartamento. Cuando llegó, el Rolls ya estaba allí y él al volante. Él la había visto llegar, se bajó y le abrió la puerta, dándole los buenos días; después se sentó a su lado.
—Si te preguntas por qué no he ido a recogerte a tu apartamento, es porque he tenido que ver a un paciente antes de que se marchara a casa hoy. ¿Has desayunado ya?
—Sí… no.
—Nos detendremos en el camino. Hay un sitio en Sonning, podemos dar la vuelta antes de llegar a Reading y después, con facilidad, tomar la carretera. Pelearás mejor con el estómago lleno.
—No tengo intención de pelear.
—Serías un poco tonta si no lo hicieras… es tu futuro. ¿No vale la pena luchar por él? —Ella murmuró algo y miró a la ventana—. Llevas un vestido muy bonito… claro que es una ocasión importante.
—Lo está haciendo con deliberación, ¿no es, así? ¿Me está enfadando?
—Sí; de otra manera, caerás en la apatía y no harás ningún intento de resolver tus problemas.
—¿Y si no lo viera?
—Mi querida niña, aun el más ocupado de los cirujanos tiene que detenerse para comer. No hay razón para que no disfrutes una comida con él. Después de todo, no llevará mucho tiempo aclarar la situación, de una forma o de otra.
Julia permaneció en silencio, ensayando lo que iba a decir, pero se distraía por culpa de la persona que tenía a su lado. Por supuesto que no podía volverse para mirarlo, pero veía sus manos grandes y bien cuidadas sobre el volante y eso era más satisfactorio que pensar en lo que le iba a decir a Nigel. Se sentía mal persona, por lo que le iba a hacer, aunque presentía que, después de la sorpresa, él se sentiría aliviado. Podría dedicarse a su carrera sin tener que preocuparse de mantener a una esposa y a unos hijos. Además, estaba segura de que sus padres también se alegrarían. Miró hacia otro lado y trató de pensar en qué decirle a Nigel, que no lastimara sus sentimientos. Fue un alivio cuando el profesor se detuvo enfrente del White Hart, en donde tomaron un espléndido desayuno.
A las diez y media, iban por las transitadas calles de Bristol y unos minutos después el profesor aparcaba el Rolls en el patio del hospital. Permaneció sentado en silencio durante un momento y luego se desabrochó el cinturón de seguridad, extendió la mano e hizo lo mismo con el de ella.
—Bueno, ya estamos aquí —dijo él.
—Sí, gracias… ha sido un viaje maravilloso. ¿Cree que debo de ir a portería?
—Vendrás conmigo.
Se bajó del coche y dio la vuelta para abrirle la puerta y ayudarla a bajar. Su mano era firme y le daba confianza. Iban uno junto al otro y llegaron hasta donde estaba el portero. Julia no pudo oír lo que decía el profesor, ya que su espalda ocultaba la pequeña taquilla de información. Él se volvió hacia ella y dijo:
—Tienes suerte, Longman no operará hasta las dos. En este momento está haciendo la visita a la sala, pero estará libre en una hora. Tomaremos un café mientras.
La tomó por el brazo y salieron.
—Pero ¿y usted? Tenía una cita…
—A mediodía… una comida de trabajo.
—Oh… ¿Pero cómo sabe lo de Nigel? ¿Habló con él por teléfono?
—No, pero el portero tenía el horario de la sala de operaciones y la jefa de enfermeras del pabellón de cirugía en donde él se encuentra en este momento, llamó para decir que estaba allí. Todo lo que hice fue dejarle un mensaje pidiéndole que, cuando estuviera libre, fuera a la sala de espera de los visitantes. El portero me aseguró que por lo menos tardará una hora.
—¿Pero no debo de esperar aquí? ¿Y si termina antes?
—Hay una cafetería cerca —la voz del profesor parecía calmada.
Obediente, Julia tomó el café mientras escuchaba la charla informal del profesor. Sus ojos miraban el reloj cada diez minutos y cuando él sugirió que debería arreglarse la cara, ella preguntó:
—¿Estoy muy mal?
Él la estudió detalladamente y respondió:
—No, estás muy hermosa, pero un poco pálida. Lo harás muy bien.
Un poco animada, se miró en el enorme espejo del baño y decidió que, a pesar de lo terriblemente mal que se sentía, estaba como siempre. Además, Enrique la había llamado hermosa. Saboreó aquella palabra durante un momento, antes de recordar que él sólo estaba siendo amable.
La sala de espera era de paredes blancas adornadas con modernos cuadros; sillas metálicas con asientos de lona y una mesa redonda convencional en el centro formaban el mobiliario. Había insistido en regresar al hospital por lo menos diez minutos antes y el profesor no discutió con ella, sino que, sin decir palabra, la escoltó durante el corto trayecto. La dejó en la sala de espera, le dijo que a las dos estaría esperándola en el Rolls y se fue.
—Podría haberme dicho algo para animarme —dijo para sí Julia.
El único consuelo era que si él le había dicho a las dos, así sería. Tenía la cabeza vacía, todos los discursos que había ensayado, se habían esfumado, pero eso no importaba, ya que las palabras llegarían a sus labios cuando viera a Nigel. Diez minutos después apareció y se detuvo en la puerta, asombrado.
—¡Mi querida Julia! Eres la última persona que esperaba ver —cruzó la habitación hasta acercarse a ella—. ¿Has venido por ese trabajo? Oí que lo habían anunciado, aunque debo advertirte que dos de las enfermeras de aquí están detrás de él. Sería mejor que esperaras hasta que se desocupen los dos puestos el próximo verano… —La besó—. Bueno, ¿qué sucede? ¿Has venido en tren? —Frunció un poco la frente—. No puedo imaginarme por qué has venido, dije que te escribiría.
—Así fue y también dijiste que me llamarías —le recordó con gentileza—. Me atrevería a decir que has estado muy ocupado.
—Oh, así es… no tienes idea. Estoy viendo que no tendré mucho tiempo para mí, pero es un trabajo espléndido y me ayudará a conseguir otras cosas —la miró, pensativo—. Será mejor que no nos precipitemos para casarnos, Julia. Tendré, que esforzarme mucho en mi trabajo y eso ocupará todo mi tiempo…
Julia respiró profundo.
—Nigel, durante toda esta semana he estado pensando. Creo que debemos suspender todo… quiero decir que no debemos casarnos. Quizá si yo fuera diez años más joven, esperaría, pero tengo treinta y también necesito decidir mi futuro. Creo… estoy segura de que quiero progresar en mi carrera. Hay varios buenos puestos que podría conseguir. Si desearas casarte ahora, tal vez cambiaría de parecer, pero sería un gran estorbo para tu carrera y para ti. Por lo que es mejor que quedemos como amigos y sin rencores.
—¿Quieres romper nuestro compromiso? —preguntó él con voz aguda—. ¿Así nada más? No tenía idea de que fueras tan ambiciosa. Pensé que me amabas…
—Te aprecio mucho, Nigel, y te amaba; en realidad creo que así era, sólo que hemos esperado demasiado. Si eres sincero, lo admitirás —sonrió—. Labra tu carrera durante un par de años y después busca a una buena chica… una muchacha joven. ¿Estoy en lo correcto?
—Quieres decir que es lo mejor para los dos… —Parecía aliviado—. Es gracioso que digas eso… mamá dijo lo mismo cuando estuve en casa. ¿Crees que es lo correcto?
Julia asintió, controlando las lágrimas. Podía haber mostrado un poco de pesar. ¿No la amaba tampoco? ¿O, igual que ella, había perdido ese amor durante el último año? Debería de sentirse contenta de que se tomara así las cosas. Sería bueno poderle hablar del profesor, pero la idea era absurda. Era un secreto que debería guardar para sí misma para siempre. Se quitó el anillo del dedo y se lo dio.
—Siempre serás un amigo —le dijo Julia—. Hemos pasado momentos felices juntos, ¿no es así? Pero ahora es mejor que nos separemos que casarnos y lamentarlo después. Llegarás alto, Nigel, y lo harás más rápido sin mí.
Él cogió el anillo y se lo metió en el bolsillo.
—Sí, lo haré. ¿Qué piensa tu familia?
—Aún no les he dicho nada, pero lo haré. Despídeme de tus padres y cuando vayas a Londres, búscame. Cuando seas un médico eminente y yo dirija un hospital, hablaremos de los viejos tiempos.
El alivio que vio en la cara de Nigel la convenció de que no iba a estar lastimado durante mucho tiempo. Le dio la mano, levantó la cara para que la besara y le dijo:
—Te deseo todo lo mejor, Nigel querido. Cuando tengas ganas, escríbeme.
—Por supuesto —la besó—. Supongo que vas a regresar ahora. Siento no tener tiempo para llevarte a comer.
Fueron juntos hasta la puerta y se volvieron a despedir. Él no quiso enterarse de cómo había llegado ni de cómo se iría y no tenía objeto decírselo. Julia se alejó sin prisa por el corredor y, al llegar al final, se volvió para decirle adiós, pero él ya había desaparecido. Salió del hospital y echó a andar por la calle. No le importaba a dónde dirigirse, aún no eran las doce y media y no se irían antes de las dos, por lo que tendría que matar el tiempo. Estuvo andando mucho rato y se detuvo en un parque, en donde se sentó.
Bueno, había hecho lo que tenía que hacer, nadie se había sentido lastimado. El interés de Nigel en su trabajo era tan grande, que tendría poco tiempo para lamentar su separación y ella tenía que admitir que estaba contenta de haberlo hecho en aquel momento; por lo menos había sido honrada consigo misma, sin dañar a nadie. El futuro era otra cosa, pero no iba a pensar en eso. Se levantó y miró el reloj. Tendría que darse prisa o llegaría tarde a donde había quedado con el profesor. Él estaba sentado en el coche, impasible, como si tuviera todo el tiempo del mundo, y cuando le abrió la puerta y subió, Julia se disculpó.
Él no pronunció palabra alguna, puso en marcha el coche y condujo despacio por las calles, hasta que llegaron a la carretera. Entonces dijo:
—No has comido, nos detendremos en la estación de servicio.
—No tengo hambre, gracias.
—Entonces, tomaremos un té.
La estación de servicio estaba a unos kilómetros. Cuando llegaron había mucha gente, él la cogió del brazo y la condujo entre las mesas, hasta que encontraron una.
—Quédate aquí —dijo el profesor y se dirigió al mostrador.
Volvió con una bandeja. Dejó todo sobre la mesa y se sentó enfrente de ella. El té estaba oscuro y él le puso azúcar, diciéndole:
—Tómatelo —puso una galleta en un plato y se lo acercó.
Julia comió y bebió, mientras escuchaba lo que hablaban sus vecinos de mesa. El profesor hablaba con ellos.
—Vamos a ver a nuestra hija —dijo el hombre—, tuvo un niño la semana pasada. ¿Tienen hijos?
—Yo tengo un hijo —respondió el profesor con calma.
—No hay nada mejor —dijo el hombre—. Los niños hacen que valga la pena vivir. ¿No es así, Em?
—Tenemos seis chicos —le aclaró la mujer a Julia—. No dudo que desearán ustedes aumentar la familia.
Julia se sonrojó y sonrió con timidez.
—Bueno, ya nos vamos. Tenemos que llegar a Barking y el viejo coche no anda muy bien estos días —les sonrió el hombre—. Hasta luego.
—Dos personas felices —comentó el profesor, cuando se fueron—. ¿Te sientes mejor?
—Sí, gracias. Estoy… estoy bastante bien. ¿A qué hora llegaremos a Londres?
Él miró su reloj.
—En un par de horas… justo a tiempo para encontrarnos con todo el tráfico.
—Oh, no debimos detenernos… si quería salir esta noche…
—No tengo prisa. ¿Nos vamos?
Empezaba a oscurecer y los coches empezaron a encender los faros. Julia cerró los ojos, experimentando una mezcla de sentimientos. Estar sentada junto al hombre que amaba era una dicha y borraba toda la incertidumbre del futuro, pero esa dicha no duraría mucho, ya que al otro día regresaría al hospital y el martes por la mañana él haría su ronda y ella sería la enfermera Mitchell, alguien a quien él había ayudado durante unos días. Era muy simpático y atento. Pero también podía ser muy desagradable… se quedó dormida. No despertó hasta que él detuvo el coche frente a su apartamento. Le llevó un momento comprender en dónde estaba.
—Oh, siento haberme quedado dormida —se enderezó y empezó a dar las gracias.
—No tan aprisa —la interrumpió con calma el profesor—. Voy a subir contigo.
Cuando abrió la puerta del apartamento sintió frío, a pesar de la calurosa bienvenida de Wellington. Julia fue a encender la calefacción y un par de lámparas de mesa, y como el profesor entró junto con ella y cerró las cortinas y llenó la cafetera, ella se vio obligada a preguntarle si quería café.
—Yo me encargaré de eso… tú prepara la cena de Wellington. ¿Hay algo para comer?
—Tocino, huevos y algunas cosas para ensalada en la nevera.
—Bien. Me quedaré a cenar, si me lo pides.
Julia que sacaba una lata de comida para el gato, se detuvo para mirarlo.
—¿Pero no quiere ir a casa? Quiero decir salir o algo…
—No, es la noche libre de Martha y no tengo ningún plan.
—Oh, yo pensé… —Ella vio el brillo de sus ojos—. ¿Le parecen bien unos huevos con tocino y una ensalada? ¿O los prefiere revueltos?
—Huevos con tocino está bien. ¿Tomamos café antes? ¿Hay algo para beber?
—Cerveza… guardo unas botellas para… para Nigel —se inclinó sobre el plato de Wellington—. En ese aparador hay jerez. No tengo whisky ni ginebra.
—Una cerveza está muy bien —él preparó el café y puso la bandeja sobre una mesa pequeña, enfrente de la chimenea—. Ahora, cuéntame, te sentirás mejor si te desahogas. De otra manera, tus pensamientos estarán dando vueltas en tu cabeza, empeorando cada minuto.
Julia dio un trago de café.
—No sé por dónde empezar… tuve que esperar un poco y… y me sorprendió que Nigel estuviera tan azorado por mi visita… pensó que había ido por un trabajo y me dijo que esperara hasta el año próximo… Sugirió que suspendiéramos el matrimonio por el momento, porque quería concentrarse en su trabajo. Yo le dije que pensaba que no debíamos casarnos y él se sintió aliviado —sollozó y se sonó la nariz, pues no quería llorar—. Aún somos amigos.
—¿Y qué intentas hacer ahora, Julia?
—No lo sé —lo miró—. No he tenido tiempo de pensarlo.
—Entonces, quédate en donde estás hasta que puedas pensar bien —aconsejó con decisión y volvió a llenar su taza de café—. ¿Me lo prometes, Julia?
—¿Por qué?
—Porque a menudo uno actúa mal en el calor del momento —explicó con paciencia—. Date tiempo, querida. ¿Lo prometes?
—Muy bien, pero tendré que hacer algo. No creo que pueda seguir trabajando en el St. Anne.
Él asintió y ella se sintió desilusionada.
—Yo prepararé la ensalada, si tú te encargas del tocino y de los huevos —ofreció.
Durante la cena el profesor habló de Nicholas.
—Dentro de un par de fines de semana tengo que hacer arreglos para estar libre.
—Había olvidado que también mis hermanos estarán en casa… Estoy contenta de tener ese fin de semana libre… —Se detuvo y se sonrojó, porque parecía como si estuviera buscando que la llevara; pero, en apariencia, él no había pensado en eso.
—Pronto será Navidad. Por supuesto, la pasaremos aquí, pero iremos a Holanda para el año Nuevo… siempre lo hacemos. Nos juntamos una familia muy numerosa.
Antes de irse la ayudó a lavar los platos. No mencionó a Nigel otra vez, habló del hospital y de sus pacientes. Cuando estaba en la puerta, le dijo:
—No iré al hospital hasta el martes. Dick estará hasta el lunes.
La habitación le pareció vacía cuando él se fue.
Había sido un día largo y estaba cansada. Enseguida se fue a acostar. Se despertó temprano y permaneció en la cama, pensando. Se sentía infeliz por Nigel. Ya no lo amaba, pero habían estado muy cerca durante más de dos años y él iba a dejar un hueco en su vida. Estaba casi segura de que él se recobraría con mayor rapidez que ella, ya que tenía un trabajo nuevo que lo absorbía y un medio ambiente diferente, mientras que ella lo recordaría constantemente mientras estuviera en el St. Anne. De todas maneras, había hecho lo adecuado, estaba segura. Era el profesor quien la preocupaba más. Habría sido mucho más fácil si no hubiera sido amistoso. Era cierto que él tenía sus momentos malos, pero eso ya no le importaba. ¿Cómo iba a importarle, si lo amaba con todas sus fuerzas? No creía que pudiera permanecer en el St. Anne, esperando todos los días verlo y sabiendo que para él ella era la jefa de enfermeras, que había tenido problemas y a la que había tendido la mano.
Se vistió y desayunó, con Wellington a su lado. La próxima vez que fuera a casa, hablaría con su madre y le pediría consejo.
El pabellón estaba lleno. Había varios pacientes muy graves y Julia estuvo demasiado ocupada para pensar en sus propios problemas. Fue a comer tarde y sin mucho tiempo para entretenerse, pero, como varias de sus amigas estaban allí, se armó de valor y les dijo que ella y Nigel habían decidido romper su compromiso.
—No podíamos casarnos, por lo menos durante dos años, y sé que Nigel quería estar libre para continuar con su trabajo. Es seguro que se convertirá en un gran médico.
Todas estuvieron atentas pero no hicieron demasiados comentarios; sugirieron que pasara la noche con ellas en el cine. Julia aceptó, pensando que así pasaría mejor la noche y que al otro día vería a Enrique. Al día siguiente él no estaba de buen humor. Su saludo fue austero. La miró como si no pudiera recordar quién era. Ella respondió a sus preguntas acerca de los pacientes con exactitud y, durante el café, habló del tiempo con tanta falta de originalidad que Dick la miró sorprendido. Julia miró al profesor y vio que algo le divertía mucho, aunque Julia no había dicho nada que valiera una sonrisa. La atmósfera era distinta; en cualquier otro momento, tomando en cuenta el carácter de Julia, se estarían peleando. Dick dejó su taza y mencionó la severa hemoptesis en el pabellón de hombres; el profesor se puso de pie, se despidió con cortesía, pero fríamente de Julia y se fue.
No lo volvió a ver esa semana. Dick hizo la ronda del viernes y le dijo que el profesor ya se había ido a pasar el fin de semana con su hijo.
—Me dijo que estará con su hijo. Tú ya lo conoces, ¿no es así?
Charlaron mientras tomaron el café y cuando se iba, preguntó:
—¿No es tu fin de semana libre, Julia? ¿Estará Pat aquí?
—Sí, ella es capaz de resolver cualquier cosa.
Esa misma noche se dirigió a su casa y fue recibida por su padre en la estación.
—¿Cómo están los chicos? —quiso saber Julia.
—Muy bien. Llegaron a casa esta mañana, antes de la comida y no han dejado de comer. Van bastante bien en el colegio, aunque parece que lo que más les interesa es el rugby.
—¡Qué bien! —dijo Julia y agradeció que no le preguntara por Nigel.
Los chicos corrieron para saludarla; los dos hablaban al mismo tiempo y una vez que sacó a Wellington de la cesta y lo dejó junto a Gyp, abrazó a su madre. Subió a su habitación para arreglarse para la cena. Se sintió como si nunca hubiera salido de aquella casa. Cuando bajaba el último escalón, Jason apareció en el vestíbulo.
—Hay una sorpresa para ti en la sala.
—¿No será otro perro? Gyp no lo soportaría —él negó con la cabeza, sonriendo—. ¿Es la abuela? ¿El vicario? —dijo con un susurro cuando él abrió la puerta.
Su padre estaba allí, también Gregory, Nicholas y el profesor. Todos estaban alrededor de la mesa que se encontraba en un rincón de la habitación.
—Pasa, cariño —dijo su padre—. Estamos preparando las cosas para jugar al Scrabble después de la cena… por supuesto que tú también jugarás…
Nicholas corrió hacia ella.
—¿No es divertido, Julia? Vamos a pasar aquí el fin de semana, el señor Mitchell lo sugirió. ¿Podremos ir a montar? Gregory dice que tú…
—¿Por qué no? ¡Me alegro de volverte a ver! —le sonrió—. ¡Y qué sorpresa! —Fueron hasta la mesa y ella dijo con calma—. Hola, Enrique.
Él se puso de pie y le dio la mano.
—¿Cómo es que nos seguimos encontrando? Espero que no contaras con un fin de semana apacible.
—No con los chicos en casa. No me digas que tú también juegas al Scrabble.
—Soy bueno jugando —dijo él.
Cenaron y cuando terminaron la señora Mitchell preguntó:
—¿Has sabido algo de Nigel, Julia? ¿Le gusta su trabajo? ¿Irás a Bristol a pasar un fin de semana?
Julia la miró, pero, antes de que pudiera hablar, el profesor preguntó:
—¿Ha estado en Bristol últimamente, señora Mitchell? Ha cambiado más que otras ciudades… sobre todo en los muelles. Estuve hace poco… —continuó hablando y la señora Mitchell, comprendiendo que algo iba mal, se dejó llevar a una larga discusión acerca del modernismo de las ciudades.
Todos ayudaron a recoger la mesa. Los hombres se ofrecieron para fregar los platos, mientras los chicos preparaban el café. Era una buena oportunidad para hablar a solas con su madre y Julia la aprovechó.
—Mamá, no he tenido oportunidad de decírtelo antes… Nigel y yo hemos roto nuestro compromiso… Enrique fue a Bristol la semana pasada y me llevó para que hablara con Nigel, pasé una hora con él. No había tenido noticias suyas y cuando lo vi, quiso posponer aún más la boda y supe que no resultaría.
La señora Mitchell estudió la cara de su hija.
—¿Y no le amas?
—No, mamá.
—Entonces, has hecho lo mejor. Lo siento, porque pareces decaída, pero, en cierta forma, también estoy contenta. Se lo diré a tu padre y a los chicos, si preguntan. Nunca les gustó mucho Nigel… no juega al rugby. Por eso están contentos con Enrique, ya que jugó en el equipo del hospital.
Julia abrió los ojos.
—¿De verdad? ¿Cómo llegó aquí para pasar el fin de semana?
—En coche —respondió su madre con inocencia.
—Sí, mamá, ¿pero lo invitaste tú o vino por su cuenta?
La señora Mitchell se asustó.
—Oh, él no haría eso. Tu padre le telefoneó para saber si Nicholas podría pasar el fin de semana con los chicos y él dijo que tenía pensado pasar un día o dos con Nicky, por lo tanto tu padre sugirió que él también viniera. Supongo que es sensato. ¿No crees, cariño?
Julia estuvo de acuerdo y se preguntó qué pensaría la prometida del profesor al respecto.
Era imposible sentirse infeliz con tan alegre compañía. Se levantó temprano y ayudó a su madre a preparar el desayuno y después de recoger la casa, fue a pasear con los chicos por las colinas. Después de comer, fueron a los establos, cogieron a Jason y al caballo del profesor, mientras él conducía el coche. Nicholas, como era el más joven, se quedó con Star. No perdieron tiempo y fueron a montar antes de que oscureciera. Cuando regresaban a la casa, Julia pensó que la vida podía ser muy agradable, aunque las cosas no resultaran como uno quería.
El domingo por la mañana, fueron a la iglesia y después de la maravillosa comida que les sirvió la señora Mitchell, volvieron a montar. La tarde terminó demasiado pronto y el profesor llevó los caballos a devolverlos y el señor Mitchell condujo el coche de vuelta a casa. Ella y Nicholas atendieron a Star y a Jane. Después se cambió de ropa y sirvió el té. Lo tomaron frente a la chimenea y comieron emparedados y pastel. Los chicos no se irían hasta el día siguiente y Julia había escuchado que el profesor los llevaría a Salisbury por la mañana; por lo tanto, él también se quedaría, aunque no estaba muy segura. No había estado a solas con él para preguntárselo, pero se dijo que no era asunto suyo si se quedaba o se iba.
Julia tenía planeado tomar un tren por la tarde y, al ver el reloj, le recordó a su padre con voz baja que ya era hora de que la llevara a Salisbury. El señor Mitchell, que discutía sobre mitología griega, dijo:
—¿Eh? ¿Qué pasa, cariño? ¿No te lo he dicho? El profesor se ofreció a llevarte…
—Tengo que ir a la ciudad —dijo el profesor—. Con gusto te llevaré —se puso de pie—, y antes de que nos vayamos, tengo una sugerencia. Jason y Gregory van a venir con nosotros a Holanda, cuando terminen las clases… Nicky siempre va a pasar unos días allí antes de Navidad… ¿Por qué no vienes tú también? Yo no podré controlar a tres niños. —Julia estaba tan sorprendida que no pudo responder—. No necesitas decir sí o no ahora, pero creo que te lo podrías pasar bien.
Los niños hablaron al mismo tiempo diciendo que debería ir con ellos. Jason le dijo que era una gran oportunidad y le preguntó qué iba a hacer en sus vacaciones. Hizo una pausa y se sonrojó; iría con ellos y así no tendría tiempo para estar triste. Julia se recobró de la sorpresa y se rió.
—Esperad que me acostumbre a la idea —les rogó—. ¿En realidad quiere que vaya? —Se dirigió al profesor—. ¿No es una broma?
—Por supuesto que quiero… ¿Puedes pensar en alguna razón para no venir con nosotros?
—Sí puedo. Hay una muy buena.
Él sonrió y dijo:
—No le importará. No te pediré una respuesta hasta que te vea la semana próxima. ¿Es un trato?
Julia asintió y, al despedirse de su madre, le preguntó:
—¿Mamá, crees que es una buena idea?
—Sí, cariño, es lo que necesitas. Ven a casa tan pronto como puedas. Es una lástima que Madge no haya podido venir hoy. No importa, vendrá la próxima vez.
Julia se subió al Rolls y los chicos la rodearon gritando en señal de despedida.
—Cualquiera pensaría que vamos al otro lado del mundo —dijo Julia.
—Un delicioso proyecto, pero, por el momento, no es posible —respondió el profesor.